AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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God Put a Smile upon Your Face → Privado
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God Put a Smile upon Your Face → Privado
“Everyone must come out of his Exile in his own way.”
― Martin Buber
― Martin Buber
Si era justo consigo mismo, una de las mejores partes de estar en París era la compañía de Anne Marie. Todo lo que significaba la capital francesa le desagradaba: el destierro de la casa real del principado, el exilio, la muerte de su padre. Pero conforme pasaron los años, los Grimaldi conservaron su esplendor y lograron abrirse hueco en la sociedad parisina y con ello, trabaron relaciones con otras familias de abolengo, entre ellas los Fayolle. Aunque, a decir verdad, fue más una tarea cometida por Maximilien en solitario. Sébastien nunca había demostrado habilidad diplomática alguna. El más joven sabía que su hermano, heredero al trono que luchaban por recuperar, iba a necesitar alguien con el temple adecuado y cuya mano no temblara, ese sería él, aunque ello le significara sacrificar otras cosas, como su propia felicidad.
Por supuesto que disfrutaba de las largas charlas con Anne Marie, de las risas, de la compañía, pero si era sincero, de lo que más gozaba era de las noches que compartían. Ambos, niños mimados de familias de renombre, habían encontrado uno en el otro un respiro a la monotonía. Claro que la apreciaba, incluso podía decirse que la quería, pero su relación era sólo terapéutica, no existía amor en la ecuación. Y dadas las promesas en silencio que había hecho, esto era lo que resultaba más conveniente.
Pensó en aquello al tiempo que se giró en la cama para quedar de costado. Frente al rostro de Anne Marie que dormía a su lado. Sonrió y le quitó un mechón de cabello castaño del rostro. Era una lástima que no pudiera amarla, porque lo merecía. Pero siguiendo esa lógica, merecía a alguien mejor que él, alguien cuya vida no estuviera consagrada a resarcir su deuda con su familia adoptiva. Alguien que le dedicara cien por ciento de su tiempo.
Se puso de pie al escuchar cómo llamaban educadamente a la puerta. El hotel se había convertido en el sitio para sus escapadas. No sería bien visto que alguien como ella saliera de la casa Aramburuzabala que les servía de refugio en la ciudad. Allí, en ese lugar, aunque los reconocieran, ¿quién iba a decirles algo? Se envolvió en bata y fue a atender. Desde la noche anterior había pedido que les llevaran el desayuno a esa hora y siempre le había gustado la puntualidad del servicio. Maximilen era un hombre que apreciaba las cosas bien hechas.
Recibió el carrito con la comida y aunque el bedel quiso entrar para acomodar él mismo los alimentos en la mesa del balcón, Maximilien no se lo permitió. Agradeció y cerró la puerta. Al girarse vio que Anne Marie se removía entre las sábanas. Avanzó para ir a disponer la mesa.
—Buenos días. El desayuno está aquí. Es tarde Marie —el nombre con el que él había decidido hace tiempo dirigirse a ella. Le dijo eso porque ambos tenían diligencias que atender, nunca se detenían porque pasaran la noche juntos. Lo suyo no era un noviazgo, ni un romance a escondidas. Eran amantes, sólo eso.
Abrió las charolas para ver lo que les habían llevado. Tostadas y té. Fruta, zumo de toronja y galletas de mantequilla. Se veía bien. Esa era otra cosa que le gustaba de Francia, la comida. Porque cuando se está inevitablemente preso en una nación ajena, se tiene que encontrar el lado positivo para no volverse loco.
Maximilien Grimaldi- Humano Clase Alta
- Mensajes : 43
Fecha de inscripción : 31/01/2016
Localización : París
Re: God Put a Smile upon Your Face → Privado
“A man should be more original
than a bouquet of roses and a box of chocolates.
Flowers die and sugar sticks to your hips
like a permanent record to a criminal.”
― Dannika Dark, Seven Years
than a bouquet of roses and a box of chocolates.
Flowers die and sugar sticks to your hips
like a permanent record to a criminal.”
― Dannika Dark, Seven Years
Uno de los mayores placeres en la vida -o en una de las vidas- de Anne Marie, lo encontraba en la cama, pero como en todo, la hechicera era en extremo quisquillosa, perfeccionista, nada fácil; si con los hombres que conocían a Lyric era exigente, con los que conocían el lado sensual de Anne Marie debía de ser porque tenían algo especial.
