AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Mi Guerra [Privado]
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Mi Guerra [Privado]
Pude amar esta noche con piedad infinita,
pude amar al primero que acertara a llegar.
Nadie llega. Están solos los floridos senderos.
La caricia perdida, rodará... rodará...
pude amar al primero que acertara a llegar.
Nadie llega. Están solos los floridos senderos.
La caricia perdida, rodará... rodará...
¿En qué estaba pensando cuando decidió abandonar Londres después de tanto tiempo? Quizás algún impulso por querer experimentar cosas nuevas o simple curiosidad. Lo cierto es que luego de haber puesto un pie en Francia, más específicamente, en París, sus ideales cambiaron ¿Para mejor? Pues, quizás si. Azzuen se había empeñado, desde hacía mucho tiempo, en hallar un sentido para su vida, una manera de mantener la balanza de su destino estable para lograr congeniar con el mundo que la rodeaba. Aún conservaba en su mente y en su corazón las enseñanzas de su abuela Jeanette, quién le había mostrado un camino para continuar adelante a pesar de las circunstancias. Aunque la muerte injustificada de su abuela le arrebatara la esperanza y la confianza, alimentando un recuerdo que despertaba el odio; la escocesa luchaba a diario para despejar los cielos turbios en los que se convertía su mente cuando los recuerdos de un pasado incierto amenazaban su resistencia continuamente. Por eso es que en muchas ocasiones, Azzuen, huía de sus sombras, haciéndolas a un lado, evadiéndolas cuando éstas la arrinconaban, dejándola indefensa. Esta sensación pavorosa fue lo que la impulsó a viajar, a conocer lugares extraordinarios y a plantearse una nueva vida, por eso fue que el día menos pensado llegó a París, hallando paz y alimento para sus esperanzas.
Azzuen amaba el arte, el diseño y la moda, por ello, cuando se planteó el plan de residir en Londres, lo hizo con la única idea de dedicarse a hacer algo que le apasionara y regocijara su espíritu, por eso, después de un tiempo pensó en un sitio nuevo por conocer. París era el lugar ideal para aprender cosas nuevas, de hallar libertad y de superarse a si misma. El apogeo cultural de la ciudad era sin duda alguna, gratificante, en especial para aquellos que buscaban en el arte, su complemento, su vida ideal y ella no era la excepción.
Lo primero que hizo al estar en París fue visitar el conocido museo del Louvre, las muestras y las colecciones que ahí se albergaban eran maravillosas. Estaba satisfecha con su decisión; cargaba con una bitácora en donde estaba todo lo que sería su recorrido por la ciudad. Desde su hospedaje en el Hotel Des Arenes hasta el último lugar histórico que visitaría antes de volver a Inglaterra. Aparte, también se dispuso a conseguir cualquier libro que de alguna u otra manera hablara sobre arte y diseño, que era su campo de interés, por así decirlo. Aunque en el trayecto conoció a personas interesantes, Azzuen evitó llegar un poco más lejos, todo lo dejó en "conocidos". ¿Por qué? Ella no era tan social como aparentaba, muy al contrario, no siempre disfrutaba de la compañía de otros y confiaba muy poco en las personas que apenas conocía a pesar de que parecía mostrar lo contrario. No le dio tantas vueltas al asunto y antes de que la noche cayera completamente sobre la metrópoli, regresaba a su cómoda habitación en el hotel, para deleitarse en profundas lecturas y rendirse al descanso sin pensar en absolutamente nada que no fuera su pequeña aventura por París.
Esa noche era una de las tantas en las que hacía lo mismo; se iba de turista por la ciudad, luego, al regresar tomaba un relajante baño, comía algo y en compañía de apenas una taza de té, se dedicaba a leer los libros que iba adquiriendo durante sus paseos diurnos. Estiró sus brazos y se dirigió al living de la habitación con taza en mano; en una mesilla le esperaba un libro de tapa gruesa y oscura que hablaba sobre arquitectura medieval. Azzuen apenas pensaba en todos las cosas que le causaban malestar, como lo eran los cazadores y las advertencias de su abuelo com respecto a esos. No se daba tiempo a sí misma para estresarse con tal cosa y menos cuando estaba haciendo algo que no disfrutaba desde hacia un tiempo: Vivir una vida común. No supo cuánto tiempo estuvo leyendo, esbozando un par de bocetos en su diario mientras tanto; llevaba ya unas tantas tazas de té y cuando sus párpados se volvieron odiosamente pesados es que decidió detener su lectura e irse a dormir. Al estar de pie para dirigirse al espacio contiguo al living, que era la habitación en donde dormía, un escalofrío recorrió su espalda. Azzuen se giró y se vio en completa soledad; tras un largo suspiro y sintiéndose ligeramente incómoda, se fue de inmediato a dormir. Hundida entre sabanas, evitó pensar en lo que le había sucedido. ¿Acaso se trataba de un advertencia a algo? No quería saberlo, sencillamente no.
Azzuen amaba el arte, el diseño y la moda, por ello, cuando se planteó el plan de residir en Londres, lo hizo con la única idea de dedicarse a hacer algo que le apasionara y regocijara su espíritu, por eso, después de un tiempo pensó en un sitio nuevo por conocer. París era el lugar ideal para aprender cosas nuevas, de hallar libertad y de superarse a si misma. El apogeo cultural de la ciudad era sin duda alguna, gratificante, en especial para aquellos que buscaban en el arte, su complemento, su vida ideal y ella no era la excepción.
Lo primero que hizo al estar en París fue visitar el conocido museo del Louvre, las muestras y las colecciones que ahí se albergaban eran maravillosas. Estaba satisfecha con su decisión; cargaba con una bitácora en donde estaba todo lo que sería su recorrido por la ciudad. Desde su hospedaje en el Hotel Des Arenes hasta el último lugar histórico que visitaría antes de volver a Inglaterra. Aparte, también se dispuso a conseguir cualquier libro que de alguna u otra manera hablara sobre arte y diseño, que era su campo de interés, por así decirlo. Aunque en el trayecto conoció a personas interesantes, Azzuen evitó llegar un poco más lejos, todo lo dejó en "conocidos". ¿Por qué? Ella no era tan social como aparentaba, muy al contrario, no siempre disfrutaba de la compañía de otros y confiaba muy poco en las personas que apenas conocía a pesar de que parecía mostrar lo contrario. No le dio tantas vueltas al asunto y antes de que la noche cayera completamente sobre la metrópoli, regresaba a su cómoda habitación en el hotel, para deleitarse en profundas lecturas y rendirse al descanso sin pensar en absolutamente nada que no fuera su pequeña aventura por París.
Esa noche era una de las tantas en las que hacía lo mismo; se iba de turista por la ciudad, luego, al regresar tomaba un relajante baño, comía algo y en compañía de apenas una taza de té, se dedicaba a leer los libros que iba adquiriendo durante sus paseos diurnos. Estiró sus brazos y se dirigió al living de la habitación con taza en mano; en una mesilla le esperaba un libro de tapa gruesa y oscura que hablaba sobre arquitectura medieval. Azzuen apenas pensaba en todos las cosas que le causaban malestar, como lo eran los cazadores y las advertencias de su abuelo com respecto a esos. No se daba tiempo a sí misma para estresarse con tal cosa y menos cuando estaba haciendo algo que no disfrutaba desde hacia un tiempo: Vivir una vida común. No supo cuánto tiempo estuvo leyendo, esbozando un par de bocetos en su diario mientras tanto; llevaba ya unas tantas tazas de té y cuando sus párpados se volvieron odiosamente pesados es que decidió detener su lectura e irse a dormir. Al estar de pie para dirigirse al espacio contiguo al living, que era la habitación en donde dormía, un escalofrío recorrió su espalda. Azzuen se giró y se vio en completa soledad; tras un largo suspiro y sintiéndose ligeramente incómoda, se fue de inmediato a dormir. Hundida entre sabanas, evitó pensar en lo que le había sucedido. ¿Acaso se trataba de un advertencia a algo? No quería saberlo, sencillamente no.
