AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
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Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
Los marqueses de Castelgandolfo poseían una bonita villa en París, de tres plantas y con jardines llenos de bancos de piedra y estatuas de mármol que observaban el paso del tiempo sobre sus pedestales de piedra de cantería labrada. Había una gran fuente circular en la entrada, una bodega inmensa y habitaciones para albergar a más de cincuenta huéspedes.
Brianna se había convertido en una de las sirvientas favoritas de la marquesa, porque hablaba cuatro idiomas idiomas, entendía de vinos, de música, de literatura e historia, sabía de estilo y era refinada, callada y diligente. En un par de años había ascendido de simple criada que fregaba suelos a ser la ayuda de cámara de la hija menor de los marqueses. La familia constaba del matrimonio ya entrado en ciertos años, tres hijos varones: el mayor, con treinta y dos años se llamaba Ercole; el segundo, con treinta, Filippo y Gianluca cumplía ese día veintiséis. La pequeña de la casa con tan sólo veinte años, se llamaba Elisabetta y había heredado la belleza espectacular de su madre. Además de la familia directa, la madre del marqués también vivía con ellos, y dos hermanas de la marquesa. Eran una familia grande y ruidosa, dada su procedencia mediterránea y tenían negocios de todo tipo: exportación de sedas, ganaderías, tierras, inmuebles etc.
La fiesta de cumpleaños de Gianluca iba a ser memorable, llevaban días preparándola y estaban invitadas unas doscientas personas. Comenzaría en la mañana, con juegos al aire libre para las damas y una partida de caza para los caballeros. Le seguiría un banquete regado con vinos franceses e italianos, una obra de teatro tras los postres, un concierto a la hora del té y después una fastuosa cena con baile. La mansión de los Castelgandolfo se vestía de lujo y esplendor para tal ocasión.
Elisabetta era consciente de que en esos actos los caballeros tratarían de convenir con su padre un matrimonio. Era la pequeña y aunque los matrimonios de conveniencia eran una práctica habitual, en su caso les había hecho prometer que no la obligarían a casarse. Los marqueses habían accedido a ello siempre y cuando el esposo que ella eligiese tuviera títulos nobiliarios y no estuviese en la más absoluta ruina.
Pescar un marido así no iba a ser fácil, por lo que la joven iba a por todas. Si daba con el adecuado, no iba a dejar que se le escapase de entre las manos. Le pidió a Brianna el vestido rojo.
— madame, el rojo os sienta de maravilla, pero si yo fuese ese futuro pretendiente, me fijaría más en vos con el azul de encaje veneciano. El rojo podéis dejarlo para la noche, para el baile, será la guinda del pastel.
— ¡Ah! Brianna, tienes razón, si me pongo el rojo pensarán que voy a la caza de un marido. Realmente es a lo que voy, pero sí, jugaremos con las reglas del juego. ¿Me recojo el pelo?— La criada sonrió, calmada, serena como siempre.
— Tenéis una melena preciosa, sería una lástima que no la pudieran apreciar, ¿Qué os parece si lo recogemos a medias? que quede bonito, y resalte vuestras belleza y a la vez que luzca.
— ¡Siempre tienes razón Brianna! no sé que haría sin ti.
— gracias madame, voy a prepararlo todo.
Apenas había dormido dos horas porque Elaine estaba enferma y tosía mucho. El doctor había dicho que era algo pulmonar crónico, que la niña había nacido débil de pulmones y el aire de París no ayudaba demasiado. El coste de las medicinas se había pulido los escasos ahorros con los que contaba, así que cuando pasase la fiesta de cumpleaños de Gianluca les pediría a los marqueses si podía hacer más horas. Le dolía en el alma no estar con la niña, pero poder costearle las medicinas, la comida y la pequeña casa en la que vivían, era primordial.
Completó la tarea de vestir y peinar a Elisabetta y se dirigió a los aposentos de la marquesa a esperar órdenes. Aquella mujer irradiaba grandeza por todos lados. Tenía un porte elegante, unas facciones marcadas y con carácter, suavizado por sus maneras y su encanto natural. Digna esposa de un marido que era puro genio, explosivo y socarrón, como la mayoría de los italianos, era la parte de la balanza que los equilibraba para tratar con la rancia nobleza francesa e inglesa. Sabina de Castelgandolfo estaba ya preparada para comenzar a recibir invitados pero antes iba a repasar or última vez las tareas de la servidumbre reuniéndolos a todos en un salón de té. Para ese día habían contratado más sirvientes, y de ellos se encargaría el ama de llaves, Miss Haddington, una estirada inglesa con un carácter de perros, que llevaba a todo el servicio más recto que el mástil de un barco.
Brianna entró sin hacer ruido al saloncete y se colocó pegada a la pared, en segundo plano, esperando el sermón del ama de llaves, que no se hizo esperar. Ésta empezó a ladrar órdenes en esa fría y aparentemente calmada flema inglesa, pero ella podía observar por el brillo de sus ojos y la comisura del labio fruncida, que estaba al acecho de cualquier fallo para hacer caer la ira de cien dioses sobre el desdichado criado que lo cometiese. Cuando Miss Haddington terminó de hablar la marquesa se levantó del escabel.
— Donatella, tu te quedarás conmigo todo el tiempo y Sophie de momento también, así si necesito algo de usted Miss Haddington, se lo haré saber a través de ella. Alberico, no hace falta que te diga donde debes estar tú.— sólo se habían traído dos sirvientes italianos que eran de su plena confianza y llevaban años en su casa, ambos como ayuda de cámara de los marqueses.— Renaud, Philippe y Jean, vosotros no os separaréis de vuestros respectivos patrones (que eran sus tres hijos) y Brianna, tú cuidarás de atender a Elisabetta.— La sirvienta asintió con la cabeza.— procura que no se meta en líos.
Eso ya iba a ser más complicado. La pequeña de la casa era de carácter rebelde, alocado e impulsivo. Era como su padre, con la salvedad de que en una mujer esas características no eran muy deseables. Suspiró cuando la marquesa los mandó de vuelta al trabajo, y fue derecha a cambiarse. Eses día, los ayudantes particulares de los señores vestían algo menos triste que el uniforme de trabajo. Le habían traído un vestido sencillo, verde oscuro, recatado, de cuello cuadrado y apliques de pasamanería dorados. Se recogió el pelo en un moño trenzado y se calzó los guantes, como era su obligación. Rodeando su cintura, caía un cordón del que colgaban las llaves de las estancias a las que tenía acceso, y de paso eso le servía de distintivo para que nadie pensase que era una dama.
El trajín no se hizo esperar y empezaron a llegar invitados en carruajes, a caballo o a pie, llenando los jardines por los cuales ya se paseaban criados con bandejas de canapés y copas de champagne. Los músicos ya sonaban junto a la fuente, donde habían instalado unos toldos blancos para que las damas no se expusiesen al sol. Se quedó de pie tras su señora, observando aquella fiesta y recordando cuando en su casa se celebró el aniversario de sus padres por todo lo alto y el honor del cargo de su padre al ser llamado a la corte. Aquellos tiempos ya no volverían, y en su lugar un regusto amargo había echado raíces. Apretó los dientes y trató de sacarse de encima esos pensamientos. La realidad era la que era, y era de necios perseguir lo imposible.
La mansión de los marqueses.
Brianna se había convertido en una de las sirvientas favoritas de la marquesa, porque hablaba cuatro idiomas idiomas, entendía de vinos, de música, de literatura e historia, sabía de estilo y era refinada, callada y diligente. En un par de años había ascendido de simple criada que fregaba suelos a ser la ayuda de cámara de la hija menor de los marqueses. La familia constaba del matrimonio ya entrado en ciertos años, tres hijos varones: el mayor, con treinta y dos años se llamaba Ercole; el segundo, con treinta, Filippo y Gianluca cumplía ese día veintiséis. La pequeña de la casa con tan sólo veinte años, se llamaba Elisabetta y había heredado la belleza espectacular de su madre. Además de la familia directa, la madre del marqués también vivía con ellos, y dos hermanas de la marquesa. Eran una familia grande y ruidosa, dada su procedencia mediterránea y tenían negocios de todo tipo: exportación de sedas, ganaderías, tierras, inmuebles etc.
La fiesta de cumpleaños de Gianluca iba a ser memorable, llevaban días preparándola y estaban invitadas unas doscientas personas. Comenzaría en la mañana, con juegos al aire libre para las damas y una partida de caza para los caballeros. Le seguiría un banquete regado con vinos franceses e italianos, una obra de teatro tras los postres, un concierto a la hora del té y después una fastuosa cena con baile. La mansión de los Castelgandolfo se vestía de lujo y esplendor para tal ocasión.
Elisabetta era consciente de que en esos actos los caballeros tratarían de convenir con su padre un matrimonio. Era la pequeña y aunque los matrimonios de conveniencia eran una práctica habitual, en su caso les había hecho prometer que no la obligarían a casarse. Los marqueses habían accedido a ello siempre y cuando el esposo que ella eligiese tuviera títulos nobiliarios y no estuviese en la más absoluta ruina.
Pescar un marido así no iba a ser fácil, por lo que la joven iba a por todas. Si daba con el adecuado, no iba a dejar que se le escapase de entre las manos. Le pidió a Brianna el vestido rojo.
— madame, el rojo os sienta de maravilla, pero si yo fuese ese futuro pretendiente, me fijaría más en vos con el azul de encaje veneciano. El rojo podéis dejarlo para la noche, para el baile, será la guinda del pastel.
— ¡Ah! Brianna, tienes razón, si me pongo el rojo pensarán que voy a la caza de un marido. Realmente es a lo que voy, pero sí, jugaremos con las reglas del juego. ¿Me recojo el pelo?— La criada sonrió, calmada, serena como siempre.
— Tenéis una melena preciosa, sería una lástima que no la pudieran apreciar, ¿Qué os parece si lo recogemos a medias? que quede bonito, y resalte vuestras belleza y a la vez que luzca.
— ¡Siempre tienes razón Brianna! no sé que haría sin ti.
— gracias madame, voy a prepararlo todo.
Apenas había dormido dos horas porque Elaine estaba enferma y tosía mucho. El doctor había dicho que era algo pulmonar crónico, que la niña había nacido débil de pulmones y el aire de París no ayudaba demasiado. El coste de las medicinas se había pulido los escasos ahorros con los que contaba, así que cuando pasase la fiesta de cumpleaños de Gianluca les pediría a los marqueses si podía hacer más horas. Le dolía en el alma no estar con la niña, pero poder costearle las medicinas, la comida y la pequeña casa en la que vivían, era primordial.
Completó la tarea de vestir y peinar a Elisabetta y se dirigió a los aposentos de la marquesa a esperar órdenes. Aquella mujer irradiaba grandeza por todos lados. Tenía un porte elegante, unas facciones marcadas y con carácter, suavizado por sus maneras y su encanto natural. Digna esposa de un marido que era puro genio, explosivo y socarrón, como la mayoría de los italianos, era la parte de la balanza que los equilibraba para tratar con la rancia nobleza francesa e inglesa. Sabina de Castelgandolfo estaba ya preparada para comenzar a recibir invitados pero antes iba a repasar or última vez las tareas de la servidumbre reuniéndolos a todos en un salón de té. Para ese día habían contratado más sirvientes, y de ellos se encargaría el ama de llaves, Miss Haddington, una estirada inglesa con un carácter de perros, que llevaba a todo el servicio más recto que el mástil de un barco.
