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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Ian Lancaster Mar Feb 23, 2016 12:23 pm

'Las almas que están destinadas jamás son separadas''



Castillo de Escocia, 1790.

No podía dejar pasar el momento, había trabajado muy duro para llegar a donde él estaba. Encerrado en el castillo Escocés del Rey, podía estar en cualquier lugar ya que la radiación solar nunca llegaba a reflejarle para quemarle y achicharrarse para acabar con él. Podía enmendar las labores que el rey le imponía dentro del castillo, por la noche reunía las fuerzas para hacer las demás labores ya fuera de palacio, donde también podría hacer de las suyas. El Barón Escocés había fallecido en un asesinato, alguna otra bestia de un imperio enemigo tal vez, o un cazador por algún tipo de recompensa, el hecho era que había que nombrar a otro Barón, y no sonaba otro nombre más que el de Ian Lancaster para ese puesto. Había estado 8 largos años trabajando dúramente para el Rey, y él en ningún momento exigió ningún tipo de recompensa, y siempre satisfacía las labores de su majestad con creces. Ian se hacía el loco, como si no escuchara que iba a ser nombrado, le ilusionaba el echo se poseer un cargo, quería arruinar a la burguesía desde arriba, y ya estaba empezando a dar sus primeros pasos en la venganza que tenía entre manos. Él pensaba que toda la burguesía, la realeza no quería más que adueñarse más y más de lo que ya tenían, el país. Es por eso por lo que el vampiro de siempre había odiado a la Realeza desde un principio de su ser, desde que tuvo uso de razón allá por el 1100...

Todo se estaba preparando para el nombramiento, y como no, para después el festejo que siempre se podía montan en poco tiempo, eran adinerados y podrían hacer lo que se les ocurriese en cualquier momento, y era por eso por lo que Ian los repudiaba, ignoraban a las clases inferiores, haciéndoles víctimas de lo que podían estar pasando por ese momento. En la cúpula de ceremonías, se encontraba todo listo, tras la puerta, un largo pasillo con su moqueta roja digna de los cargos poderosos. A los lados, todo lleno de banquetas para que la gente pudiera sentarse, pero no como en una iglesia normal, si no como si fuera una media luna a cada lado, como si fuera un perfecto círculo que rodeaba toda aquella gran alfombra carmesí. Los mensajeros hacía días ya habían comenzado con el reparto de las invitaciones al evento, a todos los cargos, Reyes, por supuesto, Condes, Duques y Baronesa de Escocia incluídos, junto a todos los invitados de cercanía de algunos de ellos.

Ian se encontraba en su Mansión en aquel momento, no estaba dentro de palacio, días antes había recibido en efecto una carta, pero ésta no era una invitación al evento, era el nombramiento a futuro Barón de Escocia, ya formaría parte de aquella gran membresía de gobierno hecha para solventar los problemas de los ciudadanos, para cuidar y liberar a un país, o al menos es de lo que se trataba ser gobierno. Se acercó a su salón, y junto a su sofá color fuego comenzó a contemplar la chimenea que portaba en frente, dejandose llevar por las sensaciones que transmitían las llamas del fuego, un fuego que arrasaba todo lo que tocara, pero que era a la vez tan bello... No sabía como empezar con su mandato ya en el cargo, de lo que sí estaba seguro era de que intentaría luchar por el bien de aquel país, aunque no fuera el natal, de eso estaba seguro.

Aquellos días no se hicieron de esperar, Ian ya estaba eligiendo un traje* para la ceremonia, sabía perfectamente como debía ir, iría de un blanco impecable que no dejaría en evidencia a nadie. La ceremonia se celebraría sobre las 20:00 pm y los invitados comenzaron a llegar así, como a las 19:00 am, imaginando que querrían verse entre amigos que eran algunos de ellos. Otros llegaban a las 19:30 pm, aquellos que eran más impuntuales o que simplemente solo iban para quedar bien ante la ceremonia e irse sin más dilación de nuevo a sus que haceres. Ian no echaba cuenta que quien venía o quien no venía, él solo estaba dispuesto a conmemorar aquella ceremonia para alzarse con el cargo lo antes posible y acabar con ésto, obtener algo de poder, y hacer lo que se le diese en gana realmente sin que nadie le fuera a reprochar nada, nunca.

Ya estaba acercándose la hora, y aun la gente estaba reunida en el jardín de fuera, tomando algo de ponche y algún que otro refresco para no hacer la espera tan sufrida, Ian había tomado una copa de vino, y no volvería a coger otra copa hasta que no fuera el final. Estaba todo oscuro, y era focos los que alumbraban todo aquello, unos focos que alumbraban lo suficiente para diferenciar todo lo que se espectaba, tan así era, que de entre la gente reirse, moviéndose y algunos ya incluso bailando, una figura apareció en la trayectoria del vampiro, una hermosa dama de cabellos castaños y ojos del color de la miel, solo pudo darse cuenta de esos detalles en tan solo milésimas de segundo, porque ya otra persona había irrumpido en su paso. -¡Eh Ian! ¿Estás contento por tu nombramiento? ¿Qué harás ahora que ya no tendrás que hacer más recados eh?.- Preguntaba el típico que no paraba de hablar en todas las fiestas, acercándose uno a uno para incordiar. -Crowell, creo que esa mujer te está mirando, ¿por qué no la dices nada?.- Dijo señalándole a una mujer que allí se encontraba, para que se largara de una vez, tal fue así que cuando Ian volvió a girar su mirada en la dirección en la que había encontrado a aquella dama, ya no habría ninguna figura, no estaba el señuelo de quien podría ser, lo que sí sabía, es que no olvidaría esos ojos, y los buscaría después del nombramiento, ya le estaban insistiendo en comenzar.

El Rey ya estaba en frente de toda la albombra roja, de pie, tras su enorme trono, al igual que todos los invitados, que ya estaban sentados en sus butacas, esperando que Ian atravesara la alfombra. Caminaba a paso lento, mirando siempre al frente, seguro que lo se avecinaba, no podía dar ningún paso en balde, el momento era muy serio y tenso. Se le hacía muy pesado a Ian cuando el Rey comenzaba a hablar sobre el reino y lo que significaba para algunos cargos, las obligaciones y demás tareas que como altos cargos teníamos que ejercer, pero llegó el momento. -Ian Lancaster, ¿prometes proteger y honrar, ser fiel y leal a nuestra patria Escocia y servir como guerrero?.- Dijo empuñando una espada en ambas manos, las que posteriormente tras la afirmación del vampiro, se dirigieron a sus hombros para nombrarlo al fin. -Ian Lancaster, yo te nombro, Barón de Escocia.-

Todo ya estaba hecho, Ian ya era Barón al fin de Escocia. Éste se levantó y se giró, para que todos, como en todos esos actos, aplaudieran al nuevo siervo del gobierno. Levantó su mano, para que no lo hicieran mas y dió las gracias. No quería ser una víctima de que lo agobiaran en ese momento, ya todo había acabado, aunque quedara el combite, comida y bebida que habría por cada rincón. Se acercaban al vampiro, a felicitarle por el nombramiento, y es que no le gustaba, la saturación de gente no era lo que especialmente le volvía loco, le gustaba la sencillez, incluida la soledad en su esplenditud. En algún momento se pudo desencadenar de aquella masacre de gente que no le dejaba respirar, hasta que se metió en una pequeña habitación de la iglesia en lo que le había nombrado, se metió en el lavabo y se lavó un poco la cara, le tenían algo acalorado y empezaría a sudar de no haber sido así. Dejó correr un poco el tiempo, para que todo calmara, y ya cuando escuchaba risas, y la gente comiendo, fue cuando salió, solo tenía ya que sonreir a los invitados, no tendría que estar dándoles la mano, besos en las mejillas a las señoras ni nada por el estilo, podría dedicarse a lo que quería, que era en ese momento, brindarse otra copa de buen vino.

Parecía que nunca les habían dado de comer, Ian les observaba con curiosa atención a la mayoría de los invitados, como ingerían comida, como bebían, como era posible que teniéndolo todo, pareciera que nunca hubieran tenido nada, era verdaderamente repugnante, aunque eso no era realmente lo importante, Ian se mantenía curioso por otro tipo de invitados, y es que hasta el momento no había visto a aquella mujer que lo había petrificado durante el segundo que había durado la conexión de miradas que no habían llegado a nada, no pareciera que aquella dama continuara en el lugar, tal vez, después de la ceremonia podría haberse marchado, y no iba a culparla, no la conocía, pero aun así, algo en él le había conmocionado, y es que, su mirada no se estaba pronunciando ya de igual manera, si no... que estaba con la mirada perdida, pensando e imaginando de nuevo su rostro, aquellos labios, aquellos ojos, esa mirada que le había cautivado con tan solo un segundo. -Espero que no se haya ido...- Murmuró despacio, aun con sus ojos intentando descifrar de nuevo aquel rostro que no encontraba por ningún lugar de los alrededores, y tampoco le había dado tiempo a entablar ningún tipo de vínculo que le llevara hasta ella, ningún aroma, ninguna voz que reconocer, estaba completamente perdido y no sabía si aquella mujer, volvería alguna vez a aparecer.


Última edición por Ian Lancaster el Miér Mar 30, 2016 4:50 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Danna Dianceht Lun Mar 07, 2016 8:40 am

Siempre hace falta un golpe de locura,
para desafiar un destino.
Marguerite Yourcenar


Los años pasaban con tanta rapidez, que la joven duquesa ya apenas recordaba nítidamente los primeros meses en el que tras la muerte violenta de su padre en sus propias manos se había hecho con el poder absoluto de su familia; Los Dianceht. Familia noble y ancestralmente conocida por morar en tierras escocesas por los años de los años, hasta los tiempos actuales. Campesinos, guerreros, militares. Los Dianceht siempre se encontraron partidos en dos ramas, la militancia y la sabiduría. Mientras los hombres de la familia, eran formidables guerreros, militares y aún más buenos maridos y duques, la rama femenina de la familia contenía un secreto producto de la primera druida que engendró la primera Dianceht. La magia, la hechicería, se encuentra en sus venas y aquella primera Dianceht fue la antecesora de todas las siguientes hechiceras que la familia engendró en su cenit. La primera fue Romilda, la misma que años después inició y contribuyó a que su familia no únicamente creciera, sino que esta fuese conocida hasta congraciarse con el favor de los reyes y resultar, una de las más importantes familias de Escocia. Después de dos generaciones, llegó el bello tiempo de Ishbet y de ahí, el tiempo de la madre de Danna y poco después de la propia Danna Dianceht, la más joven duquesa de Escocia y la última Dianceht de su familia.

La caída de su padre; Erik Winchester, fue un gran golpe para la pequeña familia que conformaba su servicio, su guardia y los habitantes de las villas protegidas por ellos. Todos sintieron pena por la joven huérfana que en apenas unos años se encontró perdiendo todos sus familiares. Estaba sola, y aquello era una certeza indiscutible, más para la joven la muerte de su padre había sido necesaria, había hecho pagar la muerte de su amada madre y al mismo tiempo, había alejado la mano tiránica de su padre de sus tierras y de aquella preciosa tierra que era su hogar. Acompañada de los mejores tutores e instructores reales, no le fue difícil asumir la regencia del ducado y a pesar de su corta edad, superando los obstáculos que encontró por el camino, logró adueñarse del control de su ducado siendo con los dieciocho años cuando tomó por completo su control. Antes de ello, la pequeña siempre había sido querida y ahora que lo único que hacía era seguir las instrucciones que su madre antes de partir de su lado le legó como educación, aún resultaba más imposible no quererla, no protegerla, no querer escucharla… no cuando en sus palabras, la difunta Lenore de Dianceht parecía hablar.

Fuera como fuere, su ducado ya era un hecho y con aquel hecho, llegaron sus responsabilidades que albergaban no únicamente los quehaceres y rutinas del castillo, como de la vida y de la seguridad de sus villas, o de los campos que alimentaban su pueblo, sino otras tareas como la corte escocesa, la cual gustaba ya que de esa forma podía pasarse las tardes hablando con Irina, cuando esta no se encontraba ocupada. No obstante, a parte de la corte, la responsabilidad que menos le gustaba era acudir a las ceremonias de coronación de los demás miembros nuevos de la realeza. Y con la muerte del Barón escocés hasta hacia unas pocas semanas se rumoreaba que la casa Lancaster iba a posicionarse como los barones a suceder a los fallecidos. Este no era un puesto hereditable de padres a hijos, por lo lógico solían ser pagos del rey a sus mejores súbditos y más leales. Los Lancaster habían mostrado su lealtad y confianza plena, por lo que no fue de extrañar cuando anunciaron el nombre del que sería el nuevo barón y Danna, como miembro de la realeza del país aceptó la invitación. Debía acudir por obligación y así lo haría, ella siempre prefería quedarse en su castillo, con los suyos, visitando sus campos y hablando con sus gentes, pero con aquella extraña muerte del barón, era necesario más que nunca reforzar la sensación de seguridad y paz entre sus miembros. Y no hallaba una situación más favorable que la de asistir a aquel nombramiento y establecer contacto amistoso con quien próximamente sería su vecino más próximo.

Aquella tarde dejó que sus doncellas se ocupasen del vestido y de su peinado. El vestido de un color dorado se aseguraron de que hiciera contraste con sus ojos y en cuanto al cabello, recogieron solo los extremos, dejando todo lo demás liso a su espalda. Si algo era sabido era que precisamente la duquesa no sentía mucho afán por los recogidos de la época, prefería más lo sencillo, lo natural. El entallado fino del vestido cayó en el cuerpo de la duquesa como una segunda piel y tras una breve mirada al espejo, sintiéndose alistada para la reunión llamó enseguida a su chofer. No deseaba llegar tarde, y como tal, iría una hora antes de la proclamación de los Lancaster para llegar con tiempo y poder compartir conversación con otros miembros de la realeza. Subió al carruaje y en cuestión de media hora llegó ante las mismas puertas que esa noche darían la bienvenida al nuevo miembro y a su nuevo título. Bajó con cuidado y asegurándose de que el carruaje le esperaría, con sus veinte años recién cumplidos atravesó los jardines adornados en donde la fiesta empezaba llena de luces y voces conocidas y otras, que no tanto.

Sus ojos curiosos buscaron el rostro del primogénito de los Lancaster y únicamente, cuando este pareció no encontrarse por los alrededores se centró en los demás invitados, hasta que unos ojos se clavaron en ella y volviéndose, todo su cuerpo se congeló. Las luces apenumbradas de los jardines incidieron en aquella figura, en aquellos oscuros ojos, azules quizás de otro tiempo y por unos segundos, el cuerpo de la licántropa tembló. ¿Quién…Que eres? Se preguntó aquellos míseros segundos en que compartieron la mirada y sintiendo el corazón retumbar acelerado bajo su pecho, como si algo fuera mal, como si debiera de temer, aprovechó una de las interrupciones para huir de aquella mirada y aquella presencia. Se escabulló entre la gente y cuando llegó a una de las paredes más alejadas de donde le había visto, solo entonces, se permitió descansar su cuerpo contra pared mientras tomaba aliento y se calmaba.

Nunca antes había tenido una visión similar, tampoco, y aún menos, una sensación como la actual. Se le iba a salir el pecho y aún no entendía si se trataba de miedo lo que hacía que todo su cuerpo se estremeciese con solo aquella mirada o si había algo más oculto en su iris, que no lograba entender. Su madre siempre le había dado aviso de que algún día, algún joven conseguiría que sus piernas temblasen y ella, siempre se había reído, negándose aquella posibilidad. Sin embargo, ahora el destino parecía estar pagándoselo, no obstante, había algo que no entendía, y es que con los pocos años que llevaba como licántropa, nunca había tenido aquella reacción de huida tan fuerte tirando de ella. Más tampoco la curiosidad nunca fue tan fuerte, pensó sentenciándose seguramente a si misma al hacer caso omiso a la imperiosa necesidad de huir, para caer de lleno en aquel interrogante.

Después de ese sobresalto, ya no llegó a encontrárselo más, únicamente cuando se sentó en la mesa junto a los demás miembros de la realeza, volvió a coincidir con él. Aquel joven era el primogénito de los Lancaster, el nuevo barón y con aquella nueva información de la que sacar provecho en sus averiguaciones, se alegró cuando la ceremonia dio paso al festín que siempre se acontecía tras estas reuniones. Allí, el nuevo barón se encontraría apabullado por los demás miembros quienes intentarían congraciarse con él y ver hasta qué punto podía ser o no de importancia para ellos. Si buscaba un momento para averiguar el porqué de aquella reacción de su loba, aquel momento sería perfecto pues tendría toda la mansión Lancaster para poder curiosear y buscar cualquier pista que pudiera llevarla ante la resolución de aquel enigma. La joven duquesa no podía quitarse sus ojos oscuros de encima y el problema justo residía en ello; los hombres oscuros eran peligrosos y ella, que a veces parecía que solía atraer los problemas allá donde fuera, se sentía irremediablemente atraída por el que ahora mismo vivía.

Excúsame por favor ante Sir Lancaster, no me encuentro esta anoche muy dispuesta a compartir una cena tan copiosa. —susurró la duquesa a la doncella que la acompañaba  — Si os lo encontraís dadle mi enhorabuena y transmitidle mi tristeza por no poder darle la bienvenida que se merece. Por suerte, seguramente nuestros caminos pronto se junten de nuevo, decidle eso y esperemos calmar su enojo hasta que pueda regresar y me encuentre lo suficientemente bien para poder transmitirle mis deseos de prosperidad.

Se sentía mal, y aquella sería la excusa perfecta para poder deambular tranquilamente por la mansión en lo que la fiesta se acontecía. La duquesa se despidió de su doncella, tras que esta memorizase lo que debía de decirle si preguntaban por ella y dejando que se fuera a reunir con los demás en el salón donde se comía, en silencio y asegurándose de no ser vista tras que la puerta principal se cerrase, subió las escaleras principales hacia los pisos superiores de la mansión Lancaster, en busca de respuestas como una vil ladronzuela. En completo silencio terminó de subir a los pisos superiores y como si aquella fuese su casa, empezó a indagar, buscando, rastreando el olor del nuevo barón entre aquellos largos pasillos. A medida avanzaba hacia el ala Norte de la mansión y se alejaba de las voces de la fiesta de la noche, las salas empezaron a oscurecerse, las velas que alumbraban los pasillos fueron diezmando su luz, cubriéndolo todo con sombras. La licántropa titubeó unos segundos al encontrarse sola en aquel lugar y sintiendo el ruido de unos pasos acercándose a ella, corrió lo que quedó del pasillo, escondiéndose a tiempo de desaparecer de la vista de los soldados que parecían estar vigilando el interior de la mansión. Los dos jóvenes soldados pasaron de largo de donde se encontraba su figura escondida contra la tela de una de las grandes cortinas y cuando sus voces se extinguieron y finalmente, decidió a salirse; de nuevo la misma sensación la atacó con fuerza paralizándola. Al salir, se encontró ante ella, aquellos mismos ojos oscuros que antaño había atisbado apenas unos segundos. Casi seguramente él estaría más sorprendido que ella, por encontrarla en fraganti curioseando, donde una dama no debía de curiosear, pero era innegable ocultar la forma en que el corazón de la licántropa se aceleró creando una melodía que no estaba segura si él también podría sentir, así como ella la sentía tan fuerte en su interior, como caballos desbocados corriendo libres al fin tras años encadenados.

Barón… —dijo con voz temblorosa, y aquello fue lo único que logró musitar.
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Mensaje por Ian Lancaster Lun Mar 07, 2016 3:43 pm

¿Quién eres y que has venido a buscar?



La noche se comenzó a torcer, apabullante número de masas en el salón que no dejaban a nadie apenas respirar a pesar del tamaño considerable de la mansión. Ya todas aquellas sensaciones ya las estaban perdiendo, hacía mucho que su cuerpo no sentía el impulso que sintió con el intercambio de miradas en el que coincidieron minutos antes, no encontraba ese rastro de luz que lo llevara hasta ella.

No había llegado el momento de afrontar a toda esa gente, por eso es por lo que tuvo que subir las escaleras e ir al lavabo momentos después de toda la ceremonia, era la primera vez que un Lancaster obtenía un cargo en la realeza, a decir verdad, tan sólo su familia años atrás era una familia normal de buen ver. Tan efímera fue la vida que le arrebataron lo que más quería, a sus padres, y con tan sólo tres años tuvo que comenzar a valerse por sí sólo, los vampiros que lo raptaron en cierto modo no iban a ayudarle mucho si no a mantenerle con vida lo suficiente como para trabajar para ellos, irónico que un pequeño humano deba encargarse de cuatros vampiros inútiles. Ian continúa con la incertidumbre de... si fue bueno o malo el día en el que le convirtieron cuando cayó enfermo de fuerte y estos no se quisieron deshacer de su esclavizado humano sin más. Toda la vida que lo persigue desde entonces se adueña de su cabeza cada vez que cierra los ojos para conciliar el sueño diurno. Sólo ve sangre derramada, la de tres de aquellos vampiros, justo la misma noche de la transformación de Ian, el que se apegó a la cuarta víctima que lo sería en un futuro, tan sólo quería saber cómo había que ser un vampiro, y finalmente lo consiguió.