Azzuen Collingwood- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 43
Fecha de inscripción : 04/07/2015
Localización : París, Francia
Re: Mi Guerra [Privado]
Finalmente miles de kilómetros y cientos de caminos habían llevado al viajero a la ciudad de Paris. La conocida ciudad de las luces que todos admiraban por su la belleza de sus edificios, mentes sofisticadas y avances que suscitaba sin saber que eran estas mismas luces, brillantes y distractoras, que ocultaban el mayor nido de sombras en Francia; donde los sobrenaturales tenían via libre para proliferar como si la inquisición y cazadores no existieran o fueran un cuento para asustar a los neófitos y las pequeñas brujas que se educaban para entender al mundo como su patio de juegos y a los humanos como las mascotas de cuales aprovechaban la inocencia y desconocimiento para moverlos con hilos de plata y mentiras bien hiladas. Despreciables todos, desde los vampiros en los cargos de poder desde hacia siglos que nada entendian de las necesidades humanas hasta las brujas que creían engañaban, mentían y cambiaban la realidad con sus poderes del demonio para luego ansiar mezclarse con total impunidad entre el resto de la humanidad, como si tuvieran derecho! Habían sido su principal problema desde que había abierto los ojos y lo serían hasta que los cerrara pues en su vida no había encontrado demasiados sobrenaturales que le hicieran cambiar su modo de ver las cosas, de hecho, la mayoría se había esforzado en darle la razón.
Como aquella mujer que traía la piel salpicada de pecados y en los cabellos la marca del infierno del cual había salido para atormentarlo y provocarlo con sus manos incendiaras y su falta de sentido común, carecía de temperamento y el menor motivo causaba que perdiera el centro y evocara rápidamente la magia. La había visto actuar y en su brazo llevaba la marca de su encuentro en una de esas fiestas inútiles a las que se veía obligado a ir para proteger a los pocos humanos que quedaban en las altas esferas y para encontrar, apuntar y señalar a quienes eran los impostores que debían regresar al averno del que salieron… pero esta, habia sido un caso especial y en vez de comunicar su osadía a Mr B o a comunicarse con propia “prima” para ver si poseía algún registro de la pelirroja, la siguió y contemplo en solitario durante días hasta encontrar el lugar y punto loable por donde devolverle el favor de atacarle desprevenida ¿Quién sabe? Sería divertido, incluso la espera y el tener que colarse al afamado Hotel Des Arenes había resultado excitante como lo seria para un gato apreciar el vuelo del gorrión mientras espera estático por el momento idóneo antes de dar el zarpazo que lo derribaría en un arco carmesí que teñiría las sabanas de aquella falsa mujer.
Y así, cuando el momento fue el correcto se deslizo por las sombras y trepo a la habitación como si no hubiera barreras físicas para él que se había criado prácticamente para encontrar las más pequeños por los colarse hasta haber alcanzado una ventana de aquel vacío apartamento ¿Dónde demonios…? Ah si, su presa era adicta al arte, semejante estupidez digna de quienes tenían demasiado tiempo libre para contemplar piezas estáticas en vez de disfrutar realmente la vida. Incluso cuando volvió y él no era más que una sombra escondida en su habitación, se dedicó a leer un libro referido al tema y dibujar mientras la observaba en silencio en espera de dar el guantazo necesario que llego cuando esta estuvo bien acomodada entre las sabanas, lista para ser envuelta por el mundo de los sueños- ¿Duermes bien?- pregunto de golpe, interrumpiendo su partida – No deberías, no tienes ningun derecho a ello, insulsa llamita– y sin ninguna advertencia o darle tiempo a que pudiera hacer algo, la atrapo de los pies, jalando de estos hasta dejarla al borde de la cama. Había atrapado al pequeño petirrojo
Como aquella mujer que traía la piel salpicada de pecados y en los cabellos la marca del infierno del cual había salido para atormentarlo y provocarlo con sus manos incendiaras y su falta de sentido común, carecía de temperamento y el menor motivo causaba que perdiera el centro y evocara rápidamente la magia. La había visto actuar y en su brazo llevaba la marca de su encuentro en una de esas fiestas inútiles a las que se veía obligado a ir para proteger a los pocos humanos que quedaban en las altas esferas y para encontrar, apuntar y señalar a quienes eran los impostores que debían regresar al averno del que salieron… pero esta, habia sido un caso especial y en vez de comunicar su osadía a Mr B o a comunicarse con propia “prima” para ver si poseía algún registro de la pelirroja, la siguió y contemplo en solitario durante días hasta encontrar el lugar y punto loable por donde devolverle el favor de atacarle desprevenida ¿Quién sabe? Sería divertido, incluso la espera y el tener que colarse al afamado Hotel Des Arenes había resultado excitante como lo seria para un gato apreciar el vuelo del gorrión mientras espera estático por el momento idóneo antes de dar el zarpazo que lo derribaría en un arco carmesí que teñiría las sabanas de aquella falsa mujer.
Y así, cuando el momento fue el correcto se deslizo por las sombras y trepo a la habitación como si no hubiera barreras físicas para él que se había criado prácticamente para encontrar las más pequeños por los colarse hasta haber alcanzado una ventana de aquel vacío apartamento ¿Dónde demonios…? Ah si, su presa era adicta al arte, semejante estupidez digna de quienes tenían demasiado tiempo libre para contemplar piezas estáticas en vez de disfrutar realmente la vida. Incluso cuando volvió y él no era más que una sombra escondida en su habitación, se dedicó a leer un libro referido al tema y dibujar mientras la observaba en silencio en espera de dar el guantazo necesario que llego cuando esta estuvo bien acomodada entre las sabanas, lista para ser envuelta por el mundo de los sueños- ¿Duermes bien?- pregunto de golpe, interrumpiendo su partida – No deberías, no tienes ningun derecho a ello, insulsa llamita– y sin ninguna advertencia o darle tiempo a que pudiera hacer algo, la atrapo de los pies, jalando de estos hasta dejarla al borde de la cama. Había atrapado al pequeño petirrojo
Alaric Bourgeois- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 18
Fecha de inscripción : 04/07/2015
Re: Mi Guerra [Privado]
Lo has destrozado sin piedad; mi orgullo
una vez y otra vez pisaste insano...
más nunca el labio exhalará un murmullo
para acusar tu proceder tirano.
—Gertrudis Gómez de Avellaneda.
una vez y otra vez pisaste insano...
más nunca el labio exhalará un murmullo
para acusar tu proceder tirano.
—Gertrudis Gómez de Avellaneda.
Creyó por poco que aquella calma que había logrado tener en esos días le duraría para siempre, pero no fue así. De nuevo la inseguridad se apoderó de ella estando a solas, rodeada de sombras. Su mirada se apagó en cuestión de segundos y antes de que la insana ansiedad que padecía de vez en vez se hiciera presente una vez más, prefirió irse a descansar. Solía dormir largas horas cuando esto ocurría, por lo que una próxima visita al museo quedó descartada de inmediato. Se hundiría entre las sabanas, reposando entre la comodidad de un breve letargo, aprovechando el cansancio tanto físico como mental que cargaba encima.
Dormir en ese momento se hizo complicado a pesar de estar agotada por toda la odisea del día. Su mente no estaba en paz, pero se sentía tan decaída que la magia y la razón no lograban estar de acuerdo en ese instante. Quizás se estaba volviendo paranoica a pesar de saber que en París iba a estar medianamente bien. Pero lo bueno no dura para siempre, eso era lo que intrigaba a Azzuen, creía que en cualquier momento las sombras de su pasado la consumirían y estaba en lo correcto.
Repentinamente, su mundo de ensueño se había convertido en una molesta pesadilla. Mientras reposaba plácidamente entre las sábanas, una voz perturbó su descanso. La respiración le falló por unos segundos y sus párpados no quisieron abrirse para descubrir quién era el causante de tales palabras. Azzuen creyó, por un instante, que conocía aquella voz, pero quizás por el mismo temor, terminó haciendo a un lado esa posibilidad. Sin embargo, tampoco podía quedarse de brazos cruzados, en un principio si logró conmocionarse un poco, ahora le tocaba enfrentar a lo que se ocultaba en la habitación y fue entonces cuando aquel ser se reveló ante ella antes de que pudiese hacer algo. Nunca se esperó, entre todas las personas que había conocido en su vida, encontrarse con ese hombre. Alaric Bourgeois había emergido entre las sombras como un depredador voraz que se hallaba al acecho; Azzuen, en su sano juicio, jamás había imaginado tal cosa.
—Pero... ¿Qué crees que estás haciendo? ¿Te has vuelto loco o qué diablos te pasa? —Exclamó al verse frente al hombre, mientras le escudriñaba con la mirada—. Lo menos que quería era esto... Ya lárgate antes de que tu presencia me de una jaqueca.
