Al filo de del peligro - libre

El reloj marca segundo a segundo, al mismo tiempo que aquél que llena las pupilas del Duque quien se mantiene dentro del club nocturno más famoso de Paris. Las manos reposan sobre la balaustrada del metal que limita las diferentes secciones, la altura y el decorado es mucho más imponente que la de otros lugares en los que el Duque se ha encontrado y aún así no parece inmutarse en lo más mínimo. Los fuertes dedos aprietan la baranda poniendo blancos sus nudillos. Los ojos fieros se retrasan unos instantes en el segundero del Reloj apostado en una pared, en aquella apoteósica construcción que sólo es una muestra más de la decadencia humana tornada hacia el bienestar de las apariencias que en el del interior de las masas. Y se pregunta qué hace ahí realmente. Sus pupilas bajan observando el transcurrir de las personas bajo sus pies. Se podría sentir como un gran Dios, un antiguo señor . Casi sonríe al pensar que debería tener un rayo y fulminar a todos aquéllos que se ostentan con grandes galas mientras hay tantos muriéndose de hambre. En casa, es uno de los aspectos prioritarios tras el equilibrio mundial. El aire del recinto lacera su rostro, en un cambio total en el ambiente, trata de buscar una ventana, alzando la vista al cielo comprueba el temporal. Se acerca una tormenta, una mueca más dibuja el rostro masculino al regresar al interior de la habitación decorada de una forma  demasiado femenina en cierto punto de vista: ese papel tapiz, las decoraciones, incluso dos que tres cuadros y qué decir del recubierto de los muebles, por Dios. Toma asiento en uno de los sillones y siente su peso ceder en lo mullido del mismo. ¿Acaso los franceses no saben cómo elaborar enseres adecuados para un hombre? Coloca el codo en el reposabrazos llevándose los dedos a las sientes con la intención de aminorar el dolor de cabeza que le empezaba a ocasionar... y durante unos instantes se preguntó realmente cuál era su molestia. No la inequitativa distribución de la riqueza, ni siquiera la vista de la habitación.

En su mano, toma un vodka martini (Agitado, no revuelto) observándolo durante algún tiempo. Se descubre por fin dicho motivo. Sus dientes rechinan al tiempo que se truena el cuello en un ademán tenso, deseando que  aquella mujer que le engaña en los negocios la arrolle un carromato, que un caballo la tire, que se caiga de las escaleras, lo que sea para que no llegue a la maldita cita que tiene hoy. ¿Por qué cedió al encuentro? Es una combinación de la insistencia de esa mujer. Sí, de saber cómo se ve la única mujer que logró que acceda a sus caprichos tras la muerte de sus familiares. Pero tenía información importante relacionada a aquellos matones, asesinos de su familia.

El vaso que contiene el vodka martini vuelve a bajar de nivel, pero no así la rigidez de los miembros del ruso. Golpe en la puerta del privado es atendido con rapidez por un sirviente sin que Rudolf tenga que mover un solo dedo. La noticia de que por fin la dama se ha presentado no es recibida con alegría, todo lo contrario. Mujer testaruda, si acaso cree que tendrá un buen recibimiento está equivocada.

-Háganle pasar - su intención no es que tenga las atenciones de una huésped porque no es ese su lugar, todo lo contrario. Es un incordio, concluye bebiéndose el resto de la bebida, poniéndose en pie, arreglando el chaleco ante un espejo, el traje hecho a la medida en color gris oscuro y la camisa azul cielo. La corbata es de un tono gris del mismo tono de la tela del traje, no pretende que haya alguna luz en él. El cabello ordenado, un reloj de bolsillo con una cadena de oro. El tono de su piel es un tanto oscura, producto de su última estadía en París, donde el sol la coloreó. Se pasa la mano por las mejillas tomando nota de que la barba es mucho más larga de lo que debería. Sin una razón en particular se dedica a observar sus uñas recortadas haciendo tiempo para que llegue la señorita. Aunque no le agrada que esté en sus dominios, es un caballero por lo que no permitirá que espere. Su calzado de primera calidad aplasta la tela de la alfombra adoptando su postura más fría que el mismo hielo que cubre las montañas y su ciudad natal. No le importa que los demás le vean como es: un hombre inaccesible, duro, agresivo. Al contrario, es lo que busca: que todos se sientan incómodos para que absolutamente nadie más pueda acercársele.