Brianna entró sin hacer ruido al saloncete y se colocó pegada a la pared, en segundo plano, esperando el sermón del ama de llaves, que no se hizo esperar. Ésta empezó a ladrar órdenes en esa fría y aparentemente calmada flema inglesa, pero ella podía observar por el brillo de sus ojos y la comisura del labio fruncida, que estaba al acecho de cualquier fallo para hacer caer la ira de cien dioses sobre el desdichado criado que lo cometiese. Cuando Miss Haddington terminó de hablar la marquesa se levantó del escabel.
— Donatella, tu te quedarás conmigo todo el tiempo y Sophie de momento también, así si necesito algo de usted Miss Haddington, se lo haré saber a través de ella. Alberico, no hace falta que te diga donde debes estar tú.— sólo se habían traído dos sirvientes italianos que eran de su plena confianza y llevaban años en su casa, ambos como ayuda de cámara de los marqueses.— Renaud, Philippe y Jean, vosotros no os separaréis de vuestros respectivos patrones (que eran sus tres hijos) y Brianna, tú cuidarás de atender a Elisabetta.— La sirvienta asintió con la cabeza.— procura que no se meta en líos.
Eso ya iba a ser más complicado. La pequeña de la casa era de carácter rebelde, alocado e impulsivo. Era como su padre, con la salvedad de que en una mujer esas características no eran muy deseables. Suspiró cuando la marquesa los mandó de vuelta al trabajo, y fue derecha a cambiarse. Eses día, los ayudantes particulares de los señores vestían algo menos triste que el uniforme de trabajo. Le habían traído un vestido sencillo, verde oscuro, recatado, de cuello cuadrado y apliques de pasamanería dorados. Se recogió el pelo en un moño trenzado y se calzó los guantes, como era su obligación. Rodeando su cintura, caía un cordón del que colgaban las llaves de las estancias a las que tenía acceso, y de paso eso le servía de distintivo para que nadie pensase que era una dama.
El trajín no se hizo esperar y empezaron a llegar invitados en carruajes, a caballo o a pie, llenando los jardines por los cuales ya se paseaban criados con bandejas de canapés y copas de champagne. Los músicos ya sonaban junto a la fuente, donde habían instalado unos toldos blancos para que las damas no se expusiesen al sol. Se quedó de pie tras su señora, observando aquella fiesta y recordando cuando en su casa se celebró el aniversario de sus padres por todo lo alto y el honor del cargo de su padre al ser llamado a la corte. Aquellos tiempos ya no volverían, y en su lugar un regusto amargo había echado raíces. Apretó los dientes y trató de sacarse de encima esos pensamientos. La realidad era la que era, y era de necios perseguir lo imposible.
La mansión de los marqueses.
Brianna de Montreil- Licántropo/Realeza
- Mensajes : 197
Fecha de inscripción : 10/04/2016
Localización : al lado del hombre al que ama
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
Soñé una vida para mí,
Estaba llena de esperanza.
En ese mismo instante, dónde vivía no es que fuese la mansión a donde se dirigía esa tarde. Apenas le quedaba dinero y si seguía allí, no era por otra cosa que su sonrisa. La señora Montrieur, una señora entrada en años y viuda con cuatro gatos, le había estado dejando quedarse en aquella buhardilla porque el joven utilizaba sus encantos y ese acento italiano que la dejaba sonriendo como boba. Así se ganaba su estancia, no era gran cosa pero al menos tenía techo, aunque le gustase un techo sin que hubiese goteras o se muriese de frío todas las noches…las que no estuviese ocupado.
Muchos amigos en Paris, otros tantos conocidos pero ese día, era especial. El cumpleaños de Gianluca, uno de sus mejores amigos de la infancia en Paris. Ambas familias se conocieron hacía años cuando su padre consiguió la mejor casa de verano, alejada de la ciudad y en donde prácticamente Éferon pasaba el verano entero por cortesía de la familia. Una muy buena familia de la que estaba seguro le ofrecerían quedarse bajo su cuidado pero ya no era un niño. No podía plantarse frente al marqués y pedirle asilo político, tenía rostro pero no tanto…quizás en otra ocasión, cuando la señora Montrieur terminase cansada de él y lo echase a la calle con su equipaje y numerosos insultos hacia su persona.
Conocía a todos y a cada uno de los miembros de esa familia, con Gianluca tuvo más afinidad y como no, con la hermosa Elisabetta. Siempre fue hermosa pero ahora, muchos jóvenes y no tan jóvenes, ya le habían hecho alguna que otra proposición. No tenían nada que hacer ninguno, si no se había casado ya era porque aún no había encontrado al hombre indicado y al de su gusto. En eso, le recordaba mucho a él mismo, no se iba a casar con cualquier y en el caso de italiano, no iba a casarse si no era por una buena razón de peso.
Estaba más que invitado al evento y ¿cómo no ir? El problema es que no le había comprado regalo ¿lo más fácil? Tirar de su mueble bar para escoger el mejor de sus vinos italianos, de su propia cosecha, de las pocas cosas que seguía manteniendo y aún no vendió o bebido. Con un elegante traje gris junto con una camisa impoluta blanca que hacía resaltar su tez morena, se dirigió aquella mansión, a pie. Se pasó toda la noche lloviendo, solo esperaba no tropezar y terminar en cualquier charco por ello, tardó más de lo normal.
Antes de llamar a la puerta, se echó un vistazo, los zapatos se le habían manchado un poco de barro, así que se limpió contra el asfalto como buenamente pudo, no tan bien para su gusto pero tampoco podía hacer otra cosa. Tomó aire, antes de llamar a la casa, echándose hacia atrás el cabello moreno y esperar a que una de las doncellas le abriese. No tardaron en recibirle, dijo su nombre y fue anunciado. Le hacía tanta gracia como gritaban su apellido y segundos después ya era el objetivo de más de una señora y no tan señoras.
Resopló, con la botella en la mano y sin perder la sonrisa , buscando algún miembro de la familia. De lejos, divisó a la marquesa que hablaba animadamente con una mujer de su edad, los hijos no estarían muy lejos, Elisabetta…a esa señorita si que no la vería si no le sorprendía ella antes. Buscó con sus ojos verdes al cumpleañero sin resultado, absorto en buscar alguien que conociese y no fuese acaparado por esas víboras sedientas de…cualquier cosa.
-Gianluca! -llamó con una sonrisa al joven que pasó no muy lejos, ambos se dieron un abrazo amistoso con un par de palmadas y rieron cómplices -Te traje el mejor vino de mi cosecha, tienes que perdonarme, no pude ir a por ningún regalo…se me hizo tarde y… ¿tu hermana? Vi a los demás de paso pero ella…sigue escondida como siempre -Gianluca entrecerró los ojos junto con una sonrisa cómplice, señalando al jardín -Está allí , ten cuidado con ella… vigílala lo que puedas, por favor .
El italiano rió por lo bajo, siguiendo sus pasos a aquellas indicaciones. Bajó las escaleras de piedra, recordando la de veces que las había saltado casi de dos en dos con Gianluca e Elisabetta. La joven no se encontraba allí pero si un grupo de señoras que callaron al verle aparecer, maldijo por lo bajo, no iba a ser el bufón de todas ellas. Buscó con la mirada alguien que pudiese ayudarle. Tarde, antes de que tan siquiera se diese cuenta, alguien estampó un canapé de paté sobre su cara chaqueta. Susurró algo por lo bajo ante la hipnotizadora mirada de la desconocida.
-Signorina, per favore…-intentó no sonar enfadado, intentaba no perder los estribos… no podía pagarse la tintorería -¿Puede hacer algo con esto? -la joven que estaba alejada del grupo, tan diferente y tan igual a todas aquellas empolvadas -Como no lo quite ahora, se echará a perder y… solo tengo esta de hilo -sonrió, esperando que la joven actuase con la mancha -Haga su magia y le prometo que la compensaré, no me diga que es su trabajo, ya lo sé… al menos no me deje solo, estoy en un nido de víboras…-una súplica con esa sonrisa, con esos ojos verdes que le prometían cualquier cosa.
Estaba llena de esperanza.
En ese mismo instante, dónde vivía no es que fuese la mansión a donde se dirigía esa tarde. Apenas le quedaba dinero y si seguía allí, no era por otra cosa que su sonrisa. La señora Montrieur, una señora entrada en años y viuda con cuatro gatos, le había estado dejando quedarse en aquella buhardilla porque el joven utilizaba sus encantos y ese acento italiano que la dejaba sonriendo como boba. Así se ganaba su estancia, no era gran cosa pero al menos tenía techo, aunque le gustase un techo sin que hubiese goteras o se muriese de frío todas las noches…las que no estuviese ocupado.
Muchos amigos en Paris, otros tantos conocidos pero ese día, era especial. El cumpleaños de Gianluca, uno de sus mejores amigos de la infancia en Paris. Ambas familias se conocieron hacía años cuando su padre consiguió la mejor casa de verano, alejada de la ciudad y en donde prácticamente Éferon pasaba el verano entero por cortesía de la familia. Una muy buena familia de la que estaba seguro le ofrecerían quedarse bajo su cuidado pero ya no era un niño. No podía plantarse frente al marqués y pedirle asilo político, tenía rostro pero no tanto…quizás en otra ocasión, cuando la señora Montrieur terminase cansada de él y lo echase a la calle con su equipaje y numerosos insultos hacia su persona.
Conocía a todos y a cada uno de los miembros de esa familia, con Gianluca tuvo más afinidad y como no, con la hermosa Elisabetta. Siempre fue hermosa pero ahora, muchos jóvenes y no tan jóvenes, ya le habían hecho alguna que otra proposición. No tenían nada que hacer ninguno, si no se había casado ya era porque aún no había encontrado al hombre indicado y al de su gusto. En eso, le recordaba mucho a él mismo, no se iba a casar con cualquier y en el caso de italiano, no iba a casarse si no era por una buena razón de peso.
Estaba más que invitado al evento y ¿cómo no ir? El problema es que no le había comprado regalo ¿lo más fácil? Tirar de su mueble bar para escoger el mejor de sus vinos italianos, de su propia cosecha, de las pocas cosas que seguía manteniendo y aún no vendió o bebido. Con un elegante traje gris junto con una camisa impoluta blanca que hacía resaltar su tez morena, se dirigió aquella mansión, a pie. Se pasó toda la noche lloviendo, solo esperaba no tropezar y terminar en cualquier charco por ello, tardó más de lo normal.
Antes de llamar a la puerta, se echó un vistazo, los zapatos se le habían manchado un poco de barro, así que se limpió contra el asfalto como buenamente pudo, no tan bien para su gusto pero tampoco podía hacer otra cosa. Tomó aire, antes de llamar a la casa, echándose hacia atrás el cabello moreno y esperar a que una de las doncellas le abriese. No tardaron en recibirle, dijo su nombre y fue anunciado. Le hacía tanta gracia como gritaban su apellido y segundos después ya era el objetivo de más de una señora y no tan señoras.
Resopló, con la botella en la mano y sin perder la sonrisa , buscando algún miembro de la familia. De lejos, divisó a la marquesa que hablaba animadamente con una mujer de su edad, los hijos no estarían muy lejos, Elisabetta…a esa señorita si que no la vería si no le sorprendía ella antes. Buscó con sus ojos verdes al cumpleañero sin resultado, absorto en buscar alguien que conociese y no fuese acaparado por esas víboras sedientas de…cualquier cosa.
-Gianluca! -llamó con una sonrisa al joven que pasó no muy lejos, ambos se dieron un abrazo amistoso con un par de palmadas y rieron cómplices -Te traje el mejor vino de mi cosecha, tienes que perdonarme, no pude ir a por ningún regalo…se me hizo tarde y… ¿tu hermana? Vi a los demás de paso pero ella…sigue escondida como siempre -Gianluca entrecerró los ojos junto con una sonrisa cómplice, señalando al jardín -Está allí , ten cuidado con ella… vigílala lo que puedas, por favor .