Aunque en un principio le sorprendía que Alaric estuviera ahí, logró relajarse un poco. Pero la duda aún le punzaba en la mente y no podía hacer más nada sino que desconfiar en él. ¿Qué estaba haciendo ahí? Era ridículo, sólo se habían visto una vez. Algo no encajaba en ese rompecabezas, lo que llevó a Azzuen a alejarse lo suficiente del hombre. En un movimento rápido, pasó de estar en la orilla de la cama a hallarse en la cabecera.
—Te hice una pregunta, lo más correcto es que me respondas... ¿Qué estás haciendo aquí? —Volvió a preguntar, esta vez con más seriedad. La escocesa no sabía qué esperar de aquel sujeto, tenía una mala corazonada de todo esto y en definitiva, él no parecía ir para una visita casual. ¿Quién era en realidad, ¿se trataría de un inquisidor o un cazador? No lo dudaba.
Dormir en ese momento se hizo complicado a pesar de estar agotada por toda la odisea del día. Su mente no estaba en paz, pero se sentía tan decaída que la magia y la razón no lograban estar de acuerdo en ese instante. Quizás se estaba volviendo paranoica a pesar de saber que en París iba a estar medianamente bien. Pero lo bueno no dura para siempre, eso era lo que intrigaba a Azzuen, creía que en cualquier momento las sombras de su pasado la consumirían y estaba en lo correcto.
Repentinamente, su mundo de ensueño se había convertido en una molesta pesadilla. Mientras reposaba plácidamente entre las sábanas, una voz perturbó su descanso. La respiración le falló por unos segundos y sus párpados no quisieron abrirse para descubrir quién era el causante de tales palabras. Azzuen creyó, por un instante, que conocía aquella voz, pero quizás por el mismo temor, terminó haciendo a un lado esa posibilidad. Sin embargo, tampoco podía quedarse de brazos cruzados, en un principio si logró conmocionarse un poco, ahora le tocaba enfrentar a lo que se ocultaba en la habitación y fue entonces cuando aquel ser se reveló ante ella antes de que pudiese hacer algo. Nunca se esperó, entre todas las personas que había conocido en su vida, encontrarse con ese hombre. Alaric Bourgeois había emergido entre las sombras como un depredador voraz que se hallaba al acecho; Azzuen, en su sano juicio, jamás había imaginado tal cosa.
—Pero... ¿Qué crees que estás haciendo? ¿Te has vuelto loco o qué diablos te pasa? —Exclamó al verse frente al hombre, mientras le escudriñaba con la mirada—. Lo menos que quería era esto... Ya lárgate antes de que tu presencia me de una jaqueca.
Aunque en un principio le sorprendía que Alaric estuviera ahí, logró relajarse un poco. Pero la duda aún le punzaba en la mente y no podía hacer más nada sino que desconfiar en él. ¿Qué estaba haciendo ahí? Era ridículo, sólo se habían visto una vez. Algo no encajaba en ese rompecabezas, lo que llevó a Azzuen a alejarse lo suficiente del hombre. En un movimento rápido, pasó de estar en la orilla de la cama a hallarse en la cabecera.
—Te hice una pregunta, lo más correcto es que me respondas... ¿Qué estás haciendo aquí? —Volvió a preguntar, esta vez con más seriedad. La escocesa no sabía qué esperar de aquel sujeto, tenía una mala corazonada de todo esto y en definitiva, él no parecía ir para una visita casual. ¿Quién era en realidad, ¿se trataría de un inquisidor o un cazador? No lo dudaba.
Azzuen Collingwood- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 04/07/2015
Localización : París, Francia
Re: Mi Guerra [Privado]
Ni siquiera intento esconder la sonrisa que le provocaba verla confundida por su presencia, le pareció hasta gracioso que pelease tanto con el sueño que incluso cuando se presentaba un desconocido en medio de la noche en su habitación, era incapaz de abrir los ojos y se retorcía en la cama de una forma muy poco agraciada y propia de alguien de la alta cuna que tanto cuidaba su imagen. Aquella bruja que más parecía una serpiente perezosa, torpe y llena de veneno ardiente para inyectar a quien se encontrase en su camino por mero capricho, que a una persona hecha y derecha. De hecho, de pronto el recuerdo ardió en su memoria como lo había hecho días atrás su propia piel bajo el toque infernal de la pelirroja quien le había atacado en una de las fiestas privadas a las que se veia obligado a asistir como guardaespaldas de una mujer tan adinerada como ignorante de la naturaleza de sus invitados. La quemadura continuaba allí como tantas otras marcas de anteriores enfrentamientos con sobrenaturales pero, de alguna forma, aquella osadía le había enfurecido lo suficiente para ir a buscarla a su propia habitación sin considerar demasiado las consecuencias que podría traer o las personas en habitaciones adyacentes, desafiando sus propias reglas
-¿Creías que ibas a quemarme y salirte con la tuya, sin más? –Si era realmente así, la mujer debía tener más problemas en su cabecita que el mismo y eso era decir bastante respecto al tema. Pero la ingenuidad no era como la locura, ni tenia las mismas bases así que quizás solo había tenido la fortuna (o el desagrado, dependiendo quien mirara) de que en su pasado muchos hombres le permitieran tales altanerías, perdonándola quizas por su status social que le convenían ciertos privilegios. Aunque eso a Alaric poco le importaba: las reglas legales, las normas sociales y cuestiones morales eran un mundo ajeno a el. La justicia la dictaba el para su propia consciencia – No, no me ire o al menos no tan pronto o hasta haber cumplido para lo que vine – contesto, observando cómo se arrastraba al lado contrario de la cama como si eso fuera realmente a servirle de algo -Te he respondido la pregunta, eres tu la que no esta respondiendo y ya que eres “tan inteligente” como dijiste en la fiesta…¿porque no deduces tu solita la respuesta, Bruja? – dijo con un tono humorístico y despectivo de su condición mientras avanzaba por el lateral hacia la escocesa con un gesto sombrio. Nada odiaba mas él que las hechiceras como ella, mentirosas que engañaban con sus trucos la mente del ser humano por capricho y mala voluntad. Este mismo odio lo obligaba a detenerse y calcular sus represalias, medirlos para que sean dolorosas como jamás lo seria con los sobrenaturales de piel resistente y mágica que curaban heridas y mucho menos les entregaría una muerte piadosamente rápida. No, el quería ver el miedo y el odio reflejado en sus ojos, que lo maldijeran mil veces antes desaparecer en una muerte agónica…pero antes, antes tenían que tener miedo y terror; entender que su error era el de existir y no abandonar su esencia primigenia. –HABLA– vocifero entonces, sujetándola sorpresivamente de cuello y apretando lo suficiente solo para que no pudiera escaparse de su agarre. Si lograba dominarla, aquel juego podria incluso resultar beneficioso
-¿Creías que ibas a quemarme y salirte con la tuya, sin más? –Si era realmente así, la mujer debía tener más problemas en su cabecita que el mismo y eso era decir bastante respecto al tema. Pero la ingenuidad no era como la locura, ni tenia las mismas bases así que quizás solo había tenido la fortuna (o el desagrado, dependiendo quien mirara) de que en su pasado muchos hombres le permitieran tales altanerías, perdonándola quizas por su status social que le convenían ciertos privilegios. Aunque eso a Alaric poco le importaba: las reglas legales, las normas sociales y cuestiones morales eran un mundo ajeno a el. La justicia la dictaba el para su propia consciencia – No, no me ire o al menos no tan pronto o hasta haber cumplido para lo que vine – contesto, observando cómo se arrastraba al lado contrario de la cama como si eso fuera realmente a servirle de algo -Te he respondido la pregunta, eres tu la que no esta respondiendo y ya que eres “tan inteligente” como dijiste en la fiesta…¿porque no deduces tu solita la respuesta, Bruja? – dijo con un tono humorístico y despectivo de su condición mientras avanzaba por el lateral hacia la escocesa con un gesto sombrio. Nada odiaba mas él que las hechiceras como ella, mentirosas que engañaban con sus trucos la mente del ser humano por capricho y mala voluntad. Este mismo odio lo obligaba a detenerse y calcular sus represalias, medirlos para que sean dolorosas como jamás lo seria con los sobrenaturales de piel resistente y mágica que curaban heridas y mucho menos les entregaría una muerte piadosamente rápida. No, el quería ver el miedo y el odio reflejado en sus ojos, que lo maldijeran mil veces antes desaparecer en una muerte agónica…pero antes, antes tenían que tener miedo y terror; entender que su error era el de existir y no abandonar su esencia primigenia. –HABLA– vocifero entonces, sujetándola sorpresivamente de cuello y apretando lo suficiente solo para que no pudiera escaparse de su agarre. Si lograba dominarla, aquel juego podria incluso resultar beneficioso
Alaric Bourgeois- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 04/07/2015
Re: Mi Guerra [Privado]
Alma que siempre disconforme de ella,
Como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
Por ser el buque en marcha de la estrella.
