Unbowed, unbent, unbroken → Privado

Estaba perdido. Ni las noches boreales, ajadas y sólo iluminadas por las luces del norte le resultaban tan desconcertantes. Al contrario, era ese su lugar, su sitio en la tierra y lo habían arrancando de ahí como quien quita la sangre seca de una herida; rápido, es verdad, pero también dolorosamente. Y mientras desempacaba en aquel cuarto de hotel, lujoso, amplio y carente de significado para él, no se atrevía si quiera a mirar a la que sería su esposa a los ojos.

En San Petersburgo al menos tenía cosas en las cuales ocuparse, o fingir que lo hacía, para evitarla. La había visto un par de veces y nunca a solas y ahora estaba ahí con ella, como su única compañera en su labor de inquisidor, como lo sería próximamente de su vida. No podía negar que encontraba hermosa a la chica. Su belleza era distinta a la que él estaba acostumbrado a ver, a la que recordaba en su madre, por ejemplo. Una belleza de tierra adentro, donde el frío no le quema las mejillas a la gente y las manos no están marcadas por las mordeduras del hielo.

Alzó el rostro al fin, después de sacar un par de armas de las valijas que los acompañaban. Quiso decir algo, lo sintió correcto, pero no supo qué. No fue hasta que ella cruzó su vista, clara como el no conocía ojos, que supo que era tarde para arrepentirse. Carraspeó incómodo y se sentó en una silla dispuesta ahí en la suite.

—Creo que esto será temporal —habló con voz diáfana pero fría como las tormentas de Siberia—. Tu padre dijo, antes de marcharnos, que nos conseguiría un lugar —era algo que el progenitor de Ivka le había dicho a él, “como el hombre dominante de la relación”; lo cual era un nuevo concepto para él también, como muchas otras cosas, pues entre su gente, eran las mujeres quienes tomaban las decisiones importantes.

Si bien había sabido adaptarse a la vida occidental (el Imperio incluso obsesionado con ella), no llevaba demasiados años inmerso en ella, y seguía andando a tientas en muchos aspectos.

Se deshizo de la chaqueta de viaje y las botas para ponerse algo más cómodo y zapatos de cuero sin agujetas. El silencio era tenso, por decir lo menos, pero entendía bien las intenciones tanto de su padre como el de Ivka. Siempre lo había hecho y acataba, eso no quería decir que lo hiciera feliz.

—He escuchado que París rebosa de criaturas sobrenaturales, incluso más que en San Petersburgo. No sería mala idea hacer un reconocimiento —habló dándole la espalda, luego se giró y continuó—: si no estás muy cansada del viaje, podemos hacerlo ahora —quizá las sociedades como la rusa o la francesa estuvieran acostumbradas a dar por descontado cualquier opinión femenina. Quizá él hubiera adoptado el nombre de Vasiliy, pero no dejaba de ser un samoyedo, y su trato hacia el sexo opuesto era muy diferente. Respetuoso incluso.

—Quizá debería echar un vistazo a Svarog —prosiguió al no recibir respuesta inmediata de su prometida. Su perro se había quedado en la parte trasera del hotel, donde también cuidaban caballos, esa era otra razón por la que quería dejar ese lugar y tener una casa propia. Stribog, su halcón, en cambio, se había quedado afuera en el techo, era lo suficientemente capaz de cazar por su cuenta.

Un par de veces estuvo tentado a detenerla. A no permitir que ella desempacara toda la ropa. Generalmente se sentía un inútil alrededor de los occidentales, con ese afán, sobre todo el femenino, de hacerle todo. ¡Tenía manos y sabía usarlas! No había necesidad de ninguna atención especial para con su persona, pero esta vez se contuvo y no dijo nada. Luego ya arreglarían esos asuntos, cuando estuvieran casados, por ejemplo. Y era cuando agradecía que ni su padre ni el de ella hubiera puesto fecha aún, quizá esperaban que finalmente se llevaran bien. No es que Vasiliy odiara a Ivka, al contrario, sentía que era tan víctima como él.

