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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Fabian Valverde Lun Mar 07, 2016 6:11 am



Bosques de París.
Invierno.


A horse and a man, above, below,
one has a plan but both must go.
Mile after mile, above, beneath,
one has a smile and one has teeth.
Though the man above might say hello,
expect no love from the beast below.


¿Cómo he llegado a ésto? Se preguntaba mientras continuaba corriendo. Sabía que probableme
nte podría contra ella, pero había terminado huyendo sin dirección concreta por el bosque. Le había dicho a Corina que esa noche de luna llena prefería pasarla solo, que de ese modo tendría tiempo de pensar. Pocas veces dejaba que su naturaleza de lobo se apoderada de él, normalmente salía a correr con ella o permanecía escondido en alguna cueva o en los pasadizos bajo la iglesia. Pero esa vez no pudo contenerse y salió solo. 
No recordaba cuando tiempo llevaba corriendo cuando se giró para ver lo que estaba dejando atrás; bosque y más bosque, y por supuesto a la cazadora. No quería mantener un enfrentamiento, ni herirla. Jadeaba, estaba agotado y poco acostumbrado a aquellas carreras. A pesar de su resistencia se le estaba acabando la energía. El sol se alzaba en Francia, tenía que darse prisa, pero con todo lo que llevaba avanzado ni tan siquiera sabía dónde se encontraba. Su primera opción había sido refugiarse en su iglesia, Saint-Pierre de Montmartre, entrando por la puerta de atrás, la que da a las dependencias. Descartó ese pensamiento casi al momento pues estaba casi seguro de que ella podría seguirlo hasta allí, y desvelar así su identidad.


El cuerpo empezaba a arderle por la caída de la piel del lobo, que dejaría al descubierto al humano asustado. Comenzaba a notar las piedras, hojas, ramas y hasta los troncos por los que pasaba. En su mano sujetaba el único objeto que siempre llevaba consigo; el colgante de una vieja cruz de oro que siempre pendía de su cuello. ¿Ropa? Ninguna. Por lo que no sólo quedaría desnudo y al descubierto, sino que también se helaría en aquella fría mañana de invierno. 
Quiso gritar que dejara de perseguirlo, pero lo único que salió de su garganta fue un medio gruñido que resonó por todo el bosque.


Con la mano libre arrancó parte de la piel del lobo de su pecho y en ese momento sí salió un alarido de dolor de su boca, que hasta hace un momento eran las fauces de una enorme bestia. Lanzó el gajo de piel todo lo lejos que pudo, cosa que hasta aquél momento no había pensado en hacer. ¡Con razón ella podía seguirlo todavía! Llevaba un buen rato deshaciéndose del lobo y dejando el camino lleno de los restos.
En un último amago por despistarla se colocó tras un gran y viejo roble que se alzaba majestuoso a su lado derecho. Seguía sosteniendo la cruz con tanta fuerza que el relieve de ésta se le estaba quedando marcado en la palma de la mano.
Respiraba con dificultad, se tapó la boca para ocultar el vaho y los gruñidos que de ésta continuaban saliendo como si no pudiera controlarlo. Las rodillas le fallaban y tuvo que aferrarse al grueso y áspero tronco. Pasó del calor de la transformación a notar el frío en todo su cuerpo mientras éste le calaba hasta los huesos. Temblaba. Tenía que mover los pies para que no se le congelasen, pero si hacía el mínimo ruido ella terminaría por atraparlo.

Márchate, por favor. Rezó. Pero podía oír perfectamente el crujir del bosque bajo las botas de la mujer. 


Con el corazón galopándole en el pecho, a pesar de que él lo sentía en la garganta, hizo memoria de cómo había llegado a éste punto; él se encontraba cerca del barranco en el bosque desde el que se puede ver París. Tenía los brazos extendidos y miraba a la luna, casi de forma bravucona, como si ésta debiera rendirse ante él, ante el animal. La cazadora apareció de la nada y en un abrir y cerrar de ojos tuvo que salir corriendo.
Casi oyó a la luna reír a carcajadas de él. 


Fabian siempre era un hombre tranquilo y sosegado, pero era en aquellas ocasiones, durante la luna llena, que hacía gala de lo que llevaba escondido dentro y casi le hacía olvidar su condena, la bestia. 