Llegaba un punto en el que ella confundía las tres vidas que llevaba y ya no sabía quien se había levantado esa mañana, y eran muy pocos los que la regresaban a una realidad en donde realmente no importaba que nombre tuviera, era simplemente ella, uno de ellos era Maximilien.
Hijo de familia acomodada, educado y nada soso, pero sobretodo, impulsivo para con ella. Desde que se conocieron, la química entre ellos fue algo notorio que pronto fue superado por la atracción que los hizo sucumbir y compartir una de las mas gratas experiencias. ¿Amor? no, lo apreciaba si, atesoraba las horas de charla, la sinceridad, las risas y el placer que le otorgaba, pero amarlo significaría complicar las cosas, y eso ni siquiera tuvieron que discutirlo, ambos se complementaban en el momento, lugar y con el motivo justo.
Su respiración era pausada, apenas si escuchaba los murmullos de la ciudad que despertaba, o quizás ya llevaba horas con el ajetreo típico, se concentró en silenciar sus oídos, pero pronto comenzó a percibir de mas los movimientos a su lado, cierto, él estaba allí. Respiró profundo y frotó los pies entre las sábanas, su cuerpo desnudo le recordó lo vivido y aquello le hizo sonreír aun con los ojos cerrados. Para cuando Maximilien se puso de pie y atendió la puerta, ella ya había abierto los ojos, quedándose sobre su costado izquierdo -de espaldas a la puerta- mirando fijo el cerrojo de la cómoda al lado de la cama.
―Es increíble lo temprano que madrugas - en realidad no lo era, era el punto clave en la mañana que hacía que todo el día rindiera. Se estiró sobre la cama y se giró para encontrarlo de pie, inspeccionando la charola ―¿Algo interesante? - se quedó recostada aún, con el cabello desperdigado sobre la almohada y la sábana apenas cubriéndola; se incorporó hasta quedar sentada sobre la cama sin mostrar pudor al sentir la tela abandonar su cuerpo y dejarlo al descubierto.
Se puso de pie y se acercó para observar lo que les habían llevado, tomó una de las galletas y le dio una mordida mientras buscaba el camisón que el día anterior había llevado ―¿Tienes agenda apretada hoy? - las preguntas nunca eran con afán de presionar, eso era algo que entre ellos jamás había existido, nunca tocaron el punto en la relación donde necesitas saber el itinerario del contrario, por el simple hecho de que lo suyo no era una relación, era mejor que eso, amistad con derechos y sin ataduras, nada mas sincero que eso.
Llegaba un punto en el que ella confundía las tres vidas que llevaba y ya no sabía quien se había levantado esa mañana, y eran muy pocos los que la regresaban a una realidad en donde realmente no importaba que nombre tuviera, era simplemente ella, uno de ellos era Maximilien.
Hijo de familia acomodada, educado y nada soso, pero sobretodo, impulsivo para con ella. Desde que se conocieron, la química entre ellos fue algo notorio que pronto fue superado por la atracción que los hizo sucumbir y compartir una de las mas gratas experiencias. ¿Amor? no, lo apreciaba si, atesoraba las horas de charla, la sinceridad, las risas y el placer que le otorgaba, pero amarlo significaría complicar las cosas, y eso ni siquiera tuvieron que discutirlo, ambos se complementaban en el momento, lugar y con el motivo justo.
Su respiración era pausada, apenas si escuchaba los murmullos de la ciudad que despertaba, o quizás ya llevaba horas con el ajetreo típico, se concentró en silenciar sus oídos, pero pronto comenzó a percibir de mas los movimientos a su lado, cierto, él estaba allí. Respiró profundo y frotó los pies entre las sábanas, su cuerpo desnudo le recordó lo vivido y aquello le hizo sonreír aun con los ojos cerrados. Para cuando Maximilien se puso de pie y atendió la puerta, ella ya había abierto los ojos, quedándose sobre su costado izquierdo -de espaldas a la puerta- mirando fijo el cerrojo de la cómoda al lado de la cama.
