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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Constance A. Zaïre Miér Nov 04, 2015 5:59 pm

Durante toda la mañana había estado trabajando en la florería, arreglos por aquí y por allá, varios pedidos de arreglos para un banquete, fiestas, compromisos incluso la iglesia había pedido toda la mañana unos arreglos para la santa virgen del inmaculado corazón de nuestro señor, eso fue más un donativo que un pago para la florista que con mucha devoción y cánticos preparaba a puertas cerradas en aquella pequeña florería; cuando hubo terminado todo su trabajo en arreglos salió para la iglesia, la castaña dejó sus arreglos sobre el altar para luego confesarse con el sacerdote ¿pecados una joven como ella? Tan serios no los tenía, sus únicos pecados eran haber dado alimento de otro a un pequeño animalito herido que encontró y que se llevó a su hogar adoptándolo sin reportarlo perdido, un pecado así el sacerdote lo tomo con una sonrisa, ya la conocía así que solo le indicó que cuide al pequeña gatito.

Durante la tarde la joven humana pasaba los minutos caminando por las calles hasta llegar al orfanato pero no llegó con las manos vacías al contrario llevaba bolsas y una castañilla con pétalos de flores de varios colores, en las fundas llevaba pan, queso y varias golosinas, la dueña del orfanato habla con la castaña sobre los dulces tratándolos como contrabando pero los ruegos de la jovencita le admiten, aunque  la monja que cuida a los niños no le convence mucho aun así le permite estar con ellos.

Durante toda la tarde pasa con los pequeños querubines ayudándoles en sus labores, llevándoles fuera de aquella edificación para conocer la ciudad, haciendo labores de manualidades, jugando con ellos hasta ya entrada la tarde hora en que la castaña se encuentra en el jardín de la propiedad rodeada de pequeñines a los que comienza a narrar cuentos que sus padres le contaban de niña –Y entonces el pirata tomó la espada en un posición, ¿Qué posición niños?- los pequeños angelitos se levantaron colocándose en posición de ataque como espadas de madera en sus manos –An guard- cantaron todos juntos golpeando las espadas contra las enemigas, la risa de su cuentista es evidente al ver como luchan los pequeños, la monja sale con una campa para llamarles –HORA DEL BAÑO –grita a todo pulmón –Cony te quedarás esta noche con nosotros por favor- el lamento de los pequeños hace que la joven acepte.

Las horas de la noche se acerca asustada como un pequeño ratón despierta la castaña de largos cabellos, sus ojos desorbitantes van a todos lados como si no comprendiera en el lugar que se encuentra, al cabo de unos minutos sus ojos se habitual al claro de las velas consumidas mirando pequeñas camas a su alrededor y ventanales cubiertas por cortinas blancas, los cabellos rizados de uno de sus ángeles le hace comprender que se ha quedado dormida en el orfanato al salir se percata que es muy tarde las campanas de la iglesia tocan nueve veces anunciando que es demasiado tarde para que una jovencilla como ella ande a esas horas por aquellas solitarias callejas, caminando a pasos rápidos sin ver a nadie llega cerca del teatro con las luces apagadas y en una rápida vista llega a ver a un pequeño corriendo en los pasillos, la primera impresión de la joven es “está perdido” su innata bondad la lleva a meterse al teatro aun cuando su cabeza en la nuca le pica que no lo haga que camine directo a su casa pero su corazón de bondad le exige ayudar al pequeño que creyó ver.

Entre susurros para que la no cachen y la boten de ahí va buscando al niño hasta que unos susurros entre lamentos en la parte de las butacas le llama la atención, se queda escondida tras una de los pilares, su respiración agitada y su corazón latiendo al máximo pues siente que está haciendo algo malo ahí, pero antes de dar el paso hacia atrás y salir de ahí observa una pintura, un momento de horror, la muerte de una joven, un suspiro de terror deja escapar de sus jóvenes labios pero inmediatamente los calla con sus manos sobre su boca, las lágrimas corren sin cesar en sus mejillas por aquel acto, cree que está ante una asesina en serie y corre para ocultarse pero en aquel momento justo en el instante en el que sus pies dan marcha a una carrera tropieza con una de las sillas golpeando el pie –maldición- susurra bien bajo pero el dolor es tan grande y su corazón se agita tanto que prefiere ocultarse entre los asientos del teatro cubriendo su cabeza con sus manos mirando bien asustadiza por los espacios entre los asientes, rezando en su mente para que no la encuentre


“Oh padre santo, líbrame de este mal, líbrame de las llamas del infierno y del pecado
No dejes que mi alma se condene en este momento, en este lugar, de esta manera”


Sus sollozos no paran al contrario aquellas lágrimas nublan su visión pero aun en su mente está lo que vio de aquella mujer cubierta y sin vida y su asesina limpiándose de aquel horror.  Temía por su vida pero más que por ella temía por el pequeño que no existía pero que aseguraba haber visto dentro de aquel lugar –Señor cuida a aquella alma inocente, si tengo que morir en manos de aquel asesino que así sea pero no dejes que el pequeño caiga en sus manos y termine como aquella joven, ten en la gloria su alma pura, redime sus pecados con esta muerte temprana- rezaba bien bajito, oraba por la salvación del alma del inocente, la suya y de la que ahora yace fría.
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Mensaje por Carolina Van de Valley Miér Dic 09, 2015 1:13 pm

"Cuando el hambre llama, la bestia clama."

No iba a negarme, a estas alturas de la función, lo que era. Dvorak tenía razón; siempre la había tenido. ¿Qué éramos, sino alimañas heladas? La sangre caliente -y cuanto más caliente, mejor- era lo único que nos insuflaba la vida de la que habíamos renegado. O quizá porque la amábamos tanto habíamos aceptado ese pacto con el Diablo. Claro que Friedrich nunca había usado el término alimaña para referirse a sí mismo; "Hermosas criaturas inmortales", decía, y yo lo creía con el fervor con el que cree un niño. Empero, el tiempo nos pone a cada uno en nuestro lugar, y tiempo era, precisamente, de lo que andábamos sobrados los de nuestra raza.

¡Pero dejémonos ya de filosofías y centrémonos en el hoy y ahora! Hacía una noche fría en París, a pesar de que para mi términos como gélido o calor habían dejado de tener sentido desde hacía un siglo. Aproveché la luz de un candil para iluminar la partitura en la que estaba trabajando -la Obertura de El Gato con Botas para un ballet del mismo nombre- cuando el hambre me asaltó. Atenazaba mis sentidos, mis pupilas se tornaban del color de ese líquido que tanto ansiaba. Frenaba mis instintos, concentrándome en el solfeo de las notas. "Do, la, sí, do, la, sí, do, la, sí". Mas, nada de eso sirvió. Mis dedos se entumecieron y tuve que dejar la pluma caer sobre la partitura. Trataba de abrir y cerrar las manos, para volver en mi, pero había perdido el control. El hambre de sangre humana me había declarado la guerra, y yo tenía todas las de perder aquella noche. Si Friedrich hubiese estado allí, observándome, se habría reído de mi y de mi patética resistencia.

"No se puede luchar contra la Naturaleza, como no se puede luchar contra los terremotos, el fuego o el agua". La montaña acabaría por aplastarme.

Salí a la plaza Vendôme, cubierta con un abrigo de capa que eché sobre mi rostro. El dolor se aferró a mis entrañas, muy parecido al recuerdo humano de la hambruna. ¿Cuánto llevaba sin alimentarme? "Oh, mi Carolina. Ni así conseguirás matarte. Ya tomaste la decisión, tuya fue". La voz de Friedrich sonó con tanta precisión en mi cabeza que apreté la mandíbula.

Sin saber cómo, llegué cerca de uno de los pequeños teatros burgueses de la zona. Por su aspecto, parecía abandonado, pero pude percibir los pensamientos agitados de alguien gracias a la telepatía. No tardó en hacer acto de presencia.
-¿Se ha perdido? ¿Se encuentra bien?
Era un sonido claro, hermoso. De una joven. Yo no respondí, pero ella se acercó más a mi.
-Tenemos sitio en el teatro, si necesita pasar la noche. ¿Quiere venir?
"No."
-Sí. Gracias.
Me condujo hacia el interior del abandonado edificio. Allí me senté en una butaca y tomé un aire que no necesitaba.
-¿Está enferma?
"Sí".
-No. -dejé escapar. La muchacha se acercó a mi, claramente desconcertada por el color de mis iris, que a esas alturas debían ser escarlatas como la capa que portaba. El olor de la muchacha era fuerte; a hollín, tal vez. A esa distancia podía escuchar el bombeo de la sangre en las venas. "Bum. Bum. Bum".