Desde entonces, con la herencia que los padres le dejaron, que fue una cuantía importante pudo sobrevivir un largo tiempo sin mucho que hacer, si no a aprender a vivir como pudiera, ahora era lo más parecido a un forajido. Ni siquiera podía recordar las caras de sus padres, tan sólo sus figuras y sus prendas, tan elegantes siempre, de blanco ambos, y es por eso por lo que el blanco es el color favorito de Ian, a pesar de que ahora su vida se ha teñido de un color sangre carmesí. El blanco significa pureza y es lo que el vampiro ansiaba en la personas que tenía a su alrededor, que fuera puras y no se vieran afectadas por la maldad que por las noches, siempre acechaban en forma de colmillos y ojos iluminados por la oscuridad. Aprendió que la vida trata de ver quien conseguía más poder sobre los demás, el que más tenía, más quería, un círculo vicioso en el que Ian escupía si pudiera. No era justo ver como unos llenaban sus bolsillos a costa de los que no tenían que llevarse a la boca.

La noche de la coronación volvió a la mente de el vampiro cuando notó que ya se había ido la mayoría de invitados, algunos que ni siquiera se quedaron en la ceremonia, pero no iba a obligar a nadie, no era quien para hacerlo, las personas eran libres de hacer lo que les viniera en gana. Suspiró, dándolo todo por perdido, fue entonces cuando salió de el lavabo en el que previamente se había metido para lavarse un poco la cara, y es que a pesar de su condición y temperatura, la gente lo seguía haciendo sudar en ocasiones. Realmente ya quería que todos se fueran. Salió de la habitación en la que aun se encontraba y se disponía a bajar, se asomó a la barandilla cuando el color más llamativo que había en la sala nubló su mente, todo se veía blanco y negro, pero había un color que contrastaba y resaltaba por encima de los demás, la figura dorada de una mujer esbelta y castaña, no estaba muy seguro de si se trataba de ella de nuevo, o tan sólo era una esperanza que Ian pretendía tener, no podía tenerlo claro, se encontraba de espalda, hablando con una doncella. La curiosidad podría con él, entonces tuvo que agudizar un poco su oído para comprobar que lo que aquella mujer tramaba, era marcharse sin más del festín que se estaba celebrando, teniendo que excusarse por no haber felicitado al vampiro, cosa que otros muchos tampoco habían hecho, y no podía darle la más mínima importancia, la realeza se formaba en parte por personas así.

Una mueca se formó en los labios de Ian, más cuando, ella se giró en dirección a las escaleras y pudo volver a contemplar de nuevo al fin, el rostro que durante un minuto, había iluminado la oscura vida de un vampiro, el vampiro que se había convertido ahora en un Barón. Ian se dió la vuelta, reposándose en una pared, donde nadie pudiera verlo, en las más oscuras sombras de las esquinas de esos pasillos de la mansión Lancaster. Si su corazón pudiera latir seguro que iría a cien mil por hora, porque tenía sensaciones parecidas al miedo, su estómago vacío se escogió, sentía como su garganta se había cerrado y no podría pronunciar por el momento palabra alguna. No sabía muy bien que hacer, si bajar, si darse la vuelta, se sentía asustado, como sino quisiera encontrársela porque no sabría que palabras formular, en que manera y en que orden, por primera vez en su vida, se sentía cobarde ante una situación como ésta. No obstante ella estaba dispuesta al parecer a subir las escaleras sin que nadie pudiera verla, Ian no sabía que pretendía aquella mujer, tal vez... ¿había sentido lo mismo cuando le había mirado? ¿Podría ser eso? Un pequeño haz de luz llegó a la cabeza del vampiro, éste se volvió y se fue directo al pasillo, donde allí se encontraban los dos guardias que custodiaban la habitación donde el vampiro conciliaba descanso. Éste los miró y con tono serio espetó. -Todo el mundo fuera ya, la fiesta ha acabado, el Barón está cansado.- Comentó con un tono cansado y serio, los guardias enseguida hicieron formación a la par y se dirigieron hacia las escaleras para terminar bajando e ir despachando a todo aquel populacho que se había formado durante la ceremonia y ahora en ese festín interminable y aparatoso por otro lado. Hacían mucho ruído y a Ian le perdía la obsesión de volver a encontrarse sólo en su casa que era cuando los guardias ya no subían de nuevo, si no que se quedarían custodiando la puerta de entrada a la casa.

Dentro de la habitación Ian tomó un par de vasos, que rellenó previamente de vino, sentía como había un aura que aun no se había difuminado, de color rojo, característico de los licántropos, pero, ¿era uno realmente aquella mujer? Efectivamente, ella era licántropa, su perfume a loba comenzaba a delatarla cada paso que se acercaba al vampiro. Con gran eficiencia la lican había burlado a los guardias segundos antes, tras la roja cortina que Ian poseía para entrar a un aposento de armas que él tenía para sus difíciles noches de caza. Ian, ya habiendo preparado una sonrisa de desconcierto ante la guardia que tenía en la mansión salió con ambas copas de vino en su mano izquierda, encontrándose de nuevo con aquella figura que aun se encontraba ensombrecida, aunque el dorado vestido delataba que se tratara de ella. Ian tomó aire antes de que llegara a plantarse en frente y poder volver a admirar el rostro que ya fuera de la casa, había mirado y anhelado con desesperación durante toda la noche que llevaban de ceremonia. Notó el estremecerse de su estómago cuando vió sus ojos de nuevo, que hacían una perfecta armonía con el conjunto del color de su pelo liso, largo, recogido por los lados y ese vestido perfectamente tallado en su medida, adaptado exquisitamente en el maravilloso cuerpo que lograba visualizar delante de él. Sonrió un poco nervioso ya cuando estaban finalmente una frente de el otro, no sabía que narices le pasaba al vampiro, y es que nunca había sentido nervios y/o miedo en hablar con nadie, aunque siempre encontraba la manera de no parecer nunca nervioso, ni que la situación pudiera írsele de las manos.

Cuando ella le reconoció como Barón, éste asintió con la cabeza, estrechándola una copa que no tardó ella en coger, ya fuera por acto reflejo o por el simple echo de que Ian veía como ambos se perdían en los ojos ajenos. Logró volver a tragar saliva formándose una pequeña mueca en los gélidos labios del vampiro. -¿Qué pensará de usted su doncella cuando vuelva y no la encuentre en sus aposentos?- Pudo lograr a formar una sonrisa, la primera frase hizo que se le quitaran la mitad de los nervios que estaba pasando, y es que su voz era algo irregular, la tenía encogida y no creía poder decir mucho más, aunque volvió a encontrar palabras, había algo que le hizo especialmente gracia. -Por cierto, creo que deberé contratar una guardia algo más competente, ¿no cree Madame?- Dijo con una sonrisa divertida en su rostro, sintiéndose de manera natural ante ella, seguramente ella también ya habría averiguado la condición de Ian en el nombramiento, los licántropos tenían la habilidad innata al igual que el vampiro de ver el aura que poseían uno y otro, ambos eran seres sobrenaturales, muy distintos entre sí, pero... tan parecidos en cuanto al alma que había en ella que fue lo que consiguió que llamara la atención del vampiro, algo difícil.

No sabía hasta que punto podía coincidir la curiosidad que residía en el vampiro por conocerla, por saber de ella, se sentía atraído hasta lo más fuerte, y sólo había sido un momento en el que sus miradas habían conectado, seguramente el vampiro estaría loco, meditaría seriamente sobre esos pensamientos que había florecido en su cabeza, no podía permitir que le venciera el ansia de sentirse vinculado a la licántropa, nunca había pasado algo así. Tuvo que seguir siendo alguien curioso, quería todas las posibles explicaciones. -Dígame señorita, ¿qué la ha llevado a tener que subir las escaleras? ¿Se encuentra mal realmente?- Preguntó alzando la ceja ligeramente, indagando sobre el porqué estaba ella allí arriba y no junto a todos los invitados que ya se habían marchado justo en ese momento, habiéndose cerrado la gran puerta de la mansión con un estruendoso sonido. -Si me buscaba, lo ha conseguido.- Se encogió de hombros, llevándose a continuación la copa de vino a los labios, dando un pequeño trago el cual aclararía un poco la garganta, la cual, aun seguía un poco encogida por el encuentro. Su mirada ensimismaba al vampiro, lo llevaba a una dimensión donde nada era realidad, de la cual, tampoco querría nunca escapar. La noche comenzó a enderezarse.
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Mensaje por Danna Dianceht Miér Mar 09, 2016 4:15 pm

Dejarte atrapar por los misterios,
Es en otras palabras; dejarte seducir.
Anónimo


Fantasmas, hadas, licántropos, demonios… en años posteriores a los actuales, para la joven duquesa seguirían siendo cuentos, simples historias o legendarias leyendas de hombres combatiendo contra fuerzas oscuras y venciendo, en el clamor de las más épicas y ardientes luchas. Se podía decir que en el caso de Danna tener como druida de los bosques a una de sus antepasados, no ayudaba demasiado a detener su curiosidad e imaginación. ¿Y qué niño no sería tan imaginativo de inventarse seres mágicos? Viviendo en Escocia, uno de los parajes más mágicos y más bellos, lo difícil era no imaginar esas historias cometiéndose en esos lares, por cualquier de los pueblos de los alrededores. De pequeña con sus amigos jugaban a buscar por el bosque animales mágicos y siniestros. Dragones, unicornios, duendes… nada de ello aparecía pero no por ello dejaban de buscar o se cansaban de sus paseos matutinos explorando. A sus cinco años era incluso más terca que en la actualidad y no fue hasta que creció un poco más que dejó de lado aquel mundo imaginario, aquel mundo de ensueño que por las noches cobraba vida para enfrentarse al suyo, a su mundo propio, que seguramente era incluso más temible que aquellos de sus sueños. Sin embargo, fue a sus dieciséis años que la niña se dio de bruces con que si existía aquel mundo  imaginario, no obstante, no era como lo había imaginado, sino todo lo contrario. Era una realidad oscura, llena de sombras.

A los dieciséis fue su padre quien la mordió severamente hasta el punto de no explicarse ni él mismo como había podido sobrevivir a su ataque, pero aquella fuerte niña había podido con ello y saliendo adelante, no fue hasta la siguiente luna llena —su primera luna llena como licántropa— en que tomó venganza contra su padre y habiendo cometido el asesinato de su amada madre, y la de una gran parte de aquella jovencita que una vez había sido, la loba de Danna terminó bañándose en su sangre, en sus vísceras. Desde entonces, y pasados unos días del brutal asesinato contra su padre y del que por suerte, nadie fue testigo más que su propia consciencia, el mundo para la duquesa dio un vuelco por completo. Todo lo que una vez creyó ser irreal, fantasías, sueños inconexos de una realidad que no podía ser real, tomaron la forma de extrañas bestias que moraban en las sombras, en las noches más oscuras. Bestias qué como la que habitaba en ella; arrasaban pueblos, asesinaban a sangre fría y limpiaban el mundo de todo quien pasase frente a ellos, sin importarles si niños, mujeres, ancianos o hombres. El mundo en el que siempre se había sentido a salvo, ahora solo le parecía una trampa mortal y descubriendo la oscuridad y la maldad a través de su padre de aquel mundo sobrenatural, los primeros años tras su transformación se recluyó sin querer saber nada de nadie.

Pasados los primeros años, la curiosidad por saber si había más como ella y su media hermana, afloró y entrando más en contacto con aquel otro mundo, descubrió que no únicamente era oscuridad todo lo que en él se veía. Los poderes, la sanación acelerada, el envejecer más lento y tener más tiempo, era sin duda unas grandes ventajas, pero lo que más la tranquilizó fue descubrir que así como había licántropos, también había otros seres como los brujos, o los gitanos que como ella, sentían ese mundo de las sombras. Descubrir aquellos seres llenos de luz, le dio la paz necesaria para no temer y pronto, aceptó a su bestia, su maldición, no como un regalo sino más bien como una oportunidad. Aun así, jamás había tenido la suerte o quizás la desgracia de encontrarse con otros seres y aquello que no es que fuese una joven nada impulsiva, sino todo lo contrario. La oscuridad, junto a la manada de lobos que residían en su territorio, eran su pasatiempo favorito las noches que no lograba conciliar el sueño. Por ello, cuando vislumbró por primera vez la mirada azul de aquel joven y a la vez, fue consciente del intenso deseo de huir, de alejarse de aquella presencia, no pudo más que aceptar el reto de descubrir más de aquel joven, más ahora que lo tenía delante, no supo que hacer.

La mirada de la licántropa se dio de bruces contra la masculina, aquellos orbes profundos, oscuros y misteriosos que la observaban le quitaron la respiración un lapso de tiempo, y sintiendo su garganta de pronto reseca, tragó duro intentando darse alivio. No podía creerse aún la mala suerte que había tenido en encontrárselo precisamente a él. Asimilando lo que sus ojos veían y la imagen del joven ante ella, se obligó a tomar la copa que él le ofreció y obligándose un tanto más se separó un paso de la cortina que instantes antes la había ocultado, sintiendo en aquel momento como si estuviera ofreciendo al barón algo, que si misma ni conocía de sí. Miró la copa escapando de aquellos ojos y sonriendo al escuchar las palabras ajenas, no pudo resistirse a reír discretamente volviendo de nuevo a posar su mirada en la del barón. — Creo Messier que no se equivoca, os iría bien contratar una mejor guardia para evitar sustos como los de hoy. —dijo obviando que más que un susto, lo suyo había sido que la había encontrado in fraganti en la escena del crimen.

La curiosidad se decía mata a los gatos, pero y a las lobas inquietas, parecía que también. Sonrío suavemente, sintiendo como poco a poco se relajaba un poco, aunque no lo suficiente para no encontrarse alerta a cualquier movimiento solo por precaución y lentamente posando la copa en sus labios, bebió dos sorbos lentos sintiendo enseguida la frescura en su paladar. Entreabrió los labios y le miró hincando fijamente sus ojos brillantes en los de él. Le estaba viendo, veía su aura oscura y una sensación extraña volvía a colarse en su cuerpo, la adrenalina era golpeada incesantemente por el bombeo de su corazón, pero no, no deseaba alejarse. No deseaba huir de él sin descubrir quien se escondía bajo su título, quien habitaba en la oscuridad de sus ojos. Aquellos que ahora mismo la llamaban a parte igual, tanto como la hacían querer desaparecer. ¿Aquel sentimiento sería el de su loba? Se preguntó unos segundos descubriendo como realmente era su parte más humana, la que deseaba indagar en él y su loba, la que prefería apartarse de su camino, antes de que fuese tarde… aunque algo en los ojos de él, ya anticipaba que era tarde para marcharse.

Le vio tomar un sorbo de su copa y buscando las palabras para poder contestarle, se acercó a él unos pasos hasta el punto de apenas cruzar un par de pasos más en su dirección y toparse ambos cuerpos. No obstante, aquel no era su deseo y desviándose un paso a la derecha del joven barón, abrió la puerta en la que anteriormente había deseado entrar y sin vacilación se adentró, admirando por unos segundos la luz de la luna que entraba por los grandes y altos ventanales de la sala. No detuvo sus pasos hasta llegar en medio y siendo su figura alumbrada en su totalidad por la luna, observó la sala en busca de alguna de las tantas preguntas que bullía en su cabeza, sobre las que no encontraba palabras para definir. Suspirando, pasando sus ojos por la librería del lugar, finalmente regresó la mirada al joven que se había adentrado en silencio tras ella a aquella sala. Incapaz de apartarle los ojos, volvió a fijarse en su aura, ahora desdibujada por la penumbra de la habitación que únicamente era iluminada por la luz de los ventanales. Otra vez aquel oscuro color atrajo su atención, aunque no más de aquellos ojos a los que regresó enseguida su completa atención. ¿Quién eres? Se preguntó, sintiéndose atraída a él como una polilla a su luz. ¿A qué has venido… que quieres de nosotros? Más y más preguntas pasaban por su cabeza.

Lo de encontrarme mal solo fue una excusa. Me he infiltrado esta noche en vuestro hogar, por una simple razón. —empezó diciendo finalmente sin dejar de mirarle. — Veo algo más en vos que en el resto de las personas y temo… por mi gente, por los motivos que os han llevado a estas tierras, y también por mí. —confesó intentando así de alguna forma expresar todo lo que pasaba por su cabeza o había pasado desde que le viera por aquella primera vez, apenas unos segundos, pero lo suficientes para no deshacerse de aquella mirada en todo el transcurso de la velada — Siento que somos hijos del mismo mundo, más siento que no somos iguales. ¿Tiene esto algún sentido para vos? —Dio un paso atrás dirigiéndose aún más bajo la luz de aquella media luna como si aquella luz de alguna forma pudiera protegerla — ¿Qué sois, barón? —Preguntó enfrentándose a lo desconocido, a aquella curiosidad, a aquellos ojos de hielo. ¿Qué criatura sois… Lancaster? Añadió en su mente, esperando por todas aquellas respuestas y porque aquellos ojos ahora lejanos a la luz que la rodeaba, se encontrasen de nuevo con los suyos. La polilla estaba siendo atrapada por la luz, más ya no importaba. La luz era su hogar. — Por qué no sois como yo… pero tampoco sois nada con lo que anteriormente me haya topado en esta vida.
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Mensaje por Ian Lancaster Miér Mar 09, 2016 6:42 pm

'Tan iguales y a la vez tan diferentes.'

Envuelto en un manto de franela fue como el pequeño Lancaster vino a este mundo, recubierto de la sangre de la que algún día se alimentaría, sin llegar a pensar en las víctimas que habían abordado su vida, tan solo pensar que debían comer cada tres días. Los primeros años de Ian como vampiro le fueron complicados si no hubiera sido gracias a su compañera oscura, la que siempre le enseñó y le protegió, de la cual, un día se vengó. La muerte de sus padres no iba a ser algo de lo que olvidarse tan fácilmente, mucho menos, habiendo tenido que convivir por casi treinta años para esas personas, tratándole como la basura que les parecían los humanos a aquellos desdichados vampiros. Ian no era del todo inmortal, siempre habían existido puntos débiles, y el que la radiación solar podía con él si se exponía a ella durante mucho tiempo, nunca pudo salir de día desde que perdió su inocencia. Siempre encerrado en un armario oscuro, tantas pesadillas que aún seguía teniendo el vampiro durante muchas noches pero que a partir de ésta, él estaba seguro de que cambiaría. Ahora estaba envuelto de nuevo, pero no por ningún manto, si no por los ojos de quien en frente del vampiro se encontraba. Los nervios para él no parecían afectarle, siempre podría hablar con algo de serenidad, aunque se mostrase distante, inmóvil, frío... Todavía era pronto para confiar en nadie, y al vampiro quizás no le costaba confiar dependiendo del aura que transmitieran aquellas almas, pero esa no le decía nada, tan sólo conformaba un aura color carmesí, con lo que las intenciones de la mujer no estaban del todo claras al haber subido tan descaradamente por las escaleras para buscarlo precisamente a él, ¿y si era algún tipo de cazarecompensas? ¿Y si quería liquidarle por algún Imperio enemigo? No podía dejarla hacer lo que tramaba si algo así era lo que en su cabeza sucedía.

Era pronto para descifrar sus intenciones, y aunque no actuaba como tal ni se mostraba ningún tipo de arma oculta, ya que el tallaje del vestido dorado de la licántropa estaba perfectamente adaptado a su esbelta figura. No sabía de quién se podía tratar ella, jamás la había visto, nunca se había presentado, y es que aunque no lo pareciera, ella era Duquesa del país al que servían, solo que eso, él no lo sabía aun. Mostraba parecer relajada cuando rió ante el vampiro comentando lo de los guardias, con lo que Ian pudo sonreir un poco más tranquilo, no creía que esa mujer fuera hacerle algo malo, menos después de aquel cruce de miradas del que por lo menos él, estaba imprimado. La escuchó atentamente, con lo que sonrió complacido. -Hay cosas que suceden por algo, y no creo en las casualidades.- Dijo abiertamente sin temer nada de lo que decía o de lo que ella pudiera pensar de él hablando de una manera tan confiada y espontánea, él pensaba que ser uno mismo trataba de eso, y razón no le faltaba al longevo vampiro. Ian la miraba con atención, cada uno de sus movimientos, primero confió en beber de una copa que por que no, ¿y si estuviera envenenada? Ella ya había tentado a la suerte, eso hizo en él confiar plenamente en buenas intenciones por su parte, se había delatado, ya que un tramposo, siempre espera que le hagan trampas. Realmente ella parecía confusa con la presencia de Ian, ¿acaso no sabía sobre los vampiros? Sus miradas parecían que quisiera descifrar algo en él, sonrió observándola caminar hacia él, despacio, abrió y entró en una de las habitaciones que poseía la mejor terraza hacia fuera de los ventanales, con vistas a los parques y por supuesto, a la luna, era la habitación de Ian, la cual había orientado perfectamente para que en pleno apogeo, la luna se viera reflejada desde el balcón.