Última edición por Fabian Valverde el Dom Mar 13, 2016 4:22 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Astrid J. Bergès Dom Mar 13, 2016 1:59 pm

El bosque se viste de plata bajo la luz de una nacarada luna. Mis pasos sobre la húmeda tierra hacen temblar el rocío prematuro de los arbustos mientras sigo el camino de unas pisadas delante de mi. El vaho de mi respiración es casi palpable y, pese al frío, una gotas de sudor empañan mi frente. Corro sin descanso, me repito a mi misma una y otra vez que no debo parar ni para tomar aire. Es ahora o nunca, no he estado toda la maldita noche persiguiendo al licántropo para nada. Apreto más el paso con los calambres recorriendo mis piernas, la persecución despierta a los pájaros antes de que el sol asome sus ojos por el horizonte y éstos salen volando desesperados como un presagio. Me pregunto si lo que ven desde el cielo es a caperucita persiguiendo al lobo feroz. La capa ondea con mis movimentos y en las manos porto mi ballesta ya cargada para el siguiente disparo. En los últimos tramos el rastro se ha hecho más profundo y fácil se seguir. Se está transformando. Me muerdo es labio con frustración y salto un tronco, alguna astilla se clava en mis dedos pero sigo corriendo, huella humana sobre huella de lobo.

De pronto nace el silencio y voy reduciendo la marcha, miro a mi alrededor y me pongo de cuclillas para palpar la marca en la tierra de unos pies descalzos. Está cerca, tanto que casi podría sentir su respiración. La luz de luna que atraviesa la copa de los árboles arranca destellos de mi piel y delata mi posición, así que espero que haga lo propio con la bestia. En un rápido movimiento desato mi calzado y comienzo a caminar con los pies desnudos por el quebradizo y frío terreno consiguiendo amortiguar mejor el sonido de mis pisadas. Mis ojos bien abiertos y las pulsaciones haciendo temblar mi pecho, apreto el mango de la ballesta y oprimo un quejido de asco cuando piso un trozo de piel peluda y sangrante. Lanzo una rama seca hacia mi izquierda. Nada. Otra hacia la derecha y un movimiento parece hacerse notar. Ahí está. Poso mi espalda sobre el tronco del viejo roble y la corteza cruje, ambos sabemos que el otro está a escasos centímetros. Inspiro profundamente y me preparo para el siguiente movimiento con todo lo que conlleva.

Ni por asomo creí que la caza de esta noche terminaría siendo un licántropo. Solo estaba entrenando y sobre esforzándome de mala manera para el duro día que me espera mañana. Las prácticas con Gael no hacen más que ir a peor, siempre exige más y jamás hay espacio para el error, por eso esta noche había decidido ir dos pasos por delante y practicar antes de nuestro encuentro, pero la situación me lo había puesto en bandeja y la sombra del licántropo cayó sobre mi cuando pasaba por la zona. Su figura al contraluz de una luna fiera me invitó a comenzar el baile aún sabiendo que mis posibilidades quizás eran limitadas contra él. Niego con la cabeza y sopeso mis futuros movimientos. Sin perder más tiempo rodeo el tronco.

-Ya eres mío- susurro, apunto con la ballesta y la viruta impacta en un sonido seco.

Las plumas de la flecha clavada en el tronco acarician su rostro mofándose de su mortalidad. Frunzo el ceño y ardo por dentro por lo débil que soy ante la mirada humana, encontrarme con el hombre en vez de la bestia ha roto todas las barreras que he creado esta noche. Mantengo el silencio solo interrumpido por el sofoco de nuestras respiraciones, él mantene la mano cerrada en un puño y cualquiera podría decir que sujeta su desbocado orazón. Aún en posición cargo otra flecha y vuelvo a disparar, esta vez a milímetros de su cuello.

-No te muevas, monstruo-bramo entronces, las palabras salen de mis labios con una frialdad arrolladora nada propia en mí y me asombra comprobar que estoy más indignada conmigo misma que por la propia situación. Lo observo sin saber siquiera cómo debería actuar. ¿Qué clase de cazadora soy si no soy capaz de acabar lo que empiezo? Aunque su piel sea humana, la bestia se esconde debajo-Por lo que veo no es tu mejor noche.

