AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La Riqueza de las Naciones [Danna Dianceht]
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La Riqueza de las Naciones [Danna Dianceht]
Dos semanas de viaje habían tardado, solo los carruajes y los barcos fletados les habían costado una pequeña suma de dinero, pero las condiciones del mar en el último trayecto del viaje no fue un camino de Rosas. James temía por su familia, aunque a cubierto en un gran barco particular, surcaba el mar hacia el norte, mientras Poseidón parecía arponear con su tridente las marejadas incansables que valieron la salud de más de un hombre. James padecía impasible, sentado día y noche en el camarote sin salir salvo contadas ocasiones, para que le diera la brisa marina. Se le hacía realmente difícil poder viajar, gracias a dios el viaje en barco no duraba más de tres días y hacían noche en más de un puerto por petición especial de James.
Cuando llegaron a Escocia se notaba como la luz que envolvía a París se había quedado tras ellos, el cielo se tornaba más sombrío, pero a pesar de que tuviera la mala fama de un tiempo de perros, Escocia tenía una luz blanca, una luz que dejaba ver un gran territorio de verde, montañas y arboladas. James respiró el aire puro de su patria, notó como el aire le traía el aroma del recuerdo, de la sangre que había derramado y de todos los súbditos bajo sus posesiones y administraciones. Pero habían pasado mucho tiempo desde que decidió volver. No sabía como estaba la sociedad de Escocia por aquel momento, ya que para él el tiempo no era más que algo perenne, algo que continuaba por mucho que las manecillas del reloj pasaran y las calendas cambiaran. Pero como siempre, la población evolucionaba, aunque no siempre de la mejor forma posible. Como conde su responsabilidad recaía en muchos de los condados en los que estaba divida Escocia, pero normalmente residía en Edimburgo. Aún así la potencia que representaba Edimburgo era algo que no pasaba indiferente con el paso del tiempo, económicamente manejaban muchos negocios, sobre todo la industria pañera y la explotación de esos campos, que a pesar de ser escaso el cereal las leguminosas eran abundantes, así como la patata, producto americano que se cultivaba muy bien.
Cuando James dejó todo atado en su casa, se encaminó raudo y veloz al primer salón donde casi toda la alta alcurnia se concentraba para discutir, de manera coloquial los problemas que creían tener. Pero para su sorpresa en el trayecto descubrió a poca gente en la calle, los que estaban en el suelo yacían muertos consumidos. Si algo estaba claro es que Escocia estaba atravesando una crisis, motivo porque el James estaba ahí, pero no sabía hasta donde llegaban los tentáculos de esa crisis. Una vez en el salón saludó a todos los conocidos y presentes y tomó asiento en su lugar correspondiente en la asamblea, cuando el maestro de ceremonia se levantó de su silla, dando con un mazo de madera en la mesa para llamar la atención de los presentes y disipar todos los murmullos de la sala que acabaron en silencio - Damas y Caballeros de Escocia. Me alegro de tenerles a todos aquí y que hayan interrumpidos sus que haceres o hayan tomado los medios necesarios para estar presentes, pues se va a tratar de un tema de vital importancia- dijo el hombro mirando a los lados- Hacía tiempo que nuestra tierra no padecía de enfermedad, las tierras eran fértiles, nuestros oficios eran honrados y explotábamos las tierras lo mejor que podíamos. Pero de unos meses hacia aquí se han precipitado la pérdida de cosechas, algo de lo que dependemos para sobrevivir. No porque lo necesitemos, sino porque los excedentes además los intercambiamos con Europa para obtener el grano. Pero según los especialistas en botánica, nuestras cosechas padecen de algún tipo de enfermedad que se propaga como el hambre. Una plaga a la que no podemos detener y ya hemos perdido- dijo con un potente chorro de voz- dos millones de ciudadanos por hambruna e insuficiencia para poder subsistir. La corona no puede hacer más, salvo enviar de vez en cuanto recursos, dinero y pedir de forma diplomática a los aliados más comida. Pero estamos aquí reunidos para saber que podemos hacer...- el hombre hizo una ligera pausa dio un sorbo a su copa de agua y después se quedó callado- Si alguien tiene algo que alegar...- dijo mirando a todos los presenten que estaban en silencio.