―Es increíble lo temprano que madrugas - en realidad no lo era, era el punto clave en la mañana que hacía que todo el día rindiera. Se estiró sobre la cama y se giró para encontrarlo de pie, inspeccionando la charola ―¿Algo interesante? - se quedó recostada aún, con el cabello desperdigado sobre la almohada y la sábana apenas cubriéndola; se incorporó hasta quedar sentada sobre la cama sin mostrar pudor al sentir la tela abandonar su cuerpo y dejarlo al descubierto.
Se puso de pie y se acercó para observar lo que les habían llevado, tomó una de las galletas y le dio una mordida mientras buscaba el camisón que el día anterior había llevado ―¿Tienes agenda apretada hoy? - las preguntas nunca eran con afán de presionar, eso era algo que entre ellos jamás había existido, nunca tocaron el punto en la relación donde necesitas saber el itinerario del contrario, por el simple hecho de que lo suyo no era una relación, era mejor que eso, amistad con derechos y sin ataduras, nada mas sincero que eso.
Maeve Fayolle- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 23
Fecha de inscripción : 10/01/2016
Re: God Put a Smile upon Your Face → Privado
“Perhaps we were friends first and lovers second.
But then perhaps this is what lovers are.”
― André Aciman
But then perhaps this is what lovers are.”
― André Aciman
Todavía se encontraba inspeccionando la comida cuando la adormilada voz de Marie inundó la habitación con su dulce, dulce melodía. Alzó el rostro y le sonrió para luego reír un poco, apenas perceptible, dejando de lado el plato que sostenía en las manos.
—Pareciera que no me conoces —respondió. Aunque mantuvieran esa relación cordial y sexual, no quería decir que uno fuera un desconocido para el otro. Habían iniciado como amigos, en todo caso y continuaban siéndolo. ¿No eran, después todo, para eso los amigos? Para consolarse y hacerse compañía en la soledad. Y eso hacían a su modo. Uno que les funcionaba a ambos y los dos eran lo suficientemente inteligentes como para no mezclar las cosas.
Por un momento se quedó observando la desnudez de su compañera. No de un modo lascivo. Ella sabía bien de la atracción que sentía, sino no la hubiera elegido como amante. No, la observó como quien mira una hermosa obra de arte. Con admiración. Era una mujer hermosa y el día que ella llegara y le dijera que eso que ellos mantenían no iba a poder continuar porque había encontrado un hombre, él iba ser el más feliz. Lo merecía, merecía ser amada. Pero Anne Marie, como él, parecía bastante esquiva respecto a esos asuntos. Sabía bien sus propias razones (recuperar un reino no es cualquier cosa) sin embargo se preguntó respecto a las ajenas. No eran desconocidos, no obstante existían aún muchos misterios por desenterrar.
Tomó asiento a su lado, y con movimientos medidos y galantes, quitó la galleta que quedaba de la mano de Marie, para luego llevársela a la boca. Malditos franceses, tuvo que admitir; tenían una bollería como pocas en el mundo. Saboreó aquel confite y negó con la cabeza.
—Lo usual —dijo—. Tengo un encuentro con un noble menor que está de visita en la ciudad. No es importante, pero su interés en apoyar mi causa sí que lo es. Sin embargo… —estiró la mano y del buró junto a la cama tomó un reloj de faltriquera, de oro y granate, y lo abrió—, la cita no es hasta dentro de un par de horas —cerró el reloj, lo dejó en el mismo sitio y la miró.
Se sentía bien no estar presionado por el tiempo. A pesar de que su familia estuviera exiliada, las tareas como miembro de los Grimaldi nunca acababan. A pesar de todo, los franceses les habían concedido muchas libertades.
—¿Qué hay de ti? ¿Tienes algún lugar a dónde ir? —Se puso de pie de nuevo, regó las preguntas en su camino hasta la mesa, donde estaba el desayuno—. Pero ven, que el té se va a enfriar —invitó, tomó asiento y sirvió un poco de fruta en dos platos, hizo lo mismo con el té que vertió en dos tazas y la observó desde su lugar.
Qué encantadora era y qué venturosa resultaba su compañía.
Maximilien Grimaldi- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 31/01/2016
Localización : París
Re: God Put a Smile upon Your Face → Privado
“I met a boy whose eyes showed me
that the past, present and future were all the same thing.”
― Jennifer Elisabeth
that the past, present and future were all the same thing.”