—Alfonsina Storni.
Como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
Por ser el buque en marcha de la estrella.
—Alfonsina Storni.
Definitivamente el destino tenía que estar en su contra. Necesitaba paz, necesitaba calmar su ansiedad, quería que su pasado no la mortificara tanto, sólo deseaba ser una persona común, pero Azzuen, muy dentro de ella, sabía que no iba a ser posible.
Había nacido en una familia nada convencional y no era por el hecho de que sus miembros fuesen personas de mal vivir, sino que su condición les acarreaba problemas. Que los Collingwood estuvieran organizados en una orden de hechiceros, no era nada sencillo y mucho menos en aquella época, cuando la Santa Inquisición y algunos cazadores se dedicaban a exterminar a los sobrenaturales sin piedad alguna; el libre culto y algunas otras creencias, que aún se consideraban paganas, estaban mal vistas y por dicha razón, las prácticas de la gran mayoría de brujos, magos, alquimistas, entre otros, debía hacerse de manera reservada sin levantar demasiadas sospechas.
Azzuen nunca se acostumbró a eso, la magia tenía su lado divertido, pero le veía más dificultades que otra cosa. Desde la muerte de su abuela, las cosas habían cambiado drásticamente en su vida. Se sentía incompleta, desequilibrada, como si algo en ella le faltase. Pero no podía dejarse abatir, tenía que intentar salir adelante pese a las circunstancias. Al menos había heredado esa fortaleza de sus abuelos, quienes siempre se mantenían con buen ánimo y en constante lucha contra las tormentas que pudiesen amenazar su calma. Conservaba todas aquellas enseñanzas de la infancia en su corazón y hacía el mayor de los esfuerzos para que al menos esos recuerdos la mantuvieran sana y sobre todo, viva.
Sin embargo, aquella paz que había logrado conservar desde su llegada a París se acabó.
Desde luego, ella no esperaba semejante sorpresa. Pudo haber pensado en otras cosas, pero no en que un extraño fuera a irrumpir en su habitación en plena noche. ¿Quién en su sano juicio hacia algo así? Sólo aquel loco que se hacía llamar Alaric Bourgeois. Azzuen se refregó el rostro con las manos, mientras en su mente se paseaban varias posibilidades del porqué él estaba ahí y con esa actitud que estaba empezando a fastidiarla. Aunque en un principio si había logrado asustarla un poco, quizás, por la misma impresión, a medida que transcurrían los segundos las cosas en su interior iban cambiando y con ellas, el ritmo de su respiración.
La ira iba apoderándose lentamente de Azzuen y no estaba haciendo nada para evitarlo, era parte de su naturaleza. Los ignis eran brujos elementales dominados por el fuego, por dicha razón, solían ser impulsivos y a veces la cólera se apoderaba de ellos, obligándolos a atacar sin pensárselo mucho.
—Estás loco —murmuró, observando al hombre con desprecio—. ¿Quemarte? ¿De qué diablos estás hablando?
La mente de la hechicera se había convertido en un lío, no entendía de qué estaba hablando aquel hombre. Lo recordaba de algún lado, pero le prestó demasiada atención en su momento.
— ¡No sé de qué demonios hablas! —Exclamó.
Ya no estaba nerviosa, tampoco tan molesta. Le miró cuando éste se acercaba y lo desafió con la mirada a pesar de que su cuerpo se encontraba rígido. Sintió sus mejillas calientes y la sangre hirviéndole por dentro cuando las manos masculinas fueron a parar en su cuello. Azzuen no mostró miedo o resistencia, sino más bien odio. La respiración le estaba fallando, pero era más la ira que iba creciendo en su interior, que la obligó a tomar la lámpara que estaba en el velador al lado de su cama y como pudo, ya casi asfixiada, golpeó la cabeza del hombre. Esperaba que el impacto hubiera sido lo suficientemente fuerte como para obligarlo a soltarla.
Había nacido en una familia nada convencional y no era por el hecho de que sus miembros fuesen personas de mal vivir, sino que su condición les acarreaba problemas. Que los Collingwood estuvieran organizados en una orden de hechiceros, no era nada sencillo y mucho menos en aquella época, cuando la Santa Inquisición y algunos cazadores se dedicaban a exterminar a los sobrenaturales sin piedad alguna; el libre culto y algunas otras creencias, que aún se consideraban paganas, estaban mal vistas y por dicha razón, las prácticas de la gran mayoría de brujos, magos, alquimistas, entre otros, debía hacerse de manera reservada sin levantar demasiadas sospechas.
Azzuen nunca se acostumbró a eso, la magia tenía su lado divertido, pero le veía más dificultades que otra cosa. Desde la muerte de su abuela, las cosas habían cambiado drásticamente en su vida. Se sentía incompleta, desequilibrada, como si algo en ella le faltase. Pero no podía dejarse abatir, tenía que intentar salir adelante pese a las circunstancias. Al menos había heredado esa fortaleza de sus abuelos, quienes siempre se mantenían con buen ánimo y en constante lucha contra las tormentas que pudiesen amenazar su calma. Conservaba todas aquellas enseñanzas de la infancia en su corazón y hacía el mayor de los esfuerzos para que al menos esos recuerdos la mantuvieran sana y sobre todo, viva.
Sin embargo, aquella paz que había logrado conservar desde su llegada a París se acabó.
Desde luego, ella no esperaba semejante sorpresa. Pudo haber pensado en otras cosas, pero no en que un extraño fuera a irrumpir en su habitación en plena noche. ¿Quién en su sano juicio hacia algo así? Sólo aquel loco que se hacía llamar Alaric Bourgeois. Azzuen se refregó el rostro con las manos, mientras en su mente se paseaban varias posibilidades del porqué él estaba ahí y con esa actitud que estaba empezando a fastidiarla. Aunque en un principio si había logrado asustarla un poco, quizás, por la misma impresión, a medida que transcurrían los segundos las cosas en su interior iban cambiando y con ellas, el ritmo de su respiración.
La ira iba apoderándose lentamente de Azzuen y no estaba haciendo nada para evitarlo, era parte de su naturaleza. Los ignis eran brujos elementales dominados por el fuego, por dicha razón, solían ser impulsivos y a veces la cólera se apoderaba de ellos, obligándolos a atacar sin pensárselo mucho.
—Estás loco —murmuró, observando al hombre con desprecio—. ¿Quemarte? ¿De qué diablos estás hablando?
La mente de la hechicera se había convertido en un lío, no entendía de qué estaba hablando aquel hombre. Lo recordaba de algún lado, pero le prestó demasiada atención en su momento.
— ¡No sé de qué demonios hablas! —Exclamó.
Ya no estaba nerviosa, tampoco tan molesta. Le miró cuando éste se acercaba y lo desafió con la mirada a pesar de que su cuerpo se encontraba rígido. Sintió sus mejillas calientes y la sangre hirviéndole por dentro cuando las manos masculinas fueron a parar en su cuello. Azzuen no mostró miedo o resistencia, sino más bien odio. La respiración le estaba fallando, pero era más la ira que iba creciendo en su interior, que la obligó a tomar la lámpara que estaba en el velador al lado de su cama y como pudo, ya casi asfixiada, golpeó la cabeza del hombre. Esperaba que el impacto hubiera sido lo suficientemente fuerte como para obligarlo a soltarla.
