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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Sáb Abr 09, 2016 1:25 am


Esta torva y negra ave tocó,
con su aire grave, en sonriente extrañeza,
mi gris solemnidad.

—Edgar Allan Poe.



Era una noche de esas oscuras, en donde las bestias se escondían en las esquinas, vestidas en tinieblas.

Era una noche de esas en donde las pesadillas colmaban de miedos a los mortales en sus lechos; arrancaban la cordura y devoraban almas.

Era la noche del cuervo; era la noche del demonio del tercer círculo... Era la noche del mensajero.

Una bandada de aves negras cruzó el cielo en silencio, observando con sus ojos siniestros a las almas que deambulaban en la tierra. Su misión era llevar noticias a su líder, quien impasible los esperaba en la rama desnuda de un árbol. Graffiacane vestía, una vez más, de sombras. Su atezado plumaje apenas brillaba con las débiles luces de las farolas cercanas, y cuando la brisa soplaba, levantaba las plumas con elegancia, como si las hiciera danzar. Cualquiera pensaba que se trataba de sólo un cuervo, más los espíritus que penaban, huían despavoridos del pico mortal de aquel demonio silencioso, el que esperaba a sus alimañas con las formas de los pájaras que anunciaban la muerte.

¿A quién buscaba Graffiacane? ¿Quién sería el desdichado en caer bajo sus alas de maldad? Ella lo sabía. Lo había elegido en su guardia de cada noche. Lo observaba a través del ventanal y le arañaba el alma con la mirada. Él era su víctima y ansiaba devorar sus pensamientos hasta dejarlo abandonado en la locura y hundido en el desanimo. El joven mozo no beneficiaba a Los Custodios, pero si a ella, la más egoísta de los nueve. Graffiacane lo sabía todo y a la vez nada; velaba en constante vuelo por sus intereses y sólo compartía sus descubrimientos con su amante; ni siquiera con su gemelo, quien abogaba por el líder de la cofradía, mientras el mensajero no mostraba interés alguno, aunque lo tuviera, solía ocultarlo.

Su mirada mortecina se fijó en la figura que se acercaba, iluminada apenas por las luces de un candelabro. Había llegado el momento de actuar. Halló de inmediato un ventanal abierto, y campante, extendió sus alas y se lanzó al vacío, consiguiendo alzar su cuerpo negro hasta posarse en el marco viejo de la ventana que estaba abierta. Su figura se escabulló en las tinieblas de la habitación y se posó en el dintel de la puerta, mientras notaba la llegada de su víctima. Era apenas un joven carente de sensatez, con una oscura obsesión tatuada en su interior. Ese era el alimento favorito de Graffiacane, quien sólo observaba sin hacer el menor ruido. Él quizás se daría cuenta de su presencia, no era tan tonto. Pero al cuervo le gustaba jugar a las escondidas y cuando notó resignación y cansancio en el muchacho, su mente se apoderó de la suya y le habló a su pensamiento, como una voz muda, parecida a la conciencia, o peor aún, a los miedos del alma.

—¿A quién crees buscar en las tinieblas? ¿Acaso piensas que algún espectro del valle de Los Muertos vendrá a visitarte esta noche? —Recitó en sus memorias, penetrando vorazmente en su mente—. Que no te engañe la inmortalidad, es el origen de los males... Te conservarás vacío; serás una escultura andante. Serás bello y hueco. No tendrás razón de ser porque nunca la has tenido. Quien desafía a la muerte, le esperan las peores condenas.
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Mensaje por Serge Auric Dom Mayo 08, 2016 2:32 am


“I was made to rule the darkness.”


Vaya pérdida de tiempo. No es como si Serge tuviera muchos asuntos que atender, aún así, odiaba que le hicieran perder su tiempo. Étienne padre y Étienne hijo lo arrastraron hasta ese evento donde las niñas tontas de su edad esperaban que se fijara en ellas. ¡Pobres ilusas! El menor de los Auric, en su afán de trascender, tenía metas mucho más claras y más grandes que casarse con una de ellas y engendrar hijos al por mayor. Estaba de pésimo humor y pobre de aquel que quisiera pasarse de listo esa noche, porque lo conocerían enojado y el diablo en el averno sabía lo terrible que eso resultaba.

Sin que la fiesta hubiera estado en su apogeo si quiera, exigió regresar a casa. Su padre y su hermano mayor, conociéndolo, decidieron que regresara solo, antes de tener que aguantarlo y así se hizo. El carruaje fue a por él y lo dejó en la puerta de la residencia. Tan pronto puso un pie dentro, caminó con la intensidad de una tempestad y comenzó a deshacerse el nudo de la corbata, accedió así hasta su habitación. Grande, espaciosa y siempre oscura. Una ventana estaba abierta y por ella el viento y la penumbra se colaban desde fuera. Fue ahí y se recargó en el marco desde donde observó el jardín y más allá la calle envueltos en sórdidas sombras. Bufó, sin darle mayor importancia. Se dispuso a seguir cambiándose de ropa cuando algo irrumpió en su tranquilidad.

