Conociendo lo desconocido || Lin ||

La noche estaba avanzada ya cuando finalmente llegamos a mi morada. Aún así, el camino no se me había hecho demasiado largo. La buena compañía hacía que los minutos pasaran como si fueran instantes nada más.

La verdad es que quizás me había precipitado a la hora de ofrecerle venir a mi morada para poder ofrecerle un vestido. Principalmente pensaba esto por dos razones: La primera es que nadie, desde mi llegada a aquella ciudad, había pisado mi pequeño refugio diurno (entiéndase por nadie, alguien que esperaba salir). La segunda es que quizás la tentación de "tomar algo más de ella" se acrecentaba una vez que las miradas indiscretas, aunque escasas, que aún moraban por la calle, no la protegieran de mi.

Confiaba en que esto último no pasaría o al menos yo no lo potenciaría. Intentaría evitar cualquier tipo de imagen que me llevara a ello, más aún la cercanía. Guardaría las distancias una vez cruzara el umbral de mi morada.

La calle era bastante oscura y sólo un par de farolas hacían su función a esas horas. Despedían unas luces temblorosas ocultas tras ramas de árbol que se mecían al compás de un viento cada vez más agresivo. Empujé la verja que quedaba a un par de metros de una puerta de madera bastante antigua y que estaba delimitada a izquierdas y derechas con unos jardines que seguramente en primavera, lucían flores y verde hierba. Ahora, sin embargo, la falta de cuidado hacía de ello poco más que un trozo de tierra salpicado con aquellas plantas que soportaban las frías temperaturas.

- Espero que disculpe el estado de mi hogar - la casa parecía necesitar unas reparaciones y, en algunos lugares, parecía incluso que podría caerse si era lo bastante castigada por el tiempo - Me mudé hace poco y apenas he tenido tiempo de asentarme en la ciudad. Espero poder hacer reparaciones pronto - la verdad es que no había pensado en eso hasta aquel momento. Normalmente la gente solía entrar inconsciente y no se paraban a ver las vistas.

La puerta tenía en el centro un gran león de hierro con un borne en forma de esfera que miraba amenazante a aquel que lo tomara para llamar. Una cerradura de tamaño medio gobernaba la mitad del cruce de las dos puertas.

Saqué una cadena que llevaba atada al cuello y tomé la llave que pendía de ella. La saqué por encima de la cabeza con la mala suerte de tocar mi recogido y romperlo, dejando que todo mi pelo se soltara y cayera libre sobre mis hombros. Metí la llave en la cerradura y la giré un par de veces antes de que la puerta cediera ligeramente. Luego con suavidad la empujé para que se abriera con una chirriante bienvenida.

- Como ve, todo en esta morada es viejo - dije mientras pensaba que aquella afirmación le venía al pelo. Pues hasta yo compartía lo dicho - Espere que arrojo algo de luz para que no se tropiece con nada.

Caminé unos pasos y pronto fui engullida por la oscuridad. Yo conocía esa casa y no necesitaba de luz para moverme por ella. Pero no podía pedir a todo el mundo que fuera igual que yo. Caminé hasta la siguiente habitación hasta que me topé con un candelabro con unas velas que estaban a medio uso. Encendí un fosforo y acerqué el mismo a las velas hasta que estas comenzaron a iluminar el lugar. Luego volví a donde me esperaba Lin.

- Un minuto por favor - le volví a decir mientras caminaba punto por punto de la habitación encendiendo las velas que colgaban en la pared y arrojando luz sobre toda la habitación.

Era una entrada que daba a una sala de estar amplia. Todo parecía de colores blancos y madera. En el centro de la sala había una gran mesa que estaba rodeada por seis sillas cubiertas de una fina capa de polvo. En las paredes había cuadros de paisajes en colores vivos, otros simplemente en carboncillo y unos pocos que sólo eran esbozos de algo que podía haber llegado a ser. Además, había un trio de puertas más que permanecían cerradas.

- Disculpe que no le muestre más mi hogar, pero esta todo bastante desordenado - la indiqué. Aunque realmente lo que estaba pretendiendo ocultar era aquello que se escondía en el sótano y en el desván. Los lugares por los que más solía moverme. Aquella zona no era más que un paso que tenía que recorrer para llegar a cualquier de ellos o salir a la calle.

- Puede esperar aquí, tomando asiento, mientras busco algo que le pueda valer - nuestro físico era bastante parecido, al menos de tamaño y bulto, quizás mi ropa le quedara un poco grande pero era demasiado aventurarse sin probarlo.

Aquella era la primera vez que Lin entraba en la casa de otra persona completamente sola. En el pasado había visitado otras mansiones acompañada siempre por sirvientes o por algún miembro de la familia, especialmente cuando asistían a banquetes o bailes que la aristocracia insistía en celebrar constantemente sin tener alguna razón especial para ello. Entrar en la casa de Catalina se sintió diferente. No porqué la casa no fuera tan elegante como las muchas mansiones que había visitado anteriormente sino porqué esta vez se sentía más como una invitación personal.

Claro que todo era gracias al a circunstancias, Lin era consciente de que no haber sido por los ladrones era poco probable que Catalina le hubiese invitado a su casa esa misma noche, a lo mejor y no se habrían vuelto a ver y el encuentro hubiera quedado en algo fortuito. Sin embargo ahí estaba, entrando en esa desvencijada casa que tal y como decía su anfitriona parecía bastante vieja. Luego de que hubiese encendido los candelabros, Lin observó las paredes con curiosidad mientras esperaba a que ella volviera con el vestido, se había sentado como le había indicado dándole las gracias.