― Jennifer Elisabeth
Anne le tenía confianza al hombre en la habitación, quizá no la suficiente como para revelarle todo lo inherente a su vida, pero si la necesaria para decir las cosas como eran y como para mantener todo en su lugar, amistad y formalidades, sexo y libertades.
Se quedó con los labios entreabiertos y la mano vacía en el aire mientras su mirada seguía al ladrón que quitó el desayuno de su boca, sonrió divertida; tomó el camisón cuando lo encontró debajo de la silla de brazos elegantes a los pies de la cama y se lo colocó ―A veces no quisiera conocerte tan bien - arrugó la nariz como si fuera una niña pequeña haciendo un berrinche, se acomodó el cabello y rió con suavidad ―Lo usual para ti es una vida sin descanso Maximilien - cruzó los brazos sobre el pecho mientras soltaba el aire en sus pulmones a manera de suspiro como queriendo hacerle notar que sentía lastima por ello, aunque en realidad, solo lo hacía para molestarle.
―¿Yo? ¿me crees indigente a caso como para no tener a donde ir? - alzó una ceja solo para después reír nuevamente ―No, hoy no tengo nada importante que hacer, solo ir a soportar las quejas de Vincent sobre Gustave - suspiró decaída, amaba a sus hermanos, pero aveces se lo hacían casi imposible de lleva a cabo.
Caminó en dirección al desayunador tomando el pequeño pedazo de bizcocho que quedaba entre los dedos de Maximilien ―¿Antes de que se enfríe... o antes de que te acabes todo? - así eran sus encuentros, casuales, sinceros, libres, daba lo mismo el tema que hablaran, desde los negocios del otro hasta lo mas banal e inverosímil, siempre con el tono serio o divertido que cada ocasión requiriera.
Tomó asiento en la silla a su lado y estiró la mano para tomar un vaso de jugo ―Ahora que recuerdo... - tomó el tenedor y trinchó la fruta en su plato ―Vincent me pidió que cuando te viera te dijera que ya esta listo lo que le pediste - así como no le gustaba que se metieran en lo que ella hacía, tampoco ella lo hacía con temas y relaciones ajenas, por mas que fueran sus hermanos, por mas que él fuera su amante, quizá por eso seguía siendo una constante en la vida del artista.
Se llevó el bocado a los labios y lo degusto, justo entonces cayo en cuenta de que en realidad, si tenía hambre.
Se quedó con los labios entreabiertos y la mano vacía en el aire mientras su mirada seguía al ladrón que quitó el desayuno de su boca, sonrió divertida; tomó el camisón cuando lo encontró debajo de la silla de brazos elegantes a los pies de la cama y se lo colocó ―A veces no quisiera conocerte tan bien - arrugó la nariz como si fuera una niña pequeña haciendo un berrinche, se acomodó el cabello y rió con suavidad ―Lo usual para ti es una vida sin descanso Maximilien - cruzó los brazos sobre el pecho mientras soltaba el aire en sus pulmones a manera de suspiro como queriendo hacerle notar que sentía lastima por ello, aunque en realidad, solo lo hacía para molestarle.
―¿Yo? ¿me crees indigente a caso como para no tener a donde ir? - alzó una ceja solo para después reír nuevamente ―No, hoy no tengo nada importante que hacer, solo ir a soportar las quejas de Vincent sobre Gustave - suspiró decaída, amaba a sus hermanos, pero aveces se lo hacían casi imposible de lleva a cabo.
Caminó en dirección al desayunador tomando el pequeño pedazo de bizcocho que quedaba entre los dedos de Maximilien ―¿Antes de que se enfríe... o antes de que te acabes todo? - así eran sus encuentros, casuales, sinceros, libres, daba lo mismo el tema que hablaran, desde los negocios del otro hasta lo mas banal e inverosímil, siempre con el tono serio o divertido que cada ocasión requiriera.
Tomó asiento en la silla a su lado y estiró la mano para tomar un vaso de jugo ―Ahora que recuerdo... - tomó el tenedor y trinchó la fruta en su plato ―Vincent me pidió que cuando te viera te dijera que ya esta listo lo que le pediste - así como no le gustaba que se metieran en lo que ella hacía, tampoco ella lo hacía con temas y relaciones ajenas, por mas que fueran sus hermanos, por mas que él fuera su amante, quizá por eso seguía siendo una constante en la vida del artista.
Se llevó el bocado a los labios y lo degusto, justo entonces cayo en cuenta de que en realidad, si tenía hambre.