En medio de la habitación, donde estaba parado, giró en su propio eje, buscando la fuente de esa voz que parecía hablarle directamente a él. Como el águila que devora una y otra vez el hígado de Prometeo.

¿Quién eres y qué quieres? —Exigió mientras sus ojos de lapislázuli danzaban entre la umbría, tratando de localizar al indeseado visitante—. ¿Acaso pretendes asustarme con tus palabras? Dime tu nombre o regresa a la ribera de la noche —avanzó, con puños apretados y mandíbula tensa. Escrutó cada rincón y no halló nada.

Oscuridad, y nada más.

¿Y quién dice que quiero estar repleto? Vacío estoy, vacío me quedaré. Carezco de alma. ¡Muéstrate! —Comenzó, en ese instante, a remover algunas de las cosas de su habitación, en su desesperación por encontrar al intruso, o intrusa porque claramente era una voz de mujer—. ¿Acaso vienes a advertirme sobre el infierno? No seas tonta, es el infierno de donde vengo —alardeó mientras seguía en su infructífera tarea.

Condenado estoy. ¿Cómo sabes tú de mi deseo? Y en todo caso, ¿qué demonios te importa? —Por un par de segundos continuó en su búsqueda, pero se detuvo, mirando fijamente el insondable negro que era imposible desterrar con la solitaria y mustia flama de su vela.

Oscuridad, y nada más.

Ahora, te imploro —soltó con sorna y sarcasmo—, estoy cansado y no tengo tiempo para jugar al escondite. Largo ahora antes de que quiera incendiar la habitación y la casa entera con tal de deshacerme de ti. Presencia inmunda, espectro inoportuno —fue a por el candelabro que le servía de fuente de luz y lo tomó, lo alzó luego, intentando alcanzar nuevos lugares con su llama. Ahí, en la penumbra que parecía eterna, entonces distinguió un par de ojos como los de un demonio que está soñando. Alzó el mentón, en espera.
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Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Miér Jun 15, 2016 11:11 pm

¿Cuál es tu tétrico nombre en el abismo infernal?
Dijo el cuervo: "Nunca Más".

—Edgar Allan Poe.



Escondida en la profundidad de la noche, vestida en tinieblas y quieta como una siniestra escultura, se encontraba el ave. Sus ojos pétreos estaban fijos en el alma que se paseaba por la soledad de la residencia, apenas su rostro se iluminaba tras unas luces temblorosas, revelando aquellos ojos arrogantes que tanto deseaba arrancar de sus cuencas con su pico de plata. Sus garras se aferraban al umbral, como dos cuchillas afiladas que perforaban la pulcra madera; observó en silencio, en un voraz y fantasmal silencio, al muchacho, que orgulloso osaba a desafiarla, algo que hizo que el alma diabólica de Graffiacane sonriera, casi saboreando la victoria sobre otro mortal ignorante de la verdad, aquella verdad que todos evadían y que era la única llave de su salvación eterna. Pero, ¿qué iba a saber el soberbio sobre aquella humilde verdad? Si hasta tuvo el atrevimiento de decir que venía del infierno. ¡Que blasfemia! Y que alma contaminada y agraciada resultaba para el cuervo.

Entonces Graffiacane alzó las alas y echó su cabeza hacia adelante, como si estuviera iniciando una danza repugnante y siniestra, soltando un graznido, que más se asemejaba a una risa áspera y burlona, nada parecida a la de los seres de este mundo. Rió una y otra vez, haciendo que las risotadas se esparcieran por todo el lugar, pareciéndose al eco solitario del viento que sopla en el interior de una abandonada caverna. Deseó desfigurar el perfecto rostro del joven con el pico y arañarle la piel albina con las garras, pero no lo hizo, sólo dejó de burlarse de las palabras de él y sus alas volvieron a reposar sobre los costados de su cuerpo.

Golpeó la madera con el pico una vez, luego otra y así hasta que llegó al quinto golpe.

—Yo soy muchos en infinidades de lugares; aquí o allá, sigo siendo el mismo. Arriba o abajo, cumplo la misma función —susurró, ladeando la pequeña cabeza—. ¿Asustarte? ¿Por quién me tomas, pequeño y arrogante ser? —Soltó una risa petrificante y agitó las alas, como si aplaudiera su propia burla—. ¿Qué sabes del infierno? ¿Acaso has estado ahí alguna vez y te has enfrentado cara a cara con sus demonios? Dime tú, pequeño y petulante humano, ¿conoces la verdadera ribera del caos, más allá del río de la desolación? ¿O sólo sueñas con satisfacer los deseos imposibles que pululan en tu negro corazón?