Espera de pie, con el cuerpo suelto tanto como tenso. ¿Qué es lo que les toma tanto tiempo? Al momento de pensar en ello la puerta se mueve en sus goznes, produciendo un sutil rechinido escondido entre las apretadas bisagras. Su sirviente aparece en el marco de la puerta, parece contrariado y esa contrariedad le trae una nueva punzada en la cabeza y eso es algo que no está dispuesto a soportar. Tras unos momentos que el sirviente interpreta correctamente, ingresa a la habitación llevando del brazo a la dama. Y la primera impresión que tiene de ella es desagradable. Retrocede un paso, con hastío, girando de vuelta al sofá donde antes había estado descansando de la mejor manera que se podría procurar en Francia, lo cual era pobre.

-¿Un error? – pregunta por si había escuchado mal. Se detiene y vuelve la vista a la mujer, de reojo, esperando que de pronto suele una carcajada histérica y se burle en su cara por creerle. Impasible, la ausculta con una mirada solaz, rapaz y odiosa. Si ella no es la mujer entonces le han hecho perder su tiempo. Ha llegado hasta aquí por una aunque incordiada, prometedora reunión y al último momento, en el quid de la reunión, aparece lo que es un engaño, una mentira. Lo que está mujer decía no tenía sentido, pero no era la primera vez que chocaba contra la pared, que los cobardes se escondían y buscaban engañarle con criaturas frágiles que sólo le inspiraban desprecio. Se encaminó de nuevo a la alfombra mullida, asiendo con su mano la culata de su pistola bien escondida en las ropas. El movimiento es sutil, imperceptible –Es extraño que digas eso cuando has aparecido en el sitio correcto y en el lugar adecuado, que era lo que yo esperaba.

Las sombras inconmutables que permanecían de pie contra las paredes pertenecían a sus matones, los hombres recios que escuchaban sin mostrar interés en nada de lo que estaba sucediendo en el cuarto privado. Shishkin inicio un paseo por la alfombra, sin dejar de mirar la ilusión que era esa mujer. ¿Mentía o decía la verdad? De ella era la responsabilidad de despejarle sus dudas, de mantener su seguridad. Indica una orden con un leve movimiento de la cabeza a su sirviente que toma a la chica del brazo y la mantiene a raya, tirando hacia atrás para alejarla de su amo.

-¿Cómo te llamas? Piensa bien antes de contestar. No te debo ningún tipo de cortesía. –hacía algo de tiempo, dando vueltas en su cabeza a un motivo real para que la asustada dama pudiera decir la verdad y esto no fuera una artimaña novedosa pero poco creíble, para timarle. -¿Qué es lo que haces aquí?

Se adentro en su mente lento, despacio, la idea de que ella no estaba mintiendo. Con tantos sollozos y tanto drama e histeria, no parecía muy dispuesto de una dama el mantener tal bajo criterio frente a alguien que estaba acusándola de algo o se imponía frente a ella. El desprecio que le estaba haciendo sentir crecía al nivel de su llanto y de sus implores. Se contuvo de preguntar, detenido frente a ella, esperando, zapateando con la impaciencia propia de la realeza. Y cuando ella hablo fue únicamente para decir una tontería que no tenía nada que ver con el asunto que lo acometía aquí.

El cambio repentino es desconcertante, logra que su pie se detenga pero el escepticismo no se borra pero si aparece la sorpresa, por el rabillo del ojo se le puede ver. Arquea una ceja, acentuando el desprecio que siente cuando le hacen perder el tiempo. Sus hombres estaban visiblemente desconcertados, al grado que la soltaron.

-¿Secuerstrar? No has sido secuestrada, llegaste por propia voluntad. – Shishkin titubeo por unos momentos, enfadado por el desplante de aquella mujer que estaba paseándose por el sitio como si fuera suyo. Vaya arrogancia de semejante y petulante mujer. Chasqueó los dedos y caminó hasta el Sillón donde estuvo sentado. –Además de eso, me hiciste esperar, mujer. – chasqueo la lengua, visiblemente fastidiado, harto. – Es muy entendible que no puedas distinguir un club nocturno de los lugares de poca calaña que sueles visitar, así que perdonare tu estupidez.

Cuando supo su nombre, no estaba ya interesado en saberlo, así que no respondió y menos se presentó. Chasqueó los dedos de nuevo y enseguida tuvo un vodka Martini agitado en su mano.

-Vienes a pagar una deuda, con información o con tú vida. Tu destino esta noche, depende únicamente de ti. –tras un sorbo, bajo la copa al reposabrazos de su sillón, sin soltarlo. Volvia a dolerle el cuello por la tensión. Si la mujer lo había citado aquí, esperaba que se dejara de los malditos rodeos y le dijera que era lo que quería.