AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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¿Quién es usted? |Privado|
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¿Quién es usted? |Privado|
La inconsciencia podía describirla como ser envuelto por la oscuridad, flotar en la nada, no había gravedad ni tiempo, era una especie de trance no del todo implacentero. El dolor no existía así como los recuerdos tormentosos. Lentamente fui despertando con un pequeño gruñido, mis párpados aún se sentían pesados y por ello me costaba trabajo abrir mis ojos, pero aún así lo hice. El siguiente sentido que recuperé fue el del tacto, podía sentir algo encima de mí, sin mover el cuello dirigí mi mirada hacia otra dirección, sentía calor, un reconfortante calor, había un par de mantas sobre mí aunque claro, en ese momento no me pregunté de dónde habrían salido, pasé una de mis manos por... ¿el colchón? comprobé una vez más y, efectivamente, me encontraba recostado en una suave cama y mi cabeza reposaba en una almohada... espera un momento ¿cómo era que estaba yo en una cama? ¡¿dónde estaba, cómo había llegado ahí?! Preso del miedo abrí un poco más mis ojos y simultáneamente mi cuerpo se hacía consciente del dolor en mi cuello y de la debilidad, traté de girar la cabeza para ver mejor mis alrededores y al hacerlo un dolor punzante recorrió mi cuerpo, obligándome a quedarme quieto. Lo único que podía ver era un techo alto.
Hice el intento por pararme pero me encontré con la aterradora noticia de que no sentía mis piernas ¡¿Qué pasó?! gritaba mi mente una y otra vez. Traté de evocar memorias sobre los eventos que se habían dado para terminar yo en aquella situación... era de noche y había un hombre en el callejón, después de eso era una laguna en mi mente, no podía recordar lo que había pasado y eso era lo más escalofriante de la situación. Sentía una especie de presión en mi cuello y moví mi mano izquierda tratando de encontrar el origen de eso, había como una tela que rodeaba mi cuello con cierta fuerza, caí en la cuenta de que era un vendaje ¡¿Por qué tenía un vendaje en el cuello?! Me sentía como en una pesadilla. Estaba débil, adolorido, había despertado en un lugar extraño sin memoria de por qué era así. El pánico comenzó a asaltar mi mente imaginando los peores escenarios. Había algo más... tenía una extraña sensación debajo de mi brazo derecho, con la otra mano me dediqué a averiguar qué era lo que causaba esa extraña sensación y me encontré con ¿un termómetro? estaba a punto de retirarlo de su posición cuando capté movimiento de reojo y me frené en seco. No estaba solo en la habitación...
Cailen Gowan- Humano Clase Baja
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Re: ¿Quién es usted? |Privado|
Recordaba las palabras de Amadeo, como me comparaba con esas asociaciones que recogían animales de las calles. Sin duda la relación de animales con hombres no me agradaba demasiado, pero el hecho de mantener a un joven inconsciente y desamparado me remitía a eso con gran rapidez. Cargarlo hasta la casa no había sido difícil, la sangre no evocaba demasiado mi hambre. Tenía la facultad de aguantarme con completa seguridad frente a cualquier tipo de seducciones físicas. En ese caso no era diferente y manejé vendarlo sin dificultades. Había perdido sangre, sin embargo no estaba en gravedad. Ni tampoco había sido necesario utilizar de mi propia sangre para curarlo. No, eso era inadmisible y solo era utilizado en un solo ente. La realidad es que el destino siempre decidía si alguien debía morir o vivir y yo me negaba a interferir con el flujo del cosmos. No obstante aquel muchacho aparentemente abandonado y descuidado comenzaba a tener un poco de color, dejando la palidez moribunda en el olvido.
Más que mal había sido mi culpa que él haya hecho el ruido suficiente para llamar a otro inmortal al lugar. Provocando entonces que unos colmillos lograran desgarrar su cuello humano. Pese a todo, había sido lo suficientemente inocente como para ser protegido por mi ala. La observé entonces, con los brazos cruzados, suspirando innecesariamente. Lo había acostado en una de las habitaciones del primer piso, éstas eran de huéspedes y contaban con lo suficiente para atender al muchacho, aunque sin tantos lujos, de modo que no hubiese nada de real valor que éste deseara robar. No quería tentarlo de ninguna manera, pues parecía que la desesperación terminaba siempre haciéndolo recurrir a pecados obsoletos.
Tomé entonces el pesado termómetro de mercurio, acomodándolo en la parte de abajo de su brazo, justo en la hendidura para poder saber la temperatura de su cuerpo. Me pregunté en aquel momento, en dónde estaría el otro querubín que se paseaba usualmente triste por la casa de quien era su “ángel” -como así él lo llamaba-. El lugar había sido abandonado por su propietario, el miedo a ser asesinado lo había embriagado y la desesperación típica de un vampiro lo había obligado a esconderse en las sombras de la humanidad. Un neófito, uno que extrañamente no merecía la muerte o eso es lo que había encontrado tras ver el tipo de acciones que llevaba en su vida. Asentí ante el pronto pensamiento y escuché los removimientos de tela sobre la cama, encontrándome con un joven mareado y que comenzaba a entrar a una especie de penumbra de ensoñación. — Sería prudente que no se mueva tanto joven. Esta noche ha tenido “suerte”. — Yo no creía en ella, se trataba más bien de obras de la eventualidad, no obstante en ese caso realmente parecía haber sido algo no pensado por nadie. Después de todo su rostro y esa pequeña pureza interior, me habían obligado a ayudarlo aun cuando no se trataba de mi territorio en Venecia. Me acerqué entonces a retirar el artefacto, encontrándome con una temperatura bastante alta para un cuerpo humano y negué con algo de frustración, acomodándome para mojar un retazo de toalla entregado por el ama de llaves del lugar. Aquella mansión no contaba con más que dos personas, un jardinero que también hacía de chofer y una señora que cuidaba de todo lo demás. No había sirvientes que pudieran hacer la labor de poner agua fría en un pañuelo para su frente, por lo que me tuve que dignar a hacerlo yo. Con cuidado lo puse allí, mirándole con seriedad, con un rostro calmado y aburrido, sin expresión aparente. — Puede llamarme Venance. Al parecer el frío le ha causado un resfrío. No se remueva tanto. — Añadí, en lo que bajaba los párpados, acomodándome así sobre una silla frente a él, observándole fijamente, alzando apenas las cejas. — Ah… Debería comer algo, ¿le apetece sopa caliente, quizá? — Preguntaba siempre con cuidado, refinadamente, sin hacer alusión ni un solo momento a las acciones que habían sucedido.
