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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Malacoda Miér Abr 20, 2016 10:03 pm


"A quien mucho se le da, mucho se espera de él."
—Dante Alighieri.



Se había trasladado a Italia después de su misión en Egipto, la cual resultó ser un verdadero fiasco. En un principio, se había negado ante la petición de Caraffa, para evitar que algo así ocurriera. Pero el hombre insistió tanto en su capricho, que Malacoda no tuvo más alternativa, y aunque Malebranche era quien debía encargarse de la expedición, al final, él fue quien terminó haciéndose cargo de todo. Intentó sacarle información a su compañero sobre el comportamiento que había tomado hacía meses, el cual le resultaba extraño y más viniendo de alguien como él. Si bien sabía que Malebranche podía ser muy reservado con determinadas situaciones, esta vez, consideraba que era aún más excesivo. Por lo que buscó la manera de poder obtener algo que lo llevase a descubrir el motivo de aquella actitud. Sin embargo, fue inútil, el otro demonio parecía proteger celosamente su secreto y no tuvo más remedio que dejar de molestar, por los momentos.

Antes de poder enfrentarse a su líder, Malacoda tenía que hacer inspecciones de rutina, por lo que tendría que reunirse con los demás miembros de Los Ángeles Custodios; así pues, aprovecharía la ocasión para hacerle una breve visita a Barbariccia, el Canciller de la cofradía y quien se encargaba de anunciar a los nuevos soldados. Malacoda lo consideraba como alguien de absoluta confianza y uno de los pocos que no le daban tantos dolores de cabeza.

Había programado una reunión en Santa Croce, una de las basílicas más importantes de Florencia, junto con Santa María del Fiore, y también uno de los lugares en donde solían reunirse Los Custodios. Por lo que era más que evidente que Malacoda citara a Barbariccia en aquel sitio a las horas nocturnas, cuando no hubiera ningún curioso en los alrededores, y dada la condición natural del Tribunal de la logia, era lo más adecuado. Ya cuando el sol terminó ocultándose en el horizonte, dando paso a la noche, la cita siniestra daría comienzo. Pero a diferencia de otras reuniones del grupo, el vampiro pidió completa discreción y con eso se refería a que sólo estarían Barbariccia y él; no deseaba a más nadie importunando en sus conversaciones.

Llegó sólo, como era de esperarse. Las callejuelas que se conectaban entre sí y rodeaban la basílica, estaban desiertas, como si los florentinos intuyeran que no debían pasearse por aquella zona en ese instante. Malacoda se adentró en el interior del recinto con agilidad, ocultándose entre las sombras, como si su cuerpo estuviera hecho de éstas. A los alrededores de la nave central, danzaban las flamas de los candelabros, apenas iluminando el templo. En el fondo, justo frente al altar, yacía de pie una figura enfundada en tinieblas. Malacoda supo de quien se trataba cuando observó el aura que le rodeaba, así que apresuró el paso, hasta que toda distancia entre ambos quedara reducida.

—Sabía que te adelantarías, Barbariccia —dijo con calma, mientras guardaba las manos en los bolsillos de su abrigo—. ¿No anda ninguno de tus servidores cerca, cierto? Espero que hayas despachado a todos de Santa Croce, no quisiera que otro ajeno a nosotros estuviera espiando por ahí. Ahora debemos mantenernos más cerrados, en especial, por los inquisidores molestos que andan merodeando por las esquinas.

Subió los últimos peldaños que lo separaban del altar y se quedó contemplando con cierto desagrado la imagen central, para luego observar a Barbariccia, esperando paciente por sus palabras.
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Mensaje por Barbariccia Dom Mayo 22, 2016 3:30 am


“The ancient tradition that the world will be consumed in fire at the end of six thousand years is true, as I have heard from Hell.
For the cherub with his flaming sword is hereby commanded to leave his guard at tree of life, and when he does, the whole creation will be consumed, and appear infinite, and holy whereas it now appears finite & corrupt.”
― William Blake, The Marriage of Heaven and Hell


Santa Croce. No solía salir mucho de Santa María de Fiore y sus patios, si acaso, cuando necesitaba aire fresco. Pero si alguien podía hacerlo salir de su encierro, ese era Malacoda, por muchas cuestiones, aunque Barbariccia no aceptara autoridad sobre él. No obstante, no podía negar que había sido el otro quien se había encargado de encaminarlo una vez que se supo que él era el nuevo portador del demonio que lo marcaba.

Así pues, encargó a sus esbirros hacerse cargo de algunas cosas que tenía pendientes en su refugio y pidió no ser molestado, no ser seguido, no ser interrumpido en absoluto. En todo caso, no dijo a dónde iba. Respetó, como era de esperarse, la petición de Malacoda de verse sólo ellos dos, algo interesante debía traer entre manos como para hacer dicha solicitud. Fue caminando como sombra por la ciudad; se encargó de llegar antes de la hora estipulada, para hacerse cargo de cualquier curioso que estuviera por ahí. No iba a hacerles daño, no estaba en sus planes y matar inocentes nunca había sido uno de sus pasatiempos.

Cuando hubo terminado, se plantó frente al altar, con las manos entrelazadas en la espalda. Los santos en sus frescos lo miraban con ojos muertos y el retablo dorado brillaba con la luz de la luna que se colaba desde afuera. Y aunque era una belleza que quitaba el aliento, el demonio depositó sus ojos aburridos en las imágenes de mártires y Cristo dando su último suspiro. No fue hasta que Malacoda se hizo presente, que se movió, girándose y viéndolo debajo de la escalinata.

Nadie me ha seguido. Di órdenes muy claras y serían muy estúpidos para desobedecerlas; ya deberías saberlo, no me rodeo de gente estúpida —habló con total desapego una vez que Malacoda estuvo junto a él—. De los curiosos me hice cargo también, nadie nos molestará —aseguró, sin cambiar de postura y con esa misma mirada de aburrimiento que siempre tenía.

