AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Las bestias en las sombras — Libre
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Las bestias en las sombras — Libre
Recuerdo del primer mensaje :
Durante toda la mañana había estado trabajando en la florería, arreglos por aquí y por allá, varios pedidos de arreglos para un banquete, fiestas, compromisos incluso la iglesia había pedido toda la mañana unos arreglos para la santa virgen del inmaculado corazón de nuestro señor, eso fue más un donativo que un pago para la florista que con mucha devoción y cánticos preparaba a puertas cerradas en aquella pequeña florería; cuando hubo terminado todo su trabajo en arreglos salió para la iglesia, la castaña dejó sus arreglos sobre el altar para luego confesarse con el sacerdote ¿pecados una joven como ella? Tan serios no los tenía, sus únicos pecados eran haber dado alimento de otro a un pequeño animalito herido que encontró y que se llevó a su hogar adoptándolo sin reportarlo perdido, un pecado así el sacerdote lo tomo con una sonrisa, ya la conocía así que solo le indicó que cuide al pequeña gatito.
Durante la tarde la joven humana pasaba los minutos caminando por las calles hasta llegar al orfanato pero no llegó con las manos vacías al contrario llevaba bolsas y una castañilla con pétalos de flores de varios colores, en las fundas llevaba pan, queso y varias golosinas, la dueña del orfanato habla con la castaña sobre los dulces tratándolos como contrabando pero los ruegos de la jovencita le admiten, aunque la monja que cuida a los niños no le convence mucho aun así le permite estar con ellos.
Durante toda la tarde pasa con los pequeños querubines ayudándoles en sus labores, llevándoles fuera de aquella edificación para conocer la ciudad, haciendo labores de manualidades, jugando con ellos hasta ya entrada la tarde hora en que la castaña se encuentra en el jardín de la propiedad rodeada de pequeñines a los que comienza a narrar cuentos que sus padres le contaban de niña –Y entonces el pirata tomó la espada en un posición, ¿Qué posición niños?- los pequeños angelitos se levantaron colocándose en posición de ataque como espadas de madera en sus manos –An guard- cantaron todos juntos golpeando las espadas contra las enemigas, la risa de su cuentista es evidente al ver como luchan los pequeños, la monja sale con una campa para llamarles –HORA DEL BAÑO –grita a todo pulmón –Cony te quedarás esta noche con nosotros por favor- el lamento de los pequeños hace que la joven acepte.
Las horas de la noche se acerca asustada como un pequeño ratón despierta la castaña de largos cabellos, sus ojos desorbitantes van a todos lados como si no comprendiera en el lugar que se encuentra, al cabo de unos minutos sus ojos se habitual al claro de las velas consumidas mirando pequeñas camas a su alrededor y ventanales cubiertas por cortinas blancas, los cabellos rizados de uno de sus ángeles le hace comprender que se ha quedado dormida en el orfanato al salir se percata que es muy tarde las campanas de la iglesia tocan nueve veces anunciando que es demasiado tarde para que una jovencilla como ella ande a esas horas por aquellas solitarias callejas, caminando a pasos rápidos sin ver a nadie llega cerca del teatro con las luces apagadas y en una rápida vista llega a ver a un pequeño corriendo en los pasillos, la primera impresión de la joven es “está perdido” su innata bondad la lleva a meterse al teatro aun cuando su cabeza en la nuca le pica que no lo haga que camine directo a su casa pero su corazón de bondad le exige ayudar al pequeño que creyó ver.
Entre susurros para que la no cachen y la boten de ahí va buscando al niño hasta que unos susurros entre lamentos en la parte de las butacas le llama la atención, se queda escondida tras una de los pilares, su respiración agitada y su corazón latiendo al máximo pues siente que está haciendo algo malo ahí, pero antes de dar el paso hacia atrás y salir de ahí observa una pintura, un momento de horror, la muerte de una joven, un suspiro de terror deja escapar de sus jóvenes labios pero inmediatamente los calla con sus manos sobre su boca, las lágrimas corren sin cesar en sus mejillas por aquel acto, cree que está ante una asesina en serie y corre para ocultarse pero en aquel momento justo en el instante en el que sus pies dan marcha a una carrera tropieza con una de las sillas golpeando el pie –maldición- susurra bien bajo pero el dolor es tan grande y su corazón se agita tanto que prefiere ocultarse entre los asientos del teatro cubriendo su cabeza con sus manos mirando bien asustadiza por los espacios entre los asientes, rezando en su mente para que no la encuentre
Sus sollozos no paran al contrario aquellas lágrimas nublan su visión pero aun en su mente está lo que vio de aquella mujer cubierta y sin vida y su asesina limpiándose de aquel horror. Temía por su vida pero más que por ella temía por el pequeño que no existía pero que aseguraba haber visto dentro de aquel lugar –Señor cuida a aquella alma inocente, si tengo que morir en manos de aquel asesino que así sea pero no dejes que el pequeño caiga en sus manos y termine como aquella joven, ten en la gloria su alma pura, redime sus pecados con esta muerte temprana- rezaba bien bajito, oraba por la salvación del alma del inocente, la suya y de la que ahora yace fría.