Más que mal había sido mi culpa que él haya hecho el ruido suficiente para llamar a otro inmortal al lugar. Provocando entonces que unos colmillos lograran desgarrar su cuello humano. Pese a todo, había sido lo suficientemente inocente como para ser protegido por mi ala. La observé entonces, con los brazos cruzados, suspirando innecesariamente. Lo había acostado en una de las habitaciones del primer piso, éstas eran de huéspedes y contaban con lo suficiente para atender al muchacho, aunque sin tantos lujos, de modo que no hubiese nada de real valor que éste deseara robar. No quería tentarlo de ninguna manera, pues parecía que la desesperación terminaba siempre haciéndolo recurrir a pecados obsoletos.
Tomé entonces el pesado termómetro de mercurio, acomodándolo en la parte de abajo de su brazo, justo en la hendidura para poder saber la temperatura de su cuerpo. Me pregunté en aquel momento, en dónde estaría el otro querubín que se paseaba usualmente triste por la casa de quien era su “ángel” -como así él lo llamaba-. El lugar había sido abandonado por su propietario, el miedo a ser asesinado lo había embriagado y la desesperación típica de un vampiro lo había obligado a esconderse en las sombras de la humanidad. Un neófito, uno que extrañamente no merecía la muerte o eso es lo que había encontrado tras ver el tipo de acciones que llevaba en su vida. Asentí ante el pronto pensamiento y escuché los removimientos de tela sobre la cama, encontrándome con un joven mareado y que comenzaba a entrar a una especie de penumbra de ensoñación. — Sería prudente que no se mueva tanto joven. Esta noche ha tenido “suerte”. — Yo no creía en ella, se trataba más bien de obras de la eventualidad, no obstante en ese caso realmente parecía haber sido algo no pensado por nadie. Después de todo su rostro y esa pequeña pureza interior, me habían obligado a ayudarlo aun cuando no se trataba de mi territorio en Venecia. Me acerqué entonces a retirar el artefacto, encontrándome con una temperatura bastante alta para un cuerpo humano y negué con algo de frustración, acomodándome para mojar un retazo de toalla entregado por el ama de llaves del lugar. Aquella mansión no contaba con más que dos personas, un jardinero que también hacía de chofer y una señora que cuidaba de todo lo demás. No había sirvientes que pudieran hacer la labor de poner agua fría en un pañuelo para su frente, por lo que me tuve que dignar a hacerlo yo. Con cuidado lo puse allí, mirándole con seriedad, con un rostro calmado y aburrido, sin expresión aparente. — Puede llamarme Venance. Al parecer el frío le ha causado un resfrío. No se remueva tanto. — Añadí, en lo que bajaba los párpados, acomodándome así sobre una silla frente a él, observándole fijamente, alzando apenas las cejas. — Ah… Debería comer algo, ¿le apetece sopa caliente, quizá? — Preguntaba siempre con cuidado, refinadamente, sin hacer alusión ni un solo momento a las acciones que habían sucedido.
Venance Carpaccio- Vampiro Clase Alta
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Re: ¿Quién es usted? |Privado|
Escuché unos tenues pasos que se aproximaban a la cama en donde me encontraba. Los oía y me imaginaba de inmediato a un hombre por alguna extraña razón. Desde el instante en el que me percaté de la inesperada compañía, comencé a buscar mi daga, que por lo general estaría en mi cinturón, mi intención no era lastimar a quien fuera el que estaba conmigo, pero el tenerla conmigo me daba una sensación de seguridad y protección. Al no sentir el mango, la poca seguridad que tenía se desvaneció, me había quitado el arma y como no estaba en condiciones para defenderme de ninguna forma, me encontraba a total merced del hombre. Escuchaba su voz junto a la cama e hice un esfuerzo para girar mi cuello adolorido, no me gustaba estarlo escuchando y no poder verlo.
Me encontré mirando a un hombre de pelo largo y rubio, con facciones jóvenes, en apariencia era mayor que yo por tan solo un par de años. Por alguna extraña razón, sentía que debía de conocerlo, pero todo era confuso y pensé que que aquella idea era tan solo producto de eso. ¿Suerte había dicho? -¿Qué pasó? -Pregunté con voz débil haciendo el esfuerzo por mantenerme despierto. -¿Dónde estoy? Sentía la vista caliente pero aún así tenía demasiado frío, dejé que retirara el instrumento y en cuanto lo hizo me enrollé en mi propio cuerpo, llevándome conmigo las gruesas mantas para así entrar en calor, me sentía fatal. Le observé negar con la cabeza y entendí que las cosas estaban peor de lo que pensaba.
Mientras seguía enrollado entre las mantas le observé alejarse un momento y luego regresó. Al ver de cerca sus facciones, los recuerdos de ¿la noche anterior? ¿cuánto tiempo me había desmayado? llegaron a mi como un golpe. Él era el hombre en el callejón, traté de quitarle su reloj y abrigo pero me descubrió, yo había entrado en pánico y grité, todo para acabar sentado en donde estaba antes de que todo comenzara, él se alejó y yo... yo iba a seguirle. Después de eso era una laguna en mi mente ¿qué pasó después?
Retrocedí un poco al ver que intentaba colocar su mano en mi frente y cerré los ojos con fuerza, me sorprendí al sentir gotas de agua resbalando por mi frente. -Es... está helada. -Comenté sintiendo el frío transmitirse por mi columna. Después de la sensación inicial, poco a poco lo comencé a sentir recomfortante. -Era usted... -Dije en voz alta ignorando por completo la última pregunta. Moví mi mano hacia mi cuello nuevamente y busqué la herida, dejando escapar un leve quejido de dolor al encontrarla. -¿Qué pasó? ¿me mordió? ¿usted me trajo?
