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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Cassandra Dom Ago 06, 2017 3:07 am

«¿Qué ves en el espejo? No lo sé, quizás el reflejo de una mujer poderosa. ¿Y qué hay dentro de ella? Nada. ¿Segura? Sólo un pasado en ruinas como lo han de estar las ciudades de mi pasado.»

No tenía la más parca idea de porque había recordado el diálogo que sostuvo alguna vez con un viejo amigo (si es que así puedo llamársele, sobre todo viniendo de ella). ¿Acaso se estaba debilitando? ¡Nunca! Ella jamás haría algo así, pero sí tuvo que reconocer que aquel recuerdo causó un poco de extrañeza, no podía mentirse. Claro, tal vez se debía a lo que estaba a punto de hacer: reunirse finalmente con un pariente suyo. Más específicamente, con alguien que descendía de ella; de ese hijo que había dejado en Esparta, obligada por las circunstancias. Por supuesto, no le fue nada fácil hacerlo, aun así, y ya con el pasar de los años, había asimilado muy bien la idea, aunque igual quiso seguir la pista de sus descendientes por pura curiosidad; incluso terminó enterándose de que Pausanias seguía vivo.

¡Ah! Los resquemores que despertaba ese en ella eran diversos. Cassandra aún no podía terminar de aceptar que él la había golpeado en lo más profundo de su orgullo, y por eso creyó que se merecía toda la humillación posible; desde perder su trono en Esparta, hasta haber terminado medio muerto. Sí, medio muerto, porque a un vampiro gracioso le dio por convertirlo y así ocurrieron las cosas: Él le quiso hacer lo mismo a ella para vengarse. ¡Magnífico trabajo, Pausanias! La había convertido en reina y sin siquiera intuirlo, porque eso ocurriría decenas de siglos más tarde. Claro, de seguro pensó, en su momento, que Cassandra no sobreviviría. ¡Qué poco la conocía! Por supuesto, porque nunca quiso saber mucho de ella... ¡Faltaba nada más! Se le estaban trastocando los nervios pensando en aquel bicho raro (al que había querido, pero ¿para qué recordar cosas menos importantes siendo tan condenadamente orgullosa? Es decir, no iba a reconocer nunca eso. ¡Nunca!).

A ver, ya lo había superado, ¿no? Bueno, a seguir con su no-vida luego de dos mil años, que no tenía paciencia para arruinarse el humor en cosas superfluas. Tal vez en su momento le habían molestado, al punto de sentirse verdaderamente humillada, pero ahora, ¡ahora era la reina de todo un imperio! Y había llegado hasta ahí con esfuerzo. Sí, el esfuerzo de llevar a la ruina a otros (pobrecito Asmodeo, que sufra en lo más profundo de su pútrido infierno). Desde luego, tenía que reconocer que encontrarse con alguien tan íntimamente ligada a ella no resultaba sencillo, porque luego de haberse ido de Esparta, no tuvo contacto con nadie más. Todos tenían que creer que estaba muerta, incluido su hijo. ¡Demonios! Qué difícil era ser madre soltera en aquel entonces...

Por suerte, y gracias a la voz de una de sus doncellas, abandonó la frustración antes de que fuera peor. Si había algo que detestara, era justo eso, ponerse melancólica como las princesitas de los poemas del medioevo, ¡qué horror! Y más lo fue cuando se enteró que su mensajero aún no llegaba. Cassandra se obligó a centrarse en el presente y a dejar las cosas en orden en su cabeza. La noticia no le hacía nada de gracia, y menos cuando creyó que se trataría de alguna broma pesada por parte de Asmodeo, ¿qué no se cansaba? Ni siquiera siendo un muñeco de Nicolás dejaba de molestar. Bien, no podía asegurar nada; sin embargo, la situación no le tranquilizaba en lo más mínimo. Y como buena mujer espartana que era, decidió tomar el toro por las astas y buscar ella misma al susodicho mensajero. De seguro el muy traidor quería darse a la fuga y robarle el dinero que le había pagado por ciertas misiones que debía cumplir y terminó acobardándose... Y no, no fue así.

Saltándonos todo el protocolo del lugar en donde se hospedaba Bernard, cuando Cassandra llegó a la entrada de su habitación, el olor dulzón de la sangre le invadió por completo. Pidió que la dejaran sola y entró sin demasiado esfuerzo, cerrando la puerta a sus espaldas, asegurándola además, porque había confirmado sus sospechas.

—Ay, Bernard, ¿por qué te da por morirte justo ahora? ¿Sabes lo difícil que es conseguir mensajeros leales? Aparte, los muertos no hablan y eso me suma problemas... —murmuró, cruzando los brazos. Sin embargo, se detuvo a pocos pasos del cadáver, porque la piel se le erizó toda, como le ocurriría a un gato al reconocer un poco de peligro—. ¡Lo que me faltaba! Ya deja de esconderte, sé que estás ahí...




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Mensaje por Invitado Dom Ago 27, 2017 1:46 pm

Rápido, porque ¿para qué detenerse?, Ciro se movía, con un rumbo fijo en su mente aunque, si se le preguntara, no tuviera la más remota idea de a dónde iba o qué iba a hacer. No, eso no era del todo cierto, lo sabía bien y tenía muy claro que todo era por un objetivo mayor, por cumplir su venganza, ¡esa que tanto le estaba costando llevar a cabo!, pero de puro hartazgo que sentía por... bueno, por todo, no habría contestado de preguntársele. Es más, habría cogido y, con toda su rabia acumulada (más de dos milenios dan para almacenar mucha, por cierto), habría atravesado el pecho del pobre diablo que preguntaba, habría arrancado su corazón y se lo habría comido como aperitivo, ¡por molestar!