De un rápido movimiento, atrapé la garganta de la chica e hinqué los dientes. El chillido fue una pesadilla, mas yo sólo podía saborear la caliente sangre derramándose por mis comisuras. No fue hasta que mis ojos de animal se cruzaron con los redondos y azules de un niño, que me di cuenta del horror.
-¡Hermana!
Salió corriendo. Poco a poco, sentía que el cuerpo de la chica se volvía más frío bajo mi peso. Paré inmediatamente y dejé el cuerpo reposando sobre el respaldo de una butaca. Mis manos empezaron a temblar, esta vez de miedo y angustia.
-No. Nononono. -murmuraba sin sentido, tal vez en alemán. Miré mis manos, manchadas del rojo líquido. Un nudo inmovilizó mi garganta, imposibilitándome casi tragar saliva. Mi visión, usualmente tan perfecta, se hizo un poco borrosa. ¿Qué eran esas gotas que caían del techo? "Eres tú, idiota. Estás llorando". Llorando. ¡Llorando! No lloraba desde hacía un siglo.
-Lo siento. Lo siento muchísimo. -le decía a la chica moribunda, como si pudiera oírme o le importara mis lamentos. No atinaba a encontrar el pulso -si es que aún lo conservaba- porque mis manos seguían torpes. Notaba que una exhalación ahogada se me escapaba de mis labios asesinos, y tenía esa sensación humana cuando te falta el aire y todo se vuelve onírico como en un sueño. ¿Era yo? ¿Era yo realmente la que estaba allí y no otro ser que había tomado mi cuerpo?

En ese momento, mis ojos se toparon con los de una muchacha castaña. Me miraba aterrada, como cuando se mira a un monstruo. ¿Era un monstruo? ¿De dónde salían esas gotas que caían del techo? "¡Tú, idiota. Sólo tú!". Continuaba con lágrimas secas en mis mejillas cubiertas de sangre.

Me incorporé lentamente, con las manos en alto indicando a la otra joven que no iba a hacerle daño.
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Mensaje por Constance A. Zaïre Vie Ene 08, 2016 11:39 pm

“Señor si por mi fuera aleja este cáliz de mí, más, que no se haga mi voluntad sino la tuya ”

Aunque el miedo es grande, en Dios pongo mis esperanzas, en sus manos queda mi vida junto a mi alma.


Miedo, uno tan arraigado al ser humano, un sentimiento que se desarrolla cuando se enfrenta a lo desconocido o aquello a lo que no se desea enfrentar, aun, como la llamada de la muerte, una solitaria muerte como el dulce canto de pequeños ángeles que van llevando a las ánimas al paraíso, suave lirica que como un grito ahogado queda atrapado entre aquellas oscuras paredes. Fugaz vela cándida que se mece con el soplido incierto de quien mueve los hilos de la vida y las sombras. Ya no hay sonido alguno más que el profundo resonar de un corazón que está a punto de estallar embargado por el temor, un temor racional propio y ajeno porque los ojos de quien observó la escena aún quedan fijos en sobre aquello que descansa sin vida, justo sobre los ojos de la pelinegra que ha perdido todo ápice de humanidad; reza, reza con fervor a sus peticiones de salvación.

Ojos atónitos que no dan crédito a aquello que ha sido testigo, su mente aun repasa cada detalle de ese fatídico encuentro, su estado físico y mental solo responde a un cruce de sensaciones, un conflicto interno que sufre a causa de sus convicciones y de su propio miedo de humanidad. Sus lágrimas silenciosas ruedan por sus mejillas que van marcadas por el rastro de las anteriores, los sollozos van aumentando a medida que su mente y corazón le exigen un movimiento pero el shock es demasiado, cubre su boca para evitar soltar un grito desesperado que busca la ayuda divina. Una ayuda que nunca tendrá.

Consciente queda de su intromisión a aquel lugar lleno de oscuridad y olor a muerte, lentamente comienza a salir de donde se ha refugiado –Señor, guía mis pasos para hacer el bien– murmura limpiando las lágrimas que ha derramado en silencio; sus pasos son silenciosos para evitar el llamar la atención de aquella persona, se ve desamparada sin tener un arma con la cual defenderse en aquel preciso instante, aun cuando su corazón late a toda prisa por querer ayudar al que desdichada se haya en el suelo tendida y con una apariencia diferente. Nuevamente sus ojos se abren al ver la sangre correr por el suelo, tono rojo oscuro y gotas que caen de aquel cuerpo que queda de pie.

–¿Qué ha hecho?– grita y abruptamente corre con lágrimas en sus ojos que enjuagan su miedo para dar paso a la presteza de ayudar a alguien; se acerca al cuerpo frío yaciente constatando la respiración y el pulso de aquella jovencita –¿Por qué? ¿Qué clase de monstruo es usted?– la ira que reflejan sus palabras y aquel rostro que mira con reproche a la mujer de pie, la observa atentamente para darse cuenta de la apariencia que tenía, una que no iba acorde a lo que solía ver en sus días habituales –¿Qué clase de persona es usted?– el labio inferior le tiembla y sus ojos se abren completamente, porque ahora se da cuenta de la realidad, aquella mujer, aquella joven era una…Asesina.  

Tras su nuca, la castaña sentía el peligro que todo eso irradiaba pero no podía dejar así a quien fue la víctima, aun cuando le cueste su propia vida –Asesina, Asesina. Solo una persona que no tiene corazón ni sentimientos puede cometer estos actos, solo alguien tan monstruoso puede arrancarle la vida a una persona sin razón alguna, esto no es natural. Aun cuando a aquella mujer le hubiera tocado la muerte no era para que otra persona se la arranque de aquella manera, tan ruin y vil– abraza al cuerpo inerte llorando, deja entre ellas unos rezos para que alma de aquella que fue encuentre la paz y la luz eterna en el paraíso o quizás en el infierno.

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Mensaje por Carolina Van de Valley Miér Ene 13, 2016 11:28 am

Asesina.
Asesina.
Asesina.

Cada una de las palabras provocaba una bofetada de realidad en mi cadáver andante. El rojo líquido se agolpaba en los lagrimales de mis ojos, otorgándome un aspecto entre lo penoso de un león que podría defenderse pero se niega, y lo terrorífico de un espíritu que se cree vivo. La lacerante voz de la muchacha castaña repetía una y otra vez lo mismo. Monstruo. Ruin. Arrancar. Vida. Si Dvorak pudiera oírla me impulsaría sin vacilar a desgarrarle la garganta a ella también. Pero Friedrich estaba demasiado lejos, quemándose en llamas purificadoras.

Me obligué a mirar otra vez lo que había causado. Ese era el don que teníamos los Caídos. "No entiendes nada, Carolina". ¡Basta! ¡Fuera de aquí, Dvorak! Él ya no tenía ningún derecho sobre mi. Los ojos de la joven a la que había matado se encontraban cerrados ahora. La castaña aferraba el inerte cuerpo como si no lo quisiese dejar ir. Pero nadie podía despojar a la muerte de lo que era suyo.

El teatro abandonado se hundía bajo mis pies. ¿Lo había hecho, al final? ¿Cómo se puede luchar contra una misma? La probabilidad en la guerra sólo tiene sentido cuando el enemigo no eres tú mismo, de lo contrario, estás perdido.

Creí haber dicho algo, aunque mi mente no recuerda con claridad esos momentos de conmoción. Me derrumbé otra vez. Sólo sentía el suelo. El suelo estaba duro. El suelo estaba frío. El suelo era la tumba. Me crucé con la mirada acusadora de la castaña, a quien parecía que la impotencia y la rabia habían ganado al miedo. Vi asco.

Ni yo misma con estúpidas palabras aquí reflejadas podría haber descrito mejor lo que mi propia voluntad pensaba acerca del acto que había provocado. Jamás olvidaré el rostro de la muchacha castaña del teatro. Jamás, ni aunque mil vidas viva. Me levanté sin decir nada y me alejé a una zona más apartada, dejándome apoyar en una de las columnas que unían el patio de butacas con uno de los laterales del edificio. La oscuridad del lugar me encogió la garganta. Me llevé una mano a la boca y reprimí mis sollozos, pero estos, inevitablemente, se escapaban de mis muertos labios. Lágrimas rojas descendieron por mis mejillas.

En ese momento, el hermano al que yo había dejado solo en el mundo, avanzaba hacia mi. La seriedad de su semblante era inhumana. No era propia de un niño. En el momento en el que la figura andante atravesó mi cuerpo sentí un frío atroz; una sensación que volvía a experimentar después de muerta. Detrás mío ya no había nadie. Mi llanto cesó en ese momento, comprendiendo de pronto. Sequé mis lágrimas y volví hacia el lugar donde la castaña descansaba.