James se apretó el puente de la nariz, cansado. Había escuchado que la gente a la que debía proteger y mantener estaba muriendo de hambre por una plaga. Abrió los ojos con lentitud y se levantó- ¿Cómo ha sido posible esa plaga? Nunca antes la hemos padecido, sin duda alguna, de nuestros productos no sale. La tierra no está enferma, nuestros agricultores solo trabajan con lo que tienen y pueden dar sus tierras. Señores y Señoras- dijo levantándose, con su porte elegante y todo lo largo que era, hablando con una voz fuerte y pausado- Debemos pensar en una solución, pero antes habría que evitar la muerte de más personas. Debemos abrir los campos, para que todos puedan cultivarlo. Quemar las cosechas infectadas e importar grano de fuera. Aunque nos pese , debe ser una inversión que después debemos recuperar, pero lo primero es la vida de las personas- si hubiera tenido más tiempo, habría perfeccionado su discurso, pero todo aquello era nuevo. Los poderosos y arrendatarios estaban callados, escuchando aquella asamblea temiendo a la muerte y la hambruna, pero después de que James hablara, les daba más miedo perder sus posesiones, que estas fueran comunales y dadas a todos de forma equitativa para una producción a nivel general. Algo que no les haría enriquecerse. Si bien James lo sabía y escuchaba los murmullos de los presentes, tachándole de loco y de que se trataba de algo inconcebible, ya que ninguno quería perder la autoridad económica y jurisdiccional de sus tierras - ¿De dónde viene esa plaga que asola nuestras tierras?- preguntó James sin comprender. Aquello le parecía una broma de mal gusto, pero ahora sobre su espalda, peligraba su tierra, su título y su honor. El juramento que hizo de protección a sus vasallos para mantenerlos. Debían actuar y rápido. Pero entre los presentes lo único que se escuchó fuer el murmullo hasta que la voz de una mujer se elevó por encima de todos los demás, la duquesa se dispuso a hablar
Cuando llegaron a Escocia se notaba como la luz que envolvía a París se había quedado tras ellos, el cielo se tornaba más sombrío, pero a pesar de que tuviera la mala fama de un tiempo de perros, Escocia tenía una luz blanca, una luz que dejaba ver un gran territorio de verde, montañas y arboladas. James respiró el aire puro de su patria, notó como el aire le traía el aroma del recuerdo, de la sangre que había derramado y de todos los súbditos bajo sus posesiones y administraciones. Pero habían pasado mucho tiempo desde que decidió volver. No sabía como estaba la sociedad de Escocia por aquel momento, ya que para él el tiempo no era más que algo perenne, algo que continuaba por mucho que las manecillas del reloj pasaran y las calendas cambiaran. Pero como siempre, la población evolucionaba, aunque no siempre de la mejor forma posible. Como conde su responsabilidad recaía en muchos de los condados en los que estaba divida Escocia, pero normalmente residía en Edimburgo. Aún así la potencia que representaba Edimburgo era algo que no pasaba indiferente con el paso del tiempo, económicamente manejaban muchos negocios, sobre todo la industria pañera y la explotación de esos campos, que a pesar de ser escaso el cereal las leguminosas eran abundantes, así como la patata, producto americano que se cultivaba muy bien.
Cuando James dejó todo atado en su casa, se encaminó raudo y veloz al primer salón donde casi toda la alta alcurnia se concentraba para discutir, de manera coloquial los problemas que creían tener. Pero para su sorpresa en el trayecto descubrió a poca gente en la calle, los que estaban en el suelo yacían muertos consumidos. Si algo estaba claro es que Escocia estaba atravesando una crisis, motivo porque el James estaba ahí, pero no sabía hasta donde llegaban los tentáculos de esa crisis. Una vez en el salón saludó a todos los conocidos y presentes y tomó asiento en su lugar correspondiente en la asamblea, cuando el maestro de ceremonia se levantó de su silla, dando con un mazo de madera en la mesa para llamar la atención de los presentes y disipar todos los murmullos de la sala que acabaron en silencio - Damas y Caballeros de Escocia. Me alegro de tenerles a todos aquí y que hayan interrumpidos sus que haceres o hayan tomado los medios necesarios para estar presentes, pues se va a tratar de un tema de vital importancia- dijo el hombro mirando a los lados- Hacía tiempo que nuestra tierra no padecía de enfermedad, las tierras eran fértiles, nuestros oficios eran honrados y explotábamos las tierras lo mejor que podíamos. Pero de unos meses hacia aquí se han precipitado la pérdida de cosechas, algo de lo que dependemos para sobrevivir. No porque lo necesitemos, sino porque los excedentes además los intercambiamos con Europa para obtener el grano. Pero según los especialistas en botánica, nuestras cosechas padecen de algún tipo de enfermedad que se propaga como el hambre. Una plaga a la que no podemos detener y ya hemos perdido- dijo con un potente chorro de voz- dos millones de ciudadanos por hambruna e insuficiencia para poder subsistir. La corona no puede hacer más, salvo enviar de vez en cuanto recursos, dinero y pedir de forma diplomática a los aliados más comida. Pero estamos aquí reunidos para saber que podemos hacer...- el hombre hizo una ligera pausa dio un sorbo a su copa de agua y después se quedó callado- Si alguien tiene algo que alegar...- dijo mirando a todos los presenten que estaban en silencio.