El italiano rió por lo bajo, siguiendo sus pasos a aquellas indicaciones. Bajó las escaleras de piedra, recordando la de veces que las había saltado casi de dos en dos con Gianluca e Elisabetta. La joven no se encontraba allí pero si un grupo de señoras que callaron al verle aparecer, maldijo por lo bajo, no iba a ser el bufón de todas ellas. Buscó con la mirada alguien que pudiese ayudarle. Tarde, antes de que tan siquiera se diese cuenta, alguien estampó un canapé de paté sobre su cara chaqueta. Susurró algo por lo bajo ante la hipnotizadora mirada de la desconocida.
-Signorina, per favore…-intentó no sonar enfadado, intentaba no perder los estribos… no podía pagarse la tintorería -¿Puede hacer algo con esto? -la joven que estaba alejada del grupo, tan diferente y tan igual a todas aquellas empolvadas -Como no lo quite ahora, se echará a perder y… solo tengo esta de hilo -sonrió, esperando que la joven actuase con la mancha -Haga su magia y le prometo que la compensaré, no me diga que es su trabajo, ya lo sé… al menos no me deje solo, estoy en un nido de víboras…-una súplica con esa sonrisa, con esos ojos verdes que le prometían cualquier cosa.
Éferon Gianetti- Prostituto Clase Alta
- Mensajes : 289
Fecha de inscripción : 21/01/2016
Localización : La ciudad del amore , París.
Re: Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
Brianna había ido a buscar unos canapés para su señora que se había sentado a descansar bajo la sombra de un tilo, muy bien acompañada de un hombre que no era del todo feo, pero sí inmensamente rico. A Elisabetta le gustaba el juego de echar el palito y que los hombres fueran como perros a buscarlo y a traérselo. Cuando se dio la vuelta para regresar junto a ella se estampó de pleno contra Éferon. ¡Maldita sea! estaba cansada, no había dormido apenas y estaba lenta de reflejos. Como Miss Harrington supiese de eso le iba a caer una bronca de proporciones épicas.
Abrió los ojos presa de la sorpresa y el horror y alargó la mano en un intento desesperado de limpiar aquella catástrofe.
—¡Ay! lo siento! le pido mil perdones caballero, lo siento de verdad, no lo vi… disculpe mi torpeza…— Miró alrededor agobiada por si veía a la inglesa estirada. La localizó al lado de los músicos supervisando algo. Inconscientemente agarró con ambas manos el antebrazo del italiano y lo miró con gesto de súplica surcado de verdadera preocupación. — Por favor…no se lo diga al ama de llaves, no puedo perder este trabajo, se suplico. ¿Puede esperarme en la biblioteca? iré en cuanto mi señora me dé permiso y me ocuparé de su mancha.
Suponía que no habría nadie allí, con el buen día que hacía y las actividades planeadas para esa fiesta. Se dirigió hacia donde la esperaba su señora, llevándole los canapés y constatando que Elisabetta todavía quería divertirse un rato más con aquel hombre. Le pidió permiso para ir al lavabo y desapareció del jardín entrando en la mansión por la puerta del servicio y corriendo hacia la biblioteca cinco minutos después.
Llegó con el resuello perdido de darse tanta prisa y evitar a la bruja de la inglesa, había cogido un paño húmedo de la cocina y un poco de zumo de limón, con lo que solían quitar odas las manchas. Estaba tan agobiada por la posibilidad de perder el trabajo justo ahora que le habían dicho lo que le sucedía a Elaine y lo caras que eran las medicinas, que no se había fijado en lo apuesto que era el italiano, ni del efecto magnético que ejercía sobre todas las damas.
— Discúlpeme, no fue mi intención de ninguna de las maneras y no sabe lo mal que me siento por haberle ocasionado tantas molestias… Si me deja la chaqueta le quitaré la mancha.— Su gesto era realmente afectado, porque sabía lo que se jugaba. Y por otro lado si no aparecía pronto en el jardín junto a Elisabetta tendría que explicar alguna cosa. Subiría a su aposento en busca de la sombrilla para que no le diera el sol. Sí, esa excusa sería buena para haberse ido momentáneamente.
Miss Harrington buscó con su olfato de perro sabueso el rastro de Brianna y al no verla frunció el ceño. Si Elisabetta la había mandado a por algo como argucia para quedarse sola con el caballero, eso no era apropiado y Brianna debía saberlo, así que la bronca se la iba a llevar igual. La vieja bruja mandó a otra criada a “molestar” a la pareja y fue hacia las cocinas, pero la interceptaron antes Donatella y Alberico, los criados de los marqueses diciéndole que iban a empezar los juegos al aire libre y los caballeros irían a la partida de caza, que los caballos ya estaban preparados y las rehalas de perros se escuchaban de lejos con sus ladridos penetrantes.
Así pues, todo estaba a punto para que empezasen las primeras actividades de la fiesta de cumpleaños.
Abrió los ojos presa de la sorpresa y el horror y alargó la mano en un intento desesperado de limpiar aquella catástrofe.
—¡Ay! lo siento! le pido mil perdones caballero, lo siento de verdad, no lo vi… disculpe mi torpeza…— Miró alrededor agobiada por si veía a la inglesa estirada. La localizó al lado de los músicos supervisando algo. Inconscientemente agarró con ambas manos el antebrazo del italiano y lo miró con gesto de súplica surcado de verdadera preocupación. — Por favor…no se lo diga al ama de llaves, no puedo perder este trabajo, se suplico. ¿Puede esperarme en la biblioteca? iré en cuanto mi señora me dé permiso y me ocuparé de su mancha.
Suponía que no habría nadie allí, con el buen día que hacía y las actividades planeadas para esa fiesta. Se dirigió hacia donde la esperaba su señora, llevándole los canapés y constatando que Elisabetta todavía quería divertirse un rato más con aquel hombre. Le pidió permiso para ir al lavabo y desapareció del jardín entrando en la mansión por la puerta del servicio y corriendo hacia la biblioteca cinco minutos después.
Llegó con el resuello perdido de darse tanta prisa y evitar a la bruja de la inglesa, había cogido un paño húmedo de la cocina y un poco de zumo de limón, con lo que solían quitar odas las manchas. Estaba tan agobiada por la posibilidad de perder el trabajo justo ahora que le habían dicho lo que le sucedía a Elaine y lo caras que eran las medicinas, que no se había fijado en lo apuesto que era el italiano, ni del efecto magnético que ejercía sobre todas las damas.
— Discúlpeme, no fue mi intención de ninguna de las maneras y no sabe lo mal que me siento por haberle ocasionado tantas molestias… Si me deja la chaqueta le quitaré la mancha.— Su gesto era realmente afectado, porque sabía lo que se jugaba. Y por otro lado si no aparecía pronto en el jardín junto a Elisabetta tendría que explicar alguna cosa. Subiría a su aposento en busca de la sombrilla para que no le diera el sol. Sí, esa excusa sería buena para haberse ido momentáneamente.
Miss Harrington buscó con su olfato de perro sabueso el rastro de Brianna y al no verla frunció el ceño. Si Elisabetta la había mandado a por algo como argucia para quedarse sola con el caballero, eso no era apropiado y Brianna debía saberlo, así que la bronca se la iba a llevar igual. La vieja bruja mandó a otra criada a “molestar” a la pareja y fue hacia las cocinas, pero la interceptaron antes Donatella y Alberico, los criados de los marqueses diciéndole que iban a empezar los juegos al aire libre y los caballeros irían a la partida de caza, que los caballos ya estaban preparados y las rehalas de perros se escuchaban de lejos con sus ladridos penetrantes.
Así pues, todo estaba a punto para que empezasen las primeras actividades de la fiesta de cumpleaños.
Brianna de Montreil- Licántropo/Realeza
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Re: Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
Atesorar cada segundo,
Como si fuese el último.
Todo ocurrió tan rápido al igual que tal como llegó a la fiesta. Apenas se había encontrado con un par de personas de la familia cuando aquel inoportuno accidente le detuvo en la búsqueda de Elisabetta. La mancha no estaba muy extendida pero se encontraba muy a la vista. Se dejó llevar por ella sin entender, esperaba que aquella mancha saliese lo antes posible y no calase en la tela. Suspiró largamente en la habitación, observando con fastidio la mancha. Ese era uno de los trajes con los que más cómodo se sentía por no decir, el más elegante que conservaba… todos los demás, a saber dónde estuviesen.
Y ahora, estaba en la biblioteca y no en el jardín donde pronto comenzarían aquellos juegos tan entretenidos y de los que siempre solía disfrutar de buena gana. Cuando la joven apareció, suspiró esperando que aquello desapareciese pero no iba a ser tan fácil. Siseó para que se tranquilizase, al contrario que ella, estaba tranquilo y paciente. Se levantó para quitarse la chaqueta y ofrecérsela.
-Señorita, por favor, tranquilícese que si no es cuando la mancha no saldrá -le observó en silencio , estaba de lo más apurada y eso en parte le hizo gracia. Se echó a reír de lo más divertido, seguramente la incomodaría y no era para menos… ese hombre podía ser de lo más irritante a veces -La inglesa esa no para de hacer de sabueso para haceros la vida imposible ¿cierto? Cualquier fallo, lo que sea…seguramente esté ahí al acecho -no estaban en un lugar muy oculto, cualquiera podría entrar y pillarlos desprevenidos por lo que se le ocurrió algo -La inglesa no tardará en acudir al jardín con los demás, los juegos suelen tener mucha expectación y sobre todo ella estará pendiente pero no podemos arriesgarnos, déjelo…démela tal como esté
Le tendió la mano esperando que se la diese. Sus ojos verdes se clavaron en la joven, esperaba que le devolviese la mirada, insistía en ello y cuando fue así, le sonrió de forma sincera con cierto toque pícaro por lo que acababa de pasar.
-No me chivaré si… me indica dónde se realizan los juegos. ¡Qué despistado! Me he perdido y no sé el camino -sonrió divertido, esperando que entendiese lo que pretendía, si ella le llevaba hasta ellos podía al menos no delatarla y salvarla de aquel castigo infundido por esa mujer -Vamos, nos lo perderemos. Grazzie por quitarme la mancha, a Betta no le gustan mucho y lo sabe ¿es su mujer de confianza? Me lo imaginé , simplemente… sobre todo, porque a esa inglesa… le importa más el bienestar de la persona que sirve a su señorita que ella misma -
Se dirigió a la puerta, esperando que ella le indicase el camino. En el jardín, los criados y los señores se mezclaban para disfrutar del espectáculo, sería perfecto, una oportunidad única.
-Soy el señor Gianetti, Éferon Gianetti y… tengo el regalo escondido, mancharía mucho más que el paté… ¿se imagina lo que es? Un rico vino italiano ¿lo ha probado alguna vez? -no, no era como uno de esos señoritos, él era más jovial y atrevido.
Como si fuese el último.
Todo ocurrió tan rápido al igual que tal como llegó a la fiesta. Apenas se había encontrado con un par de personas de la familia cuando aquel inoportuno accidente le detuvo en la búsqueda de Elisabetta. La mancha no estaba muy extendida pero se encontraba muy a la vista. Se dejó llevar por ella sin entender, esperaba que aquella mancha saliese lo antes posible y no calase en la tela. Suspiró largamente en la habitación, observando con fastidio la mancha. Ese era uno de los trajes con los que más cómodo se sentía por no decir, el más elegante que conservaba… todos los demás, a saber dónde estuviesen.