-No vengo a hacerte daño. -respondí, caminando despacio para evitar que se asustara. Mi pecho subía y bajaba en una acción que no le servía de mucho y que era propia inercia de unos órganos que no tenían función ninguna dentro de un cuerpo como el mío-Sé que estás asustada, y que piensas que soy un monstruo, -y lo era, después de todo- pero has de creerme. Si te quedas aquí más tiempo podrías estar en peligro.

El espíritu del niño sólo podía indicar una cosa; el lugar estaba encantado y poseía cierta magia que alguien debía estar controlando. Al no saber precisar si esta era magia blanca o negra, lo mejor era llevarse a la mortal a un lugar seguro.
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Mensaje por Constance A. Zaïre Lun Feb 08, 2016 11:26 pm

“Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”.


La desesperación nos lleva a cometer actos que luego terminamos arrepintiéndonos, en un momento de ira o pasión nos dejamos llevar lentamente sin darnos cuenta hasta que es muy tarde, hasta que el daño está hecho y no hay vuelta atrás, o quizás somos nosotros mismos quienes no nos damos cuenta de las múltiples opciones que en nuestro camino se presenta. Quizás es porque en el fondo queremos castigarnos por nuestra propia imprudencia

El dolor de aquella perdida, aun siendo tan distante y desconocida a la castaña le dolía la muerte de una persona, una muerte sin sentido y que podía ser evitada. Su rostro muestra el pesar de la gran pérdida, sus ojos no dejan de llorar, mares de lágrimas y sollozos, el lamento agónico que inunda el lugar como fuertes olas; el silencio de aquel teatro le parece infinita y dolorosa, reviviendo en su mente una y otra vez el momento en el cual el cuerpo queda inerte desplomándose hacia el suelo, como si fuera ese su destino final

La espesa oscuridad se cierne sobre su alma, su mente no se ha despejado y solo acumula el resentimiento desmedido hacia la otra alma que ha sido la benefactora de la muerte temprana de quien ahora ha encontrado el camino a la luz perpetua. Limpia sus lágrimas de manera poco educada, su rostro está completamente rojo; busca con la mirada a la otra mujer pero no la encuentra, eso aumenta más su odio irracional y poco encaminado, de rodillas queda tomando la mano de quien fue en vida, acaricia la mano como si de una madre se tratase, una madre que consuela la pesadilla de su niño con cánticos que no son otra cosa que rezos.

Shock, perpleja, sumida en un mundo irreal pero que terminaba siendo su verdadera realidad; aquello le parecía un sueño a la castaña, una pesadilla, sus ojos parpadeaban sin dar cabida al hecho, sus lágrimas cesaron dejándola en ese estado, como perdida. Sin darse cuenta del tiempo que había trascurrido, para ella solo han pasado horas infinitas y largas. Mira a la mujer sin entender lo que le dice, sin siquiera escucharla, la ve tan lejana y distante como si fuera parte del sueño, pero no, la mano que caiga le informa que no es un sueño y la trae de regreso; abruptamente se pone de pie escuchando con atención lo que la otra mujer le explica.

Una palabra puede desatar las mayores guerras o la paz de las almas que en conflicto vagan, sus ojos se entrecierran, su ceño forma un V y su lengua chasque da manera irónica, aunque realmente en ella se puede apreciar de manera graciosa aquella postura, el tono de su voz adquiere el de reclamo y burla –Daño?, hacerme daño? A mí?, Acaso no le bastó, no le fue suficiente la vida inocente que ha arrancado de manera egoísta, acaso es una persona ambiciosa cuyo único valor es el de ver morir a las personas como parte de una diversión– su postura cambió, sus manos se posaron en forma de jarras en la cintura de la castaña mirando con un absoluto desdén a la mujer delante de ella, más todo eso se vino abajo cuando terminó de comprender la situación.

Pequeños sonidos que se emitían, risas cortas y pasos que corrían de lugar en lugar en medio de aquella penumbra, los ruidos de objetos siendo llevados, rotos y los suaves gritos que hacían que la piel se helara y erizara le llevo a comprender que realmente no estaban solas, que realmente podía correr un peligro mayor; dio dos pasos pero se detuvo regresando a cargar el cuerpo sin vida de la joven –No podemos dejarla aquí– el peso que representaba aquel cadáver a alguien que en su vida ha tenido que cargar el doble de lo que era, miró a la mujer enarcando una de sus cejas –Si realmente estás arrepentida por lo que has hecho, entonces ayúdame a llevarla, ella merece una cristiana sepultura como cualquier persona, es lo menos que podemos hacer, lo que puedes hacer por ella, incluso puede que dios te perdone por lo que has hecho– una sonrisa muy sincera aflora, la primera de la noche, aunque aún mantenía esa mirada cristalina de quien se va a romper en llanto nuevamente.

Y era obvio el porqué de esa reacción, sus manos temblaban, estaba pálida de solo saber que podía haber peligros aún mayores fuera, peligros de los que nunca antes había escuchado.
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Mensaje por Carolina Van de Valley Vie Feb 12, 2016 5:07 am

En lo onírico de la situación, en la irrealidad real que cabalga entre los espectros de la imaginación y la solidez de las columnas que soportaban el peso del teatro abandonado, en medio del hedor de una muerte anunciada y la garganta apresada por las garras de una naturaleza que no había ni llegado a entender todavía en esos años, se recomponía mi mente intentando dar calma a una situación disparatada, desesperada y sin sentido. Sin saber tampoco que aquella sólo sería la primera de los múltiples óbitos faltos de lógica, llevados a cabo por una mano que era la mía. Unos salvajes colmillos animales. Ojalá la naturaleza fuese como la maquinaria de un reloj, que se pudiese parar con un golpe certero.

La joven castaña comprendió lo que quería decirle y accedió a salir de allí en mi compañía. Eso me hizo sentir menos miserable, si al menos podía ayudar a aquella joven de ojos grandes a huir del peligro mayor que ocultaba el teatro. Me incliné de nuevo junto a ella. La falda del sobrio vestido formó un círculo alrededor mío. Traté de tocar el cadáver para cargarlo, pero mis manos temblaban como si estuvieran enfermas. "Qué patética resultas, mi pequeña Carolina". Ignoré esa voz; su voz, y continué en el mundo real.

-Posiblemente los espíritus ya nos hayan visto y oído. -no quería asustarla, sólo advertirla. No contesté a su comentario acerca de Dios. Dios hacía mucho tiempo que se había olvidado de nosotros, tal y como Hans me espetó. En los ojos cristalinos de la de cabellos castaños pude leer la misma expresión que había visto en mi hermano siglos atrás.

Cargué el cuerpo. Mis manos se deslizaron por debajo de la espalda de la difunta y apoyé su cabeza en mi pecho. Era como llevar una pluma en mis brazos, una pluma helada. Congelada. Sus labios comenzaban a amoratarse. Me pregunté si yo también había lucido así en el momento en el que Friedrich me arrebató la vida, antes de darme la inmortal.

-Ve detrás de mí. -le encomendé a la muchacha, de la cual todavía no sabía ni el nombre. Anduvimos por el teatro sin que yo pronunciara palabra alguna. Vista, oído y olfato disparados para captar cualquier atisbo de incongruencia que pudiera haber en medio de ese silencio contenido.

La salida del teatro estaba a tan sólo unos pocos pasos. Cuando nos acercamos paré la caminata. Mi cabeza comenzó a funcionar de manera atolondrada y ya sabía de antemano que no íbamos a poder salir por allí. Un pitido incesante me perforó el cerebro, me obligué a cerrar los ojos y apretar la mandíbula. Traté de buscar con la mirada a mi compañera castaña, pero me volví ciega de pronto. Alguien estaba nublando mis sentidos vampíricos.
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Mensaje por Constance A. Zaïre Sáb Mar 19, 2016 5:11 pm

¿Cómo una sola palabra puede ocasionar tanto en una persona? ¿Cómo? ¿Cómo es posible ello? ¿Cómo puede una persona alterar a otra de aquellas maneras? Miles de preguntas que no se hacían a viva voz pero que en la mente comenzaban a fraguarse en búsqueda de las respuestas, lamentablemente ni una de ellas era contestada con una palabra o certeza, sino que solo venían más y más preguntas. Con una sola palabra dicha en voz alta o susurrada puede hacer que alguien pierda los estribas ahogando en el más profundo pozo de la desesperación y el miedo

Por más que la castaña simulara una valentía, su cuerpo la traicionaba temblando de pies a cabeza con la sola de idea de encontrarse seres que nunca en su vida pensó que existieran; rezaba en su mente por el descanso de aquellas pobres almas atormentadas una y otra vez repitiéndose que eso no era posible, porque , para ella, una vez que el final de la vida llegaba el alma cruzaba a los cielos o recibía el castigo de ser enviado a las manos del demonio para ser atormentado eternamente, pero jamás pensó que se quedaran en este mundo siendo, siendo unos simples, espíritus.