Durante toda la mañana había estado trabajando en la florería, arreglos por aquí y por allá, varios pedidos de arreglos para un banquete, fiestas, compromisos incluso la iglesia había pedido toda la mañana unos arreglos para la santa virgen del inmaculado corazón de nuestro señor, eso fue más un donativo que un pago para la florista que con mucha devoción y cánticos preparaba a puertas cerradas en aquella pequeña florería; cuando hubo terminado todo su trabajo en arreglos salió para la iglesia, la castaña dejó sus arreglos sobre el altar para luego confesarse con el sacerdote ¿pecados una joven como ella? Tan serios no los tenía, sus únicos pecados eran haber dado alimento de otro a un pequeño animalito herido que encontró y que se llevó a su hogar adoptándolo sin reportarlo perdido, un pecado así el sacerdote lo tomo con una sonrisa, ya la conocía así que solo le indicó que cuide al pequeña gatito.
Durante la tarde la joven humana pasaba los minutos caminando por las calles hasta llegar al orfanato pero no llegó con las manos vacías al contrario llevaba bolsas y una castañilla con pétalos de flores de varios colores, en las fundas llevaba pan, queso y varias golosinas, la dueña del orfanato habla con la castaña sobre los dulces tratándolos como contrabando pero los ruegos de la jovencita le admiten, aunque la monja que cuida a los niños no le convence mucho aun así le permite estar con ellos.
Durante toda la tarde pasa con los pequeños querubines ayudándoles en sus labores, llevándoles fuera de aquella edificación para conocer la ciudad, haciendo labores de manualidades, jugando con ellos hasta ya entrada la tarde hora en que la castaña se encuentra en el jardín de la propiedad rodeada de pequeñines a los que comienza a narrar cuentos que sus padres le contaban de niña –Y entonces el pirata tomó la espada en un posición, ¿Qué posición niños?- los pequeños angelitos se levantaron colocándose en posición de ataque como espadas de madera en sus manos –An guard- cantaron todos juntos golpeando las espadas contra las enemigas, la risa de su cuentista es evidente al ver como luchan los pequeños, la monja sale con una campa para llamarles –HORA DEL BAÑO –grita a todo pulmón –Cony te quedarás esta noche con nosotros por favor- el lamento de los pequeños hace que la joven acepte.
Las horas de la noche se acerca asustada como un pequeño ratón despierta la castaña de largos cabellos, sus ojos desorbitantes van a todos lados como si no comprendiera en el lugar que se encuentra, al cabo de unos minutos sus ojos se habitual al claro de las velas consumidas mirando pequeñas camas a su alrededor y ventanales cubiertas por cortinas blancas, los cabellos rizados de uno de sus ángeles le hace comprender que se ha quedado dormida en el orfanato al salir se percata que es muy tarde las campanas de la iglesia tocan nueve veces anunciando que es demasiado tarde para que una jovencilla como ella ande a esas horas por aquellas solitarias callejas, caminando a pasos rápidos sin ver a nadie llega cerca del teatro con las luces apagadas y en una rápida vista llega a ver a un pequeño corriendo en los pasillos, la primera impresión de la joven es “está perdido” su innata bondad la lleva a meterse al teatro aun cuando su cabeza en la nuca le pica que no lo haga que camine directo a su casa pero su corazón de bondad le exige ayudar al pequeño que creyó ver.
Entre susurros para que la no cachen y la boten de ahí va buscando al niño hasta que unos susurros entre lamentos en la parte de las butacas le llama la atención, se queda escondida tras una de los pilares, su respiración agitada y su corazón latiendo al máximo pues siente que está haciendo algo malo ahí, pero antes de dar el paso hacia atrás y salir de ahí observa una pintura, un momento de horror, la muerte de una joven, un suspiro de terror deja escapar de sus jóvenes labios pero inmediatamente los calla con sus manos sobre su boca, las lágrimas corren sin cesar en sus mejillas por aquel acto, cree que está ante una asesina en serie y corre para ocultarse pero en aquel momento justo en el instante en el que sus pies dan marcha a una carrera tropieza con una de las sillas golpeando el pie –maldición- susurra bien bajo pero el dolor es tan grande y su corazón se agita tanto que prefiere ocultarse entre los asientos del teatro cubriendo su cabeza con sus manos mirando bien asustadiza por los espacios entre los asientes, rezando en su mente para que no la encuentre
“Oh padre santo, líbrame de este mal, líbrame de las llamas del infierno y del pecado
No dejes que mi alma se condene en este momento, en este lugar, de esta manera”
No dejes que mi alma se condene en este momento, en este lugar, de esta manera”
Sus sollozos no paran al contrario aquellas lágrimas nublan su visión pero aun en su mente está lo que vio de aquella mujer cubierta y sin vida y su asesina limpiándose de aquel horror. Temía por su vida pero más que por ella temía por el pequeño que no existía pero que aseguraba haber visto dentro de aquel lugar –Señor cuida a aquella alma inocente, si tengo que morir en manos de aquel asesino que así sea pero no dejes que el pequeño caiga en sus manos y termine como aquella joven, ten en la gloria su alma pura, redime sus pecados con esta muerte temprana- rezaba bien bajito, oraba por la salvación del alma del inocente, la suya y de la que ahora yace fría.