Aquella estancia contenía algo de la esencia de Catalina y Lin se encontró descubriendo que deseaba cada vez más saberlo todo sobre ella, que cosas le gustaban, cómo había llegado a Francia y toda su historia. Lin se levantó y comenzó a recorrer la estancia observando los cuadros con más detenimiento mientras Catalina regresaba, ¿Le gustaba el arte? Se preguntaba Lin pasando de cuadro en cuadro, ¿Disfrutaría de los bailes o la música?.

A pesar de que se hacía cada vez más tarde y que probablemente eso sólo significarían problemas para ella, Lin se encontró deseando quedarse toda la noche en esa casa.

Cuando Lin decidió hacer lo indicado, salí de la estancia por una de las puertas. Detrás de ella se encontraba un pasillo angosto y muy estrecho. De hecho, no entraría más de una persona a menos que fueran una detrás de la otra. No había luz, ni ventanas y el aire estaba realmente viciado, enrarecido. Aquello si se parecía más al hogar de un ser que mora de noche. Al final de la misma, había una escalera de caracol que cruzaba desde el suelo hasta el techo, dando paso a los otros dos pisos que tenía el edificio. Comencé a descender por ella hasta que llegué a la nueva estancia.

La habitación era completamente diáfana. En el centro había una gran cama de corte antiguo, con biseles color corinto perfectamente recogidos cada uno en un mástil que gobierna cada esquina de la cama. Las sabanas están echadas y tiene rugosidades ahí donde mi cuerpo yacía de día. A la derecha de la misma, o más bien al lado contrario de la escalera, había un tocador y una silla de terciopelo acompañada de un espejo de cuerpo entero. Encima de la mesa había algunos enseres que se utilizaban para el aseo personal además de un cepillo de madera. El ambiente olía a perfume. Un perfume que enmascaraba la muerte que gobernaba el lugar. Las paredes estaban cubiertas de cuadros, todos rojos, todos pintados con la sangre de algún desgraciado que osó acercarse demasiado, todos mostrando el demonio que se esconde más allá de la mujer. Además de eso, había un armario.

Me acerqué al mismo y lo abrí. No tenía demasiada ropa pero seguramente algo le valdría. Dado la forma de ser de Lin, seguramente desearía algún vestido típico, recatado y sobrio. Cogí un par de ellos que pensé que podrían valerle ya que a mi me quedaban bastante justos y requería del uso de un corsé para poder ajustarlos a mi torso. Uno era verde y otro amarillo, los dos de un color pálido y abotonados hasta el cuello. Luego, me apeteció comprobar que pensaría de otro tipo de ropa y tomé un vestido que databa de bastante tiempo atrás, de mis tiempos en la corte. Era un vestido que tenía un gran valor sentimental para mi pues lo había llevado en más de una ocasión en eventos importantes. Era negro, con motivos en dorado. Tenía un escote a modo palabra de honor y la falda carecía de los típicos aros que le daban ese vuelo sobre las piernas, por lo que caía suave y libremente.

Finalmente cerré el armario y volví por el mismo camino que había recorrido hacía poco tiempo.

Al llegar de nuevo a la sala, encontré a Lin mirando los cuadros que decoraban mi pared. Eran los cuadros más normales que tenía: unos cuadros normales para una habitación normal. Era lo que había pensado mientras elegía cuales colgar ahí. Al parecer habían dado el resultado esperado. Sonreí ante el ensimismamiento de esta con las simples pinturas y dejé los vestidos sobre la mesa, extendiendo uno al lado del otro.

- No sabía que era aficionada al arte mademoiselle - me aventuré a decirla viendo como observaba las obras - No son nada del otro mundo, sólo decoración - le resté importancia. Además, si fuera aficionada al arte, tampoco los conocería. Pues eran obras mías que no habían visto la luz.

- He encontrado esto que quizás le pueda servir - la dije indicando los vestidos que ahora reposaban sobre la madera - Si no le gustan podría mirar un poco más, pero dudo encontrar algo mejor - luego le indiqué una de las puertas, diferente a la que yo acababa de salir - Puede probárselo si lo desea. Tiene aquella habitación a su disposición. Yo la esperaré aquí.

Catalina volvió cargando tres vestidos, Lin se giró sorprendida de la variedad de vestidos y se acercó para observarlos con detenimiento.

- Conozco poco de arte, no le voy a mentir - Aceptó observando los vestidos - Todos tres están muy bien, el amarillo tiene un aire festivo muy bonito - Comentó y luego posó su mirada en tercer vestido que lucía diferente a los demás - Esté... - Murmuró y se quedó con la frase a la mitad, aquel vestido era diferente pero no por ello menos hermoso, el corte era muy diferente al estilo utilizado en aquella época y Lin nunca había visto ese estilo - Es muy exótico ¿Lo ha conseguido en su tierra natal? - Le preguntó con curiosidad y se encontró imaginando como se vería Catalina con él puesto, seguro se vería simplemente hermosa.

- Creo que tomaré el amarillo, aunque la verdad es que me ha gustado más el negro, pero debido a su estilo tan diferente, estoy segura de que los sirvientes o mi madrastra lo notarían de inmediato - Le explicó y era que su plan era algo arriesgado, ella esperaba que su madrastra no se fijara en sus ropas puesto que nunca lo hacía y que la ignorara para continuar con sus actividades, necesitaba un vestido que pasara desapercibido - Me lo probaré - Finalizó tomándolo y dirigiéndose a la habitación que Catalina le había mostrado.