Y ¿acaso no había llegado a un punto en el que muchas cosas le molestaban? Cierto, para la mayor parte de ellas tenía justificación, entre otras cosas porque se le habían hundido aliados que había creído muy seguros y, de no ser por su extraordinario aguante (loco o no, Ciro seguía teniendo un ego desmesurado, ¡la duda ofende!), se habría visto devuelto al punto de partida, sin nada tangible en las manos. Sin embargo, tener que apañarse para encontrar a otros con poder que le hicieran el trabajo sucio y lo sacaran de su mugre y patetismo habituales era labor de campesinos, ¡y él jamás había sido uno de ellos! No, él había sido un rey, el mejor de los dos, y cuán apropiado era que rememorara sus momentos regios aquella noche de entre todas las posibles... aunque aún no supiera del todo ni eso ni por qué.

¡Ya se estaba desviando del tema! Lo cierto era que Ciro había estado ocupándose de un noble del imperio, germano para más señas (y rígido y cuadriculado como todos ellos, por descontado, pero ¿qué se pretende cuando hablan ese idioma, que sean flexibles...? Ni de broma), y como no era su némesis, se había hartado. Había antecedentes históricos en su no-vida de su escasa tolerancia a lo que proviniera del centro del continente, y de hecho él siempre había preferido el canto de sirena de lo oriental, así que era inevitable que fuera a liquidarlo. ¡Eso, exactamente; eso de entre todas las cosas era lo que Ciro iba a hacer aquella noche! ¿Curiosidad resulta? ¡Bien!

Con un aspecto pulcro, limpio, y hasta peinado (pero sin afeitar, esa barba suya que estaba casi fuera de control era el único vestigio de lo inestable de su mente), Ciro se presentó en los aposentos del germano como si quisiera dialogar, y nada más lejos de la realidad. Sin embargo, el espartano era un mentiroso consumado, y su aspecto era tan regio y tan respetable que no le quedó más remedio al otro que caer directamente en la trampa que había preparado Ciro y dejarse matar. Como si hubiera tenido, en algún momento desde que lo había conocido, otra alternativa que terminar falleciendo por la ira del espartano, en fin, qué ilusos podían llegar a ser los humanos... Y qué bestia podía llegar a ser el vampiro, ¡buen trabajo alimentando mitos del imaginario colectivo!

Fijándose mejor en su aspecto, una vez terminó de sorber todas excepto la última gota de sangre del germano, la sangre lo había arruinado un poco, pero no del todo: adelantándonos siglos, Ciro parecía una obra maestra del expresionismo abstracto pollockiano, con las gotas esparcidas de forma que casi no parecía accidental sino artística. ¿O quizá lo convertía en arte su rostro, mezcla perfecta, bajo aquel claroscuro de la habitación, de la más pura y estable belleza en un lado mientras que el otro, deformado por una sonrisa cruel, mostraba la podredumbre y la maldad más apestosas? Quién sabía; de todas maneras, la que lo encontró de esa guisa tendría mucho en lo que pensar antes de en eso, pero ni por esas Ciro se quedó sin palabras, pues se necesitaba de algo más que de una mujer, por histórica que fuera, para conseguir eso.

Qué inoportuno, este Bernard, ¿no crees? ¿Que si sé lo difícil que es conseguir gente leal? ¡Qué me vas a contar! Ni a la fulana la conseguí leal, así que sí, lo sé. – comentó, sin ningún tipo de filtro o control, con esa rabia de antes bullendo, y dejándose ver por primera vez aunque ella, nada más oír su voz, lo hubiera reconocido. ¡A ver, aunque hubieran pasado milenios, Ciro era imposible de olvidar! Además, también estaba el pequeño detalle de que él le había hecho un bombo, pero dada la cantidad de bastardos que había tenido el espartano en vida, no es que eso fuera un detalle que supusiera la diferencia para él. Para ella sí, porque había estado loquita por él, pero para él... Bueno, Ciro siempre había sido un tipo complicado, y ese tema de sentimientos no lo era menos.
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Mensaje por Cassandra Miér Sep 13, 2017 12:59 am

Si se le comparaba con la Cassandra de antaño (sí, la humana), quizá, podrían haber un par de similitudes, pero no demasiadas, porque, luego de aquel cambio drástico, e inesperado, de su propia naturaleza, ella se obligó a dejar a un lado muchas cosas, incluyendo a su pequeño hijo, lo único que sí valía la pena en aquella ciudad del demonio, de la cual quería marcharse desde que tenía uso de razón... ¡Y no! Tuvo que fijarse como una estúpida en alguien que se merecía todo lo peor. ¿Resentida? Oh, sí, muchísimo, y no lo negaba. Sin embargo, ya han transcurrido dos milenios de eso, tiempo en el que logró mantener su cabeza bien acomodada, ¡y cómo no! También hizo uso del poder que no tuvo cuando era una insignificante humana. Ciertamente, Cassandra había logrado ganarse el mérito, del que ahora gozaba, a pulso, incluyendo el reino que casi le arrebató aquella rata de Asmodeo. ¡Y resultó ser ella más astuta! Aunque la idea de que tenía que compartir el trono no le era nada agradable...

