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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Talaitha Doubek Vie Feb 05, 2016 2:33 pm



Hasta que pase la tormenta

Tiró algunas maderas más sobre el montón que se alzaba junto a la chimenea. Eso debía alcanzar. Eran sillas que había partido, mesitas cuyo uso ahora sería calentar a Talaitha durante al menos una noche. Se quitó la capa (heredada de sus más viejos abuelos, remendada y emparchada de todas maneras posibles), y la colgó sobre la única ventana de la cabaña, asegurándose de tapar toda posible entrada de la nieve que caía furiosa en la noche. Bajo sus pies se derretían algunos copos solitarios. Caminó de vuelta hacia el fuego recién encendido, pretendiendo ignorar el desmedido temblor de sus manos —que no llevaba relación alguna con las bajas temperaturas—, y se arrodilló sobre la polvorienta alfombra. Cogió uno de los soportes de las sillas (ahora escombros), sacó la navaja que llevaba entre sus ropas, y comenzó a cortar.

Al principio pareció solo un palo de madera, ligeramente más largo que una palma, con dos dedos de grosor y una dureza suficiente, pero no excesiva. Luego de algunos movimientos inexpertos, surgió una punta, primero demasiado gruesa, y ya después algo mejor formada. Talaitha, en el fondo, sabía lo que estaba haciendo, y sabía por qué debía hacerlo. Sin embargo, se dijo que era solo una precaución. Que una estaca de madera podía servir tanto para encender una antorcha como para clavársela a otro ser, y que no era motivo de alarma. A pesar de su estado de negación, cada movimiento silencioso de la joven era seguido por una mirada fulminante hacia los rincones de la cabaña. "Como si alguien pudiera aparecer con esta tormenta", pensó y se rió nerviosamente de su propia estupidez. Sabía que era posible. Podía negar que temía algo más que a la tormenta, pero una serie de imágenes almacenadas en su mente le repetían con terquedad que no, que ese no sería su mayor problema.

Aquella tarde había sucedido de nuevo. El sol aún continuaba su danza periódica por el cielo cuando la última visión la envolvió. Había visto el bosque, las cenizas de los árboles incendiados en el otoño previo. Y había visto una casa, o tal vez solo los restos de esta. Había escuchado una voz meliflua e hipnotizante que la llamaba a entrar. Le ofrecía cobijo, aunque parecía más bien una orden. Luego aquel rostro de piedra que la inquietaba hasta la agonía, y la voz de nuevo. Finalmente, la casa en llamas. Fuego, cenizas, el rostro, la voz. Fuego, el rostro, fuego, cenizas, la voz. «Entra, Talaitha. Admite que quieres saber. Admite que quieres saber».

Cuando despertó de aquel sueño hipnotizante al que no se podía acostumbrar, no despertó realmente. No esta vez. Escribió lo sucedido en su pequeño cuaderno de tela y pergamino amarillento, cogió la bolsa oscura que siempre colgaba en su hombro, y guardó lo que sabía que necesitaría. El cuaderno, una chaqueta que luego se calzó, y el arma. Ésta última la debío sacar del fondo de su carromato, tras una pared falsa. Tenía una sola bala, y era de plata. La observó con lágrimas en los ojos antes de arrojarla junto con las demás cosas y, como en un trance, salió de su pequeña casita en dirección al bosque.

Aquello había sido hace solo unas horas, antes de la inesperada tormenta de nieve que ahora le impedía volver a la seguridad de su pueblo.

Arrojó dos maderos más al fuego, que chispeó quejoso. Talaitha aún estaba fría y sus ropas seguían mojadas del camino, por lo que decidió que lo mejor sería quitarse todo abrigo y estirarlo en las cercanías de la chimenea para que se secase. Lo hizo con cautela, a medida que crecía en ella el sentimiento de que algo andaba mal, que el peligro se acercaba. Sus manos temblorosas dejaron resbalar su chaqueta, y estuvo a segundos de quemarla. Aún con la rudimentaria estaca agarrada fuertemente por su mano derecha, caminó hacia su puesto de defensa detrás de un sillón individual cubierto con una gran manta blanca. Se sentó en el suelo y tosió al haber removido el polvo, pero luego dejó que el silencio inundara su alrededor, y se dispuso a escuchar.