Una vez en la habitación se encontró observando el vestido, pensando en que ella nunca se había vestido sola, siempre había tenido a una esclava a su lado que le abotonaba el atuendo o le ajustaba el corsé. Se preguntó si Catalina tendría sirvientes pues esa casa parecía bastante grande para una sola persona. Se recogió el cabello negro en una coleta alta con una cinta y luego comenzó a desabotonarse su propio vestido sucio, resultaba bastante incómodo hacerlo por si misma pues los botones bajaban hasta la mitad de su cadera y era difícil alcanzarlos, además traía un corsé blanco bajo el vestido que no le permitía gran movilidad.

Luego de batallar por varios minutos se dio por vencida y con las mejillas coloradas se asomó por la puerta de la habitación.

- Catalina... ¿Podrías ayudarme? - Traía el vestido aún puesto, pues sólo había podido quitar los botones superiores dejando al descubierto sus hombros y cuello. - No alcanzo los otros botones - Agregó con expresión tímida ¿Porqué de repente se sentía tan nerviosa?.

- No es necesario saber de arte para comprender la belleza de los cuadros. Sólo es necesario una buena vista y bastante imaginación - la dije en respuesta a lo que decía de ser por entendida - Dudo que usted peque de falta de alguna de las dos - luego seguí diciendo - Además, si lo que desea es aprender, sólo necesita tiempo y las ganas suficientes para conseguirlo - y para finalizar añadí - Yo, cuando empecé, apenas sabía lo que era un lienzo. Y mire ahora - señalé los cuadros, tomando la autoría de los mismos.

- El amarillo creo que le vendrá bien - dije mientras lo recogía con la mano y lo miraba un poco más intentando recordar la última vez que me lo había puesto - ¿Este dice? - contesté señalando el negro de un corte mucho más provocador, mucho menos de la época - Si, viaja conmigo desde hace mucho tiempo. Antes, lo lucía en alguna que otra fiesta y la verdad es que le tengo mucho aprecio. Ahora simplemente, está guardado en el ropero esperando a que los tiempos cambien y no me tachen de algo que no soy sólo por llevarlo - aunque realmente lo que pensaran de mi me daba igual, seguramente sería la comidilla de algún que otro grupo que me atribuiría algún trabajo de dama de compañía - Entiendo, ahora que lo veo detenidamente, que ha sido un error simplemente el mero hecho de sacarlo.

- Pruébelo - la indiqué mientras dejaba la tela sobre sus manos antes de que se marchara - Si necesita cualquier cosa, sólo dígalo - la indiqué.

Sus pasos se perdieron dejándome de nuevo sola en aquella habitación fingida, en aquella mentira inventada por mi para pasar desapercibido. En la habitación que la había indicado sólo había un espejo, una silla y un recipiente que solía contener agua pero que ahora estaría vacío. No había cuadros y la ventana estaba tapada con unas grandes cortinas que caían del techo hasta el suelo y que era lo suficientemente gruesas para no dejar pasar la luz que había fuera. Unos candelabros daban una tonalidad tenue de luz a la estancia.

Me senté en uno de los sillones mirando a la puerta, pensando en que aquella era la primera vez que venía una dama a mi casa, la primera vez que un mortal, más allá de la necesidad, había cruzado el umbral y lo volvería a cruzar de salida. Sobre todo pensé que era la primera vez que había recurrido a algo que creía perdido en mí, olvidado a través de los tiempos: Mi humanidad. No había intenciones raras, ni curiosidad. Sólo era que el destino nos había colocado en el mismo lugar, a la misma hora y nos habíamos conocido. También tenía claro que mi fachada no duraría eternamente y que, tarde o temprano, mi velo se caería y descubriría algo no tan grato. No había nada tan efímero como una relación con un humano.

Escuché de nuevo la puerta mientras divagaba en estos pensamientos. Escuché su petición y por un instante vacilé. Luego pensé que sólo eran unos botones y que, obviamente, eran difíciles de retirar.

Me levanté y caminé hasta la puerta, la moví y entré en la otra instancia. Allí estaba...

Tenía el pelo recogido, la ropa por debajo de los hombros y una apariencia de desprotegida que hacía que la sangre se calentara en mí.

- Claro... un segundo - dije entrecortadamente ante semejante escena.

Caminé unos pasos y sentí como todo mi cuerpo se agitaba. Moví nerviosa las manos intentando evadir las ideas que se cruzaban por mi mente. Mis ojos recorrieron cada centímetro de esa piel cálida, comenzando en la curva de su mandíbula y bajando por su cuello hasta sus hombros. Acerqué las manos hasta el primer botón y lo solté suavemente, sintiendo como la tela se abría y descubría un poco más aquella piel. Mis ojos seguían clavados en aquel cuello prácticamente irresistible. No respiraba pero, algún reflejo de mi pasado hizo que exhalara una bocanada de oxígeno que fue a rozar con la curvatura de su cuellos, acariciándolo. Notaba los colmillos pidiéndome a gritos que simplemente lo hiciera, que la mordiera y saciara mi apetito, mi deseo...

Otro botón que salió del ojal y nuevamente la tela que volvió a separarse...

Por suerte era el último. Dejé mis manos deslizarse suavemente por sus caderas para luego separarse finalmente de su cuerpo. Luché contra todos mis impulsos por retirarme dando un par de pasos hacia atrás y finalmente poner espacio entre las dos. Apagando así la necesidad imperante.

- Ya está, confío en que el amarillo será de su talla - dije mientras me daba la vuelta intentando darla intimidad y, por otro lado, calmar la mirada asesina que seguramente se había puesto en mi.