¿Y acaso no había llevado a la ruina a un emperador en su momento? ¡Cómo olvidarlo! No le debía sumar importancia, en lo más mínimo, compartir el reino con cualquiera, y menos con alguien que conocía mínimamente de gobiernos. Bien, ya está de más decir quien llevaba la ventaja en todo aquel extraño acuerdo. ¡Para que luego continuaran subestimándola! Era curiosamente divertido cuando se dedicaban a eso, y ella, precisamente, fingía que se dejaba, cuando ya estaba considerando cómo deshacerse de los metiches. Sí, Cassandra estaba hecha toda una harpía. Culpa de quien se dedicó a asesinar a su títere, conocido también como mensajero de la reina. Pobre tonto, que ni descansaría en paz, o tal vez, sí. ¡No iba a dedicarse a razonar meollos teológicos! Que pereza le daba todo eso. Incluso, le daba pereza tener que lidiar de nuevo con Pausanias después de tanto tiempo.

¿Por qué con ese? O sea, hubiera preferido que su némesis recobrara la habilidad para enfrentarla, y así todo habría sido mucho más divertido. Pero, ¿Pausanias? ¿Era en serio? Ya tenía la cabeza podrida, y la manera en que asesinó a Bernard, se lo confirmó con justa razón. Entonces no tenía que perder su valioso tiempo en él. Bueno, que era un hastío enorme. Ni siquiera se molestó en mirarlo en ese instante, simplemente se cruzó de brazos y entornó la mirada. Tal parecía que todo lo que llegó a sentir por él se había esfumado (o eso creía); ya ni le guardaba rencor, eso lo reservaba para alguien más. No se había dedicado a pensarlo detenidamente, a decir verdad. Aun así, lo que creyó que sentiría al instante de encontrarse con Pausanias, no se parecía en lo más mínimo... ¿Le daba pena ajena? Quizá, un poco.

—Nadie ha pedido tu opinión, ni siquiera el muerto —espetó, arrogante como nunca antes había demostrado. Uh, cuántos cambios. Incluso ahora lucía telas y joyas preciosas... ¡Claro! Era una reina, él no—. Igual pretendía desecharlo después, lástima que arruinaras mis planes. ¡Lo que me costó corromperle la mente! Pobre, terminó como se merecía —soltó, mientras tocaba un costado del cadáver con la punta del pie, totalmente asqueada de la escena, por lo que se giró, dándole la espalda a eso que estaba en el suelo—. Incluso tú obtuviste lo que te merecías, ¿o no, Pausanias?

Y finalmente lo confrontó, esbozando una sonrisa burlona, mirándole de arriba abajo con desdén. ¡Estaba ciega! Su madre siempre tuvo razón. Bueno, no, pero ahora las cosas eran diferentes. ¿Le dolía? Un poco, sí. Lo que pasaba es que ella no era tan... ¿idiota? Esas cuestiones emocionales las había enterrado desde hacía mucho, así que le daba igual todo. Y le tenía que dar sí o sí.

—Mira nada más, como cambian las cosas, ¿verdad? ¿Ahora quién es el loco y quién es la reina? No, no respondas, ya me sé la respuesta, porque es demasiado sencillo resolver el acertijo —dijo, enarcando las cejas, completamente orgullosa—. ¿Hablas de lealtad tú? ¡Qué irónico! A ver, cuéntame más... ¿Qué has hecho, aparte de volverte un salvaje? Oh, ahora que recuerdo, creo que también debería darte las gracias por convertirme en esto, en serio, he conseguido tanto. Pero es muy fastidioso cuando me echas a perder las cosas, Pausanias. Primero no me dejaste acabar con Agis, y ahora asesinas a mi mensajero. ¡Es el colmo! Aparte de salvaje, inoportuno. Por favor... Así no funciona esto.



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Mensaje por Invitado Lun Sep 18, 2017 1:25 pm

Salvaje, sí, inoportuno, ¡por supuesto! Esas palabras, que ella había pretendido que fueran insultos, eran casi como música para sus oídos, no del todo porque nada de lo que dijera esa sucia traidora sería algo que Ciro pudiera disfrutar en ningún momento. Qué maldita consecuencia había tenido Kristóf contándole la verdad, ¿eh?, y eso que él se pensaba que el vampiro lo había desechado y estaba demasiado loco para entender los testimonios de los fantasmas, o tal vez no, quién sabía y a quién le importaba (¡sorpresa, a él no! Ni lo más mínimo).

Así pues, Ciro no quería saber nada de ella, igual que tampoco había querido entonces, ¡qué poco cambiaban algunas cosas...! Sí, en efecto, Cassandra tenía razón al decir que el Ciro presente tenía poco que ver con el Pausanias del pasado que tenían en común, pero ¿realmente era eso tan malo? Al principio, Ciro había creído que sí, claro, que nada de lo salido de la tortura que lo había convertido en lo que ahora era podía ser bueno, pero el tiempo le había dado cierta perspectiva porque eso era lo que hacía, y ahora no estaba tan seguro. Por lo pronto, le había dado una excusa muy buena para asalvajarse, y gracias a ello había sacado facetas muy buenas de él...

¿El problema? Que ella siempre había admirado a la imagen que tenía de Pausanias, no al Pausanias de verdad, ya que, de hacerlo, se habría dado cuenta desde el principio de lo cercano que siempre había estado del borde del precipicio. ¡Demonios, si hasta su compañero de armas y batalla lo había sabido! No tenía nada que ver el hecho de que lo hubiera visto destrozar a persas casi sin parpadear, o al menos Ciro no lo creía así; sin embargo, tuviera que ver o no con ello, no era tan inapropiado creerse a un Ciro demente, dadas las circunstancias, pero ahí estaba ella para creerse lo mejor sólo por... ¿Por qué, exactamente?

