Victorian Vampires
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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Morten Harket Jue Dic 10, 2015 9:33 pm

 // Ab alio expectes alteri quod feceris //

________________


Había llovido todo el maldito día a causa de un frente frío. Me gustaba la lluvia, si… Pero particularmente aquella noche no podía disfrutarla tanto como hubiese querido. Sólo me limité a caminar entre la gente, enfundado en una gabardina negra, fingiendo ser una persona más. No llevaba una trayectoria fija, sólo me dejé llevar hasta donde mis pies quisieran aventurarse, disfrutando del delicioso aroma de la sangre humana. Necesitaba alimentarme, estaba más que claro, pero a pesar de la ansiedad, me daría el tiempo necesario para ello. Con el transcurso de los años, había aprendido a controlar la sed, sin embargo un pequeño paseo nocturno para cazar algún tipo de víctima – o víctimas – potenciales no me vendría nada mal. Necesitaba esa especie de estupor que me incitaba a querer y hacer más con éstos poderes que los Dioses me habían otorgado. Me sorprendí sonriendo sobre lo que cruzaba por mi mente. Sonreír, había olvidado el maravilloso poder que esto podría representar. Negué. Yo ya no era un humano, por más que pudiese aparentar lo contrario a ojos de propios y extraños. Yo era un vampiro, un asesino, una máquina para matar…

Algunos establecimientos comerciales, apostados a ambos flancos de la avenida, estaban abarrotados; sobre todo los de comida caliente. Me detuve un momento y recordé lo mucho que me gustaba comer cuando no era una bestia, cuando había un plato sobre la mesa de mi humilde y único hogar, al lado de mi esposa e hijos. ¡Ah! la deliciosa comida que tanto me gustaba comer, y que ahora debía conformarme con el recuerdo de viejas glorias. Extrañaba los viejos tiempos. Demasiado… Algunas cosas de mi vida pasada no eran tan detestables.

Ahora lo que debía hacer, era continuar acoplándome a mi nuevo estilo de vida, en una nueva ciudad como lo era París. Ya no era un vampiro joven y aunque era hasta cierto punto lógico (eso quería creer) que algunos los recuerdos siguieran frescos, quizás con el transcurso de los años, se fueran difuminando poco a poco. No lo sabía con certeza, y creo que nunca lo iba a saber a ciencia cierta. Reflexionar acerca del tiempo y el espacio me inquietaba, porque no estaba seguro de querer ser lo que era, por los siglos de los siglos. Pudiera ser que la noche menos pensada, me pusiera un hacha en el cuello y decapitarme. Morir de propia mano es algo que siempre había tenido contemplado en mis pensamientos, en el apartado: Asuntos pendientes. Resaltado con tinta rojo sangre  y letras muy grandes y garigoleadas escritas en un viejo manuscrito.

Me había detenido alzando la vista, llegando a una calle nueva. Al parecer ya me había alejado demasiado del centro y era justo que me daba cuenta de que era una zona poco transitada. A mi izquierda, una luz parpadeaba, a mi derecha, un oscuro callejón, desde donde puedo apreciar claramente a dos figuras. Una de ellas tratando de luchar por su vida, y a otro ser - que ya me he dado cuenta de que es un completo bastardo- golpeándole casi al grado de morir.

Mi primera reacción es llevar mi mano hacia la parte de atrás de la espalda y sacar mi hacha corta, pero para mi mala fortuna, y por las premuras de abandonar mi cabaña improvisada en el centro de la espesura del bosque, me doy cuenta de que lastimosamente la he olvidado. Niego con la cabeza por ser tan estúpido y haber olvidado algo tan importante. De cualquier manera no tenìa ganas de comenzar una riña o defender a alguien a quien ni siquiera conocía. No tenía un espíritu altruista o el ánimo suficiente para ir al encuentro de aquellos dos y cazar al maldito humano. Sin embargo… ¡Ah! ¡Mi espíritu vikingo jugándome otra trastada más! La noche había estado demasiado aburrida, estirar los dedos y los colmillos no estaría nada mal después de todo. Sonreí de medio lado.