Azzuen Collingwood- Hechicero Clase Alta
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Re: Mi Guerra [Privado]
Si hasta ese momento Alaric apenas se estaba divirtiendo con las expresiones de la bruja, sus nuevas palabras le hicieron enojarse rápidamente y por consecuente hacer que sus manos que apenas sostenían el delicado cuello femenino, de pronto se cerraran como garras que le robaran el aire con total facilidad. Odiaba a las brujas y eso no era secreto pero además le enfurecía la desfachatez que esta tenia para dirigirse a él y más aún el que olvidase el motivo de su visita cuando semanas atrás había prendido su brazo en llamas. Era evidente que aquella no albergaba más que sentimientos pútridos y egoístas en su corazón -¿Quemas personas a diario, bruja? No debería ser difícil para ti recordarlo. Vamos, haz el intento- gruño, no como una suave sugerencia pero una orden que acompaño con un tirón para que se bajase de la cama sin esperar que la mujer contra atacase usando la fuerza bruta y no su magia. Lamentablemente para ella, Alaric seguía siendo un cazador y no de aquellos que se sentaban en las pomposas cortes y se habían acostumbrado a la comodidad de las armas a distancia, no. Él se había acostumbrado al combate cuerpo desde joven porque desde que había nacido el mundo se había encargado de ponerlo a prueba y hacerlo soportar todas las vejaciones imaginables que incluso adultos de la actual y futuras épocas desconocían. Habia hecho de su cuerpo una coraza resistente y había aprendido, de forma natural, como defenderse de los golpes de enemigos el doble de fuertes que aquella delgada y débil bruja así que, cuando esta levanto la lámpara ara golpearle astutamente la cabeza, el levanto el brazo contrario para resguardarse , solo perdiendo el equilibrio ante el impacto
-¿Estás loca?!- la sacudió nuevamente, sin aflojar el agarre del cuello pero finalmente optando por sacarla de un nuevo tirón y soltarla en la inercia del movimiento para que cállese al piso abruptamente –Eres valiente, bruja, pero mas estúpida de lo que pensé ¿Qué dirán los del hotel cuando vean este desastre?– miro de soslayo lo que quedaba de la lámpara; pedazos esparcidos de cerámica sobre la que goteaba la sangre que escurría de su antebrazo –Bueno supongo que será el último de sus problemas– casi con desinterés, como si no hubiera sentido rabia jamás por aquel ataque y la bruja, se arremango la camias que llevaba exponiendo la quemadura que la bruja le había causado cuando chocaron en una de esas fiestas y por motivos que solo ella conocía, había decidido atacarle. Alaric estaba seguro de que era por el placer enfermizo de poder hacerlo, nada más.
- La quemadura bruja, es de tu fuego– dio como si aquello no fuera obvio, si todavia no hubiera hecho “click” en su cabeza–no hay demasiados ignis que queden vivos y la mayoría murió por estupideces como la tuya. Explosivos, temperamentales e idiotas - comenzó a caminar hacia el cuerpo caído, reclinándose sobre este mientras desfundaba una larga daga serruchada –y esta noche, sera una menos si no cooperas– presiono el cuchillo contra su mentón, obligándola a levantar la vista y mirarla, pero asegurándose que con cada respiro sintiera el filo amenazador presionar su piel, presionar su esófago tan fácil de quebrar como una ramita.
-¿Estás loca?!- la sacudió nuevamente, sin aflojar el agarre del cuello pero finalmente optando por sacarla de un nuevo tirón y soltarla en la inercia del movimiento para que cállese al piso abruptamente –Eres valiente, bruja, pero mas estúpida de lo que pensé ¿Qué dirán los del hotel cuando vean este desastre?– miro de soslayo lo que quedaba de la lámpara; pedazos esparcidos de cerámica sobre la que goteaba la sangre que escurría de su antebrazo –Bueno supongo que será el último de sus problemas– casi con desinterés, como si no hubiera sentido rabia jamás por aquel ataque y la bruja, se arremango la camias que llevaba exponiendo la quemadura que la bruja le había causado cuando chocaron en una de esas fiestas y por motivos que solo ella conocía, había decidido atacarle. Alaric estaba seguro de que era por el placer enfermizo de poder hacerlo, nada más.
- La quemadura bruja, es de tu fuego– dio como si aquello no fuera obvio, si todavia no hubiera hecho “click” en su cabeza–no hay demasiados ignis que queden vivos y la mayoría murió por estupideces como la tuya. Explosivos, temperamentales e idiotas - comenzó a caminar hacia el cuerpo caído, reclinándose sobre este mientras desfundaba una larga daga serruchada –y esta noche, sera una menos si no cooperas– presiono el cuchillo contra su mentón, obligándola a levantar la vista y mirarla, pero asegurándose que con cada respiro sintiera el filo amenazador presionar su piel, presionar su esófago tan fácil de quebrar como una ramita.
Alaric Bourgeois- Cazador Clase Alta
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Re: Mi Guerra [Privado]
Sentía como la ira iba aumentando lentamente en su interior; era como una pequeña flama que iba creciendo para convertirse en un gran incendio. Por más que intentara luchar contra su propia irritabilidad, con la presencia de aquel hombre, era casi imposible. Las palabras que le dirigía, sólo hacían que se asqueara completamente y con mayor motivo, cuando recordó, que por culpa de un cazador, su abuela Jeanette no estaba a su lado. Aquel rencor, que pensó había desaparecido, volvió a surgir en su corazón, junto con la ansiedad de la que era presa desde hacía muchísimos años. El deseo de destrucción empezaba a apoderarse de sus pensamientos.
Entre la venganza, el odio y la desesperación, Azzuen iba cediendo, lentamente, al más puro impulso de dejar que todo desapareciera, y eso significaba una sola cosa: Agotar sus energías para que el fuego se hiciera presente y quemara todo a su paso.
La marca del dragón en su espalda, ardió, como la primera vez en que fue hecha.
Los hechiceros ignis, provenían de un linaje de caballeros medievales que adoraban a los dragones y a las salamandras. Se unieron a éstos y fueron entrenados para ser los herederos del fuego. Debían su poder a sus emociones; dominar el fuego los volvía iracundos y violentos. Pero muchos lograron demostrar que no eran necesariamente así y lograron, de cierto modo, equilibrar la balanza, gracias a la ayuda de los brujos Aqua, quienes se aliaron a los Ignis, tiempo después.
De un momento a otro, las palabras del cazador se dispersaron en el aire, como si nunca hubieran sido formuladas. Su dragón interno iba en ascendencia. Podía escuchar los redobles de los tambores en su mente, las voces de los ancestros honrando a las llamas de las hogueras y al enorme dragón rojo flotando sobre éstas. Azzuen apenas podía respirar y aunque una parte de ella, le reclamaba que se detuviera, que no dejara que el espíritu ignis se apoderara de ella, ella no hizo demasiado caso. El caso es que tampoco estaba preparada para controlar semejante poder y su cuerpo no iba a resistir más si la temperatura iba en ascenso, amenazando con nublar su conciencia. Ni siquiera pareció intimidarse por el el filo del puñal en su mentón. Sólo le miró, sin ningún gesto en su rostro. Sus pupilas iban diltándose hasta que sus ojos perdieron brillo.
—El único que deberías cooperar eres tú —dijo en voz baja—. ¿Crees que por ser cazador puedes amedrentar a cualquiera con tu prepotencia? —Sonrió al momento en que cerraba sus ojos—. ¿Qué tantos sabes sobre los Ignis? O mejor dicho... ¿Qué tanto saben los tuyos sobre una estirpe tan antigua como la de esos magos? Apenas han lidiado con un par en todas sus generaciones, pero jamás han visto a un auténtico dragón.
Y tras éstas palabras, dijo otras, en un lenguaje desconocido. Azzuen despertó a los espectros de su mente y éstos empezaron a generar ilusiones a su alrededor. Su conciencia imitó el calor, las tonalidades de las llamas y hasta el sonido que hace el fuego al crepitar. Todo se quemaba a su alrededor, mientras que el cuerpo de la hechicera iba agrietándose como lo haría si fuese lanzado a una hoguera. Aquella ilusión parecía cada vez más real y con su creación, la energía de la joven iba desgastándose lentamente.
Entre la venganza, el odio y la desesperación, Azzuen iba cediendo, lentamente, al más puro impulso de dejar que todo desapareciera, y eso significaba una sola cosa: Agotar sus energías para que el fuego se hiciera presente y quemara todo a su paso.
La marca del dragón en su espalda, ardió, como la primera vez en que fue hecha.
Los hechiceros ignis, provenían de un linaje de caballeros medievales que adoraban a los dragones y a las salamandras. Se unieron a éstos y fueron entrenados para ser los herederos del fuego. Debían su poder a sus emociones; dominar el fuego los volvía iracundos y violentos. Pero muchos lograron demostrar que no eran necesariamente así y lograron, de cierto modo, equilibrar la balanza, gracias a la ayuda de los brujos Aqua, quienes se aliaron a los Ignis, tiempo después.