Por esos aires de reina, quizá, y porque ese orgullo suyo no se lo había podido tragar porque entonces la mataría. ¡Cuántas cosas tenían en común aquel extraño par, si al final iba a resultar que eran tal para cual...! Aunque, por otro lado, si en el pasado no habían funcionado, ¿lo harían en el futuro, especialmente dada la negativa completa de Ciro de entregarse a nadie que no fuera a sí mismo o a su impersonal venganza? Que ésta tuviera un rostro y un nombre era irrelevante en el panorama general: Ciro tenía las cosas muy claras en ese particular momento de lucidez que le había entrado tras matar a un tipo, por supuesto no en relación con ella y su aparición, y así lo pareció su expresión, su cuerpo y todo él.

Qué le voy a hacer, siempre arruino tus planes, tal vez deberías pensar en alguien más que en ti a la hora de hacerlos. O, tal vez, te convendría recordar que sigo teniendo una personalidad y no me gusta que nadie haga nada por mí o en mi nombre. Lo demás ha podido haber cambiado, pero eso no. – comentó, como quien habla de algo tan intrascendente como el tiempo y deliberadamente ignorando el hecho de que acababa de cometer un asesinato y se encontraba con un cadáver entre él y ella, la mujer que antaño había tenido un papel en su vida pero que, entonces, ya no significaba nada en absoluto. Eso creía, vamos.

De nada. Soy un maldito mártir, aún no sé cómo no me han santificado después de todo lo que he hecho; el mundo no habría sido lo mismo sin mí. ¡Gracias, gracias, reconozco el mérito, claro! – ironizó, manteniendo su cuerpo quieto y en no demasiada tensión, aunque parte de sus músculos se encontraran rígidos y sin el menor atisbo de relajación. No se trataba de que se encontrara cómodo con ella, al contrario, pero sabía que si sentía que la seguía conociendo era por algo, y por eso intuía que si la cosa cambiaba y ella lo atacaba, él lo sentiría. Simplemente lo sabía; en ese sentido, al menos, siempre habían estado muy... compenetrados. Y en otros también.

Claramente así es como funciona todo, o de lo contrario no habría pasado. Mucha reina y mucha riqueza, pero sigues siendo limitadita de aquí arriba. – observó, señalándose la sien derecha, y con el tono paciente de quien enseña una lección, actitud que en él resultaba extraña pero no demasiado, pues muchas veces la había adoptado en su larga vida, incluso con ella en el pasado. A continuación, se agachó para mirar al muerto y el estropicio que había montado y la miró desde ahí, en cuclillas para evitar cualquier cosa parecida a una genuflexión porque él ni era de esos ni jamás lo sería. – Para tu información, hay un factor nuevo en el acertijo, majestad. ¿Compensando mucho que nunca lo fuiste con eso...? Da igual. Ya ni me llamo Pausanias, para tu información. – espetó.
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Mensaje por Cassandra Vie Oct 06, 2017 3:46 pm

Cassandra había tomado una postura completamente arrogante, como hacía con el resto de las personas, sin excepción alguna. Pero aquello lo sintió más necesario, como si intentara escudarse, de manera poco convincente, de sus propios recuerdos. Porque creyó que no debía darle la importancia que se merecía, precisamente porque no deseaba recordar nada que la atara a la parte de su pasado que más le dolía. Toda esa humillación que tanto la hizo querer arrancarse la vida sin medir consecuencias, se hallaba aún en su interior, intentando cicatrizar desesperadamente. Era justo por eso que se había convertido en lo que era en ese momento, además de ambicionar destruir a otros por gusto nada más. Pero a él... a él no lo había destruido. Le habría encantado hacerlo, sin embargo, Agis se le adelantó, y ella fue quien se llevó toda la culpa.

Después de dos mil años, quiso creer que aquello se había convertido en una etapa marchita de su existencia, que podía considerar a Pausanias un don nadie, porque debía seguir importándole poco, o mejor dicho, nada. Él estaba muerto en su memoria, o eso creía. Sin embargo, todas esas pretensiones las tenía en cuenta porque no estaban tan cerca; que su encuentro iba a resultar completamente indiferente, sólo porque él se hallaba tan lejos, que recordarlo sólo resultaba cualquier cosa. ¡Y cuán equivocada estaba! Aunque prefirió no demostrarlo, cubriéndose tras el disfraz de una reina déspota, como algunos la consideraban. Cassandra era demasiado orgullosa como para llegar a reconocer algo ante nadie, y menos ante Pausanias. Y con más razón, si eso la hacía sentir que caía en un abismo...

Pero, ¿quién puede escapar de lo que es, y de su propia esencia? Aquellos recuerdos eran una parte de ella; eran como las piezas de un gran rompecabezas. Si una faltaba, estaría incompleta. Por muy difícil que fuera aceptarlo, tuvo que hacerlo; muy dentro suyo, porque tampoco iba a hablar demasiado. Entre todas las criaturas de la Tierra, ¿por qué justamente él? Hasta habría aceptado encontrarse a Asmodeo; hubiera sido divertidísimo entablar una discusión con ese. Sin embargo, existía una clara diferencia entre Asmodeo y Pausanias. Al segundo no sólo lo había apreciado... ¡Maldita sea! Se había enamorado de él como una estúpida, y eso fue lo que más la humilló. No podía evitar ese sentimiento de constante rechazo. Incluso, las palabras que ahora le dirigía, despertaban ese resquemor. De nuevo.

Se odiaba tanto a sí misma, por su falta de fortaleza; por ser una imbécil. Sí, todo ese resentimiento iba dirigido hacia ella misma, porque todo fue su culpa, por no medir las consecuencias. ¿Y de qué le servía arrepentirse ahora? Ya el daño estaba hecho, y las cicatrices aún seguían ahí, queriendo abrirse, sabiendo que la presencia de él empezaba a incomodarla. Tanto así, que ni siquiera le replicó algo. Tampoco volvió a dirigirle la mirada, sólo observaba a Bernard, su mensajero, y, aunque estaba muerto, le dio una idea buena para ignorar a Pausanias (porque para ella seguiría llamándose así, daba igual).