Maeve Fayolle- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 23
Fecha de inscripción : 10/01/2016
Re: God Put a Smile upon Your Face → Privado
“To get what you want, you have to know exactly how much you are willing to give up.”
― C.S. Pacat, Prince’s Gambit
― C.S. Pacat, Prince’s Gambit
Rio de buena gana y luego simplemente negó con la cabeza. Cuánta razón tenía ella, nunca lo había pensado así, pero era de ese modo; no existía el descanso para él. Era terrible, si lo ponía en perfectiva, pero también, su incansable búsqueda le daba un buen motivo para hacer las cosas. El trono de Mónaco, si algún día regresaba a manos de su familia, no era para él, era para su hermano; ¿qué le quedaba entonces? No lo ansiaba tampoco, le debía demasiado a su familia putativa como para envidiarles lo que por derecho era suyo.
Le lanzó una mirada de falso reproche. Al menos, aunque su vida fuera una constante búsqueda y batalla, podía permitirse esos momentos al lado de alguien como ella. Era la relación perfecta, si lo analizaba. Saciaba sus apetitos, pero no se involucraba más de lo necesario.
—No me culpes, me dejas agotado y necesito recuperar fuerzas —dijo con distracción, aunque le lanzó una mirada cómplice. Coqueteaba, porque allá afuera eran sólo amigos, no amantes; sólo en la intimidad de un lugar como aquel, podía permitirse algo así.
—Ah, claro. Dile que muchas gracias —continuó, sin ser muy preciso aunque evidentemente se refería al encargo que le había hecho a Vincent—, y que pronto pasaré por él —continuó desayunando y se sumió en un silencio profundo. Entre ambos aquello no era incómodo, sin embargo, éste se prologó más de la cuenta y Maximilien pudo notarlo.
—Ejem… —carraspeó, alzando el rostro para verla—. ¿Puedo preguntarte algo? —Comenzó. Parecía que andaba de puntitas por alguna razón. No era común en él, que se sabía dueño de todo aquello donde posara sus ojos. Y es que estaba a punto de romper una de las reglas bajo las que se regían: iba a entrar al terreno de lo personal.
Para ganar tiempo, se limpió con la servilleta de tela que descansaba en su regazo.
—¿Crees que pierdo mi tiempo? —No le gustaban los rodeos, y ahí estaba, siendo directo—. Es decir, el título de mi familia nos fue arrebatado y aunque no descanso para regresárselo a mi hermano, a veces siento que no avanzo —aunque su rostro se mantuvo indemne, se notó un dejo de desesperación en su voz. Necesitaba una opinión ajena y sincera.
Él no era de los que se rendían, claro que no, por eso le preocupaba la situación. No solía confiar en nadie, estaba en territorio enemigo, después de todo, pero Anne Marie era tan extraña al conflicto, que podría darle una buena visión. Rio luego como si se tratara de un mal chiste.
—Trato de ser fuerte, porque mi hermano no lo es —fue sincero. Bajo otras circunstancias no declararía tan francamente que el legítimo príncipe de Mónaco era débil—, pero vamos, tú lo has dicho, no descanso, y a veces me canso de más. No quiero que sea en vano —no la miró. Para alguien como Maximilien, aceptar algo así era complicado.
Maximilien Grimaldi- Humano Clase Alta
- Mensajes : 43
Fecha de inscripción : 31/01/2016
Localización : París
Re: God Put a Smile upon Your Face → Privado
“Some old wounds never truly heal,
and bleed again at the slightest word.”
― George R.R. Martin, A Game of Thrones
and bleed again at the slightest word.”
― George R.R. Martin, A Game of Thrones
Sonrió traviesa ante aquel comentario, con el bocado a medio camino de su boca atinó a mover la cabeza de un lado a otro afirmando aquello ―Mis disculpas monsieur, intentaré no ser tan enérgica la próxima vez - esos momentos de complicidad y erotismo, de sensualidad y seducción, debía confesar le agradaban demasiado. Sin duda alguna, el post sexo era el segundo mejor placer de la vida, el post sexo con lo mas cercano a tu mejor amigo... lo era mil veces mas.