De un momento a otro, las palabras del cazador se dispersaron en el aire, como si nunca hubieran sido formuladas. Su dragón interno iba en ascendencia. Podía escuchar los redobles de los tambores en su mente, las voces de los ancestros honrando a las llamas de las hogueras y al enorme dragón rojo flotando sobre éstas. Azzuen apenas podía respirar y aunque una parte de ella, le reclamaba que se detuviera, que no dejara que el espíritu ignis se apoderara de ella, ella no hizo demasiado caso. El caso es que tampoco estaba preparada para controlar semejante poder y su cuerpo no iba a resistir más si la temperatura iba en ascenso, amenazando con nublar su conciencia. Ni siquiera pareció intimidarse por el el filo del puñal en su mentón. Sólo le miró, sin ningún gesto en su rostro. Sus pupilas iban diltándose hasta que sus ojos perdieron brillo.
—El único que deberías cooperar eres tú —dijo en voz baja—. ¿Crees que por ser cazador puedes amedrentar a cualquiera con tu prepotencia? —Sonrió al momento en que cerraba sus ojos—. ¿Qué tantos sabes sobre los Ignis? O mejor dicho... ¿Qué tanto saben los tuyos sobre una estirpe tan antigua como la de esos magos? Apenas han lidiado con un par en todas sus generaciones, pero jamás han visto a un auténtico dragón.
Y tras éstas palabras, dijo otras, en un lenguaje desconocido. Azzuen despertó a los espectros de su mente y éstos empezaron a generar ilusiones a su alrededor. Su conciencia imitó el calor, las tonalidades de las llamas y hasta el sonido que hace el fuego al crepitar. Todo se quemaba a su alrededor, mientras que el cuerpo de la hechicera iba agrietándose como lo haría si fuese lanzado a una hoguera. Aquella ilusión parecía cada vez más real y con su creación, la energía de la joven iba desgastándose lentamente.
Azzuen Collingwood- Hechicero Clase Alta
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Re: Mi Guerra [Privado]
Lo que molestaba a Alaric de los brujos no era solo su capacidad mágica de deformar la realidad, o mejor dicho, aquello no le molestaba más que la habilidad de ciertas personas de construir innumerables mascaras para esconder quienes eran. No, el problema del cazador se fundaba en la incapacidad que tenían los hechiceros en controlar sus poderes y aunque Azzuen podría culpar a su temperamento, o inclusive al elemento inestable e indómito que controlaba, Burgeois había visto esa falencia en miles de otros como ella que, ante el menor signo de stress, exudaban catastróficas cantidades de magia de forma casi inconsciente. Mr B había intentado explicarle que esto se debía a la conexión que existía entre la magia y las emociones, o que era meramente una forma de auto-defensa automática pero esto no había bastado al joven cazador pues para él, aquellas eran pobres excusas, si no sabían templar su magia, dejarlos libres eran tan arriesgados como darle una ballesta a un mono y esperar buenos resultados. No, la solución era matarlos o poner en ellos una cadena restrictiva que aplacara sus energías, aunque y debido a la misma conexión de la que había hablado su benefactor, esto podría significar reducir a los brujos a seres enfermizos, apáticos y dolientes que pronto perderian la cabeza. Ni siquiera Alaric era tan sadista para desearle aquello a nadie asi que optaba por el acto “piadoso” de matarlos
-No roja, no entiendes. Creo que porque soy cazador, soy quien amenaza– aunque no sabia a que se refería con “amedrentar” se las ingenió para dar vuelta la frase y responder como él quería aunque esto pareció no tener importancia para la bruja quien cerro los ojos, como si no importase el peligro de muerte, incluso cuando el filo del cuchillo corto la piel y ríos de sangre roja bañaron su clavícula. Aquella extraña paz que se alejaba del instinto más primitivo de sobrevivir, alertaba al cazador de que volvería a ser testigo de la magia de la bruja –¿Quién te dio permiso para dormir?– sin soltar el cuchillo contra el cuello, con la otra mano le dio unas palmadas, mas bien fuertes y poco corteses, en la mejilla –Ni se te ocurra hacer una idiotez, Collingwood; si incendias este lugar darás más motivos a la agencia para ir detrás de los pocos que quedan como tú– su comentario, lejos de evitar que la chica reprimiera su poder, pareció ser lo que necesitaba para hacerlo estallar y de pronto el cuarto se vio envuelto en un torbellino de llamas, cenizas y humo ¿Cómo avanzaba tan rápido el fuego? Cada pedazo de la habitación, sea inflamable o no, parecía arder. Quizas debio darse cuenta él de ello pero Alaric, que si tenia un sentido de supervivencia, no reparo en este detalle mientras se apresuraba a abrir las ventanas y regresar por la bruja para sacarla de allí. El quizás no era un genio pero sabia que no matabas a un pez ahogándolo en el mar y que un dragón, un ignis, no podía se devorado por las llamas. Incluso como hibrida, Azzuen tenía más probabilidades que el de sobrevivir al incendio y él no iba a dejar ninguna de sus muertes a tientas del destino.
Cuando salio a la oscuridad de la noche, noto con alivio que no había ningún parisino en las calles que pudiera notar los cuerpos que escapaban por la ventana de un hotel, a muchos metros del suelo. Era demasiado tarde y la mayoría de ellos dormían, quienes no, frecuentaban bares o cazaban; pero los vampiros y ebrios poca atención iba a poner en aquella extraña escena en la que el cazador secuestraba a la princesa de la torre. Una torre de la que desearía jamas haber salido.
-No roja, no entiendes. Creo que porque soy cazador, soy quien amenaza– aunque no sabia a que se refería con “amedrentar” se las ingenió para dar vuelta la frase y responder como él quería aunque esto pareció no tener importancia para la bruja quien cerro los ojos, como si no importase el peligro de muerte, incluso cuando el filo del cuchillo corto la piel y ríos de sangre roja bañaron su clavícula. Aquella extraña paz que se alejaba del instinto más primitivo de sobrevivir, alertaba al cazador de que volvería a ser testigo de la magia de la bruja –¿Quién te dio permiso para dormir?– sin soltar el cuchillo contra el cuello, con la otra mano le dio unas palmadas, mas bien fuertes y poco corteses, en la mejilla –Ni se te ocurra hacer una idiotez, Collingwood; si incendias este lugar darás más motivos a la agencia para ir detrás de los pocos que quedan como tú– su comentario, lejos de evitar que la chica reprimiera su poder, pareció ser lo que necesitaba para hacerlo estallar y de pronto el cuarto se vio envuelto en un torbellino de llamas, cenizas y humo ¿Cómo avanzaba tan rápido el fuego? Cada pedazo de la habitación, sea inflamable o no, parecía arder. Quizas debio darse cuenta él de ello pero Alaric, que si tenia un sentido de supervivencia, no reparo en este detalle mientras se apresuraba a abrir las ventanas y regresar por la bruja para sacarla de allí. El quizás no era un genio pero sabia que no matabas a un pez ahogándolo en el mar y que un dragón, un ignis, no podía se devorado por las llamas. Incluso como hibrida, Azzuen tenía más probabilidades que el de sobrevivir al incendio y él no iba a dejar ninguna de sus muertes a tientas del destino.
Cuando salio a la oscuridad de la noche, noto con alivio que no había ningún parisino en las calles que pudiera notar los cuerpos que escapaban por la ventana de un hotel, a muchos metros del suelo. Era demasiado tarde y la mayoría de ellos dormían, quienes no, frecuentaban bares o cazaban; pero los vampiros y ebrios poca atención iba a poner en aquella extraña escena en la que el cazador secuestraba a la princesa de la torre. Una torre de la que desearía jamas haber salido.
Última edición por Alaric Bourgeois el Jue Jul 07, 2016 2:20 pm, editado 1 vez
Alaric Bourgeois- Cazador Clase Alta
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Re: Mi Guerra [Privado]
La ira y el rencor se arremolinaban en su corazón como lo haría un barco que es atraído por un remolino en el mar. Aquel odio hacia los cazadores, a quienes consideraba una terrible plaga de personas mediocres y diabólicas, iba creciendo como el ardor de la cicatriz con forma de dragón que se hallaba perfectamente marcada en su espalda. Algo le gritaba que se detuviera, que debía pensar en las consecuencias, pero su temperamento se lo impedía; se había dejado cegar por la ansiedad y el resentimiento, que con los años, fueron convirtiéndose en ogros silenciosos en su interior. Y no se trataba por el simple hecho de ser una bruja, sino porque al igual que muchos, era una humana, alguien que podía amar hasta que le doliera u odiar de la misma manera.