“Tampoco la tuya”, dice una voz en mi cabeza. Doy un paso atrás salvando las distancias ya que no conozco la clase de persona que tengo ante mi, mis ojos examinan su rostro oculto entre los mechones de pelo azabache mientras evito a toda costa seguir el recorrido hacia abajo. El pudor me puede y vuelvo a frustrarme, ni siquiera puedo romper la barrera del decoro. La piel de sus hombros y pecho está cubierta por un sudor perlado pese a que todo su cuerpo tiembla. El frío y la transformación le están pasando factura.

-Quiero tu nombre ahora mismo o la tercera flecha será mortal-intento mantenerme firme mientras él toma aliento y tiempo para reponerse, sigo apuntando con la ballesta dejándole claro que no tiene a donde ir y de intentar cualquier cosa el punto final lo pondré yo, o al menos eso creo. Porque algo frena mis impulsos, no puedo afrontar la muerte de una persona en mis manos, yo no soy así, no arrebato vidas humanas. Ese es el gran dilema que llevo conmigo como un handicap a mi espalda, ¿qué está bien y qué está mal? El debate en mi cabeza es casi tortuoso ya que me pone a prueba y contradice mis principios, como si yo misma pusiese sal en mis heridas-¿Te han convertido o es de nacimiento? ¿Dónde está tu refugio?

Su cuerpo se me antoja pequeño y desprotegido, casi me causa dolor verlo pero intento pensar en tercera persona como si no estuviera aquí. Yo no soy la mujer que porta el arma. El silencio se estira entre nosotros mientras los primeros rayos del amanecer lamen los troncos de los árboles. En un acto fuera de lugar ante nuestras diferencias desabrocho mi capa de terciopelo negra y se la lanzo a la altura de los pies, éstos tienen cortes y están pálidos. Vuelvo a apuntarle y le hago un gesto con la punta de la ballesta apremiando las respuestas que no llegan mientras procuro mantener la capa sin escrúpulos sobre mi mirada.
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Mensaje por Fabian Valverde Sáb Mar 19, 2016 4:44 pm

El aire frío hacía que le quemase la garganta. Se había encogido hacía unos segundos, de rodillas, con una mano cerrada en puño apoyada en el tronco para no perder el equilibrio y la otra sujetando la cruz, que ahora le mostraba a la cazadora.

- Soy el padre Valverde, párroco de Saint-Pierre. Me convirtieron -. Las palabras le salieron aceleradas, como si las vomitase. En aquel momento temió por su vida más que en cualquier otra situación, pues si había algo verdaderamente peligroso eso era una persona asustada y con un arma.- Trabajo para la Inquisición.

Estaba helado, ya casi no notaba los pies. Se fijó en que ella tampoco llevaba las botas puestas y se preguntó si por eso no la habría oído llegar. Seguramente se lo había puesto en bandeja al transformarse en hombre de nuevo. 
La muchacha era pálida, no de un blanco enfermizo como el de la gente enferma, sino de un blanco puro, del color que tiene la nieve cuando todavía no la pisado nadie. Era más bien pequeña, tanto en estatura como físicamente. La ballesta parecía mucho más grande es sus manos. Se la veía asustada, tanto o más como él. Tenía los ojos clavados el uno en el otro. Y de repente fue como si él recordase que estaba desnudo, por lo que se encogió todavía más. 


Ella parecía muy joven, pero a la vez muy segura de si misma. 
Sentía cómo se le entumecía el cuerpo, le castañeteaban los dientes. Si no lo mataba la cazadora, el frío lo haría por ella. 
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Mensaje por Astrid J. Bergès Dom Mar 27, 2016 6:05 pm

Dejo que el silencio se interponda entre nosotros mientras el cielo empieza a caer. Aún apuntando me mantengo firme, se mueve y estoy dispuesta a volver a disparar, esta vez de manera certera, cuando un copo de nieve se posa sobre mi mano. Observo cómo se derrite y suspiro. El frío comienza a colarse por mis pies descalzos, siento la maleza bajo mi cuerpo y la humedad tan real como la desesperación del hombre que tengo ante mi. Observo cada una de sus expresiones, el sudor de su frente y el vapor que desprende su cuerpo ante el seco aire de invierno. La transformación ha sucedido demasiado rápido y me pregunto qué clase de dolor se experimenta, qué pasa por tu cabeza cuando tus huesos y todo tu ser se quiebran y vuelven a recomponerse todas las noches de luna llena durante el resto de tus días. Los primeros latidos del sol se asoman por el horizonte y cubren el lugar de dorado. La escena se me antoja fuera de lugar, ajena a mi.