Y ahora, estaba en la biblioteca y no en el jardín donde pronto comenzarían aquellos juegos tan entretenidos y de los que siempre solía disfrutar de buena gana. Cuando la joven apareció, suspiró esperando que aquello desapareciese pero no iba a ser tan fácil. Siseó para que se tranquilizase, al contrario que ella, estaba tranquilo y paciente. Se levantó para quitarse la chaqueta y ofrecérsela.
-Señorita, por favor, tranquilícese que si no es cuando la mancha no saldrá -le observó en silencio , estaba de lo más apurada y eso en parte le hizo gracia. Se echó a reír de lo más divertido, seguramente la incomodaría y no era para menos… ese hombre podía ser de lo más irritante a veces -La inglesa esa no para de hacer de sabueso para haceros la vida imposible ¿cierto? Cualquier fallo, lo que sea…seguramente esté ahí al acecho -no estaban en un lugar muy oculto, cualquiera podría entrar y pillarlos desprevenidos por lo que se le ocurrió algo -La inglesa no tardará en acudir al jardín con los demás, los juegos suelen tener mucha expectación y sobre todo ella estará pendiente pero no podemos arriesgarnos, déjelo…démela tal como esté
Le tendió la mano esperando que se la diese. Sus ojos verdes se clavaron en la joven, esperaba que le devolviese la mirada, insistía en ello y cuando fue así, le sonrió de forma sincera con cierto toque pícaro por lo que acababa de pasar.
-No me chivaré si… me indica dónde se realizan los juegos. ¡Qué despistado! Me he perdido y no sé el camino -sonrió divertido, esperando que entendiese lo que pretendía, si ella le llevaba hasta ellos podía al menos no delatarla y salvarla de aquel castigo infundido por esa mujer -Vamos, nos lo perderemos. Grazzie por quitarme la mancha, a Betta no le gustan mucho y lo sabe ¿es su mujer de confianza? Me lo imaginé , simplemente… sobre todo, porque a esa inglesa… le importa más el bienestar de la persona que sirve a su señorita que ella misma -
Se dirigió a la puerta, esperando que ella le indicase el camino. En el jardín, los criados y los señores se mezclaban para disfrutar del espectáculo, sería perfecto, una oportunidad única.
-Soy el señor Gianetti, Éferon Gianetti y… tengo el regalo escondido, mancharía mucho más que el paté… ¿se imagina lo que es? Un rico vino italiano ¿lo ha probado alguna vez? -no, no era como uno de esos señoritos, él era más jovial y atrevido.
Éferon Gianetti- Prostituto Clase Alta
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Re: Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
Me llamo Brianna y soy la ayuda de cámara de la señorita Elisabetta.— Contestó la joven tratando de frotar la mancha lo máximo que pudo hasta sacar parte de ella, pero no toda.— Está bien, si quiere usted participar en los juegos con la mancha incluida, deberíamos ir ya, o se quedará atrás. Puede traerme luego la chaqueta y con gusto le quitaré el estropicio.
Le tendió la prenda levantando los ojos y suspirando.— gracias por no delatarme, Miss Harrington es muy buena ama de llaves, pero muy severa, ya lo puede usted imaginar.
Caminó unos pasos hacia la ventana y observó el trajín que había cerca de las caballerizas.— Vamos, dese prisa, sígame.— Atajó por un pasadizo interior, de esos ocultos que utilizaba el servicio para llegar a todas las áreas de la casa, y salieron por el invernadero que daba casi a los establos.
— No debería cargar usted con la botella de vino, como se le caiga del caballo adiós regalo. Y sobre todo si es de las añadas del 64 de la Toscana.— No sabía si su vino sería de la Toscana o de la región de Emilia, pero eran los mejores vinos del siglo pasado, todo el mundo que se hubiera movido en esos ambientes sabía eso.— Ehm… mi padre tenía una bodega, he probado alguno.— No dio más datos para no levantar sospechas.
En el jardín ya se habían aglomerado todos los invitados que iban a formar parte de los juegos. Los caballeros iban a cazar unos zorros con una rehala de perros y las damas iban a disfrutar de unos juegos al aire libre como el cricket y similar. Toda la familia Castelgandolfo se encontraba allí reunida.
—Tengo que irme y… disculpe de nuevo las molestias señor Gianetti.— le dijo al italiano, notando un gran alivio cuando se escabulló. ¿El alivio era por alejarse del problema que le podría causar con Miss Harrington? ¿o porque esas miradas quemaban y removían cosas por dentro? Sacudió la cabeza para sacarse esos pensamientos del cerebro y se colocó tras Elisabetta haciéndole saber que ya estaba allí, y abriendo el paraguas de delicado encaje ara que su ama se protegiese del sol. La inglesa iba derecha a ella a empezar a descargar la tormenta de rayos, pero cuando la vio con el paraguas torció el gesto y se detuvo. Brianna le sostuvo la mirada un instante y a continuación siguió hablando con su señora, recomendándole que no se expusiese al sol. La vieja bruja puso gesto de bulldog masticando avispas, pero no se quedó del todo conforme. Ya la pillaría en alguna falta en otra ocasión, por el momento se libraba.
Elisabetta reconoció a Éferon y soltó una exclamación, corriendo hacia él.
— ¡¡¡Éferon!!! no te había visto!! deberías haber venido a saludarme!! hace ya…¿cuánto? ¿cinco años? que no te veía. Estás igual que siempre!!.— Pero ella no lo estaba, había crecido y era una mujercita muy guapa, con la belleza de su madre y el carácter jovial y dicharachero de su padre. De hecho se le lanzó al cuello a darle un abrazo. Había jugando juntos de pequeños y Gianluca y él la hacían rabiar a menudo. Pero ya no eran niños, y las tornas habían cambiado mucho desde entonces.
La inglesa torció el morro por esa reacción tan poco apropiada de la joven y fulminó con la mirada a Brianna, que se apresuró a acercarse a su señora y carraspear.
Le tendió la prenda levantando los ojos y suspirando.— gracias por no delatarme, Miss Harrington es muy buena ama de llaves, pero muy severa, ya lo puede usted imaginar.
Caminó unos pasos hacia la ventana y observó el trajín que había cerca de las caballerizas.— Vamos, dese prisa, sígame.— Atajó por un pasadizo interior, de esos ocultos que utilizaba el servicio para llegar a todas las áreas de la casa, y salieron por el invernadero que daba casi a los establos.
— No debería cargar usted con la botella de vino, como se le caiga del caballo adiós regalo. Y sobre todo si es de las añadas del 64 de la Toscana.— No sabía si su vino sería de la Toscana o de la región de Emilia, pero eran los mejores vinos del siglo pasado, todo el mundo que se hubiera movido en esos ambientes sabía eso.— Ehm… mi padre tenía una bodega, he probado alguno.— No dio más datos para no levantar sospechas.
En el jardín ya se habían aglomerado todos los invitados que iban a formar parte de los juegos. Los caballeros iban a cazar unos zorros con una rehala de perros y las damas iban a disfrutar de unos juegos al aire libre como el cricket y similar. Toda la familia Castelgandolfo se encontraba allí reunida.
—Tengo que irme y… disculpe de nuevo las molestias señor Gianetti.— le dijo al italiano, notando un gran alivio cuando se escabulló. ¿El alivio era por alejarse del problema que le podría causar con Miss Harrington? ¿o porque esas miradas quemaban y removían cosas por dentro? Sacudió la cabeza para sacarse esos pensamientos del cerebro y se colocó tras Elisabetta haciéndole saber que ya estaba allí, y abriendo el paraguas de delicado encaje ara que su ama se protegiese del sol. La inglesa iba derecha a ella a empezar a descargar la tormenta de rayos, pero cuando la vio con el paraguas torció el gesto y se detuvo. Brianna le sostuvo la mirada un instante y a continuación siguió hablando con su señora, recomendándole que no se expusiese al sol. La vieja bruja puso gesto de bulldog masticando avispas, pero no se quedó del todo conforme. Ya la pillaría en alguna falta en otra ocasión, por el momento se libraba.
Elisabetta reconoció a Éferon y soltó una exclamación, corriendo hacia él.
— ¡¡¡Éferon!!! no te había visto!! deberías haber venido a saludarme!! hace ya…¿cuánto? ¿cinco años? que no te veía. Estás igual que siempre!!.— Pero ella no lo estaba, había crecido y era una mujercita muy guapa, con la belleza de su madre y el carácter jovial y dicharachero de su padre. De hecho se le lanzó al cuello a darle un abrazo. Había jugando juntos de pequeños y Gianluca y él la hacían rabiar a menudo. Pero ya no eran niños, y las tornas habían cambiado mucho desde entonces.
La inglesa torció el morro por esa reacción tan poco apropiada de la joven y fulminó con la mirada a Brianna, que se apresuró a acercarse a su señora y carraspear.
Brianna de Montreil- Licántropo/Realeza
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Re: Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
Empiezan los juegos…
Descubrámonos.
El nombre de la doncella junto con el de Elisabetta en la misma frase, no podía ser bueno. Obvio que perteneciera al servicio de aquella familia pero…¿tan cercana a Elisabetta? No tenía porqué suponer un problema pero de igual modo, chasqueó la lengua más visiblemente sorprendido que otra cosa.
-Grazzie por su empeño en eliminar la mancha, sirvió para al menos conoceros -una media sonrisa acompañada de la mirada intensa esmeralda que le dedicó antes de seguir sus pasos, no sin antes secundar las palabras de la joven - Supone bien, a esa mujer no se le escapa ni una , menos cuando aparezco en escena… se olvidará de dónde se encuentra usted, téngalo por seguro -
Echó una mirada de reojo hacia su abrigo, ¿sería o no el vino dicho por la muchacha? A eso, solo sonrió, dejando la respuesta en el aire, dudaba que se le cayese…cuando se trataba de vinos, era el ser más cuidadoso y precavido para que no terminase en el suelo, desparramado como un líquido cualquiera cuando era una delicia para el paladar.
-Estoy seguro que nunca ha probado un vino como el que custodio, le prometo una cata a lo largo de la noche siempre y cuando usted esté dispuesta a aceptar -apenas unos minutos y surgió todo muy deprisa, demasiado pues la conversación se había quedado en el aire y sustituida por el grito de su más que apreciada amiga Elisabetta -Lili -sonrió ampliamente el italiano, devolviendo el abrazo y tomando ambas manos, las cuales besó cordialmente sin perder su mirada…siempre tan atento -No te encontraba. Sí, cinco largos y tranquilos años sin oír tu voz -se inclinó hacia ella, Brianna también pudo oírlo pues no estaba tan alejada de ambos -Sin oír tu voz chillona y chirriante. -bromeó dejando un beso en la mejilla de la joven quien seguramente se olvidaría de aquel no afortunado cumplido.
No perdió tiempo, sus ojos verdes, recorrieron sin ningún pudor a Elisabetta, mostrando una sonrisa de medio lado de lo mas provocadora. El carraspeo de Brianna, le hizo casi separarse sin levantar ninguna sospecha, tampoco quería dar problemas a su vieja amiga.
-Lili, te vas a perder los juegos con los que te gustan. Tengo que darle el regalo a Gianluca. Te veo después, tenemos que ponernos al día, discúlpame…y ¿sabría dónde está el señor? - sus orbes verdes se clavaron en Brianna, Elisabetta aceleró el paso porque empezaban los juegos y se los perdería…olvidándose de todos los que se encontraban en el jardín. Se esperó, caminando hacia atrás, en sus pasos hasta quedar a la altura de la doncella -Es la hora de catar el vino, Gianluca ha perdido su oportunidad y sabe que luego estará muy ocupado con según qué visitas… ¿jugamos? A ver si adivina de qué cosecha es porque… no acertó , de momento ¿acepta? Elisabetta estará más que ocupada, ya está la inglesa tras ella para que no haga ninguna tontería.