Cailen Gowan- Humano Clase Baja
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Re: ¿Quién es usted? |Privado|
Tenía que aceptar que cuidar a los demás no se me daba realmente bien. Había pasado miles de años intentando acoger a los desamparados que tuviesen un corazón puro y ganas de vivir dignamente. Y lo había hecho con éxito, pero en una lejanía casi utópica. En donde mis manos solo eran las de un titiritero que movía a los demás para que las cosas se hicieran como a mí me apetecía. En tal caso, en plena París, me hallaba sin mis discípulos usuales. Aquel mayordomo que era mis acciones en forma humana había quedado en Venecia, cuidando cada una de mis responsabilidades. Y aun así, el descuido y el poco control hizo que el muchacho terminara bajo mi manto. La piel se le notaba amarillenta, producto de la sangre faltante en su cuerpo. Y los orbes claros y algo desorbitados parecían querer indagar todo lo que había a su alrededor. Mi rostro, por otro lado, estaba sereno, tan calmado como siempre. Expectante a sus respuestas y a sus acciones por igual. No era alguien de mucha conversación, pero contrariamente me agradaba escuchar a las personas hablar. Dejé escapar un falso suspiro, la frustración de cómo explicarle las cosas me perturbaba y las ganas de arrepentirme estaban rosando las yemas de mis dedos con ímpetu. — Se desmayó, está bajo techo y eso es lo importante. Aunque no crea que me he olvidado de sus acciones al querer robarme.— Añadí alzando una de mis cejas, mientras los brazos se cerraban sobre mi pecho. Observando como las gotas de agua fría corrían por la mejilla ajena, producto de la manta mojada recién puesta en su frente. Se podía notar que no había enojo o malestar en mí, mas sí una desconfianza y curiosidad innatas.
En otro momento le hubiese regañado por moverse hacia todos lados, no obstante simplemente no quería molestarme de más. El casi estrés de esa ciudad ya era demasiado agravante como para condimentar mis estados de ánimo con aquella persona que aparentemente no hacía más que meterse en problemas. — No lo voy a lastimar… Deja de estar a la defensiva. No, por supuesto que yo no lo mordí, no estaría aquí de haber pasado semejante cosa. Al parecer el ruido llamó a un inmortal que había pasado por el oscuro callejón la noche anterior. Pero no hay que preocuparse ya murió y usted tiene mucha suerte. — Por un momento la formalidad había quedado de lado. Aunque solía entablar conversaciones con un frufrú de vocablos, no me veía en la necesidad de hacerlo con el joven de ojos pardos y un claro temor a lo desconocido o más bien, a algo que conoce más de la cuenta. Pues me había percatado en ese momento, en donde había tocado su mano, que mantenía una historia de vida complicada, que lo perseguía en su camino a la existencia. Que lo había dejado desamparado como un pobre. Y me senté en la silla que estaba a apenas un metro de distancia de él. — Vienes de una familia complicada. Estabas rezando por ayuda. ¿Qué te hace pensar que Dios te escuchará? Escapaste de tus progenitores, ¿no es así? Tienes una historia interesante, estas aquí por ella. Encuentro en ti una pureza y temeridad que me permiten ayudarte. Cuéntame y preséntate por favor. Y respóndeme. — Espeté casi ordenando con los ojos, frunciendo el entrecejo cuando noté que no había respondido a mi última pregunta. Era evidente que el chico estaba ensimismado, tanto que siquiera su nombre me había dejado saber de sus propios labios. Y aunque pudiese leer cada uno de sus pensamientos, aquello era algo que no me hacía en gracia. Prefería evitarlo cuando la certeza de que no lo mataría ya había sido pasada. Por otro lado, mi mirar era distante y podía notarse como a ratos observaba las puertas, cuidando de que la presencia del pequeño muchacho que me había traído a París no se apareciera. No creía poder soportar la imprudencia de dos jóvenes humanos como ellos eran.
En otro momento le hubiese regañado por moverse hacia todos lados, no obstante simplemente no quería molestarme de más. El casi estrés de esa ciudad ya era demasiado agravante como para condimentar mis estados de ánimo con aquella persona que aparentemente no hacía más que meterse en problemas. — No lo voy a lastimar… Deja de estar a la defensiva. No, por supuesto que yo no lo mordí, no estaría aquí de haber pasado semejante cosa. Al parecer el ruido llamó a un inmortal que había pasado por el oscuro callejón la noche anterior. Pero no hay que preocuparse ya murió y usted tiene mucha suerte. — Por un momento la formalidad había quedado de lado. Aunque solía entablar conversaciones con un frufrú de vocablos, no me veía en la necesidad de hacerlo con el joven de ojos pardos y un claro temor a lo desconocido o más bien, a algo que conoce más de la cuenta. Pues me había percatado en ese momento, en donde había tocado su mano, que mantenía una historia de vida complicada, que lo perseguía en su camino a la existencia. Que lo había dejado desamparado como un pobre. Y me senté en la silla que estaba a apenas un metro de distancia de él. — Vienes de una familia complicada. Estabas rezando por ayuda. ¿Qué te hace pensar que Dios te escuchará? Escapaste de tus progenitores, ¿no es así? Tienes una historia interesante, estas aquí por ella. Encuentro en ti una pureza y temeridad que me permiten ayudarte. Cuéntame y preséntate por favor. Y respóndeme. — Espeté casi ordenando con los ojos, frunciendo el entrecejo cuando noté que no había respondido a mi última pregunta. Era evidente que el chico estaba ensimismado, tanto que siquiera su nombre me había dejado saber de sus propios labios. Y aunque pudiese leer cada uno de sus pensamientos, aquello era algo que no me hacía en gracia. Prefería evitarlo cuando la certeza de que no lo mataría ya había sido pasada. Por otro lado, mi mirar era distante y podía notarse como a ratos observaba las puertas, cuidando de que la presencia del pequeño muchacho que me había traído a París no se apareciera. No creía poder soportar la imprudencia de dos jóvenes humanos como ellos eran.