Es interesante que hables de inquisidores, pero ese es otro asunto —continuó—, me intriga más y me parece más apremiante saberlo, tu motivo para citarme aquí, tan expresamente y tan secretamente —dijo. Malacoda no hacía las cosas por hacerlas. Entre ellos no eran amigos, no en el sentido común de la palabra al menos, algo más grande los unía, eran más como hermanos, hermanos que no se ven seguido porque les funciona. Ellos no se reunían porque se extrañaran, si lo hacían era para algo en concreto. Quizá por eso, Barbariccia con los años había desarrollado ese disgusto tan marcado a que lo hicieran perder su tiempo.

Soy todo oídos, Malacoda. Supe que estuviste en Egipto, ¿cómo resultó? ¿Pronto me enviarás nuevos reclutas? —Arqueó una ceja y eso era lo más parecido que tenía Barbariccia a una sonrisa—. Las filas se hacen más delgadas. Veo que cada vez hay menos gente digna, y me preocupa —habló con vaguedad e indiferencia al tiempo que volvía la vista al crucifijo que era la pieza central del altar. Era una afrenta hablar de hombres dispuestos a vender su alma frente al que se supone era su salvador. Pero si de algo disfrutaba Barbariccia, era de la herejía.


Última edición por Barbariccia el Lun Jul 18, 2016 8:51 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Malacoda Lun Jun 20, 2016 11:23 pm

Las tinieblas adornaban la fría iglesia de Santa Croce a altas horas de la noche; su interior apenas se iluminaba por algunos candiles de luces temblorosas que colgaban en las elevadas paredes del templo. Todas aquellas figuras siniestras, que aparecían tras la danza de las velas, eran los únicos testigos de la discreta reunión que se estaba llevando a cabo en uno de los lugares más importantes de la ciudad de Florencia. ¿Qué iban a sospechar los florentinos, que muy cerca suyo, dos demonios confabulaban para destruirlos? Gran parte del encanto de la ciudad surgió gracias a las artimañas de ese grupo de seres abismales, quienes, en su obsesión con la destrucción de sus enemigos, terminaron creando eventos que dieron forma a la magnífica historia de aquella ciudad.

Malacoda, como líder, debía mediar por casi todas las actividades realizadas por los demás miembros de Los Custodios. Por más que, algunas veces, resultaran ser cuestiones insignificantes, igual tenía que estar al tanto de todo y, precisamente, esa misma razón lo había llevado desde París hasta Florencia. Confiaba en el buen juicio de Barbariccia, pero había algo que lo inquietaba. El posible despertar de uno de los encargados de las prisiones del noveno círculo, era algo que rondaba su mente luego de la desaparición de Draghignazzo. Si éste último había perecido físicamente, los demás esbirros del último anillo mayor estarían dispuestos a proteger su lugar en la tierra. Tal y como lo hacía Barbariccia en ese instante.

El vampiro lo escudriñó con la mirada, luego de haber escuchado sus palabras. El hombre mostraba la misma neutralidad de siempre, no había ningún atisbo de inseguridad en su respuesta, por lo que, Malacoda supo, de buenas a primeras, que todo estaba en el orden que exigió en la misiva enviada hace semanas. Sin embargo, habían cosas que aún no tenía del todo claras. Y por supuesto, otras varias de las cuales debía estar al tanto Barbariccia.

—Inquisidores. Otro asunto que igualmente debemos tratar —dijo con seriedad, llevándose las manos a los bolsillos del fino abrigo negro que llegaba hasta sus rodillas—. Y precisamente por eso... —Le miró—. Sospecho de que algunos aprovechados estén uniéndose a Los Custodios para sacar información y usarla a su favor. Bendita sea la ambición, un tesoro valioso, pero que puede ser bastante pesado de cargar cuando no se desea tenerlo.

Sonrió con amargura al recordar su fracasada visita a Egipto; además del extraño comportamiento de Malebranche, quien parecía cada vez más alejado de todos. Sólo se limitó a bajar la mirada y hallar las palabras adecuadas para poder responderle a su compañero.

—Egipto no fue la mejor idea. Lo supe desde antes, pero tal parece que a nuestro señor no le hace gracia que nos neguemos a sus mandatos, por más que éstos tengan un fin completamente ajeno a nuestro único objetivo —explicó—. Sé que Graffiacane y Calcabrina viajaron a Inglaterra, sin embargo, la búsqueda del Grial no era algo que les compitiera a ellos, menos al cuervo. ¡Es un maldito y egoísta cuervo!

Los ojos de Malacoda se volvieron carmesí por unos segundos, como si la ira le hubiera atravesado la mirada en ese instante. Recordar las habilidades de Graffiacane era algo que lo llenaba de amargura, a pesar de los siglos transcurridos.

—Toda esta situación me tiene bastante disgustado, Barbariccia —admitió, cruzando los brazos, mientras observaba detenidamente un punto ciego en el altar—. No habrá reclutas hasta nuevo aviso. No me contenta que dentro de la Inquisición existan quienes estén interesados en nuestros secretos. Hasta que no sea aniquilada dicha institución, debemos mantenernos al margen y sólo hallaremos miembros ajenos a ésta. —No le agradaba en lo más mínimo tomar aquella medida, pero algo tenía que hacer. Volvió a observar a Barbariccia, esta vez, con el ceño fruncido, siendo su mirada pura frialdad—. ¿Ha despertado uno de los nuestros, no es así?
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Mensaje por Barbariccia Lun Jul 18, 2016 9:49 pm


“All hope abandon, ye who enter here.”
― Dante Alighieri, The Divine Comedy


Guardó un silencio tan bien construido que parecía increíble que tal cosa fuera real. Así era con Barbariccia, incluso cuando dejaba que alguien tomara las riendas, parecía tener el control de su entorno. De él mismo, porque ahí, entre ellos dos, Malacoda era guía, y él sólo un verdugo, ejecutor y sentenciador. No se quejaba, le venía bien el puesto. Miró un segundo a su acompañante con ojos atentos, sin mostrar más emoción que la neutralidad que parecía rayar en el aburrimiento; quien lo conocía, sabía que no estaba siendo hastiado por las palabras ajenas, sino que esa expresión desdeñosa era la que le merecía el mundo.

Tenía un par de cosas que decir, ahora que Malacoda sacaba el tema de los inquisidores, pero se calló. Dejó que continuara a ver hasta dónde llegaba. Esa era una de las cualidades del hechicero, era meticuloso, medido y mesurado, no arremetía con violencia, en cambio, se clavaba lento como una aguja al rojo. Movió la cabeza a un lado, como si quisiera escuchar mejor.