–Es.Espi.Espíritus…¿son reales acaso? Pensé que eran parte de los cuentos, no creo que sean reales de verdad, debe estar mintiendo– no podía negar aquellas palabras que había dicho, pero tampoco las creía del todo cierto, aun así sus ojos expectantes mostraban el miedo que su alma pura e inocente aguardaba, aun cuando su mano tomó el vestido de la mujer frente a ella con fuerza hasta el punto de blanquecerle los nudillos de la fuerza con la que se tomaba.

El ambiente cambió drásticamente, aunque seguían con cuidado hacia la salida, la oscuridad se volvía más densa de lo normal, la castaña miró hacia atrás pero no podía distinguir nada, el frío que comenzó a sentir la obligó a castañear los dientes estaba congelándose de un momento a otro todo comenzó a dar sentido para ella, o quizás no del todo; porque para alguien que desconoce ese mundo poco podría atar; miró a la mujer en un estado diferente casi a punto del desplome apresurándose a ella se acercó y con sus manos le sostuvo los hombros para hacerle de apoyo, fue en aquel instante que notó el cuerpo de la mujer frío, frio como la misma muerte.

Obvia aquel hecho, para no parecer una grosera, con aquella que le ayudaba, aunque para alguien “normal” sería lo primero en atacar, para ella no. Junto a la mujer de cabellos rubios se quedó unos momentos susurrándole lo más bajo y poco audible que pudiera –¿Está bien, señorita? Qué le ocurre, no me diga que está mal por este frio y por eso está así como ahora, por favor, no, no puede morir aquí y así dejándome sola en este lugar. Dígame, algo he de poder hacer, hare lo que esté en mis manos para ayudarle, aunque haya matado a alguien, usted también es una persona y no dejaré que muera por ningún motivo– se aferró a la mujer entre las amenazas de lágrimas que comenzaron a brotar sin ningún permiso alguno, rodando por su rostro hasta caer en el hombro de la joven rubia.
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Mensaje por Carolina Van de Valley Miér Abr 06, 2016 11:35 am

¡Qué bella ingenuidad la de mi compañera! Por un repentino segundo, deseé poder yo también hacer alarde de tal inocencia. Por un segundo, un repentino segundo, deseé no ser yo, sino alguien ajeno a mí. Deseé no haber abrazado con tanta avaricia ese don que se había tornado en maldición que Friedrich me entregó. ¡Ciego de él! Ojalá fuese yo la muchacha de ojos candorosos, que pregunta incesantemente sin poder creer del todo lo que estaba forjándose a su alrededor. Ojalá fuese yo una humana normal y corriente, sin esa agonía de matar y sacrificar que tanto ahogaba mis cenizas.

Sentía cierta envidia de aquella muchacha, tan bonita con su inconsciencia. En lugar de ser el monstruo que cargaba con el cuerpo de aquella a la que había arrebatado la vida. Todos estos y más delirios se me cruzaban en la mente mientras mi vista volvía en mí. El vahído de hacía unos segundos se alejó conforme me separaba yo de la puerta del teatro. Abrí los ojos entonces y me encontré a la castaña agitada. Temía por ella, no por mi, claro estaba. Temía por ella, por quedarse sola en aquel lugar que se le acababa de revelar como encantado. ¡Qué frágiles! ¡Qué frágiles son los mortales! ¿Había sido yo así de quebradiza alguna vez? Hasta eso echaba yo de menos.

-No te preocupes. Estoy bien, no te quedarás sola. -sonrisa lánguida, casi etérea. Una sombra de lo que debería ser aquel gesto, pues estaba yo entonces acompañada de una ola de sospecha y brujería que no me daba confianza. ¿He dicho hace un momento que extrañaba mis humanas flaquezas? ¡Já! Si se pudieran borrar las palabras ya dichas...

-No vamos a poder salir. No por aquí, al menos. -medité el decirle la verdadera razón. ¿Hablarle de magia y encantamientos la ayudaría a sentirse mejor? Quizá estaba subestimando a mi aguerrida compañera, mas no quería arriesgarme. Con total probabilidad, el teatro abandonado estaba bajo algún tipo de conjuro que no haría sino hacerme sentir más y más endeble. Si queríamos salir de allí había que encontrar la fuente del poder. Y derrotarla de alguna manera.

-Debemos dejar el cuerpo aquí, lo comprendes, ¿verdad? Hay que dejarlo aquí, o nos retrasará. -crucé una severa mirada con ella, temiendo que volviera a negarse. ¡Ay, de la pobre muchacha muerta! Volvería. Volvería a por ella y le daría santa sepultura. Aunque para ello tuviera que volver a enfrentarme a Él.

Dispuse el cadáver, ya tornándose en un oscuro amoratado la piel, apoyado en una de las butacas. Coloqué los mechones de cabello sobre los hombros y estos cayeron en bucles. Luego me encaminé hacia la zona superior del teatro.
-No te separes de mi, ¿de acuerdo? -le recordé a mi compañera, la de los ojos grandes y sin nombre.
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Mensaje por Constance A. Zaïre Mar Abr 19, 2016 9:55 pm

Punto muerto sobre los ojos de la castaña que abiertos de par en par buscaban el poder encontrar alguna respuesta sobre aquellas dudas que tenía, o mejor dicho de la verdad que se ocultaba frente a ella; para la castaña todo parecía más bien arrancado de aquellos cuentos que suele relatar a los pequeños que la rondan en las tardes en el jardín botánico de la ciudad. Así era como ella observaba todo lo que ocurría a su alrededor.

¡Creer o no creer, esa es la cuestión

Observó atenta a las palabras de la joven rubia frente a ella, dudando en breves segundos a la petición extendida, pero aun en su estado de shock o conmoción sabía que lo dicho estaba lleno de lógica y sabios sentidos; se puso de pie limpiando aquellas lágrimas voltiandolas en una sonrisa de lo más amable y sincera, con dicha y amor. Observó a la dama asintiendo pero antes de dar un pasó volvió para arrodillarse frente al cuerpo sin vida de la morocha abrazándola junto un beso en la frente –Volveremos por ti, así que esperanos, si– se persigna dejando una plegaria y un padre nuestro por el descanso eterno de aquella alma.

–Que nuestro señor te tenga en su gloria ahora y siempre, pequeña princesa. Que perdone tus pecados cometidos para que estés en el paraíso junto a él disfrutando de la paz y armonía de los campos– al incorporarse dudó un poco sobre seguir a la mujer con aquel sentimiento que iba creciendo en su inocente o quizás mojigato corazón; los ojos de la castaña se cerraron en resignación aceptando lo que su corazón le manifestaba –Si te voy a seguir, es mejor presentarnos correctamente. Constance Zaïre, señorita, florista de la ciudad y cuenta cuentos de oficio particular– una reverencia muy educada y fina que se acompaña con la sonrisa amigable que cambia cuando da unos pasos acercándose a la mujer.

Se acercó a ella decidida y sin vacilar, aunque por dentro temblaba y gotas de sudor rodaban por su frente y espalda de los nervios que sentía por optar por aquella postura, con una mirada de determinación extendiendo su mano derecha mostrando el meñique –Prométalo, prometa que volverá por la joven para que tenga un cristiano descanso– enarca la fina ceja esperando que la joven aceptara aquel tipo de contrato, aunque para ella valía más la palabra que cualquier otro medio

Tragó en seco bajando la mirada abruptamente al suelo sonrojándose de la vergüenza de sus palabras y sus pensamientos –Así mismo, prométame que no se me dejará sola, y que me pedirá ayuda cuando lo necesite. No sé de usted, pero no quiero quedarme sola en este lugar donde hay espíritus– s–Solo quiero que me prometa que no me dejará sola, ni ahora ni nunca hasta salir– esa última palabra fue en un susurro, uno muy débil que se tragaba luego de haber sido dicha.

