Primeros Pasos [Gael Lutz]

Últimamente mi vida estaba dando vueltas al rededor de todas las féminas que iba conociendo, Naitiri, Astrid, Elora, Danna y ahora Ariyne, la última a la que había conocido en una taberna tras haberla defendido de unos zopencos que se metían con ella por su edad o por aparentar una edad de una joven menor. La chica era simpática y agradable, me gustaba estar en su compañía al igual que estar en compañía de cualquier amigo normal y corriente, solo que con ella, como no era de aquí, podía llevarla a sitios que hacía tiempo que no visitaba y ese era el plan de hoy.

Habíamos quedado en la taberna en la que nos habíamos conocido, el día era frío, pero no había mejor excusa que patearnos la ciudad entera para entrar en calor. Miré el reloj de bolsillo y apreté la mandíbula, llegaba tarde. Aceleré el paso por las calles hasta que enfilé la que era, llegué a la taberna y le busqué entre la gente. La encontré mirándome fijamente y llegué hasta ella. ―¡Hola! ¿Llevas mucho esperando? He tenido que ir a hacer unas cosas más temprano, perdona el retraso.― Me disculpé nada más ponerme a su lado, era de malísima educación hacer esperar a una mujer. ―¿Quieres tomar algo primero? Yo invito.― Le sonreí y chasqueé la lengua, yo sí que tenía sed.

Sonreí nada más llegar a su lado, la joven se veía impaciente, incómoda por mi tardanza y seguramente estaba asqueada de tener que estar rodeada por tipos de la misma calaña de la primera vez en el que nos conocimos hacía unas semanas atrás. Miré a nuestro alrededor, muchas eran las miradas que se clavaban en nosotros, la verdad era normal, formábamos una pareja de lo más curiosa, ella se veía como una muchacha de apenas dieciocho años, o incluso menos, yo a su lado debería de parecer su hermano mayor, o incluso podría ser su padre. Aceptó la invitación a tomar algo, a lo que sonreí, tenía mucha sed. Silbé ante lo que quería ella para beber. Esta chica era una caja de sorpresas. ― ¿Hidro miel? Está bien señorita Ariyne, tendrá Hidromiel si es lo que desea. ― Le insté a que me esperase sentada en una de las mesas que había libres mientras me dirigía a la barra a por las bebidas. ―Un Hidromiel y una cerveza negra, por favor. ― El mesero me trajo las bebidas, le pagué y volví a donde se encontraba mi acompañante.

Le pasé su bebida y me senté en frente de ella. Di un gran trago a la cerveza, dejándola casi por la mitad. Um, deliciosa. La mire divertido ante su pregunta. ¿Era de esas tipicas damas cotillas? Sonreí, tenía que decirle donde había estado, ya que por eso había llegado tarde. ―He ido a buscar un mapa de la ciudad. Quiero enseñarte todos los lugares que pueda, Ariyne, quiero que disfrutes de la ciudad, de la compañía, del paisaje… Me encanta viajar pese a que no lo hago mucho y sé lo necesario que es tener un buen guía que te muestre los mejores lugares, así que eso es lo que quiero ser hoy para ti. Un buen guía. ― Di otro leve sorbo a la cerveza, no quería acabármela tan pronto. Mantuve mi mirada sobre ella en todo momento, había algo en ella que… ¿Qué era? Tenía que conocerla. ―Hablemos de ti. ¿Cuánto llevas en Francia? No me lo dijiste la otra vez. ―

La cerveza estaba helada, lista para ser bebida por la boca insaciable que era la mía, pero quería beberla despacio, no tenía prisa por marcharme a la aventura que le había preparado a Ariyne, teníamos todo el día para visitar la ciudad maravillosa que era París. Le conté lo que había estado haciendo para haber llegado impuntual a la quedada que yo mismo había programado y esperé a ver que era lo que me tenía que decir. Era una chica callada, seguramente por la educación que había recibido desde niña. Se notaba que era una niña de alta alcurnia, o al menos, eso era lo que mostraba a los demás.

En el momento en el que habló me acerqué un poco a ella, ya que se había inclinado hacía donde me encontraba para que solamente yo la escuchase. ¿Una semana en París y no había salido a conocer la ciudad? Yo cuando viajaba lo primero que hacía era perderme por las calles de la ciudad y conocerla, o al menos intentarlo y saber por donde debía de llegar a mi hostal o al centro para no perderme. No quiso decir con quién vivía, así que supuse que sería con alguien importante... o con algún ser sobrenatural. Ya no me fiaba de nadie, ni siquiera de las mujeres. Di un sorbo a la cerveza y le contesté a su pregunta. ―Iremos al barrio de los pintores. Obviamente, hay pintores. Algunos son muy buenos, te gustará, ya lo verás.― Sonreí en su dirección y me terminé la cerveza. Estaba algo ansioso por recorrer las calles. ―Luego podemos ir a comer un creppe si tienes hambre, se un sitio ambulante que los hace muy ricos.― Me relamí tan solo de pensar en aquello.