Venance Carpaccio- Vampiro Clase Alta
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Re: ¿Quién es usted? |Privado|
En ese momento en el que soltó la primera frase, nuestras miradas se cruzaron, sus ojos eran totalmente inexpresivos y yo no podía evitar sentirme avergonzado por lo que había hecho, más aún, que la entidad me perdonó la vida y ahora... cuidaba de mí. Todo eso contradecía lo que me habían enseñado mis padres, que los vampiros no dudarían en asesinar a una persona por más inocente que fuese si se les daba la oportunidad, sin embargo ahí estaba yo, herido y enfermo recostado en una cama en lo que yo estaba seguro que era su mansión, había vendado mi herida y estaba cuidando de mi enfermedad, inclusive me había ofrecido comida. Con tal contradicción me sentía perdido, no sabía a quién creerle ahora. -En verdad estoy arrepentido por lo que hice. Me avergüenza. -El hombre, cuyo nombre aún me daba algo de temor pronunciar (por pena más que nada) me trataba diferente a todo lo que conocía, había inclusive amabilidad, cosa que era nueva para mí. Pensar en lo que yo había hecho inclusive me daba náuseas, fue en ese momento en el que me di cuenta de lo bajo que había caído entonces ¿todo por qué? por haber sido un cobarde años atrás.
Aún así, el tener contacto físico con una persona (con quien fuera) no me ponía muy cómodo, pues al instante venían reminiscencias de los castigos que me había dado mi padre siendo aún muy niño, luego estaban los múltiples maltratos que había vivido en mis años como vagabundo, que no ayudaban en nada. En el fondo, de alguna extraña forma, sabía sus intenciones no eran las de herirme, pero no era algo que podía aceptar en un instante, siempre trataba de evitarlo, se había vuelto algo involuntario. Trataba de entender sus palabras, el pensamiento racional era difícil por la fiebre, la debilidad y el mismo estrés de la situación, aún así, logré que en mi cabeza se juntaran las piezas. -Me salvó la vida. -Dije sin ninguna intención en particular, tan solo trataba de asimilar lo que había pasado. La idea de que estuve al borde de la muerte... apenas si sentía las gotas de agua en mi frente, solo había un pensamiento en mi cabeza "en este momento podría estar muerto" me dio un vuelco al corazón al imaginarme la escena que había vuelto a mi memoria, ¿qué hubiese pasado si aquél hombre no hubiese interferido? Entonces me preguntaba cuáles habrían sido sus intenciones al haberme permitido vivir ¿sería yo acaso un esclavo de sangre? casos como esos habían ocurrido ¿o era algo más? los pensamientos se mezclaban y no llegaba a nada en concreto y decidí cesar entonces, no estaba en condiciones para hacer el ejercicio mental. Cuando volví a alzar la vista ya estaba sentado en una silla cerca de mí. — Vienes de una familia complicada. Estabas rezando por ayuda. ¿Qué te hace pensar que Dios te escuchará? Escapaste de tus progenitores, ¿no es así? Tienes una historia interesante, estas aquí por ella. Encuentro en ti una pureza y temeridad que me permiten ayudarte. Cuéntame y preséntate por favor. Y respóndeme. -Con esas palabras no pude evitar dejar que mi mandíbula cayera abierta de la impresión. ¡Lo sabía todo! Entonces... aquello que había sentido en el callejón cuando tomó mi mano, fue cierto... hurgó en mi memoria. -¿En verdad ha visto mis recuerdos? -Pregunté sin poder creérmelo aunque claro, ya sabía la respuesta. -Soy hijo del sacerdote Eallair Gowan y la artesana Aingealag. Mi nombre es Cailen monsieur -Respondí dejando escapar aire, jamás había revelado mi apellido a nadie, tenía el temor de que al reconocerlo, me llevaran de regreso a Escocia. -En realidad... en el momento en el que usted tomó mi brazo y me di cuenta de que no podía escapar... no creía que Dios fuese a ayudarme, en realidad no lo creía. Pero pensé que si iba a morir, ya nada perdía con intentar suplicar el perdón....
Me detuve un momento mientras buscaba una posición más confortable, me acomodé de forma que quedara sentado en la cama y también jalé las mantas conmigo para cubrirme. -Supongo que desea saber todo de mi vida, aunque está claro que ya la ha visto. -Dejé escapar otro suspiro mientras me preguntaba a mí mismo por donde comenzar. -Yo nací en Glasgow monsieur y... desde que era niño me educaron conforme a la Santa Biblia, solo soy el fruto del pecado de mis padres y por lo mismo, trataron de remediarlo. Eran bastante estrictos con las cuestiones religiosas y si desobedecía o no cumplía sus expectativas pues... -Dejé la frase a medias mientras me daba a mí mismo un abrazo, mi mente me jugaba malas pasadas, podía sentir el ardor en algunas de las cicatrices de mi espalda, no quería adentrarme mucho en el tema. -A los diez años me di cuenta de que ambos eran en realidad... inquisidores. Comenzaron a ser más rígidos, tenía doce cuando me obligaron a presenciar una ejecución por primera vez... un vampiro... ellos... ¡Lo siento! -Exclamé, sintiendo que el aire se me iba. -Tenía familia... yo pude haber hecho algo. -La culpa que cargaba desde aquél día y que aumentó al pasar los años aún me perseguía, inclusive podía escuchar los gritos cuando soñaba. -Perdóneme monsieur Venance, pero no puedo continuar.