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Mensaje por Carolina Van de Valley Jue Mayo 05, 2016 3:40 am

Guardé respetuoso silencio mientras atendía a los sagrados rezos de la joven de cabellos pardos. Hubo un tiempo en el que yo también habría orado. Mis padres, que en paz descansasen, criaron a sus hijos en la fe católica. En especial mi padre, el general Karl II Van de Valley, quien siempre mostró una actitud recta e inflexible para con las tradiciones de nuestro país. La fe, claro está, caló más en unos hijos que en otros. Mis dos hermanos mayores, Lotte y Franz, jamás mostraron una creencia más allá de la pura fachada. Mi dulce Clotilde, durante sus últimos años de enfermedad, luchaba por encomendarse a ese ser superior, algo que yo consideraba más producto del desespero que de la real convicción. Y Hans; qué decir de Hans. Él, que abandonó el mundo de las armas para el que fue criado y se consagró enteramente a la vida monástica. Él, en cuyos ojos pude ver aquella noche -aquella maldita, condenada noche- el rechazo, el asco, la repulsión. El inocente Hans jamás pudo comprender cómo su bella y adorada hermana había acabado convertida en un monstruo del averno por propia convicción. Creo que fue esa noche -esa maldita, condenada noche- cuando yo rechacé definitivamente a Dios y su salvación.

Pero, ¡ya basta! Ya basta de inocuos pensamientos. Mantuve mis manos entrelazadas, descansando en mi regazo. No me persigné, pero bajé la cabeza cuando la dulce muchacha depositó un beso en la frente del cadáver en medio del silencio del teatro. ¿Cuánto amor podría haber en ella? ¿Era posible que existiese alguien inmaculado, sin ni siquiera una mancha en el rojo corazón? De ser así, debía ser aquella muchacha cobriza.

Y de nuevo, otra muestra inesperada de afecto me llegó de la mano de la cuenta cuentos. Constance, se llamaba. Un nombre fuerte y delicado a la vez. El mejor nombre que podrían haber pensado sus progenitores para ella.
-Un placer, señorita Zaïre. A mi puedes llamarme Carolina. Creo que yo no tengo oficio, solamente vocación por aquello que hago; la música. -sonreí de lado. No di mi nombre completo, pues sabía que los espíritus podían jugar con los nombres verdaderos de criaturas como yo, para someternos y esclavizarnos a una voluntad sin sentido. No. Era mejor así.

Giré la cabeza hacia un lado, extrañada de pronto de aquel gesto -en cierta forma encantador- que me ofrecía la joven Constance. Era un gesto universal e infantil, que yo había usado millones de veces con Clotilde y Hans, prometiéndonos cosas que luego, a la larga, nunca se cumplieron. Esperaba al menos concluir de debida manera aquello que la cuenta cuentos me pedía.
-Te lo prometo. No temas. -enlacé mi meñique con el suyo, de manera firme. No prometas lo que no puedes cumplir, pequeña Carolina. Otra vez él, su voz zalamera, burlesca pero que cargaba con todo el peso de la razón.

-Ven. Sígueme. -indiqué. Me encaminé hacia las escaleras que conducían a la planta de arriba del teatro. Trataba de encontrar con algún punto frío, pero era difícil teniendo bloqueadas mis habilidades. Las risas fugaces de un niño hicieron eco en el lugar abandonado, recreándolo todo como si una escena de terror se tratase. Era la risa infantil y cruel de un Puck. El duendecillo de la obra de Shakespeare siempre me había gustado. Ahora, no tanto. Ignoré sus trucos.

-No hagas caso a lo que oigas, ni siquiera puedes confiar en todo lo que veas. Los espíritus son peligrosos, pueden alterarnos a su voluntad. No dejes que lo hagan. -hablé a la muchacha.
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Mensaje por Constance A. Zaïre Dom Jun 19, 2016 2:39 pm

Oscura y desolada alma que se encuentra tan vacía pero llena de remordimientos que lentamente van mostrándose al exterior cruelmente desatando furias que nadie puede comprender, o quizás sí; poco a poco la niebla del lugar se intensificaba, el velo de la muerte se levantaba mostrando a sus hijos por todo el lugar, el aire se volvía intenso y casi tóxico, todo en un ambiente pesado lleno de incertidumbre. La promesa dejada pendía en un hilo, muy fino que en cualquier momento podría romperse.

Siguió a la compañera, cuyo nombre lo repetía en la mente para no olvidarlo. Atrás habían dejado a otra persona pero sabía que su alma estaba a salvo ya más no podía decir lo mismo de ambas que buscaban desesperadamente una salida, siguió cual guía a la mujer que tenía delante, aquella melena rubia podía verla pero se iba volviendo traslucida a cada paso al igual que su voz que se perdía, poco a poco todo iba cambiando, y solo quedó el eco de una frase “No dejes que lo hagan”, una frase que obligó a la castaña a cerrar los ojos unos segundos y cuando los volvió a abrir todos había cambiado, el lugar desapareció, su compañera no estaba y la escalera se había vuelto tierra –¿Carolina? Señorita Carolina– pregunta inquieta llamando a quien se suponía no la dejaría atrás.

Angustia en su pecho era lo que se sentía, calló de rodillas con el dolor en su corazón que la oprimía fuertemente –¿Qué es esto? ¿Dónde estamos? ¿No era el teatro? Santo Dios, que está ocurriendo. Carolinaaa– grita junto a unas pequeñas lágrimas que corren por su rostro por el temor y desasosiego que siente al verse perdida y angustiada de la situación. Cierra los ojos y cuando los abre el teatro ha regresado a su naturalidad, más, unas pequeñas sonrisas de niños que van y vienen pueden oír, su corazón de cuentista, de ayudante, de mujer, la obliga a bajar por las escaleras buscando en la parte baja al pequeño –Pequeño, ven, no es seguro. Ven aquí conmigo salgamos de aquí– susurra llevando la mirada a la otra joven –Señorita Carolina, ayude a encontrar al pequeño, no podemos dejarlo aquí es muy peligroso y más para alguien inocente como un niño. Debemos encontrarlo–

Mira por todo lado pero la oscuridad se cernía sobre ellas, hasta que de la nada, de entre esa densa sombras una pequeña mano se entrelaza con la de la joven, y otra manito tiraba la falda de la castaña que rápidamente volvió tras ellos abrazándolos dichosa –Los encontré, ahora si podremos salir, señorita Carolina– mira a los niños sonriéndole –Nosotros tres la seguiremos y ayudaremos en todo no dejaremos que nada malo nos dañe, saldremos juntos de aquí, los cuatro– mira a la mujer mientras su cuerpo tiembla y sus manos se aferran con fuerza a la de los pequeños y en su rostro se dibujaba la expresión del miedo, pero, no pudo dar un pie delante porque algo la tenía estoica en ese lugar que se iba perdiendo nuevamente mientras la risa de los niños crecía.


Off: Disculpa la tardanza, pequeños problemas me alejaron del foro
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Mensaje por Carolina Van de Valley Sáb Jul 02, 2016 4:11 pm

La perdí de vista un momento, tan sólo un momento, y la joven castaña desapareció de mi visión. No pude más que pensar; "este teatro, este teatro maldito, se la ha tragado". Mas, me negaba a ello. Mi experiencia sobrenatural, y mis sentidos, aunque mermados, me lanzaban vibraciones de la presencia de Constance. Su olor todavía prevalecía en el cargado ambiente, al igual que el de la magia; una maligna, sin duda.

Volví tras mis pasos, empero sabiendo que eso no devolvería a la joven. Fue únicamente un segundo, quizá más pero mi percepción inmortal difumina la constante del tiempo una vez has vivido pasado la hora de tu muerte. La voz asustada y temblorosa de Constance indicaba que había vuelto al teatro, a pesar de que nunca jamás se fue. Me acerqué y me incliné hacia la aterrada joven. Había visto cosas que no eran de este mundo, y eso le hacía perder el control sobre sí misma.

-Ha sido una ilusión. Alguien está manipulando las energías de este lugar. -y ese alguien debía ser, sin duda, un hechicero o brujo. Uno con mucho poder, además, para ser capaz de alterar un edificio de tal tamaño como aquel. O pudiera ser que sólo estuviera jugando con la virtuosa mente de la castaña.

Mi compañera se levantó entonces, siguiendo unos sonidos que yo sabía no eran halagüeños. Descendió las escaleras de caracol del edificio, y yo salí detrás de ella. Fue en ese momento cuando la figura de un niño, de no más de ocho o nueve años, apareció al final de la escalinata. De haber estado viva, mi corazón hubiese latido a mil por hora.

Bajé el resto de escalones lo más rápido que pude, a la par que de mis labios salía una advertencia que llegaba demasiado tarde. Todo quedó sumido en una extraña bruma. Las risas, antes infantiles y joviales, ahora se tornaban turbadoras, escalofriantes.