-¿Dónde está su Dios ahora, Párroco Valverde?-ladeo la cabeza y lo atravieso en una mirada feroz. Me cruza un pensamiento macabro, no sé cómo puede mantener su fe cuando todo lo que está ocurriendo está claramente lejos de la mano de Dios, él es la prueba de ello-¿La inquisición?-frunzo el ceño claramente confundida-¿Eres un licántropo y trabajas para la inquisición? Esa gente asesina a seres como tú, los despedazan, cuelgan a mujeres y ahogan a los niños para prevenir... el mal ¿Crees que ser de ellos salvará tu vida?-me contengo para respirar con normalidad. Siempre he querido mantenerme lejos de la inquisición y todo lo que tenga que ver con ellos, sí, es cierto que acaban con gran parte de la plaga de seres sobrenaturales que azota las calles, pero ¿a qué precio? ¿cuántas vidas inocentes? No lo entiendo, de veras que no. ¿Quién es la bestia, quién es el dios?

Inspiro profundo, quiero limpiar mis pulmones y que la exhalación se lleve mis frustrados pensamientos. Pongo de nuevo al licántropo en el punto de mira, mi dedo sobre el gatillo de mi ballesta ya recargada. Y juro que estoy a punto de disparar y dejar que la flecha atraviese los ojos más humanos con los que me he cruzado hasta la fecha. No puedo, simplemente no puedo, yo no soy así, no cazo por cazar y, por encima de todo, no mato a personas. Con un chasquido de lengua pongo los ojos en blanco y bajo el arma. Busco la humanidad en los demás y me empeño en negar la mía.

-¿A dónde te diriges?- aparentemente he bajado la guardia, pero estoy preparada para cualquier tipo de movimiento fuera de lugar, si intenta algo se arrepentirá. Miro mis pies mientras el vaho sale de mis labios y me recuerda sin descanso el frío que intenta carcomernos. Con la punta de mis dedos acerco la capa a él y ésta roza sus pies. Aún no se ha atrevido a aceptarla y yo solo quiero que se cubra para poder mirarlo sin que el pudor me pueda y me deje en evidencia. Cuelgo la ballesta del soporte de mi cinturón, el peso en la cadera se compensa mejor que si la cargo en la espalda, y me paso una mano por el cabello bañado en rocío y sudor. La persecusión me ha dejado sin energia. Cojo la capa, el terciopelo me acaricia los dedos y, pese a que me gustaría taparme con ella y dejar que el calor me envuelva, cubro al cuerpo desnudo y desprotegido del Párroco. De cuclillas ante él, lo miro queriendo descifrar lo que pueda estar pensando-Si intentas algo te arrepentirás-ato la capa a su cuello en un lazo y lo miro-Has tenido suerte de cruzarte conmigo, Fabian, otro ya habría atravesado tu corazón- digo, esta vez mi voz suena mas suave, mas yo. Y es que es cierto, cualquier otro cazador habría disfrutado del momento, matar a un licántropo cuando más indefenso está y salir con una victoria segura. Cualquiera de esos cazadores me miraría con desaprobación incluso Gael. Arranco las flechas clavadas en el tronco y las guardo en el carcaj, debo recordar afilar las puntas. Me incorporo de nuevo y comienzo a impacientarme-Será mejor que comencemos a movernos, el sol sigue saliendo pero el bosque no es un lugar seguro.

Lo quiera o no, aceptar la ayuda que le brindo es la mejor opción que tiene ahora mismo. Me doy cuenta de que no le he dicho mi nombre y ese es un derecho que me reservo, no sé si puedo confiar en él. Miro sus ojos, casi tan negros como la noche que precidió la caza, y no encuentro palabras para justificar lo que estoy haciendo. Quizás, solo quizás, encuentre la verdad que he estado buscando. No todas las bestias son malas.
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Mensaje por Fabian Valverde Dom Abr 10, 2016 11:18 am

Las palabras de la cazadora se clavaron en su corazón como si se tratasen de agujas. No le faltaba razón, pero eran asuntos en los que en no interfería. Aquellos a los que ella nombraba le habían salvado la vida una vez, pero sabía muy bien que de quererlo también acabarían con ésta.
Obvió aquellas palabras, era mejor no discutir. El frío lo tenía atontado, le costaba hablar y los dientes le castañeteaban sin parar. 