Bernard le debía correspondencia de gran importancia, ya que pertenecía a los asuntos personales de la reina. ¿Por qué no reclamar lo que era suyo? Y eso fue exactamente lo que hizo. Cassandra entonces lo dejó solo en el vestíbulo para dirigirse a buscar las cartas codificadas que le debía entregar su desvanecido mensajero. Si a Pausanias le molestaba, poco le importaba. Ya bastante amargo había sido verlo, incluso escucharlo, como para seguir dándole más vueltas al asunto. Sólo tomó sus cosas, registrando un poco más por simple curiosidad, hasta que ya no encontró algo que llamara su atención.

—Primero, me importa poco si las cosas que te incluyen han cambiado o no. Segundo, no me interesa si te llamas Juan, Pedro, o lo que sea, ¿crees que es relevante saberlo? No. Tercero, las cosas sólo funcionan de este modo para un loco, no para alguien que pretenda hacer algo de manera inteligente. Me llamas limitada de cerebro, ¿y tú en dónde te quedas? Si fuera de ese modo, no sería reina del Sacro Imperio, y no habría hundido a más personas que tú en todos estos siglos. Ni siquiera Calígula salió muy bien parado por... subestimarme —explicó finalmente. Había cierto recelo en sus palabras, justamente porque una parte suya, esa que correspondía a su orgullo, no pudo permanecer en silencio por mucho tiempo—. Por último... Dile a Bernard que está despedido. Gracias.

Y luego de haber dicho eso, se largó, como debió hacerlo desde un principio, evitándose todo el malestar que implicaba volver a encontrarse con esa persona (si es que podía seguir llamándosele de ese modo). Cassandra ya no podía seguir compartiendo su propio espacio, y menos con alguien tan poco apreciado (antes lo había apreciado, ahora... ¿ahora qué?).



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Mensaje por Invitado Lun Oct 09, 2017 4:07 pm

Qué original, ¿no?, poniéndose esa máscara de indiferencia que él sentía que iba asociada a casi todos los reyes, ¡menos a él! Precisamente por eso, era evidente que Ciro no la creía en absoluto diferente a todo lo que había visto, más aún teniendo en cuenta que ya se habían conocido con anterioridad, ¡y en profundidad, debía añadir! De acuerdo que él ya no sentía ese tipo de deseos carnales, pero no podía no recordar que los había sentido hacia ella en su momento, y que eso incluso había derivado en descendencia y, por supuesto, problemas, como casi todo lo que había hecho entonces por otro lado.

¿En alguna época le dejarían en paz todos y le permitirían hacer lo que se le antojaba? Medio había podido perdonarlo cuando era un humano y, además, un rey, pero ¿ahora? La ventaja de fingir ser más pobre que una rata de las Catacumbas era que no le debía rendir cuentas a nadie, y muy poco le importaba si se le presentaba Cassandra o el maldito Agis. Es más, ¡ojalá se le presentara el fantasma del maldito de Agis para conducirlo al sufrimiento eterno con ayuda del mismo inútil que le había recordado la existencia de Cassandra...!

Sí, era cierto: se le había llegado a olvidar la que jamás se había planteado que fuera su reina, ¿y qué? Había tenido cosas mucho más acuciantes en las que pensar, como por ejemplo en volverse loco de atar y seguir manteniendo lo justo de su propia personalidad para no dejar de ser él mismo. Era innegable que se requería cierto talento para llegar al punto en el que se encontraba el espartano, y si bien hasta él era consciente de que su cautiverio y su tortura le habían arrebatado algo de su potencial original, tampoco se podía negar que seguía siendo lo más parecido posible a un dios en la tierra y...

Espera, ¿por dónde iba? ¿Por qué se iba! El rey Pausanias podía estar enterrado muy profundamente dentro de la cabeza de Ciro, pero a veces salía a la luz, y ese fue justo uno de esos momentos en los que había decidido salir a la luz para sorprenderlos a todos, él incluido. ¿Y cómo podía ser de otra manera si la mayor parte de las veces ni siquiera él sabía bien lo que iba a hacer? No, eso no era correcto: lo sabía pero no pensaba en ello, y aquella situación no era una excepción, de modo que para cuando Ciro-Pausanias se dio del todo cuenta de lo que hacía, la había estampado contra una pared, con la mano derecha en su cuello para inmovilizarla mientras con la otra sostenía el cadáver destrozado de Bernard.

Ah, la reinecilla tiene carácter, ¡qué bonito! Fíjate, un poco más y me emocionas. – comentó, y poco quedaba en su actitud de la bestia de hacía un momento, ya que se había convertido del todo en el rey, y ¡cómo se notaba! Desde su espalda, estirada y recta, a su mirada, tan cuerda como centrada en la de ella, azul verdoso contra un verde más oscuro que el suyo, que había llegado a acostumbrarse a ver en el pasado y que tenía la sensación de que seguiría viendo en el futuro. La pereza que le dio pensar en ello fue tan real que se fijó en la postura sometida de su antigua fulana, satisfecho por tenerla así de maneras mucho mejores que la sexual.

Siempre habían sido diferentes en todo, más allá de que ella fuera una privilegiada encaprichada por completo de un rey y él uno de los generales más brillantes de la polis en la que ambos se habían criado. Ella era puro Mediterráneo, tostada su piel y verdes como las olivas sus cabellos, mientras que él se encontraba en el extremo opuesto, extraño incluso teniendo en cuenta su ascendencia persa. Pese a ello, habían cruzado sus caminos, él como rey y ella como aspirante, y ¡cuán curioso era que el reencuentro fuera casi al contrario...! Casi porque él, corona en mano o no, siempre sería un rey, que era algo de lo que ella se había olvidado, al parecer. Una lástima.