—Preferiría tener una casa para nosotros —la frase le supo extraño al paladar, «nosotros». Se dio cuenta que su futuro era ese, debía acostumbrarse—, así que me agrada la idea de no acomodarnos aquí —siguió hablando mientras andaba por la habitación en busca de algo, aunque era solamente el pretexto para no detenerse y mirarla de frente.

Posiblemente en Siberia él hubiera sido el heredero al liderazgo del clan. Un chico privilegiado, un príncipe, pero aquí no era nadie, no tenía ni un rublo, ni un franco como para comprar una casa y tenía que atenerse a la caridad de los Tolstoy. Era de los que no se quejaban, no tenía derecho a hacerlo. Esto era lo que su padre deseaba, y de algún modo, el único camino para vengar a su madre.

Al fin se detuvo en su frenético andar al escuchar la pregunta. Se quedó parado, envarado con la espalda recta y de ese modo imponía, así lucía como el soldado capaz que era. La miró con algo parecido a la perplejidad y parpadeó un par de veces. Era un solitario; allá en las nieves porque su posición no le permitía convivir mucho con otros niños, ya en el Imperio, porque no pertenecía y no podía fingir que era de otro modo. Estaba acostumbrado a hacerlo todo solo y supo en ese instante que esa ya no era una posibilidad para él.

—Claro, vamos —hizo un ademán con la mano para invitarla. Sonó amable, pero carecía de esos pequeños detalles de la alta sociedad, como ofrecer su brazo o abrir la puerta para dejarla pasar a ella primero.

Tras caminar por los pasillos del hotel, llegaron a la parte trasera, donde los caballos de los carruajes que llegaban eran atendidos. Ahí estaba Svarog muy quieto, su blancura parecía brillan en medio de la tarde nublada. En cuanto vio a su amo, se encaramó a ellos, pero en lugar de saludarlo a él, fue directo a Ivka.

—Vaya, creo que le caes bien —profirió con un tono parecido a la broma—, dicen que las mascotas saben lo que es bueno para sus amos y lo que no, o al menos eso cree mi gente. De ser así, me alegra saber que Svarog te acepta tan bien —y sorprendentemente, Vasiliy estaba sonriendo.

Observó la interacción de Svarog con Ivka. La observó con un detenimiento que pocas veces le había dedicado a ella, como si en ese encuentro de bestia y mujer, pudiera saber más de ella que lo que pudo averiguar en el recorrido desde Rusia hasta Francia. No supo explicarlo, pero aquello lo llenó de algo cálido, cosa que tampoco pudo nombrar.

Se quedó meditabundo ante las palabras de su prometida. Podía entenderlas en un plano donde el lenguaje es inexistente, o no importa, pero si quería traducirlo a palabras, le resultaba imposible. De todos modos, él nunca había sido bueno hablando, mucho menos expresándose. Como soldado, se había forjado la idea de que los sentimientos, cualesquiera que fuesen, significaban debilidad. Pero ella volvió a tomarlo por sorpresa, parecía saber por dónde atacar, pues lo hizo reír por segunda vez al confesar que no comprendía a que se referían esas palabras.

Cruzó miradas con ella mientras Svarog demandaba su atención. Se le quedó mirando por más de la cuenta. Aquellos ojos claros y aquel cabello rubio. Era hermosa y no había duda de ello. La belleza que él conocía, de flores de hielo y cielos nocturnos era distinta. Las mujeres de su pueblo tenían los ojos oscuros y el cabello castaño, la tez quemada por el frío. Ivka, en cambio, era inmaculada. Lograba conciliar aquello con su propia realidad y su propio pasado, porque de algún modo, le recordaba las luces del norte.

De no estar él metido en su vida como una molestia, estuvo seguro que Ivka hubiera encontrado un buen partido en un caballero ruso, con sus mismos ojos claros y su mismo cabello áureo.