Voló hacia la ventana abierta, soltó tres graznidos perturbadores y, sin más, volvió al dintel de la puerta, vigilando el ventanal con mucha atención. Entonces, tras varios segundos, seres de plumas negras recorrieron la ciudad, volando sobre los techos y las copas de las árboles, para posarse en las ramas de los árboles que se hallaban frente a la propiedad de los Auric. Graffiacane volvió a soltar aquella burla espectral y los cuervos de afuera hicieron lo mismo.

—Si llegases a buscar tu propia muerte por las llamas del fuego traicionero, me estarás ahorrando el trabajo de devorar tus entrañas hasta que tu alma caiga irremediablmente por el abismo que separa el Hades del limbo —soltó el cuervo—. Tu intento inútil por hallar la inmortalidad, jamás... ¡Jamás! Se cumplirá. Pero si dejas de recitar ofensas hacia este servidor del averno, podré darte lo que deseas a cambio de algo que me interesa.

Y al enunciar sus intenciones, sólo hubo silencio... y nada más.

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Mensaje por Serge Auric Sáb Ago 13, 2016 12:17 am


“Escrutando hondo en aquella negrura
permanecí largo rato, atónito, temeroso,
dudando, soñando sueños que ningún mortal
se haya atrevido jamás a soñar.”
— Edgar Allan Poe, El Cuervo


Oscuridad, y nada más.

Pero de ella brotaba este ser infernal que al parecer quería atormentarlo. Serge, sin embargo, era complicado, no era otro humano más, ¿lo sabría acaso ese demonio emplumado? Quizá era por eso que lo había elegido. Soltó la vela, misma que se apagó al caer al suelo cuando el ave, finalmente pudo verlo mejor, alzó sus alas y soltó picotazos al aire, se cubrió también con el antebrazo, para protegerse el rostro, aunque la distancia aún era considerable entre ambos. Desde su lugar, sólo podía ver esos ojos diabólicos y el contorno de plumas negras.

Escuchó, pero no respondió. Se sintió intrigado, escrutando hondo en aquella negrura, permaneció largo rato, atónito, temeroso, dudando, soñando sueños que ningún mortal se ha atrevido jamás a soñar.

Ambas, ¿por qué no? ¿Acaso tú, con tu cresta cercenada y mocha, no sabes que se puede obtener todo? ¿Dónde queda tu ambición, pájaro o demonio? O ambas, ¿por qué no? —entonces guardó silencio al escuchar el batir de cientos de alas y cuando giró el rostro hacia la ventana abierta, vio los árboles ennegrecidos con más aves como ésta que lo retaba. Muchos pares de ojos lo observaban como tizones encendidos y la cacofonía de sus carcajadas de volvió ensordecedora al grado que tuvo que taparse los oídos.

¿Ah sí? —Al fin habló, bajando los brazos, cuando el ruido terminó. Fue demasiado consciente de la parvada allá afuera, pero concentró su atención en el ave dentro de su habitación—. ¿Y qué es eso? Puedes decir lo que quieras, pero voy a conseguir mi meta, quizá, diablo infernal, cuando lo haga, puedas volverme a visitar, para que lo compruebes —retó y se acercó de nuevo—. ¡Habla! ¿Qué es eso que quieres de mí, y a cambio que voy a obtener? Los humanos podrán tenerte miedo, pero yo no. Yo no soy humano, hace mucho que dejé de serlo, que mi apariencia no te engañe —poco a poco recobró su altivez usual, aunque sabía que si los pájaros allá fuera eran comandados, podían entrar y acabarlo. En todo caso, Serge jamás había temido a la muerte.

Entonces, ¡dime! ¿Tan aburrida es tu vida en el Hades que tienes que venir a atormentarme? ¿O esa es tu misión? Conducirme finalmente a las puertas del infierno —con algo de calma se agachó para recoger la vela que había tirado, misma que dejó una pequeña marca negra en la duela del suelo. Se acercó a un escritorio, de donde tomó un mechero y volvió a encenderla.

También jaló una silla y se sentó ahí, con la vela iluminando su rostro pálido de ojos azules. La cera escurriendo, quemando su mano, pero Serge no se inmutó. Clavó la mirada en su visitante, aunque no lograba verlo del todo por las sombras y se mantuvo atento a los de allá fuera. Aguardó por las respuestas que buscaba. De pronto, aunque no complacido, el mal humor dio paso a una enferma fascinación, como siempre era tratándose de él. E incluso contemplando al ave, sólo alcanzaba a ver una cosa…

Oscuridad, y nada más.
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Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Sáb Oct 15, 2016 8:30 pm


Y hundido en el terciopelo me afané con recelo
a descubrir que quería la funesta ave ancestral al repetir; "Nunca más".

—Edgar Allan Poe.