-¡Constance! -grité su nombre cuando adiviné en sus ojos que no podía moverse, anclada en aquel lugar por aquellas manos infantiles pero diabólicas. Atravesé las figuras, fantasmagóricas proyecciones que se desvanecieron a mi paso y le tendí la mano a la castaña para salir de allí. Fue entonces cuando una fuerza, también espectral, se aferró a mi tobillo. Tiró de mí, caí de bruces contra el suelo y me arrastró con una fuerza descomunal hacia atrás. El teatro entonces se sumergió en otra época. El esplendor brillaba y parecía nuevo. El público tomaba asiento en las butacas y una bailarina comenzaba la coreografía de una obra que no conocía.

Únicamente se encontraba ella en el escenario, y, al terminar el primer acto, los asistentes se desvanecieron en una neblina mística, dejando a la bailarina sola en el escenario, con lágrimas en los ojos. Cuando alzó el rostro, cruzó su mirada con la mía, en lo que sabía que era una muda súplica para que la ayudara.

Pestañeé dos, tres veces, y volvía a encontrarme en el teatro esta vez ya abandonado. Me llevé una mano al estómago, tratando de asimilar y recopilar lo que había visto. Luego, comprendí por fin.
-Constance. -llamé la atención de mi compañera-Aquí hay un alma perdida que necesita que la ayudemos. Creo que es la única manera de salir de aquí, de lo contrario, no nos dejará nunca.
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Mensaje por Constance A. Zaïre Mar Jul 19, 2016 9:50 pm

Incertidumbre que se mezcla con el visceral miedo de enfrentarse a una realidad que le era desconocida y hasta cierto punto fantasiosa, ahora veía esos cuentos que solía mencionar a los pequeños para asustarlos y enseñarles pequeñas lecciones como algo más que irreal, era auténtico, tanto que su cabeza estaba dando vueltas y la pequeña amenaza punzante de dolor comenzaba a nacer, pero, aun así no salía de su estupefacción por los momentos de ¿terror?, de horror que estaba viviendo. Sus ojos no daban crédito aun cuando vio desaparecer las almas de pequeños infantes, todo le parecía tan real que su cuerpo se erizó por completo con el frío beso de la muerte, pero la castaña no creía, no, no quería creer que ello fuera verdadero y le estuviera pasando precisamente a ella.

Escuchar las palabras de su compañera no le daban aliento de calma alguna, al contrario solo agitaban su corazón y mente más, si es que se podía claro, su corazón latía a mil por hora, podía escucharlo en sus oídos de manera sorda y lejana como la melodía que comenzaba a entonarse y se acompañaba por lamentos en sollozos que venían de la parte de la tarina del teatro. Tragó en seco aun sin comprender el porqué de su próxima respuesta –Si necesita ayuda no podemos negársela, ¿verdad? Es nuestro deber– su sonrisa no parecía ser de ella, sino más bien un intento falso y burdo donde podía observarse el pánico que estaba recorriéndola.

Se abrazó así mismo cayendo a sus rodillas al suelo asimilando con mayor calma lo que había visto, oído y sentido, incluso el ver a su compañera siendo arrastrada lejos. Sus ojos se cerraron en un rezo que buscaba la respuesta que no tenía –No entiendo…realmente no entiendo, ¿Almas? ¿Energías? ¿Ilusión? Que es realmente todo esto, incluso usted, porque no es normal, nada de esto es normal– poco a poco la cordura se iba perdiendo para dar paso al quiebre completo de la razón mostrando la locura. Se levanta agitando sus manos como si con ello pudiera espantar a lo que sea que se albergue en aquel lugar –Usted mató a una persona, ahora alguien manipula energías ¿Cómo? ¿Por qué? Eso solo hay en los circos magos que hacen trucos, pero este no es un truco ¿o sí? Porque si no entonces estaría dormida y no creo estar dormida o ya hubiera despertado de la pesadilla. Esto es muy real tanto que asusta, pero a usted no la veo ni un poco alarmada– su razón se perdía y se mostraba con esa pequeña risa que escapó como de incredulidad, de quiebre –Como cristiana que soy es mi deber ayudar, pero ¿a quién y cómo?– se frota la sien de su cabeza riéndose para no llorar.

Se sume en el silencio momentáneo justo en el momento que se rompe este con el chirrido del telón abriéndose de golpe mostrando una obra en escena de una joven con un traje de bailarina marchito y ensangrentado, acompañada de niños sin rostros que tenía cadenas en sus manos y ataban los pies de la pequeña bailarina, tirando de ella sin cesar a medida que la música avanzaba obligándola a danzar y caer una y otra vez, hasta que el pequeño susurro con un grito espectral se suma por todo el lugar, haciendo que la castaña salte del mismo miedo acercándose a su compañera, con la resignación de encontrar una salida, alterna pero salida el final del día.

–Ayudemos a aquella alma a encontrar el cielo, si alguien está haciendo esto no lo hace con buenas intenciones y no sabremos por qué lo hace o que quiere si no lo enfrentamos, pero luego de esto usted y yo tendremos que hablar y me dirá la verdad– su voz sonaba opaca pero había una pequeña sonrisa borrosa en su rostro.

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Mensaje por Carolina Van de Valley Dom Jul 31, 2016 12:41 pm

Confundida y desasosegada, así es como encontré a mi pobre compañera, alma pura donde las halla. Ojalá pudiese darle más respuestas, pero me temo que ni yo misma las conocía en esos momentos. Lo único que tenía claro era que se trataba de magia oscura. Una magia que intentaba desorientarnos, tal vez robarnos la razón para así enterrarnos para siempre en ese teatro encantado y abandonado. La bailarina que había aparecido en el escenario era la pista sustancial, la llave que nos llevaría lejos de aquella locura enmascarada con los abalorios de una siniestra función a punto de empezar.

-Creo que el espíritu que hemos visto se encuentra atrapado aquí, -murmuré entonces. La energía procedente de la bailarina había sido blanca, triste pero en ningún momento amenazadora.- por alguien. Ese mismo alguien que nos está manipulando, impidiéndonos avanzar hacia la salida.

Entendía lo difícil que aquello debía estar resultando para la castaña. Una mortal sin ningún contacto con lo sobrenatural, que podía perder la razón por culpa de las malas artes de algún hechicero o bruja, o espectro. Elementos que sólo formaban parte del imaginario colectivo de la mayoría de estos mortales, tan ínfimimamente inocentes.

-Todo saldrá bien, Constance. -dije entonces, con una seguridad pasmosa que hasta yo creí en esos momentos. La muchacha necesitaba seguridad- ¿De acuerdo? Lo que has visto y lo que verás posiblemente te parezca un sueño, fantasías de otro mundo. Pero son tan reales como el suelo que pisas. Jugarán con nosotras para atraparnos aquí de por vida. Pero no les dejaremos, ¿de acuerdo? Sólo tenemos que ayudar al espíritu de la bailarina a encontrar la paz, y ella nos dejará salir.

Quizá estaba intentando convencerme a mí misma también. Nunca me había topado de bruces con la magia, aunque sabía de su existencia por datos que me contó Friedrich antes de morir entre las llamas. Su presencia en el mundo era tan real como yo misma, como los licanos y como los cambiantes.

-Te prometo que te contaré todo una vez salgamos, si es que quieres saberlo. -asentí con energía-Ahora, subamos las escaleras. Hay que encontrar el camerino de la bailarina. Tal vez eso nos de alguna pista de quién era y por qué está su espíritu encerrado aquí dentro.

Comencé a subir los escalones hacia la parte superior del teatro. Por el momento, los fantasmas infantiles nos habían dejado en paz.
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Mensaje por Constance A. Zaïre Lun Sep 19, 2016 11:35 pm

Incertidumbre, miedo, dudas.

Esos son los pensamientos y emociones que se albergan en los corazones humanos sobre todo cuando se enfrentan a aquello que les resulta misterioso y casi imposible de creer, no hay nada que no se muestre en aquellos rostros flácidos y muy fáciles de leer. Así estaba el rostro de la castaña que no daba crédito a aquello que escuchaba, su corazón detuvo su acelerada marcha por una más tranquila absorbiéndola del lugar como si no estuviera ella ahí y todo fuera un sueño. La lágrimas comenzaron a correr sin permiso alguno y sin control llegando a un llanto silencio, las emociones descontroladas y aquellas sensaciones de perturbación solo la estaban enloqueciendo.

Tomó el suficiente aire que sus pulmones podían, aun con sus lágrimas que no cesan, sus ojos se envolvieron en la oscuridad y en su mente solo rezaba por algo de comprensión, aun encomendaba su alma y la de su compañera en las manos de fuerzas divinas, quizás el acto de ingenuidad es lo que la salve o quizás no –¿Cómo podremos ayudarla?– la castaña camina tras su compañera pensando en la manera de ayudar a aquellos seres; sus lágrimas se detienen pero el sentimiento de tristeza que la embarga apresa su corazón llegando a dolerle a medida que van avanzando por las escaleras hasta el camerino de la bailarina.