—Claro, eso… —salió de su ensoñación. Parpadeó y sacó una correa de cuero que de inmediato enganchó al collar del perro—. Usualmente no lo llevo a las misiones, para eso está Stribog —su halcón—, pero será sólo un reconocimiento, no creo que corramos peligro —explicó, aunque no supo muy bien la finalidad de ello. Tal vez tan solo para evitar el silencio incómodo que solía ser muy común entre ellos. A pesar de la apariencia de Svarog, el animal era noble, un cachorro de corazón, que no servía para la caza.

—Creo que podríamos recorrer la ciudad primero —propuso—. Para investigar los bosques que la rodean, creo que necesitaríamos un plan más estructurado —benevolente y líder, no podía negar su linaje—. Entonces, creo que… podemos empezar por las plazas principales. Dudo que algún sobrenatural azore sitios tan concurridos, pero sin duda los visitarán para mezclarse con los mortales —lo había visto más de una vez. No sabía exactamente con qué fin lo hacían y le hubiera gustado hacerlo. Conocer al enemigo lo mejor que se pudiera sin duda les daba una ventaja.

Aún se encontraba distraído con el perro, con una rodilla en el suelo y mirando el pelaje blanco del imponente animal, cuando ella volvió a hablar y él levantó la mirada. Parpadeó un par de veces. No estaba acostumbrado, primeramente, a tener compañía más allá de su halcón o su can; y después, a que una mujer quisiera hacer algo por él. Comprendía que esas eran las costumbres occidentales, pero aún le costaba trabajo asimilarlo. Se puso de pie, alto como era y de ese modo, Ivka parecía incluso más pequeña. Negó ligeramente con la cabeza sin agregar más. Aunque había sido criado para conducir a su clan por las tundras del Siberia, cuando estaba a solas con su prometida, era mucho más torpe para dar una orden.

Haló la correa de Svarog que comenzó a seguir a su dueño y se encaminó para salir de los establos y dirigirse a la calle. Se detuvo cuando volvió a escucharla. Se giró y la miró, una vez más, como si no tuviera ni la más remota idea de qué le hablaba. Regresó sobre sus pasos, con el perro níveo siguiéndolo siempre tan cerca de sus piernas que parecía que iba a hacerlo tropezar en cualquier momento.

Buscó la mirada ajena. Usualmente no lo haría. Había algo en los ojos de Ivka, tan claros y hermosos, que lo incomodaba mucho y atribuía eso al hecho de que eran orbes que no había visto antes entre su gente. Pero podía ser una razón mucho más profunda, la cual no quería analizar en realidad.

—Ivka, escúchame —puso una de sus enormes manos, llenas de cayos por sostener armas, en el hombro de su prometida—. Escúchame por favor. Cuando estés conmigo… nunca temas decir lo que piensas, quieras o necesites, ¿de acuerdo? Sé que entre tu gente el papel de una mujer es mucho más sumiso, pero no conmigo. A mí no me importa si me contradicen o me refutan, mientras lleve razón la otra parte —pausó y pareció que ahí iba a terminar. Sin embargo no la soltó y continuó—: vamos a ser marido y mujer algún día y si queremos complacer a nuestros padres, más vale que nos llevemos bien, que ese fue el motivo de este viaje. No quiero, por favor, que te calles nada ante mí… por favor —repitió con vehemencia y al fin la soltó.

—Y si te hace sentir más segura… —se llevó la mano que no sostenía la correa del perro a la boca y silbó con fuerza. Pero no fue un silbido al azar. Llevaba una melodía y a los pocos segundos, se escuchó el poderoso batir de unas alas. Stribog se posó en el alfeizar de una de las ventanas del Hotel des Arenes—. Nos seguirá y nos avisará si hay alguna actividad extraña —miró al ave con orgullo. Él mismo la había entrenado desde que era un pichón, con las artes de su gente, heredadas de generación en generación.

—Muy bien, en marcha —dijo y Svarog, ansioso, se jaló un momento en su correa para luego adaptarse al paso de su amo.