A Lin le sorprendió que aquellos cuadros pudieran ser pintados por ella, no había escuchado de mujeres artistas en París, aunque en realidad parte de ello se debía a que no se movía por los ámbitos del arte ni conocía gente el medio, siempre había tenido la idea de que el arte le pertenecía a los hombres (Como la mayoría de las cosas en ese mundo de hecho) y no se había detenido a pensar que una dama también pudiese ejercer tal profesión. Se llenó de nuevo de curiosidad por descubrir más de esas obras que Catalina habría pintado con esmero y dedicación.

Ya le preguntaría luego sobre ellas, por ahora estaba más interesada en escuchar la historia del vestido que lucía ciertamente provocador, la imagen de Catalina vestida de esa forma cruzó su mente por unos instantes y sin poder controlarlo sintió sus mejillas arder, intentó evitar esa imagen y se apresuró a asentir con la cabeza mientras escuchaba las palabras de ella, estaba más concentrada en controlar esos pensamientos que en articular alguna opinión sobre el vestido, no quería que Catalina pensara que era una mujer extraña o que tenía intenciones indecorosas.

Catalina había acudido a ayudarla con los botones y Lin se encontró cerrando los ojos sintiendo como si cientos de hormigas le caminaran en hilera por los hombros subiéndole por la nuca. No había experimentado ese tipo de nerviosismo en muchísimo tiempo, recordaba alguna vez haberse sentido así años atrás cuando apenas si cumplía las 16 primaveras y un apuesto mensajero había llegado a la mansión con unas cartas dirigidas a su madrastra, el joven era moreno, alto y de contextura gruesa, le había visto un par de veces pues constantemente volvía a entregar paquetes o cartas y siempre le producía ese extraño calor por todo el cuerpo.

Pero con una mujer... eso estaba mal.

Darse cuenta de lo que podría significar ese deseo de ser tocada por esas manos que se dedicaban exclusivamente a los botones del vestido, la aterró, el pecado que envolvía desear el toque de otra mujer y no de un hombre. El señor todo poderoso en el cielo seguramente la estaba mirando frunciendo el entrecejo ante tales cavilaciones.

Sin embargo se encontró tiritando ante el suave contacto del aliento en su nuca y se encontró deseando que esas manos sobre su piel.

Cuando Catalina se había retirado para permitirle terminar con el vestuario por si misma, Lin se giró con la mirada fija en el suelo y las manos en el pecho – El corsé...tampoco puedo quitármelo sola – Su voz sonó suplicante, más de lo que ella hubiese deseado que sonará y aunque en parte era cierto que hasta el corsé se lo solía poner y quitar una esclava, aquello era una excusa para que Catalina se acercara de nuevo. Entonces pareció caer en cuenta de que no necesitaba quitarse el corsé para ponerse el otro vestido y la vergüenza la embargó por completo.

-Olvídalo, hablé sin pensar – Susurró y se apresuró a quitarse el vestido que cayó al suelo revelando su figura, traía un corsé blanco amarrado con cintas negras y bajo él unos pantalones interiores con boleros blancos y medias veladas que subían hasta la mitad del muslo, sostenidas con tiras a los pantalones.

(( Of ROL: Encontré una imagen de como era la ropa 'interior' en esa época:
http://ic.pics.livejournal.com/pinupshop/50875133/3995/original.jpg ))

Hacía demasiado tiempo que había perdido la sensación de tocar la piel de una mujer, ese contacto dulce, suave, que encendía la pasión, los sentimientos, el deseo... Cuando me transformé, sentí que perdí esa parte de mi, esa sensualidad, esa capacidad. Todo se tornó y comenzó a girar en torno a lo mismo: sed.

Alguna vez había escuchado, de alguien de los míos, que había mortales que deseaban tener este don, ser parte de nosotros, ser inmortales. Cabe decir que todo beneficio tenía sus desventajas. Y las de este en concreto era más bien claras: perdías la capacidad de sentir. O al menos eso creía hasta aquel momento.

Estaba separada de Lin, dándole la espalda y pensando en esa piel, en ese pelo derramándose por encima de su hombro, en el sonido de su respiración, en como su cuerpo se contraía bajo mi contacto ¿Eran imaginaciones mías?¿Sólo era fruto del contacto de mis dedos fríos? Las posibilidades eran tan amplias que sacar una conclusión se antojaba completamente incierta. Podía ser todo o nada a la vez.

Cuando me pidió que le ayudara con el corsé, sentí que había algo que no cuadraba en aquella escena. No había necesidad de retirarse tal prenda para ponerse el vestido ¿Acaso la estaba pidiendo que la desnudara? Sentí nerviosismo estúpido y me recriminé a mi misma por ello. La puerta estaba ahí y podría huir de aquella situación que comenzaba a pensar que, si avanzaba, se tornaría incontrolable, al menos para mi. No quería alimentarme de ella, no esa noche, no habiéndola salvado la vida hacía poco tiempo ¿De que sirve esforzarse en salvar algo cuando intentas robarlo después? Sería más estúpido que el hecho de estar nerviosa por quitar unos simples botones...

Poco después se retractó y respiré aliviada. Una respiración vacía, innecesaria y carente de oxígeno: seguía estando muerta. Aunque por un segundo, me había vuelto a sentir viva. Intenté que se sintiera más cómoda. Al parecer, ella tampoco estaba acostumbrada a esas situaciones, y menos con una desconocida. Aunque, supuse, la vestirían y desvestirían a diario. Ella era una mujer de clase alta y el servicio siempre estaría disponible para esos menesteres. ¿Sentiría igual la doncella que la retirara los botones cada noche? De nuevo la imagen retornó a mi mente, noté el colmillo perforando mi labio y como un pequeño hilo de sangre brotaba de la pequeña herida. Una sangre que limpié con mi lengua rápidamente. Una sangre muerta, fría...