De un salto, me prendí de los bordes de una de las ventanas que se encontraban encima de ambas siluetas. Cómo una auténtica alimaña nocturna, fui deslizándome hacia abajo, evitando hacer el menor ruido. Para cuando tuve al humano cerca de mi agarre lo tomé por la ropa y lo cargué hacia arriba. No es que hubiese necesitado la sangre de aquel infeliz para saciar mi eterna sed. Simplemente le desgarré el cuello por el simple y puro placer de escuchar cómo se rasgaba su piel lentamente al contacto con mis afilados colmillos. El sentirme poderoso avivaba mí ya de por sí acrecentado ego vikingo; no había nada que no pudiese hacer en ésta no –Vida. Creía estar ya la altura de los mismos Dioses, y que llegado el día en que por fin las puertas del Valhala se abriesen para Morten, me sentaría codo a codo a su mesa.

Cuando el sujeto mal oliente dejó de respirar, terminé por cercenarle la cabeza y escupirla hacia cualquier parte. Arrojé posteriormente su cuerpo a un grupo de cajas, que formaban parte de un basurero monumental, del cual se alimentaban algunos gatos callejeros que maullaron al sentirse aplastados por el cuerpo de aquel humano despreciable.

Volví a poner los pies sobre la tierra. Me acerqué a la persona que parecía convulsionarse, echando sangre por la boca. Seguía con vida y la perdería si no se le prestaba ayuda inmediata. Entre cerré los ojos. Al juzgar por sus ropas desgarradas y coloridas, podía presumir que se trataba de clase media- baja o alta, hoy en dìa ya no se sabía. Bien, no sería la primera ni la última en morir en circunstancias nada favorables, decenas de humanos corrían con la misma suerte todas las noches por diversos factores; le haría un gran favor si terminaba por romperle el cuello y de ésta forma parara de sufrir.

Fue en el preciso momento en que le toqué, que mis pupilas se dilataron. Las imágenes en mi mente comenzaron a mostrarme escenas de ésa misma persona, pero en un escenario diferente: Llena de vida y presumiblemente feliz. Parpadeé. Había tenido un nuevo incidente de clarividencia. ¡Maldita sea! Odiaba que esto me ocurriese. Gruñí por lo bajo dispuesto a marcharme de inmediato de aquel lugar, pero… No. Algo no estaba bien ahí. Las piezas del rompecabezas no estaban en un orden preciso, habría que acomodarlas y de ésta manera darme cuenta del por qué las imágenes en mi cabeza. Por orgullo, por ser una situación incierta y probablemente importante, le tomé en brazos en contra de mis creencias.

Aun no estando seguro de actuar correctamente, le llevé conmigo hasta la negrura del bosque, en aquél lugar recóndito que me servía como guarida. Una vez dentro, le acomodé encima de la mesa de madera. Su pulso era débil, pero de haber querido los Dioses, ya habría dejado de respirar. Le observé detenidamente, a pesar de los golpes y la sangre, parecía ser una persona agraciada y muy joven. Medité un momento en el “que” debía hacer. Opté por acercarme al riachuelo que circundaba mi propiedad, llené un gran balde de agua fría, remojé un pañuelo y con éste fui limpiando su rostro ensangrentado, aunque las salpicaduras de su propio elixir malva, le cubrían prácticamente por todas partes.

Una vez limpié las heridas y los magullones, opté por llevarle al albergue más cercano que pudiese encontrar. Era tiempo de heladas y yo no podìa tenerle a resguardo por muchos factores que no viene al caso mencionar. Con la punta del pie toquè la puerta esperando que alguien me abriese. Esperaba no tardasen mucho o tendría un cuerpo inerte entre mis brazos y esta vez yo no tendría culpa.
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Mensaje por Valerie Hayder Miér Ene 13, 2016 9:25 am

Valerie sabía que no tendría que salir sola de noche, más de un criado se lo había dicho, e incluso Marie, su fiel “amiga”, le había advertido que aquella noche algo malo podría pasarle. Pero como de costumbre, Valerie y su alocada cabeza no hicieron caso a las personas que se preocupaban por ella y salió. Había pedido expresamente ir sin ningún tipo de vehículo, ni tampoco acompañada. Había momentos en los que simplemente necesitaba… Pensar.

No era una noche cálida, pero tampoco era fría. Hacía un tiempo relativamente agradable, por lo que se había enfundado dentro de una camisa negra, unos pantalones, y un chaquetón suave y grande. Le gustaba llevar pantalones, le parecían una prenda de vestir cómoda, pero sabía que socialmente no acababa de estar bien visto el hecho de que las mujeres, sobretodo de la clase alta, llevaran pantalones, por lo que se había asegurado de caminar por zonas donde no encontraría a nadie conocido y se había puesto la capucha del gran chaquetón, ocultando su cabello y su rostro. Cualquiera podría creer que se trataba de un hombre, y eso era algo que jugaba a su favor.