Vasiliy sabía que tenía una tarea muy difícil entre manos. Más grande que la de acabar con seres sobrenaturales, o la venganza que buscaba incluso. La misión de tratar de comprender a Ivka y hacerse entender él también para con ella. El amor no era una opción en esa relación, pero debían llevarse bien, comprenderse y, llegado el momento, engendrar un heredero.

Quiso ya no prestar atención. Ivka se adelantó y él agradeció que lo hiciera. De ese modo no tenían que verse las caras. De ir él al frente, tendría que voltear constantemente para cerciorarse que lo seguía, pero de aquel modo, podía verla, mientras iba detrás. Pero sobre todo, ella guiaba y con eso él se sentía más cómodo. Si de por sí su gente no acostumbraba a tener al hombre como figura de autoridad, Vasiliy en específico no quería, en ese instante, imponerse. ¿Era tan complicado trabajar en conjunto? El adoctrinamiento patriarcal de Ivka parecía dictarlo así, imposible.

Sin embargo, el sentido común le ganó. Qué inoportuno resultaba a veces, pensó mientras apresuraba el paso, con Svarog a un lado y Stribog sobre sus cabezas. La alcanzó justo a tiempo para escuchar las palabras en latín —pudo identificar— que brotaban de su boca. La miró con una ceja arqueada.

—¿Qué se supone que significa eso? —Preguntó con genuina curiosidad—. Recibí mi entrenamiento con algo de premura y apenas si sé ruso y francés, el latín se quedó para luego —agregó de manera casual, mirando al frente, sosteniendo con fuerza la correa del perro—. Quizá tú puedas enseñarme ahora que vamos a pasar tanto tiempo juntos —dijo sin pensar y después se dio cuenta de las implicaciones de su comentario, en apariencia inocente. No agregó más para no seguir arruinando el momento. No era como si la tensión entre ambos no reinara de por sí.

Suspiró para tranquilizarse, dejándola a ella seguir marcando el camino. Quiso preguntar si sabía a dónde se dirigían pero a peneas lo estaba considerando cuando Stribog se detuvo sobre un alto tejado y chilló. Vasiliy se detuvo también, mirando a su ave, imponente y grácil, que les advertía de peligro inminente.

—Algo no va bien —musitó y miró hacia donde el sol se estaba ocultando—. La oscuridad está por bajar, y con ello… bueno, ya sabes —frunció el entrecejo, consternado. Svarog no era un perro de batalla a pesar de su tamaño y su apariencia lobuna; pero en realidad, su mayor preocupación fue Ivka, que no era un soldado como él. Se giró hacia ella—. Creo que deberíamos regresar, dijimos que sería un paseo sólo para reconocer el terreno, no debemos… —la frase se quedó inconclusa al escuchar unas pisadas que se acercaron por el empedrado de la calle.

—¿Qué día es hoy? —Preguntó, aunque fue más una cuestión al aire. Bien sabía él qué día era: noche de luna llena. Una furia inusitada lo invadió. Sabía que nunca podría vengarse del licántropo que había matado a su madre, pero juró exterminarlos a todos, para que más niños, como él, no se quedaran huérfanos. Sin embargo, por su propio bien, debía mantener la calma. No dejarse llevar por sus impulsos.

Se apresuró a tomar a Ivka del brazo, pero Svarog se resistía a dejar el lugar. Se jaloneaba en dirección contraria, ladrando con fuerza. Vasiliy estaba lidiando con ambos, cuando estuvo seguro que a sus espaldas había una presencia nueva. Un hombre corpulento, soslayó. Zarrapastroso, que hedía a muerte y que sólo estaba esperando el plenilunio para atacarlos.

A pesar de su obsesión, Vasiliy jamás había visto a un licántropo transformarse frente a sus ojos. Usualmente los enfrentaba una vez que había adoptado su forma lobuna. El impacto que la imagen tuvo en él lo dejó helado. Nunca con tanta nitidez había sentido que el suelo se movía o que algo arañaba en su interior. Como si el despertar de aquella otra bestia hiciera lo mismo con su interior. Abrió bien los ojos, entre la sorpresa y la curiosidad y escuchó, como algo lejano, proveniente de otro plano existencial, la voz de su prometida.