Pero en cuanto el la capa con la que ella lo cubre siente el calor, no el de la prenda, sino un calor que nace de dentro. Ella se ha puesto a su altura, los ojos del párroco se encuentran con los de la cazadora. Tiene unos ojos muy bonitos, grandes y de color avellana. Sus mejillas llevan un rato coloradas por el frío. El vaho de la respiración de la mujer le da en la cara. 
Cuando ella vuelve a ponerse en pie Fabian tarda unos segundos en reaccionar, como habiéndose perdido en aquella imagen que le era tan confusa; una chica tan hermosa como letal.


- Ah... -. se aclaró la garganta mientras se ponía en pie e intentaba que la capa lo cubriera todo lo humanamente posible. Tan cerca el uno del otro se veía la diferencia de altura y ahora el cuerpo de la cazadora se le antojaba todavía más pequeño que antes.- Voy... -. De nada le iba a servir mentir, quiero decir, si lo acompañaba a un lugar estaba seguro de que por instinto ella permanecería allí o lo seguiría al lugar donde realmente iba. De todas maneras él ya le había dicho a dónde pertenecía y la iglesia que regentaba. Entonces definitivamente estaría muerto en menos de lo que canta un gallo.- Voy a la iglesia de Saint Pierre, en Montmartre. 

Quería decirle que no era necesario que lo acompañara, pero sabría que eso sólo haría que ella volviera a alzar la ballesta. 
A su parecer una chica de su edad y tan sana debería estar disfrutando de la vida y el tiempo que se le ha dado, no cazando bestias que podrían matarla. Pero eso no era asunto suyo. Aún menuda de cuerpo seguía imponiendo respeto, parecía que siempre estaba muy seria. 
Se colocó a su lado sin añadir nada más a la conversación. Apretaba los labios y miraba para cualquier otro lugar donde ella no ocupara un espacio y esperó a que se pusieran en marcha.
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Mensaje por Astrid J. Bergès Dom Abr 10, 2016 3:08 pm

No aparto mi mirada de él mientras observo cómo se incorpora, aún con su postura algo doblegada por el frío y el cansancio de la trasnformación, compruebo que es mas alto que yo. Muevo los dedos de mi mano derecha lista para alcanzar una de mis dagas de ser necesario, controlo mi respiración procurando permanecer en apariencia tranquila. Pese a que él no muestra indicios de ataque, pese que en este instante no hay nada en él que me haga sospechar, no puedo evitar mostrarme distante y alerta. Siento la sangre recorrer frenética mis venas cuando lo miro a los ojos. Casi podría olvidar qué es en realidad la persona que tengo ante mi, podría borrar de mi mente las señales que lo hacen diferente. Si tan solo pudiera deshacerme de la luna que lo mantiene preso de su condición, podría mirarle a los ojos sin rastro de silencioso rencor. Le hago un gesto para que no se mueva y, sin perderle de vista, alcanzo mis botas y me las vuelvo a poner. Noto que evita devolverme la mirada y no sé si se trata de miedo, asco o desdén. Frunzo el ceño cuando me acerco a él, su cabello roza sus pestañas y esconde la expresión de su mirada.

-¿Tiene miedo, Padre?-comento entonces, aunque no espero que me responda. El miedo es relativo ya que, aún estando él en su forma humana y portando yo más armas que razones, soy yo la que teme. Inspiro profundamente y alejo todo pensamiento que pueda debilitarme fuera de mi-La iglesia no se encuentra lejos de aquí, le escoltaré hasta las cercanías y haremos como si nada de esto hubiera pasado-suspiro, ni siquiera sé porqué me ofrezco, debería dejarlo a su suerte. Algo en mi interior se remueve inquieto, quizás la consciencia no me deje tranquila si lo abandono, pero por otra parte sé que no le debo nada y, puestos es esas, sería él quien me debe la vida. Me cruza una flecha de remordimiento al instante pero trato de mantener mi rostro impasible mientras preparo la ballesta. ¿Me debe su vida? ¿Qué clase de pensamiento es ese? Es cierto que no le he matado aún pudiendo haberlo hecho pero, ¿realmente por eso me lo debe? He jugado con su existencia en mis manos y eso solo me convierte en alguien sucio y despiadado. Con la ballesta a punto, me acerco de nuevo a él y reparo en sus pies descalzos-¿Listo?-me muerdo el labio pensando que en el fondo me arrepentiré de lo que voy a hacer. No sé qué me ocurre, últimamente tod lo que creo estar haciendo correcto se tergiversa y la realidad me da bofetadas.