La figura de la mujer se atenuó bajo las sombras de la oscura habitación, cuya luz no había sido encendida previamente ni siquiera por quien parecía cotillearlo todo, las estanterías, librerías, en definitiva, todo. La siguió hasta entrar con ella, sin apartarla la mirada de encima, parecía una niña, sin hablar, como si estuviera observando un mundo nuevo, hasta que volvió su mirada a él, quien sonrió llevando su mirada a la copa como un adolescente avergonzado de ver a la chica de instituto que le gusta, con la persona con la que se pondría uno nervioso y no pronunciar palabra ninguna. Rápido volvió a mirarla, justo antes de que hablara, sintiendo de nuevo aquella perturbadora mirada que le quitaba a Ian el aliento. Ian mecía su copa despacio, escuchándola hablar de manera algo más seria, queriendo defender lo que creía suyo. Alzó una ceja sin saber muy bien de que le estaba advirtiendo. -Si tienes miedo por lo que pueda hacerle al pueblo, debo decirte que tranquila, Escocia es parte importante de mi vida, y no por tener un cargo de éste calibre voy a echar por tierra todo lo que he hecho para llegar hasta aquí.- Dijo caminando despacio hacia ella, sin quitarle los ojos a los ajenos, esos que lo hipnotizaron desde que se clavaron en él. -No tengo malas intenciones, sólo puedo decirte eso.- Zanjó de manera tranquila sin antes darle otro trago a la copa de vino, ésta vez, algo mas largo, terminándose la misma y dejándola en una mesita que se encontraba en la habitación del vampiro. Tenía suerte de que su ataud se encontraba siempre escondido en el armario, el cual era plegable para bajarlo y que éste saliera y descansar, si ella no sabía de ellos, era idónea la idea que tuvo Lancaster para esconder sus mayores secretos.

Realmente las cosas que pasaban por la cabeza de la licántropa eran lógicas, quería descubrir de ellos, de algo nuevo, que no había visto, o que al menos parecía que nunca lo había visto, su mirada en ocasiones era incrédula, aunque en el fondo ambos pareciera que se miraran por dentro, pero sin conseguir nada el uno del otro. Negó con la cabeza, negando a su afirmación de hijos del mundo, ya que el mundo también se componía de un amanecer, el cual él no podría volver a disfrutar nunca. -Pienso que es más acertado decir, que sómos hijos de una misma luna, pero con distintos ideales. Yo... Sé lo que sóis.- Dijo haciendo saber que él conocía de su condición y que la luna era el único complemento de escape que tenían, ella de liberación, y él de saciar su sed. Si en verdad no sabía de su condición sería la primera vez que tendría contacto con uno y para los más de mil y medio de años que Ian tenía, le era muy curioso ser el primero en hacer saber a nadie sobre lo que trataba ser una criatura como él. -Así es...- Dijo sin darle importancia a su cargo ya que tan sólo era un título de nobleza que le hacía más famoso y eso no le hacía especial gracia, no quería ser famoso por eso si no por sus hazañas las cuales no había empezado a crear. ¿Por qué un título le haría más interesante? Es muchos casos, era lo que pasaba, la gente comenzaba a acercase por mero interés, y esperaba que ella no fuera a hacer eso, le saldría mal la jugada, ¿No había estado en la ceremonia ya para saber que había sido nombrado Barón? Todo aquellas preguntas se esfumaron cuando se acercó lentamente hasta ella, haciendo sonar cada paso que daba en el suelo, volviendo a enfrentarse contra aquellos ojos de color miel que lo habían encandilado desde el primer momento, viendo como ella, comenzaba a ponerse algo nerviosa debido a su atrevimiento, éste sonrió y despacio, llevó la mano del vampiro a la de la licántropa, la cual estaba extremadamente caliente en comparación a la temperatura que ejercía él. Incluso ella se asustó cuando sintió el frío contacto con la piel pálida del vampiro. Hizo una mueca justo antes de sonreir. -Puede decirse que soy un siervo de la noche, sirvo a la luna con lealtad, cada noche es la que a... criaturas como yo, nos da la vida.- No esperaba asustarla con sus comentarios, ni mucho menos que ella no quisiera saber más de él, pero una licántropa era el tipo de criatura que en difíciles circunstancias, salían ilesos, y ésto no era muy difícil de aguantar. -Tú eres licántropo, y yo... soy un Vampiro.- Mostró sus colmillos abriendo despacio sus fauces sin querer intimidarla, aunque tan afilada dentadura intimidaría a cualquier criatura. -Hablando en cuestión a razas, seríamos tecnicamente enemigos, no por ello creo que debamos serlo, hay excepciones para todo, ¿no?- Sonrió un poco, viendo que ella apenas había probado trago de su copa, mirándola atentamente, no sabiendo muy bien que era lo que ella pensaría de todo, pero había preguntado, y no era menos contestar todas sus dudas internas, las que hacían debatir a su cabeza en contra de sus lobos internos los cuales sólo querían liquidarle seguramente. Al fin y al cabo, era el negro aura que Ian mostraba siempre debido a que estaba muerto, su aura jamás podría poseer color, ni siquiera un pequeño haz de luz, era un ser oscuro envuelto en un manto, el manto de luz de la luna, que a ambos señalaba.
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Mensaje por Danna Dianceht Jue Mar 10, 2016 11:32 am

Fueron sus ojos, pozos negros de miel oscura
los que me llevaron a él, como una recolectora abeja
acude al llamado de su rey.
Anónimo


¿Las casualidades existían? Se preguntó la duquesa y a su misma vez, si misma se contestó. Las casualidades no existían y muchas veces aunque se lo replanteara, las casualidades no dictaban el poder del destino. Si no, como habría llegado cuando de jovencita a ser convertida en licántropo, si no hubiese salido aquella noche o ninguna otra fuera de la protección del castillo? No fue la casualidad que la mandó aquel día a los jardines, fue toda una serie de despropósitos que la llevaron a decidir si salir al exterior o quedarse. Ella hasta el último momento, aquella joven ignorante del mal que se cernía en las noches de luna llena en sus jardines, pudo decidir el transcurso de los acontecimientos. Y fue una mala decisión, o tomar quizás el camino más difícil lo que la llevó a encontrarse aquella noche con la bestia y a ser irremediablemente convertida en uno de esos seres. Ella escogió dar ese paso cuando podría haber tomado el otro, y eso, no es una casualidad, fue su voluntad su decisión, tal cual como ahora había decidido infiltrarse en la casa del nuevo barón y descubrir, curiosear en busca de aquellas respuestas.

Que el barón no creyese en las casualidades, la hizo sentir un poco más cerca de él, más segura aunque pareciera algo ilógico. Que tuvieran un punto en común, ya era mucho más de lo que compartía con gran parte de la realeza escocesa que solo miraban para sí mismos, o para sus rentas. Solo dos o tres familias contadas eran las que se habían ganado el aprecio de los Dianceht, y del suyo, entre ellos la casa real y su queridísima amiga Irina, tan generosa y bondadosa como firme y justa. Por lo que contar con que el nuevo barón pudiese compartir ciertos valores que ella defendía, le daban más papeles a acercarse. A fin de cuentas, los territorios del barón, estaban en el linde de separación entre los de la duquesa y los Boussingaut. Iban a ser vecinos lejanos, pero vecinos y esto equivalía a más de una reunión semestral para hablar de las cosechas, las tierras, los bandidos u otras clases de problemas que acucien sus tierras y sus gentes, aquellos mismo que tanto ella en su nombramiento como en el nombramiento de Ian, habían jurado proteger.

Me alegro que así sea, este pueblo es honrado y trabajador. Seguramente necesiten más como vos, a todos aquellos de la corte que solo ven para sí mismos.—dijo mirando la copa que él sostenía y que no dejaba de mecer lentamente. — Ya conocereís pronto la corte y podreís juzgar vos mismo estas palabras, y así descubrireís quienes merezcan o no vuestra amistad e impatía, a los que solo merecerán vuestra indiferencia.— Aquellas palabras fueron las que en su momento, ya su madre antes de ser asesinada le instruyó a no olvidar jamás.

El pueblo Escocés siempre estarían de su parte, siempre y cuando fuera un buen regente de sus territorios, más el problema en estas tierras residía la gran mayoría en sus nobles. Inclusive, unos pocos nobles seguidores del rey, en secreto conspiraban para que la princesa pudiese tomar a uno de sus hijos como esposo y así, poder en algún momento, pertenecer a la casa real y tener las riendas de Escocia. Se decía que la forma más rápida de controlar un reino, era controlando al rey, no obstante, en este caso y con Irina como sucessora de su padre, la duquesa dudaba de que alguien pudiese siquiera pensar en controlarla a ella. Irina era como Danna, imperturbable, firme, generosa y bondadosa, más su corazón puro y los valores de su padre, la alzaban como una de las futuras reinas mas ansiadas y amadas por el pueblo. Lo que en cierto modo, todos los nobles deberían de seguir sus pasos, sin embargo, eran demasiados los que abandonaban sus vilas y la única forma de hacerles ir a ver que ocurría, era cuando no se pagaban los impuestos, por ello se alegró de las palabras del barón. Quizás ahora si, sus territorios tendrían la paz que merecían.

Le vio dar un trago largo y sonrojándose ligeramente sus mejillas al encontrarse en la mira de sus ojos oscuros y siendo consciente de como el líquido bajaba por su garganta y humedecía sus labios, turbada por aquel calor inesperado en sus pensamientos, tras sus palabras desvió la mirada. La curiosidad que la impelía a acercarse a él, a contenerse de morderse más la lengua y a hablarle con franqueza y sinceridad, estaba haciendo de las suyas. El aura oscura, negra la hacía temblar, pero a la misma vez, la hacía sentir expectación ante las revelaciones. Le habían hablado de los oscuros, de los demonios… más nunca se había sentido tan atrapada en el en crucifijo de una mirada como aquella, de aquellos ojos que más que beber de su imagen, parecían devorarla en una oscura e impaciente espera.

Entonces, sucedió, finalmente y volviendo a mirarle sintiéndose más calmada, menos expuesta a aquellos ojos que parecían ver hasta su propia alma, expuso de la mejor forma que pudo toda aquella curiosidad que sentía, y todas las preguntas acudieron. ¿Quién sois? ¿Qué queréis? Solo fueron unas pocas de las tantas que aún quedaban y las respuestas del joven que no se hicieron de rogar, la dejaron aún con más sed de saber de lo que sería aconsejable. La mirada alumbrada por su luna, se fundió con la oscura de él y viéndole acercarse, un escalofrió recorrió su cuerpo, nada parecido al jadeo asustado que la invadió cuando tocó su piel por primera vez y sin darse cuenta se apartó. Su piel estaba helada, era como tocar un cadáver… ¿Por qué? Ahora la copa que aún mantenía en una de sus manos estorbaba, y sin sed para beber de ella, sentía que en cualquier momento esta podía dejarla caer. Sensación que solo creció ante las palabras del joven, ante todo aquel misterio que él representaba.

Un vampiro… —susurró repitiendo lo que él le había dicho con un hilo de voz apenas audible.

La imagen de los demonios o lo que a ella siempre le habían dicho que eran los demoios, acudió a su mente y con una extraña inquietud se quedó sin respiración al ver que lo que antes había sido su boca, ahora se abría revelándole un pequeño atisbo de su afilada dentadura. El escalofrió y el temor que se había apoderado de ella al sentir su gélida piel contra la palma de su mano, no era nada comparado con lo que ahora sentía. Fijando su vista largamente en sus colmillos, se sorprendió a si misma sintiendo el arrebatador deseo de acercarse más y tocar aquellos colmillos más largos que los de cualquier otro lobo, como si solo de esa forma pudiese creerse lo que estaba viendo y viviendo. Se relamió los labios sintiéndoselos secos y volviendo a tocar su mano, más esta vez siendo ella la que inició aquel contacto, entrelazó sus dedos con los de él y se quedó mirando sus manos enlazadas. Su contacto era extraño, y a pesar de su gélida piel y lo asustada del primer contacto piel con piel que había tenido con él, parecía que como más pasara el tiempo, más se adaptaba a aquella brusca diferencia de temperaturas. Su piel… era como acariciar a un muerto, pero sus ojos, esos ojos y la mirada aunque oscura nada se asemejaba a la mirada perdida y distante de la muerte.

Una vez me contaron que los licántropos y los demonios; vampiros —se corrigió enseguida— éramos enemigos… no me lo creí en su momento, nunca pensé que fuera cierto y ahora, que os sé ciertos, no entiendo el porqué de esa enemistad. —explicó acariciando con uno de sus dedos la palma del vampiro que tenía aún apresada contra su calor. — ¿Por qué esto debe de ser así? Si somos criaturas hijas de la misma luna, porque ese odio? —Su mirada indagó en la masculina y sonriendo unos instantes, se olvidó de aquellos colmillos y de la oscura aura que lo engullía todo a su alrededor. Lentamente, también a ella. — Y por qué deberíamos ser nosotros una excepción? No... ¿odiaís a los lobos, a caso? —Le preguntó devolviéndole una mirada curiosa conteniéndose de acercarse más todavía hasta sentir su aliento helado envolviendo su piel. Ladeó el rostro y mirándole, suspiró luchando internamente con todos aquellos sentimientos cruzados entre sí. Escapar, quedarse. Huir o perecer. Su curiosidad ya había escogido por ella y aunque aún ella no fuera consciente de ello, ella ya se había adentrado en la oscura guarida del demonio.
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Mensaje por Ian Lancaster Vie Mar 11, 2016 1:35 pm

'Una guerra sin fin, que nunca terminará.
El fuego y el hielo, unidos en una falsa realidad.'



Podría decirse que la raza vampira era la raza más temida y despiadada que podría haber pisado la Tierra, sin embargo, no todo abarcaba en su totalidad, había muchos sanguinarios, crueles, ilascibles, que arrasaban con todo lo que pudieran encontrar a su paso, alimentándose hasta saciarse y tan solo por mera diversión y pasión por el dolor y la muerte. Otros se mantenían ocultos avergonzándose de su condición, de lo que el destino les había otorgado, o más bien, les habían encadenado. Había muchos dispuesto a ayudar a los demás, ya que habían luchado en contra de los demonios internos que lo mantenían preso, haciendo su alma aun más fuerte, arrebatándole el puesto a aquellos demonios que solo causarían el caos sobre la faz. Después estaban los lobos, esos Licántropos, aquellas bestias que perdían la noción de su mentalidad en la fase de luna llena, ¿por qué las criaturas eran tan diferentes entre unas y otras? Unas criaturas del fuego, otras del hielo, pero que tenían algo en común, la sobrenaturalidad, a cada cual más extraña. La única diferencia que había sobre los vampiros es que ellos ya habían muerto, serían las únicas criaturas que nunca jamás podrían volverse a alimentar de ningún alimento. Su único alimento, la única restricción que tenían era de que no podían vivir sin la sangre de los humanos, lo cuales caían poco a poco, unos por dichos vampiros y otras circunstancias. Los últimos años el pueblo, las personas se veían afectadas y rodeadas en un mundo de criaturas y magia, donde los humanos comenzaban a obtener poder sobre criaturas, en los que muchos de aquellas personas, también se sometían a ser convertidas, ya fueran vampiros o licántropos, las dos razas predominarían algún día. La raza eterna que jamás moriría junto a la lobuna, la cual podría engendrar para toda la vida, continuando una guerra sin fin entre el fuego y el hielo.

Tal vez ellos dos también eran muy diferentes en cuestión a razas, pero ya mantenían unos mismos ideales, y aunque ella seguramente no llegara a tal extremo, Ian pretendía liquidar toda aquella mente tóxica que pudiera traer la destrucción y la decadencia, ya sea al pueblo o al lugar al que el perteneciera, no quería verse sometido a las miserias que creaban los altos cargos, por eso, quería comprobar desde dentro, cómo se movía políticamente el dinero y los bienes del pueblo, en qué se usaba el dinero en manutención y de que manera podían también algunos, lucrarse, Ian sólo pensaba en matarlos, en nada más. Él había trabajado unos años ya para el Rey, y conocía muy bien cómo funcionaba todo, él recogía muchas cartas que luego falsificaría como de no haber sido abiertas, en donde Ian se informaba de cuanto poseía el Rey y sus seguidores. Todo lo hacía por el pueblo y no por perturbar la paz o crear una guerra, pero si hiciera algo de lo que poder lucrarse entre ellos, él no lo iba a permitir, aunque en la corte Escocesa también se encontraban criaturas de la noche, que no se lo pondrían nada fácil al vampiro para deshacerse de ellos, ¿pero que lo intentaría? Por supuesto, no dejaría a nadie vivo hasta ver que todo, comenzara a ir por buen camino, por sus bienes y por los de todos. Ian se podía considerar alguien inflexible, que no sucumbía ante las palabras de nadie y que siempre haría lo que le dijera su propia justicia, ya fuera para bien o para mal, ya que sus pretensiones siempre sería ayudar y colaborar junto al pueblo y para el pueblo.

-Créame, estoy deseando internarme con la demás parte de la corte, apenas he tenido el gusto de conocer a nadie, y los que hoy quedaban aquí, no eran precisamente muy nobles.- Rió despacio, haciendo referencia a que los que ya quedaban, no eran nobles y gente de la corte, si no más bien los invitados que ya se quedaban por puro gorroneo, por gula y vicio, algo que rápido cortó de cuajo el vampiro cuando se vio superado por el número de personas que asolaban su salón. Volvió a centrarse en aquellos ojos que lo estaban dejando apartado durante toda la noche, pensando en cosas que no tenían que ver, o más bien, que no eran el momento de pensar, si no de actuar. Ian quiso volver a tomar su cálida mano cuando la soltó de la impresión, pero no quiso atemorizarla siendo cruel y obligándola a tomar un camino que ella no quisiera, pero fue ella quien tomó su mano ésta vez, entrelazándola. Rápido llevó su mirada a las manos que se sujetaban mutuamente, sintiéndose realmente extraño, y que es a pesar de que Ian supiera de licántropos, de su temperatura, de haber luchado con ellos, de haber casi visto de nuevo otra vez a la muerte y de haber matado a alguno que otro, se había olvidado de cuan cálida podía ser la piel de un licántropo, nunca había tocado a uno de esa manera, una manera que Ian podía percibir y que antes, no percibía por su sed de muerte. Devolvió la mirada a la loba, el cual mostraba una mirada parecida a la de ella, algo incrédula, no pudiendo creer lo que ambos estaban sintiendo del otro, era todo lo contrario a lo habitual, ellos eran seres distintos, completamente diferentes. Era extraña la sensación que tenía el vampiro con su contacto pues nunca antes había notado algo así, una conexión tan fuerte, una atracción que lo asustaba, no había visto nada igual en otra persona, y es que ella lo había atrapado hasta lo más profundo de su ser, como si jamás quisiera separarse ya de ella, como una fuerza que le abdujera hasta lo más adentro del iris de sus ojos, esos ojos que despertaban la viveza de un muerto vampiro. La escuchó con atención lo que tenía que decir sobre lo que ella sabía, mientras que su sonrisa no se le quitaba a pesar de estar mostrando en todo momento unos afilados colmillos que durante unos segundos, ella se quedó ensimismada observándolos como si no pudiera creérselo.