James se apretó el puente de la nariz, cansado. Había escuchado que la gente a la que debía proteger y mantener estaba muriendo de hambre por una plaga. Abrió los ojos con lentitud y se levantó- ¿Cómo ha sido posible esa plaga? Nunca antes la hemos padecido, sin duda alguna, de nuestros productos no sale. La tierra no está enferma, nuestros agricultores solo trabajan con lo que tienen y pueden dar sus tierras. Señores y Señoras- dijo levantándose, con su porte elegante y todo lo largo que era, hablando con una voz fuerte y pausado- Debemos pensar en una solución, pero antes habría que evitar la muerte de más personas. Debemos abrir los campos, para que todos puedan cultivarlo. Quemar las cosechas infectadas e importar grano de fuera. Aunque nos pese , debe ser una inversión que después debemos recuperar, pero lo primero es la vida de las personas- si hubiera tenido más tiempo, habría perfeccionado su discurso, pero todo aquello era nuevo. Los poderosos y arrendatarios estaban callados, escuchando aquella asamblea temiendo a la muerte y la hambruna, pero después de que James hablara, les daba más miedo perder sus posesiones, que estas fueran comunales y dadas a todos de forma equitativa para una producción a nivel general. Algo que no les haría enriquecerse. Si bien James lo sabía y escuchaba los murmullos de los presentes, tachándole de loco y de que se trataba de algo inconcebible, ya que ninguno quería perder la autoridad económica y jurisdiccional de sus tierras - ¿De dónde viene esa plaga que asola nuestras tierras?- preguntó James sin comprender. Aquello le parecía una broma de mal gusto, pero ahora sobre su espalda, peligraba su tierra, su título y su honor. El juramento que hizo de protección a sus vasallos para mantenerlos. Debían actuar y rápido. Pero entre los presentes lo único que se escuchó fuer el murmullo hasta que la voz de una mujer se elevó por encima de todos los demás, la duquesa se dispuso a hablar
James Ruthven- Vampiro/Realeza
- Mensajes : 185
Fecha de inscripción : 05/06/2015
Localización : París - Buckingham Palace
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Re: La Riqueza de las Naciones [Danna Dianceht]
Para todos era sabido que en los últimos meses el caos se estaba adhiriendo a la tierra y por ende, también quienes vivían y se alimentaban de ella. La tierra no estaba seca, y precisamente se encontraban en la estación más lluviosa de cuantas recordaba de antaño, lo que hacía que aquel suceso fuera aún más extraño y terrible en cuanto a consecuencias, pues nadie sabía ni conocía nada de aquel pernicioso brote. Por suerte para su ducado, sus tierras fueron las últimas de Escocia en padecer aquella enfermedad que rápidamente secó y obligó a quemar alguno de los mejores campos, en un intento de evitar el contagio a otras áreas cercanas a la enferma. Contando con todos los campos vírgenes que aún tenía bajo su nombre y tutela, fue fácil buscar otros campos en los que empezar nuevos cultivos. Cualquier intento para guardar a su gente de la hambruna, era bienvenida en los Dianceht y mientras la duquesa disfrutaba de sus días en compañía de Scott quien había iniciado ya con las obras del puerto en su ducado, unos científicos expertos en botánica fueron llamados a sus tierras para pasar una inspección sobre todas las tierras y el grano usado en las parcelas. A los días los avances en sus inspecciones fueron pocas, las tierras y el clima estaban en perfecto estado, el problema residía en las plantas y en sus hojas, y ninguno de los tres científicos encontraba el motivo de la infección hasta pasada una semana, en la que las respuestas acudieron solas tras rastrear la proveniencia de cada una de aquellos cultivos. En especial de uno; el único infectado por el momento.