Constance A. Zaïre- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 04/04/2014
Re: Las bestias en las sombras — Libre
El nombre que habían encontrado, la castaña sonrió con felicidad pues en ella comenzaba albergarse sensaciones nuevas y diferentes que en el fondo la alteraban pero no para un mal si no para un bien como el desear conocer aquello que hasta la fecha desconocía. Miró a la joven con aquella sonrisa y sus lágrimas a punto de volver a hacerse presentes, unas lágrimas de felicidad.
La castaña tomó otras cartas buscando entre sus ojos el nombre de quien tenía que haber sido su gran amor pero siempre estaba “él”, con una mueca tomó otro de los papeles y ahí, permanecía un relato confuso en letras que no comprendía; ahí medito lo que había dicho su colega minutos atrás, la asistencia de un hechicero –Si es verdad y si los relatos son como los pinta a los hechiceros entonces uno debería conocer un hechizo o ritual para ayudar a esas almas, pero ¿no será peligroso para todos?– ladea la cabeza confusa entreverando las cartas hasta que entre todas ella una en tono verde menciona el nombre del la susodicha criatura.
Con extrema felicidad tomó el nombre con sus ojos al principio –Alastor Taggart, Noble conde de Normandía, con razón no pudo seguir su amor– soltó un suspiro pesando por minutos en aquello que expresó de acuerdo a ese sentimiento ¿acaso ella lo conocía? No y aun así podía hablar de aquella manera arrogante, se regañó en silencio unos minutos para volver a pensar en una solución. Caminaba de lado a lado chasqueando la lengua recordando aquellos relatos de sus cuentos que contenían algún brujo fantasioso –Si es verdad, siempre usan algo de las personas y recitan algo en verso para que tenga poder ¿Qué nos podría ser útil entre todo lo que tenemos?– mira pro todos lados la castaña pero niega nuevamente –No hay mucho que se pueda hacer, a menos que ¿y si va por su amigo y regresa con él? Quizás quiera ayudarnos si ve que es una emergencia– muerde su labio inferior mirando de lado a lado –Yo esperaré aquí así quien está detrás de esto tendrá una distracción, no se preocupe soportarte lo que sea que haga o cree aquella persona, de las lágrimas y el dolor en mis emociones no creo que pase aquel pobre hombre– una sonrisa más que amable y tranquila pero que encierra un nerviosismo nunca antes visto por la castaña.
La castaña tomó otras cartas buscando entre sus ojos el nombre de quien tenía que haber sido su gran amor pero siempre estaba “él”, con una mueca tomó otro de los papeles y ahí, permanecía un relato confuso en letras que no comprendía; ahí medito lo que había dicho su colega minutos atrás, la asistencia de un hechicero –Si es verdad y si los relatos son como los pinta a los hechiceros entonces uno debería conocer un hechizo o ritual para ayudar a esas almas, pero ¿no será peligroso para todos?– ladea la cabeza confusa entreverando las cartas hasta que entre todas ella una en tono verde menciona el nombre del la susodicha criatura.
Con extrema felicidad tomó el nombre con sus ojos al principio –Alastor Taggart, Noble conde de Normandía, con razón no pudo seguir su amor– soltó un suspiro pesando por minutos en aquello que expresó de acuerdo a ese sentimiento ¿acaso ella lo conocía? No y aun así podía hablar de aquella manera arrogante, se regañó en silencio unos minutos para volver a pensar en una solución. Caminaba de lado a lado chasqueando la lengua recordando aquellos relatos de sus cuentos que contenían algún brujo fantasioso –Si es verdad, siempre usan algo de las personas y recitan algo en verso para que tenga poder ¿Qué nos podría ser útil entre todo lo que tenemos?– mira pro todos lados la castaña pero niega nuevamente –No hay mucho que se pueda hacer, a menos que ¿y si va por su amigo y regresa con él? Quizás quiera ayudarnos si ve que es una emergencia– muerde su labio inferior mirando de lado a lado –Yo esperaré aquí así quien está detrás de esto tendrá una distracción, no se preocupe soportarte lo que sea que haga o cree aquella persona, de las lágrimas y el dolor en mis emociones no creo que pase aquel pobre hombre– una sonrisa más que amable y tranquila pero que encierra un nerviosismo nunca antes visto por la castaña.
Constance A. Zaïre- Humano Clase Media
- Mensajes : 88
Fecha de inscripción : 04/04/2014
Re: Las bestias en las sombras — Libre
]-Me temo... -comencé a decir, dejando escapar un suspiro del cual no salió aire-... Que el hechicero del que te he hablado no vive en París. Además, la magia que envuelve al teatro no me dejaría marchar.
Ni tan siquiera sabía si aún vivía, aunque era lógico pensar que así era. Los nigromantes son los que más temen a la muerte, por ello se inventan juegos para burlarla. No en vano, los comprendía. Los comprendía tan bien... De no ser así, ¿cómo me habría convertido yo en lo que soy ahora?