- No se preocupe - comencé a decir - Es tan tarde que seguramente se haya equivocado con retirarse a dormir - permanecía de espaldas dándola intimidad - Aunque estoy segura que esta casa dista mucho de ser como la suya.

El sonido de la ropa cayendo despertó de nuevo mis sentidos, intentando percibir sus movimientos sólo por el ruido que hacía. Una pierna, otra pierna...

- Si requiere que le abroche algún botón, sólo dígalo - terminé diciendo mientras jugaba a entrelazar las manos para sacar otras ideas de mi cabeza.

Lin notó que Catalina no se había movido de su lugar y parecía no haber notado su extraña petición, en ese momento sintió dos cosas, por un lado alivio pues no sabía como actuaría si Catalina se hubiera girado para quitarle el corsé y por otro lado decepción ¿Exactamente que era lo que estaba esperando de ella? Se cuestionaba mientras se agachaba y recogía el vestido sucio que se había quitado, Lin era vestida a diario por las sirvientas y nunca había experimentado esa clase de vergüenza por estar desnuda frente a otras mujeres.

Colocó el vestido sucio en la pequeña mesa al lado del espejo y notó su reflejo en el mismo. Su cuerpo era delgado y carecía de las insinuantes curvas que enloquecían a los hombres.

¿Encontraría Catalina su cuerpo atractivo? Reflexionó Lin por unos instantes ¿Sus senos pequeños y sus caderas estrechas serían tan apetecibles como las abundantes carnes de las mujeres Caucásicas? Lin había notado eso mucho tiempo atrás, su cuerpo lucía diferente al de las mujeres que conocía, quizás era la raza por parte de su madre, de cualquier forma Lin nunca se había sentido cómoda con el tamaño de sus pechos.

-Si, por favor – Dijo al fin pues necesitaba abotonar el nuevo vestido. Lo tomó por la falda y se lo fue acomodando en la parte delantera dejando al descubierto toda su espalda hasta la mitad de sus glúteos, la cantidad de botones era absurda pensó y se dio cuenta de que nunca antes se había puesto a pensar en todos los botones que traían esos vestidos. - Son demasiados botones – Dijo al fin con voz tímida – Es complicado abotonarlos de abajo – Agregó deseando la cercanía de Catalina una vez más.

¿Se sentiría igual si en vez de Catalina estuviese el mensajero aquél que de joven le había gustado tanto? Pensó desviando la mirada hacía el suelo.

El lugar quedó en silencio. Un silencio incómodo, lleno de tensión y ajeno, en parte, a lo que estaba pasando allí. Un silencio que sólo era mancillado por los sonidos de los movimientos de Lin. Yo ni siquiera me movía, permanecía de espaldas a la espera de la petición, de la voz suave de la oriental solicitando mis manos de nuevo sobre su piel. No, no era sobre su piel, era por la incapacidad que producían aquellos botones mal posicionados.

Pensaba en como lo hacía yo cada día y no me resultaba difícil. Cierto era que algunos estaban en lugares para los que se necesitaba una destreza especial o, más bien, hacerlo día tras día hasta la saciedad. No olvidemos que eran trescientos años de experiencia. Aunque no todas las noches hubiera llevado ropa...

El sonido cambió, y ahora se escuchaba la tela, al igual que antes, pero esta vez colocándose sobre la piel, cubriéndola de nuevo. Eso alivió un poco la tensión que sentía y calmó el fuego de mi interior haciendo la situación más llevadera. Por un segundo, cerré los ojos y dejé a mis músculos relajarse de nuevo.

Entonces sonó de nuevo la voz de Lin. Era suave, tímida, casi un susurro. Sonó de tal modo que casi parecía una súplica.

Me giré y de nuevo sentí que todo lo que había conseguido en aquel instante de paz, se venía abajo. Como a veces el destino era tan cruel que buscaba cualquier modo de colocarte en situaciones comprometidas sólo para ver como eres capaz de resolverlas.

Aquella no podría conmigo, ya había vivido esa situación alguna que otra vez. Debía pensar en frio, tener autocontrol...

Apenas nos separaban unos cuantos pasos pero se me antojaron eternos. Mientras, no podía perder la vista de su espalda, de la línea perfecta que describía su columna y de como su cuerpo se extendía un poco para delimitar unas nalgas cubiertas por su ropa interior.

Quedé a poco más de un paso de ella y volví a sentirme rara. Sentí la necesidad imperiosa de acercarme y posar mis labios sobre esa piel, ver como reaccionaba al contacto, saber si realmente había tiritado a mi contacto o sólo había sido mi pensamiento. Me acerqué un poco más susurrando.

- Es un poco incomodo tanto botón - mi voz era poco más que un hilo que rompía la oscuridad y que acariciaba sus oídos.

Tomé el último botón, el de más abajo y lo cerré suavemente, notando el contacto con su ropa interior, más abajo de su espalda. Una caricia sutil y totalmente necesaria para la colocación de los mismos. Lo que hacía que mi evidencia no fuera más que fortuita.

- Creo que le va a quedar perfecto - otro susurro. Sólo que esta vez había cambiado de lado y ahora movía ligeramente su pelo. Había sido un movimiento silencioso, inapreciable. Quizás la sobresaltara, quizás era lo que esperaba.

Abroché otra par de botones...

Y refrené de nuevo las ganas de rodear su cadera con mis manos y atraer su delicado cuello hacia mí, tomarla entre mis manos y hacerla mía.