Era una cabaña con un solo cuarto. Extrañamente, no poseía un espacio donde cocinar ni donde dormir; era simplemente una sala oscura y desmantelada: había únicamente un par de sillones y una alfombra. Donde hubo previamente dos sillas y tres mesitas, ahora había solo restos de nieve derretida y astillas de madera que había salido disparada durante el intento de tallado de Talaitha.

¿Qué era lo que estaba sucediendo? Su pared de negación amenazó con quebrarse en el silencio de la noche. Mientras el fuego chispeaba y evaporaba el agua de sus ropas, la joven rezó a Dios en su lengua natal, y se preguntó qué sería de ella. Había pensado, unos días atrás, en enviarle una carta a su querido amigo, pero no sabría a dónde enviarla. Después de todo, ¿dónde se encontraría él esta vez? Se entristeció al recordar que él llevaba un fuerte lazo con sus poderes visionarios. Ella, por otro lado, había retrasado este momento por todo el tiempo que pudo. Agradecía al Señor los poderes que les habían sido dados a los de su pueblo, ¿pero por qué debía ser de esta manera? Parecía una especie de castigo, tener que ser un títere de sus propias habilidades hasta finalmente entender qué estaba sucediendo. Talaitha había decidido que la única forma de acabar con todo era enfrentándose a aquello que la atormentaba.

Y aquello que la atormentaba estaba —lo sabía— a punto de cruzar la puerta.


Última edición por Talaitha Doubek el Dom Ago 28, 2016 6:41 pm, editado 2 veces


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Mensaje por Demian Reyne Mar Feb 09, 2016 8:48 pm


La noche era joven, y la sed atacaba a Demian como siempre sucedía a esas horas. Era un vampiro nacido hace tan solo dos años, cuando su identidad mortal tenía 26 inviernos de edad. Ya no era un neonato, había aprendido a controlar su sed. Pero era víctima de su apego a la humanidad, y se alimentaba exclusivamente de animales a causa de ello. Desde luego, la sangre de las bestias no era ni tan placentera, ni tan potente. Su cuerpo no tardaba en necesitar más para sustentarse, y tras horas de descanso diurno, la caída de la noche era siempre recibida con renovado dolor.

Era aquella necesidad la que lo despertaba al anochecer de su sueño, la que le recordaba su monstruosa realidad, acariciando su interior con manos frías pero ardientes. Ese era el precio a pagar por su intento obstinado de negar su naturaleza, o bien el sacrificio necesario para alcanzar un estado superior. Esta cuestión filosófica, sin embargo, quedaba en segundo plano para él ante su creciente necesidad de sangre, la cual parecía aumentar de intensidad junto al salvajismo del viento.

Hacía dos horas desde que había comenzado a nevar, y el frío viento, que en nada dañaba su naturaleza vampírica, parecía burlarse de él. Más fuerte era la nevada, y menos animales había para cazar. Unas pequeñas criaturas ocultas bajo la tierra habían pagado el precio de estar en su camino, aunque no había sido suficiente. Necesitaba una presa de mayor tamaño para apaciguar su sed, pero la tarea de hallarla resultaba imposible con el clima de esa noche. La capa de nieve que cubría el suelo era cada vez más espesa, y no podía detectar rastro alguno. Ya no había aroma en el aire que no fuera el de los árboles y la humedad.

Rendido, decidió volver a su cabaña sin más dilación. Fue entonces cuando le dio al clima el reconocimiento debido: no se trataba de una simple nevada, ni tampoco de un viento caprichosamente intenso. Era una tormenta propiamente dicha, y él apenas lo había notado. Cerró entonces el saco marrón sobre su pecho, más por costumbre que por verdadera necesidad. Conforme avanzaba, sus negras botas se hundían en la nieve, y aunque el cuero lo protegía más de lo necesario, el aún percibía las gélidas garras que aferraban sus pies a cada paso.