¿Sabes que para ser rey no hace falta sólo gobernar, Cassandra? Se tiene que valer, se tiene que haber nacido para ello, y tú... Tú nunca tuviste ninguna oportunidad entonces, nada me hace pensar que vayas a ser decente ahora. – espetó, y bajó a continuación la mirada (no la mano: esa seguía apretando el cuello de la inmortal, inmovilizándola porque no era estúpido y sabía que no la mataría así. Aparte, ¡qué problemático matar a un rey...!) a Bernard, cuyo cuerpo patético se encontraba ahí tirado, como un guiñapo. – ¿Por qué no se lo dices tú? Reina o no, a mí no me vas a gobernar. – añadió él, sonriendo, lo cual era sin duda mucho más perturbador que cuando lo hacía como una bestia.

Fascinante. Calígula, ¿eh? Aprovecharse de un pobre loco, Cassandra... Aprendiste más de mí de lo que tú misma sabes. – opinó, separándose un momento, aunque usó ese rato para meterse las manos a los bolsillos, no sin antes limpiarse con la yema de un dedo una gota de sangre que le caía de la nariz, una consecuencia del siervo al que ella había despedido post-mortem. Muy útil, ¡por supuesto que sí! – El pequeño sandalita. ¿Con ese apodo de verdad te creías que iba a ser muy difícil? Ah, y bueno, gobernar el Sacro Imperio, ¡qué mérito! ¿Qué tal te va con los húngaros y los austriacos? No me sorprendería que pronto vayan por libre. Pero, eh, estoy loco, ¿qué importa lo que yo opine?
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Mensaje por Cassandra Sáb Nov 18, 2017 11:17 pm

Había decidido largarse de una vez por todas de aquel lugar, no porque le desagradara ver a su mensajero muerto, sino porque ya no se podía permitir aguantar más la presencia de él. ¿Le fastidiaba? Sí. Pero más que eso, le dolía, a pesar de que, en algún momento, llegó a pensar que dos mil años podrían ser suficiente tiempo para dejar a un lado ciertas cosas; quizá algunas mañas, o actitudes, ¡lo que sea! Menos los sentimientos... Esas malditas ataduras que escapaban de su letargo para traer consigo las memorias del pasado, y de las cuales no era tan fácil huir. No para una inmortal tan antigua como Cassandra. ¡Ella ni siquiera había pedido serlo! Y lo peor era que el único culpable había decidido aparecer esa noche, luego de tantos siglos, como si las malditas Parcas quisieran acabar con todo lo que ella forjó sola, sin ayuda de nadie. ¿Acaso era una manera de recriminarle que jamás iba a poder huir de su pasado?

Ciertamente, lo mejor que podía hacer era marcharse, y así se ahorraría todo el teatro que encontrarse con Pausanias significaría. Pero no lo hizo. No se fue. Tampoco ocurrió de ese modo por decisión propia, en realidad fue porque él la detuvo antes. ¿Se lo esperaba? No, en lo más mínimo. Cassandra había asimilado hace mucho que no valía nada en la existencia de Pausanias (o cómo demonios quisiera llamarse ahora), y que, además, en esos dos mil años, en los cuales mantuvieron una considerable distancia, él quiso arrojar todo cuanto lo ataba a su pasado como rey, pero sobre todo, como un mortal más. Ese maldito orgullo no le permitía resignarse a nada, por poca razón que tuviera y... ¿Para qué seguir perdiendo tiempo en algo así? ¡Por qué demonios había decidido detenerla cuando era más fácil dejarla ir!

¡Ah, claro! Lo había hecho para seguir recriminándole las mismas tonterías de antes, ¿o no? Además, ¿se había olvidado que fue él mismo quien decidió convertirla porque creía que con eso la castigaría? Que poco la conocía. O quizá prefería hacerse el ignorante. Todos esos recuerdos se agolparon en sus pensamientos en el preciso momento en que sus miradas se cruzaron. ¡Y cuán desconocido le resultó! Por más que parecía recobrar un poco de lo que había sido en antaño, algo no terminó de encajar en ese rompecabezas caótico que era su cabeza (la de Pausanias) en ese momento. Incluso ignoró todas las estupideces que salieron de su boca, no porque le fastidiaba oírlas, sino por el hecho de centrarse mejor en hallar algo en toda esa tempestad. ¡Y para ello tenía que tragarse el orgullo!

De acuerdo, llegó a hacerlo, pero no lo mostró abiertamente, ni en el momento en que se sintió liberada de la garra que era su mano rodeándole el cuello, ni después. Simplemente guardó silencio. ¿Debía aprovechar la oportunidad y largarse? ¿Debía recriminarle cosas o tratarlo como un pobre loco que no tenía idea de nada en absoluto? Siempre iba a ser más fácil la primera opción. Cortar por lo sano sería la mejor medicina. Pero no ahora, no en ese instante...

—¿Quieres parar ya? Por favor. Gracias —replicó, una vez consiguió fuerzas para ordenar mejor sus ideas—. ¿A qué viene toda esa cháchara sin sentido? Asimila de una vez por todas que ya no eres rey y que los tiempos han cambiado. ¿Crees que el ideal de un rey es gobernar? No, es destruirlo todo. ¿Acaso no fue eso mismo lo que hiciste en tu época? ¡Y mira! Esparta ya sólo se convirtió en unas malditas ruinas. Todos, en algún punto, llegan a aburrirse del poder, y lo toman como un juego en donde es más gratificante ver cómo se destruyen los más débiles... Pero, ¡y eso qué diablos importa ahora!