¿Fue capricho del cuervo? —Preguntó sin pasión en su voz. Regresó la vista al vampiro, pero en sus ojos no había nada que leerse. Vacíos como los de un cadáver hace eones desaparecido. Y como el mismo, la historia del mundo mismo contenida en ellos—. Es curioso, que nuestro señor lo permita. No creo que juegue a los naipes y al azar con todo esto. Tampoco puedo asegurar que tenga una motivación ulterior. No lo sé, el más cercano eres tú —dijo con un aplomo envidiable. Otro en su posición hubiera soltado bilis de envidia, por no ser el favorito, cualquier cosa que eso significara; pero no él.

Entre ellos entendían bien cómo se construía la escalera. Y quienes no lo hacían, servían de señuelo para obras más grandes. Siempre les encontraba utilidad. Suspiró y volvió a alzar el rostro hacia el altar.

Es una pena —aunque habló de tal modo, que lo mismo podía estar hablando del clima—. No más almas jóvenes y ávidas para torturar. No por un tiempo, al menos —hizo un amago de risa, pero ésta no llegó a concretarse. Bajó el rostro y volvió a ver a Malacoda. Se notaba disgustado, en verdad.

Farfarello —soltó al fin ante la pregunta. Si bien continuó empleando aquella entonación abúlica, sonó más solemne en esta ocasión—. Pero antes de hablarte de ella, quiero tocar otro tema. Cagnazzo me envió a esa niña molesta, Vilhjalmsdottir. Su misión era traer ante mí a D’Páramo, un hechicero e inquisidor. Pero no lo hizo, tuve que enviar a uno de mis emisarios a por ella. En fin, eso lo tengo que tratar con Cagnazzo. Lo que quiero decir, ¿qué debo hacer con ellos? Ambos son inquisidores —preguntó.

Barbariccia era muy bueno en lo que hacía. Moldear a los reclutas, convertirlos en fanáticos para que una vez llegado el momento, no dudaran en inmolarse, captar bien a los que tenían mucho más potencial. Pero hasta ahí llegaban sus potestades. Ahora tenía una nueva orden. ¿Cómo debía proceder?

Ahora sí, Farfarello… no es lo que te imaginas. Creo que tendremos problemas. Es mi colaboradora más cercana, pero no está interesada en nosotros —anunció. Luego pareció recordar algo más y agregó—: ah, y es cambiante como Graffiacane, creí que te interesaría saberlo —de nuevo esa amenaza de sonrisa, de nuevo se quedó sólo como eso.


Última edición por Barbariccia el Miér Ago 17, 2016 11:31 pm, editado 2 veces
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Mensaje por Malacoda Miér Jul 20, 2016 11:49 pm

Malacoda se había tensado ligeramente al recordar los recientes fracasos, creía que estaba en un callejón sin salida. Cuando pretendía avanzar en algo, todo se derrumbaba, quedando como en un principio: sin nada. Eso era suficiente para hacerlo enfadar y que gruñera como león enjaulado. Aunque tampoco podía quejarse de algunos logros que, igualmente, favorecían los objetivos de la logia. Lo hacían en menor medida, pero lo dejaban satisfecho. No negaba que la política resultaba ser un arma afilada que, usándola con pericia, podía quitar de en medio a muchos obstáculos molestos. Era obvio que Malacoda había visto en ésta una gran aliada para cumplir con otros planes que tenía en mente; después de todo, él, a quien ahora reconocían con otro nombre, había sido uno de los monarcas más importantes del mundo antiguo. Además, las sociedades humanas de ahora no eran muy diferentes de las de antaño.

Su compañero parecía comprender su disgusto. Aunque no se juntaran mucho, en sus miradas existía una clara señal de compresión; una señal tan propia de aquellos verdugos del infierno que se paseaban entre los hombres, condenándolos a diversas miserias.  Malacoda escuchó las respuestas de su acompañante en silencio, manteniendo la misma postura de hace segundos. Tenía la mirada baja y en su mente rondaban demasiadas teorías, pero prefería reservárselas para sí mismo.

—Es obvio que nuestro señor está al tanto de los movimientos de Graffiacane. Sabe lo escurridizo, lo muy traicionero y egoísta que puede llegar a ser —decidió responder finalmente—, pero sus jugadas, de alguna manera u otra, terminan favoreciéndonos. Es curioso y tan cierto al mismo tiempo. —Esbozó una sonrisa amarga, y esta vez, desvió su mirada hacia la bóveda en penumbras—. Pienso que él tiene sus motivos para haber enviado a esos dos en busca del Grial. Después de todo, a diferencia nuestra, el cuervo posee una facultad sobre el mundo de los vivos y de los muertos; también sobre el pensamiento.

Exhaló al recordar lo de los inquisidores. Había sido una decisión suya; decisión que había tomado porque era verdaderamente necesario hacerlo, aunque aquello le privara de las valiosas ovejas que deseaba reclutar.

—No podemos arriesgar nuestros secretos. Han habido muchos curiosos últimamente; además, la gran mayoría de los inquisidores están ahí por simple capricho o compromiso con sus familias o venganzas. —Soltó una carcajada al haber mencionado lo último—. Es que si vieras esas venganzas... Que patéticas criaturas, en serio. Pero no dejan de ser un banquete digno de disfrutar. Quizá no ahorita, pero si más adelante. —Volvió a mirar a su acompañante y alzó ambas cejas, negando luego con la cabeza—. Esa muchachita... No es la primera queja. Cagnazzo le ha dado demasiadas libertades, y con motivo. Es una pieza importante dentro de la inquisición; sólo que, hay veces, que le gusta hacer lo que se le viene en gana y me resulta tedioso. Ya hablaré con Cagnazzo al respecto. Y sobre ese nuevo miembro, no te hagas problema, al tipo lo tenemos en la mira. Veremos hasta donde nos sirve. Así que por los momentos, no te líes con esos arrogantes seres; ahora, me interesa más otro asunto.

Malacoda avanzó hacia el altar mayor y acarició el mármol de la mesa central. Se quedó en silencio, tomándose su tiempo para dar una respuesta acertada en ese momento. Lo dicho por Barbariccia no le hizo mucha gracia, aunque si había confirmado su sospecha. Tamborileó en el mármol con los dedos, volviéndose nuevamente al otro hombre.