Se giró para verla y con ello, el tiempo regresó a su estado normal. Lo que vio antes de manera flemática, ahora volvía a precipitarse como los inevitables hechos que eran. La bestia, ahora completamente transformada mientras una luna sangrienta y redonda se escapaba de entre las montañas, fue a por Ivka. Vasiliy tuvo que reconocerle que antes de perder la consciencia subyugado por el salvajismo, el hombre había identificado al más débil de los dos. Soltó la correa de Svarog, quien corrió en dirección contraria a la escena. Fueron valiosos segundos, en los que su compañera terminó en el suelo.

Del cinturón extrajo una larga daga, con mango labrado con imágenes religiosas y una inscripción en cirílico en la hoja. Brilló a la luz de las primeras estrellas. Era de plata, mortal para su enemigo. Dos veces bendita, por el patriarca ruso y por el papa cristiano. Una vez que se aseguró que Ivka sólo había sufrido el golpe y nada más grave, se encaramó hacia su adversario, quien lo recibió a fauces abiertas y con garras dispuestas.

Quiso darle una estocada en el lomo, pero el descomunal animal fue rápido, lo suficiente para esquivarlo y regresarle un zarpazo que pasó rozando su rostro, haciendo más daño en la nariz. Vasiliy silbó de dolor y se limpió la sangre. De reojo volvió a comprobar la posición de Ivka y regresó a la carga. Alcanzó a lastimar la pata del lobo, que chilló al contacto. La herida comenzó a sangrar, y no sanaría pues había sido hecha con material argento. Debía ser más preciso si quería dejarlo fuera de combate.

Hombre y bestia volvieron a darse tremendo encontronazo, pero en aras de no ser mordido —no quedar maldito— Vasiliy echó su peso hacia delante, para detener el hocico del lobo y no permitirle que lo mordiera, perdiendo así la daga. De ese modo, cayeron ambos al suelo. La cabeza del inquisidor rebotó en la calle empedrada y eso lo aturdió. Sintió en toda la espalda el frío del suelo mientras continuaba batallando con el monstruo. Luchaba con todas sus fuerzas para no dejarlo que lo tocara con esos colmillos emponzoñados.

—Ivka, Ivka… —la llamó con desesperación mientras con una mano repelía a su contrincante y la otra la estiraba para alcanzar la daga—. El arma… —dijo entrecortadamente. Necesitaba el puñal para poder terminar con la situación.

A pesar de su posición, a merced del lobo, Vasiliy alcanzó a ver a Ivka. Pudo entonces notar la herida en ella. El rojo atravesaba el inmaculado blanco que representaba la chica. Preocupado más por ella, no reparó demasiado en las garras del animal que le desgarraban el pecho. Aunque no desistía, de a poco iba perdiendo fuerza. Soslayó y la vio a ella. Creyó que le acercaría una de las armas; lo que hizo, en cambio, lo tomó completamente desprevenido y de haber estado en otra situación, hubiera sonreído y aplaudido.

Jamás se imaginó a Ivka de ese modo: luchando. En todo caso, la posición de su prometida en la inquisición era otra, la de informar, la de recopilar datos, jamás la de guerrera, y hubo algo en ese breve instante que aligeró su carga. Y no sólo la de la lucha que se estaba llevando a cabo en ese instante, sino la de su vida entera, la de su compromiso a la fuerza con esa joven.

En cuanto el lobo lo dejó libre, hizo acopio de su fuerza para ponerse de pie lo más rápido que le fue posible. Se sintió mareado pero no había tiempo de sentirse mal. En dos zancadas torpes llegó hasta donde el arma estaba en el suelo. La empuñó, se irguió y vio la escena. El descomunal lobo, herido ya dos veces, iba a por ella. Corrió, corrió la corta distancia a una velocidad apabullante. El aliento le supo a viento frío y la garganta estaba seca. Se abalanzó sobre el lomo de la bestia, justo el momento previo a que se encaramara a Ivka.