El joven vampiro tenía algo de experiencia observando tormentas. Sabía que estaban cerca de terminar cuando la intensidad era sostenida, pero de momento no dejaba de crecer. Sería mejor aguardar en su refugio, esperar a que la tormenta se traslade a otra región. En cierta forma, pensaba, aquel gélido viento era un monstruo como él. Aterraba a las criaturas y las forzaba a ocultarse o morir. No importaba la inocencia de quien se cruzaba en su camino, acabaría muerto invariablemente.

Conforme el viento aullaba, de alguna forma lograba sentirse humano. Indestructible ante una tormenta que no hacía mella en él, pero humilde frente a la imposibilidad de hacer nada por cambiar su situación. Su interior ardía como fuego en una caldera, mientras a su alrededor los árboles crepitaban ante la inclemencia del viento. Aquel paisaje blanco, azul y negro era la viva imagen del invierno. No había señal alguna de vida, hasta que entonces vio una cálida luz a la distancia. A juzgar por la ubicación, provenía de su propia cabaña. ¿Se estaba incendiando? aquello no tenía sentido en medio de una tormenta de esas magnitudes, pensó. Y sin embargo, aquel fuego lejano parecía dispuesto a luchar contra sus escasas posibilidades.

Se movió tan veloz como le fue posible, y al acercarse pudo discernir lo que pasaba: había alguien dentro de su cabaña, se atrevió a deducir por el tenue brillo anaranjado que escapaba por los ventanales. Una viva mancha de color en el blanco suelo, que se movía suavemente a la par de la llama que con seguridad había en el interior. Un fuego controlado, hecho a conciencia para caldear el ambiente. ¿Quién se atrevería a entrar de semejante manera en su guarida?

Demian se quedó por un instante contemplando la escena a la distancia, fundido con la sombra de aquellos grandes árboles, que resistían estoicos la tormenta como él mismo. Desde luego, su guarida no era suya. La había ocupado hace meses, pero alguien más se había refugiado allí alguna vez. Quizás había regresado su legítimo dueño, o tal vez se trataba de un explorador, que sorprendido por la tormenta, se adentró en el primer lugar que vio para ponerse a resguardo.


«No debo entrar.»

Fue aquel su primer pensamiento, la obvia resolución a tomar. Estaba hambriento, no era momento de acercarse a un humano. Y sin embargo, algo dentro de sí deseaba el calor que percibía a la distancia. Su cabaña por primera vez parecía un hogar, y por necesidad o por nostalgia, él quería ser parte de eso.

Dio lentos pasos hacia la puerta. Nada pudo vislumbrar por la ventana, en parte por el hielo que cubría el vidrio, y en parte porque no se atrevió a mirar con atención. El destello de anaranjado color iluminaba apenas su pálido rostro. Sus pupilas contraídas centellearon al hacer contacto con la luz de aquella anónima llama, que se alimentaba de unos improvisados leños. Estático, el vampiro oía el crujir de la madera, el pulso de un corazón joven, mientras el viento alborotaba su cabello en el umbral. Su mano se había detenido a un suspiro del picaporte, y aunque él no se movió en lo mas mínimo, su espíritu se revolvía dentro suyo.


«No soy el mismo que hace dos años, ¿o sí? ¿No se supone acaso que hoy soy algo mejor? ¿No se supone acaso que soy digno?»

Pensó en todas las personas con las que había hablado en los últimos meses. Breves conversaciones que no fueron mortales para nadie. Parte de sí le advertía que no era lo mismo, que en esas ocasiones había tomado la precaución de saciar su sed antes de cada encuentro. Pero tampoco era correcto considerarse capaz de ejercer el control sobre su necesidad de sangre humana si no era tentado verdaderamente.

Entonces el viento volvió a soplar con fuerza, y como si fuera una extensión del mismo, su brazo completó el trayecto y la puerta se abrió.