Cuando terminó de escucharla, este tomó la copa de la licántropa que apenas había dado trago, es más podría habérsele caído la copa hacía tiempo, ya que ella durante un momento se había sentido muy pequeña ante la imponente figura de un vampiro, pero que esa pequeñez, rápido dejó de existir para ambos, estar ahora igual por igual. -Voy a contarte lo que yo creo al respecto, y lo que pienso...- Quiso comenzar, carraspeando un poco su garganta, aclarando su voz, no quería sonarla muy pesado, pero tampoco podría resumir mucho. -Desde lo que yo sé, la bestia que tenéis interna, cuando estalla, es imparable, no tenéis uso de razón que pueda haceros parar, sin embargo nosotros...- Paró un momento, bajando un poco la cabeza, pero sin dejar de mostrar esa media sonrisa que hacía que uno de los colmillos siempre quedara asomado. -Nosotros hacemos daño siempre con consciencia, sabemos lo que estamos haciendo y eso es cruel.- Opinó Ian, el cual formaba parte de lo que él llamaba cruel, y es que aún no había acabado con lo que la tenía que decir, no estaba agusto, y quería hacerla saber a ella lo que pensaba de unos y de otros, aunque se adentró un poco más en su propia senda. -¿Somos enemigos? Eso dicen, pero mi enemistad no ha sido dirigida hacia los licántropos, si no hacia los míos propios, que son los que atemorizan al mundo, siendo bellos y eternos, matando por matar, sólo por diversión. No puedo odiaros cuando me odio a mí mismo.- Concluyó creyendo que era suficiente lo que el vampiro le había aportado, algo de información en saber cómo actuaban ellos, cómo eran y lo que podía llegar a hacer, incalculables maldades a lo largo de la historia de la raza vampírica que han ensuciado por completo su nombre y los valores que algunos, pueden llegar a aportar haciendo que todo pueda funcionar de manera correcta, de manera en la que algún día, todos llegaran a ser felices, ¿por qué no?

Todo creía haberlo dejado muy claro, pero ahora era momento de que ella aportara también algo, sonrió y sin dejar de clavar su mirada en ella preguntó. -¿Podría conocer su nombre? Puede tutearme con confianza, no por ser Barón quiero que se vea acomplejada.- Dijo con un tono algo relajado, sin saber que ella era la Duquesa, cual cargo era aún mayor que el que Ian podía poseer en esas circunstancias, pero aunque ella dijera su nombre, su cargo seguiría siendo algo anónimo, ya que no había tenido el gusto aún de conocer a alguien que no hubiera sido más que el Rey, para el cual trabajó tanto. -Ian Lancaster, aunque haya podido saberlo, quería que lo escuchara de mí.- Se presentó llevándose el dorso de la mano que mantenían entrelazadas a los labios para depositar un frío beso, notando el contraste de temperatura entre labios y mano, era algo atrayente, y siempre, sin desquitar su mirada, aquella que lo sumía en un mar de fuego del que no quería huir, de donde no quería salir. Quería verse aun más atrapado entre sus incandescentes llamas que lo hacían sentir caliente dentro de un cuerpo frío y abandonado de todo flujo sanguíneo que hacía que ni el corazón pudiera latirle, pero que dentro de ese corazón inerte, podían encontrarse sentimientos y sensaciones, que difícilmente podría olvidar desde éste día.
Ian Lancaster
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Mensaje por Danna Dianceht Dom Mar 13, 2016 9:00 am

Solo quien de verdad ansía al
diablo tanto o más que si misma;
Lo halla frente de sí.
Anónimo



La maldad en los demonios era algo sabido y conocido por todos, ya que en todas las leyendas sobre los mismos, nunca se han dado el caso de encontrarse especímenes buenos, héroes o simples espectadores. No, en las historias populares los demonios eran los engendros del diablo en los infiernos y como tal, con una reputación maligna de herencia ellos eran peores incluso que él. Bestias que se alimentaban de niños, de mujeres sin importarles más que la destrucción, el dolor y la muerte que dejaban a su paso. En todos sus años de duquesa nunca se había dado el caso en su ducado, más si había oído de otros territorios atacados por estos que algunos creían una leyenda, invención de las mentes más débiles y otras quizás más lúcidas, los veían como el terror personificado de las noches. Importando lo mismo unos que otros, lo que estaba claro era que en Escocia había todo tipo de criaturas y que de todas las que aún le quedaban por descubrir y conocer a la joven licántropa, ahora había ido a conocer a la peor de ellas; Vampiros, los hijos de los infiernos, pero y aun así, aun escuchando al joven que tenía delante ni sus mortíferas palabras bañadas en muerte, parecían ser suficiente para que una parte de si no deseara acercarse más, saber más de aquella especie nocturna como ella.

Las únicas palabras que parecieron hacer efecto en la duquesa fueron cuando él mismo dijo que se odiaba, dando a entender de esta forma que él también era un cosechador de muertes. Danna tragó saliva y sin dejar de mirarle, sin poder dejar de lado aquel inaudito deseo que tenía por saber si él era real, apretó suavemente su mano enlazada con la de él. La muerte nunca había sido una de las aspiraciones de la duquesa en cuanto a tema de conversaciones, desde la muerte de su madre y luego la muerte merecida de su padre en sus manos, se podía decir que había tenido suficiente de ella, más aún cuando de monstruos se trataba. Su padre para ella el peor de los monstruos y seguramente peor que el que tenía enfrente que se hacía odiar por ser uno de ellos, era cuanto de oscuridad había visto en una persona. Aquel padre que se acordaba de cuando era pequeña, un buen día dejó de existir o quizás, nunca estuvo y solo fuera su amor de hija, pero en cuanto la mordió y lo descubrió con sus maquiavélicos planes de crear con ella una manada y de arrasar con toda escocia de los “débiles humanos” como él los tildaba, ahí se dio cuenta de cuan enferma estaba su mente y de cuan ella no estaba dispuesta a ser manipulada. Ni ella ni su loba salvaje, lo estaban.

Sé bastante de monstruosidades para saber que he visto la mayor que pueda concebir en mis propias carnes —dijo ella sin parar a pensarse en la vida anterior que hubiera podido tener Ian, mucho antes de su encuentro. — También los lobos somos unos asesinos a sangre fría y no me enorgullezco de ello, aunque estoy aprendiendo de mi loba lo suficiente por saber que si no te encuentras en lo alto de la cadena alimentaria, muchos seres se te pueden abalanzar, sobre todo si solo eres una mortal. —Ella también se odiaba en parte, pero tras años compartiendo vida con aquella maldición, ahora se daba cuenta lo importante que era ser más fuerte que el resto. Así podía proteger a los suyos y defenderse mil veces mejor que cualquier soldado del rey. Ella no tenía ninguna lección de armas, ni combate, pero cuando se encontraba en peligro su loba actuaba dándole la fuerza y los conocimientos que el instinto le obligaba a usar para salvar su propio pellejo y la de los demás. — Entiendo que podáis odiaros, como yo me odio en las noches de luna llena, pero… no puedo creer que tan mal os aqueje para llegar a tener esos pensamientos, que tan mal podríais haber infligido. —añadió sin entender cuan mal, cuan remordimiento podía tener Ian en su interior. A su vista ingenua, era un ser de la noche, no obstante, no parecía a uno de esos seres descritos en las leyendas y tristes historias de matanzas sin igual y parangón por los pueblos olvidados del norte.

Ella que veía en demasiadas ocasiones únicamente lo bueno de la gente que le rodeaba, la esencia más pura, olvidándose de todas sus palabras clavó su intensa mirada en la oscura ajena cuando este tomó su mano y se la acercó a sus labios. El rostro atractivo del vampiro no perdió tampoco tiempo en observar cada uno de sus rostros y cuando sus gélidos labios acariciaron la suave piel del dorso de su mano, la licántropa se tensó temiendo que los estremecimientos de aquel simple roce, pudieran llegar de alguna forma al conocimiento del vampiro. — Me llamo Danna, Danna Dianceht —susurró entreabriendo los labios en un suspiro más bien. — Pero podéis tutearme como Danna. —Su cuerpo lentamente se inclinó levemente hacia él y regresando a ponerse derecha, sus orbes no pudieron resistir de volver a observar aquel colmillo que sobresalía en la sonrisa del vampiro frente a ella. Resultaba como un imán, era una extraña tentación que la hacía sucumbir hacia la curiosidad de su alma humana, más que para la lejanía que deseaba y exigía su loba encerrada en aquel cuerpo que ahora mismo, poco estaba por la labor de escucharla.

Aún con la piel de su mano contra los fríos labios del ser inmortal, un nuevo suspiro nació de si y expulsó al tiempo que su cuerpo alentado por alguna fuerza imposible de detener, se acercó un paso a él. Con lentitud se soltó su mano de la de él y yendo a tomar la copa que él le había anteriormente cogido en su momento de debilidad, se la llevó a sus labios y de unos sorbos se la terminó, sintiendo como para sus siguientes palabras necesitaba aquellas burbujas embotándole la cabeza. El líquido refrescó no únicamente su garganta, sino también sus sentidos y sintiendo como sus nervios desaparecían, como su loba reducía sus instintos de huida en su mente, descansó unos efímeros segundos.

Necesito preguntaros algo y temo estar metiéndome en la  boca del lobo de haceros la pregunta. —confesó volviendo a mirarle a él, dejando que de nuevo él fuera quien apartase su copa de su mano, esta vez vacía. Le sonrío y volviéndose de espaldas a él a admirar el paisaje que se extendía a través de aquellos ventanales alumbrados por la luz de la luna, un escalofrió proveniente de su espalda le hizo sentir como la presencia masculina acortaba la distancia que ella misma había impuesto. — ¿Por qué os odiáis a vos mismo? —dijo empañando con su aliento el cristal del ventanal frente al cual se encontraba. — A caso ese odio, ¿se debe a vuestra alimentación? —Y tras esas palabras cerró los ojos sintiendo el cosquilleo del aliento frío acariciando su piel. — Porque os alimentáis de sangre… ¿No es así?
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Mensaje por Ian Lancaster Mar Mar 15, 2016 5:54 pm

La noche no podría ser más oscura, los dos peores seres de la Tierra unidos, como si fueran amigos, algo inaudito para dos criaturas completamente diferentes donde se disputaban una guerra que de momento no tenía un ganador, ambos estaban a la misma altura, y es que aunque parecía extraño, ambos habían coincidido en un sentimiento, por muy oculto que fuera, se sentían atraídos el uno por el otro, sobre todo por parte del vampiro, quien pensaba que jamás podría ya separarse de su aura carmesí, de la que se sentía no protegido, pero sí en un ámbito único en el que nada más le importaba. Todo lo que tenía que ver con ella lo interesaba hasta tal punto de perder casi la noción de lo que hacía con tan solo mirarla a los ojos, aquellos que lo naufragaban, hasta lo más profundo de su ser. Su mano fue apretada en algún momento de esa noche, cuando Ian parecía comentar que odiaba a los de su propia raza, pero... ¿tan raro resultaba? ellos le quitaron su vida, ¿por qué otorgarles unas sonrisa o enorgullecerse de ello? Para nada, los valores del vampiro iban mucho más allá de aprovecharse de su condición para hacer lo que esos seres eran capaces de hacer. Se iba a debatir una gran historia mientras él la miraba con atención, escuchándola en todo momento, atendiendo sin perder una palabra saliendo de sus labios, unos labios que le atraían incluso a besarlos, de una persona que había conocido hacía unos minutos atrás, ¿tan fuerte sería lo que podía llegar a percibir el vampiro? Estaba confundido, frustrado por no saber que narices le pasaba en la cabeza, es como si ésta ya no quisiera formar parte de él y quisiera hacer lo que le apeteciera.

Hablaba sobre algo que le dañó en un pasado, como si también le echara la culpa a alguien por ser una licántropa y no le faltaría razón, ya que si el vampiro sentía eso, porque ella no... Era sensato, sonreía mientras la escuchaba hablar, sobre cómo se defendería o el cómo tenía que haberlo hecho todo ese tiempo, con gran esfuerzo y sacrificio, por supuesto. Ian no creía en la gente fuerte que no entrenaba o praticaba para ello, algo debería hacer para conseguir mantenerse siempre en forma, y éste en cierta parte lo hacía, le gustaba salir y corretear buscando algún que otro problemilla sin importancia, mofarse y evadirle de él sin más, tan solo le gustaba la aventura, sin maldad ninguna. Cuando terminó de escucharla no pudo evitar realizar una pequeña mueca que evidenciaba que sí, él lo había pasado relativamente mal, quería contarlo, se sentía muchas veces tan sólo, en las que nadie podría escucharle que se le hacía pesado e incluso agobiante, creía necesitar desahogarse alguna vez en su vida, eran más de una decena de siglos en las que no confiaba en nadie como le hacía confiar ella con tan sólo su presencia, la sentía tan suya, tan única, hecha para ella... solo para él.

Ella tomó la copa de su mano, la cual se llevó a la boca para terminársela de un trago, dándosela de nuevo al vampiro, éste sonrió y se dirigió de nuevo a la mesita de noche que había en el esquinazo de la habitación, donde anteriormente había dejado la propia copa ya también vacía previamente. Su nombre era Danna, el nombre que ya jamás olvidaría en su exitencia, por muy longeva que fuera. En su eternidad se llevaría aquel nombre con él en su memoria sin importarle nadie más que ella, se veía en la obligación, era casi una necesidad. Su viva alma le indicaba que ella estaba hecha para él, y razón no le faltaba, ya que él estaba cohibido con su presencia, era tal la seducción de su mirada, cada movimiento, cada paso, un pestañeo que lo sumía en su propia aura, que le pedía más y más de ella como si se tratara de un tipo de adicción, y es que aunque su perfume no fuera el que Ian más prefería, notaba cierta sensación que no sentía el otros licántropos, no sabría explicarlo, pero bien notaba la sensación en el pecho, el cual le temblaba con cada palabra suya.

Comenzaba a moverse, cada paso el vampiro lo observaba como si fuera único, un movimiento privilegiado de dioses y ángeles, dónde los demonios como él, no parecían tener cabida en ese mundo de fantasía en el que sólo tenía ojos para ella. Se giró junto con ella sin perder detalle de sus delicados movimientos, lo cuales le aferraban más a la desesperación de conocerla más y más, de querer hacerla formar parte de su vida, y que fuera para siempre, que estaba hecho para ella, y ella, para él. Se escontraba de espaldas, observando la luminidad que la inmensa luna aportaba esa noche, la cual no era llena, de lo contrario, todo no iba a ser del todo tan bonito como parecía aquella noche. Se acercó a ella por su espalda, donde en la cintura de la licántropa, depositó una mano para aparecer por el lado contrario, como si la abrazara. La apartó enseguida ya que se había tratado de un gesto para hacer saber que se iba a aparecer por ese lado para que no se sintiera imprevista por su apareciencia al lado suyo el cual comenzó a contemplar al igual que ella, la luz que la luna obligaba a dar esa noche. -Una serie de criaturas...- Comenzó con la explicación a todas sus preguntas, las cuales contestaría sin dejar duda alguna, o al menos lo pretendería, quería hacerla saber todo por lo que había pasado el longevo vampiro que hasta tanto años había soportado con vida, con la esperanza de verse como se veía ahora.

-Una serie de criaturas nos atacaron a mi familia y a mí durante un paseo... Eran cuatro y se alimentarón de mis padres, dejándoles en la más absoluta de las muertes, saciándose hasta un punto enfermizo de ellos. Lo que hicieron conmigo fue llevarme con ellos con tan sólo cuatro años y hacerme su propio esclavo, como si no pudiéramos valernos por nosotros mismos.- Recalcando ese punto ya que cómo vampiro se sentía útil para hacer absolutamente cualquier cosa que se propusiera o que le apareciera por delante. -Me utilizaron hasta cumplir los veinti-cuatro años...- Hizo una pequeña pausa cerrando los ojos que mantenía mirando a la luna, dejando el vaho calcado en el cristal que delante se encontraba. -Fueron veinte años pasando un infierno, y cuando ya tuve cierta madurez, quise suicidarme.- Dijo volviendo a hacer otra parada, ésta vez para tragar saliva, no le gustaba realmente recordar su pasado, pero formaba parte de su vida. -En ese momento, para no perderme, no dejarme escapar, me conviertieron cuando me contraba agonizando.- Sonrió de medio lado, volviendo a abrir los ojos y a dirigir su rostro en dirección a la licántropa a la cual le dedicó aquella pequeña sonrisa.

-Aquella noche fue la primera de lo que ahora ves.- Paró, escuchándola preguntar si nos alimentábamos de sangre, algo que contaban las leyendas y que era totalemente... cierto, por lo que asintió con la cabeza. -Debemos alimentarnos de sangre humana, es nuestro sustento diario igual que los humanos el agua y lo alimentos.- Dijo sin querer pararse mucho en esa parte. -Si esa noche no hubiera sido convertido...- Sonrió, cambiando por completo de tema. -Seguramente no estaríamos aquí, yo contándote mi dramática infancia y tú teniendo que escucharla.- Dijo totalmente divertido, incluso riéndose de su situación, y no era más que eso, ser vampiro, por muy malo o bueno que fuera, tódo había que verlo desde un punto de vista que pudiera siempre parecer algo gracioso y entrañable que contar y hacer broma sobre él, ¿por qué no? La vida trataba sobre ser feliz, reir y hacer reir, lo demás era secundario, lo primero, eran siempre unas carcajadas, sobre todo para hacer sentir a la persona que se encontraba a su lado, lo más cómoda posible. -Odio a los vampiros por el simple hecho de que destruyeron mi vida, una eternidad siempre no es un regalo, sobre todo cuando suceden cosas malas, en cambio...- La miró fíjamente sonriendo, acercándose incluso un leve paso hacia el lado izquierdo, donde ella estaba también asomada a aquel ventanal y miró acompañando su mirada hacia la luna de nuevo. -En cambio si todo es bueno, no hay de que preocuparse.- Confesó sintiéndose tranquilo y apacible con su presencia, la cual jamás pensaría echar por Tierra en ningún sólo momento de su eterna vida. La tomó de su cálida mano una vez más, confiando en lo que llegaba a sentir fuera quizás algo recíproco, de lo contrario, Ian no sabría como actuar, si aquello había sido tan sólo de su imaginación y no sentía que fuera algo real por la parte de la licántropa. -Parece que tú tampoco lo has pasado del todo bien.- Hizo una pequeña mueca, incitándola quizás a que ella le quisiera contar su historia, aunque estaba en el derecho de no contar nada. -Aunque no tiene relevancia si no quieres contarlo, ahora estás aquí...- Dijo queriendo frenar todo comentario suyo. Acercándose hasta estar ahora sí, frente a frente. -¿Qué te ha traído hasta mí? ¿Mi aura? ¿Mi condición quizás?.- Dijo por un segundo sin dejar de mostrar aquellos afilados colmillos, los que tantas víctimas habrían cobrado y que tan perfectos continuaban siendo.
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Mensaje por Danna Dianceht Lun Mar 21, 2016 3:18 pm

No es usual ver a los ángeles en el infierno.
más si es común ver a un demonio,
en los ojos de un ángel.
Anónimo


Hubo una vez en que la luz y la oscuridad se disputaban el dominio del planeta tierra y del universo entero. Ambas querían tener el completo control. Luego de una largo tiempo de disputas y peleas llegaron a un acuerdo, ambas compartirían el mismo lugar cuidando cada una lo suyo. Sobre el planeta tierra acordaron que mientras una agarraba más espacio, iba dejando terreno tras sí para que la otra lo tome. Así, surgió el día y la noche en la tierra. La luz, también considerado el bien, puso al sol para que iluminase fuertemente la tierra y creó a los ángeles. La oscuridad, las tinieblas, considerado el mal, puso la noche en la que todo rastro de luz quedó extinta y creó a sus demonios, hijos de la oscuridad. Por miles de años, tanto un bando como otro lucharon por ganar terreno a los otros. Cuando la oscuridad creó las tormentas oscuras para privar de la luz a aquellos que vivían a su amparo, la luz creó el fuego para tener luz en la noche. Se pisotearon, intentaron cegar al otro y en medio aquel caos, una fuerza más poderosa llegada de lo único que podía salvar diferencias entre ángeles y demonios, llegó y dejó su imprenta eterna en el conflicto, creando lo ahora conocido como eclipse de sol. El amor fue lo único que logró que algo más bello se uniese y con él, fue un demonio y un ángel los que marcaron la diferencia al morir uno porque en la oscuridad hubiese siempre luz y el otro, porque en la luz, siempre quedase un resquicio de oscuridad. Ellos, amándose en secreto dieron sus vidas y con sus muertes, lograron unirse creando lo más mágico que pudieron haber creado, un eclipse de sol. Y allí sí que finalmente y pese a sus diferencias, pudieron estar juntos… por una noche el ángel rozaba al demonio y el demonio, abrazaba a su ángel.