Al contrario que al resto de gente, a la Condesa de Hayder no le asustaba salir a la calle sola y de noche, porque sabía que había fuera. Le hacía gracia el hecho de que la gente temiera lo que no sabía. Ella conocía la existencia de la magia, de los vampiros, de los licántropos, de las personas capaces de transformarse en animales… Por el simple hecho de que eran clientes suyos. A Valerie le encantaba su trabajo, la venta de animales que proporcionaban carne y materiales textiles de calidad y de caballos pura sangre y el comercio marítimo y por tierra con otros países y continentes. No le iba mal, y una de las cosas que caracterizaba a su “empresa” y la hacía de confianza era la privacidad que ofrecía a sus clientes: Siempre pedía información detallada sobre la persona que realizaba un encargo y el destinatario, pero esa información estaba guardada en el sótano de su mansión bajo llave, llave que solo ella tenía. Sabía que la información era poder, y a Valerie, a parte del dinero, también le sobraba la información.

Soltó un pequeño suspiro llevándose las manos a los bolsillos del chaquetón, y miró a su alrededor. Le apetecía tomar algo, pero para hacer eso, tendría que entrar en algún lugar y quitarse la chaqueta, y alguien podría reconocerla… Pensándolo mejor, Valerie solía frecuentar los restaurantes a los que iban sus “amigos”, aquellas personas que decían ser amigos suyos pero que, si no tuviera dinero, no le darían ni la hora. Pero aquella noche podía permitirse el lujo de ir a una taberna, y eso fue lo que hizo.



Un par de horas pasaron y Valerie salió a trompicones de la taberna, empujada por una mujer. Aquello era lo que más le gustaba de la gente de “clase baja”, su falta de miedo. Aquella tabernera había creído que su marido estaba cortejando a Valerie, y, efectivamente lo estaba haciendo. El tabernero se había excusado, alegando que era Valerie quien había empezado a hablar con él y quien le estaba haciendo proposiciones indecentes, y la pobre mujer le había creído. Hecha una furia, había empujado a Valerie fuera de la taberna y le había cerrado la puerta en las narices. Valerie no pudo evitar sonreír, ya que le encantaban ese tipo de situaciones, la hacían sentirse bien de nuevo consigo misma.

Empezó a caminar por la calle y se dio cuenta de que la tabernera se había quedado con su chaqueta. Suspiró, ya que la camisa no ofrecía mucho calor, y los pantalones más de lo mismo. No pudo evitar sonreír algo triste al pensar en Marcel de Mondavald, su antiguo marido. La joven solía llevar ropa negra en señal de luto aunque ya hubieran pasado tres años, no era capaz de olvidarse de él. Poco a poco había aprendido a guardarse sus sentimientos para si misma, y el luto que mantenía era privado y personal, haciendo creer al resto de personas a su alrededor que símplemente le gustaba el negro.

Por el rabillo del ojo observó a dos personas, una llevando a cuestas a otra mientras daba pequeñas patadas a la puerta del albergue. Al principio no le dio mucha importancia a la escena, pensando que podría tratarse de una pareja de borrachos sin hogar, o algo por el estilo, pero al darse cuenta de que no abrían la puerta, Valerie frunció el ceño y se acercó a ellos. Buenas noches… susurró flojo dedicándole una pequeña sonrisa al hombre que estaba en pie y sostenía al otro. Entonces observó al otro hombre, al que no parecía tan bien como el primero, y suspiró. Tal vez se había metido en una pelea, o le habían dado una paliza… Le daba igual.

Tomó aire durante un par de segundos y soltó un chillido algo agudo. ¡Por Dios! ¡Ese hombre está herido! dijo bastante fuerte, y al cabo de pocos segundos la puerta del albergue se abrió: El chillido y las palabras de la rubia habían llamado la atención de los que estaban dentro. Observó como un par de personas cogían al herido mientras ella tomaba al otro hombre de la manga y tiraba de él con suavidad, intentando apartarle de la escena. Tal vez le interesaría marcharse de aquí, señor… Digamos que en cualquier momento le podrían echar la culpa de lo sucedido… comentó tranquilamente, mirándole a los ojos y esperando a que tomara una decisión. No tenía nada más interesante que hacer aquella noche, y ya había decidido que le apetecía conocer a aquel chico.
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