Alzó ambos hombros ante la respuesta del recado ¿que era lo que se traían esos dos? eso ni le importaba y realmente, no tenía interés en saberlo. Hacía años que aprendió a que, aunque fueran sus hermanos, aunque Maximilien fuera el mas cercano a ella, cada quien, los cuatro, necesitaban tener sus secretos, entre ellos y de ellos, así que mejor se dedicó a seguir comiendo tomando ahora el tercero pronta a depositarlo en su boca.
Quizás era la confianza y la familiaridad del momento, quizás era el hambre o el cansancio, Maeve nunca forzaba las palabras porque a pesar de los silencios, estas nunca se acababan, seguían en actos, en miradas, en gestos. Alzó la vista cuando Max llamó su atención carraspeando, con la expresión de quien acaba de ser pillada en alguna travesura, llevaba ya como seis bocadillos.
Se pasó el bocado que aún tenía en la boca y frunció el ceño ―A ver a ver ¿estamos hablando de la misma persona? ¿me esta hablando el mismo Maximilien Aloysius Grimaldi d'Aumont? - el tono sarcástico en su comentario cambió cuando se dio cuenta de la verdadera preocupación en el rostro de su compañero. Se sacudió las manos y acomodó la silla para quedar justo frente a él, sus rodillas chocaron y Maeve colocó las manos sobre los muslos de Max ―Si, es difícil, cansado, muchas veces tedioso y sin sentido... - casi no hablaban del tema a pesar de que la castaña conocía toda la historia del hombre frente a ella y aquellas palabras distaban mucho de ser un apoyo para la situación ―Pero Roma no se construyó en día - levantó ambas manos y tomó entre ellas el rostro del heredero.
―Solo será en vano si decides rendirte, porque entonces te quedarás con la duda del y que hubiera sido si se lo mucho que te ha costado, pero se que también has logrado mucho, el reconocimiento del apellido Grimaldi como algo mas que los desplazados, eso lo hiciste tu, no Sébastien - si, ahi quedaba claro quien era el consentido de la mujer y a quien le otorgaba mas mérito ―Y si te vencen, no será una completa derrota, porque entonces tu nombre será recordado - sabía que él necesitaba escuchar un "no es en vano, lo lograras, los vencerás" pero la vida da muchas vueltas y ella no quería dar falsas promesas, pero si de algo estaba segura, era que él cambiaría muchas cosas.
―Das demasiados problemas como para que no volteen a verte, y cuando lo hagan, ese será tu momento - presionó con ambas manos y con ligereza las mejillas del varón.
Alzó ambos hombros ante la respuesta del recado ¿que era lo que se traían esos dos? eso ni le importaba y realmente, no tenía interés en saberlo. Hacía años que aprendió a que, aunque fueran sus hermanos, aunque Maximilien fuera el mas cercano a ella, cada quien, los cuatro, necesitaban tener sus secretos, entre ellos y de ellos, así que mejor se dedicó a seguir comiendo tomando ahora el tercero pronta a depositarlo en su boca.
Quizás era la confianza y la familiaridad del momento, quizás era el hambre o el cansancio, Maeve nunca forzaba las palabras porque a pesar de los silencios, estas nunca se acababan, seguían en actos, en miradas, en gestos. Alzó la vista cuando Max llamó su atención carraspeando, con la expresión de quien acaba de ser pillada en alguna travesura, llevaba ya como seis bocadillos.
Se pasó el bocado que aún tenía en la boca y frunció el ceño ―A ver a ver ¿estamos hablando de la misma persona? ¿me esta hablando el mismo Maximilien Aloysius Grimaldi d'Aumont? - el tono sarcástico en su comentario cambió cuando se dio cuenta de la verdadera preocupación en el rostro de su compañero. Se sacudió las manos y acomodó la silla para quedar justo frente a él, sus rodillas chocaron y Maeve colocó las manos sobre los muslos de Max ―Si, es difícil, cansado, muchas veces tedioso y sin sentido... - casi no hablaban del tema a pesar de que la castaña conocía toda la historia del hombre frente a ella y aquellas palabras distaban mucho de ser un apoyo para la situación ―Pero Roma no se construyó en día - levantó ambas manos y tomó entre ellas el rostro del heredero.