La escena ante sus ojos era de lo más extraña: restos de madera astillada sobre el suelo que se alejaban de él, arrastrados por la ventisca. Escuchó el fuego crepitar ante el contacto con el aire frío, y entonces la vio: un par de ojos curiosos lo observaban detrás de uno de los sillones. Era una joven de cabello oscuro, cuya fragancia no podía discernir por estar momentáneamente con viento a favor. Pensando aquello, y sin apartar la mirada, Demian cerró la puerta tras de sí con facilidad.

Sus brazos habían operado tras su espalda para cerrar la vieja puerta de madera, contra la que ahora descansaba su peso. Su manos, cruzadas detrás de su cintura, parecían querer distraerse de cualquier acción agresiva. Una aferraba su muñeca derecha, la otra tamborilleaba la rugosa superficie contra la que estaba momentáneamente atrapada. Con una postura relajada, pretendía engañarse más a sí mismo que la extraña joven, a la que observaba con toda la inocencia de la que eran capaces sus ojos celestes. Aquello podía terminar muy mal, pero no debía ser así. Y tras un instante en el que ambos parecieron incapaces de quebrar el silencio, el vampiro habló.


- Tranquila, no pretendo hacerte daño.

Era verdad, no lo deseaba. Pero ¿podría evitarlo esta vez?


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Mensaje por Talaitha Doubek Jue Feb 25, 2016 1:34 pm



«No quiero morir», pensó. Se hallaba aún agazapada detrás del polvoriento sofá, con la mirada detenida en el otro lado de la estancia. Apretó la estaca de madera que sostenía con su mano derecha hasta que sus dedos se vieron blancos por la presión.  La puerta se abrió con un crujido y el fuego chispeó ante la ráfaga de viento que ingresó. Una gota de sudor caía por la mejilla de Litha en el frío de la noche.

Al principio fue solo una sombra, pero supo que era él. Era el rostro, era el sueño, la pesadilla. Percibió su aura y la sintió familiar. Familiar, y tan peligrosa. La puerta se cerró, y lo pudo ver con claridad: escasamente abrigado, parecía inmune al frío, y resistente a los coléricos vientos. Su piel podría bien ser de seda, a juzgar por su extraño brillo; pero Talaitha sabía que se sentiría más como una roca cuando sus manos rodearan el cuello de la joven para acabar con su vida. Lo más inquietante eran sus ojos. «Cuencas heladas —se dijo—, muertas».

Vivir en los bosques tenía sus riesgos: los pueblos gitanos habían sido por mucho tiempo víctimas de los vampiros. Se asentaban en zonas que los dejaban completamente vulnerables, aunque sus poderes les otorgaban grandes ventajas con respecto a las víctimas no mágicas. «Si tienes la terrible suerte de cruzarte con uno de ellos —le había mencionado alguna vez su madre—, reza al Señor arriba. Será lo único que podrás hacer, querida hija, si no tienes con qué defenderte. Sus ojos estan hechos para persuadirte, sus dientes para absorber tu vida. Cada centímetro en ellos es un arma. Son demonios, Litha, criaturas de la oscuridad. Si alguna vez fueron como nosotros, rastros de ello no quedan. Son criaturas tristes, y debes matarlas sin vacilación». Y sabía como hacerlo, le habían explicado ya numerosas veces. Balas de plata y madera, estacas, cruces y agua bendita, ajo y verbena, hierbas venenosas, rayos de sol. Fuego. Las teorías y conspiraciones sobre como acabar con aquella putrefacta raza eran contradictorias y raramente verificadas. Pero, si no intentaba, ¿qué haría?

El monstruo habló, y su voz fue como un escalofriante golpe de serenidad. Era una voz dulce, casi empalagosa, pero que ocultaba un sinfín de atroces pecados e intenciones impuras. «¿Es que no todas nuestras voces ocultan pecados?» se preguntó en algún rincón de su mente, sintiendo lentamente que su miedo iba siendo reemplazado por una especie de trance. ¿Qué estaba sucediendo?