Con un brazo lo rodeo del cuello. Alzó el arma con la otra mano y la clavó finalmente en el pecho del monstruo. Se escuchó un lamento casi humano en ese instante. Breve, lastimero y definitivo. Ambos cayeron al suelo. El lobo, exánime azotó contra el piso haciendo un ruido sordo. Vasiliy tuvo todavía la pericia de caer a un lado de manera segura, con el puñal de hoja ensangrentada en la mano. Ahí se colocó boca arriba, mirando las estrellas, una vez que todo hubo terminado.

Tardó algunos segundos en recuperar el aliento. Todo le dolía. Soltó al fin el cuchillo, éste hizo un ruido metálico contra las piedras de la calle. El inquisidor, a duras penas, se puso de pie. Echó un último vistazo al cuerpo sin vida del licántropo. En la mañana, cuando el sol saliera, los habitantes de la ciudad sólo encontrarían el cadáver de un hombre desnudo, con tres heridas en el cuerpo. Entonces giró el rostro, para ver a Ivka y se acercó a ella.

—¿Estás bien? —Era una pregunta absurda, si se tomaba en cuenta el estado de ambos, sin embargo se sentía necesaria—. Requieres atención… —comenzó y se llevó una mano al pecho. Sintió la viscosa humedad de la sangre que hacía que la tela de su camisa se pegara a su cuerpo. Él también necesitaba atención con urgencia.

—Debemos regresar, cuanto antes —quiso anteponerse al dolor y a la obvia amenaza que sus heridas representaban. Pero no sabía por cuánto tiempo sería capaz de sostener la farsa—. ¿Puedes caminar? —Continuó. La pregunta real era si él iba a poder hacerlo hasta el hotel.

Esto era a lo que se reducía todo. Vasiliy estaba a nada de perder el conocimiento, de desvanecerse ahí frente a su futura esposa. Y si no lo hizo no fue por querer hacerse el fuerte ante ella, sino porque debía serlo ante él. Tragó saliva e incluso ese acto le dolió. Temblaba a cada suspiro y no lograba ver nada con claridad, excepto el rostro áureo de Ivka, tan perfecto y tan celestial que parecía una visión. Ni siquiera pudo escucharla con claridad, lo único que le importó es que pudo verla en una pieza.

Al siguiente momento, ya la tenía junto, ayudándolo y sin oponer mucha resistencia, la rodeo por los hombros para sostenerse. Incluso detrás del sudor, hierro y sangre, el perfume del cabello de la chica era embriagante. Si iba a morir, pensó, ese era un buen momento. Porque si bien no la amaba, morir en sus brazos le resultó una recompensa demasiado grande e inmerecida.

No habló porque no tenía nada que decir, arrastró los pies como pudo, ordenándose no desfallecer, no en ese instante. Tenía que aguantar un poco más. Cada momento era una agonía. Detrás de ellos Svarog los seguía, faldero y fiel. Stribog hace rato que había desaparecido en el firmamento del alba.

Frente a ellos se erigió el Hotel Des Arenes y Vasiliy apresuró el paso como pudo. La tranquilidad de ese punto de la ciudad nada tenía que ver con lo que acababan de vivir. Sólo quería llegar a su habitación, echarse en la cama y morir o lo que fuera. Luego ya se preocuparía de explicar el reguero de sangre. Afianzó el agarre a Ivka y la miró de lado.

Esto era a lo que se reducía todo. No la amaba y sólo Dios sabía si algún día iba a hacerlo, pero así como habían sobrevivido esa noche, así precisamente era un matrimonio. Un trabajo en equipo, velar el uno por el otro. Juntos, siempre juntos. Respiró profundamente y su perro samoyedo le lamió los nudillos, preocupado; eso le dio fuerza para continuar, subir las escaleras, tratar de curar sus heridas.