Su conciencia Sólo se aferró a los recuerdos lacerantes que manaban de manera inevitable, creando a su vez, una ilusión que parecía ser muy real. Los espectros mortíferos de su mente iban apoderándose de las energías que apenas conservaba, haciéndole creer al cazador que el lugar se despedazaba entre las llamas amenazantes que surgieron de la nada; simplemente aparecieron consumiendo todo cuanto tocaban, mientras el cuerpo de la hechicera iba despedazándose por dentro.
Quizás pudo haber sido su final. Quizás la muerte la abrazaría por toda la eternidad y ya no tendría que preocuparse de las dificultades de este mundo. Pero no fue así. A medida que su esencia iba desvaneciéndose lentamente, a causa de aquella ilusión que generaba su mente, una voz cercana, familiar y cálida, le habló. Los momentos felices de su infancia al lado de sus seres queridos, surgieron como las estrellas del firmamento, anunciando que la noche no siempre sería tan oscura. Sus miedos se disiparon tras las palabras de Jeanette, cuya voz iba alejándose como se desvanece el eco en una montaña. Azzuen deseó poder ver su rostro hablándole, pero de igual manera, saber que su amada abuela estaba a su lado hizo que reaccionara, que volviera a la realidad y que un valor desconocido creciera en lo más profundo de su corazón. Era muy pronto para tentar a la muerte y caer bajo el dulce encanto de su voraz aleteo.
Abrió los ojos de par en par y se encontró con una escena desconocida. No obstante, pudo reconocer la fachada del hotel en donde se había hospedado, las calles que rodeaban el lugar y hasta los otros edificios que estaban alrededor. Sobre ella se alzaba el cielo nocturno y apenas podía escuchar el viento soplando con parsimonía. El trance la había abandonado por completo, lo mismo que hizo la ilusión surgida en su habitación. En ese momento quiso golpear al cazador que prácticamente la había raptado, pero hacerlo sólo traería consecuencias terribles y ella ya no quería estar tan cerca de la muerte como hace minutos atrás.
—¡Por Dios! Eres un maldito demente, ¿a dónde pretendes llevarme? —Inquirió, aún con la cabeza dándole vueltas. Lo que había hecho dejó factura y podía sentir el cansancio acumulándose más en cada músculo de su cuerpo—. ¿Estás consciente de que si hago cualquier cosa estúpida, caeremos el vacío? Yo podría salvarme, pero quizás... no tú.
Su conciencia Sólo se aferró a los recuerdos lacerantes que manaban de manera inevitable, creando a su vez, una ilusión que parecía ser muy real. Los espectros mortíferos de su mente iban apoderándose de las energías que apenas conservaba, haciéndole creer al cazador que el lugar se despedazaba entre las llamas amenazantes que surgieron de la nada; simplemente aparecieron consumiendo todo cuanto tocaban, mientras el cuerpo de la hechicera iba despedazándose por dentro.
Quizás pudo haber sido su final. Quizás la muerte la abrazaría por toda la eternidad y ya no tendría que preocuparse de las dificultades de este mundo. Pero no fue así. A medida que su esencia iba desvaneciéndose lentamente, a causa de aquella ilusión que generaba su mente, una voz cercana, familiar y cálida, le habló. Los momentos felices de su infancia al lado de sus seres queridos, surgieron como las estrellas del firmamento, anunciando que la noche no siempre sería tan oscura. Sus miedos se disiparon tras las palabras de Jeanette, cuya voz iba alejándose como se desvanece el eco en una montaña. Azzuen deseó poder ver su rostro hablándole, pero de igual manera, saber que su amada abuela estaba a su lado hizo que reaccionara, que volviera a la realidad y que un valor desconocido creciera en lo más profundo de su corazón. Era muy pronto para tentar a la muerte y caer bajo el dulce encanto de su voraz aleteo.
Abrió los ojos de par en par y se encontró con una escena desconocida. No obstante, pudo reconocer la fachada del hotel en donde se había hospedado, las calles que rodeaban el lugar y hasta los otros edificios que estaban alrededor. Sobre ella se alzaba el cielo nocturno y apenas podía escuchar el viento soplando con parsimonía. El trance la había abandonado por completo, lo mismo que hizo la ilusión surgida en su habitación. En ese momento quiso golpear al cazador que prácticamente la había raptado, pero hacerlo sólo traería consecuencias terribles y ella ya no quería estar tan cerca de la muerte como hace minutos atrás.
—¡Por Dios! Eres un maldito demente, ¿a dónde pretendes llevarme? —Inquirió, aún con la cabeza dándole vueltas. Lo que había hecho dejó factura y podía sentir el cansancio acumulándose más en cada músculo de su cuerpo—. ¿Estás consciente de que si hago cualquier cosa estúpida, caeremos el vacío? Yo podría salvarme, pero quizás... no tú.
Azzuen Collingwood- Hechicero Clase Alta
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Re: Mi Guerra [Privado]
Alaric no era una persona muy compleja y su filosofía de la vida era más bien básica. Sobrevivir era el fin último y los medios que se utilizaran para ello, eran imposibles de ser egoístas dado que obedecían una naturaleza mayor que las leyes o normas humanas, idiotas según el cazador quien, por esta misma idea, era incapaz de comprender el suicidio o el deseo de muerte. Le disgustaban aquellas personas como le desagradaban las presas que rogaban por su vida en vez de pelear. Como si el llanto húmedo fuera ablandar el hierro de la espada, a desviar las flechas que apuntan a su asustado corazoncito. Y si no conseguían detener las armas en movimiento ¿Por qué habrían de afectar al brazo que las empuñaba? Alaric era una persona sencilla y dado que era sencilla, solo seguía un camino….y vaya que lo seguía. Poco servían los argumentos una vez que había fichado a alguien y muy pocas negociaciones habían logrado llegar a buen puerto con él, no porque no diera cabida a ellas pero porque generalmente pocas cosas tenia que ofrecer una presa a punto de morir que satisficiera a un cazador tanto como la recompensa de un trabajo bien realizado. ¿y cuando era asi de personal? Que considerara escucharla era tan extraño como ver una cometa en el cielo nocturno y Azzuen ya podía considerarse o la mas maldita en toda Francia, o una persona con mucha, muchísima suerte dependiendo como mirase
-Imagino que no serás tan estúpida – le respondido secamente mientras avanzaba por las salientes que conectaban las diferentes ventanas, procurando sostenerla con la fuerza suficiente para que no se retorciera ni le interrumpiera la visibilidad pues se estaban dirigiendo hacia una cornisa, a una de las tantas esquinas del hotel que se pegaba a una antigua casa varios metros por debajo de su actual ubicación. –Porque salvo sepas convertirte en gato y caer de pie, te romperás las piernas y sufrirás en vano como la muñequita de porcelana que eres, hasta que baje y tenga que ir a buscarte– apretó su cintura, como advertencia para que le observara la cara – y si me haces demorarte mas, te aseguro que te dolerá el doble– Alaric no era idiota – al menos esta vez – sabía que ambos podrían lastimarse si se caían, pero el estaba acostumbrado a todo tipo de golpes y podría maniobrar la caída para no salir tan gravemente herido como ella suponía, después de todo, de ello constaba su trabajo y filosofía ¿No?
- ¿A dónde te llevo? ¿Tsk, que clase de pregunta es esa? Te estoy secuestrando, no llevando de picnic. Ahora silencio y sin patalear – se aseguró de sostenerla fuerte por la cintura antes de dejarse caer. Fue una caída súbita y violenta de apenas de una fracción de segundos en los que procuro, con la mano libre, sostenerse de la cornisa en la que anteriormente estaban parados, dejándolos suspendidos por una fracción de segundos antes de que se volviera a soltar para poder apoyar los pies en el piso inferior, sujetándose rápidamente del marco de la ventana. Era una forma abrupta para bajar y le seria mucho mas sencillo si confiara en que la bruja se sostendría por si misma mientras el descendía pero ni confiaba en ella, ni le daría por cinco minutos lugar a que siguiera usando su magia. Suficiente por una noche.