Cesó de hablar, y Litha volvió a la realidad luego de unos extraños segundos. ¿Qué había dicho? Que no le haría daño. No creyó una sola palabra, y dejó que el silencio volviera a invadir la cabaña, negándose a contestar. Los sentidos de la joven estaban alerta, y un estrépito a lo lejos la hizo sobresaltar. Junto al trueno, cayó la capa que cubría la ventana. Una ráfaga de nieve y aire helado entró a la estancia y apagó el fuego. Talaitha temblaba, pero no estaba segura de que se debiera únicamente al frío. Se oía el silbido del viento, los truenos a lo lejos, los latidos agonizantes de la gitana, y su respiración entrecortada.

Sentía terror, terror profundo porque sabía que estaba muerta. Lo sabía desde el momento en que había salido de su carromato. No se puede escapar del destino. No se puede, y ahí estaba el suyo: Un final lacerante a manos de un depredador. Una parte de ella se preguntó por qué no acababa ya con todo y la mataba, se alimentaba de su sangre y la hundía en la nieve, donde nadie la encontraría hasta que sea demasiado tarde. Se dijo que tal vez era todo parte del juego: pretender que todo está bien, hacerla creer que no es una amenaza, y luego torturarla hasta que ella le rogara la bendición del sueño eterno.

«No quiero morir».

Alargó su brazo derecho hacia la bolsa y, en un solo movimiento fluido, colocó el arma entre sus dedos y apuntó.

Si intentas herirme, te mataré —«No voy a morir».

No se podía huir del destino; pero Talaitha haría todo lo posible.


Última edición por Talaitha Doubek el Dom Ago 28, 2016 6:45 pm, editado 2 veces


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Mensaje por Demian Reyne Sáb Mar 12, 2016 8:52 pm


El viento irrumpió en la sala, y sus palabras parecieron extinguirse junto al fuego. El corazón de la joven comenzó a latir con un ritmo salvaje que parecía llamarlo, suplicar su cercanía. Sin embargo, el vampiro no se movió. Simplemente se quedó observando aquel cabello oscuro danzar en el aire, mientras las temblorosas manos de su huésped parecían buscar algo en una bolsa de tela. A juzgar por la forma en que estaba vestida, debía ser una gitana.

Su ropa era descolorida; tenía una camisa de mangas abombadas que supo ser blanca alguna vez, así como una larga pollera en distintas tonalidades de violeta, acaso tal vez por manchas de vino, ceniza y tierra. Definitivamente sus prendas parecían contar una historia, mostrar un trasfondo, que sólo en parte pertenecían a su dueña. Parches con seguridad colocados por ella, meticulosamente cosidos para darle nueva vida a la tela, como si no quisiera dejarla morir.

De alguna manera, pensaba Demian, aquella pollera descolorida y remendada era una especie de monstruo, una deformidad de lo que aquella prenda supo ser. Y sin embargo allí estaba, siendo igual y distinta a la vez, resistiendo las heridas del tiempo, negándose al abandono de la muerte igual que él. Tal vez las prendas necesitan parches como un vampiro la sangre, y así ambos logran sobrevivir.


«Su corazón late fuerte y hasta los remiendos de su pollera me hacen pensar en la sangre, pero no debo.»

Distraido como estaba en sus pensamientos, fue grande su sorpresa cuando, con una vieja pistola Flintlock entre sus manos, la extraña joven lo amenazó de muerte.

- Realmente no pretendo hacerte daño -dijo nuevamente sin moverse del lugar, con el tono más dulce de voz del que fue capaz- tan sólo necesito un lugar donde aguardar a que pase la tormenta, igual que tú.

Casi por reflejo, tal vez por demostrar un cierto estado de sumisión, o acaso por genuina tristeza, Demian bajó la vista y la dejó clavada en los zapatos marrones de la joven. Sus ojos recorrieron las hebillas redondas de metal, pensando en qué sería lo próximo que debería decir. Recordó los restos de madera que había en el suelo, que ahora volaban por toda la cabaña. Tal vez ella había dicho algo, pero optó por resolver primero lo más urgente.