Sus sirvientes solían acudir cada año a Edimburgo al mercado general en busca de las mejores líneas de grano con las que luego plantar la tierra y conrear las cosechas. Solía enviar siempre a los mismos en aquella importante y tan vital misión, pues mucha de sus gentes vivían del campo y era de vital importancia que la compra fuera satisfactoria para que luego todos los esfuerzos pudieran ser recompensados en una gran y fértil cosecha que diera paz y seguridad a los trabajadores. Este año, no obstante, les habría sido imposible reconocer el grano infectado. A simple ojo esas diferencias no podían verse y el único problema había residido en que aquel grano había estado junto a otro. Precisamente al lado del contaminado. No fue difícil tras días de inspección en el mercado dar con los terrenos que habían usado aquel grano y luego de allí buscar el barco que lo había traído y su lugar de origen. Y eh ahí el problema. No había ningún papel, ni a seguranza de que ese grano fuera totalmente legal. Únicamente pudieron rastrearlo hasta un barco que había anclado hacia unos meses en los terrenos sombríos y poco vigilados de los Tarets, una familia de clase media que vivía de los granos que intercambiaba con otros países. La susodicha familia fue interrogada por los guardias que acompañaban a los científicos y cuando estos hablaron, la verdad como un libro abierto se reveló ante todos.
En los últimos tiempos algunas familias ante la imposibilidad de subir precios o ante generosas deudas que deber, habían tenido que negociar con mercantes, de contrabando, para poder regenerar los productos que vendían. Y usando el grano, que era lo que más falta hacía en Escocia, usaron a esos barcos para pasar mercancías al continente Escocés sin que la guardia pudiese hacer nada por detener esas prácticas, hasta hace poco inexistentes. En cuanto las averiguaciones llegaron a oídos de la duquesa, ardió en ira. La enfermedad de sus tierras, de Escocia entera era producto de unos pocos de sus propios habitantes, y no precisamente de los más pobres, sino de los adinerados. Aquellos que para no ver menguadas sus fortunas obligaban a los comerciantes a bajar el precio de los granos, haciendo que indirectamente aquellos comerciantes se vieran en la obligación de buscar alternativas más baratas para subsistir y poder competir con los demás. Ella nunca se había visto obligada a hacer actos como aquellos, cual sucios por lo mínimo catalogaba. Aquel mismo día, salió hacia Edimburgo donde había oído de una reunión entre la realeza y los nobles para hablar del mal que acechaba sus tierras. Dejó una nota para Scott, relatándole en pocas palabras que había tenido que ausentarse por una fuerza mayor, y que regresaría a poder ser antes de la noche o de que él pudiera leer esa misiva de su mano, y partió.
El camino se hizo en una brevedad, o quizás solo se lo pareció, no obstante al llegar a la ciudad pudo ver la desastrosa realidad de Escocia y temiendo que como decía Scott, Inglaterra aprovechara la vulnerabilidad del momento para apoderarse de sus tierras y reinados, se prometió hacer algo al respecto para que las muertes cesaran y los cultivos volvieran a florecer. En esa reunión establecerían una inmediata actuación por lo mínimo y lo harían, a pesar de durar hasta días aquella reunión, pero nadie saldría de ella hasta establecer los parámetros a usar para frenar aquella desastrosa situación. Y pondría la mano al fuego por ello. Una vez llegó frente al lugar de encuentro, se adentró al salón y sin saludar más que a quienes les eran más cercanos, tomó asiento en su grada correspondiente. La reunión empezó y tras la intervención del maestro de ceremonia, celebró la osadía del conde de Escocia, a quien en demasiadas pocas veces había coincidido y estuvo de acuerdo en cada una de sus palabras. Tal pareciera que su voz fuera la misma que la de ella y esperando que más como él se levantaran o alzaran la voz, descubrió con sorpresa que el silencio parecía ser la respuesta a todo y la negación, lo más sencillo al hablar de compartir sus reservas, hasta que esa tormentosa situación cesara. ¿Cómo podía haber gente así? Se preguntó turbada en ira. También ellos debían de haber dado sus palabras a familias enteras y a trabajadores que dependían enteramente de ellos y de sus míseros sueldos en muchas ocasiones. ¿Y ahora, al hablar de darles una parte de lo propio para la supervivencia de ellos, se ocultaban en mormullos? No, Danna no pudo, ni podía consentirlo.