—Farfarello —murmuró—. No hace falta que lo digas, los conozco a todos lo suficiente y Farfarello no es la excepción. Prefiere mover sus piezas a solas. No me extraña que sólo se haya acercado a ti y prefiera huir de mí. Pero no podrá hacerlo de nuestro señor. —Apoyó la mitad de su cuerpo en el borde de la mesa, cruzándose de brazos—. Supuse que esta vez querría tomar su forma original, después de todo es una serpiente. Antes engañó a muchos alquimistas, no a los más talentosos, sólo a los ambiciosos, aquellos que querían el anhelado oro. Es muy astuta, aunque eso ya deberías saberlo. De todas maneras, ¿cómo te ha ido con ella? Es necesario que la convenzas de presentarse pronto en Roma y te haga saber sobre sus planes. No quiero sumarme otro dolor de cabeza con Farfarello, ya es mucho teniendo a Graffiacane haciendo de las suyas.

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Mensaje por Barbariccia Jue Ago 18, 2016 12:13 am


“Abyssus abyssum vocat in voce.”


Con la estampa digna del emperador más pernicioso, Barbariccia se irguió esbelto como espada y llevó ambas manos a la espalda, donde junto ambos puños como bailarín ritual consagrado a Kali, la diosa fruto de la ira de Shiva. De ese modo, sus movimientos fueron precisos y milimétricos, imperceptibles si no prestabas atención. Siguió con la mirada a Malacoda y escuchó con atención. Hizo un gesto apenas perceptible, acompañado de un sonido sutil que pareció el inicio de una tos… o una risa. Pero el infierno sabía lo que significaba que Barbariccia riera: las trompetas del Apocalipsis que anuncian el fin de los tiempos. Prefirió dejar de lado el tema de Graffiacane porque si para su acompañante resultaba molesto, para él era una absoluta jaqueca que no necesitaba. No solía juzgar a sus compañeros, cada uno tenía un papel que hacer, pero era tan meticuloso en el propio, que no lograba entender el modo fortuito de obrar de otros.

Ya veo —asintió luego—. Hablaré con Cagnazzo de ese asunto, pero si tú puedes ejercer presión, me sentiría bastante más tranquilo —y dijo de aquel modo que parecía incluso absurdo, pues su semblante y actitud no eran otros más que la más absoluta serenidad. Incluso si no poseyera los poderes mágicos legados por sus padres, Barbariccia poseería ese maldito autocontrol que ya era suficiente como para doblegar legiones enteras—. D’Páramo tiene potencial, en realidad a quien descartaría sería a la chica —se encogió de un hombro sin darle mayor importancia. No sonrió, pero en su voz destelló ese brillo que amenaza con curvar sus labios como un cuchillo afilado, y como el mismo, mortal.

Y es una serpiente en toda la extensión de la palabra —giró sobre su eje sin perder la postura. Farfarello era el asunto que realmente los tenía ahí—. Lo he observado más cerca que nadie. Lo que es ahora, al menos. Los milenios terminan por moldearnos, no nos engañemos, pero vale la pena. Aunque es testaruda, veo en ello más una virtud que un obstáculo. Puedo decirte con toda certeza que me ha sorprendido gratamente. No la uní a mí sabiendo quién era, aunque viéndolo en perspectiva, creo que eso fue lo que terminó por llamarnos mutuamente. No es tonta, no podré engañarla para que me acompañe a Roma sin saber mis intenciones, pero me las arreglaré para que vaya más pronto de lo que crees —al fin soltó los brazos y avanzó hacia Malacoda. Se quedó al pie de la escalinata, donde sólo dio medio paso, para quedar con una pierna flexionada.

No te preocupes. No puedo asegurarte lealtad absoluta, aunque al final, el abismo llama al abismo y es uno de los nuestros. Sin embargo, nada puede ser peor que Graffiacane —eso era lo más parecido a una broma viniendo de Barbariccia, a pesar de que su voz mantuvo esa monotonía que, sin embargo, no aburría. Al contrario, era envolvente como una siniestra y hermosa balada.

Sólo espero que todo este asunto no me haga salir demasiado de Florencia —apuntó con distracción y terminó de subir la escalera y quedó a la altura de su interlocutor—. Como dije, las filas se hacen más débiles y debo cuidarlas. Soy un jardinero que vela por sus jujubes. Y sin ellos no hay corona de espinas —advirtió. Estaba lejos de ser una amenaza. Simplemente expresó sus deseos.
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Mensaje por Malacoda Mar Sep 20, 2016 1:59 am


"¡Temed mortales! Los profetas
del caos avanzan a pasos agigantados."



Malacoda no era idiota, él sabía perfectamente cómo hacer sus jugadas; por algo era el máximo tribunal de Los Custodios. Como uno de los líderes principales, era lógico, que tenía que estar al tanto de cada movimiento de los suyos. Nada podía escaparse de su control, no estaba permitido que semejante cosa ocurriera. Era un hombre excesivamente disciplinado, habilidad que había heredado con los siglos, desde que, en tiempos de la gran Nínive, él era su emperador. Sí, podía decirse que Malacoda aún conservaba sus facetas de gobernante; actuaba como un magnífico estratega, pero no siempre se salía con la suya. Y peor aún, eso ocurría dentro del mismo grupo que lideraba.

No estaba contento, para nada, sin embargo, no quiso demostrar tanto enojo. Después de haber ahondado en diversas explicaciones, e intercambiado un par de comentarios con Barbariccia, se serenó. Trató de dejar a un lado todo su malestar, pues, tenía que tener la mente quieta para poder hallar mejores soluciones, sin extralimitarse demasiado. Simplemente debía hallar la mejor manera de que sus pretensiones fueran cumplidas al pie de la letra.

—No te equivoques, Barbariccia. Si tenemos a esa chiquilla insolente de nuestro lado, es por causas mayores. Traicionó a los suyos; no hay espacio en su corazón para perdonar a Agartha. Es lo mejor que tenemos, a pesar de su arrogancia —respondió con franqueza—. Ah sí, y será ella quien haga caer a D’Páramo. Ahí si podremos asegurar su potencial. Tú no te preocupes por eso, Cagnazzo se encargará de ese asunto; yo por los momentos tengo otras cosas en mente, como bien he dejado saber.