El lugar se volvió nuevamente silencioso pero aún mantenía el ambiente pesado, como si alguien estuviera acechando entre las sombras algo que hacía que la castaña temblara con imágenes extrañas que en su mente se metían una y otra vez. Miró la espalda de su acompañante acercándose más a ella, parecía una niña, igual a los que ella cuida y por ello pudo sonreír por unos momentos por esos pensamientos tranquilizadores, pensar en sus niños le ayudaba, pero: volvía el pensar en las otras visiones de niños que vio y volvía esa sentimiento de dolor. Se aclaró la garganta un poco –Jamás había visto aquellos espíritus, jamás pensé que existiera ello. En mi mente siempre estuvo el hecho de que una vez que morimos vamos al cielo o al infierno pero nunca imaginé que podríamos quedarnos aquí, realmente parece un sufrimiento, como si ese fuera el verdadero infierno, es triste y doloroso de ver ¿es siempre así?– susurra tomando con sus manos su pecho, el dolor crecía más y más a medida que se acercaban más y más a aquel camerino –Acaso puede haber gente tan mala que no quiera que se descanse en paz y tranquilidad. Acaso el mal si está personificado en este mundo de manera de demonios que solo buscan lastimar a otros– el dolor no le permitía continuar –como sea debemos ayudarles, es debe de buen cristiano hacerlo ¿Verdad Carolina?– sonríe, trata de mantener la calma y la sonrisa para ocultar el dolor que sufre su cuerpo.

Nuevamente el silencio se rompe por gritos y cadenas que se azotan contra las paredes y suelo, pequeños cantos opacados por gritos de dolor.

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Mensaje por Carolina Van de Valley Mar Sep 27, 2016 9:13 am

Sabía cuán perturbada se encontraba Constance después de los sobrecogedores sucesos. Las mentes mortales no han aprendido a abrirse a lo que puede existir más allá de lo tangible. Al menos, no todas ellas. ¿Era eso lo que me había diferenciado en un principio de las personas a mi alrededor cuando todavía era humana? ¿Por ello me eligió Friedrich para entregarme este don-maldición? ¡Oh! Hablo con la misma soberbia que le condujo a él a la ruina. Debería acallar mis pensamientos por ahora y centrarme únicamente en lo que importa.

Cuando llegamos a lo que imaginé se trataba del camerino de la bailarina todo continuaba en la extraña quietud de lo que ha permanecido intacto durante años. Cada cosa estaba en su lugar correspondiente, pero con la inefable marca de los años; las rosas, podridas ya, descansaban sobre el tocador, el espejo de marco dorado, que antaño habría devuelta el reflejo de la joven bailarina, cubierto de polvo. Antiguas y preciosas telas reposaban ahora en un baúl cerrado, perdiendo así el brillo que otrora les fuese concedido para engañar al público durante el lapso de tiempo que duraba una función y transportarlos así a lugares lejanos y exóticos.

Mis manos comenzaron a buscar frenéticas alguna pista de la posible identidad del espectro herido. Los nombres propios poseen una fuerza mágica inimaginable, como ya nos dijera hacía tiempo un viejo amigo de Friedrich y mío. Tenía la esperanza de que si pudiese llamar al fantasma con su nombre humano, conseguiría alguna respuesta emocional que nos condujese al final de esa pesadilla.

Mientras rebuscaba en los cajones del tocador las palabras de Constance calaron en mis oídos como el canto de una sirena varada. La eterna inocencia de la castaña se había desquebrajado en ese preciso instante, y yo tenía la horrorosa sensación de que había tomado parte directa en tan abominable suceso.

-No sé si hay un cielo o un infierno, Constance. -yo misma me había hecho esa pregunta infinidad de veces. Si era así, si había un Dios Omnipresente y un Diablo vengador, ¿dónde descansaría mi alma; arriba o abajo? ¿Tenían acaso alma los vampiros? ¿Dónde estaba la de Friedrich? ¿Y las de mis hermanos y mis padres? ¿Perdíamos nuestro derecho de perdón ante Dios al convertirnos en monstruos nocturnos? No había hallado una respuesta para todas esas preguntas y quizá nunca lo haga.

-Pero sé que hay gente que se queda estancada en este tiempo. Algunos lo hacen en forma de espíritus, otros emplean diferentes trucos para engañar a la muerte. Quizá por miedo. -me encogí de hombros. ¿Era eso, pues? ¿Era el miedo a la muerte lo que me había llevado a entregar mi católica alma a la eterna noche?-La mayoría de las veces ocurre por decisión, ya sea buena o mala. Pero hay fuerzas que pueden encerrar a un espíritu en este plano sin el consentimiento de éste; es odioso y repugnante y por ello debemos ayudarla.

Seguí rebuscando por la habitación. Saqué las telas del baúl de roble, tratando de encontrar algo en su interior. Un escrito, tal vez. Una carta a un familiar, un amigo o un amante. Algo que me diera una pista sobre quién era realmente la triste figura del escenario.

-Necesitamos encontrar alguna información de quien era ella. Su nombre nos sería de gran ayuda. Los nombres tienen un poder muy grande en la magia. -¿me creería Constance? No tenía por qué hacerlo. A fin de cuentas, me había visto desgarrar la garganta de una joven inocente que resultó ser un burdo truco de titiritero. Pero eso no era lo importante, lo importante y aterrador era el hecho de mi bellaca acción.
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Mensaje por Constance A. Zaïre Miér Oct 19, 2016 7:16 pm

Sin duda alguna la castaña se metió de lleno a la búsqueda de lo que sea que fuese de ayuda para ambas a solucionar el dilema de aquella alma errante. Sus ojos iban por todo el camerino cuando ingresaron, incluso cuando su compañera revisaba las pertenencias; su cabeza se ladea de lado a lado caminando por aquella habitación que no era tan amplia, quizás por las cosas apiladas, aquellos ojos claros se posaron en una pequeña caja que estaba debajo de aquel tocador cuyos focos están todos destruidos y ahora solo quedaba el polvo.

Un ligero impulso la llevo a acercarse a ese lugar, tomando la caja entre sus manos más esta estaba cerrada con un candado en forma de corazón, muy comunes en algunos arreglos que ella mismo había realizado a petición de los jóvenes enamorados. Sus dedos pasaron por aquel objeto sonriendo con tristeza llevando esos ojos a su compañera –Creo que aquí está lo que buscamos, este candado siempre lo piden los enamorados para simbolizar su amor, los jóvenes los suelen pedir en secreto ocultos entre los arreglos de flores esperando a que su amada encuentre, generalmente la llave queda con la tarjeta, ya que es pequeña y siempre piensan que es un adorno más– en su mente pasaron varias imágenes de esos trabajos aceptados y rechazados, de los que han hecho felices y de los que ha tenido que disculparse.

El silencio se instauró nuevamente una ráfaga fría comenzó a correr por la habitación, cada vez más la temperatura bajaba haciendo que la castaña comience a castañear sus dientes y resople para tratar de mantenerse cálida –Creo que encontramos, si esto le ayuda será mejor encontrar la llave– murmura dándole la espalda a la mujer. Era cierto, la castaña comenzaba a sospechar con todo lo que ha visto que incluso aquella mujer no era como ella, que ella tenía algo diferente pero, no iba a preguntárselo al contrario le daría su espacio, y, finalmente, no confiaba en aquella noche en sus propios ojos. Buscaba la llave entre las cosas, alzando cajas y abriendo los cajones –Si algunas personas son obligadas a quedarse en este mundo a la fuerza, ¿no son más condenados? ¿Acaso sus almas no están solitarias y vacías? ¿Qué culpa tienen ellos? No podemos juzgarlos sin no han cometido el pecado de desear quedarse, si han sido forzados, solo nos queda ayudarlos a continuar con su nueva vida y encontrar aquello que ellos llamarían cielo, porque su infierno ya lo están viviendo, uno muy cruel– la mirada de la castaña se enternece al pronunciar aquellas palabras.

–Claro, ya sé. Son como el cuento de Hansel y gretel, que han perdido su camino en medio del bosque, o quizás no quisieron crecer más y por ello deciden tomar otro camino, uno que pronto terminará, porque a la muerte no se le puede engañar aunque se intenta al final ella vendrá por ti de formas inesperadas quedando en el olvido– aquellas palabras sonaron algo oscuras y siniestras pero rápidamente soltó una sonrisa regresando su mirada a otros estantes con cajas.