¡Vaya! Que hermosa era la arrogancia humana. El creerse superior, a pesar de lo insignificante que se es ante la inmensidad del cosmos; la ingenuidad del orgullo vuelve al hombre un ignorante. Y Graffiacane bien lo sabía. Disfrutaba de las madrugadas frías, cuando las pesadillas se deslizaban en las penumbras, alimentándose de los pensamientos más profundos de los humanos; esos que ni ellos sabían que tenían. Esos que sonaban como melodías sombrías y heridas a los oídos de los voraces depredadores del averno, quienes danzaban ante el festín de almas corrompidas. Se acariciaban los estómagos inflados, y sus rostros cadavéricos sonreían, mientras la carne les colgaba de las mandíbulas, moviéndose de un lado a otro, como el péndulo de un reloj.

¿Qué tanto podía saber ese niño arrogante? ¡Ah! Aquello tenía que ser una broma. Le desafiaba el menor, creyéndose vagar en uno de sus sueños. Pero ignoraba la realidad. Estaba acompañado de un demonio real. De un cuervo maldito, quien lo contemplaba en silencio, satisfecho por la reacción del pequeño humano. Su alimento iba volviéndose mucho más apetitoso; ese rostro tallado en mármol le incitaba a picotearlo tantas veces como años tenía el mundo. ¡Quería esa alma para sí! El ouroboros le ardió entre las plumas oscuras, gustoso por el descubrimiento de su portadora.

Graffiacane volvió a alzar su cuerpo, aún sobre el dintel de la puerta; graznó alto, lo hizo con gozo. Aquel sonido quebraba el silencio nocturno, y el tímpano delicado de un mortal común podía ser herido ante semejante eufonía abismal. Aquello no podía ser el graznido de un cuervo común, sino de un visitante del infierno. Su presencia nefasta así lo demostraba.

—¿Todo? —Inquirió con burla. Todas las demás aves, afuera, como moradores, rieron de nuevo—. ¿Qué es todo para ti? ¿QUÉ ES? —Afiló las palabras en contra de su mente contaminada—. Oh, el humano se cree una bestia. ¿De qué mundo vienes? ¿A cuál quieres pertenecer? El Hades se queda pequeño, comparado con otros abismos cósmicos. —Agitó las alas violentamente y picoteó la madera con euforia—. Tú dices no ser un mortal, pero, déjame ilustrarte algo... —Voló entonces hacia la ventana, posándose en el marco—. Actúas como muchos de los que ahora arden en la brea. Allá afuera existen decenas de seres como tú; lamento herir tus pretensiones.

Y nuevamente fue a posarse en el dintel. Los otros cuervos susurraban llantos, palabras extintas, cánticos de la muerte; afuera, ellos vigilaban la disputa, como almas condenadas en cuerpos de aves en la noche.

—Y no me subestimes, Serge Auric. Yo no sólo puedo ver tu apariencia, puedo ver más allá de tus ojos. No hay pensamiento que al Mensajero no se le escape; por eso he venido, luego de haberte seguido cinco noches. Cinco vences uno; cinco y quinto... el quinto círculo —recitó, dedicándole una mirada feroz, aún con su mirada cubierta de sombras—. ¿Quieres poder? ¿Inmortalidad? ¡El orgullo fue herido por las flechas de Eros! ¡Apolo sucumbió ante su propio deseo! —Exclamó—. ¿Quieres un trato? El pago, sólo me interesa el pago. Pero, espera, quiero conocer tu prudencia, ¿todavía la conservas? Ay, de ti.

El cuervo se quedó quieto. No quería revelar antes sus intenciones, quería jugar un poco más.

—¿Quieres ser uno de los jinetes o los marcados en la frente? ¡Habla! Pequeño actor del diablo —sentenció el cuervo en un susurro espectral.

Sólo hubo silencio... y nada más.

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Mensaje por Serge Auric Lun Ene 23, 2017 11:51 am


«Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.
Aún sigue posado, aún sigue posado
en el pálido busto de Palas.
en el dintel de la puerta de mi cuarto.
Y sus ojos tienen la apariencia
de los de un demonio que está soñando.
Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama
tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,
del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,
no podrá liberarse. ¡Nunca más!»


Una vez más tuvo que taparse los oídos por ese ruido infernal. Era obvio, no era tonto (y odiaba que lo tomaran por uno) que este cuervo no era un ave común. No sabía a ciencia cierta qué o quién era, y le intrigaba. Sólo tenía la certeza de que no se trataba de un animal terrenal. ¿De qué infierno había salido? Miró al demonio emplumado cruzar la habitación y ahora que estaba en la ventana, con la luz de la luna como plata que se derrama perfilando su figura, pudo verlo mejor. Atrás de él, fuera de la habitación, sus legiones infernales.

Serge no se acongojaba, ni se preguntaba por qué esto debía pasarle a él. Al contrario, se congratulaba y aprovecharía la ocasión. Entrecerró la mirada y por un rato no dijo nada, dejó que el animal hablara, dejó que graznara como si con ello quisiera invocar el fin de los tiempos. Entendió que el animal comprendía en esencia lo que era, pero no conocía aún los abismos dentro del humano. Lo quería meter en el mismo saco que al resto, y era ahí donde erraba.