Me apresuré a cerrar el resto, a acabar con aquel suplicio, a fingir que no me estaba importando, que no me estaba afectando. Luego volví a separarme buscando la distancia entre las dos y contemplando en todo su esplendor el resultado.

- Creo que nadie se dará cuenta de que no es suyo - la verdad es que el vestido le quedaba muy bien. Simplemente le sobraba un poco en la parte del pecho ya que yo tenía algo más que ella.

Catalina se acercó a Lin una vez más y ella sintió como un escalofrío le recorría la espalda conforme se encargaba de abotonarle la parte inferior del vestido. El tiempo que se demoró recorriendo su espalda hasta terminar con todos los botones le pareció eterno y Lin deseó girarse y lanzarse a sus brazos como lo había hecho más temprano en el jardín botánico. Pero por supuesto ya no tenía ninguna excusa para hacerlo y a lo mejor Catalina pensaría que era una mujer atrevida y que sus intenciones eran pervertidas. Lin había sido criada con la idea de que una mujer nunca debía mostrar tales intenciones, una mujer siempre debía actuar guiada por la modestia y el decoro.

Catalina movió su cabello a un lado y Lin se encontró mirándola de reojo, allí con la luz de los candelabros iluminando tenuamente su piel, los labios de Catalina lucían carnosos y apetecibles, Lin deseo tomarlos contra los suyos y la sola idea de besarle la escandalizó internamente. Dio un respingo mientras ella le terminaba de abotonar el vestido y se dio vuelta para quedar frente a ella.

-Es verdad, el vestido me queda a la medida – Comentó observando como la falda le caía con gracia por las caderas y como en la parte del pecho le sobraba algo de tela, de nuevo pensamientos indecorosos pasaron por su mente al imaginar como serían los pechos de Catalina. Lin se mordió el labio inferior con fuerza para alejar esa idea de su cabeza e intentando que el calor que sentía en la cabeza amenguara de alguna forma.

- Es bastante tarde, creo que es mejor que vuelva – Explicó tomando le vestido sucio y doblándolo, pensaba llevarlo en una bolsa pero cambió de idea pensando en que necesitaba una excusa para volver a verla - ¿Podría guardarme el vestido y entregármelo en una próxima ocasión? - Le preguntó con timidez – Podríamos vernos para tomar un café o para almorzar... creo que si regreso con el vestido en una bolsa, mi madrastra podría hacer preguntas – Aquello tenía sentido, sin embargo Lin le importaba poco lo que pensara su madrastra en ese momento de su vestido sucio, ella deseaba simplemente tener una razón para volver a verse con Catalina y no parecer que sus intenciones eran demasiado obvias.

- Yo diría que casi incluso le queda mejor que a mi - la verdad es que resultaba extraño ver algo que había llevado y que había sentido en contacto con mi piel, en otra persona - Puede quedárselo si lo desea, tengo muchos más y apenas los utilizo - le ofrecí. No es que tuviera una barbaridad pero, era como una especie de regalo por haber hecho de una noche más, una gran velada. Además de todo lo demás que había ocurrido. Quizás pensaba que su mirada de reojo había pasado desapercibida...

Tampoco el gesto que mostró en su boca, ese mordisco de deseo sobre su labio inferior. Ya había olvidado la última vez que había llegado a provocar un gesto similar en una dama. Parecía que, aunque había pasado mucho tiempo desde la última vez, no había perdido ese toque, ese gesto, esa suavidad que requería la piel de una doncella.

- Tiene razón, es bastante tarde - dije en cierto modo decepcionada por la rapidez con la que la situación se había tornado hacia un final. Pero tampoco es que el tiempo que restara nos permitiera llevarlo mucho más allá. El sol saldría y tendría que refugiarme de sus rayos o perecer en el intento - ¿Su casa queda muy lejos de aquí? - le pregunté - Permita que la acompañe al menos hasta la mitad del camino. No me gustaría que, por haberse desviado, la ocurriera algo en lo que resta hasta su hogar. No me lo perdonaría - si la pasara algo seguramente no la volvería a ver y eso no era una opción en este momento.

- Si, claro. Guárdelo aquí - le indiqué mientras volvía a dejarlo en la mesa y me acercaba para tomarlo y llevarlo a un lugar donde recordara que lo había dejado. Además de añadir otro sutil roce a sus manos en el intercambio - Lo llevaré a limpiar y lo tendrá como nuevo la próxima vez que nos veamos - le dije.

Cuando habló de almorzar o tomar algo, comenzaron mis problemas. No podía salir de día y eso, tarde o temprano comenzaría a llamar la atención. Intenté no mostrar algo de desconsuelo por el hecho de tener que inventar algo que decir para retrasar ese momento lo máximo posible. Caminé unos pasos hasta volver a la estancia principal y dejé el vestido manchado sobre uno de los sillones, el que había usado para estar sentada minutos antes.

- Lamentablemente estaré fuera de la ciudad por el día. Ya sabe, temas de trabajo y arte - usé el único recurso del que disponía - No obstante, por las noches podré verla cuando la venga bien - dejé las palabras en el aire un segundo - O desee...

Rápidamente cambié el tema para que esa última frase se evadiera rápido y, si deseaba ver algo más en ella, lo hiciera una vez estuviera en su hogar.

- Quizás encontremos algún coche de caballos cerca y me sienta más tranquila de dejarla marchar.