-Imagino que no serás tan estúpida – le respondido secamente mientras avanzaba por las salientes que conectaban las diferentes ventanas, procurando sostenerla con la fuerza suficiente para que no se retorciera ni le interrumpiera la visibilidad pues se estaban dirigiendo hacia una cornisa, a una de las tantas esquinas del hotel que se pegaba a una antigua casa varios metros por debajo de su actual ubicación. –Porque salvo sepas convertirte en gato y caer de pie, te romperás las piernas y sufrirás en vano como la muñequita de porcelana que eres, hasta que baje y tenga que ir a buscarte– apretó su cintura, como advertencia para que le observara la cara – y si me haces demorarte mas, te aseguro que te dolerá el doble– Alaric no era idiota – al menos esta vez – sabía que ambos podrían lastimarse si se caían, pero el estaba acostumbrado a todo tipo de golpes y podría maniobrar la caída para no salir tan gravemente herido como ella suponía, después de todo, de ello constaba su trabajo y filosofía ¿No?
- ¿A dónde te llevo? ¿Tsk, que clase de pregunta es esa? Te estoy secuestrando, no llevando de picnic. Ahora silencio y sin patalear – se aseguró de sostenerla fuerte por la cintura antes de dejarse caer. Fue una caída súbita y violenta de apenas de una fracción de segundos en los que procuro, con la mano libre, sostenerse de la cornisa en la que anteriormente estaban parados, dejándolos suspendidos por una fracción de segundos antes de que se volviera a soltar para poder apoyar los pies en el piso inferior, sujetándose rápidamente del marco de la ventana. Era una forma abrupta para bajar y le seria mucho mas sencillo si confiara en que la bruja se sostendría por si misma mientras el descendía pero ni confiaba en ella, ni le daría por cinco minutos lugar a que siguiera usando su magia. Suficiente por una noche.
Alaric Bourgeois- Cazador Clase Alta
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Re: Mi Guerra [Privado]
Si antes había pensado que el tipo era estúpido, ahora lo corroboraba con suficientes pruebas. Era demasiado básico y, quizá, un poco estúpido. Azzuen había conocido a otros cazadores en el pasado, y a diferencia de éste, aquellos eran sujetos hábiles, inteligentes, unos predadores que sabían atrapar su presa de manera profesional. Pero, ¿y éste nuevo espécimen qué? Si bien la había hecho enfurecer, al punto de no pensar en su propia vida, ahora sólo le causaba gracia y repulsión, desde luego. Sin embargo, viendo las posibilidades que tenía de escapar, lo mejor era hacerse la tonta; al menos hasta que llegaran al suelo. Aunque él se creyera el ser más valiente de toda Francia, ella seguía siendo una bruja, no muy experta con sus poderes, pero bruja al fin.
—El único estúpido aquí eres tú —espetó con fastidio, entornando los ojos—. ¿Quieres terminar siendo un carbón? ¿Eso quieres? —Inquirió—. Tranquilo, seré tu hada madrina y te concederé ese deseo, sólo por haber molestado al dragón en su torre, pedazo de idiota. —No lo miró, o terminaría arrancándole la nariz de una mordida—. No, tú eres un demente, yo hago magia y eso es suficiente para convertirte en gusano por ser tan tarugo. Ni los inquisidores son tan brutos, ellos, al menos, saben cómo maniobrar. Tú sólo gritas y haces tonterías.
Sí, quería patearle los bajos hasta que llorara sangre, pero se contuvo, ella no era tan salvaje. Por más que aquel sujeto amenazara su cordura, Azzuen, por alguna extraña razón, tal vez porque recordó los consejos de Jeanette, se contuvo.
Los Ignis no eran seres muy nobles cuando los hacían enojar; eran capaces de causar grandes desgracias y acabar con sus enemigos, si así se los proponían. En la antigüedad, eran criaturas bestiales, dotadas con las llamas de un algún dragón legendario, y por supuesto, unos magníficos hechiceros. Sin embargo, con el pasar de los años, aprendieron a controlar parte de su energía, para evitarse conflictos con los demás mortales, a pesar del odio que algunos grupos de cazadores les profesaban. Dispersar aquella ira no iba a hacer tan sencillo. Estaban destinados, prácticamente, a cazarse mutuamente, o eso era lo que creían.
—Mira, yo no sé qué demonios pasa por tu cabeza hueca, pero, eso de querer secuestrarme es lo peor en lo que pudiste haber pensado. —Le miró y enarcó una ceja—, si es que piensas, porque, lo dudo. ¿Imaginas que empiece a gritar y salgan los demás huéspedes del hotel? Te tildarían de loco, llamarían a las autoridades, y colorín colorado, tu locura ha acabado.
Estuvo a punto de gritar cuando sintió que iban a caer al vacío, pero se mordió la lengua, no iba a traicionar su orgullo tan fácilmente. Sólo le dedicó una mirada de odio y le clavó las uñas en los hombros.
—¿Podrías ser menos bruto? Mira que llevas a una muñequita de porcelana —dijo con ironía, deseando que terminaran de bajar ya, o se iba a terminar lanzando al vacío en serio—. ¿Por qué no usaste las pútridas escaleras como una persona normal? Dios mío, hubiera preferido morir calcinada en vez de soportar a este imbécil.
Y sí, ahí vio su oportunidad de escapar, estando a tan sólo escasos metros del suelo. Si se lanzaba, lo más probable es que se hiciera algunos rasguños y moretones, pero nada grave. Sin pensárselo mucho, empezó a removerse como un gusano, intentando zafarse del agarre del cazador, hasta el punto en que, logró caer y terminar tendida en el suelo.
—El único estúpido aquí eres tú —espetó con fastidio, entornando los ojos—. ¿Quieres terminar siendo un carbón? ¿Eso quieres? —Inquirió—. Tranquilo, seré tu hada madrina y te concederé ese deseo, sólo por haber molestado al dragón en su torre, pedazo de idiota. —No lo miró, o terminaría arrancándole la nariz de una mordida—. No, tú eres un demente, yo hago magia y eso es suficiente para convertirte en gusano por ser tan tarugo. Ni los inquisidores son tan brutos, ellos, al menos, saben cómo maniobrar. Tú sólo gritas y haces tonterías.
Sí, quería patearle los bajos hasta que llorara sangre, pero se contuvo, ella no era tan salvaje. Por más que aquel sujeto amenazara su cordura, Azzuen, por alguna extraña razón, tal vez porque recordó los consejos de Jeanette, se contuvo.
Los Ignis no eran seres muy nobles cuando los hacían enojar; eran capaces de causar grandes desgracias y acabar con sus enemigos, si así se los proponían. En la antigüedad, eran criaturas bestiales, dotadas con las llamas de un algún dragón legendario, y por supuesto, unos magníficos hechiceros. Sin embargo, con el pasar de los años, aprendieron a controlar parte de su energía, para evitarse conflictos con los demás mortales, a pesar del odio que algunos grupos de cazadores les profesaban. Dispersar aquella ira no iba a hacer tan sencillo. Estaban destinados, prácticamente, a cazarse mutuamente, o eso era lo que creían.
—Mira, yo no sé qué demonios pasa por tu cabeza hueca, pero, eso de querer secuestrarme es lo peor en lo que pudiste haber pensado. —Le miró y enarcó una ceja—, si es que piensas, porque, lo dudo. ¿Imaginas que empiece a gritar y salgan los demás huéspedes del hotel? Te tildarían de loco, llamarían a las autoridades, y colorín colorado, tu locura ha acabado.
Estuvo a punto de gritar cuando sintió que iban a caer al vacío, pero se mordió la lengua, no iba a traicionar su orgullo tan fácilmente. Sólo le dedicó una mirada de odio y le clavó las uñas en los hombros.
—¿Podrías ser menos bruto? Mira que llevas a una muñequita de porcelana —dijo con ironía, deseando que terminaran de bajar ya, o se iba a terminar lanzando al vacío en serio—. ¿Por qué no usaste las pútridas escaleras como una persona normal? Dios mío, hubiera preferido morir calcinada en vez de soportar a este imbécil.
Y sí, ahí vio su oportunidad de escapar, estando a tan sólo escasos metros del suelo. Si se lanzaba, lo más probable es que se hiciera algunos rasguños y moretones, pero nada grave. Sin pensárselo mucho, empezó a removerse como un gusano, intentando zafarse del agarre del cazador, hasta el punto en que, logró caer y terminar tendida en el suelo.
Azzuen Collingwood- Hechicero Clase Alta
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