En un momento dado, mientras nos estábamos mirando tras decirle los planes que había pensado, eructó. Fue toda una sorpresa, pues su porte era el de una niña de clase alta, bien educada y que estas cosas solo hacía en la intimidad. Me reí sin poder evitarlo, se estaba poniendo tan colorada que creí que le iba a explotar la cabeza, pero nadie salvo yo se había percatado de lo que había pasado. ―No te avergüences, Ari. Mejor fuera que dentro, además, es lo que produce la bebida.― Casi se había bebido todo el líquido de su vaso, por lo que era normal que tuviese gases.

Se terminó la bebida, tenía las mejillas sonrosadas, por el alcohol. ¿Estaría ya algo borracha? No sabía cuanto estaba de acostumbrada al alcohol y tampoco quería que se emborrachase, porque entonces nuestros planes de visitar París se iban a ir al traste, pero por otra más esperaba que no se pusiera como me puse yo aquella vez con Sean.

¿Castillo? Sí, entonces sin duda era de la realeza o trabajaba para ella o algo así. Esos pequeños detalles aumentaron mi curiosidad por saber de ella, pero sabía que no me iba a decir nada, por lo que iba a seguir esperando en las sombras a que se le escapase otro detalle. Pensé en el barrio de los pintores y sonreí. ―Sí si que se puede comprar, de eso viven, señorita.― Me levanté entonces de la mesa, dirigiéndome a la barra con los vasos vacíos y le pedí al mesero que nos los rellenase de nuevo con las bebidas anteriormente pedidas. Volví de nuevo a la mesa y le di su vaso. ―Esta y nos vamos. No quiero que te levantes mareada y no podamos ir a ver lo planeado ¿Vale?― Ya tendríamos más días en los que emborracharnos juntos.

Las jarras que me había puesto el mesero, está vez no eran tan grandes como las primeras, seguramente se había percatado en Ariyne y no estando seguro de la edad de la muchacha, había decidido bajar un poco el alcohol que entrase por su cuerpo y por lo tanto el que entrase en el mío. Esto de normal me hubiese molestado, era un bebedor nato, pero hoy, solo bebía por la sed y se sabía que la cerveza era mejor que el agua para quitar la sed. La miré con curiosidad una vez en la mesa, quería hacer un regalo a alguien... ―Seguro que en ese barrio encontramos algún cuadro acorde para su regalo. ¿A quién va a ser? ― No quería incomodarla, pero si me decía quien era la persona y un poco sobre su carácter, pudiésemos encontrar un cuadro bonito y acorde.

Tras unos cuantos sorbos más, habló de nuevo y me dijo que le dolía la cabeza, que no iba a beber más pues si no iba a acabar borracha y que era mejor marchar. Asentí, dando el último trago a mi jarra. ―Sí, cuanto antes mejor.― Sonreí, me levanté de la mesa y salí por la puerta, cerciorándome de que ella venía detrás mía. Una vez fuera, giré el cuello para estirarme bien y comencé a caminar.

Su frase antes de salir de la pequeña taberna me hizo fruncir un tanto el ceño. ¿Necesitaba una excusa para verme y para disfrutar de las calles de París en buena compañía? ¿No le dejaban salir fuera a ver las calles? ¿No le dejaban salir con hombres? Quizás no hubiese mencionado en el castillo que venía con un hombre que acababa de conocer, por razones más que obvias pero... Me consideraba un tipo de fiar, por lo que nadie de su entorno debía de preocuparse, nunca haría daño a una joven como Ariyne.

El aire limpio era de agradecer una vez que hubimos dejado atrás el hedor que había en la taberna, que a saber desde cuando no se ventilaba bien. Comenzamos a caminar, los dos en paralelo y primeramente en silencio, pero ella lo rompió para contestar a mi pregunta. Una mujer de carácter... Quizás tonos fuertes, como rojos o amarillos... Si eso quedaban bien con el tono de la pared donde lo quisiera colocar. ―¿Donde va a ser el sitio para colocarlo? Debemos escoger uno que sea acorde al tono de la superficie en la que se vaya a disponer, para que no quede feo.― No me consideraba un experto, pero había tenido que redecorar algunas partes de mi casa para evolucionar y entendía un poco.

