The Silence of the Lambs || Privado

por **Julianne MacFarlane** Lun Sep 28, 2015 5:17 pm

“Hasta lo inesperado acaba en costumbre cuando se ha aprendido a soportar.”
Julio Cortázar

Su puño de hierro cayó una y mil veces sobre el rostro de Julianne. El éxtasis de Luca llegó una vez que hubo mancillado el cuerpo de su esposa hasta dejarla inconsciente, con la nariz sangrando y magulladuras por cada parte de su cuerpo. La doncella la encontró sobre las sábanas teñidas de sangre, semi desnuda, con Mihai llorando en el piso. El señor de la casa ya se había ido. Advertida por los gritos, la muchacha sólo se había animado a entrar a la habitación cuando el portazo de la salida hizo retumbar los vidrios de la residencia. Había escuchado la discusión desde el final de pasillo, discusión que sólo Basarab llevaba a cabo, pues Julianne se limitaba a rogarle que no le hiciera daño al hijo de ambos. Al parecer, el niño no presentaba golpes. Lanzó un grito cuando su ama no despertaba, a pesar de su insistencia. El sangrado nasal no se detenía, lo que le hizo pensar que le había roto la nariz. No eran muchas las ocasiones en que él le golpeaba el rostro, generalmente su violencia se canalizaba en otros sectores de su cuerpo donde nadie pudiera advertir el trato que prodigaba a su indefensa mujer. Sin saber demasiado qué hacer, atinó a cubrirle el rostro. Intentó levantarla, pero un quejido la obligó a desviar la vista hacia el abdomen, palpó con sus escasos conocimientos en torno a medicina, y descubrió que una costilla se encontraba rota. ¿Cómo haría para moverla? La desesperaba que el bebé no parase de llorar. Al borde de un ataque de locura, el jardinero acudió en su ayuda. Eran amantes desde hacía pocas semanas; los echarían de enterarse. Por orden explícita de la señora, nadie debía meterse en las peleas con Luca. El muchacho había estado preparando sus puños para defenderla, pero se contuvo porque necesitaba el dinero.

Entre los dos la cargaron en un coche de alquiler. El empleado se quedó con el niño y mantuvo su vista fija en el carro hasta que dobló en la esquina siguiente. La doncella no soltaba el rosario, rezaba un Padrenuestro tras otro, y sólo se detenía para rogarle a su patrona que resistiese. Se preguntó cómo haría para bajarla ella sola, pero el traqueteo del móvil despertó a Julianne. A la escritora el mundo le daba vueltas, tenía deseos de vomitar y el dolor le laceraba cada rincón de su cuerpo. Entendió lo que estaba sucediendo, y a pesar de que habría querido volver, el dolor de las costillas rotas le impedía respirar, por lo tanto, hablar. Se limitó a mantenerse quieta, con los ojos abnegados de lágrimas y las sienes empapadas con su líquido salobre. Se preguntaba cómo Luca se había enterado de la relación estrecha que mantenía con su cuñado, la escena de celos le había parecido irracional. Había intentado explicarle que eran sólo amigos, pero su marido no había entendido razones, y había arremetido con toda su furia contra su humanidad. La había violado, mordido, golpeado; sin embargo, su mayor temor era creer que estaba embarazada. Generalmente, cuando Luca la vejaba, se retiraba antes de plantar su cimiente, pero en los últimos meses todo había cambiado, parecía desesperado por embarazarla, y el vientre de Julianne, en hora buena, se negaba a ser nutrido con la semilla maldita de Luca. Sin embargo, su sangrado aún no había bajado, y la inglesa despertaba cada mañana rogando que ocurriese su ciclo femenino.

—Tranquila, señora, ya llegamos —susurró la muchacha cuando el carro se detuvo. Le pagó al chofer cuando le abrió la puertilla, y agradeció la solidaridad del anciano, que tomó a Julianne entre sus brazos y la ayudó a ponerse de pie.

Lanzó un quejido de dolor, no podía caminar, y apoyarse en la doncella le provocaba un esfuerzo que no podía hacer. Sin embargo, inspiró entrecortado y se dejó guiar por la chica. Aquella era una medida que habían conversado, en caso de que Luca exacerbase su violencia. Debía llevarla con un médico que se ocupaba de los pobres, que se sabía era discreto y que atendía clandestinamente en el hospital. Había escuchado sobre él en los barrios más humildes de París, y ya en una ocasión habían intercambiado algunas palabras, cuando Julianne le llevó a un chico golpeado en una pelea callejera. Algo en él le había provocado cierto rechazo, aunque imaginó que su prejuicio se generaba en la condición sobrenatural del caballero. Pero había sido en extremo eficiente y cordial, y era la mejor de sus opciones. Cualquier otro médico haría preguntas indiscretas y correría el rumor. Lo último que necesitaba era que llegase a oídos de su familia política la tempestad que se desataba en su hogar cuando Luca llegaba ebrio y enojado por haber perdido en las apuestas. En más de una ocasión su cuñada le había preguntado cómo era la relación con su medio hermano, a lo que Julianne siempre contestaba con una estela de mentiras, intentado ser lo más convincente posible. A nadie le eran ajenas las contiendas verbales, pero no imaginaban que le daban paso a golpizas infernales, que en más de una ocasión dejaban a la inglesa postrada por días.