Soltó una pesada exhalación y abandonó su lugar, moviéndose con parsimonia de un lado a otro. Reflexionaba todo lo mencionado por su compañero; sacaba deducciones, lo más acertadas posibles, y cuando hubo finalmente concluido, se detuvo, esta vez detrás del altar mayor.

—Haz cuanto puedas, igual cederá. Todos tenemos un sello que nos ata a nuestro líder; no hay excepción alguna para ninguno. Bueno, quizás si la hubo para Draghignazzo —reconoció con recelo—; pero así fue elegido por nuestro señor. Así que, lo más probable es que Farfarello ya esté haciendo de las suyas. Sácale toda la información que puedas. Ya sé, no es tonta, estará al tanto de que te he enviado, sin embargo, cederá por simple arrogancia. El despertar de Farfarello llevó a la ruina a ciudades codiciosas en el pasado, y esta vez, no será diferente. Lo mismo ocurre con el cuervo. —Cruzó los brazos sobre su pecho, y gracias a su excelente visión, pudo notar, a la distancia, la tumba en donde se encontraban los restos de Buonarroti. La sonrisa que apareció en los labios de Malacoda fue siniestra, extraña, con un característico aire de maldad y de victoria—. ¿De qué les sirve batallar tanto? A la final terminan pereciendo en nuestros dominios —enunció—; ni siquiera ese pobre infeliz logró hacerlo. ¡Y que de dolores de cabeza nos causó! ¿Lo recuerdas? Florencia, tu ciudad, estaba en su gloria. Ese maldito viejo gruñón.

Y por más que le indignara el recuerdo, terminó riendo de buena gana. Malacoda se había referido a Miguel Ángel, el genio escultor.
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The Arcane Dominion [Privado] Empty Re: The Arcane Dominion [Privado]

Mensaje por Barbariccia Lun Oct 17, 2016 9:56 pm


“All the demons of Hell formerly reigned as gods in previous cultures. No it's not fair, but one man's god is another man's devil.”
― Chuck Palahniuk, Damned


Tch. Fue un silbido muy suave. El de el descontento de Barbariccia, pero si había un miembro de la logia que se callaba todo y hacía su trabajo sin preocuparse por el resto, era él. Todos podían irse al Infierno, de donde todos modos habían salido, él iba a cumplir con lo que debía. No había que remover más a ese tema, al menos, pensó, era asunto de Cagnazzo y estaban de acuerdo en el potencial de D’Páramo. Por capricho propio, quería ver los alcances de la inquisidora y si conseguía la meta que le habían puesto. Asintió, sin más, sin moverse y siguiendo lánguidamente los movimientos de Malacoda.

Es verdad. Y así será. Así lo haré. Yo me encargaré. Conozco de los alcances de Farfarello, y ella los sabe también. Es una más de nosotros, no puede simplemente darle la espalda a esto. Y no hablo del llamado, sino de la codicia, de su naturaleza destructiva —explicó, pero al final, careció realmente de importancia. Lo trascendente ahí era la misión que tenía ahora. Ernuet era terrible y testaruda, pero si fuera de otro modo, jamás se hubiera enredado con ella. Sería entretenido tratar de llevarla, sobre todo porque al final, irían, no importaba cuánto, por mera diversión, discutieran antes.

Observó a Malacoda alejarse y tras algunos segundos, lo siguió, aunque conocía el lugar tan bien que supo de inmediato lo que estaba viendo. Él no poseía las habilidades del otro o Malebranche, o las de Graffiacane y Farfarello. Él, como Calcabrina, era en esencia mortal. Claro, podía invocar sombras y pestes, y su alma era eterna, pero su cuerpo se deterioraba como el de cualquier humano. En lugar de amilanarse, con el tiempo, Barbariccia había aprendido a sacarle provecho a su condición.

Se paró al lado del otro y observó al mismo punto donde su compañero concentraba su atención. Giró el rostro luego. El vampiro lucía más pálido bajo esa escasa luz. Parecía parte de Santa Croce, una escultura más. No sonrió, pero sus ojos indicaron algo parecido a ello. Reanudó su marcha y regresó sobre sus pasos mientras acomodaba una hebra de cabello que se había salido de su lugar.

—exclamó pero fue así, una palabra hecha, no una risa—. Lo recuerdo bien. Pero mira, el desenlace siempre es el mismo —al principio de su despertar, le había costado trabajo conciliar esos antiguos recuerdos de sus vidas pasadas con su presente, pero hoy en día no sólo sabía diferenciarlos, sino que los tenía catalogados y los usaba a conveniencia—. Sin embargo, creo que está en su naturaleza. Luchar por la sobrevivencia, quiero decir. Y no sería lo mismo si no opusieran su patética resistencia —adoptó de nuevo aquella postura recta y gallarda, de manos en la espalda y hombros rectos.

Lo que puedo concederle —señaló con el mentón en dirección a la tumba—, es que éste era más interesante. Ya no se hayan muchos así. O ya me volví así de cínico —adivinar si estaba bromeando era complicado. La realidad inamovible era que Barbariccia no bromeaba, pero a veces parecía compartir ese retorcido sentido del humor de sus compañeros.


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Mensaje por Malacoda Vie Ene 27, 2017 10:50 pm

Aquella no era reunión para galanterías, o para simplemente hablar de la vida y sus banalidades. Esa era una reunión enfocada hacia la destrucción del hombre, para hilar las tempestades del mañana; sólo querían causar las miserias de la humanidad. Aunque sus palabras no demostraran estar tan dirigidas a esos fines tan nefastos, la realidad era diferente. Todo lo ahí conversado tenía un fin oscuro, disfrazado bajo posibles preocupaciones. Era obvio que Malacoda sólo estaba moviendo todas las piezas a su favor, hallando la manera para que cada uno de sus planes se cumpliera al pie de la letra, y así, lograr una victoria magnífica; sin embargo, todo apuntaba a que él tampoco estaba exento de fracasos que lo dirigieran a una derrota inminente. No sólo a él, sino a sus congéneres. Era irritante tener que verse atrapado en callejones sin salida, pero eso no lo detendría; es más, aquello no lo había detenido siglos anteriores. Varios imperios cayeron, y no precisamente porque así debía ser, la realidad escapaba del juicio de todos en este mundo.