Comenzamos a avanzar por entre los árboles, el cálido matiz del amanecer es solo una ilusión, el frío lo invade todo. Procuro mantener el sigilo correspondiente, seré un desastre en muchas cosas pero ser una sombra es la habilidad de la cual me enorgullezco, pocas veces soy vista si no quiero. Hago una mueca cuando el crujido lastimero de varias ramas bajo los pies del cura se hace notar. Cuando echo la vista atrás y lo atravieso con la mirada veo en sus ojos que no lo hace aposta, su cuerpo tiembla y su fragilidad parece fuera de lugar. Vuelvo sobre mis pasos y me pongo a su altura, antes de que pueda replicar ya me colocado bajo uno de sus brazos procurando que la capa quede en medio de nuestros cuerpos y se mantenga cerrada para mantener el calor que tanto necesita.

-Mi nombre es Astrid-susurro entonces, suena más a una disculpa que a una presentación. Un de mis manos rodea su espalda y le sujeto con fuerza procurando que una pequeña parte del peso de su cuerpo recaiga en mi lo suficiente como para poder avanzar. Siento el ardor de su piel a través de la tela y el rubor en mis mejillas. Quiera decir que un hombre desnudo a mi lado no me causa pavor, pero mentiría. Evito sus ojos negros llenos de noche. Puedo hacer frente a la sangre pero la dama que llevo dentro se escandaliza ante esta total falta de decoro-¿Quién iba a decir que esto acabaría así?-una risa triste sale de mis labios, casi incrédula. No logro comprenderme.

Hemos avanzado un gran tramo y, aunque hacemos más ruido del que me gustaría, vamos más rápido así. A lo lejos, entre la maleza, consigo distinguir la silueta de la torres de Montmartre. Cuando voy a indicarle que ya casi estamos mi voz se queda estancada en la garganta. Hay no marcha bien. Ralentizo el paso y mis ojos buscan los suyos en una silenciosa advertencia, encuentro en ellos un brillo indescifrable. Entonces, de manera casual, adelanto un pie sobre el suyo y él tropieza. Murmuro una disculpa más concentrada en lo que pueda haber a nuestro alrededor, mientras aprieto su hombro esperando con eso hacerle entender la situación. Mis ojos buscan ansiosos cualquier detalle que desentone entre los árboles, la sombra que nos persigue está cerca, casi respirando a mi oído. Un roce entre los arbustos de nuestra derecha me hace girar y en apenas ese segundo ya tengo la ballesta preparada, apuntando y mi dedo sobre el gatillo.

-Tranquila, gatita, soy de los tuyos-su voz rompe el aire. El cazador que tengo ante mi alza las manos en una modesta oferta de paz aún con el brillo de una daga asomando por la manga de su abrigo. Su sonrisa de suficiencia y los pasos seguros que da hacia nosotros me confirman que no es la clase de persona que me interesaba cruzarme en este momento-¿Qué llevas ahí?-sus ojos, después de recorrerme, se posan en la persona que intento ocultar, tal como está envuelto en la capa no llama tanto la atención. Casi podría jurar que el cazador se relame de la situación.

-No es de tu incumbencia-mis palabras se escuchan firmes pero sin amenaza, procuro mantener la calma. Alzo una ceja sin bajar el arma y doy un paso al frente.

-¿Segura?-su rostro se ensombrece pero su sonrisa se queda tensa en sus labios-Yo diría que cualquier asunto que tenga que ver con licántropos es cosa mía-comenta casual, aunque con la presión de mi arma ha dejado de acercarse. Vale, toda esperanza de salir impones de ésta se ha desvanecido. Me muero el interior de la mejilla tan fuerte que duele mientras busco las palabras y, más que eso, una solución. Observo a nuestro alrededor comprobando que nadie lo acompaña, pero algo me dice que no viene solo.