- No dejes de apuntarme si quieres, pero permite que vuelva a cubrir la ventana o pronto hará demasiado frío aquí dentro.

Con movimientos lentos, forzadamente humanos, el vampiro volvió a tapar la ventana, esta vez con su propio abrigo. Pensó que mejor sería hacerlo clavando tablas de madera, pero debía hacerlo con sus manos y aquello de seguro alarmaría aún más a la joven. Al finalizar, volvió a encender el fuego frotando dos pequeñas rocas que él mismo había dejado a un costado de la chimenea la primer y única vez que la había utilizado.

- Me quedaré sentado aquí -dijo Demian mientras se apoyaba contra la pared bajo el ventanal que había tapado hace unos momentos- tú acércate al fuego que lo necesitas más que yo, tus zapatos aún están húmedos. Tal vez deberías quitártelos. -Añadió al cabo de un momento.

Sus ojos esta vez miraron el pañuelo rojo que la joven llevaba sobre la cabeza, e inmediatamente se desviaron hacia las cruces que colgaban de su cuello. Parecían ser de plata, pero bien podrían ser alguna suerte de imitación. De todos modos, le resultó interesante el contraste que aquello representaba para él. La combinación de lo tentador y lo sagrado, el color de la sangre y la pureza del frío metal, lo carnal y lo divino. Pensando en esto, cerró los ojos.

¿Acaso ella había vuelto a hablar? Como fuera, sabía que iba a ser difícil. El corazón de la joven latía con fuerza, y el aroma de su cabello húmedo comenzaba a resultarle atractivo. Pronto se quedaría sin prendas para distraerse, ¿cómo iba a hacer para mirar las facciones de su rostro sin sentirse atraído? Aquel corazón cantaba para él como una sirena del profundo mar.


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Mensaje por Talaitha Doubek Dom Ago 28, 2016 7:31 pm


«Aguardar a que pase la tormenta». ¿Es que no sabía que sería eterna? Que Talaitha la llevaría dentro suyo desde hoy y para siempre, no como un recuerdo sino como una marca, una cicatriz extrañamente similar a otra noche, a otra luna, a otra tormenta.

Extrañada, lo siguió con la mirada mientras se alejaba. Sus pasos no eran pasos, eran una danza inevitablemente oscura. «Cada centímetro en ellos es un arma». El predador se quitó la chaqueta y la colgó sobre la ventana, y Litha se preguntó si los muertos sentían frío, o si también eso les habían quitado. La cabaña se oscureció aún más, y la joven contuvo la respiración. Podía oír los latidos acelerados de su propio corazón, y dedujo en consecuencia que también él los oía. ¿Le había dicho que podía apuntarle? Cada vez que hablaba, Talaitha sentía que se desvanecía un poco, como si repentinamente no pudiera mantenerse despierta, o parada, o apuntándolo. El arma pesaba, él seguía de espaldas. Una mezcla de adrenalina y terror le daban fuerzas a la gitana para no derrumbarse, pero en cierto modo también la paralizaban, le impedían decir palabra... o disparar.

Él se movió hacia la chimenea y, aunque danzaba con lentitud —como quien se mueve junto a un durmiente, intentando no despertarlo y sin despegar el ojo de aquel—, la joven se sobresaltó y retrocedió hacia la puerta. Y no fue por su movimiento que tanto se alarmó, sino por la naturalidad con la que se acercó a las piedras que estaban junto a la chimenea. ¿Es que las había visto al entrar en la cabaña? Imposible, uno de los sillones le taparía la vista incluso a tal criatura. No, solo una cosa explicaba por qué —casi sin mirar— el vampiro avanzó directamente hacia las rocas y con tanta familiaridad las utilizó para encender una nueva chispa. Deseaba estar equivocada, pero tenía un mal presentimiento.

Era su casa.