Aún así, el tener contacto físico con una persona (con quien fuera) no me ponía muy cómodo, pues al instante venían reminiscencias de los castigos que me había dado mi padre siendo aún muy niño, luego estaban los múltiples maltratos que había vivido en mis años como vagabundo, que no ayudaban en nada. En el fondo, de alguna extraña forma, sabía sus intenciones no eran las de herirme, pero no era algo que podía aceptar en un instante, siempre trataba de evitarlo, se había vuelto algo involuntario. Trataba de entender sus palabras, el pensamiento racional era difícil por la fiebre, la debilidad y el mismo estrés de la situación, aún así, logré que en mi cabeza se juntaran las piezas. -Me salvó la vida. -Dije sin ninguna intención en particular, tan solo trataba de asimilar lo que había pasado. La idea de que estuve al borde de la muerte... apenas si sentía las gotas de agua en mi frente, solo había un pensamiento en mi cabeza "en este momento podría estar muerto" me dio un vuelco al corazón al imaginarme la escena que había vuelto a mi memoria, ¿qué hubiese pasado si aquél hombre no hubiese interferido? Entonces me preguntaba cuáles habrían sido sus intenciones al haberme permitido vivir ¿sería yo acaso un esclavo de sangre? casos como esos habían ocurrido ¿o era algo más? los pensamientos se mezclaban y no llegaba a nada en concreto y decidí cesar entonces, no estaba en condiciones para hacer el ejercicio mental. Cuando volví a alzar la vista ya estaba sentado en una silla cerca de mí. — Vienes de una familia complicada. Estabas rezando por ayuda. ¿Qué te hace pensar que Dios te escuchará? Escapaste de tus progenitores, ¿no es así? Tienes una historia interesante, estas aquí por ella. Encuentro en ti una pureza y temeridad que me permiten ayudarte. Cuéntame y preséntate por favor. Y respóndeme. -Con esas palabras no pude evitar dejar que mi mandíbula cayera abierta de la impresión. ¡Lo sabía todo! Entonces... aquello que había sentido en el callejón cuando tomó mi mano, fue cierto... hurgó en mi memoria. -¿En verdad ha visto mis recuerdos? -Pregunté sin poder creérmelo aunque claro, ya sabía la respuesta. -Soy hijo del sacerdote Eallair Gowan y la artesana Aingealag. Mi nombre es Cailen monsieur -Respondí dejando escapar aire, jamás había revelado mi apellido a nadie, tenía el temor de que al reconocerlo, me llevaran de regreso a Escocia. -En realidad... en el momento en el que usted tomó mi brazo y me di cuenta de que no podía escapar... no creía que Dios fuese a ayudarme, en realidad no lo creía. Pero pensé que si iba a morir, ya nada perdía con intentar suplicar el perdón....
Me detuve un momento mientras buscaba una posición más confortable, me acomodé de forma que quedara sentado en la cama y también jalé las mantas conmigo para cubrirme. -Supongo que desea saber todo de mi vida, aunque está claro que ya la ha visto. -Dejé escapar otro suspiro mientras me preguntaba a mí mismo por donde comenzar. -Yo nací en Glasgow monsieur y... desde que era niño me educaron conforme a la Santa Biblia, solo soy el fruto del pecado de mis padres y por lo mismo, trataron de remediarlo. Eran bastante estrictos con las cuestiones religiosas y si desobedecía o no cumplía sus expectativas pues... -Dejé la frase a medias mientras me daba a mí mismo un abrazo, mi mente me jugaba malas pasadas, podía sentir el ardor en algunas de las cicatrices de mi espalda, no quería adentrarme mucho en el tema. -A los diez años me di cuenta de que ambos eran en realidad... inquisidores. Comenzaron a ser más rígidos, tenía doce cuando me obligaron a presenciar una ejecución por primera vez... un vampiro... ellos... ¡Lo siento! -Exclamé, sintiendo que el aire se me iba. -Tenía familia... yo pude haber hecho algo. -La culpa que cargaba desde aquél día y que aumentó al pasar los años aún me perseguía, inclusive podía escuchar los gritos cuando soñaba. -Perdóneme monsieur Venance, pero no puedo continuar.
Cailen Gowan- Humano Clase Baja
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Re: ¿Quién es usted? |Privado|
Y despacio, lentamente, aquel muchacho iba respondiendo las preguntas que de mi boca habían salido. Desde hacía años que no tenía que hablar tanto para pedir explicaciones, ¿la razón? Siempre me las daban sin tener que siquiera mirar a los ojos, sabían, sin duda alguna, que mi palabra era ley y que de querer jugar con ellas terminarían siendo heridos por el filo de la misma vida. Pero aquel muchacho era diferente, de una manera que me agradaba y disgustaba al mismo tiempo. Era indudable que podría soportarlo, aunque no lo suficiente como para hacerme cargo de él. No, eso era imposible que sucediera, sencillamente mi cerebro no me permitía tanta inestabilidad emocional como la que el joven tenía. Y le miré fijamente, inmutable por completo, y con una calma irracional. Asentí a sus palabras, al hecho de que lo había salvado. Evidentemente el joven buscaba una manera de entrelazar las cosas sin resultar herida su mente. Estaba bien, podía soportarlo perfectamente. Tenía una paciencia eterna y mis manos volvieron a estar quietas sobre el manto de mis rodillas. — No suelo hacerlo, lamentablemente eso es lo que decidió el camino de mis acciones. Por supuesto que no lo volveré a hacer, no indagaré más así que no tiene que preocuparse. — La acción de leer mentes era una muy útil, mas no utilizaba, solo lo hacía una primera vez para poder saber de quién se trataba, aunque mi tiempo era imposible de contarse, no me permitía gastarlo en personas que no me agradaban. Y entonces, escuchándole, removí la toalla de la cabeza ajena, mojándola en agua fría para volver a depositarla a la espera de que su temperatura bajara. Los humanos eran débiles, tan frágiles como plumas lo que hacía que mi preocupación se notara en apenas una llama de luz. — No deseo saber todo de su vida, pero puede contarme, estoy a disposición por ahora. ¿Inquisidores? Lamentablemente esa clase de gente está equivocada en cierta medida. —