— ¿Dónde se ha visto nobles escoceses y reinados enteros de fuertes linajes, callados como cervatillos a la espera de que el gran lobo se les coma? — Al hablar, todos los murmullos cesaron y las miradas fueron hacia Danna, quien se levantó de su asiento para ser bien visible para toda aquella gente allí reunida. —Es inaudito. Completamente inaudito este comportamiento. Y el egoísmo de todos cuanto calláis solo es un insulto a nuestras raíces, las que siempre lo dieron todo por estas tierras y parajes. Por nuestra gente y costumbres. —No se contuvo la lengua a la hora de hablar y a pesar de las miradas iracundas que recibió de los más cercanos a ella, nadie tampoco osó alzar la voz. Lo que para Danna quería decir que temían por sus propias riquezas o ellos eran los culpables del inicio de toda aquella enfermedad, ahora imparable. — Esta enfermedad proviene de las mercancías que el año pasado llegaron de contrabando y en secreto, a nuestras tierras. —Sus palabras provocaron asombro y en parte minoritarias rechazo total ante semejante idea. —Lo sé, ya que durante unas semanas unos expertos han estado rastreando el grano enfermo de mi ducado para saber de dónde provino el cargamento y se ve que el grano que se conreó en mis tierras, estuvo en contacto con un grano extranjero. Grano, que no ha podido ser rastreado, más allá de nuestras costas. —Terminó por explicar posando su mirada sobre la de James, el único en toda la sala que parecía completamente comprometido a terminar con la plaga y sonriendo cómplice con él, al sentir como no únicamente cuchicheaban de él que era un loco, sino ahora también que ella lo era, regresó su mirada hacia cada uno de aquellos nobles. — ¿No tenéis nada que objetar? ¿Nada que añadir o preguntar, señores y señoras? — Preguntó con un posado serio, esperando ver las reacciones a sus palabras. — Porque de ser así y manteneros callados, me gustaría saber quién o quienes obligaron a nuestros comerciantes a bajar sus precios y a subir la demanda de grano, provocando que esas pobres gentes se vieran en la necesidad de usar trucos sucios, tales como el contrabando. Que si aún no se han cobrado mucho quizás para vosotros, ya bastante se han cobrado en vidas y en almas.
Sus sirvientes solían acudir cada año a Edimburgo al mercado general en busca de las mejores líneas de grano con las que luego plantar la tierra y conrear las cosechas. Solía enviar siempre a los mismos en aquella importante y tan vital misión, pues mucha de sus gentes vivían del campo y era de vital importancia que la compra fuera satisfactoria para que luego todos los esfuerzos pudieran ser recompensados en una gran y fértil cosecha que diera paz y seguridad a los trabajadores. Este año, no obstante, les habría sido imposible reconocer el grano infectado. A simple ojo esas diferencias no podían verse y el único problema había residido en que aquel grano había estado junto a otro. Precisamente al lado del contaminado. No fue difícil tras días de inspección en el mercado dar con los terrenos que habían usado aquel grano y luego de allí buscar el barco que lo había traído y su lugar de origen. Y eh ahí el problema. No había ningún papel, ni a seguranza de que ese grano fuera totalmente legal. Únicamente pudieron rastrearlo hasta un barco que había anclado hacia unos meses en los terrenos sombríos y poco vigilados de los Tarets, una familia de clase media que vivía de los granos que intercambiaba con otros países. La susodicha familia fue interrogada por los guardias que acompañaban a los científicos y cuando estos hablaron, la verdad como un libro abierto se reveló ante todos.