Por eso, entre los demás, Barbariccia era uno de los más acertados para colaborar con los vicios. Era listo, actuaba con sobriedad, y su lealtad era tan admirable como la de Cagnazzo; era, sin duda alguna, el mejor en quien confiar en situaciones molestas como la que había planteado con anterioridad el vampiro. El despertar reciente de un par de los suyos estaba siendo un poco molesto, y todo por la rebeldía abismal que solían mostrar. Eran demonios que trabajaban solos, que querían mover los hilos por su cuenta, sin consultar, ¡sin siquiera advertir nada! Malacoda se irritaba con tan sólo pensarlo. Aun así, demostró su firmeza, incluso cuando recordó al pedante Buonarroti. El Renacimiento había sido una época increíble, llena de reveses como en ese momento, pero gloriosa, no podía negarlo.

—Confío en ti entonces, Barbariccia —dijo finalmente, luego de salir de su notoria abstracción—. Aunque la confianza no es algo que deba ser digna de un demonio —se burló—, ¡oh! Cierto. Esa sólo debemos destruirla en los enemigos; debemos lealtad a lo que somos, a lo que hemos creado. ¿Lo sabes no? Farfarello debería estar consciente de ello.

Sólo fue un sutil discurso, o más una advertencia para el hechicero, a pesar de que era innecesaria. Luego, volvió a hacer caso omiso al tema de Farfarello, centrándose de nuevo en el escultor florentino, lo que hizo que un recuerdo se revolviera entre las remembranzas de sus milenios. Ahí surgió un nombre, y ya que habían iniciado la plática tanto con D’Páramo, la protegida de Cagnazzo y Farfarello, Malacoda no pudo ignorar esa extraña inquietud. Se giró de inmediato, enfrentando a la figura de Barbariccia; tenía el ceño fruncido, como si algo no estuviera en su lugar.

—Barbariccia —musitó, sin apartar la vista del hombre—. ¿Había algo más?—Inquirió—. ¿Farfarello no ha sido la única en despertar, cierto? Y no, no me lo niegues. ¿Quién ha sido y cuándo? ¡Rayos! No entiendo porque se está dando todo de manera tan repentina. Espero que no sea ninguno de los rebeldes, o será el colmo.

Malacoda siguió a Barbariccia. Hubo una señal de inquietud en él, odiaba cuando las cosas sucedían de maneras tan desordenadas, que no le dejaban tiempo de reaccionar.

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Mensaje por Barbariccia Mar Abr 04, 2017 11:13 pm


“I wasn't born, I was unleashed.”
― Sherrilyn Kenyon, Dance with the Devil


Todo concepto es maleable, Malacoda —declaró sin aspavientos—, más en nuestras manos —una vez más, un atisbo de sonrisa se asomó por aquel rostro impertérrito, aunque no logró formarse. Y es que si Barbariccia alguna vez sonreía, era sólo para causar daño, como si blandiera la guadaña del final de los tiempos, como si augurara catástrofes. Era más peligroso cuando lo hacía, que cuando se guardaba absolutamente todo, como era el caso. Como era casi siempre.

Lo sabía, por eso lo hacía. A pesar de la juventud en su cuerpo, Barbariccia, como los demás, tenía milenios de edad, y poseía esas capacidades. La del autocontrol y la de la mesura. Armas que no dudaba en usar.

Entonces el asunto queda zanjado. Con Farfarello, quiero decir —y es que le daba vueltas al asunto. Demasiado quizá, para tratarse de él, que solía ser más un ejecutor, que otra cosa, sin rodeos. Sin embargo, de quien hablaban era de Ernuet, por todos los infiernos. Esa mujer era letal como la víbora que en la que lograba transformarse. Y la respetaba, a pesar de todo.

Ah, sí, sí. Tus enviados al menos consiguieron eso. Scarmiglione, pero no tengo mucha más información, jamás te ocultaría algo, si lo supiera, ¿quieres que tome ese asunto entre mis manos? —Ese era Barbariccia, si bien resultaba eficaz como ningún otro, no hacía más de lo que se le pedía. Ni menos, tampoco. Como si supiera la medida exacta de hasta dónde llevar sus actos. Y es que, en realidad, lo sabía. Se conocía demasiado bien, para su fortuna y la desgracia de los demás.

No lo sé. Si te soy sincero, este… fenómeno, por llamarlo de algún modo, también me resulta desconcertante. Tú dime… ¿debemos preocuparnos? —Esa era otra de las características del demonio-hechicero. No invertía sentimientos en nada, eran innecesarios, un estorbo, y por ello los moderaba de ese modo, al grado de parecer vacío, un hoyo negro que sólo absorbe la luz y nada emerge de él.

Creí que estarías complacido —arqueó una ceja—, ya lo dicen, entre más, es mejor —soltó con sarcasmo. Aunque llevaba algo de verdad. ¿No era mejor si las filas se robustecían con ellos y no con mortales impertinentes? Caminó un poco, pensativo—. En fin, si me lo dices, me haré cargo de Scarmiglione —y no necesitaba más. Barbariccia tenía sus métodos, sus redes de informantes, sus modos de enterarse de lo que le interesaba. Podía ser indiferente ante casi todo, pero cuando ponía su atención en algo, la concentraba en ello, y no descansaba hasta desentrañar el misterio. Y el diablo en el inframundo sabía que siempre lo conseguía.

¿Algún otro asunto que tengamos pendiente? —Levantó el rostro y miró directo a su colega. Lo invitó a hablar, porque conseguir verlo era realmente difícil, incluso para los suyos. Y si no eras Ernuet, no solía darte audiencia con mucha facilidad. También servía para él, por eso mismo. No sabía cuándo iba a volver a ver a Malacoda, o a otro de los suyos, para usos prácticos. Debía atar todos los cabos sueltos ahora, si no quería volver a salir luego.