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Mensaje por Carolina Van de Valley Dom Oct 30, 2016 2:23 pm

Examiné la caja que la de cabellos castaños poseía entre sus manos. Era un fino y laborioso trabajo artesano, no supe identificar qué clase de madera sería, pero tenía un color oscuro. Un entramado de hojas grabadas y demás motivos naturales se impregnaban por toda ella. Mi atención se centró en el cerrojo de metal gastado en forma de corazón del que Constance hablaba. Quizá tuviera razón y la respuesta se encontrase ahí dentro, pero encontrar la llave que abriría el cofre del tesoro era más complicado. Igual hasta la pobre muerta se la habría llevado a la tumba.

-Algunos sí que desean descansar, pero el egoísmo de otros se lo impide. -ahogué un largo suspiro.

¿Cuántas veces había yo presenciado rituales para resucitar a los muertos? ¿Cuántas veces yo misma había deseado devolver a mi hermana Clotilde a la vida, a mi hermano Hans? ¿Cuántas? Pero, ¿quién era yo para obrar tal cosa? Desposeerles de su descanso eterno, únicamente para no sentirme tan sola.

Medité la ocurrencia de la joven. Como Hansel y Gretel... Dos almas perdidas en un vasto bosque onírico. ¿Y por qué no? A menudo los cuentos nos reservan las más crueles y duras verdades encubiertas en el manto de una fábula infantil. ¿Por qué Hansel y Gretel no podían ser dos fantasmas vagando por el mundo humano en busca de su salida hacia la eternidad?

-Eso es lo que haremos, Constance. Ayudaremos al alma de esta pobre chica. -"Si nos dejan", pensé. Aún podía oler el aroma a magia brujeril que despedía cada rincón del teatro encantado. Seguramente su dueño nos andaba buscando, y si nos encontraba...

Revisé los cajones del aparador vacío. En el fondo de uno de ellos había una pequeña caja de pendientes, pero al abrirla, encontré una diminuta y reluciente llave de plata.

-Ya la tengo. -exclamé, sin poder ocultar mi entusiasmo. La llave brillaba como el primer día, conservada quizá con mucho mimo por su propietaria. La sostuve delante de Constance.
-¿Quieres hacer tú los honores?
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Mensaje por Constance A. Zaïre Sáb Nov 19, 2016 11:38 pm

Ante los nuevos descubrimientos el corazón siente late con tanta fuerza que puede segar los propios oídos convirtiendo el cuerpo en un manojo de nervios ante la expectativa de lo que se podrá encontrar. Ojos desorbitantes que titilan ante ello con el deseo de aventurarse a ciegas pero aun así teme y los dedos son la muestra de ello, temblorosos y sudando al tomar la opción brindada. Sabe que debe hacerlo pero su corazón late tanto que no puede pensar con claridad congelándose por unos minutos.

Segundos que son cruciales…

La castaña niega tomando la llave entre sus dedos, pero le sudan demasiado como para poder incrustarlo en su lugar –Son los nerivos– sonríe cerrando los ojos tomando una enorme bocanada de aire para tranquilizarse dejando una plegaria para obtener algo llamado de fuerza de voluntad. Abre aquella caja y lo que salta a primera vista es una bailarina en el medio danzando a medida que abría más la tapa, hasta quedar completamente abierta mostrando así junto ella un para de anillos y pétalos marchitos de una rosa; la bailarina se sostenía en una madera al igual que las otras cosas, lo que servía como cubierta para el fondo, al moverla se deslizo mostrando cartas y una foto de un hombre cuyo rostro estaba borroso, tachado o para mejor apreciación rasgada, las cartas eran tantas que llenaban aquel espacio, una sobre otra, incluso algunas poco legibles por el tiempo.

La castaña tomo entre sus manos una de esas cartas sabiendo perfectamente lo que significaban –Amor, veo mucho de esto, en todos los aspectos desde el correspondido hasta el más doloroso y secreto y aun así me parece hermoso, pero ahora creo que tiene otro concepto– dejo la caja a un lado abriendo una de las cartas, la letra era apenas legible y solo tenía unas que otras oraciones entendibles –Al parecer era casado y jugó con ella hasta la muerte, por eso su foto está destruida. Trataba de odiarlo y no pudo porque tuvo un hijo ¿Dónde estará el niño?, quizás murió con ella o quizás él se lo quitó, que doloroso, tanto dolor que es inaceptable que la hayan encadenado para esto para repetir su dolor, inaceptable– giró la cabeza mirando a la mujer con unos ojos llorosos y esas lágrimas silenciosas que se desbordaban –¿Contigo es igual Carolina?– pregunto con una mirada de aceptación, de su realidad.

Miró la caja por unos segundos sonriendo –Es un castigo puesto por alguien y por ella mismo ¿Alguien puede autocastigarse de esa manera luego de muerto? ES INACEPTABLE– grito arrugando esa carta mirando a la mujer como si fuera también con ella –Yo no sé qué más se oculta en este mundo y nunca tuve la necesidad de saberlo, nunca creí que hubiera maldad aunque la veía a diario siempre pensé que no era tan devastadora como en los pasajes bíblicos pero ahora, ahora se que si existe ese tipo de mal y me parece absurdo que incluso nosotros nos entreguemos a eso solo por autocastigarnos ¿acaso no podemos ver que hay algo más hermoso? La vida, en cualquier aspecto– sus lágrimas se desbordan y sus manos tiemblan –Los siento, no sé qué me paso, creo que soy muy sensible a esto ¿y ahora que hacemos?– pregunta dando la espalda a la mujer limpiándose las lágrimas conteniendo ese dolor que sentía en su pecho como si clavaran una espada en el.


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Mensaje por Carolina Van de Valley Sáb Nov 26, 2016 4:55 am

Tan sensible a los demás era mi compañera que no pudo contenerse al leer y averiguar una de las verdades que escondían las cartas de la desgraciada y lánguida bailarina. A mi también me hubiese espantado tanto horror de no ser porque en mi casi un siglo de vida había visto -oh, y hecho. ¿Por qué ocultar lo que no nos gusta?- muchas atrocidades. Unas acometidas contra la propia raza humana; otras contra las demás razas ocultas en la noche serena.

En las cartas se podía percibir el odio y la rabia de aquella quien las escribía. Engañada y ultrajada, ¿se quitó la vida? ¿la mató él? Mis ojos se agrandaron en un gesto de sorpresa y reprobación al escuchar las palabras de Constance. ¿Un hijo? Como siempre, como suele ocurrir, los más inocentes son los que se hallan en medio de las más cruentas infamias. Alcé la vista de nuevo hacia la castaña. La pregunta me había descolocado un poco. ¿Era igual? ¿Una vida eterna únicamente para revivir una y otra vez los errores del pasado? También tenía la oportunidad de enmendarlos, pensaréis. Oh, pero hay algunos que son imposibles. Demasiado tarde. Cuánto habría querido yo vivir tres vidas con tal de poder explicarle todo a mi hermano Hans de otra manera.

-No se necesita estar aprisionada más allá de la muerte para revivir las cosas que no nos gustan. -fue mi respuesta. Bajé la mirada hacia la caja de música, las cartas, la pequeña bailarina ya rota que apenas si podía girar sobre sí misma.

-Tal vez ese mismo hombre que la engañó es el que tiene encerrado el espíritu aquí. Yo no soy hechicera, ni entiendo demasiado de las fuerzas ocultas en la naturaleza. Pero un viejo conocido una vez me dijo que los nombres tienen mucho poder en el campo de la magia. Si conseguimos los dos nombres, el de la bailarina y su aciago amante, quizá...

Dejé morir mis últimas palabras. Aquel "viejo conocido" había sido amigo de Friedrich Dvorak. Habíamos cenado con él y nos había ofrecido unas espesas copas de sangre virgen. Lo recordaba con total claridad. Era un hombre anciano con aspecto de joven. Su barba de chivo y su cabello oscuro moteado de gris le hacía parecer un diablo. "Nigromante", me había aclarado Friedrich. Tenía una presencia inquietante aunque mi por entonces amado maestro parecía placerse con ella. Algo en sus rostros, en sus gestos, me condujeron a pensar que una vez fueron amantes. Recuerdo cómo ese pensamiento me azoró, presa de los celos.

Con un gesto, pedí permiso a Constance para prender el cofre y buscar entre las borrosas letras de las cartas. Un nombre. Sólo necesitaba un nombre. Releí con rapidez cada una de ellas, hasta que mis ojos captaron la atención de una pista.

-"A mi bienamada Paulina Bogdanóva..." -murmuré, de mis labios dejé escapar una exclamación triunfo. A continuación, dirigí una significativa mirada a mi compañera castaña.
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