Descubrámonos.
El nombre de la doncella junto con el de Elisabetta en la misma frase, no podía ser bueno. Obvio que perteneciera al servicio de aquella familia pero…¿tan cercana a Elisabetta? No tenía porqué suponer un problema pero de igual modo, chasqueó la lengua más visiblemente sorprendido que otra cosa.
-Grazzie por su empeño en eliminar la mancha, sirvió para al menos conoceros -una media sonrisa acompañada de la mirada intensa esmeralda que le dedicó antes de seguir sus pasos, no sin antes secundar las palabras de la joven - Supone bien, a esa mujer no se le escapa ni una , menos cuando aparezco en escena… se olvidará de dónde se encuentra usted, téngalo por seguro -
Echó una mirada de reojo hacia su abrigo, ¿sería o no el vino dicho por la muchacha? A eso, solo sonrió, dejando la respuesta en el aire, dudaba que se le cayese…cuando se trataba de vinos, era el ser más cuidadoso y precavido para que no terminase en el suelo, desparramado como un líquido cualquiera cuando era una delicia para el paladar.
-Estoy seguro que nunca ha probado un vino como el que custodio, le prometo una cata a lo largo de la noche siempre y cuando usted esté dispuesta a aceptar -apenas unos minutos y surgió todo muy deprisa, demasiado pues la conversación se había quedado en el aire y sustituida por el grito de su más que apreciada amiga Elisabetta -Lili -sonrió ampliamente el italiano, devolviendo el abrazo y tomando ambas manos, las cuales besó cordialmente sin perder su mirada…siempre tan atento -No te encontraba. Sí, cinco largos y tranquilos años sin oír tu voz -se inclinó hacia ella, Brianna también pudo oírlo pues no estaba tan alejada de ambos -Sin oír tu voz chillona y chirriante. -bromeó dejando un beso en la mejilla de la joven quien seguramente se olvidaría de aquel no afortunado cumplido.
No perdió tiempo, sus ojos verdes, recorrieron sin ningún pudor a Elisabetta, mostrando una sonrisa de medio lado de lo mas provocadora. El carraspeo de Brianna, le hizo casi separarse sin levantar ninguna sospecha, tampoco quería dar problemas a su vieja amiga.
-Lili, te vas a perder los juegos con los que te gustan. Tengo que darle el regalo a Gianluca. Te veo después, tenemos que ponernos al día, discúlpame…y ¿sabría dónde está el señor? - sus orbes verdes se clavaron en Brianna, Elisabetta aceleró el paso porque empezaban los juegos y se los perdería…olvidándose de todos los que se encontraban en el jardín. Se esperó, caminando hacia atrás, en sus pasos hasta quedar a la altura de la doncella -Es la hora de catar el vino, Gianluca ha perdido su oportunidad y sabe que luego estará muy ocupado con según qué visitas… ¿jugamos? A ver si adivina de qué cosecha es porque… no acertó , de momento ¿acepta? Elisabetta estará más que ocupada, ya está la inglesa tras ella para que no haga ninguna tontería.
Éferon Gianetti- Prostituto Clase Alta
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Re: Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
Brianna se apresuró a disculparse, porque de ninguna manera podía abandonar a su señora. — Discúlpeme señor Gianetti, pero me temo que debo declinar su amable ofrecimiento. Tengo que atender a mi señora en todo lo que necesite, que no es poco. Y ese vino no debería desperdiciarlo con la servidumbre, mejor compártalo con su legítimo destinatario. Creo que el señor Gianluca acaba de montar su caballo para la caza. Si quiere deme la botella, yo le guardo el vino cuando regresen.
Extendió las manos hacia delante, presta a recoger tan precioso regalo y a ponerlo a buen recaudo, porque no se perdonaría que esa botella acabase en manos del borrachín del mayordomo.
Los hombres partieron a la partida de caza, y las mujeres acudieron a los juegos del jardín, que consistían en hacer pasar unas pelotas por unos aros, o correr una especia de carrera para ganar un pañuelo. Se divirtieron por espacio de dos horas o tres y un rato antes de la comida, se retiraron a refrescarse. Sucedió lo mismo con los hombres, cuando regresaron, la mayoría fue a lavarse y cambiarse. Gianluca había puesto al día a Éferon, cabalgando a su lado todo el tiempo y riendo, compartiendo anécdotas y recuerdos.
—¡Ah! esa última zorra ha sido escurridiza eh? casi como las mujeres…jajajajaja.— se refería obviamente al animal que habían cazado pero las bromas entre amigos estaban permitidas, era su cumpleaños y sólo quería divertirse.— No has traido mudas!! ve a mi vestidor, y que mi criado te de ropas limpias, no querrás presentarte así a la comida… hay mucha soltera pudiente a la que echarle el ojo. Mi padre me ha estado comiendo la cabeza dos meses con la hija del conde de Brigadiers. Así, entre tú y yo…tiene tanta nobleza como fealdad. No he visto criatura más fea en años. Tú también deberías aprovechar…que ya vamos teniendo una edad. ¿Has visto a Fleurine d’Anjolene? ésa si que es buen partido. Viuda de treinta años, de muy buen ver, experimentada… ya me entiendes. Y con todo el dinero de su marido. Haríais buena pareja.
Gianluca lo conocía bien, y sabía que Éferon no era una hermanita de la caridad. Brianna peinó a Elisabetta y la ayudó a vestirse esta vez con un bonito conjunto de corsé azul y falda plata de dos piezas, el rojo lo dejarían para la noche. Llevaba al cuello los zafiros de su madre, que resplandecían en su piel de color caramelo. Aparecieron en el saloncete previo al gran comedor, y muchas de las mujeres allí presentes elogiaron a Elisabetta, bien porque era la hija del anfitrión, o bien porque de verdad se los merecía, era una muchacha realmente hermosa que sabía sacarse partido sin resultar demasiado recatada ni evidente. Aunque eso era más bien responsabilidad de Brianna, que sabía encontrar el punto justo de buen gusto. Los invitados pasaron al comedor y el servicio se retiró, porque el comedor y la cocina tenían a sus propios criados.
Durante la comida que iba a durar dos horas, el servicio personal podía descansar, así que Brianna comió algo rápido en la cocina y fue a relajarse un poco. Se tumbó en un banco de piedra en el invernadero, que a esas horas estaba desierto, escuchando el rumor del agua de una pequeña fuente en la que había un querubín sujetando una caracola por la que salía el chorro de agua. Estaba muy, muy cansada. La noche en vela cuidando de la pequeña Elaine y el trajín de la fiesta la habían dejado hecha polvo. En algún momento cerró los ojos y se durmió, su mente necesitaba desconectar por unos minutos.
Extendió las manos hacia delante, presta a recoger tan precioso regalo y a ponerlo a buen recaudo, porque no se perdonaría que esa botella acabase en manos del borrachín del mayordomo.
Los hombres partieron a la partida de caza, y las mujeres acudieron a los juegos del jardín, que consistían en hacer pasar unas pelotas por unos aros, o correr una especia de carrera para ganar un pañuelo. Se divirtieron por espacio de dos horas o tres y un rato antes de la comida, se retiraron a refrescarse. Sucedió lo mismo con los hombres, cuando regresaron, la mayoría fue a lavarse y cambiarse. Gianluca había puesto al día a Éferon, cabalgando a su lado todo el tiempo y riendo, compartiendo anécdotas y recuerdos.
—¡Ah! esa última zorra ha sido escurridiza eh? casi como las mujeres…jajajajaja.— se refería obviamente al animal que habían cazado pero las bromas entre amigos estaban permitidas, era su cumpleaños y sólo quería divertirse.— No has traido mudas!! ve a mi vestidor, y que mi criado te de ropas limpias, no querrás presentarte así a la comida… hay mucha soltera pudiente a la que echarle el ojo. Mi padre me ha estado comiendo la cabeza dos meses con la hija del conde de Brigadiers. Así, entre tú y yo…tiene tanta nobleza como fealdad. No he visto criatura más fea en años. Tú también deberías aprovechar…que ya vamos teniendo una edad. ¿Has visto a Fleurine d’Anjolene? ésa si que es buen partido. Viuda de treinta años, de muy buen ver, experimentada… ya me entiendes. Y con todo el dinero de su marido. Haríais buena pareja.
Gianluca lo conocía bien, y sabía que Éferon no era una hermanita de la caridad. Brianna peinó a Elisabetta y la ayudó a vestirse esta vez con un bonito conjunto de corsé azul y falda plata de dos piezas, el rojo lo dejarían para la noche. Llevaba al cuello los zafiros de su madre, que resplandecían en su piel de color caramelo. Aparecieron en el saloncete previo al gran comedor, y muchas de las mujeres allí presentes elogiaron a Elisabetta, bien porque era la hija del anfitrión, o bien porque de verdad se los merecía, era una muchacha realmente hermosa que sabía sacarse partido sin resultar demasiado recatada ni evidente. Aunque eso era más bien responsabilidad de Brianna, que sabía encontrar el punto justo de buen gusto. Los invitados pasaron al comedor y el servicio se retiró, porque el comedor y la cocina tenían a sus propios criados.
Durante la comida que iba a durar dos horas, el servicio personal podía descansar, así que Brianna comió algo rápido en la cocina y fue a relajarse un poco. Se tumbó en un banco de piedra en el invernadero, que a esas horas estaba desierto, escuchando el rumor del agua de una pequeña fuente en la que había un querubín sujetando una caracola por la que salía el chorro de agua. Estaba muy, muy cansada. La noche en vela cuidando de la pequeña Elaine y el trajín de la fiesta la habían dejado hecha polvo. En algún momento cerró los ojos y se durmió, su mente necesitaba desconectar por unos minutos.
Brianna de Montreil- Licántropo/Realeza
- Mensajes : 197
Fecha de inscripción : 10/04/2016
Localización : al lado del hombre al que ama
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Re: Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
Las casualidades ¿existen?
¿Tú qué crees?
No solía aceptar un no por respuesta pero en este caso, asintió y la dejó marchar poniendo a su disposición y cuidado aquella botella que seguramente, costase más de lo que cobrase en varios meses. Y como buen acompañante en el aniversario de su amigo de la infancia, le acompañó a caza, no es que fuese una de sus mejores habilidades y tampoco le agradaba de matar animales por simple diversión.
-Me cambiaré de ropa, nunca se sabe cuando puedes encontrar…-compartió con su amigo una sonrisa cómplice. Y la verdad, si asistía a todas las fiestas de Paris no era para otra cosa que encontrar la persona perfecta y adecuada, no valía cualquiera pues sus condiciones no eran las normales entre “compromisos y demás”. No buscaba otra cosa que una mujer que le proporcionase esa vida acomodada a la que siempre estuvo acostumbrado y… ¿por qué no? tapar esos agujeros que heredó de su padre.
Tras dejar el caballo, se dispuso a ir a cambiarse. Su ropa prácticamente desapareció de la silla en la que la dejó, la dejarían mejor de cómo la había lucido en esa mañana. El traje que dispusieron para él, le quedaba como un guante. Gris perla con adornos bordados en tonos verdes, a juego con aquella mirada gatuna. La casa de los marqueses era tan grande que le costaba aún acostumbrarse a los infinitos pasillos, las escaleras que daban a cualquier lugar de la casa menos al que deseabas ir y…eso mismo le pasó, se perdió.