En los últimos tiempos algunas familias ante la imposibilidad de subir precios o ante generosas deudas que deber, habían tenido que negociar con mercantes, de contrabando, para poder regenerar los productos que vendían. Y usando el grano, que era lo que más falta hacía en Escocia, usaron a esos barcos para pasar mercancías al continente Escocés sin que la guardia pudiese hacer nada por detener esas prácticas, hasta hace poco inexistentes. En cuanto las averiguaciones llegaron a oídos de la duquesa, ardió en ira. La enfermedad de sus tierras, de Escocia entera era producto de unos pocos de sus propios habitantes, y no precisamente de los más pobres, sino de los adinerados. Aquellos que para no ver menguadas sus fortunas obligaban a los comerciantes a bajar el precio de los granos, haciendo que indirectamente aquellos comerciantes se vieran en la obligación de buscar alternativas más baratas para subsistir y poder competir con los demás. Ella nunca se había visto obligada a hacer actos como aquellos, cual sucios por lo mínimo catalogaba. Aquel mismo día, salió hacia Edimburgo donde había oído de una reunión entre la realeza y los nobles para hablar del mal que acechaba sus tierras. Dejó una nota para Scott, relatándole en pocas palabras que había tenido que ausentarse por una fuerza mayor, y que regresaría a poder ser antes de la noche o de que él pudiera leer esa misiva de su mano, y partió.
El camino se hizo en una brevedad, o quizás solo se lo pareció, no obstante al llegar a la ciudad pudo ver la desastrosa realidad de Escocia y temiendo que como decía Scott, Inglaterra aprovechara la vulnerabilidad del momento para apoderarse de sus tierras y reinados, se prometió hacer algo al respecto para que las muertes cesaran y los cultivos volvieran a florecer. En esa reunión establecerían una inmediata actuación por lo mínimo y lo harían, a pesar de durar hasta días aquella reunión, pero nadie saldría de ella hasta establecer los parámetros a usar para frenar aquella desastrosa situación. Y pondría la mano al fuego por ello. Una vez llegó frente al lugar de encuentro, se adentró al salón y sin saludar más que a quienes les eran más cercanos, tomó asiento en su grada correspondiente. La reunión empezó y tras la intervención del maestro de ceremonia, celebró la osadía del conde de Escocia, a quien en demasiadas pocas veces había coincidido y estuvo de acuerdo en cada una de sus palabras. Tal pareciera que su voz fuera la misma que la de ella y esperando que más como él se levantaran o alzaran la voz, descubrió con sorpresa que el silencio parecía ser la respuesta a todo y la negación, lo más sencillo al hablar de compartir sus reservas, hasta que esa tormentosa situación cesara. ¿Cómo podía haber gente así? Se preguntó turbada en ira. También ellos debían de haber dado sus palabras a familias enteras y a trabajadores que dependían enteramente de ellos y de sus míseros sueldos en muchas ocasiones. ¿Y ahora, al hablar de darles una parte de lo propio para la supervivencia de ellos, se ocultaban en mormullos? No, Danna no pudo, ni podía consentirlo.
— ¿Dónde se ha visto nobles escoceses y reinados enteros de fuertes linajes, callados como cervatillos a la espera de que el gran lobo se les coma? — Al hablar, todos los murmullos cesaron y las miradas fueron hacia Danna, quien se levantó de su asiento para ser bien visible para toda aquella gente allí reunida. —Es inaudito. Completamente inaudito este comportamiento. Y el egoísmo de todos cuanto calláis solo es un insulto a nuestras raíces, las que siempre lo dieron todo por estas tierras y parajes. Por nuestra gente y costumbres. —No se contuvo la lengua a la hora de hablar y a pesar de las miradas iracundas que recibió de los más cercanos a ella, nadie tampoco osó alzar la voz. Lo que para Danna quería decir que temían por sus propias riquezas o ellos eran los culpables del inicio de toda aquella enfermedad, ahora imparable. — Esta enfermedad proviene de las mercancías que el año pasado llegaron de contrabando y en secreto, a nuestras tierras. —Sus palabras provocaron asombro y en parte minoritarias rechazo total ante semejante idea. —Lo sé, ya que durante unas semanas unos expertos han estado rastreando el grano enfermo de mi ducado para saber de dónde provino el cargamento y se ve que el grano que se conreó en mis tierras, estuvo en contacto con un grano extranjero. Grano, que no ha podido ser rastreado, más allá de nuestras costas. —Terminó por explicar posando su mirada sobre la de James, el único en toda la sala que parecía completamente comprometido a terminar con la plaga y sonriendo cómplice con él, al sentir como no únicamente cuchicheaban de él que era un loco, sino ahora también que ella lo era, regresó su mirada hacia cada uno de aquellos nobles. — ¿No tenéis nada que objetar? ¿Nada que añadir o preguntar, señores y señoras? — Preguntó con un posado serio, esperando ver las reacciones a sus palabras. — Porque de ser así y manteneros callados, me gustaría saber quién o quienes obligaron a nuestros comerciantes a bajar sus precios y a subir la demanda de grano, provocando que esas pobres gentes se vieran en la necesidad de usar trucos sucios, tales como el contrabando. Que si aún no se han cobrado mucho quizás para vosotros, ya bastante se han cobrado en vidas y en almas.