-¿De verdad? ¡Muchas gracias! - Exclamó llevándose las manos al pecho, en su vida había recibido muchos regalos principalmente de familiares pero ninguno tenía un valor especial más allá del hecho de que al ser de una clase tan acomodada, los regalos iban y venían como cualquier otra cosa, por lo tanto carecían de real valor, eran regalos sin sentimientos, regalos que se daban por costumbre y por tradición más que por un genuino deseo de agradar al otro. Lin sintió que ese vestido que le regalaba Catalina era diferente, quiso creer que era una muestra de amistad verdadera.

-Si... queda bastante lejos – Aceptó desviando la vista hacía sus zapatos – Me ha tomado casi una hora en carruaje llegar hasta el jardín Botánico y la verdad luego de lo ocurrido me he dado cuenta de lo incómodas que son estás botas de tacón para caminar largas distancias – Confesó pero se apresuró agregar – Pero me encantaría en otra ocasión... quiero decir, que caminemos con tranquilidad por la plaza o cualquier otro lugar, prometo usar zapatos más cómodos – Finalizó con una sonrisa pícara que le salió natural.

Siguió a Catalina hasta la estancia principal, no hacía falta que limpiara el vestido, pero Lin había notado que su interlocutora era bastante servicial y educada, seguramente insistiría que lo lavaría si ella le decía que no hacía falta, así que sólo asintió y agradeció – Es muy considerado de su parte, muchas gracias – Luego ella le explicó que durante el día estaría muy ocupada y Lin le encontró bastante lógico, hasta el momento había notado que ella vivía sola y que no tenía sirvientes, parecía ser una mujer de negocios bastante ocupada. Este aspecto la maravilló, ese era el tipo de mujer que Lin aspiraba ser algún día, pero resultaba complicado debido a las condiciones de su nacimiento.

-No se preocupe, lo entiendo perfectamente – Afirmó ladeando la cabeza y organizándose unos mechones sueltos del cabello negro – No me molesta salir en las noches y podremos buscar un sitio que no sea tan peligroso – Agregó con una risita, ya el recuerdo de los ladrones parecía una broma. - Si creo que es mejor conseguir un carruaje, si llego sola caminando daría pie para muchas preguntas que no deseo contestar – Agregó.

Se giró hacía ella y se sintió bastante decepcionada de como había acabado la velada, en realidad había deseado algo más... ¿Pero no era acaso ese un designio del todo poderoso en el cielo? ¿No era mejor no haber caído en la tentación?

- Mañana iré a la eucaristía al medio día – Musitó con una sonrisa – Hay muchas cosas que debo agradecerle a Dios -

- Es usted una aventurera después de todo - la dije sonriendo a su comentario - Una hora en coche de caballos es mucha distancia. Si que deben de gustarle las flores para haber cubierto esa distancia sólo con la intención de verlas - seguí diciendo - También algo muy peligroso contando con las horas en las que ha realizado la visita y sabiendo que tenía que volver - la reñí en cierto modo - Aún así, de no haber llevado a cabo esa temeridad, no la hubiera conocido y, quizás no hubiera visto la grandiosidad del lugar - tragué saliva pensando en lo que realmente había supuesto aquel encuentro, más allá que cualquier cosa esperada y además una promesa de otra vez - Gracias - fue sincero, cercano y con un cierto deseo de contacto. Un contacto que se quedó poco más allá de un pensamiento.

- Es una pena que sólo pueda ofertarle vernos de noche - respondí a lo que ella decía - De todos es sabido que la verdadera maravilla, la verdadera belleza, siempre lo es más a la luz de un Sol radiante. Bajo esa premisa, todo color parece más vivo - la dije con una cierta nostalgia - Seguro que se ve muy diferente a la luz del día, debe de brillar - acababa de halagar su belleza y me había salido de una manera natural - Y no se preocupe por el sitio: ya encontraremos uno. Le ofertaría vernos aquí, en mi hogar. Hablar de arte o de lo que guste. Pero la distancia hasta su hogar hace que sea un plan bastante poco viable a menos que desee quedarse a descansar posteriormente. Tendré que adquirir una segunda cama de ser así - no tenía preparado nada para tener visitas. Tampoco esperaba que nunca me pasaría lo que aquella noche.

Terminé la frase y me encontré sumida en la visión del movimiento de sus dedos colocándose el pelo detrás de la oreja, descubriendo su mirada rasgada, tímida, más tranquila ahora que el contacto entre nosotras había cesado. Podría haberlo hecho yo y hubiera buscado de nuevo la cercanía, pero sólo entrelacé los dedos a la espalda y pensé en algo diferente.

- Tendremos que buscarlo nosotras mismas. Como ve, vivo sola y no dispongo de servicio - añadí mientras caminaba hasta la puerta de salida y la abría. El frío se había hecho intenso y lo sentí, probablemente ella aún más con el contraste de temperaturas - Ha caído mucho la temperatura, no se exponga más de la cuenta.

- Creo que debería descansar y reponerse. Seguramente, cuando se tumbe en la cama se de cuenta de todo lo que se ha cansado hoy. Han sido demasiadas emociones para tan poco tiempo. Su cuerpo aún no lo nota pero será consciente en cuanto se acueste - en mi cabeza se formó la imagen de aquella dama, desprendiéndose poco a poco de cada prenda, peinando su cabello y aseando su piel. Pero era una imagen erronea pues todo eso lo haría alguna de sus doncellas. Esa mujer sería la que gozara del contacto y la visión de la desnudez de Lin. ¿Estaba sintiendo celos?

Aventurera como tal no se consideraba, sabía que habían mujeres que se enfrentaban a peligros a diario y que llevaban vidas más emocionantes que la suya, ella por el contrario era más del tipo casero, el tipo de mujer que estaba destinada a convertirse en una modesta y sumisa ama de casa en cuanto fuera desposada. Para ella haber ido al jardín botánico por su cuenta había sido de las cosas más arriesgadas en toda su vida y aún más haber sido víctima de ladrones era algo que sin duda podría contar a sus nietos algún día.