Suspiró largamente al comprobar que no encontraba a nadie por las escaleras en donde había bajado. Intentó visualizar alguna salida que diese al gran salón donde se celebraba la cena, ¿dónde se encontraba la gente? no oía nada, el número de personas invitadas a la cena era elevado y entonces ¿por qué no escuchaba ningún murmullo, ni barullo? Decidió ir por las escaleras del fondo, un nuevo error…pues acababa de aparecer en el jardín trasero, totalmente desierto.
-¿Esta casa es que no tiene guías? -se echó a reír, revolviéndose el cabello. Al menos disfrutaría del aire fresco de la noche, no era fumador habitual pero de cuando en cuando, un pequeño puro le llenaba de paz y tranquilidad. Se palpó los bolsillos, encontrando su pequeña caja de plata. Con el puro en los labios, comenzó a caminar sin rumbo, iba a ser larga la noche y debía coger fuerzas para lo que le esperaba allá arriba.
Curioso que en su paseo, encontrase algo de lo más divertido. la reconoció al instante, rió por lo bajo, si estaba ahí era porque la sabueso la dejó en paz y la señorita estaba muy ocupada en recibir cumplidos y coqueteando. Carraspeó, sentándose a su lado, observando la noche estrellada, un digno paisaje que se mostraba a ambos como un lienzo inacabado.
-Bonito lugar para echar una cabezada pero mi plan era mucho mejor que este y lo sabe. Espero que mi botella llegue a buen puerto -tomó el cigarrillo, dejándolo entre sus dedos, aún sin encender…se lo estaba pensando y muy bien -Espero que la mancha haya salido si no…tendré que chivarme a esa mujer, no le gustará saber que ha sido descuidada -la miró de reojo, mostrando una sonrisa de lo más divertida -O puedo irme pero… no sé ir al salón principal -alzó ambas manos, a modo de “culpable”.
¿Tú qué crees?
No solía aceptar un no por respuesta pero en este caso, asintió y la dejó marchar poniendo a su disposición y cuidado aquella botella que seguramente, costase más de lo que cobrase en varios meses. Y como buen acompañante en el aniversario de su amigo de la infancia, le acompañó a caza, no es que fuese una de sus mejores habilidades y tampoco le agradaba de matar animales por simple diversión.
-Me cambiaré de ropa, nunca se sabe cuando puedes encontrar…-compartió con su amigo una sonrisa cómplice. Y la verdad, si asistía a todas las fiestas de Paris no era para otra cosa que encontrar la persona perfecta y adecuada, no valía cualquiera pues sus condiciones no eran las normales entre “compromisos y demás”. No buscaba otra cosa que una mujer que le proporcionase esa vida acomodada a la que siempre estuvo acostumbrado y… ¿por qué no? tapar esos agujeros que heredó de su padre.
Tras dejar el caballo, se dispuso a ir a cambiarse. Su ropa prácticamente desapareció de la silla en la que la dejó, la dejarían mejor de cómo la había lucido en esa mañana. El traje que dispusieron para él, le quedaba como un guante. Gris perla con adornos bordados en tonos verdes, a juego con aquella mirada gatuna. La casa de los marqueses era tan grande que le costaba aún acostumbrarse a los infinitos pasillos, las escaleras que daban a cualquier lugar de la casa menos al que deseabas ir y…eso mismo le pasó, se perdió.
Suspiró largamente al comprobar que no encontraba a nadie por las escaleras en donde había bajado. Intentó visualizar alguna salida que diese al gran salón donde se celebraba la cena, ¿dónde se encontraba la gente? no oía nada, el número de personas invitadas a la cena era elevado y entonces ¿por qué no escuchaba ningún murmullo, ni barullo? Decidió ir por las escaleras del fondo, un nuevo error…pues acababa de aparecer en el jardín trasero, totalmente desierto.
-¿Esta casa es que no tiene guías? -se echó a reír, revolviéndose el cabello. Al menos disfrutaría del aire fresco de la noche, no era fumador habitual pero de cuando en cuando, un pequeño puro le llenaba de paz y tranquilidad. Se palpó los bolsillos, encontrando su pequeña caja de plata. Con el puro en los labios, comenzó a caminar sin rumbo, iba a ser larga la noche y debía coger fuerzas para lo que le esperaba allá arriba.
Curioso que en su paseo, encontrase algo de lo más divertido. la reconoció al instante, rió por lo bajo, si estaba ahí era porque la sabueso la dejó en paz y la señorita estaba muy ocupada en recibir cumplidos y coqueteando. Carraspeó, sentándose a su lado, observando la noche estrellada, un digno paisaje que se mostraba a ambos como un lienzo inacabado.
-Bonito lugar para echar una cabezada pero mi plan era mucho mejor que este y lo sabe. Espero que mi botella llegue a buen puerto -tomó el cigarrillo, dejándolo entre sus dedos, aún sin encender…se lo estaba pensando y muy bien -Espero que la mancha haya salido si no…tendré que chivarme a esa mujer, no le gustará saber que ha sido descuidada -la miró de reojo, mostrando una sonrisa de lo más divertida -O puedo irme pero… no sé ir al salón principal -alzó ambas manos, a modo de “culpable”.
Éferon Gianetti- Prostituto Clase Alta
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Re: Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
Brianna dio un respingo cuando lo escuchó hablar tan cerca, se había quedado traspuesta unos minutos y al incorporarse de golpe se fue al suelo, porque el banco de piedra no era precisamente muy grande ni muy cómodo.
—¡Ay! lo siento...sólo estaba descansando los ojos y... ¡me ha asustado!.— Se levantó rauda y se sacudió la falda y los codos del corpiño que estaban ahora un poco blanquecinos. Como gesto automatizado, se llevó las manos al pelo, que etsaba recogido en un tirante moño, y descubrió que tenía guedejas de pelo sueltas, al haber estado tumbada y posteriormente rodar al suelo. Trató de acomodarlas tras las orejas, pues no tenía tiempo de ir a peinarse de nuevo y colocar las horquillas en su sitio. Aquel hombre la ponía nerviosa.
A juzgar por su relación con los Castelgandolfo y sus ropas y vinos, diría que tenía origen noble, pero no mucho dinero. Al menos ya tenía más que ella, que había perdido ambas cosas. Carraspeó y se retorció las manos un instante, pensativa.
— Por favor no le diga nada a Miss Harrington...¡Ah! está usted bromeando.— dejó escapar un suspiro.—Discúlpeme señor Gianetti, pero me veo en la obligación de advertirle. No es costumbre en esta casa que los señores vayan tras el servicio... por favor, no se ofenda, no digo que usted fuera a hacerlo. Pero las malas lenguas podrían decir tal cosa si le ven aquí conmigo y no quisiera causarle un problema. Vamos, le indicaré cómo llegar al salón principal y yo volveré a mis labores.
No sabía de qué otra forma decirle que no quería acortar la distancia, primero porque su clase social ahora era la que era, y segundo porque ya sabía lo que eran las promesas huecas y el capricho de un señorito. Sabía la amargura que podía llevar a lomos.
—El señor Gianluca estará encantado de compartir con usted el banquete, y seguro que la señorita Elisabetta también.
Brianna era discreta, comedida, educada y huidiza como un perro de caza. No podía permitirse flaquear ni un sólo segundo, y sin embargo era humana y erraba, y se hastiaba, y desesperaba. Pero sencillamente no le estaba permitido rendirse, y para ello necesitaba poner todo el foco de atención en los necesario: ostentar un buen trabajo para poder mantener a su madre y a Elaine. En aquellos ojos tan grandes había una mezcla de luz y abnegación bastante curiosa. Alguien de su edad y su educación, con sus modales y su elegancia natural, no debería estar sirviendo a señoritas caprichosas. Pero la vida daba reveses, y había aprendido a no fiarse de nadie dada su experiencia. Ahora no parecía haber luz al final del túnel, lo cual la dejaba más derrotada de lo que ya estaba. Pero no se rendiría; por Elaine, porque no, porque una vez soñó una vida llena de esperanzas. Ahora ya sabía que no iba a ser así, pero con lo que tenía iba a hacerlo lo mejor que pudiera, y esa niña se merecía su lucha, su agotamiento, su agobio y sus lágrimas cuando nadie miraba.
—¡Ay! lo siento...sólo estaba descansando los ojos y... ¡me ha asustado!.— Se levantó rauda y se sacudió la falda y los codos del corpiño que estaban ahora un poco blanquecinos. Como gesto automatizado, se llevó las manos al pelo, que etsaba recogido en un tirante moño, y descubrió que tenía guedejas de pelo sueltas, al haber estado tumbada y posteriormente rodar al suelo. Trató de acomodarlas tras las orejas, pues no tenía tiempo de ir a peinarse de nuevo y colocar las horquillas en su sitio. Aquel hombre la ponía nerviosa.
A juzgar por su relación con los Castelgandolfo y sus ropas y vinos, diría que tenía origen noble, pero no mucho dinero. Al menos ya tenía más que ella, que había perdido ambas cosas. Carraspeó y se retorció las manos un instante, pensativa.
— Por favor no le diga nada a Miss Harrington...¡Ah! está usted bromeando.— dejó escapar un suspiro.—Discúlpeme señor Gianetti, pero me veo en la obligación de advertirle. No es costumbre en esta casa que los señores vayan tras el servicio... por favor, no se ofenda, no digo que usted fuera a hacerlo. Pero las malas lenguas podrían decir tal cosa si le ven aquí conmigo y no quisiera causarle un problema. Vamos, le indicaré cómo llegar al salón principal y yo volveré a mis labores.
No sabía de qué otra forma decirle que no quería acortar la distancia, primero porque su clase social ahora era la que era, y segundo porque ya sabía lo que eran las promesas huecas y el capricho de un señorito. Sabía la amargura que podía llevar a lomos.
—El señor Gianluca estará encantado de compartir con usted el banquete, y seguro que la señorita Elisabetta también.
Brianna era discreta, comedida, educada y huidiza como un perro de caza. No podía permitirse flaquear ni un sólo segundo, y sin embargo era humana y erraba, y se hastiaba, y desesperaba. Pero sencillamente no le estaba permitido rendirse, y para ello necesitaba poner todo el foco de atención en los necesario: ostentar un buen trabajo para poder mantener a su madre y a Elaine. En aquellos ojos tan grandes había una mezcla de luz y abnegación bastante curiosa. Alguien de su edad y su educación, con sus modales y su elegancia natural, no debería estar sirviendo a señoritas caprichosas. Pero la vida daba reveses, y había aprendido a no fiarse de nadie dada su experiencia. Ahora no parecía haber luz al final del túnel, lo cual la dejaba más derrotada de lo que ya estaba. Pero no se rendiría; por Elaine, porque no, porque una vez soñó una vida llena de esperanzas. Ahora ya sabía que no iba a ser así, pero con lo que tenía iba a hacerlo lo mejor que pudiera, y esa niña se merecía su lucha, su agotamiento, su agobio y sus lágrimas cuando nadie miraba.
Brianna de Montreil- Licántropo/Realeza
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Re: Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
Los caminos luminosos no siempre,
te llevan a donde deseas.
Parpadeó cuando vio como la joven rodaba prácticamente por el suelo. Enseguida, se incorporó para ayudarla a levantarse, su caballerosidad ante todo, fuese quien fuese. Éferon, no solía tener tan en cuenta eso de “etiquetar” a las personas, por clases, belleza y cosas de ese tipo, no igual que Gianluca. El italiano no buscaba una esposa hermosa y florero, sí inteligente que supiese a lo que terminaría exponiéndose. Sin duda el tema monetario, su prioridad, no iba a mentir a dicha dama y a casarse con promesas que quizás no pudiese cumplir. Prefería ir con la verdad por delante y desde luego, Elisabetta sería el claro ejemplo de un buen matrimonio ¿el problema? Conocían su situación y lo ayudaban, solo eso… no para entregarles a la hija.