Ahora, tras hablar de mí, Ariyne decidió que era el momento para hablar de mí. Me recordó entonces un poco a Naitiri, ambas parecían ser igual de curiosas, aunque Naitiri lo era a un grado exagerado. Me reí antes de contestar y mirarla, tras esquivar a un viandante. ―Vivo aquí desde que nací. Nunca he vivido en otro sitio y nunca creo que lo llegue a hacer algún día. Me gusta esta ciudad, es mágica.― Coloqué las manos dentro de mis pantalones, dentro llevaba el botón naranja. ―Soy cocinero en un restaurante.― Dije sin entrar en más detalles, estábamos a punto de llegar al barrio de los pintores y ya se podía oler el olor de la pintura secándose.

El color que me dijo que tenían las paredes del castillo en el cual quería colocar el cuadro, daba opción a muchas posibilidades al ser un color casi neutro como lo era el blanco, por lo que podía coger el cuadro que más le gustase, sin importar los colores que en él había plasmados. Daba igual si era un cuadro de noche, de día o uno en el que hubiese mucho color rojo en el ocaso del sol. ―Podrás coger entonces el que más te guste.― sonreí, quizás yo también comprase uno para la habitación en la que se estaba alojando Jane, más que nada, porque esa habitación a penas tenía decoración.

Sonreí de nuevo, pero esta vez de lado, por su pregunta de que tan mágica podía llegar ser París. Negué con la cabeza divertido. ―No te haces una idea de lo mágica que es.― No quise añadir nada más sobre la magia de París, que ella pensase que esta ciudad era mágica para bien y no para mal, como verdaderamente lo era. ―Sí, claro que tengo curiosidad, pero no es el momento aún para viajar.― No pensaba moverme de París hasta que no hubiese acabado con mi venganza.

Íbamos entrando por la calle del barrio de los pintores y una música llegó a mis oídos. Esta calle siempre estaba alegre si hacía buen tiempo, y hoy hacía sol, por lo que el día era de lo más alegre para ellos, ya que podían pintar en las calles y la pintura se secaba rápido. Asentí y sonreí. ―Sí, auténtica comida Parisina. Claro, luego podemos comer algo allí, aunque hoy es mi día libre.― Reí al escucharla. ―¿Que te parece comenzar por el principio?― Le señalé la calle principal, en la que se concentraban la mayoría de los pintores y comenzamos a caminar por ahí, parándonos para observar todos los cuadros que había.

La música invadía mis oídos, los sonidos de los pequeños violines llenaban las calles de magia, algunos incluso pedían algunos francos por compartir su talento con los viandantes que paseábamos curiosos viendo los cuadros, eligiendo el más adecuado para decorar nuestras paredes y gratificar a los artistas por su trabajo que sin duda era excelente.

Nos adentramos por la calle principal del barrio de los pintores y comenzamos a observar algunas de las muchas obras que allí había expuestas a la espera de ser compradas. Ariyne se quedó quieta en un momento determinado, admirando el cuadro de una bella mujer, que parecía tener vida propia y observar todo lo que se le pusiera por delante. Tras unos segundos, dejó de tener ese cuadro en la mano y siguió avanzando, por lo que la seguí con curiosidad por saber cual iba a ser el cuadro vencedor de esta batalla de gustos. Poco le duró el intereses al observar un cuadro de una ciudad con una gran luna llena. Me hizo sonreír ese cuadro, me recordaba a las noches en las que salía a cazar licántropos. Sería un bonito cuadro para mi salón... Aunque a Adaline seguro no le iba a gustar. Al final, se decantó por un cuadro en escala de grises, algo extraño para una dama como ella. Le hizo saber al artista que se iba a llevar ese cuadro y tras unos regateos en los cuales me quedé al margen riendo, lo compró.

― Esperaba que escogieras un cuadro con algo más de color, pero es bonito.― Le guiñé un ojo y sonreí por su pregunta sobre si iba a comprar uno. Negué con la cabeza. ― Es mi hermana la que se encarga de los cuadros, yo solo doy órdenes.― Me reí y cogí su cuadro, cargando yo con él. Era algo grande para alguien de su estatura y de su fuerza. ― Yo lo llevo. Vamos al restaurante, espero que el camino te de hambre.― Agarré el cuadro con firmeza y caminé al lado de ella, en dirección al restaurante.

Comencé a reír mientras caminábamos hacía el restaurante, su pregunta sobre las órdenes que daba mi hermana había sido divertida. La miré de reojo para no golpear a nadie que se encontraba por delante nuestra y procedí a responder una vez que acabé de reír. ―En temas de decoración sí. Ya sabes, es mujer, se supone que eso lo tiene que hacer mucho mejor que yo.― A parte de que Adaline quería desprender de casi todo lo viejo que había en casa y yo quería quedármelo, no quería olvidar, estaba anclado en el pasado y no podía salir de ese círculo, pero ella no. Ella quería evolucionar, por lo que al final, me resigné y dejé que cambiase todo a su placer.