Le vi temblar y supe que por su mente pasaban torturas y dolores irremediables. Martirios que no estaban en mi poder para ser sanados ¿Qué podía hacer yo? Absolutamente nada, los golpes y traiciones eran algo que solo uno mismo podía curar. Costaba, yo mismo había tenido que remediar mis propios dolores y me había llevado incluso siglos de mi letargo. Por lo cual me quedé en silencio y suspirando me levanté para ir a la puerta, buscando desde allí a la ama de llaves para pedirle que finalmente llevara algo de sopa de verduras y carne al muchacho. Ya que no me respondía, tendría que improvisar, había olvidado el sabor de las comidas, pero aquella era una que al joven de cabellos rojizos le agradaba. Volví con el mismo rostro inexpresivo, observándole sentado sobre la cama y algo acurrucado en sí mismo, la viva imagen de la desesperación. — ¿Por qué me pides perdón a mí? ¿Acaso piensas que lo que ellos hacían estaba mal? Los inquisidores matan a los sobrenaturales y eso es correcto cuando éstos se ocupan de querer ser dioses en la tierra. Es un error, como yo, somos seres inmortales que sobreviven de sangre. Deberían todos cumplir el papel de sabios y sin embargo se dejan embeber por el poder y causan desastres en donde están. Esos son los que merecen morir. ¿Familia? Ningún vampiro puede tener familia, pasan a ser muertos vivientes, lo que nos convierte en otra raza y otra persona. — No supe si mis palabras eran para hacerlo sentir mejor o si simplemente quería convencerme a mí mismo de ello. Yo, un vampiro que mataba a los vampiros rebeldes con tal de que la vida siquiera en paz. Un hombre que había destinado su existencia a ser un simple ente, uno que da información y serenidad, que almacena grandes conocimientos a la espera de un fin del mundo cercano. Aunque hacía mucho tiempo que mi esperanza se había vuelto de un color brillante, anaranjado podría ser, como el sol. En mi interior, una sonrisa se estaba formado y con los brazos cruzados fue que me quedé de pie a una distancia prudente del menor. — ¿Te escapaste para ser un desamparado en las calles de París? Me recuerdas a alguien, descansa, te traerán comida en breves. ¿Tienes algo más para decirme? De no ser así, me retiraré. No pienses demasiadas cosas tristes, no te harán ningún bien. Si quieres redimirte, hazlo contigo mismo. — Anuncié con el más cuidadoso tono, esperando calmadamente su respuesta. No me molestaba estar en la habitación, no era la primera vez que tenía que cuidar a un humano y el deseo de beberles la sangre no era siquiera existente. La razón por la que anunciaba irme era por respeto, simple respeto a una mente maltratada, que quien sabe, quizá, necesitaba un poco de paz antes de enfrentarse con su realidad.
Le vi temblar y supe que por su mente pasaban torturas y dolores irremediables. Martirios que no estaban en mi poder para ser sanados ¿Qué podía hacer yo? Absolutamente nada, los golpes y traiciones eran algo que solo uno mismo podía curar. Costaba, yo mismo había tenido que remediar mis propios dolores y me había llevado incluso siglos de mi letargo. Por lo cual me quedé en silencio y suspirando me levanté para ir a la puerta, buscando desde allí a la ama de llaves para pedirle que finalmente llevara algo de sopa de verduras y carne al muchacho. Ya que no me respondía, tendría que improvisar, había olvidado el sabor de las comidas, pero aquella era una que al joven de cabellos rojizos le agradaba. Volví con el mismo rostro inexpresivo, observándole sentado sobre la cama y algo acurrucado en sí mismo, la viva imagen de la desesperación. — ¿Por qué me pides perdón a mí? ¿Acaso piensas que lo que ellos hacían estaba mal? Los inquisidores matan a los sobrenaturales y eso es correcto cuando éstos se ocupan de querer ser dioses en la tierra. Es un error, como yo, somos seres inmortales que sobreviven de sangre. Deberían todos cumplir el papel de sabios y sin embargo se dejan embeber por el poder y causan desastres en donde están. Esos son los que merecen morir. ¿Familia? Ningún vampiro puede tener familia, pasan a ser muertos vivientes, lo que nos convierte en otra raza y otra persona. — No supe si mis palabras eran para hacerlo sentir mejor o si simplemente quería convencerme a mí mismo de ello. Yo, un vampiro que mataba a los vampiros rebeldes con tal de que la vida siquiera en paz. Un hombre que había destinado su existencia a ser un simple ente, uno que da información y serenidad, que almacena grandes conocimientos a la espera de un fin del mundo cercano. Aunque hacía mucho tiempo que mi esperanza se había vuelto de un color brillante, anaranjado podría ser, como el sol. En mi interior, una sonrisa se estaba formado y con los brazos cruzados fue que me quedé de pie a una distancia prudente del menor. — ¿Te escapaste para ser un desamparado en las calles de París? Me recuerdas a alguien, descansa, te traerán comida en breves. ¿Tienes algo más para decirme? De no ser así, me retiraré. No pienses demasiadas cosas tristes, no te harán ningún bien. Si quieres redimirte, hazlo contigo mismo. — Anuncié con el más cuidadoso tono, esperando calmadamente su respuesta. No me molestaba estar en la habitación, no era la primera vez que tenía que cuidar a un humano y el deseo de beberles la sangre no era siquiera existente. La razón por la que anunciaba irme era por respeto, simple respeto a una mente maltratada, que quien sabe, quizá, necesitaba un poco de paz antes de enfrentarse con su realidad.
Venance Carpaccio- Vampiro Clase Alta
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Re: ¿Quién es usted? |Privado|
La fiebre además de producirme el malestar, me daba la impresión que hacía que mi lengua estuviera más floja pues ya no volví a responder sino hasta que las memorias me fueron demasiado pesadas como para tolerar. Bueno, o creía que era la fiebre, pero sabía que no había sido todo, los ojos penetrantes de la entidad frente a mí también tenían cierto efecto, podía sentirlo más no explicarlo. A lo lejos me pareció escuchar el sonido de un trueno anunciando una tormenta, si no hubiera estado él presente esa noche, aunque hubiese sobrevivido a la enorme pérdida de sangre, seguramente habría muerto igual por el clima combinado con la debilidad que se apoderaba de mí, tanto por la falta del líquido rojizo como por el hambre prolongada de varios días. Le debía la vida, así de simple, y el motivo de el por qué me había dado otra oportunidad seguía rondando mi mente. Me sumí tanto en mis pensamientos que apenas si sentí que volvía a mojar la toalla y a colocarla en mi frente. -No lo sé, ellos creen que hacen lo correcto, me educaron para que piense lo mismo pero... no. Son monstruos.