-Vete por donde has venido, este es mío-intento darle a mis palabras un significado banal, como quien habla de mercancía, como si la persona a la que intento proteger no significase algo para mi, cualquier rastro de compasión para con Fabian podrían ser letales no solo para él, si no para ambos-No lo repetiré dos veces.

-Eso ya lo veremos.

No le hace falta moverse para causarme daño, para cuando quiero darme cuenta una sombra se deja ver entre los troncos y dispara en mi dirección. A duras penas consigo esquivar la flecha, que zurca el aire y corta mi brazo. Sin pensarlo, apreto el gatillo y en respuesta mi flecha impacta en el muslo del cazador que, hasta este momento, había permanecido oculto. Al menos eso lo mantendrá inmóvil. Se supone que entre nosotros, los cazadores, existe un legado, una lealtad muda que nos mantiene unidos. No sé qué clase de hombres son éstos, pero nada tienen que ver con lo que representa el respeto del gremio. Me han atacado sin miramiento solo por tener un nuevo trofeo. Con un gemido de dolor tiro la ballesta al suelo sin tiempo ya de recargarla mientras el otro cazador, aún con su sonrisa, corre hacia nosotros. Pienso romperle los dientes. Dagas en mano, me preparo para lo que está por llegar sintiéndo cómo la sangre baja por mi brazo.

-¡Fabian, debes irte!-le apremio a salir corriendo, a buscar un lugar seguro tras las puertas de su iglesia, mientras busco la manera de distraer al cazador.
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Mensaje por Fabian Valverde Miér Abr 13, 2016 9:16 am

Estuvo todo el camino en silencio, incluso cuando ella le reveló su nombre, lo único que hizo fue asentir con la cabeza.
No hizo falta el gesto de Astrid, su sentido animal era agudo aun estando en la forma del humano. Había alguien más allí. 
Todo sucedió muy rápido. Salir corriendo hubiera sido su primer instinto de haber ido solo, pero no podía dejar a la cazadora ahí. Estaba seguro que de que podría con el enemigo, pero le había perdonado la vida hacía escasos minutos. 
El otro cazador volvió a cargar y apuntó de nuevo hacia Astrid. Con el lobo arañando el interior de Fabian, queriendo salir, estando preso, en cuanto la flecha salió disparada el párroco se dio la vuelta y cubrió a la chica. La flecha le dio en el hombro izquierdo, rasgando la capa que ella le había dejado, y de su garganta salió un alarido que resonó en el bosque. 
Su capacidad de curación era muy rápida, por lo que arrancó la flecha sin pensárselo. Sí, se curaba deprisa, pero el dolor era el mismo. Ardiente y punzante.
Miró al cazador a los ojos, con rabia. Dejó atrás a Astrid y fue directo a por él, clavando los pies en el suelo. 

Se abalanzó sobre el cazador. Éste pudo dispararle una segunda vez, clavando una flecha en su abdomen. Fabian no tuvo tiempo de retirarla entera de su cuerpo, pero cuando se encontró sobre el hombre le echó las manos al cuello y apretó con toda sus fuerzas. 
Tenía el rostro colorado por la rabia, los músculos del cuello tensos, marcados. La flecha le producía un dolor agudo y punzante, pero no dejó de estrangularlo hasta que ya no respiraba.
Al comprobar que efectivamente lo había matado se quedó sentado junto al cuerpo después de lanzar otro alarido al aire. Él nunca mataba por placer, pero aquél cazador iba a acabar con él sin pensarlo, e imaginaba que también había acabado con Astrid. A pesar de que el hombre había atacado antes con intención de matarlos el párroco se sentía culpable de lo que había hecho.
Se puso en pie mientras se cubría con la capa todo lo que podía. Miró a Astrid, que se encontraba a unos metros de él, pero no dijo nada. Suspiró pesadamente; el corazón le cabalgaba en el pecho.  

El viento sacudió su tez y apartó los mechones de cabello rizado que caían cubriéndola. Los ojos de Fabian se mantenían clavados en ella. Quería decir algo, pero las palabras que le atascaban en la garganta.  Apretó los dientes y arrancó lo que quedaba de la flecha en su cuerpo. Esta vez no gritó, la lanzó al suelo y colocó dos dedos sobre la herida. En ese momento se sintió completamente humano, sangraba. Nunca le habían hecho el daño suficiente como para dejarlo malherido, pero sabía que si le disparaban muchas veces a la vez no le daría tiempo a curarse.
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