¿Para qué quieres una respuesta si pareces ya saberlo todo? —Retó. Alzó el mentón y miró al cuervo. Todo en él decía una cosa muy clara: «no tengo miedo», y no era altanería; o no de manera burda, era la verdad. Serge no temía a los seres del inframundo. Sus miedos eran otros, más abstractos, más difíciles de comprender.

Sonrió de lado entonces y avanzó orondo hacia el demonio-cuervo. Parecía un hombre que abrazaba con júbilo la idea de la muerte. Y es que era así. El cuervo se jactaba de ver más allá de sus ojos como cristal que hiere, pero a Serge le quedaba claro que aún no llegaba al verdadero fondo. A la verdadera oscuridad que habitaba en él. Y a esas alturas, tampoco esperó que lo hiciera. Parpadeó lento, como si estuviera pensando cómo continuar.

Ofrece. Y yo veré si la oferta me es conveniente. Sólo advierto, ave endemoniada, que no hago tratos con cuervos, muéstrate como en verdad eres. No trates de protegerme de tu verdadero ser, soy capaz de aguantar la verdad —anunció ominoso. ¿En verdad lo era? Hasta el momento había sido de ese modo. Muchos nuevos mundos le habían sido revelados y jamás había temido, jamás se había vuelto loco —ya lo estaba—, no tenía por qué ser distinto ahora.

Antes de darte mi respuesta, espero que me des la tuya —continuó—, es un trato justo, y lo sabes. Has venido a atormentarme y lo has conseguido. Ahora quieres que pacte mi perdición, pero necesito un rostro y un nombre. Todos los demonios tienen uno —lo sabía bien. Cuando era niño y conoció a Arrietty, su amiga hechicera le enseñó todo eso. Era difícil timarlo, no importaba su juventud. Así se tratara del mismísimo satanás.
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Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Miér Mayo 03, 2017 3:55 pm


¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.
No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira
que profirió tu espíritu!
Deja mi soledad intacta.

—Edgar Allan Poe.



¡Insolente criatura! Le observó entre las penumbras, con esos ojos de pura negrura y maldad, con ese deseo ferviente de poder abalanzarse encima de él y arrastrarlo a su abismo, condenándolo bajo la suavidad traicionera de sus alas. El humano, por algún motivo especial, se estaba ganando la selecta admiración de Graffiacane, esa que reservaba para quienes se atrevían a desafiar su autoridad abismal con tanto orgullo. Pero que esto no se malinterprete como debilidad por parte del demonio, al contrario, es tal vez, un ataque perpetrado desde las más desquiciadas manías que guardaba en su interior; manías que sólo querían satisfacerla y llenar su ego. ¡No podía sentirse menos satisfecha! Había valido la pena toda esa vigilia de hacía días atrás, sin duda, dio con el errante indicado.

Su figura permaneció postrada sobre el dintel, en donde los brillos de la luna no pudieran alcanzarla jamás, sólo sus dos cuencas espectrales brillaban entre sombras. Admiraba la figura frágil y delicada de su humano, porque sí, desde ese instante así lo tildó, como si de su propiedad se tratara. No podía ser menos quisquilloso El Mensajero; su esencia femenina sólo pretendía realzar más ese orgullo mortal y lacerante del que se jactaba desde que habitaba en los elevados tronos celestiales. Y afuera, su legión de alimañas condenadas miraban silentes la escena, esperando por alguna acción imprudente del mortal o por un arrebato del cuervo mayor.

Quizás no lo sé todo o quizás sí; tal vez soy como la nada o... tal vez lo sea todo —declamó orgullosa, dejando a un lado la lógica en las palabras, sólo queriendo avivar el fuego de lo incomprensible—. Exigente, pero seguro de tus actos de grandeza. ¡Ah! Que hermosa criatura galardonada de tinieblas he venido a cazar para mi banquete especial. —Bajó despacio su pequeña cabeza, ladeándola, como hallando alguna razón en las peticiones del muchacho—. Dime, ¿estás seguro de tus plegarias? Puede alimentar tu orgullo y esa deformada personalidad que te consume, pero eso sólo demostraría mi poder sobre ti... sobre tu alma. ¿Me la darás? Yo creo que sí.

Dejó escapar de su garganta emplumada un gruñido condenado, que no parecía de un ave corriente. Se tomó su tiempo para decidir en su obrar, pero no podía negar que el joven ególatra había despertado una exaltación casi diabólica, como la del asesino cuando destroza a sus víctimas. Destruirlo, usando sus propias armas, era la opción a la que más se aferraba.

Un nombre, una forma. No te diré que debes merecerlo, pues mi orgullo no me lo permite, sin embargo, es mi sed por consumirte la que me guiará a tal acto. No eres prudente —agregó. Entonces su cuerpo de pájaro negro descendió al suelo, ocultándose en un rincón nebuloso, en donde ningún ojo mortal pudiera hallarlo nunca—. De seguro alguien te espera desde el abismo, puedo concederte llegar ahí; o arrastrar a tan sucia alma a este reino. ¡Pero cuidado! Recuerda lo que le ocurrió a Orfeo por desear más de lo que merecía.