Y eso era. No quería.
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Mensaje por Malacoda Lun Jun 19, 2017 2:22 am

La misma antigüedad que pesaba sobre sus hombros lo llevaba, en determinadas ocasiones, a actuar como un vejestorio, incluso, hasta en sus modos de hablar. Y aquello se volvía mucho más severo cuando se trataba de lidiar con el liderazgo de la logia de Los Ángeles Custodios. Aunque resultara difícil de creer, algunos demonios podían ser tan condenadamente orgullosos como escurridizos, ¡y que lo dijera Barbariccia! Que tenía que lidiar con uno en específico. Pero eso ya era algo que se había resuelto medianamente, y para evitarse un dolor de cabeza extra, prefirió dejarle ese asunto a su congénere, él ya sabría qué hacer con Ernutet. Sin embargo, lo que no pudo pasar por alto, fue el hecho de saber que ese orgulloso y esquivo de Scarmiglione había decidido escapar de su abismo.

Malacoda dejó escapar una exhalación de puro hastío. El chiquillo era inteligente, sagaz, demasiado hábil, tanto, que a veces se convertía en una verdadera molestia, por eso no le agradaba en lo absoluto que estuviera por ahí haciendo de las suyas, como sólo él sabía hacerlo. Pero, ¿qué más podría hacer? El menor igual aportaría alguna cosa para la terrible causa que entretejían Los Custodios desde el momento de su destierro. No podía considerar su despertar como algo tan negativo, al menos no por ahora.

—Sí, sí, con Farfarello todo está... de eso te encargas tú —mencionó, entornando la mirada. Se deshizo fácilmente de aquello, como si se tratara de cualquier cosa, aunque no lo era en lo más mínimo—. Igual, no es como si pudiera fallarle a nuestro señor, así que no le veo el problema de su aparente rebeldía. Sólo prefiere actuar sola... Siempre ha sido así. —Bajó la mirada, con el ceño fruncido, porque Scarmiglione, ese chico era el típico hermano menor al que no podían controlar los mayores—. Y no te va a brindar mayor información, porque él es así, creo que no lo recuerdas tan bien como yo, que tuve que lidiar directamente con él. Es muy astuto, como si tuviera una parte de cada uno de nosotros, los mayores. Es peligroso. Pero, en fin, tampoco es para pensar en alguna fatalidad, porque sigue siendo un demonio, y eso no va a cambiar.

Sin embargo, Barbariccia le había hecho una propuesta que no podría desperdiciar tan fácilmente. Si bien Scarmiglione era inteligente, aquel hechicero tampoco, así que podía hacerse cargo de aquel joven, al menos para sacarle alguna información sustancial, algo que estuviera ocultándole a los demás. ¡Bien! También lo dudaba, pero, como bien dicen: tocar la puerta no es entrar. ¿Por qué no hacer el intento? Tal vez el mozalbete estaría inmiscuido en algún asunto importante, y Los Custodios lo ignoraban.

—¿Crees que puedas lidiar con el chico? Bueno, si puedes hacerlo con Farfarello... igual son cosas diferentes. Quizás hasta te termine agradando, es muy astuto, eso sí. No sé si posea alguna habilidad en esta encarnación —le aseguró, cruzando los brazos a la altura del pecho, desviando su mirada a las tinieblas del templo—. Qué más da, hazte cargo de Scarmiglione, pero ve con cuidado, tiende a fastidiarse muy rápido cuando lo acosan demasiado.


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Mensaje por Barbariccia Lun Oct 09, 2017 10:17 pm


Asintió nada más. Ernuet era suya, siempre lo había sido, aunque a ella no le gustara. Ese asunto, a su modo, quedaba zanjado, tenían situaciones más complicadas con las cuales lidiar que Farfarello y su necedad. Siempre le había gustado trabajar solo, en efecto, lo recordaba. Aunque fueran todos uróboros que renacen una y otra vez, su esencia quedaba casi intacta. Él mismo, por ejemplo, siempre se había manejado así, quizá por eso podía comprender de mejor modo a Farfarello. Eso no lo justificaba, ni a él.

Observó largamente a Malacoda, sin decir nada, dejando que hablara. Barbariccia era el más solícito de los soldados, acataba órdenes, y cuestionaba cuando había que hacerlo, cuando las decisiones eran muy estúpidas, por ejemplo; para su fortuna, sus líderes no eran eso, todo lo contrario, y su fidelidad, como la de ningún otro, lo orillaba a actuar sin más ataduras o dudas de por medio. Eso era lo que lo hacía tan eficaz, lo que lo hacía sobresalir, o diferenciarse, mejor dicho, del resto de Los Custodios.

Umh. —Fue una especie de gruñido—. Puedo intentarlo, sí, ¿qué sabemos de él además de que sacó lo peor de nosotros? —En su voz hubo el eco velado de la risa, nada más.

Guardó silencio después, meditando la situación. Arrastró entonces un pie, haciendo un semicírculo, para girar sobre su eje y mirar allá donde la oscuridad reinaba. Las sombras lo llamaban, eran suyas, y él de ellas. Suspiró.

¿Dónde puedo encontrarlo? —preguntó sin mirar a Malacoda—. Del resto me encargo. Espero estar a la altura. Sabes que puede intentar sacarme de quicio, pero no le voy a arrancar la cabeza. En primer lugar porque debe ser poderoso, o eso imagino; y es segundo lugar, ni siquier lo pensaría, es uno de los nuestros. —Ahí estaba de nuevo esa lealtad manifiesta hacia la causa. Quizá el que dejaba más en claro esa posición, y no que el resto no lo fueran, pero fieles a su naturaleza, eran más opacos en sus intenciones.

Ha sido una reunión provechosa, Malacoda. Más de lo que imaginé, sabes que no me gusta dejar Santa María de Fiore, así que me alegro que haya valido la pena. —Al fin lo miró de nuevo, sin expresión como era siempre, con la barba bien cuidada ocultando los deseos de su boca, ya sea para sonreír o para enarbolar colmillos y arrancar la carne.

Si tienes algo más que agregar, habla ahora —apremió—, de no ser así, me pondré de inmediato a ese asunto de Scarmiglione. Le diré a Farfarello si quiere acompañarme. —Pausó, tuvo que aguantarse la risa—. Aunque lo dudo, claro está. —Fue una broma de humor muy negro. Aunque si era sincero, de verdad le gustaría contar con Ernuet para esa tarea, ya vería cómo la convencería para que lo hiciera.