-Comprendo pero no iba detrás del servicio, me he perdido y os he encontrado -lo último lo susurró mirándola fijamente a los ojos, no pasó desapercibido que aquella joven quisiera evitar una especie de malentendido. Rió, risa que no pudo parecer más tentadora y provocadora. La siguió a cierta distancia, como justo eso debían ser “señor y servicio”. Se detuvo apenas unos metros de ella y cuando se detuvo, lo hizo a la vez para no sentirla incómoda, comprendía su situación y demás por lo que era mejor simplemente… no dirigirse de aquel modo a la sirvienta.
Tan observador, se percató en la forma de moverse, cómo caminaba, sus gestos y la elegancia con la que sin duda, hablaba por sí misma. Las criadas no solían comportarse como lo haría una señorita, en este caso, parecía que ambos habían intercambiado los papeles. Él, un travieso hombre que siempre acababa metido en líos de enaguas y que sin duda, tenía una condición de mujeriego intachable…aún así, las damas estaban más que encantadas por el simple hecho de hacerlas sentir bien, de ahí a que los rumores fuesen ciertos había un paso.
-He comido lo suficiente como para evitar el exceso, preferiría no comer demasiado. -murmuró caminando hacia la puerta del salón, no sería tan raro que estuviese pidiéndole cualquier cosa como un invitado, nada más -Descuide, no volveré a acercarme hasta que no me diga una cosa…¿por qué parece usted la señorita y ella la sirvienta? Vamos, sabe de que hablo, piénselo. No dejaré de molestarla, por así llamarlo hasta que no me diga porqué está aquí y no en esa mesa… -enarcó una ceja, entre abriendo la puerta no tardar en llegar a sus oídos aquel tono elevado con el que hablaban , ese jaleo del que ahora intentaba huir pero…debía quedarse a compartir lo del cumpleaños.
-Puede evitarme, negarlo, esconder lo evidente pero ambos sabemos lo que ocurre aquí. Se ha dado cuenta de que por muy elegante que vista y mis modales, no tengo tanto dinero como esta gente…o lo tenía, ¿y usted? -se encogió de hombros, comería un poco, esperaría al postre y…volvería al jardín para por fin fumarse el cigarrillo-Volveré a perderme por el jardín, necesito ese cigarrillo y si quiere puedo darle ese soplo de paz y relajación con tan solo darle una calada, tranquila…no se lo diré a esa señora y mantengo eso de ..la distancia. Siempre y cuando usted lo desee -hizo amago de volver dentro, ni él era como ellos, ni ella como todas las jóvenes del servicio, dos personas en un mundo que… no les correspondía.
te llevan a donde deseas.
Parpadeó cuando vio como la joven rodaba prácticamente por el suelo. Enseguida, se incorporó para ayudarla a levantarse, su caballerosidad ante todo, fuese quien fuese. Éferon, no solía tener tan en cuenta eso de “etiquetar” a las personas, por clases, belleza y cosas de ese tipo, no igual que Gianluca. El italiano no buscaba una esposa hermosa y florero, sí inteligente que supiese a lo que terminaría exponiéndose. Sin duda el tema monetario, su prioridad, no iba a mentir a dicha dama y a casarse con promesas que quizás no pudiese cumplir. Prefería ir con la verdad por delante y desde luego, Elisabetta sería el claro ejemplo de un buen matrimonio ¿el problema? Conocían su situación y lo ayudaban, solo eso… no para entregarles a la hija.
-Comprendo pero no iba detrás del servicio, me he perdido y os he encontrado -lo último lo susurró mirándola fijamente a los ojos, no pasó desapercibido que aquella joven quisiera evitar una especie de malentendido. Rió, risa que no pudo parecer más tentadora y provocadora. La siguió a cierta distancia, como justo eso debían ser “señor y servicio”. Se detuvo apenas unos metros de ella y cuando se detuvo, lo hizo a la vez para no sentirla incómoda, comprendía su situación y demás por lo que era mejor simplemente… no dirigirse de aquel modo a la sirvienta.
Tan observador, se percató en la forma de moverse, cómo caminaba, sus gestos y la elegancia con la que sin duda, hablaba por sí misma. Las criadas no solían comportarse como lo haría una señorita, en este caso, parecía que ambos habían intercambiado los papeles. Él, un travieso hombre que siempre acababa metido en líos de enaguas y que sin duda, tenía una condición de mujeriego intachable…aún así, las damas estaban más que encantadas por el simple hecho de hacerlas sentir bien, de ahí a que los rumores fuesen ciertos había un paso.
-He comido lo suficiente como para evitar el exceso, preferiría no comer demasiado. -murmuró caminando hacia la puerta del salón, no sería tan raro que estuviese pidiéndole cualquier cosa como un invitado, nada más -Descuide, no volveré a acercarme hasta que no me diga una cosa…¿por qué parece usted la señorita y ella la sirvienta? Vamos, sabe de que hablo, piénselo. No dejaré de molestarla, por así llamarlo hasta que no me diga porqué está aquí y no en esa mesa… -enarcó una ceja, entre abriendo la puerta no tardar en llegar a sus oídos aquel tono elevado con el que hablaban , ese jaleo del que ahora intentaba huir pero…debía quedarse a compartir lo del cumpleaños.
-Puede evitarme, negarlo, esconder lo evidente pero ambos sabemos lo que ocurre aquí. Se ha dado cuenta de que por muy elegante que vista y mis modales, no tengo tanto dinero como esta gente…o lo tenía, ¿y usted? -se encogió de hombros, comería un poco, esperaría al postre y…volvería al jardín para por fin fumarse el cigarrillo-Volveré a perderme por el jardín, necesito ese cigarrillo y si quiere puedo darle ese soplo de paz y relajación con tan solo darle una calada, tranquila…no se lo diré a esa señora y mantengo eso de ..la distancia. Siempre y cuando usted lo desee -hizo amago de volver dentro, ni él era como ellos, ni ella como todas las jóvenes del servicio, dos personas en un mundo que… no les correspondía.
Éferon Gianetti- Prostituto Clase Alta
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Re: Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
Brianna aceptó la mano del caballero para ponerse en pie y se puso colorada, no acostumbraba a ser pillada en una falta y con ese hombre ya había compartido varios desafortunados fallos.
— No sabe cuánto le agradezco su discreción…— detuvo el comentario cuando él le dejó claro que de alguna forma sabía que ella no debía estar allí, que no pertenecía del todo a ese mundo. La sensación de comprensión era un alivio por una parte, no tener que fingir lo que no era, no tener que agachar las cabeza como una sirvienta, cuando sabía que era mucho más que eso y que tenía muchos talentos que se iban a desaprovechar completamente si seguía ejerciendo ese rol. Quitarse la máscara por un instante, aunque fuese con un extraño, era reconfortante.
Pero por otra parte, el hecho de que alguien lo hubiera intuido de esa forma, descubriendo sus secretos con dos breves conversaciones, la ponía en estado de alerta y con una inquietud creciente en su interior. Debía proteger a Elaine y a su madre, debía protegerse contra el dolor, porque ya había sufrido bastante y no podía permitirse el lujo de exponerse de nuevo a sufrir y a flaquear.
— Señor Gianetti … lo que debería ser o no, ya se nos escapa de las manos. El pasado ya no es nuestro y el futuro es incierto. El presente es lo único que cuenta. Hace tiempo que dejé de creer en que las personas rectas y justas tienen su recompensa, pero supongo que no está en mi forma de ser obrar de otra forma. — en sus ojos había una mezcla de tristeza y resignación, a la vez que una determinación infinita. Ella era el último baluarte de su familia, la que debía permanecer en pie capeando temporales.
Se arregló los mechones rebeldes que salían del moño y se alisó los pliegues del vestido echando a andar delante de Efferon guiándolo hacia el comedor al que intentaba llegar.
—Siento mucho lo que le haya pasado, sólo espero que pueda seguir adelante con su vida de la forma más digna y feliz posible. ¿Qué puedo decirle? no mucho más de lo que usted ya intuye. Mi familia tenía dinero y ahora ya no somos una familia ni nos queda nada de aquellos buenos tiempos. Cada cual se busca la vida como puede para salir adelante.
Suspiró y se dirigió a una de las terrazas apoyando las manos sobre la barandilla de piedra. Sabía que él iría allí a fumarse ese cigarro y cuando escuchó sus pasos tras ella ya estaba algo más serena.
— Creáme que en otras circunstancias no me habría importado acompañarle, darle conversación o catar ese vino. Pero ahora mismo eso sólo me pondría en aprietos, y en este momento necesito conservar el trabajo y pagar mis deudas. No puedo ofrecerle nada más que una conversación o alguien que le escuche, pues ya nada más tengo ni puedo dar. Pero aquí no, sería mi ruina.
— No sabe cuánto le agradezco su discreción…— detuvo el comentario cuando él le dejó claro que de alguna forma sabía que ella no debía estar allí, que no pertenecía del todo a ese mundo. La sensación de comprensión era un alivio por una parte, no tener que fingir lo que no era, no tener que agachar las cabeza como una sirvienta, cuando sabía que era mucho más que eso y que tenía muchos talentos que se iban a desaprovechar completamente si seguía ejerciendo ese rol. Quitarse la máscara por un instante, aunque fuese con un extraño, era reconfortante.
Pero por otra parte, el hecho de que alguien lo hubiera intuido de esa forma, descubriendo sus secretos con dos breves conversaciones, la ponía en estado de alerta y con una inquietud creciente en su interior. Debía proteger a Elaine y a su madre, debía protegerse contra el dolor, porque ya había sufrido bastante y no podía permitirse el lujo de exponerse de nuevo a sufrir y a flaquear.
— Señor Gianetti … lo que debería ser o no, ya se nos escapa de las manos. El pasado ya no es nuestro y el futuro es incierto. El presente es lo único que cuenta. Hace tiempo que dejé de creer en que las personas rectas y justas tienen su recompensa, pero supongo que no está en mi forma de ser obrar de otra forma. — en sus ojos había una mezcla de tristeza y resignación, a la vez que una determinación infinita. Ella era el último baluarte de su familia, la que debía permanecer en pie capeando temporales.
Se arregló los mechones rebeldes que salían del moño y se alisó los pliegues del vestido echando a andar delante de Efferon guiándolo hacia el comedor al que intentaba llegar.
—Siento mucho lo que le haya pasado, sólo espero que pueda seguir adelante con su vida de la forma más digna y feliz posible. ¿Qué puedo decirle? no mucho más de lo que usted ya intuye. Mi familia tenía dinero y ahora ya no somos una familia ni nos queda nada de aquellos buenos tiempos. Cada cual se busca la vida como puede para salir adelante.
Suspiró y se dirigió a una de las terrazas apoyando las manos sobre la barandilla de piedra. Sabía que él iría allí a fumarse ese cigarro y cuando escuchó sus pasos tras ella ya estaba algo más serena.
— Creáme que en otras circunstancias no me habría importado acompañarle, darle conversación o catar ese vino. Pero ahora mismo eso sólo me pondría en aprietos, y en este momento necesito conservar el trabajo y pagar mis deudas. No puedo ofrecerle nada más que una conversación o alguien que le escuche, pues ya nada más tengo ni puedo dar. Pero aquí no, sería mi ruina.
Brianna de Montreil- Licántropo/Realeza
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Re: Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
Vivir cada segundo, como si fuese el último.