Se arrepintió en aquel momento recién de todas las decisiones que la habían llevado hasta allí. Había entrado en la mismísima cueva del enemigo, que no se diferenciaba mucho de caminar directo hacia la Muerte y mirarla a los ojos. ¿Por qué había entrado allí en un principio? ¿A qué clase de alma desesperada podía ocurrírsele seguir un rastro tan peligroso? Solo a ella, una viuda demasiado joven para tomar el camino correcto y mantenerse a salvo. Qué incoherente, pensó. Litha, cuyas decisiones habían siempre girado en torno a la supervivencia de ella misma (y, en segunda instancia, de su pueblo), se encontraba en el corazón del bosque, en una cabaña habitada por una criatura de la noche, intentando sobrevivir una tormenta de nieve con una capa emparchada y una estaca confeccionada desesperadamente con restos de mueblería antigua.

Su mano derecha seguía sosteniendo el arma, y su opuesta se encontraba sobre la perilla de la puerta, lista para girar y huir. La estaca estaba en el suelo, junto su diario y su bolsa; pero nada realmente importante quedaría atrás si ella se disponía a correr. La idea del escape se desinfló en el instante en que Litha sintió la ráfaga helada que luchaba por colarse entre las imperfecciones de la puerta. Salir significaría su muerte, aunque quedarse tampoco le brindaría un futuro. Tal vez perecer de frío, en manos de la naturaleza furiosa, sería como una muerte sagrada... de la tierra viene, y a la tierra va. Despedir su último aliento, en cambio, en manos de aquel ser demoníaco, sería el peor destino jamás imaginado.

Tal vez es que la curiosidad humana es más grande, o quizás es la historia de Talaitha lo que la llevó a alejarse de la puerta. Aguardar a que pase la tormenta. Sí, podría hacer eso.

Aquella criatura vagamente humana acabó por encender el fuego, y el calor llenó las mejillas de la joven, reviviéndola un poco entre tanto miedo. Su mente estaba dividida: Los alaridos de la razón le pedían que se alejara, que hiciera todo por salir de allí, que disparara y corriera hasta estar a salvo o morir de frío. La razón tenía la voz de su madre: «Si alguna vez fueron como nosotros, rastros de ello no quedan»; pero los gritos eran ahogados por otras voces, las de su experiencia, que le recordaban que su esposo había sido una criatura despreciada por pueblos enteros, que aún siendo un demonio había encontrado en él algo de humanidad. Y, aunque la joven no lo reconoció en aquel momento, una parte de ella quiso salvar al vampiro como había intentado salvar a Isaac.

No contestó a los comentarios del desconocido, pero se acercó con cautela al fuego. Aún sostenía el arma con toda su fuerza, pero lenta e inconscientemente la bajaba hasta su costado; todos los músculos en su rostro estaban tensos, y seguía temblando horriblemente, pero ya no se sentía paralizada. Nunca supo si aquella leve disminución de su terror se debió a las habilidades oscuras del vampiro, o a la ciega confianza en que sus sueños premonitorios la salvarían del peligro, en que el destino le deparaba algo más que un final prematuro. No se quitó los zapatos, ni se sentó junto al fuego, aunque sí dejó que el calor de las llamas calentara sus piernas y secara su pollera. Escrutó al demonio mientras este se sentaba bajo la ventana. La luz del fuego apenas lo iluminaba, pero aún así pudo notar cada una de sus facciones de piedra; y pensó que, en su humanidad, habría sido un bonito joven. Luego solo se rió del morbo de sus propios pensamientos, que la llevaban a ver un humano donde ya no había uno... ¿o lo había?

¿Quién eres?¿Y por qué aún no has acabado conmigo?No confiaré en ti, eres un monstruo.

Deseó poder ocultar su temor, y en vano lo intentó. Temía la respuesta, el temperamento de la criatura. Cada palabra de la joven podía ser la última; aunque, por alguna razón, el vampiro no parecía estar con ánimos de atacar. O más bien, parecía estar resistiéndose... ¿Pero, cómo creer sus intenciones? Tal vez todo esto era su juego... Pues, si lo era, Talaitha había entrado en él como un inocente ratón cae en la trampa por un pedazo de queso. Solo que el queso de la joven era, en este y en tantos otros momentos, su resurgida necesidad de salvar a aquellos caídos en tinieblas (cualidad en constante guerra con su instinto de supervivencia). Eso, y sus sueños.