―Solo será en vano si decides rendirte, porque entonces te quedarás con la duda del y que hubiera sido si se lo mucho que te ha costado, pero se que también has logrado mucho, el reconocimiento del apellido Grimaldi como algo mas que los desplazados, eso lo hiciste tu, no Sébastien - si, ahi quedaba claro quien era el consentido de la mujer y a quien le otorgaba mas mérito ―Y si te vencen, no será una completa derrota, porque entonces tu nombre será recordado - sabía que él necesitaba escuchar un "no es en vano, lo lograras, los vencerás" pero la vida da muchas vueltas y ella no quería dar falsas promesas, pero si de algo estaba segura, era que él cambiaría muchas cosas.
―Das demasiados problemas como para que no volteen a verte, y cuando lo hagan, ese será tu momento - presionó con ambas manos y con ligereza las mejillas del varón.
Maeve Fayolle- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 23
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Re: God Put a Smile upon Your Face → Privado
“It is an absolute human certainty that no one can know his own beauty or perceive a sense of his own worth until it has been reflected back to him in the mirror of another loving, caring human being.”
― John Joseph Powell, The Secret of Staying in Love
― John Joseph Powell, The Secret of Staying in Love
Qué extraño fue escuchar su nombre completo de esa manera tan diáfana. Sin embargo, aunque fue una sensación extraña, sobre todo saliendo de esa boca que él hacía suya por las noches y que por las mañanas, sólo charlaba con ella como viejos amigos, también sintió que algo en su interior se acomodaba en su lugar. Como si de pronto el alma hubiera querido escapársele y con esas palabras, como un antiguo hechizo, la hubiera hecho regresar. Su nombre como recordatorio de quién era, y qué hacía ahí.
Miró directamente a Maeve, tan hermosa, tan sincera, tan única y tan cercana a él como nadie más. Más allá de una amante, era una amiga, y eso importaba más, trascendía más. Por un segundo se sintió culpable, quién era él para arrastrarla a su mundo de problemas, de coronas y tronos arrebatados, de exilios y añoranzas. Pero como siempre, no lo decepcionó. Pudo haber elegido a cualquiera, literalmente a cualquiera para que le calentara la cama, no obstante, había sido ella, pues no sólo necesitaba una mujer hermosa, sino también alguien brillante. Alguien que le significara un reto intelectual también, de otro modo se aburriría.
—Para decir cosas tan poco alentadoras, lo haces con mucha convicción —bromeó. En realidad esto era mucho mejor de lo que esperaba. Aunque si era sincero, no sabía lo que esperaba de ella, qué reacción tendría, la incertidumbre se convirtió en sorpresa. Soltó el aire por las fosas nasales, dejándose hacer por Maeve, su toque lo sosegó en ese momento tan turbulento. Lo necesitaba, esa calidez, esa reafirmación propia.
Maximilien no dudaba nunca. O casi nunca, esta era la prueba. Y es que, a pesar de todo, no dejaba de ser un hombre, con defectos y virtudes como todos los demás, aunque pareciera que no era así, que se trataba sólo del sabueso de los Grimaldi. Claro que, debido a su lance, se había hecho reacio a cualquier embate, y se mantenía indemne en apariencia. Desde que habían sido desterrados, esta era su primera muestra clara de debilidad, y le alegró que fuera frente a ella y no ante un enemigo, porque su familia tenía demasiados. Terminó con una risa.
—De eso no hay dudas, ¿no? —Que daba problemas, que era un dolor de cabeza. Le sonrió de lado, un gesto poco usual en él por su honestidad. Usualmente todo en Maximilen era medido, con cautela como un felino que está cazando. ¿Su premio? La corona de Mónaco.
—Gracias, y lo digo muy en serio, me has dado perspectiva —con suavidad tomó las manos de Maeve, pero no las soltó de inmediato, sólo hasta unos segundos más tarde, tras apretarlas un poco. Se puso de pie luego, regresaba a ser el que era siempre. Un ave rapaz, que lucha con otras de su misma especie por un objetivo muy claro.
—Es feo, yo lo sé, pero creo que debemos regresar a la realidad —anunció y se encaminó al baño del cuarto que les servía de refugio. Ahí se miró al espejo, con ánimos renovados. Con energía para conquistar mil reinos, si era necesario. Aunque claro, ninguno le interesaba, excepto uno, el de los Grimaldi de Mónaco.
Maximilien Grimaldi- Humano Clase Alta
- Mensajes : 43
Fecha de inscripción : 31/01/2016
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