-¿Taggart? ¿Alastor Taggart es el nombre que buscamos? -interrogué a la castaña con la mirada. Ninguna de las dos éramos hechiceras, pero una información así nos sería de gran ayuda para liberar a la pobre alma enjaulada y librarnos asimismo de las trampas mentales del presunto conde de Normandía.
-Si es así, con esto podríamos invocar su presencia. -el brillo de los candelabros, aquellos que habíamos encendido al entrar en el camerino de la bailarina para darnos mayor claridad en nuestra búsqueda, se reflejó en mis iris azules. Me extrañaba la suerte que habíamos tenido y lo relativamente fácil que había sido. ¿Acaso un hechicero poderoso, con muchos siglos de vida a la espalda, sería tan necio como para dejar su nombre verdadero escrito en las cartas perdidas de un amor enfermizo?
-Sin embargo... -apunto estuve de clamar en voz alta la duda que florecía en mi, mas negué con la cabeza y callé- Está bien, podemos intentarlo con esto. ¿Qué piensas?
De todas formas, no había mucho que perder si el nombre no resultaba valedero. Únicamente seguiríamos atrapadas en aquel teatro abandonado y encantado. Con un gesto de mi mano enguantada, pedí a Constance que me tendiera la carta. Leí el nombre en voz alta.
-Alastor Taggart. -pronuncié alto y claro. Nada ocurrió. Fruncí mis finas cejas rubias y volví a articular:-Alastor Taggart. -esta vez más fuerte. Todo en la habitación permaneció igual de impasible. Le dirigí una mirada inquieta a la castaña. Aclaré la voz y otra vez: -Alastor Taggart.
Una fría brisa sobrenatural removió las viejas telas ajadas que colgaban de las paredes. La llama brillante de la vela tintineó un par de veces. Un chasquido rompió el silencio sepulcral. Volví a mirar a Constance y tragué saliva.
Ni tan siquiera sabía si aún vivía, aunque era lógico pensar que así era. Los nigromantes son los que más temen a la muerte, por ello se inventan juegos para burlarla. No en vano, los comprendía. Los comprendía tan bien... De no ser así, ¿cómo me habría convertido yo en lo que soy ahora?
-¿Taggart? ¿Alastor Taggart es el nombre que buscamos? -interrogué a la castaña con la mirada. Ninguna de las dos éramos hechiceras, pero una información así nos sería de gran ayuda para liberar a la pobre alma enjaulada y librarnos asimismo de las trampas mentales del presunto conde de Normandía.
-Si es así, con esto podríamos invocar su presencia. -el brillo de los candelabros, aquellos que habíamos encendido al entrar en el camerino de la bailarina para darnos mayor claridad en nuestra búsqueda, se reflejó en mis iris azules. Me extrañaba la suerte que habíamos tenido y lo relativamente fácil que había sido. ¿Acaso un hechicero poderoso, con muchos siglos de vida a la espalda, sería tan necio como para dejar su nombre verdadero escrito en las cartas perdidas de un amor enfermizo?
-Sin embargo... -apunto estuve de clamar en voz alta la duda que florecía en mi, mas negué con la cabeza y callé- Está bien, podemos intentarlo con esto. ¿Qué piensas?
De todas formas, no había mucho que perder si el nombre no resultaba valedero. Únicamente seguiríamos atrapadas en aquel teatro abandonado y encantado. Con un gesto de mi mano enguantada, pedí a Constance que me tendiera la carta. Leí el nombre en voz alta.
-Alastor Taggart. -pronuncié alto y claro. Nada ocurrió. Fruncí mis finas cejas rubias y volví a articular:-Alastor Taggart. -esta vez más fuerte. Todo en la habitación permaneció igual de impasible. Le dirigí una mirada inquieta a la castaña. Aclaré la voz y otra vez: -Alastor Taggart.
Una fría brisa sobrenatural removió las viejas telas ajadas que colgaban de las paredes. La llama brillante de la vela tintineó un par de veces. Un chasquido rompió el silencio sepulcral. Volví a mirar a Constance y tragué saliva.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: Las bestias en las sombras — Libre
–Hay que hacerlo, no importa cómo o qué, debemos hacerlo para ayudar a aquella pobre alma–
Sus palabras pronto se volverían contra ambas mujeres, porque cuando no se conoce de algo y no se toma las debidas precauciones puede resultar peor, mucho peor.
El silencio volvió a cubrir todo el lugar seguida de una fría brisa que caló por los huesos haciendo que el cuerpo de la castaña tirite fuertemente obligándola a abrazarse y restregar las manos contra su cuerpo para buscar algo de calor, más los nervios del momentos no logran que se controle y sus dientes castañeen ligeramente, un humo blanco traslucido se deja ver en el aliento que exhala Constance en el momento que se acerca, puede sentir como la temperatura sigue bajando drásticamente hasta dejarlas heladas, al menos a la humana.
La castaña cierra los ojos concentrándose en el nombre de la persona, en silencio lo repite en su mente, su voz es casi un hilo pero se deja oír levemente siguiendo a su compañera, versando tres veces el nombre del susodicho. De la nada un golpe fuerte se escuchad en medio del silencio, la oscuridad comienza a cubrir todo el lugar apagando toda señal de iluminocencia, de un brinco se mantiene detrás del cuerpo de la mujer mirando por todo lugar con nerviosismo y aunque su mente reza que no hay nada que temer, en el fondo sabe que no es cierto. Sus dedos tiemblan, sus piernas igual más cuando solo quedan ellas apenas iluminadas con la oscuridad rodeándolas y una voz sepulcral que anuncia su llegada.
No menciona nada pero pronto se escuchan pasos pesados junto a una risa gutural cual amenaza. Se pegó lo más que pudo a la mujer tomando la mano de ella para sentirse segura –Creo que esto no está bien, Señorita– susurra y su aliento se refleja más en aquel halo que desprende –¿Qué hacemos si es peligroso? ¿o si nos quiere atacar?– sus ojos presentaban el deseo de romper en llanto por el miedo, y es que para los humanos es tan normal cuando se enfrentan a ello –No sé si rezando nos salve, no quiero que le pase nada a usted, ni tampoco a mi…– cerró los ojos buscando tranquilizarse, aunque sea solo un poco, arrepintiéndose de su abrupta decisión de querer ayudar a alguien exponiendo la vida de otra persona y la suya.
La oscuridad cedió y la risa se apagó, de la nada un cuerpo traslucido se mostró frente a las mujeres, serio prácticamente enojado, manteniéndose en silencio y caminando alrededor de ellas como observándolas para valorarlas –¿Es esto normal?– miró a la mujer con un rostro muy preocupado en el semblante de la castaña; el frío se fue, pero aun quedaba algo de esa sensación sin dejar de estar junto a la mujer, tratando de ser algo de ayuda, aunque con su ignorancia sabía ella que era de poco hacer y ya se estaba recriminando por ello.
Sus palabras pronto se volverían contra ambas mujeres, porque cuando no se conoce de algo y no se toma las debidas precauciones puede resultar peor, mucho peor.
El silencio volvió a cubrir todo el lugar seguida de una fría brisa que caló por los huesos haciendo que el cuerpo de la castaña tirite fuertemente obligándola a abrazarse y restregar las manos contra su cuerpo para buscar algo de calor, más los nervios del momentos no logran que se controle y sus dientes castañeen ligeramente, un humo blanco traslucido se deja ver en el aliento que exhala Constance en el momento que se acerca, puede sentir como la temperatura sigue bajando drásticamente hasta dejarlas heladas, al menos a la humana.
La castaña cierra los ojos concentrándose en el nombre de la persona, en silencio lo repite en su mente, su voz es casi un hilo pero se deja oír levemente siguiendo a su compañera, versando tres veces el nombre del susodicho. De la nada un golpe fuerte se escuchad en medio del silencio, la oscuridad comienza a cubrir todo el lugar apagando toda señal de iluminocencia, de un brinco se mantiene detrás del cuerpo de la mujer mirando por todo lugar con nerviosismo y aunque su mente reza que no hay nada que temer, en el fondo sabe que no es cierto. Sus dedos tiemblan, sus piernas igual más cuando solo quedan ellas apenas iluminadas con la oscuridad rodeándolas y una voz sepulcral que anuncia su llegada.
No menciona nada pero pronto se escuchan pasos pesados junto a una risa gutural cual amenaza. Se pegó lo más que pudo a la mujer tomando la mano de ella para sentirse segura –Creo que esto no está bien, Señorita– susurra y su aliento se refleja más en aquel halo que desprende –¿Qué hacemos si es peligroso? ¿o si nos quiere atacar?– sus ojos presentaban el deseo de romper en llanto por el miedo, y es que para los humanos es tan normal cuando se enfrentan a ello –No sé si rezando nos salve, no quiero que le pase nada a usted, ni tampoco a mi…– cerró los ojos buscando tranquilizarse, aunque sea solo un poco, arrepintiéndose de su abrupta decisión de querer ayudar a alguien exponiendo la vida de otra persona y la suya.
La oscuridad cedió y la risa se apagó, de la nada un cuerpo traslucido se mostró frente a las mujeres, serio prácticamente enojado, manteniéndose en silencio y caminando alrededor de ellas como observándolas para valorarlas –¿Es esto normal?– miró a la mujer con un rostro muy preocupado en el semblante de la castaña; el frío se fue, pero aun quedaba algo de esa sensación sin dejar de estar junto a la mujer, tratando de ser algo de ayuda, aunque con su ignorancia sabía ella que era de poco hacer y ya se estaba recriminando por ello.
Constance A. Zaïre- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 04/04/2014
Re: Las bestias en las sombras — Libre
El anima en las sombras se recompuso a través de una forma contorneada en un millar de motas de polvo brillante uniéndose entre sí. Una vorágine de escrupuloso y bello temor que tenía a la humana bombeando su corazón al límite, un corazón que yo misma podía escuchar. Era la primera vez que yo presenciaba una magia de ese tipo; luminosa pero desconfiada todavía. El único hechizo que me había hipnotizado -¡bajo mi propia voluntad!- era aquél que había mutilado mi cuerpo hasta matarlo con el morboso y sensual encantamiento de la sangre.
Si todavía mis pulmones podridos contuviesen aire, hubiese guardado el aliento. Por instinto, me coloqué un paso por delante de la humana, tan frágil de cuerpo como yo lo era de alma (¿alma? ¡Y acaso era tan arrogante para creer que yo, una hija del Portador de Luz, podía tener de eso!). Alcé la barbilla en un gesto orgulloso y desafiante que no había empleado desde mi tierna juventud, cuando me enfrentaba a mi señor padre.
Aquella criatura era un ser sobrenatural, pero yo también. Tenía la oscuridad del Caído de mi parte y, por una vez desde la pérdida de Friedrich, me sentía poderosa, y terrible, y tal vez hasta hermosa.
-Hazte ver con claridad, bestia en la sombra. -pronuncié, con un repentino acento germano que era suave en mi al hablar la lengua de los galos. No respondí a la pregunta temerosa de Constance. No me atreví. ¿Era eso normal? Ni yo misma lo sabía.
El espectro terminó de formarse. Un hombre esbelto, maduro, de cabello negro y dos estelas plateadas en las sienes. La barba de chivo le otorgaba el aspecto de un erudito excéntrico conocedor de peligrosos secretos.
-¿Quién me reclama? -su voz cavernosa inundó el abandonado camerino, y el opaco cristal del espejo de pie tembló.
-Yo os reclamo.
Di otro paso más al frente. El hechicero se quedó observándonos a ambas como si estuviera escudriñando en nuestras vísceras, leyendo cada pecado que habíamos cometido desde el instante de nacer.
-Una princesa de las tinieblas y un cisne blanco. Qué curiosa combinación.
Su voz seguía siendo imperiosa, pero con una chispa de locura.
-Tenemos vuestro nombre. Os hemos invocado y sabemos que tenéis este teatro abandonado sumido en vuestro embrujo, con un alma atrapada aquí dentro.
Era extraño el poder de un nombre, y cómo de protegida me sentía con solo eso. Si bien yo no era experta en magia y cualquier duda podría conducir a un desenlace fatal. Me preocupaba mi compañera Constance, ya que ella no poseía la misma resistencia que un ser del otro lado. La miré de reojo e intenté transmitirle confianza.
Si todavía mis pulmones podridos contuviesen aire, hubiese guardado el aliento. Por instinto, me coloqué un paso por delante de la humana, tan frágil de cuerpo como yo lo era de alma (¿alma? ¡Y acaso era tan arrogante para creer que yo, una hija del Portador de Luz, podía tener de eso!). Alcé la barbilla en un gesto orgulloso y desafiante que no había empleado desde mi tierna juventud, cuando me enfrentaba a mi señor padre.
Aquella criatura era un ser sobrenatural, pero yo también. Tenía la oscuridad del Caído de mi parte y, por una vez desde la pérdida de Friedrich, me sentía poderosa, y terrible, y tal vez hasta hermosa.
-Hazte ver con claridad, bestia en la sombra. -pronuncié, con un repentino acento germano que era suave en mi al hablar la lengua de los galos. No respondí a la pregunta temerosa de Constance. No me atreví. ¿Era eso normal? Ni yo misma lo sabía.
El espectro terminó de formarse. Un hombre esbelto, maduro, de cabello negro y dos estelas plateadas en las sienes. La barba de chivo le otorgaba el aspecto de un erudito excéntrico conocedor de peligrosos secretos.
-¿Quién me reclama? -su voz cavernosa inundó el abandonado camerino, y el opaco cristal del espejo de pie tembló.
-Yo os reclamo.
Di otro paso más al frente. El hechicero se quedó observándonos a ambas como si estuviera escudriñando en nuestras vísceras, leyendo cada pecado que habíamos cometido desde el instante de nacer.
-Una princesa de las tinieblas y un cisne blanco. Qué curiosa combinación.
Su voz seguía siendo imperiosa, pero con una chispa de locura.
-Tenemos vuestro nombre. Os hemos invocado y sabemos que tenéis este teatro abandonado sumido en vuestro embrujo, con un alma atrapada aquí dentro.
Era extraño el poder de un nombre, y cómo de protegida me sentía con solo eso. Si bien yo no era experta en magia y cualquier duda podría conducir a un desenlace fatal. Me preocupaba mi compañera Constance, ya que ella no poseía la misma resistencia que un ser del otro lado. La miré de reojo e intenté transmitirle confianza.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 19/01/2010
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Re: Las bestias en las sombras — Libre
La voz que resonó en aquel instante se sintió como un fuerte eco por todo el lugar, así como las gélidas brisas que comenzaban a agitar cada uno de los objetos de aquel teatro sonando con fuerza y estruendo, mientras que en la habitación algunos se agitaban en las sombras moviéndose de lugar en lugar con los pasos de aquel ser que sonríe ambas a mujer a las que llamaba de maneras burlonas. Todo un escalofríos corrió por su cuerpo haciéndola temblar, la castaña sentía un terror que antes no había podido sentir y menos explicar.
Trató de mantener la calma pero se le estaba haciendo imposible el miedo la estaba alcanzando a niveles superiores, su mente comenzó a llenarse de ideas negativas y poco aceptadas para cristianos, la castaña estaba perdiendo su fe y la poca confianza que tenía incluso olvidándose de la razón por la que estaba ahí, se sentía débil, confundida y con ligeros mareos que comenzó a sentirse divida por las circunstancias. Su corazón latía rápido y de sus ojos brotaban lágrimas abundantes y sin razón previas. Observó al hombre que le sonreía como si con ello juraría acabar con su vida por entrometerse en sus dominios, miró a su compañera con ese rostro clavado del pánico que sentía.
Las castaña trató de incorporarse nuevamente pero las manos le temblaban, las piernas no le respondía a dar un paso ni adelante ni atrás; inmóvil se quedó unos momentos hasta sentir algo de confianza, aunque sea de manera efímera. Sus nudillos se tornaron blancos al tomarse con fuerza de las faldas de su vestido, su cabeza comenzaba a crear un dolor leve y agudo ante todo lo que ocurría frente a ella; en silencio se quedaron los tres hasta que tomó fuerza desde lo más profundo de sus entrañas, aun con la voz algo temblorosa –¿Por qué mantiene a esa alma aquí encerrada? ¿Qué castigo o sufrimiento está pagando como condena al infierno?– su voz temblaba fuertemente y se le oía entrecortado.
El hombre molesto por las preguntas ensanchó los ojos agitando más el frío viento desordenando el lugar –¿Cómo te atreves a preguntarme eso? No es de su incumbencia, acaso me han llamado para hacer estas estúpidas preguntas JA ilusos cisne blanco, ilusa princesa de las tinieblas ¿Qué esperaban conseguir con mi nombre? Acaso creen que la liberaran de bailar en la eternidad del olvido– acarició su mentón con su barba incipiente de aquella forma mirando a las mujeres con algo de maldad en esa mirada fantasmal.
La castaña miró a su compañera curiosa y asustada, volviendo la mirada al hombre –Tanto la odia, tanto odia a esa persona que la ha encerrado señor. Además mi compañera no es una persona de las tinieblas y yo no soy un cisne, tenemos nuestros nombres como usted y la verdad me disculpo por la pregunta– su labio inferior temblaba por el frio así como su cuerpo por el frío y la molestia por la forma en que llamaba a la mujer. Tomó algo de aire –Me disculpo por ello, pero quiero saber la razón de que…– no termino la frase cuando un golpe sacudió a ambas mujeres, obligando a la castaña a guardar silencio, su voz había desaparecido justo cuando soltó aquel hombre una gran risotada y se burlaba de las convicciones de la castaña que agitada indicaba a su compañera la pérdida de su voz entrando en una desesperación y una mirada de molesta que jamás antes había tenido. Se cruzó de brazos quedándose detrás de la mujer.
Trató de mantener la calma pero se le estaba haciendo imposible el miedo la estaba alcanzando a niveles superiores, su mente comenzó a llenarse de ideas negativas y poco aceptadas para cristianos, la castaña estaba perdiendo su fe y la poca confianza que tenía incluso olvidándose de la razón por la que estaba ahí, se sentía débil, confundida y con ligeros mareos que comenzó a sentirse divida por las circunstancias. Su corazón latía rápido y de sus ojos brotaban lágrimas abundantes y sin razón previas. Observó al hombre que le sonreía como si con ello juraría acabar con su vida por entrometerse en sus dominios, miró a su compañera con ese rostro clavado del pánico que sentía.
Las castaña trató de incorporarse nuevamente pero las manos le temblaban, las piernas no le respondía a dar un paso ni adelante ni atrás; inmóvil se quedó unos momentos hasta sentir algo de confianza, aunque sea de manera efímera. Sus nudillos se tornaron blancos al tomarse con fuerza de las faldas de su vestido, su cabeza comenzaba a crear un dolor leve y agudo ante todo lo que ocurría frente a ella; en silencio se quedaron los tres hasta que tomó fuerza desde lo más profundo de sus entrañas, aun con la voz algo temblorosa –¿Por qué mantiene a esa alma aquí encerrada? ¿Qué castigo o sufrimiento está pagando como condena al infierno?– su voz temblaba fuertemente y se le oía entrecortado.
El hombre molesto por las preguntas ensanchó los ojos agitando más el frío viento desordenando el lugar –¿Cómo te atreves a preguntarme eso? No es de su incumbencia, acaso me han llamado para hacer estas estúpidas preguntas JA ilusos cisne blanco, ilusa princesa de las tinieblas ¿Qué esperaban conseguir con mi nombre? Acaso creen que la liberaran de bailar en la eternidad del olvido– acarició su mentón con su barba incipiente de aquella forma mirando a las mujeres con algo de maldad en esa mirada fantasmal.
La castaña miró a su compañera curiosa y asustada, volviendo la mirada al hombre –Tanto la odia, tanto odia a esa persona que la ha encerrado señor. Además mi compañera no es una persona de las tinieblas y yo no soy un cisne, tenemos nuestros nombres como usted y la verdad me disculpo por la pregunta– su labio inferior temblaba por el frio así como su cuerpo por el frío y la molestia por la forma en que llamaba a la mujer. Tomó algo de aire –Me disculpo por ello, pero quiero saber la razón de que…– no termino la frase cuando un golpe sacudió a ambas mujeres, obligando a la castaña a guardar silencio, su voz había desaparecido justo cuando soltó aquel hombre una gran risotada y se burlaba de las convicciones de la castaña que agitada indicaba a su compañera la pérdida de su voz entrando en una desesperación y una mirada de molesta que jamás antes había tenido. Se cruzó de brazos quedándose detrás de la mujer.
Constance A. Zaïre- Humano Clase Media
- Mensajes : 88
Fecha de inscripción : 04/04/2014
Re: Las bestias en las sombras — Libre
La voz quebrada de mi compañera era lo único que podía escuchar en esos momentos mientras mi mirada estaba concentrada -obnubilada, diría yo, por unos instantes- por aquél ser con aspecto de hombre y barba de chivo. Un brillante rubí pendía del broche del pañuelo que rodeaba el cuello del hechicero. ¿Qué oscuros secretos guardaba del Universo y de lo que había más allá? Únicamente los más fuertes tenían el poder de encarcelar almas humanas. No pude evitar sentirme identificada con las agitadas palabras de la castaña. ¿Qué clase de perversión debía sufrir alguien -daba igual si vampiro, hechicero, lobo u hombre- para condenar así el ánima de una pobre muchacha?
Entonces, como salido de la nada. Como si alguien hubiese prendido una vela en mi cerebro y éste se iluminase a la trémula luz de la vela, la idea acudió a mi, tan clara como esa misma chispa radiante.
-La amábais. Pero ella no os amaba a vos. Y pensastéis; si yo no la puedo tener, nadie lo hará.
Mis puños se cerraron. ¿Cuándo el amor se transformaba en egoísmo? ¿Cómo se podía proclamar amara a una persona si luego se la enjaula como a un pájaro? Porque eso es obsesión, pensaréis. Y, ¿qué es la obsesión sino otra variante de lo que llamamos amor?
-Me repugnáis. -escupí al suelo. El hechicero ni se inmutó. La castaña Constance no llegó a terminar su frase, pues fue rota por la burlona risa del enemigo-Tenemos vuestro nombre. Vuestro nombre verdadero. De él no podéis escapar.
"No se puede escapar de uno mismo, liebe". Las palabras de Friedrich, otra vez. Tan sabias como letales para mí.
Quizá el hombre al que proclamábamos ya no existiera, quizá era sólo el reflejo pútrido de lo que quedaba de su alma. Si es que no la perdió cuando hizo el pacto -sangriento y morboso- con las negras artes. Se reía como en un bucle infinito, como tal vez se hubo reído en vida pero ya no más. Si recuerdo estaba atrapado en el tiempo al igual que el alma de la bailarina.
-Alastor Taggart, yo te comando a liberar a la mujer a la que tienes prisionera en este teatro marchito.
El viento erizó todos mis sentidos y levantó mis inmortales cabellos dorados, desplegándose del recogido. Las faldas de mi vestido echaron hacia atrás por la fuerza cada vez mayor de la ventisca, que sin duda procedía de otro mundo. Aquello estaba a punto de acabar.
Entonces, como salido de la nada. Como si alguien hubiese prendido una vela en mi cerebro y éste se iluminase a la trémula luz de la vela, la idea acudió a mi, tan clara como esa misma chispa radiante.
-La amábais. Pero ella no os amaba a vos. Y pensastéis; si yo no la puedo tener, nadie lo hará.
Mis puños se cerraron. ¿Cuándo el amor se transformaba en egoísmo? ¿Cómo se podía proclamar amara a una persona si luego se la enjaula como a un pájaro? Porque eso es obsesión, pensaréis. Y, ¿qué es la obsesión sino otra variante de lo que llamamos amor?
-Me repugnáis. -escupí al suelo. El hechicero ni se inmutó. La castaña Constance no llegó a terminar su frase, pues fue rota por la burlona risa del enemigo-Tenemos vuestro nombre. Vuestro nombre verdadero. De él no podéis escapar.
"No se puede escapar de uno mismo, liebe". Las palabras de Friedrich, otra vez. Tan sabias como letales para mí.
Quizá el hombre al que proclamábamos ya no existiera, quizá era sólo el reflejo pútrido de lo que quedaba de su alma. Si es que no la perdió cuando hizo el pacto -sangriento y morboso- con las negras artes. Se reía como en un bucle infinito, como tal vez se hubo reído en vida pero ya no más. Si recuerdo estaba atrapado en el tiempo al igual que el alma de la bailarina.
-Alastor Taggart, yo te comando a liberar a la mujer a la que tienes prisionera en este teatro marchito.
El viento erizó todos mis sentidos y levantó mis inmortales cabellos dorados, desplegándose del recogido. Las faldas de mi vestido echaron hacia atrás por la fuerza cada vez mayor de la ventisca, que sin duda procedía de otro mundo. Aquello estaba a punto de acabar.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
- Mensajes : 495
Fecha de inscripción : 19/01/2010
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