¿Le había hecho un cumplido? Se preguntó mientras la escuchaba y sus mejillas volvieron a tiznarse de carmesí con sus palabras, no sabía como tomar las señales que le lanzaba Catalina, era infortunadamente demasiado ingenua e inexperta en esos temas.

-Podemos apreciar la belleza aún en la oscuridad – Dijo al fin mirándola de reojo – Podemos vernos la plaza que rodea la catedral, queda mucho más cerca de mi casa – Comentó y luego reflexionó que también sería inconveniente para Catalina tener que recorrer una distancia muy larga para verse, después de todo Catalina también era una mujer, debía tener consideración con ella. La idea de quedarse a pasar la noche en esa casa le hizo sentir un escalofrío por la espalda ¿Pasar toda la noche con ella? Carraspeó tragó saliva alejando ese pensamiento.

Caminaron hasta la salida y Lin se vio obligada a apretar el abrigo contra su cuerpo pues la temperatura había bajado considerablemente, no tardaría en nevar en los próximos días si continuaban bajando los grados de esa forma. Se fijó entonces que un carruaje venía por la calle a varias casas de distancia, se apresuró a estirar la mano para darle a entender que se detuviera frente a ellas.

-Es verdad, usted también descanse y de nuevo mil gracias por todo – Concluyó sonriendo mientras el carruaje se detenía finalmente frente a ellas, un hombre de unos 60 años con pelo canoso y bigote incipiente se quitó el sombrero para saludarlas aún montado en la parte delantera del carruaje. - Lléveme a la residencia Lautrec – Le pidió y el anciano aceptó colocándose nuevamente el sombrero.

Antes de subir al carruaje, Lin se giró y tomó a Catalina por los hombros para luego dejarle un suave beso en la mejilla derecha como era la costumbre, por unos instantes sus labios sintieron la frialdad de la piel de la vampiresa y Lin se preocupó una vez más por su temperatura, esperaba que Catalina no fuera a enfermarse debido al frío. Él beso había sido simple y rápido más por costumbre y tradición que por otra cosa aunque secretamente Lin deseaba besar otras partes de ella.

Se subió al carruaje y los caballos resoplaron cuando el hombre sacudió las riendas para que comenzaran a caminar. Dentro del carruaje que olía extra a gato mojado, Lin dejó escapar un largo suspiro, Catalina tenía razón ahora que se sentaba, se daba cuenta de lo cansadas que tenía las piernas.

Parecía que, finalmente, había conseguido de nuevo una respuesta involuntaria en Lin. En la tenue luz, sus mejillas se tornaron de nuevo con un color manzana. Además su mirada esquivó la mía durante un momento.

Respondió, me siguió el juego. Pero sus palabras sólo parecían una respuesta natural, no parecían para nada dirigidas a mi. No importaba, tampoco esperaba levantar pasiones, de momento con un rubor me era suficiente.

- No he dicho que no se pueda apreciar, he dicho que no es posible verlo en su máximo esplendor - puntualicé recalcando el hecho que yo también la veía.

Me indicó un lugar en el que podríamos encontrarnos llegado el momento. En mi cabeza, busqué la ubicación del mismo pues no estaba aún familiarizada con las calles y los lugares. Por suerte, había pasado ya alguna vez por donde decía. Además, de camino había una zona baja en la que podría saciar mi hambre para evitar al menos esa necesidad.

- Claro, me parece un sitio perfecto - la sonreí levemente, más por costumbre que por necesidad de hacerlo: con esa cantidad de luz no se hubiera percatado de las diferencias en mis dientes - ¿Le parece bien en tres noches? - no quería parecer demasiado rápida ni demasiado dejada así que, el tres, me pareció un buen número.

Salimos y noté como buscaba el calor en la tela que la cubría. Yo ni tan siquiera era consciente de él pero, para guardar las formas, hice lo propio para no llamar la atención y abotoné el que me cubría a mi.

Tuvimos suerte y pronto un carruaje pasó cerca y Lin pudo pararlo. Se despidió cordialmente y, antes de marcharse, besó mi mejilla. Fue un beso simple, formal y a modo de educación. No lo devolví, no solía hacerlo, tampoco me gustaba mucho sentir el contacto de otras personas pero, ese en particular, se me hizo corto. Por un momento pensé que quizás le había dado demasiadas vueltas a la cabeza y había extrapolado por encima de lo que realmente habían sido los hechos realmente.

- Tenga cuidado - la dije mientras los caballos comenzaban a caminar.

Esperé hasta que se hubieron marchado del todo, hasta que ni siquiera se viera el polvo levantado por las bestias. Luego volví a mi hogar. Pasé por delante del vestido de Lin y le dediqué un segundo la mirada. Después seguí mi trayecto hasta que subí arriba.

En ese piso, un lienzo dominaba la estancia y una luna llena lanzaba sus rayos azulados iluminando una estancia oscura. Caminé unos pasos y desabroché mi vestido dejándolo caer en el suelo, hice lo propio con mi ropa interior y lo sustituí por un atuendo de tela blanca, apenas grueso.

Caminé hasta el lienzo y, justo a su lado, había un recipiente con líquido corinto. Introduje dos dedos y me los llevé a la boca. Lamí la sangre: estaba fría. Entorné la mirada mientras observaba el lienzo vacío y, estirando la mano, pinté dos líneas rojas con mis dedos.

Aquella podría ser una buena noche para pintar...

Off Rol: