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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Serena Di Donatto Miér Mar 02, 2016 2:17 pm

La muerte no nos roba los seres amados.
Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo.
 La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente.
 
Corrí la cortina para mirar hacia afuera el cielo comenzaba a caerse en ese mismo momento, la negrura de las nubes cubría esa media mañana, pase saliva lentamente el silencio en la mansión era perpetuo, los empleados y guardias ya habían aprendido que nada de bullicio sino hasta pasada las diez de la mañana, simplemente porque antes de eso era el ritual, uno que extrañaba y me dolía en todo mi cuerpo, ya no estaba y no estaría nunca mas Ámbar, mi madre, mi amiga, mi confidente mi guardiana… Todas las mañanas de invierno me despertaba con una taza de chocolate caliente, galletas y bizcochos ella me contaba alguna historia mientras abría las cortinas y se aseguraba que todo estuviera en orden… a las nueve en punto cada mañana llegaba a despertarme una hora duraba todo aquello nuestras conversaciones a esa hora siempre eran frescas y con contenido diverso…  en cambio hoy y hace un mes ya no era así.
 
El viento hacia que la lluvia golpeara el gran ventanal de mi habitación –Un mes – repetí mientras terminaba de vestirme, con algo grueso para soportar la lluvia, un vestido oscuro con destellos en índigo, la capucha me cubría completamente de pies a cabeza el color un negro que brillaba pero poco importaría la lluvia arruinaría todo, mi ánimo estaba como el día… negro oscuro… sensible… el suave golpeteo en la puerta me alarmaba y la voz de una dulce nodriza era acompañado – Lady Didonatto su carruaje la está esperando – Pase saliva por mi garganta y abrí la puerta, la jovencita era mas menos de mi altura quizás un par de años más que los míos, se hizo a un lado para dejarme pasar –¿Las rosas blancas están en el carruaje? – pregunte conteniendo lo que sentía en ese momento, la doncella susurro con un suave “Si mi Lady” odiaba con todas mis fuerzas aquello que me llamaran así, tenía un nombre uno bello cerré los ojos y vi como los guardias se posicionaban las indicaciones de la Reina y del jefe de los guardias habían sido claras, no dejarme sola en ningún momento día y noche tenia personas observándome, cuidándome era un blanco fácil, vulnerable y solitario…
 
Sonreí de medio lado mientras todos se abrían paso llegue hasta el umbral de la puerta y me gira hacia todos los presentes, guardias, doncellas, servidumbre, cocineros – ¡Dejen de tratarme así… ya no soy una niña y no necesito tantas comodidades… no necesito de su lastima no los necesito! – les grite y corrí al carruaje encerrándome ahí, no eran necesario las ordenes sabía perfectamente donde llevarme. El camino fue movido, podía escuchar la lluvia golpear el carruaje, las ruedas pasaban por los charcos de agua y los caballos respiraban de manera acelerada… cuando se detuvo en su totalidad un guardia abrió la puerta y abrió un paraguas amplio, tome las rosas blancas y observe la entrada principal del cementerio tome aire – Por favor… tengo conocimiento de la orden que se les dio pero por favor… necesito solo un momento a solas… puede observarme a unos metros… no importa si me mojo con la lluvia… por favor – mis palabras a medida que eran pronunciadas iban siendo quebradas, estaba a punto de estallan en un mar de lagrimas, el guardia respiro fuerte y asintió con la cabeza mostrándome donde me estaría observando.
 

Mientras caminaba la lluvia se intensifico pero no era un obstáculo para avanzar, apreté el ramillete y me detuve frente la lapida de un mármol blanco que decía “Ámbar DiDonato quien dio su vida por salvar al tesoro mas valioso…” caí de rodillas llorando con todas mis fuerzas no había querido venir desde la ceremonia de entierro, y ciertamente me dolía saber que nunca más la vería… - No debiste… No debiste distraer a los maleantes… tenias que quedarte conmigo… ese era el trato… Zeta me prometió que nunca me abandonarías… no eras mi madre pero te ame como si lo fueras… teníamos que irnos ese día… antes de que te mataran… mañana en mi cumpleaños número quince y no estará tu torta de chocolate y frambuesas  no estarás tu – el ramo cayó sobre la lapida que adornaba la sepultura que era del largo del cajón… incrustado tenia la insignia de la guardia Italiana – ¿Quien me enseñara a… pelear? ¿Quién me dirá buenos días o buenas noches? – lleve mis manos hacia mi rostro y grite desde lo más profundo de mi interior… la lluvia apaciguaba el ruido producido por mi… mas no mi pena… me quede ahí mojándome con la lluvia torrencial, en el cementerio de Paris, donde Ámbar alguna vez había dicho que le gustaría estar… cerca de lo que alguna vez fue su vida… nuestra vida… ocultas de Italia… Paris – Francia… - ¿Que voy hacer… como podre avanzar? – dije alzando la voz, gritando prácticamente, mientras las lagrimas me impedían ver a mi alrededor, a final de cuentas tenía un total de cinco guardias esparcidos por el cementerio cuidándome… y no los necesitaba… necesitaba a ella… aquella mujer que había prometido cuidarme… hasta… hasta la muerte…


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Mensaje por Chanterelle N. Allamand Lun Abr 04, 2016 5:14 pm

El cementerio siempre se veía tan triste, tan vacío, tan... muerto. Supongo que así es como debe lucir, después de todo es la última morada para las personas, pero en parte la lluvia ayudaba a acrecentar esa vibra melancólica que me inspiraba ese lugar. Me preguntaba si parte de mí acudía aquí cuando llovía a propósito. Sonreí con tristeza pensando que así debía ser, con mi mirada fija en la Lápida de la mujer que me dio la vida y luego dio su vida a cambio de la mía.

Ella había muerto cuando apenas tenía cuatro años, y sin embargo conservaba un vívido recuerdo de ella, lo cálida y segura que me sentía cuando me abrazaba y me leía para dormir, como su mirada se iluminaba cuando me veía, esos ojos verdes eran como dos gemas. Padre jamás ha querido creerme que la recuerdo, diciendo que era demasiado joven y era una locura pensar siquiera que la recordara, pero recuerdo muchas cosas... incluyendo su muerte.

Bajo la mirada al suelo, ¿porqué venir aquí me daba consuelo? ¿Que tenía este lugar que me hacía sentir más cerca de ella? Podía sentarme al lado de su última morada, dentro del mausoleo familiar, a la luz de las velas y cerrar los ojos, fingir que estaba ahí conmigo aunque sabía bien que eso era imposible. ¿Lo era? Mi familia no creía en una vida más allá de la muerte y sin embargo... nos dedicábamos a acabar con aquellas cosas que las personas normales creían imposibles. ¿No sería entonces lógico pensar que entonces lo que mi familia creyera imposible existiese también?

Suspiré resignada, sabía que simplemente quería creer eso, quería pensar que ella estuviera cuidándome, quizá incluso que lograra ver en que había crecido para convertirme. Aquella que murió cuando yo era tan joven, dando su vida por mí, si, sin duda le hubiera dado placer verme crecer aun desde el mundo incorpóreo, era una idea hermosa y difícil de evitar. Pero la realidad siempre se sobreponía.

Me levanté y alisé mi vestido con suavidad, tendría que hablar con el cuidador; no estaba cuidando el mausoleo como debería y eso era inaceptable. Incontables generaciones de parientes que jamás llegue a conocer yacían en esas frías paredes, esperaba que descansaran en paz como sus epitafios anunciaban.  Saqué de mi bolso una granada y la coloqué en la pequeña repisa frente al nombre de mi madre. Lo sé, ¿quien deja fruta a los muertos? Más aún fruta tan cara y dificil de conseguir en esta época del año. Pero a ella no le gustaban las flores, le entristecía pensar que habían muerto por capricho, para terminar decorando unos pocos días una habitación y en cambio le gustaban las granadas. Otra cosa que recordaba bien de ella; su rostro rojizo y lleno de zumo luego de comerlas, haciéndome gestos para obligarme a reír. Me llevé la mano a los labios y deposité un beso en ella, llevándolo hacia la lápida, acaricié el nombre en ella con cariño.

—Adiós, mamá. Nos vemos en otra ocasión—, susurré sin estar segura de porqué siempre lo hacía, como si ella me escuchara, y agarrando mis pertenencias salí al exterior. Mi paraguas esperaba apoyado en uno de los muros, lo tomé y lo abrí para evitar mojarme y comencé a avanzar en dirección a la salida. Todo estaba callado, enmudecido por el sonido de la lluvia que parecía susurrar a los muertos palabras de consuelo... o puede que a los vivos que los visitaban, no estaba segura.

Sin embargo, este día no todo estaba en silencio. Escuché una voz subir de volumen conforme me acercaba a la salida, su volumen era considerable, extraño en este sitio donde; como en la iglesia, solía murmurarse y poco más. Pero no fui capaz de verla por la lluvia hasta que me acerqué un poco más. A unos diez metros se veía a una pequeña, arrodillada y empapada por la lluvia. Mi corazón se encogió de tristeza mientras escuchaba sus palabras.

¡Dios! Era como verse al espejo; una pequeña llorando por la persona más importante de su vida sin saber cómo continuar sin ella. Así me había sentido de pequeña y había descubierto que con el tiempo no se hacía más fácil, ni se curaba la herida, sólo se adormecía pero ahí continuaba. Sólo entonces fui consciente de las personas a su alrededor mirándola. No parecían ladrones, sabía bien como eran, pero tampoco se veían como personas que hubieran ido ahí a llorar sus penas, debían ser servidumbre de ella, quizá guardaespaldas. Me concentré en la vestimenta de ella, sí, aunque empapada, se la veía fina y de calidad. Podía permitirse semejante lujo, probablemente no quisiera compañía pero... aún así me acerqué hacia ella, después de todo estaba en mi camino.

Podía recordar el dolor del duelo aún fresco, yo tampoco quería alguien cerca y a la vez... sé lo sola que me sentí cuando me dejaron sola. Había dicho que no quería ver a nadie, que no quería hablar con nadie pero no era cierto, en verdad necesitaba a alguien y por eso pese a todo ignoré la tensión que se acrecentó en sus hombres al acercarme y coloqué el paraguas sobre su cabeza mirando levemente la lápida antes de verla a ella.

—Si sigues mojándote así, obtendrás una neumonía—. Le dediqué una dulce sonrisa inclinando mi cabeza, —Dudo que ella quisiera eso—, pese a mis palabras lo dije con un tono amable y cálido; no necesitaba una reprimenda, eso era lo último que ella necesitaba ahora, al contrario, mi comentario era simple preocupación.
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Mensaje por Serena Di Donatto Mar Abr 05, 2016 6:54 pm

Lo que importa no es pensar en el pasado ni en el futuro. 
Lo importante es cargar con el ahora.


Baje a cabeza como quien ha caído derrotado, me dedique a observar su lapida sin siquiera decir una palabra, podría quedarme todo el día ahí parada, o tal vez podría convertirme en un gato y acurrucarme en sobre su tumba y vivir el luto que deseaba tener, lejos de Italia, lejos de la reina, lejos de la guardia real… lejos simplemente. Pero aún así queriendo todo eso no lo obtendría nunca, mi vida había sido condenada, quizás no una mala condena sino más bien una que yo no quería a mi lado… lo tenía todo y aun así me sentía demasiado vacía como para poder seguir. El sentimiento de pena que me inundaba en ese momento me rompía el alma, hacia un mes estábamos en el palacio felices porque todo seguiría el orden que se había predispuesto y luego… luego solo pasaron desastre entre mentiras y verdades, yo solo quería que la reina me considerara pero… me temía… y yo… quería a Ámbar de regreso, mis pataletas hacia el jefe de la guardia Italiana habían sido constante y el… Goar con su calma me había siempre tranquilizado eso tenía él… exactamente lo mismo que sentía con Ámbar… ellos tenían ese poder natural… quizás por eso la Reina lo amaba… porque le daba tranquilidad…


La voz me hizo dar un salto en mi lugar mientras veía que los guardias prontamente se acercaban hacia la mujer, pero más que asustarme me había sorprendido, diciendo aquello tan simple tan verdadero, antes de que alguno la alejara levante la mano en señal para que se detuvieran y antes de dirigirme a ella tomé aire, me refregué los ojos – Es solo un paraguas – dije haciendo mención de  que no tenía ningún arma o algún artefacto extraño con el que pudiera hacerme daño, volví a bajar la mirada a la lápida – Ella me estaría persiguiendo por el lugar… para que me cubra de la lluvia aun cuando sabía que era el clima que más adoraba en el mundo – suspire sin volver a mirar a la mujer que me ofrecía un pequeño refugio un gesto sin lugar a dudas desinteresado y puro. – Lo siento por los guardias, pero tienen órdenes – dije a continuación, sintiéndome un poco avergonzada – Pero ella tampoco hubiera dejado que una desconocida se acercara a mí, por la razón que fuera… ella tenía un instinto sobrenatural… de esos que podía saber si alguien era bueno o era malo… y estoy segura que contigo – dije quedándome en silencio unos segundos – se hubiera sentido extraña, pero hubiera dejado que hicieras lo que has hecho – perceptiva también lo era yo, mis instintos animales no fallaban pero aún estaban en desarrollo.


Me incline un poco hacia las rosas y las acomode para que se notara su nombre uno que significaba un todo para mi, el lugar donde quería refugiarme. – No quiero dar lastima, Señora, ellos tienen un paraguas que me puedan proporcionar,  no quiero interrumpir su visita al cementerio – sería egoísta querer seguir con la conversación, porque a un cementerio se venía de visita, a visitar a un muerto… no a consolar a un vivo, asentí ante mi pensamiento. A final de cuentas estas visitas eran un instante íntimo entre el vivo y el muerto, curioso que sea íntimo pero así lo era.


Algo sí había conseguido esa mujer arrebatarme por un segundo aquello que me lastimaba el alma, con su preocupación casi maternal, ¿quizás había perdido a una hija? Pensé mientras le miraba de reojo sin que ella se diera cuenta…


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Mensaje por Chanterelle N. Allamand Sáb Abr 09, 2016 6:40 pm


Tan metida estaba ella en su duelo que al escucharme dio un pequeño brinco, no había sido mi intención asustarla pero debí haberlo supuesto; cuando yo misma me encontraba sumida en la silenciosa contemplación del pasado no era consciente de mi entorno y mucho menos si la fuerte lluvia evitaba los sonidos con tanta eficacia. No me sorprendió por esto que las personas que habían estado cuidándola se acercaran a mí con esa expresión tan de pocos amigos que tenían, sin embargo no me moví. No tenía intenciones ni de pelear ni de retirarme, si tendría que ser empujada a la fuerza y hacia el barro con poco decoro lejos de la pequeña, que así fuera.

Aún así mi cuerpo no era capaz de simplemente dejarse y ya está, por lo que se fue tensando  preparándose para lo que venía sobre todo ante la idea de que decidieran revisarme. Para mi mala suerte siempre llevaba alguna clase de arma, no por maldad  u obsesión por mi labor, sino porque uno nunca sabe qué clase de ser saldrá de entre las sombras intentando atacar a la que lucía como una presa fácil. Sin embargo la chica hizo un gesto y ellos se detuvieron, yo por mi parte no pude evitar el suspiro de alivio que salió de mis labios por esto, haciéndoles una inclinación de cabeza educada; respetaba su labor y no podría tomármelo como algo personal.

Volví mi atención a la chica, quien miraba la lápida y en su débil voz se vislumbraba tan tristeza que no pude evitar un gesto de dolor. Con la mano que tenía libre rebusqué en mi bolso hasta dar con un pañuelo de seda bordado y sin importarme que mi vestido se ensuciara con el fango me coloqué en cuclillas, de ese modo el paraguas tendría más efecto en ella y la protegería mejor de la lluvia, y a la vez podría entregarle el pañuelo. Era consciente de lo poco que haría por secarla pero igualmente se lo ofrecí.

—Me lo imaginaba.—, sonreí imaginando la escena, —A veces no importa cuánto ames algo; tu salud viene primero y cuando una persona te ama siempre escogerá tu salud, aunque signifique no concederte eso que amas—, pensé en mi madre; en las cosas que recordaba de ella, el calor de su sonrisa y como había entregado su propia vida por la mía; negándome el amor de una madre en mi vida a cambio de la efímera esperanza de que yo pudiera crecer para corregir eso con mis propios hijos. Pensar que eso no pasaría me hacía sentir cierta punzada de culpabilidad. Asentí a sus palabras.

—Es más que entendible, tienen un trabajo respetable y es sabio no fiarse ni de una mujer—, le dediqué una sonrisa suave para que no notara el oscuro rumbo que habían tomado mis pensamientos hacia tan solo un instante. La miré sorprendida al escuchar que la mujer cuya última morada observábamos, su madre en lo que a mi concernía, poseía un instinto sobrenatural para saber si alguien era bueno o malo, mas mi sorpresa se transformó en una sonrisa enternecida al escuchar que me hubiera dejado acercar.

—Un instinto envidiable—, murmuré a modo de elogio a la difunta, dedicando unos momentos para observar la fría piedra de la sepultura, pensar que me considerara una buena persona, aún si se sentía extraña a la vez, era un halago. Había visto como los cazadores en mi familia solían trastornarse,  cambiando lo que creían como justicia en un esfuerzo por justificar la matanza injustificada; con el tiempo terminaban arrastrando a sus hijos en esa ideología, como mi abuelo y mi padre habían querido hacer conmigo. Cerré los ojos meditando cuantas noches había pasado en vela a causa de la idea de volverme un monstruo que dejaba un rio de sangre a su paso o peor: que llegara a sesgar la vida de niños sólo por su condición.

Aún ahora, luego de haber dejado mi hogar familiar para alejarme de ese pensamiento, éste solía venir y escabullirse dentro de mis sueños a altas horas de la noche arrancándome de los más profundos sueños con crueldad y evitando que lo conciliara de nuevo. En aquellas noches de reflexión continuaba repitiéndome que no tendría motivo para hacer tal cosa, y sin embargo sabía que mentía: mi madre había muerto por esa misma piedad hacia un ser amado y quizá por mi mente si pasaba la idea de que sin esa piedad la tendría conmigo, pero... ¿a que precio? Seguramente su propia alma, no por el mito divino del infierno, no, sino porque la culpa por no ayudar a su hermano en problemas la habría corroído hasta la médula. Quizá solo esa idea me mantenía alejada de ese mundo de sombras al que tentaba cada vez que salía a cazar un ser con sangre en sus manos: la visión de mi madre conmigo, pero corrompida y muerta por dentro por mi deseo egoísta. Tuve que abrir los ojos para alejarme de esa aterrador pensamiento.

—Suena como una mujer muy sabia. Aunque tendría motivos para sentirse extraña, en particular porque es lo usual no dejar que tus hijos hablen con personas desconocidas—, suspiré permitiéndome observar las gotas de lluvia resbalar por el borde del paraguas hacia el suelo. Había algo en ese sonido rítmico que me inspiraba paz, casi tanto como todo este lugar. Al escucharla no pude evitar negar con la cabeza sin mirarla.

—Tonterías. Ni lo uno ni lo otro. Jamás podría considerar que inspires semejante cosa o estés interrumpiendo nada, linda. Ya he visitado a mi madre y me dirigía hacia la salida al verte.—, la miré directamente esperando que no me creyera una entrometida.

—En cuyo caso he sido yo quien ha tomado la iniciativa y pido tu perdón. Quizá no he debido interrumpir pero... fue algo más allá de mi control, espero puedas disculparme.—, bajé la mirada levemente, avergonzada por arrebatarle el momento que ella había querido pasar con su madre.
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Mensaje por Serena Di Donatto Jue Mayo 05, 2016 11:47 am

Si hacemos el bien por interés, seremos astutos, pero nunca buenos.


No todas las personas que uno veía mostraban esa empatía que aquella dama tenía para conmigo, cierto era que mis guardias inspiraban un deje de desconfianza y  pocas por no decir nadie se acercaba a mí, tanto fuera como para hablarme o para hacer de compañía, desde la muerte de Ámbar me sentía más sola que nunca y lo peor era que casi a diario me rodeaba de varias personas, pero el vacío que sentía en mi interior iba más allá de lo que se podía explicar, no había tenido tiempo de hablar con nadie al respecto, más por el simple hecho que odiaba que sintieran lástima por mí, no podía mi orgullo soportar aquello y yo tampoco, pero el acto de la dama seguía sorprendiéndome, pero mientras ella hablaba en mi cabeza rondaba la imagen que yo daba en ese instante, una niña sola llorando en la tumba de su madre, si que debió verse muy melancólico y solitario entendía bien las acciones de la señorita ella tenía aquello que llamaban corazón empático…  tome aire sonriendo de lado.


No éramos…- guarde silencio ordenando mis ideas en la cabeza – No era mi madre biológica … ni siquiera nos parecíamos pero ella me crió como una hija aun cuando era una orden que me cuidara… y yo siempre la vi como una amiga… como mi cuidadora… como mi madre… - tomé aire mientras  un puchero aparecía en mi rostro  - La verdad es que nunca conocí a mi madre ni a mi padre… un buen hombre a quien podría llamar padre me dejó al cuidado de Ámbar… mi guardiana- había hablado más de la cuenta,  Goar me había advertido de nunca revelar más detalles de los necesario pero no le veía el daño a final de cuentas… Zeta yacía muerto mucho tiempo y Ámbar ya no estaba como mi guardiana – Es algo difícil de entender – levante los hombros y con mis dedos saqué los rastros de lágrimas que quedaban, ya era hora de partir me esperaba un largo viaje, a menos que convenciera a la Reina de dejarme en París por algún tiempo.  


Había algo que sentía muy dentro de mi pecho y era por primera vez en días esa sensación de que hablar te podía liberar de las cargas que sostenían… si bien tenía secretos mi vida en sí  siempre podía ocultar cosas, a demás aquella dama tenía un encanto singular no le veía como un  peligro, además no quería al menos por un rato volver a estar sola… - Me llamo Serena – sonreí cuando dijo que había venido a visitar a su madre, me causo un júbilo que ella pudiera empatizar con el dolor ajeno que haría por el momento lo que fuera para mantener una conversación.   - ¿Hace cuanto que falleció su madre? – me atreví a preguntar mientras  me levantaba y quedaba de pies a su lado. Hice una seña a los guardias para que comenzaran a moverse mientras yo seguía expectante de las palabras de la joven dama. - ¿Te gustaría compartir conmigo una taza de café o chocolate caliente, lejos de la lluvia? – le hice una pequeña invitación, no era que no me gustara el clima sino más bien algo tenía de acertado lo que en un principio me había dicho, podía enfermar, agarrar una pulmonía, un resfriado o infección y lo menos que deseaba en estos momentos era enfermar y no poder salir a recorrer los alrededores.


Mi visita semanal ya ha terminado – le dije mientras hacía una seña a la lápida y me persignaba como me había enseñado Ámbar desde que tenía conciencia. – A demás no puedo quedarme más tiempo… puedo enfermar – levante los hombros en un gesto de ingenuidad  puro. – ¿Y qué dices de mi invitación?  A menos que tengas otras cosas que hacer… o cierto es lo más probable que tengas actividades más interesantes que realizar que escuchar a una niña – dije sonriendo de medio lado,  ella debía tener deberes que hacer… y yo ahí con mis niñerías invitándole… esperaba una respuesta algo más ansiosa de lo normal, pero la verdad era que hacía días que necesitaba salir de mi encierro, conversar con personas que no supieran de lo que paso, ya estaba aburrida de lo mismo ¿Te salvo la reina?, la Reina ha ordenado que esto… o que Goar tiene prohibido esto… o que me pregunten del ataque… simplemente quería salir por al menos unos minutos de lo que me rodeaba…


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