Sentenció. No, eso no era lo que quería decir, desde luego que no. Sin embargo, no encontraba el valor suficiente para siquiera dejar salir lo que realmente quería decir, ni mucho menos acercarse. ¡Ah, Cassandra! Siempre tan condenadamente orgullosa, y con mucho miedo a ser vulnerada nuevamente. ¡No! Eso jamás. Aunque, ¿y qué más iba a arriesgar ahora? Había perdido a su hijo antes, y ya no podía regresar el tiempo atrás. Así que hizo lo único que su instinto le obligó hacer, aún sabiendo los riesgos que correría: extendió su mano para acariciar la mejilla de Pausanias, como lo había hecho en tantas ocasiones.

—¿Qué ha pasado contigo? Y, ¡shhh! Nada de defenderse con argumentos absurdos, que a mí no me puedes engañar. Me gustaría escuchar la verdad. ¿Acaso es tan difícil dejar a un lado tu hostilidad por un momento? Sólo tenemos esta única oportunidad, Pausanias, ya después cada quien tomará su camino, y felices todos... Haz algo, o simplemente no me vuelvas a detener si decido marcharme.



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Mensaje por Invitado Sáb Nov 25, 2017 1:13 pm

No eran los suyos los que habían convertido dos palabras en una lengua muerta en un himno para todos los descerebrados, pero para Cassandra al parecer sí que lo habían sido porque oh, ¡sorpresa!, se estaba comportando así. Con el ceño fruncido, Ciro se sintió tentado por un momento de abandonar la actitud casi regia que había adoptado con ella para abrazar esa locura que era casi un bálsamo para él, pero se contuvo porque... ¿Por qué no? ¿Acaso alguien creía que iba a haber algún maldito motivo más para que Ciro hiciera lo que le daba la gana? ¡Menuda panda de ilusos...!

No, Ciro no se iba a dejar gobernar, se lo había dejado muy clarito a la vampiresa y se lo pensaba dejar todavía más claro con sus actos, fueran de rey o de verdugo de la maldita corte, pues por todos era sabido que Ciro ya no tenía término medio, y con él ya siempre era un extremo u otro. En el poco tiempo que llevaba de reencuentro con Cassandra, demasiado para su gusto, había mostrado las dos facetas, un nuevo récord (estaba casi convencido de ello, lo cual equivalía por supuesto a una verdad absoluta) hasta para él, y todo porque así le estaba saliendo, nada más y nada menos. No era cuestión de que quisiera demostrar algún punto concreto o de que quisiera vengarse... ¿no?

Ni lo sabía ni le importaba. Sí que le importaron las palabras de ella, que parecía haberse tragado un maldito libro de los modernos sobre cómo debían comportarse los malditos reyes, esos que se llamaban ilustrados, y se lo echaba en cara. ¡Ella, que era una monarca como lo había sido él, sin duda para compensar que no la desposara entonces! Se sintió decepcionado porque alguien que había crecido y vivido en su mismo pasado no compartiera su opinión sobre el poder absoluto; los milenios que había pasado sobre los diferentes continentes no habían mermado ni un ápice su amor por el poder, así que el argumento de Cassandra era erróneo, ¡nada más que hablar!

Estuvo a punto de decírselo, pero ella lo echó todo a perder, como siempre, al tocarlo. Como si fuera un gato, y jamás había sido particularmente felino salvo en la forma almendrada de sus ojos claros (en todos ellos, en realidad), se echó hacia atrás y le faltó bufar, pero no lo hizo porque aún mantenía cierto autocontrol y no le gustaba asemejarse a un animal. Eso se lo dejaba a los que se convertían en bestias, no al monstruo que él era: como el nenet suyo había dicho hacía no tanto, la semántica era importante, ¿no?, pues Ciro se iba a valer de ella y la iba a hacer suya, aunque fuera para esas tonterías. Por lo demás, se quedó quieto y mirándola, con los pensamientos de antes esfumándose de su cabeza mientras escuchaba la perorata de la vampiresa.

¿Sólo tenemos una oportunidad? Eso creí entonces y mira, has vuelto, como una maldita mala hierba que nunca se muere, estúpida calientacamas. - espetó, y utilizó esa palabra porque estaba molesto y porque sabía que siempre le había afectado, ¡cómo no! Hasta si ella había cambiado (o decía que lo había hecho, él no se lo creía ni un poquito), seguían compartiendo un pasado en el que él la había utilizado y se había valido de ella, pero precisamente por eso mismo los dos sabían que no la había odiado tanto si la había convertido y... ¡Ugh! ¡Ya! Maldita verdad, ¿por qué demonios Cassandra se la había exigido! Con lo que a él le gustaba mentir, vaya pedazo de fulana estaba hecha la reinecilla esa de pacotilla.

¿Qué más te da lo que me haya pasado? A lo mejor no a todos nos interesa convertirnos en reyes de imperios a punto de caer porque preferimos buscarnos la diversión en otro sitio, ¿lo has pensado? – argumentó, claramente a la defensiva, porque no le interesaba que ella se preocupara por él; ni ella ni nadie, pero como la que tenía delante era ella, pues el ejemplo se tendría que dar con ella. ¡Qué problema tenía! Si hubiera estado interesada lo habría buscado, ¿no? Ciro se negaba a creer que ella quisiera ayudarlo de verdad, aparte de que no creía necesitar más ayuda de la que él quería conseguir por sus propios medios, así que no quería responder. Y aun así...

Soy hostil, siempre lo he sido. Ahora lo soy más porque me han tomado por estúpido y quiero vengarme, ¿no recuerdas que siempre lo he odiado? También lo odio de ti, así que controla tu lengua en este mismo momento. – afirmó, rápido hasta el punto de que casi costaba seguirlo, pero tanto sus palabras como su tono fueron bastante expresivas, sobre todo para alguien que lo conocía tanto como en su día lo había hecho ella. Leyera o no la mente del vampiro, era evidente que alguien lo había enfadado, que le habían herido y llevado al extremo incluso, y la parte de que quería vengarse evidentemente estaba clara porque, ¡hola!, él mismo lo había dicho. Ella sabría qué hacer con la información, pero todo estaba ahí aunque Ciro no lo hubiera dicho explícitamente, así que era el turno de mover ficha de Cassandra, no de él. Él suficiente se movió alejándose aún más, por si acaso.
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Mensaje por Cassandra Miér Dic 20, 2017 12:38 am

Había mostrado una nimia fragilidad en ese instante en el que decidió extender su mano y rozar la mejilla ajena, como lo hizo alguna vez, hace ya demasiados siglos atrás. Pero fue lo peor que pudo haber hecho en ese momento, y no porque estaba mal para él, sino porque esa maldita reacción hostil, acompañada de las palabras que taladraron su cabeza, hicieron que rememorara todo el odio que llegó a sentir en antaño. El mismo odio que la condujo a darle información sustancial a Agis sobre Pausanias, aún cuando el susodicho no era de su agrado. Y no se arrepentía de ello; quizá llegó a querer hacerlo en una que otra ocasión, cuando creyó que ya no importaba. Sin embargo, en ese instante, aquella idea, tremendamente absurda, se desvaneció.

¿Para qué iba a perder su tiempo en él entonces? Ya no tenía solución. No sólo estaba hecho un desastre, sino que seguía con ese maldito ego que tanto la agobió en algún momento, y que, incluso, derivó en demasiados conflictos entre ambos. De acuerdo, Cassandra era una mujer muy orgullosa, pero sí había terminado con Pausanias, era porque algo tuvo que haber sentido por ese infeliz. Pero también estaba consciente de lo muy dañina que podría resultar su relación. Era acercarse irremediablemente al borde del abismo. Hasta pudo haberse comparado con Ícaro y ese vuelo fallido al querer tocar el sol con sus alas. Se precipitó, tras un tardío razonamiento, sobre las piedras filosas de un acantilado.

¡Y hubiera preferido mil veces eso! La muerte habría sido mucho más aceptable que... eso. No despreciaba la inmortalidad, tampoco la había aceptado por voluntad propia. Aunque podría llegar a ser muy ambiciosa, Cassandra conocía sus límites, y vivir una existencia sempiterna no era su objetivo. Sin embargo, al encarar nuevamente el rostro de Pausanias, luego de todo ese ataque gratuito de sus memorias, hubo una única cuestión, una pregunta que decidió pisotear todo lo demás; algo que llevaba mucho tiempo bajo llave, y sólo él tenía la respuesta. Si es que le daba la gana de responder, con ese genio que agotaba a cualquiera, ¿quién lo sabía? Ni el mismo espartano lo sabía.

—Pero mira nada más... Una mala hierba que nunca muere, eh. ¡Una maravillosa descripción! Desde luego que sí —dijo, finalmente. Inclusive se atrevió a sonreír, porque tampoco se quedaría de brazos cruzados. Ese ataque sin motivo aparente no lo iba a aceptar así nada más—. Aunque siempre pudiste haber acabado con esa mala hierba. Tuviste la oportunidad de hacerlo, sólo que, ah, cierto, ¡la hiciste inmortal! ¿Eso es querer vengarse de alguien? Te creí más listo, Pausanias. Hasta pensé que nos asesinarías esa noche, pero no. Sólo acabaste a uno de nosotros por querer, ¿querer qué? ¿Crees que convirtiéndome en una sanguijuela más ibas a lograr algo? Porque lo menos que he hecho ha sido sufrir, a decir verdad.

Replicó, y fue razonable, por supuesto que sí. Pero también sabía que él no iba a querer responder, no en ese instante (¿ni nunca?), porque se hallaba sumergido en su rabia. Y ella tenía menos ganas de escucharlo, porque ya no aguantaba estar tanto tiempo ahí, con Pausanias... ¡Y más si la seguía tratando como una cualquiera! Le dolía, maldita sea, claro que sí. Sin embargo, eso no significaba que tendría que humillarse o hundirse en una condenada tristeza. No, Cassandra jamás tomaba esas posturas.

—Y como veo que no tienes el valor para responder con honestidad, y también has tomado una decisión, todo esto es inútil. Tratar contigo lo es, Pausanias. Después de tantos siglos sigues siendo el mismo cabeza dura de siempre. Fui una estúpida en creer que podría llegar a ayudarte en algo, y no, es una verdadera pérdida de tiempo intentar algo contigo, necio —espetó, entornando la mirada, completamente cansada de haber tenido que retomar una situación como esa—. ¡Bien! Sigue igual de hostil, de loco, ¡de lo que te de la gana! Lo único que espero es que te vuelvas más demente, al punto de olvidar todo tu pasado. ¿Sería fantástico, no? Para mí sería una genialidad no volver a verte jamás. Adiós, Pausanias.

No esperó réplica, ¡nada! Cassandra decidió largarse de una vez por todas. Tenía la cabeza vuelta un caos, aun así, mantuvo la compostura, inclusive cuando llegó a encontrarse con miembros de su séquito. Nadie más tenía que saber sobre Pausanias, sólo su sombra conservaría el peor secreto de su pasado. Quizá se apresuró a los hechos y no le dio oportunidad alguna, pero, ¿valía la pena una segunda vez? No quería ni pensar en ello.



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