Danna Dianceht- Licántropo/Realeza
- Mensajes : 592
Fecha de inscripción : 27/05/2013
Edad : 32
Re: La Riqueza de las Naciones [Danna Dianceht]
La duquesa había hecho sus deberes cuando su voz se proyecto en la sala, clara, concisa y con un tono inquisidor que se antojaba impertinente. Pero nada más lejos, sus palabras enunciaban la verdad. Cuando desveló a James el motivo de aquella plaga que asoló sus cosechas se le encendió el corazón, intentando controlar el impulso de destrozar la sala. ¿El contrabando? ¿Tan mal estaban las cosas?¿Tan mal estaban haciendo su trabajo? Sin duda alguna la nobleza empezaba a estar en desprestigio precisamente, por no solucionar este tipo de problemas. La economía pasaban entre sus grandes fortunas y su responsabilidad, pero con ella también viene el grano que era la base de alimentación del pueblo.
Una vez conocido el origen del problema, las consecuencias y el resultado final, necesitaban encontrar una solución lo antes posible, ya que todo eso suponía un tiempo entero en depurar las tierras, volver a cultivarlas y esperar a la primavera para la siega. Era una carrera a contrareloj que no esperaba ni por ni para nadie. La situación se acercaba a un precipicio que les supondría un gran agujero para sus fortunas - Creo que lo mejor sería quemar la plaga, abrir los campos cerrados y desamortizar las tierras que habitan en manos muertas; inertes y vírgenes para la protección. La gente se está muriendo, señores míos. Y creo que lo único que podemos hacer aquí es poner nuestra fortuna al servicio de la importación de grano a Italia - dijo evitando postularse por Francia, sabiendo que los países del norte nunca se llevaron bien, a no ser que fuera por interés con Francia- Esperar a que terminen un par de ciclos de cosecha e ir devolviendo. Pero les tendré que decir que no deja margen a beneficio y que posiblemente su fortuna disminuya ligeramente- cuando terminó de decir eso, la gente se alzó en abucheos, en murmullos y en tonos acusadores. A James le daba igual lo que dijeran, seguramente fuera uno de los que más riqueza tendrían de todo el país, pero necesitaba buscar alguna solución a largo plazo para que sus tierras, sus paisajes e incluso el modo de subsistencia de la mano de obra no se acabara. Su visión del mundo era más amplia, estaba seguro de que para los mortales la fortuna y el poder era lo más importante, pero para un inmortal como él, tambien lo era el mantener un buen servicio y ser un justo gobernante. Ser igual de temido que amado, pero manteniendo unos límites y ahora mismo en esa sala se estaba discutiendo entre el futuro de un civilización.
Los tartanes en los hombres se movían de un lado para otro, intentando rememorar todo lo que habían dicho- ¡Habrá que castigar a los culpables!- gritó un hombre a lo lejos antes de que la gente aplaudiera esa solución. James se levantó y contestó con rapidez- Yo mismo los castigaré pero eso no solucionará el problema en el futuro. Necesitamos neutralizar la amenaza y después, por mano de nuestra justicia señores, habrá que castigar a los responsables- dictaminó sentándose nuevamente y haciendo que reinara el silencio.
Existían pocos silencios en el mundo. No existe el umbral o la estancia que no retransmita el silencio total, pues el mundo está vivo y mientras lo está emitirá algún sonido. Pero en esa cámara, el silencio parecía haberse instalado de nuevo, un silencio moral y dilapidador que hacía que aquellos acaudalados y estirados magnates se replantearon en que lado del mundo tenían que estar. Estaba claro que a nadie le gustaba que eliminen o disminuyen su riqueza , pero era algo necesario. Fue entonces el obispo se pronuncio dejando claro que las propiedades eclesiásticas estaban en sus manos y que todos tenían derecho a mantener sus propiedades. Pero desde luego que tendría repercusiones para no entregar las tierras. Y dijo que para ello, necesitaba algo a cambio.