La razón por la que trataba de pedirle perdón a él era simple, desde la primera vez que presencié una ejecución un sentimiento de culpa se aferró a mí, como una sombra, sentía que tenía una deuda con alguien, en alguna parte del mundo, fui la última persona que vio los ojos del ser sobrenatural. Me identifiqué por completo, ambos tuvimos la misma mirada de terror absoluto, ambos gritamos por clemencia. Pero la cuestión era que yo no era inocente y se me había otorgado el obsequio de una segunda oportunidad. Me disculpaba con él porque me sentía en deuda con su raza entera. -¿Qué pasa si eran inocentes?- Pegunté con voz un tanto quebrada. -Ellos no merecían la muerte.
Dejé escapar un suspiro de resignación. La jaqueca asaltaba mi cuerpo, la sentía justo encima del ojo y era apenas soportable. El agua fría ayudaba para mitigar el dolor pero no parecía ser suficiente. -¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? -Pregunté en voz baja, un tanto inseguro de saber la respuesta, no sabía si era aún de noche o ya era la madrugada del día siguiente. A pesar de que no era de vida o muerte saberlo, el misterio no me resultaba cómodo, quería saberlo, por alguna razón... -Sí, tengo una cosa que decir. -Dije incorporándome, antes de que se fuera. -Gracias por salvarme.
Pasaron un par de minutos cuando la puerta se abrió nuevamente y una mujer robusta ingresó con una charola cubierta por la tapa en forma de campana, no recordaba cómo se llamaba exactamente. La colocó en una pequeña mesa que estaba en la habitación, no la había visto antes. Junto a la charola dejó un paquete de papel, envuelto con una cuerda. Volteó a verme y murmuró un. -Mejórate querido. -Entonces desapareció tras la puerta. Me levanté y examiné ambos objetos. Removí aquella tapa de nombre misterioso. Al ver el contenido se me hizo agua la boca, un tazón de sopa caliente y a un lado un buen trozo de carne con guarniciones. Comí hasta que sacié mi necesidad de comer, me sentía contento por el simple hecho de que mi estómago no estaba vacío. Entonces tomé el paquete en mis manos de forma delicada había una pequeña nota que era sostenida en su lugar por la cuerda, la observé detenidamente más nada más, contemplé la hermosa caligrafía, no sabía lo que decía así que la dejé sobre la mesa, desaté la cuerda con delicadeza, el papel que envolvía todo se abrió automáticamente. Era ropa. Tomé todo y tambaleándome me dirigí al cuarto de baño para asearme y noté algo... -No es mi camisa... -Dije en voz baja, tratando de que mi mente juntara las piezas. Claro, mi ropa posiblemente se había llenado de sangre y lo más probable era que ya la hubiera desechado. -Me han cambiado la camisa... -Repetí. -Estaba casi seguro de quién había sido, lo que significaba que, no solo había visto esas reminiscencias tormentosas que aún me causaban pesadillas, sino que también vio el rastro que dejaron. Mis cicatrices.
Terminé de asearme, no olvidando la sensación de incomodidad por el nuevo descubrimiento, a pesar de eso me sentía mucho mejor, la fiebre había bajado. Me vestí con la ropa nueva. La camisa era de color azul rey, algodón; mientras que el pantalón era de un gris oscuro, holgado. Era perfecto para estar por el lugar y al mismo tiempo era cómodo para dormir y echarse en cama, que era lo que iba a hacer a continuación. Volví a recostarme, acomodándome debajo de las múltiples mantas, para entonces una tormenta se había soltado.
La razón por la que trataba de pedirle perdón a él era simple, desde la primera vez que presencié una ejecución un sentimiento de culpa se aferró a mí, como una sombra, sentía que tenía una deuda con alguien, en alguna parte del mundo, fui la última persona que vio los ojos del ser sobrenatural. Me identifiqué por completo, ambos tuvimos la misma mirada de terror absoluto, ambos gritamos por clemencia. Pero la cuestión era que yo no era inocente y se me había otorgado el obsequio de una segunda oportunidad. Me disculpaba con él porque me sentía en deuda con su raza entera. -¿Qué pasa si eran inocentes?- Pegunté con voz un tanto quebrada. -Ellos no merecían la muerte.
Dejé escapar un suspiro de resignación. La jaqueca asaltaba mi cuerpo, la sentía justo encima del ojo y era apenas soportable. El agua fría ayudaba para mitigar el dolor pero no parecía ser suficiente. -¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? -Pregunté en voz baja, un tanto inseguro de saber la respuesta, no sabía si era aún de noche o ya era la madrugada del día siguiente. A pesar de que no era de vida o muerte saberlo, el misterio no me resultaba cómodo, quería saberlo, por alguna razón... -Sí, tengo una cosa que decir. -Dije incorporándome, antes de que se fuera. -Gracias por salvarme.
Pasaron un par de minutos cuando la puerta se abrió nuevamente y una mujer robusta ingresó con una charola cubierta por la tapa en forma de campana, no recordaba cómo se llamaba exactamente. La colocó en una pequeña mesa que estaba en la habitación, no la había visto antes. Junto a la charola dejó un paquete de papel, envuelto con una cuerda. Volteó a verme y murmuró un. -Mejórate querido. -Entonces desapareció tras la puerta. Me levanté y examiné ambos objetos. Removí aquella tapa de nombre misterioso. Al ver el contenido se me hizo agua la boca, un tazón de sopa caliente y a un lado un buen trozo de carne con guarniciones. Comí hasta que sacié mi necesidad de comer, me sentía contento por el simple hecho de que mi estómago no estaba vacío. Entonces tomé el paquete en mis manos de forma delicada había una pequeña nota que era sostenida en su lugar por la cuerda, la observé detenidamente más nada más, contemplé la hermosa caligrafía, no sabía lo que decía así que la dejé sobre la mesa, desaté la cuerda con delicadeza, el papel que envolvía todo se abrió automáticamente. Era ropa. Tomé todo y tambaleándome me dirigí al cuarto de baño para asearme y noté algo... -No es mi camisa... -Dije en voz baja, tratando de que mi mente juntara las piezas. Claro, mi ropa posiblemente se había llenado de sangre y lo más probable era que ya la hubiera desechado. -Me han cambiado la camisa... -Repetí. -Estaba casi seguro de quién había sido, lo que significaba que, no solo había visto esas reminiscencias tormentosas que aún me causaban pesadillas, sino que también vio el rastro que dejaron. Mis cicatrices.