Y un sonido curioso, parecido a los huesos quebrándose, se dejó oír por unos minutos. Plumas cayeron al suelo, se dispersaron por el tapete que cubría la excelsa habitación, y como deidad arcaica, finalmente reveló su apariencia. Graffiacane dejó ver su rostro mortal, esa apariencia humana que no solía mostrar ante cualquiera durante sus horas de cacería.

—Heme aquí, pequeño y petulante humano —habló, acercándose lentamente a él para sujetar su rostro con ambas manos—. Eres quisquilloso, lo suficiente, como para dejarte verme...

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Mensaje por Serge Auric Lun Jun 26, 2017 12:34 am


Estaba alerta, sólo un insensato no lo estaría. No es que Serge se caracterizara por su prudencia, pero no era un insensato, sus defectos iban por otros caminos, y grajeaban otras condenas, jamás las de la estupidez. El animal le hablaba en acertijos, y el joven Auric se sintió frustrado, porque ansiaba comprenderlos, aunque una parte de él le decía que aquel endemoniado cuervo sólo lo estaba haciendo para provocarlo, que no había significados ulteriores en sus sinsentidos. Como fuera, la incomprensión era una atadura, y lo ponía en desventaja.

¿Entonces a eso viniste? ¿A devorarme? ¿A picotear mi alma? ¿Pero qué deleite puedes encontrar en algo que está podrido? —Preguntó mientras apretaba muy fuerte los puños y los nudillos se ponían todavía más blancos, más allá de la palidez de su piel—. ¿Un bocado te sabe igual si éste se ofrece voluntario? Porque ya te dije, plumífero del infierno, no le temo al abismo, ni al demonio. Mucha gente me espera, aquí, y allá —soltó y dio un paso hacia atrás cuando el cuervo saltó y caminó hacia el rincón más oscuro de su habitación.

Dio un respingo al escuchar aquellos sonidos que no eran humanos, ni animales; eran demoniacos. No estaba asustado, al contrario, estaba completamente fascinado. Embelesado como si estuvieran tocando su sinfonía preferida. Y de la penumbra surgió un rostro. Un rostro de mujer; y aunque el cuervo metido en sus pensamientos de algún modo no tenía género, le hacía sentido que todo este tiempo se hubiera tratado de una mujer. Era hermosa, y sus ojos, aunque ya no eran las canicas negras del ave, poseían ese mismo fuego, y esa misma suspicacia. La miró, sin saber qué decir.

Alzó el rostro cuando ella lo tomó, parecía navegar en un estupor extraño, mecido por esta mujer que ahora se presentaba ante él. Conocía de cambiantes, pero esta era distinta, podía sentirlo, como si todo en ella vibrara a una velocidad diferente.

Debo suponer que es un honor, entonces —respondió en un hálito, aunque con algo de ironía y tomó las manos ajenas, aún sobre sí—. Ahora tengo un rostro, pero pedí un nombre también, y supongo que lo tienes. Si quieres cerrar el trato, esa es la cláusula, no es muy exigente, y lo sabes —continuó y de a poco quitó las manos sobre su rostro. No la soltó hasta que estuvieron abajo. Parecía excesivamente calmado, considerando todo lo que estaba sucediendo.

Y es que Serge medía las situaciones no por su peligrosidad, sino por las posibilidades que éstas pudieran ofrecerle. Esta, en especial, tenía muchas, aunque aún restaba trazarlas con mayor nitidez. Aunque joven, el menor de los Auric no era de los que anduvieran a tientas por la vida.

Además —se hizo para atrás, sólo un paso, todavía estaba a su alcance—, aún no me has dicho a ciencia cierta qué trato tienes para ofrecerme. ¿Así trabajas? ¿Apuntas a un humano cualquiera y lo hostigas por las noches? ¿O también debo sentirme especial por ello? —Arqueó una ceja y fue circunspecto. No valía la pena darle muchas vueltas. Estaba intrigado, y estaba por agotarse su paciencia, que no era demasiada en todo caso.


Última edición por Serge Auric el Miér Dic 06, 2017 10:02 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Miér Sep 13, 2017 12:26 am

Existían humanos particulares que llamaban su atención, y no podía negarlo así nada más. Aunque encontrarlos era como hallar una aguja en un pajar, pero ella... ella siempre terminaba arrancándolos de su escondite. ¿Quién podría ocultarse de las garras del cuervo mayor? La reina de las pesadillas solía salirse con la suya, y eso era algo innegable, pues cuando se fijaba en algo, iba en busca de ello sin importarle más nada; prácticamente ignoraba al mundo, le daba igual hasta sus mismísimas misiones dentro de Los Custodios. Oh, cierto, es que ella jamás iba al ritmo de ellos, ¡ella iba un paso más adelante! Y con ese humano arrogante no hacía ninguna excepción.

