Dimes y diretes (libre)

por **Dirk Van Der Broken** Sáb Ene 23, 2016 11:17 pm

La vida era un cúmulo de obligaciones precedidas por un momento de calma llamado placer. Algunos consideraban tal hecho, como una entrega a los instintos más bajos del hombre, entre los cuales se encontraba el ineludible concepto del placer como producto derivado del sexo. Más pocos reconocían que había placeres mundanos, mucho más comunes, pero no menos inocentes.

Como hombre, sabía que debía proceder con mayor cautela en sus actos. No sólo por pertenecer a una clase social privilegiada, sino porque tenía una reputación de erudito y pícaro que le gustaría, al menos en sus años de soltería, seguir manteniendo. Pero no podía negarse, mucho menos ante sí mismo, que se sabía hacedor de un pecado igual de vergonzoso que la lujuria lo era para otros varones. Y era, precisamente, la mundialmente reconocida, al menos para aquellos que podían sobrevivir sin trabajar, pereza. Ah, Dios sin duda había sabido nombrar los distintos estadios de los pecados capitales, pues quién sino, habría urdido un plan maquiavélico, permitiendo que se construyeran templos dedicados al placer del ocio, como aquellas cafeterías, surtidas de indudables tesoros para un paladar selecto y costoso.

El olor del café y el chocolate, el tacto de los manteles de algodón y seda, la decoración ostentosa y cara de los muebles y estanterías que portaban todos aquellos productos destinados a engrosar las carnes de los incautos. Más allí estaba él, sentado con sus piernas cruzadas en una esquina del concurrido salón, sosteniendo una taza de café humeante entre sus dedos y embelesado por el sonido que realizaban las personas a su alrededor al hablar. Debía reconocerle a los franceses la ostentación de un don maravilloso, la capacidad de hacer algo sin realmente hacer nada. Es decir, ellos eran capaces de insultarse en un idioma en el que parecía estar sacudiendo al destinatario de tales palabras peyorativas, con un látigo de seda. Habían acuñado el placer de vivir, de llenar los salones con su vitalidad y cháchara sin ningún fin más que el informarse de todas aquellas criaturas que habían elegido un mal camino, hundiéndose en el fango para siempre ante la sociedad.

Chismes, cotilleos y bombones. Y él,en medio de todo esa maldad femenina, como si ignorase la capacidad destructiva que podía llegar a tener una mujer. Si de algo estaba seguro en este mundo, era de la imposibilidad de llegar conocer todos los misterios que habían en el universo, entre ellos, la ilimitada necesidad de las mujeres por ser cada vez más hermosas, fuertes e inteligentes, eran como brillantes perlas destinadas a crear actos malvados a su paso. Era realmente divertido, quizás por eso disfrutaba de París y de todo lo que aquella capital le ofrecía.

por **Artemyse Halliwell** Sáb Ene 30, 2016 12:35 pm

¨La vida es como una caja de chocolates, nunca sabes lo que te va a tocar¨.

Para Artemyse la menor de las hermanas se le hacía complicado todo lo que pasó su madre para darles una buena vida, pero todo lo que pasó antes fue muy difícil para ella; ahora todo era un poco más sencillo ya que después de un par de años su padrastro se entera que las hijas del amor de su vida eran diferentes a las otras niñas, ya que poseían habilidades fuera de lo normal, ya que ellas tenían poderes y no cualquier tipo de poderes, por un momento llegaron a pensar que les apartaría de su vida pero lo tomó mejor de lo que todas esperaban, ese hombre fue más padre que su verdadero padre y es por eso que le respetaban bastante, tanto que cuando estuvo casi moribundo Artemyse le dio la oportunidad de vivir, ahora sabían cuanto amor tenía Artemyse por su padrastro?

Ella cuidaba mucho a su padre para que no volviera a recaer y volviese a enfermar, es por eso que ella siempre le hacia remedios caseros, con plantas, especias y demás, de hecho el día de hoy eso había sido lo primero que hizo y fue comprar unas cuantas plantas y otras especies, pero después de ello tenía tiempo libre y quería aprovecharlo la morena, así que se dirige a un lugar donde vendían un excelente café, el café relajaba bastante a la morena y es lo que necesitaba en estos momentos, porque se la pasaba preocupada todo el tiempo, a sus 25 años de edad y sentirse así no era nada bueno.

Antes de entrar al local se alcanzaba a oler ese delicioso olor a café y de otras cosas más, la morena se adentra abriendo la puerta y cerrándola con mucho cuidado, la morena siempre era demasiado cuidadosa, mirando a su alrededor, lo que muchos no sabían que Artemyse tenía un poder que aún no controlaba al 100 por ciento y era la empatía podía sentir lo que otros sentían y eso a veces no era muy bueno y menos cuando no lo controlas tan bien.

Menos mal no había casi personas por el momento podía estar tranquila, mientras se sentaba en una mesa pegada a una de las ventanas, mientras venía una señorita y atendía a la morena-Que desea beber señorita Halliwell?-La conocían porque era una de las hijastras de uno de los hombres más poderosos de este lugar o que en su momento lo llegó a ser, a lo que Artemyse responde con una sonrisa-Un café con dos cucharadas de azúcar por favor, Gracias-La chica se retiraba para preparar su café, mientras que sin poder evitarlo miré aquel joven estaba un poco pensativo, pero en ese momento el chico volteo y ella algo despistada se voltea para disimular que no lo estaba observando.

por **Dirk Van Der Broken** Mar Feb 23, 2016 8:55 pm

El aroma del café lo seducía de forma lenta, mientras el vapor del calor seguía manando de la taza que mantenía en una de sus manos, alzando su taza con elegancia mientras sus ojos se centraban en la mujer que acababa de entrar en la cafetería.