Después de ese suceso, las criaturas nacidas de la oscuridad y las criatura nacidas de la luz, se dieron una tregua que algunos mantienen y otros tantos no, pero que sirve para que en ningún caso ni la oscuridad ni la luz vuelvan a ganar y olviden, lo que el sufrimiento y el sacrificio de aquellas dos almas tan distintas pero tan iguales, regalaron al mundo. Hoy en día aún si ves un eclipse de sol, puede ser que en algún lugar una alma de luz y una alma oscura se estén uniendo y no es tan extraño, la luz siempre ha atraído la oscuridad y la oscuridad; a la luz. A veces simplemente se necesita de una mirada al universo del otro, para perder los esquemas, el miedo, la desconfianza y alzar las alas hacia aquella luz y oscuridad desconocida, donde el sol y la luna regresan para amarse. Y como un ángel atrapado en el castillo del demonio, así se sentía la licántropa que viendo por el reflejo de los ventanales la diferencia de pieles, la de ella más nívea y la de él más blanca, coincidió que la historia se repetía sobretodo, cuando las gélidas manos del vampiro, tomaban las suyas más cálidas.

Había esperado al apartarse de su mirada, de aquella oscura mirada pero tan brillante, poder descansar, que su corazón se relajase, más nada fue así y únicamente cuando el brazo masculino rodeó su espalda y la abrazó efímeramente, allí encontró el sosiego y la paz. Cerró los ojos y suspirando, enteló el cristal con su aliento. Su loba aún seguía batallando por alejarse, sin embargo, lo que pudiera quedar de humana en ella, le obligaba a quedarse. Se sentía exhausta y a la vez descansada. Nunca antes había buscado tantas respuestas como en aquellos minutos y agradeciendo que la voz masculina la sacara del trance turbio de sus pensamientos, de un momento a otro se vio transportada a años atrás, donde un niño se obligó a sobrevivir en un mundo infernal al que lo sometieron y obligaron a estar. No es que su inicio en aquella vida de licántropa hubiese sido muy diferente, ahora escuchándole podía entrever que a pesar de sus diferencias, lo de dentro no se consideraba una de ellas, sino todo lo contrario; una similitud. Habían pasado por fuegos distintos, por situaciones y vidas contrarias el uno y el otro, pero el lograr sobrevivir a esas batallas, en haberse impuesto, haber sobrevivido, ya era un mérito que decía mucho de ellos. Guerreros... si, aquello era lo que eran.

¿Cuántas veces también ella, había pensado aquellas primeras semanas de padecimiento, terminar con su mera existencia? Al final, por su gente, por aquellos que aún quedaban allí y quedarían desamparados de desaparecer ella, desistió. No obstante, la situación de Ian, era harina de otro costal. Los vampiros se lo arrebataron todo, incluso su dignidad, su amor propio. Y aun así, siendo un mero sirviente, un mero comestible del que disponer a su antojo, logró sobrellevarlo, hasta vengarse y recuperar su libertad… libertad que paradójicamente, ella también había recuperado al vengarse del causante de su mal. Decidida a ignorar por el momento el hecho de que él se alimentase de sangre, lo cual entre otras cosas querría decir que debería de alimentarse entre los escoceses estas últimas décadas que decidiera quedarse en el condado, devolviéndole una mirada clara e intensa, como un cielo vivamente estrellado, ladeó el rostro para verle mejor y sonrío suavemente. Su historia la había conmovido, de tal modo que en sus ojos luchaban por salir unas etéreas lagrimas que no dejó en ningún momento pasar más allá de su lagrimal.

Si no hubierais guerreado como lo hicisteis, no estaríamos aquí. Tu contándome vuestra fuerza pese a ser un niño huérfano en manos de monstruos y yo teniendo que escuchar una historia desgarradora de superación y fuerza. —contestó ella, imitando su sonrisa, mirándolo fijamente olvidando por ahora el jardín que se extendía a sus pies, tras el balcón alumbrado por la luna. — Estoy segura Ian, que vuestros padres se habrían sentido orgullosos de su hijo y del que ahora sois. —añadió y suspirando cuando este volvió a tomar sus manos y la hizo regresar frente su figura, lo único que pudo hacer la licántropa fue dejarse llevar por aquel frío que más que asustarla, ahora solo le transmitía paz, un gélido consuelo que activaba cada uno de sus nervios, sobre todo cuando él hablaba y su aliento acariciaba su rostro. Mirando sus manos unidas, sus cálidas manos perderse en las heladas manos masculinas, sonrío con cierta tristeza y melancolía y acercándose más a él, descansó su frente contra su barbilla. Allí, bajo su sombra y resguardada en sus brazos, respiró hondo y negó al tiempo que su cuerpo descansaba apoyada en su figura. — Os lo debo, por favor...—Respondió cortando así cualquier intento del vampiro de hacerla cambiar de opinión.

Mis inicios, mi conversión fue algo distinta a la vuestra…. —dijo y de su propio aliento sintió como a cada palabra, las imágenes y los recuerdos regresaban. Uno a uno, recreándose de nuevo en su cabeza, atormentándola con la culpa que aún algunas noches sentía. — Todo empezó cuando mi madre murió por el ataque de un lobo. —Empezó con una mueca que quedó escondida bajo el mentón masculino, contra aquel cuello de granito. — Era luna llena cuando pasó y las historias de bestias no tardaron en salir. La gente tenía miedo y se estableció un toque de queda para que nadie anduviera por los bosques en luna llena. Lo que no imaginaron jamás mi pueblo, ni imaginé yo, es que aquel lobo se encontrase entre nosotros, y sobretodo tan cerca de mí… escondido, bajo la piel de mi progenitor restante. —Tragó saliva y bajando su voz a un hilo más tenue, sonrío rozando con sus labios su cuello, al sentir las manos de Ian rodeando su figura, como si de alguna forma buscara darle su apoyo, reconfortarla. — Si, aquel lobo como imaginareis; era mi padre y años después, cuando yo era una adolescente vino a por mí. Esa noche… me mordió y estuve a punto de perder esa noche la vida. Me recuperé, lentamente pero lo hice, pero cuando desperté, solo oía a mi padre de crear una manada, de reinar, de hacernos invencibles… Apenas siendo una adolescente cuando me mordió, me asusté y en cuanto logré relacionar el asesinato de mi madre con la bestia de mi padre, até cabos y lo odié. Hasta ese momento no había sentido mis entrañas arder como cuando pensé en odiarlo. Deseé verlo muerto, y como sucede desde entonces, mi loba no me defraudó. —A medida relataba, necesitó hacer una pausa — En mi primera transformación, mi loba lo mató; lo matamos… Maté a mi propio padre, y eso me temo es todo… la historia de cómo vengue la memoria de mi madre, matando al asesino de ambas, pues cuando sus dientes me desgarraron, por unos instantes estuve segura que algo de mi murió; Mi humanidad.

En la última palabra, su voz contenida finalmente tembló y necesitando alejarse para afrontar la realidad, para poder soportar las imágenes tan nítidas que envolvían sus recuerdos, la cruda verdad de lo que sucedió la noche de su primera vez como bestia, se apartó de él unos pasos de nuevo, aunque no lo suficiente para que las manos de él dejaran de arroparla, únicamente la suficiente distancia para poder alzar la mirada y mirarle. Enseguida le miró, se sintió perdida y agradeciendo que en su intensa mirada, desaparecieran las pesadillas de su mente, tan pronto se alejó de su cuerpo, regresó a él. Sus alientos chocaron y los orbes femeninos antes de volver a sus ojos, admiró su rostro… sus labios, los rasgos masculinos de sus facciones, su recta nariz y de vuelta a aquellos orbes que estaba segura podían crear cualquier incendio con la misma fuerza, que podían inducirle a la calma y al sosiego.

¿Qué me ha traído hasta ti? —Preguntó acordándose de las preguntas de él. Danna se encogió de hombros y sonrío negando suavemente a muy escasa distancia de aquel perfecto rostro— No lo sé… primero quería conocer quien eraís, si estaríamos a salvo contigo… luego, quise saber que escondías, que eras. —Intentó explicarse y bajando la mirada hacia sus labios, más en concreto a los colmillos que le sobresalían, alzó una mano y lentamente dándole al vampiro una señal de lo que iba a hacer, terminó por acariciar con su dedo índice el tamaño de uno de aquellos filosos y majestuosos colmillos, armas de todo un depredador de la noche.— Y ahora ya no es esto solo… —susurró en un suspiro acariciando con los otros dedos, su labio— es algo más.— Y tras sus palabras, y sin darse cuenta el dedo con el que acariciaba su colmillo, bajó hasta su punta y completamente expuesta a su mirada y al deseo de la misma, no fue consciente de aquella peligrosa cercanía hasta que el filo arañó su piel.

Jadeó desconcertada al sentir el ligero pinchazo en su dedo y bajando su mirada como si hubiese despertado de un sueño, contempló la gota de sangre que escapaba de su dedo, allá donde se había rasgado su piel. La gota amenazó con escapar de los bordes de su piel levemente maltratada y bajar por su dedo, hasta la palma de su mano y en ese momento lo vio todo claro. Él, era el demonio y ella; su amada ángel. La fuerza, la oscuridad, la maldad… aliado con la virtud, la inocencia, la luz del cielo en forma de la figura femenina de los ángeles; las serafinas del cielo ¿Había algo más perfecto que aquella unión de los dioses? Solo ellos podían eclipsar las estrellas, devolviendo la luz; a su amante oscura.
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Una ceremonia inesperada, lo que pudo ser, y no fue ~ Privado +18 Empty Re: Una ceremonia inesperada, lo que pudo ser, y no fue ~ Privado +18

Mensaje por Ian Lancaster Miér Mar 23, 2016 10:19 am

'Distintas criaturas, mismas experiencias'


Ya cuando era un niño tuvo que soportar tantas cosas, que no pensaba que debería haber vuelto a hablar sobre ello, de echo, no quería. Sin embargo, ante ella se veía casi en la obligación de habérselo contado todo, cómo había pasado y qué había al respecto, no siempre era bueno callarse las cosas, acabaría estallando todo junto y posiblemente no para bien. A su lado se sentía tan equilibrado que notaba que nada fuera a venirse abajo, un estado de paz y calma de donde no saldría por sus propios medios. Llegó a aliviarse tanto de habérselo dicho, que pensando en todo aquello, parecía que alguna lágrima se le fuera a salir de las cuencas, algo que nunca sucedió, no dejó paso a verle débil frente a algo que había pasado hacía mas de mil y medio de años. Con lo que tanto había peleado el vampiro hasta ahora, había sido con su pasado, el cual nunca dejó que le afectara de cara al futuro y a prosperar como quería, y es que a pesar de ser una criatura, le gustaba ganarse las cosas con esfuerzo y sacrificio, el que tanto poco le suponía tener que alimentarse, no solo de sangre, si no de guardar en sí, sus esencias en formatos de dosis individuales, preparados para siempre tener a mano.

Ahora empezaría a hablar ella, tratando de aliviar la conciencia del vampiro, y por lo menos lo conseguía. Cerró los ojos escuchando su fina y dulce voz, entrando en un trance, imaginando lo que habría sido para él, haber crecido junto a sus padres aunque hubiera sido de esta condición, el cómo ellos, y como la licántropa había dicho ya, el orgullo que sentirían por el vampiro. No pudo evitar sacar una sonrisa de nostalgia debido a ese pensamiento volviendo a abrir los ojos y a entrar de nuevo en el mundo donde estaban, dejando atrás pensamientos que ya habían sido abandonados cuando ella se asentó bajo él, protegiéndose de todo lo que la rodeaba, cómo si algo malo fuera a ir a aparecer, sintiendo cómo el miedo y los escalofríos invadían el cuerpo ajeno cuando comenzó a contarle la historia de la vida de la loba, que tan dura parecía ser. La escuchó con atención, abarcándola con sus brazos para hacerla sentirse más segura, más cálida aunque él estuviera hecho del mismísimo hielo. Su madre al parecer había sido asesinada a manos de un licántropo, de lo que ella era en ese momento, entonces empezó a intentar atar algún cabo que de momento no podía desvelar, quizás ese mismo lobo la había convertido, quería continuar dejándola hablar infundido en mil dudas en ese instante. Enarcó una ceja cuando dijo que aquel lobo se había tratado de su padre y de que también la convirtió para crear una manada invencible, siendo poseído por la devoción y la ambición de un poder único con el que no ser nunca atormentados en un mundo lleno de criaturas que buscaban guerra entre sí, ideales que jamás irían a ninguna parte, ideales que estaban completamente fuera de lugar. No obstante, ella al parecer se había vengado, siempre con la inconsciencia que transmite un lobo en plena transformación en noches de luna llena, donde no se puede conversar con la bestia para hacer entrar en razón o llegar simplemente a un acuerdo, a sangre fría, se vengó.

Apretó sus brazos un poco, despacio, transmitiéndole algo de fuerza que en ese momento parecía necesitar, no podía pensar el echo de que ella también se había vengado en cierta parte de su madre y de la condena que su padre la había otorgado para toda la vida. Sin todos esos echos, mirándolo de otro punto de vista, quizás sus vidas jamás su hubieran cruzado, quizás el destino podría haber estado para ellos, eso no lo sabrían aún, no había sucedido nada, pero lo que si estaba claro, era que ambos sentían algo que no era mera curiosidad, debajo de aquella faceta cordial que los dos mostraban se escondían bestias inundadas de dudas entre en uno y el otro, dudas que sólo podrían apaciguarse de una sola manera. La miró a los ojos observando como durante unos segundos, se había apartado de él, sin alejarse del todo, necesitaba tomar algo de aire después de todo, habría sido duro tanto como para él, haber tenido que recordar todo eso una vez más, y ella, seguramente lo tenía más presente, debido que un lobo no podría vivir tanto como podría un vampiro.

-Siento que tu padre ansiara el poder y la ambición, viéndose corrompido de su criatura, por su bestia. Creo que la bestia que en ti se forjó sabía lo que debía hacer, ya que el alma y la bestia, se encuentran unidos por un vínculo que se basa en los principios humanos, los cuales eran buenos en ti y no en él.- Dijo sosteniendo una dulce sonrisa que trataba que transmitir a la licántropa para hacerla sentir cercana, como si hubiera sido algo normal haberlo hecho y que en cierto modo, era algo que merecía hacerse, por muy a pesar de ella. Las dos bestias que se encontraban frente a frente se habían visto envueltas en situaciones parecidas a pesar de ser criaturas completamente distintas una y otra, una del mundo de los ángeles donde el calor y la paz se mantenía, de donde la luz se forjaba para iluminar el camino; otro del mundo de los demonios, donde no había hielo cómo la criatura vampírica transmitía, pero si ese mundo de oscuridad que todo el mundo temía, que todo el mundo repudiaba y del que nadie estaba orgulloso, aun así, excitante, atrayente, ya que lo prohibido siempre se hacía algo tentador. -Creo que tu bestia hizo lo correcto. Las cosas podrían haber sido fatales de haberse creado el mundo que él quería formar. Ahora está todo en su sitio.- Dijo intentando aliviar su conciencia, sonriendo en todo momento. Volviendo a escuchar su dulce voz esta vez para contestar todas las dudas que el vampiro tenía en la cabeza, el porqué había querido estar ahí esa noche, escabullirse de toda la guardia e intentar empatizar con el Barón, cosa que por otra parte ya había conseguido.

Sonrió y alzó una ceja despacio, mirándola de manera incrédula por lo que pensaba que iba a hacer, ¿tocarle los colmillos? Podría hacerse una herida de tocar la punta ya que los colmillos de vampiro se mantenían en perfecto estado casi siempre, de lo contrario ese vampiro debería morir, si no tenía los colmillos perfectos para un mordisco eficaz y limpio. -Ten cuidado, podrías hacerte daño al jugar con fuego.- Susurró divertido mientras estos eran acariciados por un momento. Ella lo miraba fijamente a los ojos mientras el gélido labio del vampiro estaba siendo acariciado por un momento, volviendo al colmillo el cual este ahora sí rasgó su piel ligeramente. -Te avisé...- Dijo asintiendo con la cabeza, ya había sido advertida de lo que podría pasar. Rápido ella se preocupó de una herida que le había arriado hasta la palma de la mano. -Eso no es nada, déjame ver...- Dijo tomando su mano despacio y con la otra, sacó un pañuelo del bolsillo del pantalón que tenía preparado para algún tipo de hemorragia que pudiera ocasionar, ya que su mundo estaba inundado en sangre. Limpió la parte de la palma con este, pero la zona que mantenía ensangrentada en su dedo, aun era fresca y no la limpiaría con el pañuelo, sería desperdiciar valiosísima sangre que por otra parte, dañaba al vampiro. -No quisiera asustarte Danna, pero quisiera hacerlo.- Dijo y sin dejar pasar ninguna otra palabra, se llevó despacio en dedo hacia la zona donde se había hecho el corte. El vampiro acercó sus labios a la zona de la hemorragia impregnándose de esa poca sangre que brotaba, y aunque fuera una simple punzada, la zona del dedo era muy aparatosa y se formaban coágulos de sangre en la apertura de la herida. En ningún momento se introdujo el dedo como tal en la boca, entero, pero sí el primer cartílago del dedo, de donde absorbía la sangre que brotaba intentando cortar la hemorragia de una vez.

La sangre de la licántropa no era la ideal para un vampiro, pero en ningún momento eso le fue un impedimento de que él adquiriera esa poca sangre que emanaba de su dedo, por mucha que pudiera parecer. Le comenzó a arder la cabeza debido a no el sabor, pero sí la esencia de lobo que poseía, la que apenas podía nunca probar como para alimentarse de uno, siquiera moriría en el intento de querer probar bocado de un lobo, y eso hacía especialmente la situación, puesto que por mucha hambre que Ian pudiera tener, jamás se vería en la obligación o en la compostura de tener que alimentarse jamás de ella. Cuando soltó su dedo, de éste ya no brotaba una sola gota más, limpió su dedo con la pañuelo que aun portaba en la mano para secar la zona de había humedecido con su boca. -Si un vampiro se alimentara de la sangre de un licántropo, probablemente moriría.- Dijo sonriendo un poco, mirándola a los ojos, haciéndola saber que correría cualquier riesgo por ella, ya fuera verse obligado a hacer cualquier cosa con el propósito de ayudarla.

Sonrió un poco relamiéndose de lo que había probado ese momento. -¿Eso te atraían, mis colmillos? Ya viste cuan afilados pueden llegar a ser y los estragos que pueden causar si estos van dirigidos a la yugular.- Su rostro se encaminó hacia su cálido cuello, donde el aliento golpeaba violentamente contra él, haciéndola sentir ese escalofrío que sentiría cualquier mortal ante el acecho de un depredador como él. -Implacable, mordaz, eficaz como la bestia más peligrosa de éste mundo. Puedo ser letal y no dejar nada más que dos simples marcas.- Sonrió contra su cuello, dando tan solo un simple beso, sintiendo su piel erizarse por un momento por el frío contacto de tan diferentes temperaturas de tez que ambos poseían. Toda la eternidad serían diferentes, pero que a pesar de todas las diferencias que los separaban, sentían el abrazo de la misma luz que los iluminaba y que hacían que ambas criaturas comenzaran a sentirse vivas nada más aparecer, la luna, en lo alto del cielo que se postraba sobre el manto estrellado de constelaciones y extraños universos que se mantendrían en órbita hasta el fin de los tiempos. La misma luna que acunaba las vivencias de unos seres que despertaban cuando la luz de sol cesaba en el horizonte haciéndose presencia ese satélite que obtenía luz propia, reflejada del mismo sol que calentaba las frías mañanas que dejaba a su paso la gélida luna.

El vampiro mantuvo la mirada sobre ella, sin apartarla un solo momento, no sabía muy bien que decir en ese momento, se encontraba en una situación algo complicada, ya que el gesto que el vampiro había tenido sobre la Baronesa podría haberla sido de mal gusto, quizás no tendrían la confianza que debiera como para haberlo hecho. No obstante volvió a sonreír. -Siento si le pareció de mal gusto, creí que sería un desperdicio haber derrochado en vano su dulce sangre.- Dijo volviendo a hablar de usted como acto reflejo, no sentía la complicidad completa para hablar en todo momento de ''tú'', podría parecer una descortesía por su parte aunque una de sus acciones ya lo hubieran sido. -¿Quizás te apetezca otra copa de lo que gustes?- Preguntó siendo caballeroso, como habituaba a ser, quería que ella estuviera completamente cómoda con su presencia, al menos, por la parte del vampiro, así era. No todo estaba del todo bien, Ian reprimía en él incluso las ganas de besar sus labios, cada vez que miraba su rostro y contemplaba cada facción de ella, se quedaba ensimismado sin poder dejar de observarla, de admirarla, tenía una belleza propia de ángeles, sus ojos de color de miel, sus pómulos sonrosados, sus suaves mejillas, su pequeña nariz y sus labios, esos carnosos labios que le apetecían probar casi tanto como la sangre que hacía unos momentos ya había probado, y que seguramente, se arrepentiría de no pedírselo. Se acercó despacio a sus labios y aun sin siquiera rozarlos, pero sí dejando su frío aliento sobre ella, dejándola probablemente sus labios helados. -No sabes cuan anhelo tus labios, casi tanto como la sangre de la que me alimento.- Dijo teniendo que terminar con todo lo que podría pasar y lo que no, queriendo llevar el camino que por tanto tiempo, durante aquel par de horas, ya había sentido desde que la vio por primera vez en la ceremonia y que durante todo ese tiempo, también la buscó.
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Una ceremonia inesperada, lo que pudo ser, y no fue ~ Privado +18 Empty Re: Una ceremonia inesperada, lo que pudo ser, y no fue ~ Privado +18

Mensaje por Danna Dianceht Miér Mar 30, 2016 9:29 am

   Los deseos se tienen, no se piden.
Lo que se pide es el objeto del deseo.
Del alma ansiada; ser su dueño.
Francisco Umbral



La duquesa tenía su pasado aún demasiado incrustado por la culpa en su corazón, razón por la cual no solía contarlo. El hecho de que últimamente hubiera más inquisidores y la guerra entre inquisidores y los sobrenaturales fuera más fuerte que nunca, tampoco le dejaba muchos papeles o confianza para irlo contando. La venganza a la muerte de su madre y la muerte de su padre en sus propias fauces, apenas lo conocía su media hermana bastarda y poco más. Incluso, Viktor, su mayordomo y su esposa la que ejercía de ama de llaves desde antes de la boda de sus fallecidos padres, tantos años atrás, sabían nada del asunto. Para toda Escocia, para el rey y aún más para los sirvientes de los Dianceht y los habitantes de las villas pertenecientes al ducado, tanto Lenore de Dianceht y su esposo; Erik de Winchester, habían sido asesinados por lobos, por una jauría de ellos contra los que no habían podido hacer nada. Cruelmente asesinados a sangre fría, los habían elogiado con las muestras de pesar y las flores que el día de los entierros de cada uno, dejaron decorar los alrededores de sus tumbas en el jardín trasero del castillo. De la muerte de su padre en sus brazos, Danna a días se arrepentía más o menos, pero en su interior tenía el conocimiento pleno de que había hecho bien, había librado a Escocia de uno de sus peores y más malvados hombres, o licántropos de la región. Sin embargo, la muerte de su madre si era harina de otro costal, pues siempre se arrepentiría de no haber podido hacer más por ello. El hecho de no poder salvarla la quemaba por dentro y a pesar de que fue inevitable y ella solo para aquel entonces no tendría más de diez años, allí seguían los remordimiento, pero también la felicidad de haber vengado su muerte.

Rodeada entre sus brazos, la duquesa suspiró al terminar de contar su historia y dejando que su respiración acariciase la curva del cuello masculino, buscó apretarse más contra él en busca de consuelo que recibió en forma de un abrazo del vampiro a su menudo cuerpo. Cerró en aquel abrazo los ojos y dejando que él la consolara, que sus caricias la exculparan, besó efímeramente aquel cuello de granito antes de separarse y enfrentarse así, a los ojos del inmortal, tan diferente a ella pero a la vez, a la vez… tan similar a su propia alma. Le miró, hundiéndose en aquellos ojos azules y sosteniendo su mirada, las palabras reconfortantes de Ian, cayeron como agua redentora y cálida sobre ella, apagando las llamas de la culpa, extinguiéndolas hasta que solo quedaron las cenizas. Incapaz de separarse más de lo que ya lo había hecho y sintiendo como ahora le hacían falta de nuevo sus brazos acobijándola contra su cuerpo en silencio, acarició uno de los brazos que aún la rodeaban aunque no tan íntimamente como antes y sonrío de lado. Por muchos que pudieran pensar que los monstruos no existían y si los existían estos podían cambiar, tanto la licántropa como el vampiro conocían en carnes propias que había monstruos, demonios que nunca cambiarían y que estos, por el bien de todos, no merecían vivir a contienda de hacer daño a otros sin remordimiento alguno, con egoísmo y una brutalidad aplastante, hecho compartido con los peores criminales humanos o no humanos que corrían en libertad por ese mundo de luces y oscuridades.

Gracias Ian, por alejarme mis demonios esta noche de mi cabeza—susurró sintiendo todavía la fuerza de sus parpados de resistir las lágrimas. Respiró hondo y devolviéndole la sonrisa, fortaleciéndose gracias a sus palabras, regresó de nuevo a aquellos escasos centímetros de él, recorriendo en dos pequeños pasos la distancia que anteriormente había dispuesto entre ellos, cuando sus recuerdos habían sido demasiado fuertes. Allí, de nuevo a su sombra y con la luz de la luna creando recovecos oscuros y luces en el amplio dormitorio, más parecido a un salón, volvió a sentir su corazón encogerse como en un puño bajo su pecho cuando una vez más se vio encarcelada en aquella oscura atracción que parecía unirlos aquella noche, como dos mitades de un todo. Respondió sus preguntas y tomándose la confianza y la libertad de acariciar uno de aquellos colmillos que le sobresalían ligeramente del labio, el accidento no tardó mucho en pasar, tomándola de improvisto. La licántropa conocía la naturaleza de Ian, era su primer vampiro… el primero que llegaba conocer y con el que se había encontrado, más todos los demonios si algo compartían era el deseo de la sangre, y la muerte de sus víctimas inocentes y aquello, no era una sorpresa para Danna, aunque si, lo fue poder sentir en carne viva lo que un simple roce de aquellas armas filosas, podían hacer contra la suave piel humana. — Me quemé, —dijo con voz entrecortada mirándose el corte. No solía quemarse al jugar con fuego las veces que lo había hecho, no obstante, la verdad es que aquella era la primera vez que deseaba lanzarse ciegamente al abismo, si es que Ian, podía considerarse el infierno.

Sintiendo enseguida el pañuelo de él limpiándole la sangre que había terminado por ensuciarle parte de la palma de la mano, el pulso de Danna se lanzó a la carrera completamente desarmada, cuando ante su sorpresa Ian se llevó su dedo herido a su boca y cerrando sus labios sobre su cartílago, chupó suavemente recogiendo su sangre en su paladar de una forma íntima y caliente. La duquesa jadeó perdida en aquella escena, en las sensaciones que la atravesaban ante cada succión o caricia con su lengua y cuando este dejó el dedo y se aproximó a su cuello, todos sus nervios se erizaron, dolorosamente expectantes. Nunca antes había sentido su cuerpo tensarse en miles de sensaciones que sobrevolaban su interior como hábiles mariposas. Nunca antes se había sentido sin aire y aún menos, nunca antes gimió por lo bajo contra un oído masculino, como cuando él besó la curva sensible de su cuello y todo ella sufrió un vuelco.  — Si era mortal, no deberíais haberlo hecho. No quisiera haceros ningún daño—susurró mordiéndose el labio justo después de que él volviera a apartarse de ella y se sintiese abandonada, de pronto fría; helada.

Ahora que conocía que su sangre podía matar a un vampiro, estaba segura que de haberlo sabido algo lo habría podido detener a tiempo para que no probase ni una gota de su sangre venenosa. No obstante, ahora no se arrepentía. El sonrojo de sus mejillas y su respiración agitada no disminuía pese a que ahora él se hubiese separado de ella y el sentimiento, lo que sintió cuando su lengua le acarició, le pareció ante todo pecaminoso, peligroso, excitante. Y no sería ella quien se lo negase, tampoco sería su loba que en toda la noche ahora daba muestras de querer quedarse, dejando de enturbiar la mente de la duquesa con sus instintos d preservación, para llenarla de otro sentimiento, de otra sensación quizás incluso más peligrosa que el de la huida. El feroz deseo de quedarse. Aquel feroz deseo de cazar a su presa, de sentir su último aliento, de embriagarse con su aroma, de su piel. Casi podía sentir las garras de su loba tirando de su piel en un intento desesperado por salir, como su propio deseo de que volviese de nuevo junto a ella, y de nuevo sentirse rodeada por la presencia oscura y pecaminosa del vampiro. Cuando él volvió a hablar se obligó a sonreír y negó varias veces, hasta volver a mirarle.— No te preocupes, no… no me ha parecido de mal gusto, me gustó— le confesó suavemente sonrojada sin saber que hacer o como proceder, volviendo a negarse con lo de la copa, a tiempo de tras su negación, volver a encontrarse frente a frente de él.

¿Cuándo había llegado hasta ella? ¿Qué había pasado? ¿Por qué su cuerpo reaccionaba así ante su cercanía? ¿Por qué le temblaban las piernas? Se preguntó viéndole de pronto a pocos centímetros de ella y luego, muy lentamente, con la mirada ensombrecida junto la de ella, los labios de él se le acercaron. — Ian… —Aquel nombre sonó demasiado tentador en sus labios, tanto que tuvo que obligarse a respirar. Se humedeció los labios, estaba nerviosa y fijó de nuevo la vista en la boca bien definida del barón muriendo en silencio de deseo. Entonces, las palabras de él irrumpieron con fuerza contra sus labios, haciéndola suspirar, lanzando de nuevo el pulso de la duquesa a la carrera. No podía estar diciéndole aquello en serio, pero lo hacía. Luz y oscuridad, un ángel y un demonio unidos de nuevo… y allí estaban ellos dos, como si se conocieran de siempre, como si él siempre hubiese estado en su mente. ¿Sería un mero invento de su mente? Se preguntó incapaz de creer en aquella perfección. Respiró sobre sus labios y antes de poder pensar con claridad, se lanzó al fuego, sin paracaídas, sin protección contra aquella boca endiablada que le quitaba el aliento y el sueño, como su dueño. — Yo también lo anhelo, como la sed ansía el agua, como estrella necesita de la noche— y tras sus palabras ya no se contentó con rozar sus labios, sino que cerrando sus manos en torno a su nuca, esta entreabrió los labios y cerrando los ojos, sus labios apresaron los masculinos, en un beso… en un largo beso, dulce, posesivo, salvaje. Un beso que la llevó a arder en su boca a una dimensión, donde el hielo contra sus manos, se derritió y la luz junto la oscuridad; se acomodaban, se acoplaban perfectamente en un baile de susurros, caricias y besos. Un baile en el que licántropa y vampiro, recién calentaban sus labios.
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Mensaje por Ian Lancaster Miér Mar 30, 2016 4:07 pm

'Promesas llenas de vacío
en un mundo inexistente en donde
lo que aquí suceda, aquí se queda'



Noches de tormento, de pesadillas que no desaparecían, que estaban ahí, cada noche para atormentar la mente de un vampiro que creía haberlo tenido todo. Tenía en cierta parte, la fama, poder, dinero, todo se podría decir en verdad. Pero también era cierto que todo eso era materialista, aquello no podría otorgar de lo que se trataba de la vida, que era de ser feliz. Eran esas mismas pesadillas las que hacían que el vampiro no pudiera tan solo conciliar el sueño,  un sueño inexistente. El vampiro pasaba los días que se metía en su ataud a descansar, siempre con mentalidades que no le llevarían a nada, donde solo permitía dejar un lugar al miedo y la desesperación a la que nunca se dejó sucumbir. Al haber perdido todo desde tan pequeño, rápido se tenía que ver en la obligación de madurar, de tener una mente fría y fuerte que lo sacara de todas aquellas veces en las que se desquiciaba por no conocer siquiera a sus padres, de los que su cara es tan sólo una pinzelada de un color oscuro que no se llegaría nunca a distinguir. Cada vez que la noche se abría paso, era cuando al fin podía respirar, liberarse de toda la presión que le surgía cada mañana cuando tenía que ir a descansar, zafándose de todas las cadenas que lo mantenían preso en una cerrada mente llena de oscuridad. Le gustaba saltar entre árbol y árbol, de tejado a tejado, dejándose llevar por la libertad que tanto ansiaba. La constancia de tratar de ser alguien de provecho, que ayudara a los demás, hacía que Ian fuera un vampiro peculiar que no se dejaba llevar por las emociones, las que apenas expresaba, pero que pasara lo que pasara, él siempre estaría ahí. Conseguía lo que pocas criaturas hacían, que era empatizar con el ser humano, dejándose llevar mucho más allá del miedo y el terror que generaban las especies como los vampiros.

Pareciera que jamás quisiera acabarse la noche, y es que apenas había empezado unas horas antes de la ceremonia, en la que al parecer, podría haber encontrado lo que vendría a ser, su mitad, por lo que daría todo, y, aunque fuera pronto para hacer tales especulaciones, si bien cierto era que ambos se atraía no sólo físicamente, si no psicológicamente, sus mentes parecían estar conectadas de alguna manera, y se veía a través de sus miradas. Ian la mantenía abrazada en todo momento, no queriéndose separar tan siquiera un instante, donde la temperatura de la licántropa se fundía con la del vampiro, siendo ideal, pareciendo que el bien y el mal estaban hechos para unirse, en el que el frío y el calor, juntos, se juntaban en el término 'templado', la temperatura ideal para lo que acontecía esa magnífica noche en la que la luna les bañaba entre brillos que sus ojos reflejaban.
Era inevitable sonreir al pensar en curarla de aquella manera, pero era una manera a fin de cuentas. Sus terminaciones nerviosas no cesaban en sentir pequeños escalofríos y estremecimientos que el vampiro agradecía de manera silenciosa, para sí mismo, sabiendo de el estado en el que ella estaba, encontrándose sus mofletes, completamente colorados evidenciaban sus ligeros sentimientos hacia el vampiro con tan sólo haberlo descubierto como raza, añadiendo la atracción que éstos generaban por el simple echo de ser lo que eran.

No obstante la noche no terminaría en ese momento, él había revelado una gran debilidad hacia la licántropa, su sangre podía matarlo efectivamente, pero él se veía capaz de nunca tener que recurrir a atacarla en ningún momento, mucho menos, para debilitarla. Creía sentirse el único de querer estar siempre a su lado y no irse nunca. Sentía ser el único que podría llenar el hueco que la licántropa albergaba, el mismo hueco vacío incoloro que él tenía en su difunto corazón, pero que vivo en el suyo, queriéndose hacer responsable de sellarlo infinitamente, con un lazo indestructible por el paso de los años. Ése lazo sólo sería destruído en el que caso de que ambos dejaran de respirar en algún momento para reencontrarse con lo que seguramente sería el paráiso, donde habría cavida para un vampiro que llegó alguna vez a hacer el bien.
La apretó para sí mismo, otorgándola un calor del que él no era el portador, si no el contacto entre ambos que hacían mas que derretir las malas vivencias pasadas, en el que la mirada de sus ojos, le llevaban hasta un lugar mucho más allá del presente, mucho más allá de este Universo en el que eran víctimas del tiempo, un tiempo que era de ellos en ese instante, sólo para ellos. En efecto pidió besarla, quería hacerlo, ¿por qué perder tiempo en deseo ahogados? No tenía nada que perder, y sí mucho que ganar. La observó con detenimiento, manteniendo una sonrisa que no se le borraría de la cara seguramente hasta que su figura se disolviera en el horizonte en algún momento de aquel casual encuentro en el que nada estaba preparado, en el que los sentimientos, sus almas, hablaban por sí solas, escapando sus bestias internas para interactuar una con la otra, para relacionarse y crear ese vínculo que sólo unas miradas creaban.

-Me gusta el peligro.- Confirmó. -Creo que solo alejándoos de mí es la única manera de hacerme daño en este momento.- Sentenció antes de acercar los labios a los suyos, cerca de unir lo que iba a ser un beso que esperaba, casi tanto como a que apareciera la oscuridad de la noche para salir de caza en busca de alimento, en busca de una esencia de la que no se podía permitir prescindir. Ian la arriconó apoyando ambas manos en el cristal de la habitación en la que estaban asomados para contemplar el horizonte y las vistas, como la luna que a lo alto se proclamaba victoriosa de el pecado al que se iban a involucrar dos criaturas envueltas en un mismo mundo, en un mismo lugar. Se arrimó aun mas a ella, haciendo que se viera contra la espada y la pared, de manera que no pudiera escapar si no fuera suplicándolo. Volvió a arrimar una vez sus besos, escuchando lo que sería su última frase antes de que lo sujetara de la nuca, haciendo que este girara su rostro lo suficiente para llegar a su altura donde se culminó aquel apasionado beso, donde ambas lenguas peleaban debatiéndose en una batalla de vida o muerte, como si sólo uno debiera quedar en pie. Ian la sujetó de la cintura en un momento desesperado de que no se fuera de su lado, mientras que la otra la dirigía a su sonrosada mejilla para posarla sobre ella con suma suavidad, la misma que su piel tenía. Ambos parecían no querer separarse un instante ni siquiera para tomar aliento, un aliento que para el vampiro no significaba nada ya que su función respiratoria no servía absolutamente para nada.

Cuando ambos se separaron, Ian apenas tenía nada que decir, sólo la miraba a los ojos mientras su mano ahora sí la acariciaba con mayor detenimiento, y sin parpadear añadió. -¿Dónde estuviste todo este tiempo? Nunca me ví en la necesidad de implorar los labios de nadie, dependiente de éste como si se tratara tan solo del mero echo de respirar.- Volvió a acercarse de nuevo para que su nariz se juntara con la ajena para arrugarla durante un instante -Eres muy especial, Danna. Bésame, lo necesito, una vez más.- Pidió de nuevo volver a sentir esa sensación de sus labios besándole, susurrándole, exhalando casi una última respiración. Se volvió a acercarse a ella para ésta vez ser él el que lo iniciara, aunque hubiera pedido de nuevo que fuera ella quien le besara, no pudo evitar la tentación de ser el vampiro el que no pudo reprimirse en de nuevo buscar sus labios. La besó con más intensidad, la tensión estaba a flor de piel, la que se erizaba en la de éste con cada contacto de sus manos, de sus labios y de su cuerpo, el cual aprovechó para tomar en un arrebato de lujuria y subírsela encima, abriendo el ventanal para salir hacia el exterior, en donde el viento azotaba con algo más de energía, haciendo que el pelo de la licántropa se viera completamente descontrolado, siendo arrastrado haciendo uno de sus perfiles. Con ella aun encima se fue hasta la el pilar de piedra que hacía de barandilla, apoyando su trasero despacio, acomodándola para que se sentara y poder así tener una mejor perspectiva de aquella noche, en la terraza en la que ambos se había asomado previamente para admirarlo todo. Todo ahora tenía menos importancia, una véz ella subida, él la sujetó de la cintura para cogerla y equilibrarla en caso de que se desestabilizara, mientras que su mano derecha hacía un pequeño esfuerzo por remangar las faldas doradas de aquel vestido que poseía la que le había robado los pensamientos durante la noche. Llegó a sus cálidos muslos, acariciando con su mano la parte exterior del mismo deleitándose de la perfecta figura de su esbelto y elegante cuerpo.

Ambos volvían a debatirse en un duelo donde la lujuría comenzaba a hacer de las suyas, dónde no se sabría desde éste momento, donde llegarían a terminar las cosas, tan sólo el principio de algo extraño, inusual, peculiar... algo único que no solía suceder, donde dos criaturas de distintas bestias tuvieran una mente tan parecida y razonable para comprenderse con tan sólo unas miradas, donde la eterna luz iluminaba la emblemática oscuridad a la que Ian se veía sometido por el resto de su vida, donde sólo ella era objetivo de ello. La sujetó con fuerza, ya que ambas manos las tenía para sujetarle a él y que no escapara de su cárcel, mientras que su otra mano tocaba cada parte de su pierna, pasando por el gemelo y el tobillo, regresando una y otra vez al muslo que era particularmente una de las partes que al vampiro más le atraían, unas bonitas piernas que tocar y/o que morder, nunca se sabía que podía llegar a pasar. Ian no podía negar la evidencia, creía haber sentido eso que llamaban enamorarse, pero... era muy pronto, o así quería creer él, pero en su negro corazón (el cual no latía) sí tenía espacio para sentimientos, como podía llegar a ser el amor. -Espero que nadie le esté esperando en casa, creo que va a llegar tarde, si así tanto lo desea como yo 'My Lady'- Cuestionó cuando llegaron a separar una vez más sus labios después de ese segundo asalto, del que tenía muy claro, que no sería el último que tuvieran esa maravillosa noche.
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Mensaje por Danna Dianceht Jue Mar 31, 2016 6:23 am

En las más arduas pasiones
es tan importante que te quiten el aliento,
como dar aliento al necesitado de tu beso.
Anónimo



La vida muchas veces se mide en momentos que quitan por completo el aliento, en corazonadas, en decisiones tomadas por instinto al vuelo que nunca sabes dónde pueden llevarte o desencadenar una vez tomadas. Son producto de un azar que muchas veces nos lleva a replantearnos que habría pasado de haber tomado sendas distintas a las finalmente escogidas. ¿Me habría ido mejor de no haber tomado ese camino? ¿Me habría ido mejor si hubiese reculado a tiempo? Una y otras veces, la vida nos hace replantearnos situaciones similares, no obstante, esta vez en la mente de la joven duquesa no existía ni un atisbo o sombra de duda. Estaba donde tenía que estar y había hecho lo que tenía que hacer por llegar al momento actual, en que no solo satisfecha en el conocimiento de los vampiros, sus anhelos… cada uno de ellos era despertado por aquella criatura que como ella, se debía a la noche, a la oscuridad y con la que también compartía el terror de los más pequeños, gracias a las historias de terror, o mejor dicho; historias para no dormir. Danna nunca habría podido pensar que su naturaleza fuese tan cercana a otra, mucho más violenta que la de ella. Y allí estaba, encontrando que tanto ella como su loba, residían a aquel lugar, bajo el cobijo de aquellos ojos que algunos de preguntarles, verían la muerte y en los que ellas solo veían, una simple cosa; Atracción, misterio, fuerza… hogar. Un lugar en el que eran aceptadas y respetadas, como un igual al que poder odiar y amar con la misma intensidad.

Y allí estaban, las dos criaturas de similar naturaleza tan iguales y diferentes al mismo tiempo, enlazadas en un beso que la licántropa no deseó en ningún momento que tocase a su fin y con los nervios a flor de piel, no pudo evitar morderle el labio como respuesta a sus primeras caricias por todo su cuerpo, tentándola, haciéndola arder en un baile de roces y lenguas, en las que poco o nada la joven estaba preparada, pero en el que rápidamente tomó la delantera, impidiendo en todo momento que él se apartase, hasta que no fuera totalmente necesario. ¿Por qué seguía temblando? Se preguntó minutos despúes en cuanto finalmente y a regañadientes, necesitó tomar aliento y recuperarse lejos de la boca masculina. Se separaron, aunque la distancia interpuesta entre ambos fue mínima, lo suficiente solo para que pudiera coger aire y con cada respiración, su aliento acariciara los labios ajenos.

Le miró completamente perdida y antes de que pudiera contestar a sus palabras, o decirle nada, hablarle, susurrar de nuevo su nombre ni que fuera, la voz de Ian le provocó un escalofrío de puro placer en su columna. Nadie debería de tener una voz así. Y su boca… Danna no podía dejar de mirarla cautivada por la perfección cincelada de sus gélidos labios. — Nadie debería tener una boca tan tentadora— Susurro cerca, tan cerca de los labios masculinos que casi sentía el calor, el ardiente deseo de su boca. Necesitaba urgentemente volver a sentirlos junto a los suyos, la necesidad de volver a repetir el beso fue tan imperiosa que si antes de aquel primer contacto sus piernas temblaban de anticipación, ahora temblaban de necesidad, de deseo porque de nuevo él la hiciera volar.

Los labios de Ian la rozaron de nuevo y a ella se le detuvo inmediatamente el corazón. Esta vez no había esperado a que ella volviese a besarle, sino que adelantándose, se sirvió el mismo, arrebatándole todo pensamiento hasta solo estar él; él y su nombre en los más oscuros deseos de la licantropa. El beso fue gratamente aceptado y devolviéndole, moviendo sus labios contra los masculinos con la misma intensidad con que él arrasaba con los suyos, la duquesa ahora sí, sentenció irremediablemente su perdida como algo indiscutible. Después de aquel beso, después de él; no podía ser la misma. ¿Cómo podría? No tenía respuesta y dudaba que pudiese encontrarla. Ella ya no era la misma y al terminar la noche, nada de aquello podía cambiar, solo confirmarse. Quizás él podía no matarla por dejarla seca y beber de ella hasta su última gota, pero también era cierto; que había otras formas de morir, unas más dulces que otras.

El vampiro profundizó el beso, adueñándose de su aliento y aquel palpitar en su pecho, se desbocó con una fuerza que acaparó todos sus sentidos. Solo había sensaciones, suspiros ahogados entre ellos. El mundo, inmersa en aquellas caricias que la despojaban de toda razón, poco le importaba y mientras el vampiro encendía el fuego entre ellos, cerró los ojos encontrándose inmersa en un mundo de ensueño en que los monstruos no existían, en un lugar en el que no habían enemigos y en el que el blanco y el negro creaban el color de los cielos. Un color maravilloso, perfecto, tanto como el excitante contraste de sus pieles ahora unidas en aquel mar de llamas.

Cuando la alzó contra su cuerpo, ella se agarró de su cintura, rodeándola completamente entregada a la boca que con demanda la devoraba sin compasión. Apretó firme sus piernas, sosteniéndose, apretándose contra su cuerpo de una manera íntima y con las manos enlazadas tras su nuca, sosteniéndose, se agarró de su cabello al tiempo que bajo su aliento, el mundo volvía a desaparecer bajo sus pies. Solo era consciente de una única cosa; de él. Su boca, su lengua… el roce efímero de sus colmillos contra ella…La fuerza de su cuerpo, la dureza y el relieve de sus definidos músculos bajo la camisa que ahora pegaba contra ella, contra sus turgentes pechos, hinchados, dolientes contra la tela del vestido que los ahogaba. Y cuando la llevó en un arrebato al exterior, jadeó desesperada contra su lengua cuando el aire nocturno azotó la espalda descubierta de su vestido, erizando por completo su piel. Haciéndola estremecer; gemir dentro de aquella boca endiablada que si no la hacía conocer el infierno, era porque ya estaba en él.

Enseguida él se separó, su sola presencia borró la luna y sus estrellas, borró hasta el fresco aire nocturno, todo quedó borrado a excepción de sus solidos músculos, su frialdad revestida en calor y su fuerza. Sonriéndole, podía imaginar a la perfección el latido de su corazón siguiendo al suyo de cerca, casi a la carrera. Su mano viajó de su cuello hasta su hombro y de allí recorrió lentamente un camino hacia su pecho. Delineó cada uno de sus músculos y reparando atención en los botones, fue desabrochándolos hasta dejar abierta la camisa. Fascinante. Todo él quitaba el aliento. — ¿Estáis sugiriendo barón, que me quede a dormir? —Suspiró tras musitar sus palabras rozando sus labios y bajando ligeramente la cabeza antes de que quisiera de nuevo besar sus labios, recorrió con los labios y la punta de su nariz, la curva de su cuello, dejando un sendero de besos por toda su piel. Le oyó jadear cuando le mordisqueó con los dientes el cuello, su garganta y sonriendo, exhalando su aliento sobre la piel humedecida anteriormente por su lengua, fue su turno de gemir a la noche que los contemplaba, cuando el cuerpo masculino se acercó más al suyo, pegándose piel con piel. — Tendrán que esperar mi regreso entonces, porque puede que decidáis retenerme más que una noche y en ese caso, yo no os podría desobedecer… —le habló alzando de nuevo su mirada, enlazando sus ojos a escasos centímetros de su boca con la suya. Los orbes ajenos desplazaron su mirada por su rostro, tocando sus labios cuando estos se quedaron prendados de ellos como si de un intenso beso fuese, y jadeó incapaz de no reaccionar ante todas aquellas emociones que aunque desconocidas, fieramente despertaba en ella.— No cuando vuestros deseos, también lo son míos. —añadió relamiéndose el labio con la punta de su lengua sintiendo su boca de pronto seca y necesitada del aliento frío del vampiro.

Con el corazón acelerado, rodeó y apretó con sus piernas el cuerpo de Ian más contra ella y dibujándose lentamente una sonrisa sensual en sus labios con confianza ciega en el vampiro, arqueó ligeramente su espalda hacia atrás, al tiempo que lo atraía hacia su cuerpo, hasta amoldarse por completo y sentir aquella electricidad que pasaba por entre sus cuerpos cada vez que se unían la calidez de ella y la gelitud de él. La brisa de la noche jugueteó con su cabellera echada al viento y mordiéndole el labio inferior, incitándole, tentándole… sus manos en una súplica silenciosa lo tomaron fuertemente del cabello, jalándolo aún más cerca de ella, más pegado a su cuerpo, al tiempo en que sin más palabras, ni necesitarlas, cerró los ojos y de nuevo, entregada y desesperada; unió su boca a la de él.
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Mensaje por Ian Lancaster Jue Mar 31, 2016 8:35 am

'Dispuesto a todo
asumiento cualquier riesgo'

Cansado de deseos ahogados, de víctimas que no tenían la culpa de las ansiedades que sufrían las criaturas nocturnas, acechadores de jovencitas y ladrón de corazones era de lo que ellos trataban de ser, cautivar al máximo a la persona que tenían en frente para engañarlas a un destino, prometerlas unos sueños, que jamás se verían cumplidos. En el caso de Ian fue muy al revés de los vampiros que se solían conocer, él era bondadoso, honesto y sincero mientras que los demás sólo actuaban en su propio beneficio, cosa que Ian, siendo como era, él ya lo conseguía sin necesidad alguna de hacer mal a nadie. Como todo vampiro se veía en la necesidad imperiosa de tomar la sangre humana como bien era sabido, pero él tenía contactos, incluso en la mansión en la que se encontraban, tenía la confianza suficiente para que la guardia e incluso las doncellas que allí trabajaban accedieran a servir de alimento para el vampiro, siendo gratamente bonificadas con un mayor sueldo y una mejor estancia en el hogar de Ian.

En aquella ocasión, había sido una licántropa el que había robado el corazón inerte de un vampiro que padecía de soledad realmente, no tenía a quienes apegarse sin haberse querido beneficiar de su dinero o su condición, esa noche la sentía diferente. Danna fue quien lo acechó, creando un huracán de sensaciones dignos de almas gemelas cuyas han sido conectadas desde el principio de los tiempos, ahora, viéndose consumada por fin. La miraba a los ojos, consecuente de sus deseos más íntimos, deseando hacerla sentir mujer, tratándola como lo tenía que hacer un ser como él. Sus labios, esos labios que se veían envuelto en llamas apagaban toda la frialdad que un vampiro podía tener, iba mucho más allá de la simple temperatura, y es que el vampiro desplegaba de su cuerpo vaho a consecuencia de la pasión y la lujuria que ambos seres expulsaban por cada folículo de su cuerpo.

Ella no tardó en hacerle sonreir tras su primer comentario, en el que decía cuanto tentaba su boca, no pudo evitar dirigirse a su cuello para dar un leve mordisco añadido de un posterior beso que depositó en él, haciendo que se estremeciera un poco más. Era un juego de dos, en el que ambos eran meros ganadores, ganadores de una pasión que nada ni nadie les podría arrebatar, no esa noche. Un deseo incandescente que no se iba a apaciguar, esperaba, que en un largo tiempo, quizás toda una eternidad. En su mente solo conciliaba el deseo de poseerla hasta llegar a la mayor de las satisfacciones, aun acarciando su muslo, él profundizó un poco más, llegando a la cadera, donde notó el lateral de su ropa interior, por donde introdujo la mano para tocar su piel, suavemente, despacio, analizando cada textura de su tez, de la temperatura que desplegaba, que anhelaba.

Deseaba mantenerla presa en aquella cárcel oscura a la que se había adentrado, burlando a la guardia como si fueran unos bufones, llegando hasta él para quitarle el aliento como lo estaba haciendo en ese preciso instante, subida encima de la barra de piedra, completamente juntos, sintiendo sus pechos oprimirse cada vez contra el gélido cuerpo del vampiro ahogados preso de la acelerada respiración que la licántropa tenía. Una vez más, sus labios se enzarzaron en ese duelo que no podía decidirse, un duelo entré el fuego y el hielo, en el que no quedaría más que un mar que les ahogaba en un profundo éxtasis de lujuria y deseo, necesidad el uno del otro, como si nada más allá de ese día, ya dejara de cobrar más importancia. -¿Dormir?- Enarcó una ceja un tanto divertido, ya que por su parte, un vampiro no dormía, tan solo descansaba, pero eran cosas que aun debería aprender del vampiro, las costumbres de cada uno y su modo de vida del que ella desconocía por completo, tan sólo echos en libros y leyendas que no decían más que una generalización de un mismo organismo.

Ella comenzó a quitarle los botones de la camisa despacio, deslizando su dedo índice por su cuerpo, notando la musculación que Ian poseía en el pecho y abdomen, algo que le gustaba mantener, ya que el ejercicio formaba parte de su vida. La miró a los ojos con una sonrisa cómplice y se acercó a su oído para musitarla despacio. -La retendría hasta el fin de mis días, si así lo quisiera.- Se apartó depositando un suave beso en sus labios que pronto volverían a embatallarse con los ajenos. -No lo llamaría desobediencia -corrigió respecto al caso de desobedecerle si se iba de su lado- sería un deseo ahogado del que arrepentirse.- Añadió para tomarla de la parte baja de la espalda, por encima del trasero para mantenerla equilibrada mientras se echaba hacia atrás, como si quisiera que el viento la agarrara y saliera volando, un vuelo al que Ian estaría dispuesto a participar junto a ella, dejándose llevar por todos los sentidos.

El guió su cuerpo hasta quedar horizontalmente con el terreno en el que se encontraba apoyada, siendo seguido por éste,  sujetado por las piernas de ella mientras su contrapeso hacía imposible que ella jamás pudiera caer, al igual que el vampiro, ya que la ''muralla'' hacía la fuerza en la piernas del vampiro. Mientras tomaba su cintura, su otra mano se dirigió a su pierna izquierda, tomándola y subiéndola con la flexibilidad suficiente como para que aquello tan sólo pareciera un simple paso de baile, dejando su pierna completamente estirada, siendo acariciada por el gemelo, teniendo la pierna casi por la altura de los hombros del vampiro que se incorporó para mirar la belleza de su rostro, la perfección de su cuerpo y la naturaleza de su ser. Sentía la necesidad de descontrolarse y dejar ser impulsado por completo por su bestia, la cual no albergaba bondad ninguna, si no total pasión y entrega, pero sin deseos ni sentimientos, algo que no podría permitirse, no con ella. Sólo ellos conocerían el final de ésta historia no había hecho más que empezar, sabiendo que en otra vida también volverían a reecontrarse para formar una sola unión de dos seres diferentes a los demás.

Se acercó nuevamente a ella siendo tomado por el pelo suavemente, dejando caer su pierna con suma suavidad, dejando que el tiempo corriera en su contra, un tiempo que estaba dispuesto a aprovechar y disfrutar, cada segundo, cada caricia, como cada mirada y cada beso al que volvían a verse obligados a necesitar el uno del otro como si fuera su única dependencia. La besó nuevamente dejándose liberar por aquellos labios que lo desencadenaban de la oscuridad sometida a lo largo de los años. No debaja de tomarla por la cintura en todo momento, estaba en una posición algo complicada, pero llena de furor, de un momento de descontrol que no se podía frenar, del que no se podía escapar. La mano derecha, la llevó directamente a los nudos que su vestido dorado poseía, queriendo dejar libre de esa prisión a aquellos pechos sedientos de aire. Desató el primer escalafón del cordón, tan sólo aliviando la tensión que generaba su vestido, haciendo gala a un escote que no pasaría desapercibido en ningún instante.

Sus lenguas aun se confrontaban en un ecosistema hecho para ellos dos, conociéndose a la perfección con cada movimiento, cada facción, cada beso, cada bocanada era distinta, pero similar en la que sus labios encajaban con total perfección, al igual que su velocidad de ejecución, estaba claro que ella era lo que había buscado toda su eternidad. Sin miramientos se separó de su boca unos centímetros, dejándose ambos impregnar por el aliento desatado de ambas criaturas, mirándose uno al otro en completo silencio, como si no hicieran falta más palabras para saber lo que iba a suceder. -Sé mía.- Exhaló el vampiro en su última respiración antes ser mordido por ella y haber tenido que jadear despacio. Fue entonces cuando tuvo que dirigirse a su cuello, en el que iba a tener entretenimiento durantes unos momentos, ya que comenzando desde su mejilla, descendió poco a poco, llegando a su vena carótica, la cual estaba en el medio. Sacó su lengua y lamió aquella zona, humedeciéndola por completo, dejando esa parte fría, helada, que no tardaría en calentar continuando con una serie de besos por la que volvía a bajar muy despacio, llegando al centro de su cuello, donde los hombres poseíamos eso que llamaban 'nuez', subió un poco hasta su barbilla marcando todo su cuerpo con besos y caricias, dando un leve mordisco ahí, sonriendo contra su piel, sintiéndola presa del deseo al que Danna e Ian se habían visto envueltos. Sin decir una sola palabra más, bajó hasta su busto, donde muy por encima de llegar a sus pechos, continuaba dando cortos besos, pequeños lametones y mordiscos que la marcarían el cuerpo durante sólo unos minutos.

-Necesito sentirme tuyo.- dijo desde el busto ajeno, donde deshaciendo otra capa más del cordón de su vestido y bajándolo tan solo un poco, podrían apreciarse los senos que la licántropa poseía, en donde la mano que había deshecho ese nudo, había tomado la justicia por su cuenta, dirigiéndose adentro del vestido donde aun albergaba sus pechos ocultos para llegar a mantener contacto con su piel una vez más, apretando despacio su mano, con suma suavidad para hacerla aun más víctima del deseo. Sus labios aun se mantenían sobre su cálido busto, por el que bajaba despacio, muy lentamente, con el mero hecho de hacerla estremecerse con cada acto al que el vampiro le sometía. Cada prueba era más dura, le tocaba llegar a uno de sus pezones, donde su lengua, traviesa y juguetona, se dirigió a él para humedecerlo y dejar suaves mordiscos, notando como aquel pezón se endurecía y asomaba cada vez más, fruto de la excitación, la misma que él sentía, ya que en su pantalón, también algo comenzaba a apretar.
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Mensaje por Danna Dianceht Jue Mar 31, 2016 3:19 pm

— ¿Por qué hay más ángeles caídos
que diablos reconvertidos? —Le preguntó.
—Porque únicamente en la inocencia, en la luz,
la oscuridad es tan tentadora como para valer alas
Esperanzas y almas, a motivo de un único deseo;
Sentirse vivos.
Anónimo


Detrás de su figura, el espeso bosque de árboles que crecían a lo largo de todo el territorio escoces daba la bienvenida a los visitantes y a los amantes, les otorgaba la paz de la naturaleza. ¿Qué habría más perfecto, que la perfecta naturaleza de único testigo de aquella unión de luces y oscuridades en aquel balcón que ahora caliente, acobijaba a dos realezas de sus fantásticas tierras? Danna mirando fijamente el fuego fatuo que parecía jamás extinguirse de los ojos del barón, tampoco encontraba respuestas a todos aquellos interrogantes. Se estaba perdiendo en su tacto, en sus besos y en los suaves jadeos que conseguía sonsacarle, sintiendo aquellos jadeos como pequeñas victorias tras el feroz descubrimiento de como su cuerpo reaccionaba al de él, de una forma tan intensa que era incapaz de no perderse en todo lo que la hacía sentir en cada uno de sus acercamientos. Hasta sus besos más cortos, más dulces… hasta los más descarnados, aquellos en que el mundo daba vueltas y sus pies dejaban de sostenerse por sí solos hasta que el eje de todo el equilibrio se reducía a una sola persona, a la que precisamente tenia frente de sí, en su boca, en su aliento.

El aroma, la brisa fresca de la noche era un completo deleite para las sensaciones de la licántropa, las cuales sumándole todo cuanto la cegaba en aquel momento en que su cuerpo parecía hecho de gelatina, dócil y maleable, la hacía estremecerse de mil formas distintas. Su acelerado pulso, únicamente era una de las inequívocas señales de todos aquellos sentidos colapsados con las caricias gélidas del vampiro, sobre su más que cálida piel, que ahora más que caída, parecía arder. Con los ojos cerrados y hundiendo sus dedos entre su cabello, contuvo el aliento cuando sus labios se separaron y mirándole fijamente hasta imaginarse que eran uno, sonrío cuando rompió el silencio dispuesto entre ellos, contestándole con un mordisco que en secreto buscaba marcarle, hacerle estremecer sonsacar tanto como pudiera de aquella depredadora boca que él poseía. Con ahínco mordió en la curva más sensible del cuello masculino y exhalando su aliento sobre la mordida, se le escapó una suave risa contra su piel tras que después de que él le apartase el cabello del lado que tenía más a mano, posara su boca en el nacimiento de su oreja hasta el cuello, y de allí, hasta el pulso como un experto amante que solo buscaba encenderla y sabía cómo encontrar cada una de las respuestas que esperaba que aquel cuerpo femenino le diese. —Estoy aquí… ¿no os basta eso? —susurró con voz entrecortada besando su clavícula antes de encontrarse siendo incapaz de si quiera hablar y apartándose de su cuello, esta ladeara el rostro quedando a la merced de la agonía de su boca que la saboreaba de una y mil maneras, como el más exquisito de los manjares.