Ambos se conocían demasiado bien, y tenían bien ubicadas las debilidades del otro, aunque no quisieran aceptarlo. Entonces avanzó un poco y quedó justo donde un haz de luz se colaba desde el exterior, dándole una apariencia más inhumana todavía.


Última edición por Barbariccia el Jue Dic 07, 2017 9:23 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Malacoda Dom Oct 22, 2017 9:33 pm

Con las manos en los bolsillos, bien posicionado en un lugar en donde las sombras y las luces contrastaban a la perfección, parecía una escultura hecha en mármol, aunque realmente no le gustaba que se le compara con tales cosas. Hasta con eso resultaba ser demasiado severo, rígido, poco condescendiente. Aunque, ¿últimamente no lo estaba siendo con los suyos? ¡Ah! Pero eso ya era otra cuestión diferente, aislada del mundo corriente al que habitaba. Si Malacoda hacía consideraciones con los demás miembros de Los Custodios, no era porque fuera alguien muy afable de carácter, sino que prefería abordar las situaciones desde otra perspectiva, pues algunos solían ser terriblemente necios, como Farfarello; tal vez como Graffiacane. No, como Scarmiglione... Ese chico era el típico hermano menor que podría sacarle canas verdes a cualquiera. Hasta a él, que era un vampiro, para añadirle un poco de ironía al asunto. Y ahora pretendía que Barbariccia también se viera involucrado. ¿Por qué lo hacía exactamente?

Malacoda confiaba en él, pues conocía a la perfección como se manejaba con respecto al resto. Sabía de su extraña conexión con Farfarello, como también de su fidelidad absoluta con la misión tan importante que cargaba sobre su espíritu. En resumidas cuentas, Barbariccia era el más indicado para encargarse de lidiar un poco con Scarmiglione, pues fue a quien se le acercó antes que, incluso, a él mismo. Sin embargo, tampoco estaba tan seguro que haya sido el primero, y eso lo inquietaba, no podía negarlo. Creía que Barbariccia lidiaría con ello mejor que él, a pesar de no garantizar cuánta paciencia conservaría al respecto.

—Justamento eso representa un terrible problema, Barbariccia. Si tiene una parte de cada uno de los mayores, imagínate lo terrible que podría llegar a ser —mencionó, en un tono casi monocorde, sin siquiera mover un músculo. No, él estaba más centrado en sus pensamientos—. Reserva esa risa para cuando consigas alguna victoria sobre él. Necesito saber que sabe sobre Ciriatto, y al menos un tanto de sus intereses. No me gustaría lidiar con un Graffiacane más, aunque... lo dudo. Aun así, no voy a confiarme. No puedo ser tan descuidado.

Finalmente se movió un poco. Su cuerpo se balanceaba ligeramente hacia adelante y hacia atrás, como si contrastara perfectamente con el movimiento que tomaban sus ideas en ese instante.

—Es inquisidor y se hace llamar Lazet, ¿no? Es un nombre poco común. Ahí tienes una buena pista —respondió, sin alterar en lo más mínimo el tono de su voz, o de terminar con su extraña danza—. Siempre se ha interesado por la alquimia, por lo que recuerdo. Así que sí, puede ser poderoso, sobre todo por ser quien más cerca estuvo de Salomón. Creo recordar que fue un discípulo suyo. El único problema es su personalidad, Barbariccia. Por lo que te pido que no lleves a Farfarello contigo, cometerías un gran error de hacerlo.

Se detuvo, de improviso, girándose para ver de nuevo a Barbariccia, con la mirada gélida; con el poder mismo que emanaba su ouroboros. Asintió, y apenas una sonrisa ladina se dibujó en sus labios.

—Tendrás que acostumbrarte a abandonar más seguido a Santa María del Fiore, no podemos atarnos indefinidamente a un mismo lugar, es contraproducente —aseguró—. Supongo que eso ha sido todo de mi parte. ¿Alguna objeción?

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Mensaje por Barbariccia Jue Dic 07, 2017 9:51 pm


Entonces no le quedó más que mantenerse atento a las instrucciones de Malacoda. El rostro impertérrito como era siempre, con los párpados pesados y las largas pestañas impidiendo ver con claridad los ojos claros y fríos. No dijo nada, no había mucho que decir, tenía una misión ahora y la iba a cumplir, como era siempre, aunque llevara a Scarmiglione en pedazos y le sacara la información sobre Ciriatto como si le extrajera el alma. Pero… Barbariccia rara vez acudía a la violencia manifiesta como un recurso, podía ser muy persuasivo y paciente cuando lo ameritaba.

Fue a zanjar el asunto, cuando su compañero le dijo que no llevara a Ernuet, o Farfarello. Abrió ligeramente más los ojos, suficiente como para ya no parecer tremendamente aburrido. Fue a decir algo, pero se lo pensó más detenidamente.

Eso no suena a un buen pronóstico —dijo al fin, con voz desapasionada. Y es que para como se lo estaba pintando Malacoda, Scarmiglione, o Lazet (el nombre que había adoptado ahora), no se escuchaba como cosa fácil. Barbariccia entendió por qué acudía a él entonces—. Que así sea, entonces. Iré solo. No te preocupes, comprendo que no puedo pasar mi vida presente, ni todas mis vidas, recluido —prosiguió de manera muy clara.

Te contactaré de nuevo, cuando tenga avances —anunció. Esperaba que eso fuera pronto. A pesar de su infinito estoicismo, esas ganas de hacer las cosas bien, a veces lo presionaban; como un hijo que no se permite una mala nota para no decepcionar a su padre.

Ninguna objeción. Sabrás de mí muy pronto, y de Scarmiglione —aseguró. Hizo un leve asentimiento de cabeza, dio media vuelta, y se marchó en línea recta, recorriendo de regreso los pasos que dio para llegar hasta ahí.

Estaba nervioso, a su modo poco expresivo, pero intuía que lo que se avecinaba no sería sencillo. Conocía sus capacidades, sabía que podía completar la misión, lo que le preocupaba era el tiempo, y las complicaciones de alguien tal como había descrito Malacoda. Contrario a no querer enfrentar lo inevitable, Barbariccia se sintió ansioso por conocer a Scarmiglione.

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