Hasta hacía unos instantes, curiosamente, pensaba en mujeres similares a aquella. Su forma de caminar, lenta y concentrada, le recordaba a aquellos que siguen moviendose incluso cuando han perdido el sentido de la dirección, moviéndose más por inercia que por estar realmente pensando en ir a algún lugar. Seguramente le ocurría algo similar a él y había pensado más de lo que le preocupaba el sentarse sin preocuparse de que su vestido se arrugase. Siempre se fijaba en aquel acto femenino, aquella vanal preocupación por verse bien incluso cuando se sentaban, colocando el tejido de su vestido a su alrededor.

Por la cercanía de sus mesas escuchó lo que le solicitaba a la camarera, haciendo que una de sus cejas se alzase sin poderlo evitar. ¿ Café solo? ¿ Con dos cucharadas de azúcar ?. Aquello era realmente peculiar, pocas mujeres que conociera eran capaces de tolerar el amargo sabor que dejaba en el paladar el café. Quizás podría equivocarse, siempre se dejaba llevar por su instinto cuando a otras personas se refería, pero ella era mucho más de lo que aparentaba su joven rostro.

- Interesante - Murmuró casi esbozando una sonrisa cuando notó que ella le apartaba la mirada, como si fuera pecado el observar a un joven como él. Quizás podría haberlo sido si realmente lo hubiera observado fijamente durante demasiado tiempo, delante de otras personas de clase alta. Pero en aquella cafetería todos estaban demasiado concentrados en sus propias conversaciones.

Lo preocupante vendría si alguno de ambos cruzase el espacio que separaba ambas mesas, tomando asiento al lado del otro, para iniciar una conversación sin tener nada en común que diera lugar a ello, más que el tomar el mismo tipo de bebida. Aquello podría ser una indiscreción digna de algún cotilleo. Quizás por ello separó sus ojos oscuros de ella y se centró en disfrutar de la degustación de su café.

por **Artemyse Halliwell** Dom Mar 06, 2016 5:07 pm

Cuando las noches eran así de largas, siempre necesitaba de un buen café y el que hacían en este lugar era el mejor, el solo olor te impactaba en tus fosas nasales, es por eso que la morena se daba su tiempo para tomar un café tan deleitante como ese, era de las pocas cosas que le gustaba hacer a la morena cuando sus noches no son reconfortantes, ya era clienta en ese lugar todos la conocían en ese lugar, es por eso que siempre se dirigían a ella como señorita Halliwell, aparte era la hijastra de uno de los hombres más importantes de esta ciudad.

Cuando la señorita estaba anotando el pedido de Artemyse alcanzó a escuchar una palabra, aquel hombre había dicho interesante? o había sido su imaginación en ese momento se cruzaron las miradas por un instante, mientras responde-Disculpa? que tiene de interesante mi pedido joven?-Siempre con el debido respeto que se merecía, pero Artemyse era muy curiosa era una de sus anti cualidades por así llamarle.

La chica simplemente se retira para ir por su pedido mientras miraba al joven que era muy atractivo en verdad, y esas vestimentas al verlas parecían ser de la realeza porque no cualquiera podría traer puesto tales atuendos, para el diario o si? no quería faltar al respeto así que la morena solo sonríe un poco mirando como le traían su café negro con dos de azúcar-Gracias señorita-Agradeció con una dulce sonrisa mientras que la señorita responde-No tiene que agradecer para eso estamos...con su permiso señorita Halliwell-Se retira la chica con una sonrisa.

por **Dirk Van Der Broken** Miér Mar 23, 2016 9:02 pm

Centró su interés en la prensa diaria que había comprado un joven muchacho a la entrada de la cafetería. En ella se establecía un relato animado sobre algunos de los eventos sociales que iban a celebrarse, así como las nuevas alianzas de matrimonio. Habían varias secciones dedicadas a los cotilleos, que satisfacía su interés principal. Era parte de su diversión el enterarse de jugosos escándalos para luego relatárselos en la hora del té a sus tías mayores.

Era adorable ver cómo mujeres de tan avanzada edad podían responder con una exaltación digna de la juventud, a tales hechos indecentes y faltos de decoro. Sabía que sonreirían como diablillos y revolotearían a su alrededor comiendo pequeños bombones de chocolate mientras se quejaban de las muchachas con poco cerebro, cosa que sabía no era cierta, ya que ellas habían sido también dos mujeres capaces de hacer temblar a los hombres de títulos nobiliarios importantes.

- ¿ Disculpe ? - Preguntó a la dama que le había hablado, ya que no entendía el motivo de su pregunta, lanzada de manera tan informal hacia él. No estaba acostumbrado a que se le preguntase el porqué de sus acciones. Así que frunció el ceño, sin saber si debía mostrarse irritado por su comportamiento, o más bien, curioso por ver actos en ella que no eran comunes en otras jóvenes.

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