Serge Auric podía desafiarla todo lo que quisiera, hacerse el soez y hasta pretender compararse con algún demonio, pero de nada servía, y mucho menos con Graffiacane, quien era un demonio auténtico. ¿Sería ese chiquillo capaz de darse cuenta de ello? Uh, no lo subestimaba, al contrario, le agradaba que fuera tan listo, y a la vez tan ingenuo. Alguien que se dejaba deslumbrar fácilmente, tendría la flaqueza de dejarse llevar demasiado rápido. ¿Y no era eso lo que ella quería? La pregunta sobra y ofende.

Se le había mostrado como era porque... quiso. No se hallaba ningún misterio nada importante en aquella presentación, salvo el hecho de fastidiar un poco más al humano, que se atrevió a apartar sus manos, ¡como si eso fuera a ofenderla!

—Oh, ¡vaya! ¡Qué sagaz el muchachito, aún pretendiendo obtener mi nombre; pretendiendo no quedar conforme con mi aparición. ¿A dónde podrían enviarte? Uh, eso pueden decidirlo los demás, yo con encarcelarte tendré —dijo, mientras rodeaba su figura. Los cuervos afuera permanecían silenciosos, como tumbas—. ¿No te han dicho que los cuervos preferimos siempre la carroña? ¿O acaso se te ha olvidado la lección? No, sólo quieres seguir con tu osadía de querer desafiarme... No me ofende. Me divierte, a decir verdad.

Chasqueó la lengua, y se detuvo justo detrás de él, apresándolo con las manos, como si quisiera desgarrarle los hombros. En su apariencia humana podía ser incluso más fuerte que un cuervo, y mucho más, tratándose de un humano corriente. Además, ella había estado gran parte de su existencia con nómadas, de alguna manera, tenía ventajas sobre el petulante mozalbete. Aunque ya se había dejado bastante claro que no lo tomaba por tonto, de ser así, jamás lo habría tomado en cuenta; ni siquiera sabría de su exisencia. Porque sí, así de selectiva resultaba Graffiacane.

—Preguntas demasiado. Eres muy metiche, ¿sabes? También deberías aprender a tener un poco más de paciencia —susurró a su oído, aún con esa sonrisa falaz que adornaba su rostro—. ¿Qué quieres hacer con mi nombre? ¡Ah! No me digas, ¿te has creído esa historia de que puedes dominar a un demonio con eso? No, querido. Conmigo no funciona de ese modo —murmuró, en el momento en que su mano se encaminaba directamente a sujetar el cuello del joven, pero sin hacerle tanto daño—. Deberás esforzarte más, Serge Auric. Podría aburrirme rápido de ti y no conseguirías tu anhelado sueño de ser inmortal. Conozco muchos vampiros que desean a un púpilo a quien adiestrar en el arte del poder.

Y le soltó, refugiándose de nuevo en las tinieblas de donde había emergido antes...

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Mensaje por Serge Auric Miér Dic 06, 2017 10:29 pm


A veces, en sus momentos más cuerdos, Serge se preguntaba si todo eso le sucedía a él, precisamente a él, por su afanosa búsqueda de la inmortalidad. Y es que las cosas más oscuras y extrañas parecían perseguirlo. No se quejaba tampoco, sólo se cuestionaba si había algún tipo de relación. Sonaba lógico, él, siempre en pos de las sombras, terminaba devorado por ellas.

La dejó hablar. Hablaba mucho, con mucha pompa y mucha suntuosidad, pero algo le decía que detrás de esa ominosa ostentación, existía la cruda verdad, un mensaje sin adornos, que como una flecha traicionera, no alcanzas a ver a tiempo, sólo hasta que cruza tu carne para matarte; así que debía andarse con cuidado. Si acaso, sólo entornó la mirada y cuando quiso reaccionar, ella ya estaba a sus espaldas, no le sorprendió la rapidez, aunque sí el hecho. En lugar de sentirse molesto, su curiosidad aumentó.

Esa iba a ser su perdición, todavía más allá de su búsqueda por la eternidad.

Casi como reflejo, alzó la cabeza, dejando su cuello desnudo y a merced del cuervo. Si quisiera hacerle daño, ya lo hubiera hecho. No sabía qué danza estaban bailando exactamente, pero la encontraba entretenida, así que iba a dejar que continuara. Desde luego, pudo sentir la fuerza ajena, comprobando lo que ya había sospechado; esa mujer no era una mujer nada más, era algo más, un ser sobrenatural. Aún así, la clasificación de cambiante le pareció pequeña para una presencia tan abrumadora. Escucharía, quizá sólo así averiguaría lo que quería, ya que era obvio que respuestas no iba a obtener.

Todo ese tiempo, miró al frente y sólo se relajó cuando lo soltó. Se giró de inmediato: oscuridad, y nada más.