Comenzó entonces una serie de preguntas mientras salíamos del barrio de los pintores, dejando atrás el olor a pintura, la música de los violines y entrando en la zona más comercial, más restaurativa por así decirlo. Uno de esos locales era el restaurante en el que trabajaba, por lo que ya estábamos cerca. Volví a mirarla, pero esta vez lo hice entero, no solamente de reojo. Aquí ya no había peligro por golpes con el cuadro, eran vías más anchas con mejores acercas y carreteras para que pasasen los carros sin riesgo para los viandantes. ―Llevo trabajando unos diez años más o menos... Quizás algo menos. ― Seguramente fuera menos de diez años, ya que a veces me había ausentado por motivos de mi trabajo real. Pero Gerard lo sabía, lo entendía y me animaba, ya que su odio por lo sobrenatural era sabido por muchos de nuestro gremio. Me gusta cocinar de todo la verdad, pero me gusta mucho hacer carnes y postres. Si llevan chocolate mejor que mejor ¿No crees?― Sonreí y afiancé mejor el agarre en el cuadro para no tirarlo al suelo.

Llegamos al restaurante y miré de arriba a bajo la puerta, donde se podía leer un cartel con el nombre del restaurante. "Gloutonnerie". Ese nombre siempre me había dado mucha gracia, pero era uno acertado, ya que nuestros platos se diferenciaban de los demás restaurantes en que eran grandes y comías y comías sin parar aunque ya no tuvieses hambre. Dejé que ella entrase primero para que pudiera ver todo con total claridad y sin estorbos de mi espalda. Se paró para poder preguntarme donde debía de sentarse. Había sitio de sobra, era temprano en la mañana aunque ya se aproximaba la hora de comer. Le indiqué que me siguiera y la senté en una de mis mesas preferidas, estaba en la parte izquierda del restaurante, justo en el medio de las mesas situadas donde la cristalera. ―¿Esta mesa te gusta? Puedes ver París mientras comes un trozo de la ciudad.― Le guiñé un ojo divertido y dejé el cuadro apoyado en el lado vacío de la mesa.

Me senté en frente de ella y cogí la carta para que pudiésemos ver bien el menú que teníamos hoy. Para empezar teníamos ensalada nizarda o ratatouille de verduras, de segundo coq au vin o merluza al beurre blanc y como postre teníamos creppes o tarta tropèzienne. Esos eran los platos que incluía el menú del día de hoy, pero ella podía elegir cualquier otro plato de la carta que no estaba en el menú ya que no era obligatorio escogerse eso, aunque sí que salía más barato que ir seleccionando otros de fuera de este. ―¿Te gustan estos platos? Si no, podemos elegir cosas fuera de menú, no te preocupes que te preparo lo que quieras.― Le guiñé un ojo y esperé a que se decidiera, ya que yo iba a cocinar lo que ella quisiera.

La elección del lugar había sido acertado por mi parte, le había gustado a ella lo cual estaba satisfecho en este momento, solo faltaba que la comida le gustase tanto como a mí. Tras leer el menú y repasarlo, esperé a ver que era lo que tenía que decir o las ganas que tenía de probar las cosas, quizás un menú fuese mucho para ella, quizás prefiriese un plato típico y bastaba... Pero me sorprendió, porque me pidió que le hiciese todos los platos aunque en porciones reducidas. Comencé a reírme y la miré divertido. ―¿De verdad tienes tanta hambre? Has pronunciado más o menos bien el nombre del postre, no te preocupes.― Me levanté de la silla y pasé por su lado, tenía que ponerme a preparar lo que había pedido. ¿Se aburriría sin mi compañía?

Entré en la cocina y saludé a Gerard y a Alexander, el jefe de todo esto y mi pinche. ―Quiero dos platos de cada plato que esté en el menú, en porción reducida eso sí. He venido con una amiga.― Les hice saber y ellos me hicieron saber que estaba en mi día libre, pero no me importaba, porque si haces algo que te gusta no es un trabajo así que... Comencé con los dos platos principales, eran sencillos de hacer, por lo que tardé poco... o eso me pareció a mí.

Salí de la cocina con los platillos en una bandeja, dos para ella y dos para mí. Me volví a sentar a su lado y dejé dos platos delante de ella. ―¿Te has aburrido esperando? Si quieres, los siguientes que lo cocinen mis compañeros, así podemos seguir charlando o como prefieras, claro. ― Cogí el primer plato de ensalada. ―Bon apetit, Ariyne― Cogí el tenedor y me lo llevé a la boca, estaba delicioso y no porque yo fuese quién lo hubiera hecho.