La reunión se había convertido en un debate y en un negación, pues lo que más tenían eran los que menos querían dar. Sin llegar a una solución plausible, la vista se aplazó y James se quedó pensativo en su sillón, con las manos entrelazadas esperando a que abandonaran la estancia. Tramando un plan para "convencer" al obispo. Aunque más bien se trataba de un eufemismo para ir hasta el obispo y torturarle hasta que accediera voluntariamente. Pero se le dibujó una sonrisa cuando cayó en la cuenta. La persuasión era un arma que se guardaba en la manga, y solo su semblante se difuminó cuando alguien se aproximó a él.
Una vez conocido el origen del problema, las consecuencias y el resultado final, necesitaban encontrar una solución lo antes posible, ya que todo eso suponía un tiempo entero en depurar las tierras, volver a cultivarlas y esperar a la primavera para la siega. Era una carrera a contrareloj que no esperaba ni por ni para nadie. La situación se acercaba a un precipicio que les supondría un gran agujero para sus fortunas - Creo que lo mejor sería quemar la plaga, abrir los campos cerrados y desamortizar las tierras que habitan en manos muertas; inertes y vírgenes para la protección. La gente se está muriendo, señores míos. Y creo que lo único que podemos hacer aquí es poner nuestra fortuna al servicio de la importación de grano a Italia - dijo evitando postularse por Francia, sabiendo que los países del norte nunca se llevaron bien, a no ser que fuera por interés con Francia- Esperar a que terminen un par de ciclos de cosecha e ir devolviendo. Pero les tendré que decir que no deja margen a beneficio y que posiblemente su fortuna disminuya ligeramente- cuando terminó de decir eso, la gente se alzó en abucheos, en murmullos y en tonos acusadores. A James le daba igual lo que dijeran, seguramente fuera uno de los que más riqueza tendrían de todo el país, pero necesitaba buscar alguna solución a largo plazo para que sus tierras, sus paisajes e incluso el modo de subsistencia de la mano de obra no se acabara. Su visión del mundo era más amplia, estaba seguro de que para los mortales la fortuna y el poder era lo más importante, pero para un inmortal como él, tambien lo era el mantener un buen servicio y ser un justo gobernante. Ser igual de temido que amado, pero manteniendo unos límites y ahora mismo en esa sala se estaba discutiendo entre el futuro de un civilización.
Los tartanes en los hombres se movían de un lado para otro, intentando rememorar todo lo que habían dicho- ¡Habrá que castigar a los culpables!- gritó un hombre a lo lejos antes de que la gente aplaudiera esa solución. James se levantó y contestó con rapidez- Yo mismo los castigaré pero eso no solucionará el problema en el futuro. Necesitamos neutralizar la amenaza y después, por mano de nuestra justicia señores, habrá que castigar a los responsables- dictaminó sentándose nuevamente y haciendo que reinara el silencio.
Existían pocos silencios en el mundo. No existe el umbral o la estancia que no retransmita el silencio total, pues el mundo está vivo y mientras lo está emitirá algún sonido. Pero en esa cámara, el silencio parecía haberse instalado de nuevo, un silencio moral y dilapidador que hacía que aquellos acaudalados y estirados magnates se replantearon en que lado del mundo tenían que estar. Estaba claro que a nadie le gustaba que eliminen o disminuyen su riqueza , pero era algo necesario. Fue entonces el obispo se pronuncio dejando claro que las propiedades eclesiásticas estaban en sus manos y que todos tenían derecho a mantener sus propiedades. Pero desde luego que tendría repercusiones para no entregar las tierras. Y dijo que para ello, necesitaba algo a cambio.
La reunión se había convertido en un debate y en un negación, pues lo que más tenían eran los que menos querían dar. Sin llegar a una solución plausible, la vista se aplazó y James se quedó pensativo en su sillón, con las manos entrelazadas esperando a que abandonaran la estancia. Tramando un plan para "convencer" al obispo. Aunque más bien se trataba de un eufemismo para ir hasta el obispo y torturarle hasta que accediera voluntariamente. Pero se le dibujó una sonrisa cuando cayó en la cuenta. La persuasión era un arma que se guardaba en la manga, y solo su semblante se difuminó cuando alguien se aproximó a él.
James Ruthven- Vampiro/Realeza
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