Entonces eres un demonio —musitó, aunque lo suficientemente fuerte como para que lo escuchara. No era pregunta, era una afirmación, aun cuando Serge mismo jamás se había enfrentado a tal cosa y sólo sabía de ellos por Arrietty y lo que pudo leer después. Al contrario de los vampiros u hombres lobo, los demonios sí que pertenecían más a un imaginario menos palpable. No obstante, el joven Auric no escéptico, ¿cómo, si lo que más quería (la inmortalidad) era un mito para la mayoría?

Es un defecto que tengo, soy poco paciente —respondió, casi como si no importara, con una casualidad que parecía que estaba hablando del clima—. Sin embargo, puedo hacerlo ahora, si eso me va a dar respuestas. Perdón si soy desconfiado, pero antes ya he recibido la promesa de la inmortalidad, sin resultado alguno, por ese lado… no puedo asegurarte nada. —Avanzó, pero no hacia las sombras, sino hasta un sillón de una plaza, tapizado en terciopelo azul casi negro. Se sentó ahí con desfachatez; un rey decadente sobre un reino en ruinas.

Está bien, ya no preguntaré, aunque no sé qué va a proceder ahora, debido a que no podré cuestionarte, y tú no quieres develarme gran cosa. —Se acomodó en su asiento, cruzando una pierna—. Pero muéstrate, por favor, hablarle a la nada me parece una locura —dijo. Dijo con toda la doble intención que su arrogancia le permitió (entiéndase: mucha). Porque sabía que estaba loco, y que hablarle a la oscuridad era la más pequeña de sus locuras.
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Mensaje por Erinnia S. Graffiacane Mar Mar 20, 2018 1:22 am

¿Demonio? ¡Pero que adjetivo tan bajo! Y también acertado. Sin embargo, dada su arrogancia, ella pretendía a más, nunca se conformaba; era ambiciosa, incluso cuando se referían a ella como un ente sobrenatural. Graffiacane deseaba gloria y victorias, ser alpha y omega también, porque ese había sido su objetivo desde tiempos ancestrales, y por el cual fue arrojada al abismo; era presuntuosa, y seguía siéndolo. Había perdido sus dones, su conocimiento absoluto, todo por culpa de un lacayo más. Pero, a pesar de todo esa tragicomedia, continuaba siendo la misma criatura detestable de antaño. Sin duda alguna, no había perdido el toque para causar resquemor, ni apabullar con oscuridad, o en su defecto, convertir las tinieblas en algo hipnótico para niños mimados y arrogantes como Auric.

El humano era un insolente, cómo no, sin embargo, no obtuvo una victoria sobre ella, porque ella, con toda la necedad de la que era ama y señora, terminó dando la estocada. Él podría llevarle la contraria, actuar como si fuera el dueño de todo, pero no dejaba de ser un arrogante y diminuto ser ante una criatura como ella, que sólo buscaba sacar lo peor de un niño obsesionado con algo tan simple como la inmortalidad. ¡Ah! ¡Cómo adoraba molestarlos con esas cosas tan nimias! Una aspiración terriblemente básica en comparación a sus propias guerras personales. Aun así, le divertía. Era carroña fresca para su pútrida alma condenada a las profundidades del Hades.

Básico. Básico. Básico. Hasta en sus modos de actuar. Graffiacane, por su parte, continuaba abrazada a las tinieblas, como si ella fuera las mismas sombras de la habitación. Pero sus ojos, ¡oh, sus terribles ojos!, continuaban fijos en la menuda figura del chico. Y sonreía, sí, lo hacía, porque no hallaba otra manera de replicar a sus respuestas...

—¿Has escuchado alguna vez a los grandes sabios? La paciencia es una virtud. La paciencia te sumará victorias, sabiduría y sagacidad. Pero tú, oh tú, insolente niño rico... Tú no eres más que un ser vacío —espetó, cruel. Una verdad tan real que le traspasaba el alma—. ¿Qué pretendes hacer con la inmortalidad después de obtenerla? ¿Vengarte de mamá y papá?

Soltó una carcajada, retomando de nuevo su apariencia animal, la del maldito cuervo traicionero que fue a parar en la ventana, como si las sombras se hayan adherido a su plumaje.

¿Para qué quieres ser inmortal? ¿Para qué? Es la historia más absurda y entretenida que he visto jamás. He conocido deseos humanos tontos, pero tú, aunque tengas un deseo insano y delicioso, no entiendes para qué lo requieres. —Graznó, luego golpeó con el pico de plata el alféizar de la ventana—. Cuando lo descubras, lo obtendrás. La verdadera maldad no nace de un odio de un niño malcriado. Nace de la inteligencia. Deberías intentar buscarla, quizá sea lo que necesites, Auric.

Y dicho esto, emprendió vuelo a la oscuridad absoluta, en donde le acompañaban un montón de aves negras, yendo todas al infinito, desapareciendo en la ignorancia de la gente que duerme, y sueña cosas. Un sueño dentro de un sueño... Y nada más.


FINALIZADO
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