— ¡Doctor! ¡Ayúdenos! —la voz de la doncella la obligó a alzar la vista nublada, y cuando tuvo al médico a escasos centímetros, la poca fuerza de la que se había hecho acopio, se desmoronó junto con su cuerpo, que cayó sobre el caballero.

por **John W. Halsted** Lun Ene 25, 2016 12:15 am

La clínica clandestina que John había construido en el sótano del hospital, junto a las calderas y a la fundidora de metales, había sido en un principio una necesidad, si bien el hospital hacía lo propio en cuanto a atender a los pobres y sobrenaturales la demanda aumentaba día con día, con más hospitales mudándose a la parte prominente de la ciudad el hospital de París era de las pocas instituciones que atendía a todo tipo de pacientes, además, el riesgo de tener algún “incidente” debido a su condición sería mucho más fácil de manejar si el desafortunado paciente fuese un desconocido o un ser sobrenatural. Con el tiempo la necesidad de mantener esta clínica clandestina se convirtió en una de sus prioridades, sobre todo cuando comenzó a experimentar con opioides. Aquella idea altruista se había convertido en su banco personal de sujetos de experimentación. Si bien la idea seguía siendo ayudar a quien lo necesitaba, un cambio en tal procedimiento o la utilización de sustancias y fluidos no probados era común en su práctica.

La existencia de esta clínica era poco conocida, John sólo aceptaba casos que le interesaran o aquellos lo suficientemente graves como para no atenderlos, si de alguna forma alguien del hospital se entérese de lo que John hacía ahí abajo probablemente sería lo mismo que cavar su propia tumba pues su relación con el director no era la mejor a pesar de que este había, hasta ahora, accedido a todas y cada una de sus peticiones. El lugar tampoco era lo suficientemente grande como para ambicionar llenarlo de pacientes.

Aquella noche se encontraba sólo, Lucy y las demás enfermeras que lo asistían no se encontraban ahí, por alguna razón el destino había querido que esa noche todas tuviesen algo más importante que hacer. A John no le preocupaba demasiado qué era lo que hacía Lucy en su tiempo libre, su mente se mantenía ocupada en otras cuestiones, cuestiones más apremiantes, entre eso y su adicción no tenía tiempo de pensar en nada más.

Cuando Julianne Basarab apareció por la puerta trasera del hospital en brazos de su criada no hubo más que llevarle de inmediato a la sala de operaciones improvisada que John había construido hace un tiempo y que además usaba para sus experimentos. Usualmente si se hubiese tratado de otro paciente John no hubiera dudado en mandarle arriba, que alguien más la atendiese y que servicios sociales se encargase de su caso. Él no era un hombre muy empático, había aprendido desde muy joven que no se era un médico hasta que no se perdía a un paciente y que uno no se convertía en uno bueno hasta que ello dejase de importarle. La primer inspección fue lo que le hizo interesarse, Julianne tenía un par de costillas rotas, nada que algunas semanas de reposo no arreglaran, pero además de ello era probable que sufriera algún tipo de herida interna o incluso que tuviese un pulmón perforado.

— Has hecho todo lo que has podido por ella. Yo me encargaré desde ahora. Será mejor que regreses con el niño — Le dijo a la criada antes de cerrarle la puerta en las narices. Cuando conoció a Julianne esta no le había contado nada sobre ella o sobre su vida, ciertamente nada sobre su marido abusivo o de su pequeño hijo, todo lo que sabía ahora se lo había revelado su criada quien gracias a su desesperación parecía gritarle sus pensamientos a John.

El tiempo no era un factor determinante en estos momentos, el aire que no filtraban sus pulmones comenzaría a llenar su caja torácica pero esto no ocurriría hasta un par de horas después. Fue por ello que John se tomó su tiempo para suturar las heridas superficiales, sobre todo en su rostro, después de todo haría su mejor esfuerzo para que al final la única cicatriz de la que se tuviese que preocuparse fuese una que pudiera cubrir. De cualquier forma quería que Julianne estuviera despierta para el siguiente paso.

Después de casi una hora, John se había ocupado de toda las heridas superficiales de Julianne y le había limpiado la sangre del cuerpo también. Con todo listo y mientras esperaba que ella despertase comenzó su propia preparación. Un poco más de 4 mililitros de su droga era lo que necesitaba para controlar su naturaleza. Una vez la sustancia estaba en su cuerpo no tardaba mucho tiempo en hacer efecto, mientras ello ocurría John salió del cuarto y se dirigió a su oficina. De su escritorio sacó un par de frascos etiquetados con la leyenda “coca”, además de ello tomó un inyector diferente al que él usaba, la aguja de este era de acero y no de plata.

Cuando regresó Julianne ya había despertado — Parece que hoy es su día de suerte, señora Basarab. Hoy será el día en el que tendrá la dicha de ser la primer mujer en estar consciente mientras es operada. A menos que prefiera ser sedada, con todo y el riesgo de no volver a despertar nunca.

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