Te he visto antes —soltó, y la firmeza de sus propias palabras la sorprendió— en una visióny en la visión, yo vivo y tu mueres.


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Mensaje por Demian Reyne Dom Sep 04, 2016 7:45 pm


Al escuchar las palabras de la joven, una modesta sonrisa se dibujó en los labios de Demian: desde luego, le gustaría que su acompañante confiara en él, pero era refrescante estar frente a alguien que sabía de lo que era capaz.

Sentado bajo la ventana, en una esquina apenas iluminada por el fuego, pensaba en aquellos encuentros breves que había tenido últimamente con la gente del pueblo cercano. Todos lo veían como un igual, en parte porque él mismo necesitaba de eso para sobrevivir. Pero secretamente, había momentos en los que deseaba ser descubierto. Descubierto y comprendido, tal vez hasta bienvenido. Eso, o la muerte. Porque peor que la sed, era sentirse tan solo y perdido a veces.
 

-Lo soy...- comenzó a decir, sin saber muy bien que palabras iban a librarse de aquel laberinto que eran sus pensamientos -...pero eso no quiere decir que me guste serlo. Tenía una familia que me llamaba Demian, así que supongo que ese es mi nombre. No elegí ser esto que soy mucho más de lo que tú elegiste ser humana.

Bien, aquello había sido honesto. Sin embargo, no estaba seguro de que ella pudiera comprenderlo. El miedo en el rostro de la joven era evidente, y en uno de los reflejos más humanos que tenía, el vampiro bajó la vista hacia el suelo. Era la primera vez que hablaba de su propia familia en mucho tiempo. ¿Qué habría sido de ellos?

Por un instante su mente se pobló de recuerdos, de olor a pan recién horneado y sol de mediodía. ¡Qué lejos estaba del sonido de sus risas, del calor de sus abrazos! Su mundo era todo frío, noche y animales muertos. El único calor era el de la sangre ajena entrando en su cuerpo, la única cercanía eran sus inocentes víctimas. Aquella gitana tenía razón, él era un monstruo.

El calor del fuego comenzaba a secar las prendas de la joven, y el aroma se volvía entonces más intenso, tentador. Su piel, su largo cabello, ejercían una creciente atracción sobre el peor de sus impulsos. Le parecía extraño que lo mejor y lo peor de sí buscaran lo mismo: la cercanía de un otro. Pero mientras su humanidad anhelaba una prolongada compañía, el vampiro sólo quería saciarse.

Luchando por mantener la vista fija en el suelo, comenzaba a pensar entonces que lo mejor era que las cosas siguieran como estaban, que ella no confiara en él. A fin de cuentas, apenas si podía contener su impulso predador. Pero entonces la escuchó hablar nuevamente, y sus palabras se impusieron sobre el foco de su atención.

¿Lo había visto antes realmente? Tan sólo en una visión, pero ¿qué significaba aquello? ¿Habría podido ver a su creador? ¿Tal vez su futuro? Las preguntas emergían en su mente como murciélagos de una cueva.


-Sabré si mientes- dijo sin pensar, mostrando innecesaria cautela. Inmediatamente arrepentido, aclaró -...aunque no lo necesitas. Escucharé tus palabras, pero dime primero cuál es tu nombre- Casi sin darse cuenta, su mirada buscó los ojos de ella. Tal vez por curiosidad, o acaso por cortesía. Y mientras escuchaba la respuesta, una pregunta nació en su mente y no tardó en abrirse paso hacia sus labios -¿Por qué tan alejada del pueblo una noche de tormenta?

Y al terminar la pregunta, una sospecha nubló entonces sus pensamientos: ¿estaba siendo puesto a prueba? A fin de cuentas, la joven sabía lo qué él era, y aún así no había disparado el arma. ¿Qué podría ella querer de él?


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