Los besos lentamente fueron recorriendo su nívea piel alumbrada por la luna que acariciaba sus cuerpos y volviendo su cuello a echarlo hacia atrás, cuando los helados labios del vampiro se entretuvieron en su busto, los suspiros no tardaron en llegar. Se sentía flotar y se sentía tan bien, que al cosquilleo de aquellos besos río suavemente hasta que de pronto, las manos que la sujetaban terminaron por deshacer la parte de arriba de las cintas que acobijaban su vestido en su cuerpo y sintiendo el envite de la brisa endurecer más sus pechos, quedó sin respiración cuando sintiendo la mirada de Ian en sus pechos, este se acercó lentamente a uno de ellos. Todo su cuerpo se tensó. La loba jadeó para sus adentros incapaz de reaccionar. Jamás habría esperado aquel movimiento del vampiro y en cuanto su aliento helado tomó con firmeza uno de sus pezones turgentes contra el azote de su lengua, en su boca, todo su mundo explotó en miles de pedazos. El norte, el sur… era incapaz de reconocerlos, desaparecieron de su cabeza por completo y en cuanto con su aliento acarició la zona, Danna sintió como de los pies al último cabello de su cabeza se erizaba con fuerza. Sintió como lo succionó con fuerza y al sentir el tormento de su suave mordida en la dura cima, incapaz de acallar esta vez mordiéndose el labio inferior, en un intento en vano de controlarse, gritó a los cuatro vientos en un gemido que para deleite del vampiro, vino acompañado de más y más suaves a continuación de ese.

La mente de la duquesa era un sinfín de nuevas sensaciones que eclipsaban toda coherencia. Sus manos se aferraron con fuerza de su cabello y sujetándose a él, un millar de espurnas de luz de disiparon desde sus pechos, hasta su bajo vientre. Se sentía pesada y liviana a la vez, más aquellas sensaciones contradictorias solo hacían que se entregase con más ahínco a aquel cielo, en el que lentamente él la subía. Murmuró su nombre y sin miedo, ella se entregó por completo a sus manos y a su pecaminoso aliento, sin preocuparse que él la dejase caer, o que aquellos colmillos llegasen a perforarla. Incluso, la segunda opción la esperaba. En un lugar recóndito en su mente deseaba de nuevo experimentar aquel pinchazo de su colmillo, y preguntándose cómo debería de sentirse uno de aquellos colmillos hincándose, alimentándose de su pecho, abrió los ojos nublados por una capa de deseo y le miró a tiempo de ver como también sus manos terminaban contra su piel, adueñándose de toda ella, como si el fuego creado en sus suaves y henchidos pechos, no fuera suficiente. No para él.

El calor se coló bajo su piel sin importarle lo helada que eran las manos que ahora no satisfechas con que Ian mamase de sus pechos, enardeciéndola por completo, seduciéndola con aquel toque hipnótico, estas empezaron a recorrer su cuerpo con cierta avaricia. Sus caricias denotaron posesividad. Sus dedos abarcaban su piel y como si buscase tatuarse en su suave cuerpo, si su boca no conseguía lanzarla al vacío, cada vez se acercaba más y más a lograrlo con aquellas caricias que conseguían que todo el cuerpo femenino se estremeciese y se pegase al de él con anhelo. Sus piernas rodearon con más fuerza sus caderas y levantando una de sus piernas, como anteriormente él le había hecho hacer, la dejó sobre su hombro y tiró de él hacia ella, acercando peligrosamente su cadera contra la de él. Sus caderas chocaron, se rozaron y gimiendo, se mordió el labio con fuerza al sentir el bulto sus pantalones, amenazante y duro, listo para salir de su prisión.

Ian… Por favor. —Rogó totalmente atrapada en aquel vaivén inconsciente de su cuerpo contra el ajeno, en el exquisito dolor de sus mordidas en sus henchidos pechos y en aquel inminente placer que empezaba a originarse en el centro de su ser. No conocía lo que seguía, y tampoco conocía lo que podía estar rogándole o suplicándole, pero esperó que él pudiese leer su cuerpo tembloroso antes de que fuera arrasada por aquel turgente fuego que él mismo se empecinaba en avivar. La brisa nocturna seguía jugueteando con su cabello y alzando sus parpados, totalmente sonrojada, sufrió un vuelco cuando fijando la mirada en los ojos depredadores que la devoraban, este le devolvió una mirada encendida aún desde su pecho, lamiéndolo, torturándolo con los suaves arañazos que enviaban un torrente líquido a su vientre. Ante aquella imagen tragó duro y bajando una de sus manos por su rostro, hasta acunar una de sus frías mejillas, lo entendió todo sin necesidad de palabras. Aquel hombre era el demonio y ella en este mísero instante solo era una ofrenda a los dioses, una virgen postrada ante el altar de su oscura boca, a la espera de su sacrificio.
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Una ceremonia inesperada, lo que pudo ser, y no fue ~ Privado +18 Empty Re: Una ceremonia inesperada, lo que pudo ser, y no fue ~ Privado +18

Mensaje por Ian Lancaster Sáb Abr 02, 2016 11:30 am

'Ésta noche tú eres mi víctima
yo soy tu cazador de sueños'



Ni el viento lograba disipar las llamas encendidas que ambos seres provocaban, un vaivén frenético de caricias, de miradas, de besos que esos labios le susurraban que iba a ser suya. Nada en los alrededores, podría obtener una mísera importancia, no se podía parar lo que se iba a acontecer, y es que aunque se hubieran conocido esa noche, ese instante, sus almas se conocían, sabían, que estaban hechos el uno para el otro.
En todos los caminos existen dificultades que te hacen llegar al climax de la vida, a un punto de no retorno donde no darías nada por devolver ciertas cosas que la vida brindaba, y esa era una de ellas, nunca querría devolver o tan siquiera olvidarla, no podría. El aura de Ian, más oscura que nunca, no reflejaba aquella oscuridad como tal, si no que parecía combatirla para buscar esos detalles de brillantez que hacían a su ser, especial. Todo lo contrario que la licántropa, la cual dislumbraba un aura carmesí, en la que faltaba ese toque oscuro de picardía que diera juego a una vida dedicaba al sufrimiento desde muy joven, donde sus pérdidas irreparables, las mismas que las del vampiro, jamás volverían.

Su cuerpo estaba creado para el pecado, pues la perturbación del vampiro por sentirse atraído hacia alguien nunca había sido tan elevado, sentía en cierta parte miedo por todo lo que podría suceder y como se iba a desenvolver, sentía la nostalgia y la esperanza de ser amado. En momentos de su vida, se casó en varias ocasiones, siendo después víctimas del tiempo, quedando en el vacío existencial de una larga vida. No obstante, sus sensaciones, sus vibraciones y sus sentidos lo llevaban a donde tenía que estar, esa noche, con la que sería la mujer que alguna vez, había aparecido en sus sueños para no dejar rastro de ningún tipo de malas experiencias pasadas, en las que rescataría al vampiro en el presente, sólo en el presente, para sentirla, como no lo había hecho con ninguna mujer, y así era, ella ofrecida a él en cuerpo y alma, desplegando su fuego, su llama por cada poro de su piel, desprendiendo una sexualidad digna de un ángel, de ese cielo del que ella alguna vez provino.

Sonreía con cada jadeo de la licántropa, conociendo lo que hacía y que seguramente ella, disfrutaría incluso más que él. El mordisco que él la proporcionó le fue devuelto, acurrucándose en su cuello para dejar sus también afilados dientes, no tanto, en el cuello pálido del vampiro al cual se le quedaría una marca roja para varios minutos. Encogió su cuello debido al cosquilleo que le había dado aquella situación, habiendo sido pocas veces en las que una mujer o alguien se había acercado a su cuello y sentir su respiración bajo su oreja. Era inevitable no encogerse en alguna situación similar, no obstante el calor de su aliento hacía en varias ocasiones estremecerse, cerrando los ojos y mordiéndose el labio inferior de vez en cuando.

Su busto, sus pechos, eran una de sus mayores tentaciones, ya que ese vestido le habría hecho de ellos una figura absolutamente genuína. Tenía que hacerla sentir lo que era ser una mujer, y todo lo que él estaba dispuesto a hacer, estaba vinculado al placer y al deseo al que ambos se entregaban con lujuria. Fue largo y tendido el tiempo en el que su mirada se clavaba desde lo más alto de su abdomen, aun guerreando con sus pechos, para confirmar que lo que hacía le era de buen gusto, y que si lo era, no tardó en dejar de ahogar algún grito que soltó al aire, dejándose llevar por todas aquellas emociones y sensaciones que no hacía más que estremecerse ante el contacto masculino del vampiro. Sonrió contra su piel, sintiendo su pierna alzarse hasta encajar en el hombro del vampiro, había demostrado más flexibilidad de cuando él había tomado su pierna para acariciarla en ese momento. Lo arrimó a ella haciendo que ambos chocaran sus cuerpos, el miembro del vampiro, erecto y firme, el cual se marcaba notablemente en su pantalón se veía forzado a rozar la intimidad de Danna, la cual se sentía sobre-excitada.

La fría piel de Ian ya no era tan fría, la situación había caldeado tanto el ambiente, que dudaba que las caricias del vampiro la hicieran estremecerse por el frío, si no por la pasión que desbordaban. Aun inmerso en la profundidad de sus pechos, había cambiado el objetivo para ahora ser el otro seno el que fuera humedecido, acariciado por su lengua, excitado por sus mordiscos. Mientras, con su mano libre, la cual no sujetaba la cintura de esta mientras se mantenía en esa posición que declaraba la libertad total, fue hasta el muslo de la pierna que se encontraba sobre el hombro de Ian, para aferrarlo contra él, sintiendo más y más ese inevitable roce al que ambos sucumbían. Volvió a mirarla a los ojos, viendo en ella el deseo porque éste continuara su viaje hasta el éxtasis más fatuo, el que acallaría todos los lamentos y ahogaría todas las lástimas. Tragó saliva, separándose de sus pechos por un momento, la miró fijamente y se acercó una vez más a su boca para dar un corto beso, el cual quedaría ahí para mostrar una sonrisa de lo más picantona. -Llegarás al borde de la desesperación.- susurró despacio antes de volver a bajar, pero no a sus pechos, si no que con la mano que tenía en su muslo, remangó por completo la falda del dorado vestido de Danna, consiguiendo así que su ropa interior, donde guardaba el secreto de su intimidad se viera en ésta situación.

Por un momento el viento dejó de soplar, creando un silencio que sólo unos jadeos podían llegar a quebrar, los jadeos que ahora el vampiro buscaría entre sus piernas. Con la mano de su espalda, tuvo que incorporarla un poco, ya que la posición se haría algo insostenible de llevar, ella rápido se movió un poco, echándose el pelo hacia un lado, viendo como ella se mordía el labio, observando lo que iba a estar a punto de ver y sentir. La mano izquierda del vampiro fue a parar a su cadera, bordeando su figura con caricias, mientras que la derecha, dejaba paso a su intimidad apartando la baja prenda interior que portaba en ese momento, dejándose ver así, su más preciado tesoro. Se relamió un poco para humedecer sus labios, apartó su mirada de sus ojos, observando lo que estaba a punto de probar, lo que iba a deleitar. De nuevo la miró, justo antes de que su helada lengua llegara a tener contacto, acariciando el interior de sus labios genitales, terminando en el clítoris, donde ahí su lengua se detenía para hacerla vibrar de sensaciones, dejando su aliento impregnando su cuerpo, junto al flujo que desprendía de su bajo vientre.

Una tortura que seguramente estaría dispuesto a pasar, siendo víctima de una explosión de emociones que tal vez jamás hubiera sentido, y de haber sido así, no con un vampiro, no con Ian. Apartó por un momento sus manos de su cuerpo para dirigirlas a ambos labios de su sexo, dejándolos a un lado, mostrando su clítoris, el cual siempre se mantenía oculto en las carnes de éste sin dejarse ver, pero queriendo ser la víctima de todo placer, el cual, Ian, con su lengua, comenzó a acariciar despacio, siempre con suavidad y muy lento, dejando que todas las sensaciones, emociones y vibraciones de la licántropa comenzaran a salir a la luz, gimiendo de placer y queriendo aun más de él.
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Mensaje por Danna Dianceht Sáb Abr 02, 2016 7:06 pm

Llamamos pasión a aquel sentimiento explosivo
que se nos revienta en el alma.
Anónimo


Muy pocas veces la habían amenazado y cuando lo habían hecho, nunca había sido como la oscura amenaza que él susurró ante sus húmedos labios, logrando erizar su piel por completo con solo musitar aquellas simples palabras. Jamás había sentido aquello, aunque tampoco nunca antes había sentido sus pechos más hinchados y dolientes de lo que los había tenido cuando él les prodigó sus atenciones, haciendo que la licántropa arquease su espalda contra su boca, para acercarlos más a la tortura de sus dientes y húmedas succiones. Aún los sentía palpitar, sensibles y duros contra el pecho masculino cuando este decidió abandonarlos para regresar a su cálida boca y a sus suaves labios. Le besó, como si ella fuera una joven perdida en el desierto y él fuese el agua tan ansiada y necesitada, y es que era la verdad; le necesitaba. Necesitaba que calmase su fuego, aquel ardor, aquella adrenalina que hacía de ella una jovencita temblorosa y deseosa de todos aquellos pecados que él quisiera cometer con ella. Ella era el ángel completamente rendido a caer por probar el placer de danzar con un demonio y él, era el único demonio capaz de hacer que un ángel perdiese sus alas en sus manos y luego volviera a tenerlas, así el ser celestial siempre sería libre de bajar o subir al cielo, como yacía en aquel momento el pecho acelerado de la duquesa.

Suspiró y con un millar de preguntas en su cabeza tras oír sus palabras y sentir su sonrisa dibujándose contra sus labios, le vio bajar la mirada recorriendo de nuevo sus pechos con deseo. Un jadeó escapó cuando sopló su aliento frío sobre sus pechos, provocando que estos se hinchasen reclamando la atención de su boca de nuevo en ellos, más cuando siguió bajando y los dejó a un lado, ayudada por sus manos la hizo recolocarse en la piedra en que se encontraba y apoyándose mejor en la barandilla de aquel majestuoso balcón de piedra, quedó medio incorporada, lo suficiente para aguantarse del filo con sus manos y poder ver en primera línea llena de curiosidad, las acciones del vampiro que de nuevo la sorprendieron, cuando apartándole el vestido, posó su oscura mirada más abajo del vientre y todo su cuerpo palpitó abruptamente de anticipación.

Su útero se le contrajo al ver su mirada y todo su cuerpo se ruborizó. Respiró aceleradamente tres veces mirándole atrapada en sus oscuros ojos cuando este le miró de regreso y viéndole desviar finalmente su mirada, para posarla nuevamente más abajo de su tenso vientre; en su sexo, tragó saliva. Al primer contacto de su frio aliento en su húmedo sexo, Danna sintió que le faltaba el aliento y quedó totalmente paralizada. Debería de sentirse escandalizada y por unos segundos lo estuvo, pero en cuanto sintió su lengua recorrer sus pliegues hasta rozar y juguetear con su clítoris, aquella sensación se disipó tan rápido como su cuerpo se entregó a aquella dulce y lenta tortura. La duquesa cerró los ojos incapaz de seguir mirando hacia la cabeza que se encontraba postrada ante su intimidad y con los labios entreabiertos y la mirada perdida en el abismo oscuro de sus cabezas, no tardaron en aparecer los primeros suspiros, gemidos y estremecimientos. Se sentía tan bien que al sentir las manos de él abriendo sus labios, inconscientemente buscó un mejor apoyo y apoyando las piernas en sus hombros, quedó más expuesta al recorrido y contacto de su boca. Su lengua después de ello no tardó en encontrar el punto en su clítoris, que hizo que toda ella temblara y temblando, a la loba empezó a faltarle poderosamente el aire.    

Atrapada en aquel frenesís, a Danna le era imposible pensar, si quiera podía intentarlo. Su mente a cada caricia pecaminosa de la lengua masculina se rompía a trazos de pasión. Era lo más erótico que había nunca antes experimentado, inclusive era mejor que como siquiera pudo imaginarse jamás en sus sueños. Era toda una vorágine de calor y fuego que quemaba con fuerza su cuerpo al movimiento de la lengua del vampiro que la saboreaba. Una dulce agonía, una tiránica tormenta que empezaba a formarse entre sus piernas al compás del diabólico diablo que se encontraba entre ellas. La loba gimió sintiéndose más pesada y humedecida, y en cuanto las caricias fueron más seguidas y el temblor en sus piernas provocó que Ian tuviese que sujetarla de los muslos, abriéndola aún más para él, para su gusto y completa posesión, toda aquella vorágine se convirtió en lava húmeda y caliente arremolinándose en su sensible y pulsante intimidad.

Por dios… ¡Ian! —Exclamó llamándolo con la voz rota de deseo, sucumbiendo a la fuerza de aquel huracán oscuro. El deseo lo arrasaba todo y cuanto más se encendía ella, más lo hacia él. La acariciaba, la lamía de arriba abajo, golpeaba su lengua suavemente contra la cima de su placer, estremeciéndola, haciéndola vibrar de mil formas que nunca antes creyó posible y sin saber cómo soportar aquellas olas de placer tormentoso, ella se dejó arrastrar por él, hacía la fragmentación total de su cuerpo. De su boca, no dejaban de salir gemidos… No podía controlarlos, no había forma posible. Y sin querer tampoco acallar ni aquellos que rasgaban su garganta de pura necesidad, no supo cuantos minutos se pasó aguantando las embestidas y el poderoso nudo que empezó a formarse en su útero, pero en cada uno de aquellos segundos su cuerpo fue azotado por la fuerza de aquella pasión sin freno que tanto él como ella guardaban y que esa noche, soltarían enlazados en cuerpo y alma.

Apretando con más fuerza los dedos en la barandilla de piedra en la que se sujetaba, se obligó a mantener aquella sujeción lo bastante fuerte para no caer, sintiendo al rato como de la fuerza empleada, llegaba a arañarse superficialmente algunos dedos con el filo de las piedras. Enseguida un ligero aroma a su sangre impregnó la brisa de la noche que los envolvía y mordiéndose el labio, volviendo a abrir los ojos para contemplar la imagen de él, de nuevo quedaba sin palabras, sin definición a la perfección que la hacía suya, cuando él levantó la mirada y tras una última y lenta caricia de su lengua recogiendo parte de su dulce humedad para sí, empezó a ascender lentamente por su cuerpo, haciendo el mismo camino que anteriormente había hecho para bajar hacia su cálida miel.

Ella se pasó la lengua por el labio inferior de pronto reseco y el pulso se le aceleró mediante los ojos hambrientos del vampiro subían de nuevo por su cuerpo, hasta que sus ojos oscuros se fijaron en los suyos. Cuando alzó la mirada, se sintió aturdida. En aquellos ojos latía un hambre voraz. Eran los mismos ojos de una pantera relamiéndose ansiosa por devorar su temblorosa presa. Le vio acercarse y quedando su boca a escasos centímetros de ella, sintió como su respiración acelerada chocaba con la de él. A pesar de haber terminado el asalto con su boca, perezosamente una de sus manos se coló en donde instantes antes había estado posado su boca y sus dedos empezaron a moverse por sus labios, acariciando su clítoris en una tortura lenta y suave. Su carne febril se encontraba tan sobre-estimulada  que aquellos dedos resbalaban entre sus pliegues logrando que el fuego no se apagase, sino todo lo contrario, tomase más fuerza hasta volver el cuerpo de la licántropa en un amasijo tembloroso de sensaciones.

Ya no tengo escapatoria... ¿verdad? —susurró en voz muy baja, casi inaudible rozándole el labio con los suyos temblorosos, llevándose así consigo el propio sabor de su cuerpo cuando no pudo más que terminar con aquella distancia que la separaba de la tentación de su boca. Como única respuesta a su pregunta, recibió un pellizco en su intimidad y nuevamente extraviada en aquella nueva sensación, jadeó con fuerza contra su aliento. Su clítoris pulsó de necesidad ante aquel toque más duro del vampiro y tras aquel caliente sobresalto, llegaron nuevas caricias de sus dedos menos lentas. Susurró en un gemido su nombre y negando juntando su frente con la ajena, rozó más sus labios, dejando así que él acallase sus gemidos, hasta que un relámpago cruzó su cuerpo de un extremo a otro con una fuerza cegadora en cuanto unos de sus dedos penetró sin aviso en su intimidad, llenándola abruptamente. Ella se movió contra él presa del ardor y del placer. Gimió y arqueando la espalda, echando el cuello hacia atrás, se abandonó a la exquisita tortura de sus dedos en lo más íntimo de su intimidad, bañándose en su calor.
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