Terminé de asearme, no olvidando la sensación de incomodidad por el nuevo descubrimiento, a pesar de eso me sentía mucho mejor, la fiebre había bajado. Me vestí con la ropa nueva. La camisa era de color azul rey, algodón; mientras que el pantalón era de un gris oscuro, holgado. Era perfecto para estar por el lugar y al mismo tiempo era cómodo para dormir y echarse en cama, que era lo que iba a hacer a continuación. Volví a recostarme, acomodándome debajo de las múltiples mantas, para entonces una tormenta se había soltado.
Cailen Gowan- Humano Clase Baja
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Re: ¿Quién es usted? |Privado|
“Monstruos” ¿Alguna vez él había visto alguno? ¿Alguno de verdad? Quizá sí, quizá eran los mismos humanos los que cometían tales atrocidades para ser considerados alimañas sin ninguna clase de amor por la vida misma. Pero aquel muchacho, de nombre Cailen, no era más que una víctima de la existencia, que luchaba contra una marea que jamás podría vencer y contra una irrealidad que en gran parte, era propia de su culpa. Quise sonreírle, pero imposible para mí, había perdido aquel don de la empatía hacía mucho tiempo. Ahora me guiaba no más que por la misma realidad que estaba frente a mí, por el poder de ver más allá de las palabras. De saber exactamente el pasado y el presente de una persona. Sin embargo no respondí en absoluto, involucrarme en esa clase de pensamientos profundos no era prudente, sino que pasé a lo siguiente, a algo que siempre había salido, incluso, de mis manos. — ¿Qué sabes tú de la inocencia o siquiera de quien se merece el perdón y quién no? Los humanos, así como los inmortales y los amantes de la luna, son seres que no pueden evitar sucumbir ante la lujuria y los pecados. No conocen la verdadera esencia de la supervivencia. Así como tú intentaste robar por puro instinto, aun sabiendo que estaba mal, aunque ateniéndote a las consecuencias. Será mejor que dejes ese pensamiento absurdo. — Suspiré, sin obvia necesidad de hacerlo, simplemente por la razón que me confería, estar agotado mentalmente. El calor humano del muchacho se había elevado en el transcurso de la conversación y los sonidos de Amadeo en los pisos superiores alteraban mi sistema. No tenía la menor intención de que llegue a curiosear al joven que tan similar a él parecía. Con los mismos temores y las mismas ilusiones que un niño que apenas sabe caminar. Y observé su mirada, calmo, sereno cual estatua de mármol dispuesta a ser tallada una vez más.
— Unas cuantas horas, pronto se hará de día. Estaré por aquí siempre que las cortinas estén cerradas, en cuanto las abras solo podrás hablar con la señora que ronda por los pasillos. Si necesitas algo me puede llamar diciendo mi nombre, Venance. — El silencio profundo se hizo en cuanto el joven acató el deseo de dirigir una nueva palabra, me giré, con los brazos cruzados cuidadosamente dispuestos sobre el pecho. No pretendía sorprenderme, en realidad, tampoco lo hice notar demasiado. Yo lo sabía, aquel joven muchacho de piel amargada por el clima y de ojos pálidos, no era más que una pobre criatura de corazón palpitable que había tenido, ni más ni menos, que mala suerte. Y asentí, me guardé el “de nada” para otro momento, pues sabía que tarde o temprano volvería a necesitarlo. ¿Por qué sabía algo como eso? Pues porque el muchacho precisaba ayuda y mi incapacidad para dejar morir a alguien inocente no me permitía abandonarle. Era un coleccionista de seres diferentes, ya sea humanos o simples animales de capacidades asombrosas. Bajé la cabeza, despidiéndome y saliendo de la habitación con la misma elegancia que llevaba a todos lados. Era la inmortalidad, la frialdad y la piel plateada la que me daba aquel hálito pesado. Y cerré la puerta a mi paso, dejando una vez más al rubio muchacho a solas. Buscando las profundidades de la oscuridad en la habitación del subsuelo. Escuchando de todos modos, cada palabra y paso que estuviese rondando por el lugar. El joven amo de la casa no estaba desde hacía mucho tiempo, pues eran los inquisidores los que lo buscaban y yo no iba a permitir que supieran de mi existencia.
— Unas cuantas horas, pronto se hará de día. Estaré por aquí siempre que las cortinas estén cerradas, en cuanto las abras solo podrás hablar con la señora que ronda por los pasillos. Si necesitas algo me puede llamar diciendo mi nombre, Venance. — El silencio profundo se hizo en cuanto el joven acató el deseo de dirigir una nueva palabra, me giré, con los brazos cruzados cuidadosamente dispuestos sobre el pecho. No pretendía sorprenderme, en realidad, tampoco lo hice notar demasiado. Yo lo sabía, aquel joven muchacho de piel amargada por el clima y de ojos pálidos, no era más que una pobre criatura de corazón palpitable que había tenido, ni más ni menos, que mala suerte. Y asentí, me guardé el “de nada” para otro momento, pues sabía que tarde o temprano volvería a necesitarlo. ¿Por qué sabía algo como eso? Pues porque el muchacho precisaba ayuda y mi incapacidad para dejar morir a alguien inocente no me permitía abandonarle. Era un coleccionista de seres diferentes, ya sea humanos o simples animales de capacidades asombrosas. Bajé la cabeza, despidiéndome y saliendo de la habitación con la misma elegancia que llevaba a todos lados. Era la inmortalidad, la frialdad y la piel plateada la que me daba aquel hálito pesado. Y cerré la puerta a mi paso, dejando una vez más al rubio muchacho a solas. Buscando las profundidades de la oscuridad en la habitación del subsuelo. Escuchando de todos modos, cada palabra y paso que estuviese rondando por el lugar. El joven amo de la casa no estaba desde hacía mucho tiempo, pues eran los inquisidores los que lo buscaban y yo no iba a permitir que supieran de mi existencia.
[CERRADO]
Venance Carpaccio- Vampiro Clase Alta
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