Le dedicó una mirada cómplice y una sonrisa a medias, ante todo era un caballero con absoluta discreción. Curioso cuando su “fama” lo definía de otra guisa, como un sinvergüenza capaz de encandilar a cualquiera y conseguir su objetivo: no dormir solo. ¿Por qué supo que no pertenecía al mundo del servicio? Fácil.
Observador, punto a su favor. Había observado a las suficientes personas en aquel mundo que era inevitable conocer los gestos, su forma de desenvolverse y hablar como toda una señorita de clase alta. Ella lo era, no tenía ninguna duda y no, no se equivocó. Estuvo en el salón con los invitados, comiendo y bebiendo lo suficiente, solo para que supiesen de su presencia en la cena en honor de su amigo de la infancia…pero poco más.
Esa noche quería tranquilidad, solo comer esas delicias que preparaban en las cocinas de los condes y beber ese vino que no podía saborearse más delicioso. Con algunas palabras de cortesía, algún que otro comentario dejando encantadas a las señoras del lugar. Sus pasos buscaron urgentemente el balcón que daba al jardín en donde había paseado antes, necesitaba un cigarrillo, llenar sus pulmones de aquella droga le relajaba…algún vicio tendría que tener.
-Al menos, veo que no soy el único en esta guerra. El dinero se disipa, de un día para otro pero los modales y la forma de comportarse no. Puedes engañar a muchos, a todos esos ignorantes por el simple hecho de que tan siquiera te miran de reojo porque…eres la última persona en la que piensan pero en la única a la que están atados pues ¿qué harían sin ti? Antes de que abran la boca para quejarse o pedir algo, ya lo tienen porque sabes lo que necesitan y eso es porque… tú fuiste una de ellas, no digo igual de exigente o altanera -suspiró pesadamente, encendiendo el cigarrillo al segundo intento de cerilla.
El humo, por unos instantes, los envolvió a ambos, haciéndoles invisibles ante los ojos de los demás en el balcón, como si aquel lugar estuviese vacío y así era. Mejor que nadie los relacionase, no quería buscarle problemas. Suspiró pesadamente, el silencio se hizo presente pero aún quedaban palabras en el tintero.
-Intento vivir todo lo feliz que puedo, o me dejan. Voy de fiesta en fiesta, de cama en cama pero la mayoría de las veces por… “obligación”. Mi familia aún no está arruinada del todo por una simple razón…yo soy quien la mantiene a flote. Es un qui pro quo, se lo cuento porque es sincera, lo está siendo ahora mismo -apoyó el codo en el balcón y giró su rostro para mirarla, fijamente -No me quedaré a dormir. Tengo asuntos que tratar mañana, así que tengo toda la noche restante para que martirices con tu historia a este italiano descarado -sonrió divertido, dando una nueva calada y suspirar pesadamente -Me apetece un paseo, la noche me agrada más que la mañana y… sé que sale en un par de minutos. Todos están borrachos y servidos, la mesa está repleta de licores…ahora solo importa una cosa…si quieres tomarte la última o la primera de muchas con mi paseo -le guiñó un ojo, apartándose del balcón, esperando su respuesta.
Le dedicó una mirada cómplice y una sonrisa a medias, ante todo era un caballero con absoluta discreción. Curioso cuando su “fama” lo definía de otra guisa, como un sinvergüenza capaz de encandilar a cualquiera y conseguir su objetivo: no dormir solo. ¿Por qué supo que no pertenecía al mundo del servicio? Fácil.
Observador, punto a su favor. Había observado a las suficientes personas en aquel mundo que era inevitable conocer los gestos, su forma de desenvolverse y hablar como toda una señorita de clase alta. Ella lo era, no tenía ninguna duda y no, no se equivocó. Estuvo en el salón con los invitados, comiendo y bebiendo lo suficiente, solo para que supiesen de su presencia en la cena en honor de su amigo de la infancia…pero poco más.
Esa noche quería tranquilidad, solo comer esas delicias que preparaban en las cocinas de los condes y beber ese vino que no podía saborearse más delicioso. Con algunas palabras de cortesía, algún que otro comentario dejando encantadas a las señoras del lugar. Sus pasos buscaron urgentemente el balcón que daba al jardín en donde había paseado antes, necesitaba un cigarrillo, llenar sus pulmones de aquella droga le relajaba…algún vicio tendría que tener.
-Al menos, veo que no soy el único en esta guerra. El dinero se disipa, de un día para otro pero los modales y la forma de comportarse no. Puedes engañar a muchos, a todos esos ignorantes por el simple hecho de que tan siquiera te miran de reojo porque…eres la última persona en la que piensan pero en la única a la que están atados pues ¿qué harían sin ti? Antes de que abran la boca para quejarse o pedir algo, ya lo tienen porque sabes lo que necesitan y eso es porque… tú fuiste una de ellas, no digo igual de exigente o altanera -suspiró pesadamente, encendiendo el cigarrillo al segundo intento de cerilla.
El humo, por unos instantes, los envolvió a ambos, haciéndoles invisibles ante los ojos de los demás en el balcón, como si aquel lugar estuviese vacío y así era. Mejor que nadie los relacionase, no quería buscarle problemas. Suspiró pesadamente, el silencio se hizo presente pero aún quedaban palabras en el tintero.
-Intento vivir todo lo feliz que puedo, o me dejan. Voy de fiesta en fiesta, de cama en cama pero la mayoría de las veces por… “obligación”. Mi familia aún no está arruinada del todo por una simple razón…yo soy quien la mantiene a flote. Es un qui pro quo, se lo cuento porque es sincera, lo está siendo ahora mismo -apoyó el codo en el balcón y giró su rostro para mirarla, fijamente -No me quedaré a dormir. Tengo asuntos que tratar mañana, así que tengo toda la noche restante para que martirices con tu historia a este italiano descarado -sonrió divertido, dando una nueva calada y suspirar pesadamente -Me apetece un paseo, la noche me agrada más que la mañana y… sé que sale en un par de minutos. Todos están borrachos y servidos, la mesa está repleta de licores…ahora solo importa una cosa…si quieres tomarte la última o la primera de muchas con mi paseo -le guiñó un ojo, apartándose del balcón, esperando su respuesta.
Éferon Gianetti- Prostituto Clase Alta
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Re: Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
Otro día se va y eres mucho más viejo,
es la vida del pobre no hay más que decir.
Vas al tajo y a sufrir, nunca puedes ganar la partida,
pero aún sigues en pie ¿y para qué?
que miseria de vida.
Brianna finalizó el turno y cuando la inglesa le dio permiso para retirarse se cambió de ropa, colgando el vestido especial que habían llevado los del servicio en ese día tan lleno de actividades, y se puso la suya, que apenas consistía en una falda larga de color pardo con una camisa blanca y un chal de lana basta y desgastada. Se aflojó el moño y salió por la puerta del servicio.
Sabía que el italiano estaría allí esperando, y que si no lo estaba tampoco lo podría culpar, lo extraño es que se quisiera marchar de esa fiesta.
Por fin iba a poder descansar y ver cómo estaba Elaine, que la tenía muy preocupada. Se detuvo un momento a colocarse los guantes, pues aún hacía frío a determinadas horas. Esperó unos minutos a que apareciese el hombre, pero al no verlo supuso que habría cambiado de parecer, ya que ella no formaba parte de la sociedad adinerada. Se encogió de hombros y echó a andar de vuelta hacia los bajos fondos.
Iba pensando en que al día siguiente tenía que liquidar la cuenta de la botica, donde había acumulado un pequeño montante de deuda, y donde sin duda le fiaban porque pagaba con regularidad y sabían que la niña iba a necesitar más de esos medicamentos. Tendría que ir también al mercado a por algunos víveres que les hacían falta y si le quedaba algo de tiempo, llevaría a Elaine al parque a pasear un poco y que le diera el sol. Todo ello si Elisabetta respetaba sus horas de compensación, porque si la requería, tendría que ir y dejarlo todo atrás.
¿Desde cuándo su vida se había convertido en una cárcel? estaba harta de empuñar sus barrotes tratando de acostumbrarse a ellos. No lo haría jamás, pero tenía claro que haría lo que hiciera falta para sobrevivir.
Pensó en los gitanos, los que habían acampado a las afueras con el circo. Parecían una comunidad tan libre, tan familiar y tan feliz… no tenían nada, sólo se tenían los unos a los otros y se cuidaban entre ellos. Quizás no fuera algo tan descabellado, sonaba incluso bien. Porque para ser sinceros…¿qué le aportaba a ella la sociedad en la que vivía? nada, ciertamente. Estaba en el último escalón sin opciones de progresar, y su vida se reducía a seguir en pie en aquella miseria de vida, sufrir, trabajar sin descanso ¿y para qué?.
En momentos así se planteaba sus decisiones y se cuestionaba todas ellas. ¡Ah! simplemente es que debía de estar muy sensible, eso era todo. Estaba cansada y le venían a la cabeza todas esas cosas… pero fuera por el motivo que fuese las lágrimas se arremolinaron en sus ojos y se derramaron sin control, al menos soltarlas la estaba aliviando un poco. Ni siquiera podía expresar su dolor, su frustración o su cansancio al llegar a casa, tenia que tragárselo todo y apretar los dientes. Se detuvo un segundo y apoyó la espalda sobre una pared, pasándose las manos enguantadas sobre las mejillas para limpiarse los rastros de agua salada. Al menos le quedaba eso, la opción de llorar a solas en un callejón. Qué vida más patética.
es la vida del pobre no hay más que decir.
Vas al tajo y a sufrir, nunca puedes ganar la partida,
pero aún sigues en pie ¿y para qué?
que miseria de vida.
Brianna finalizó el turno y cuando la inglesa le dio permiso para retirarse se cambió de ropa, colgando el vestido especial que habían llevado los del servicio en ese día tan lleno de actividades, y se puso la suya, que apenas consistía en una falda larga de color pardo con una camisa blanca y un chal de lana basta y desgastada. Se aflojó el moño y salió por la puerta del servicio.
Sabía que el italiano estaría allí esperando, y que si no lo estaba tampoco lo podría culpar, lo extraño es que se quisiera marchar de esa fiesta.
Por fin iba a poder descansar y ver cómo estaba Elaine, que la tenía muy preocupada. Se detuvo un momento a colocarse los guantes, pues aún hacía frío a determinadas horas. Esperó unos minutos a que apareciese el hombre, pero al no verlo supuso que habría cambiado de parecer, ya que ella no formaba parte de la sociedad adinerada. Se encogió de hombros y echó a andar de vuelta hacia los bajos fondos.
Iba pensando en que al día siguiente tenía que liquidar la cuenta de la botica, donde había acumulado un pequeño montante de deuda, y donde sin duda le fiaban porque pagaba con regularidad y sabían que la niña iba a necesitar más de esos medicamentos. Tendría que ir también al mercado a por algunos víveres que les hacían falta y si le quedaba algo de tiempo, llevaría a Elaine al parque a pasear un poco y que le diera el sol. Todo ello si Elisabetta respetaba sus horas de compensación, porque si la requería, tendría que ir y dejarlo todo atrás.
¿Desde cuándo su vida se había convertido en una cárcel? estaba harta de empuñar sus barrotes tratando de acostumbrarse a ellos. No lo haría jamás, pero tenía claro que haría lo que hiciera falta para sobrevivir.
Pensó en los gitanos, los que habían acampado a las afueras con el circo. Parecían una comunidad tan libre, tan familiar y tan feliz… no tenían nada, sólo se tenían los unos a los otros y se cuidaban entre ellos. Quizás no fuera algo tan descabellado, sonaba incluso bien. Porque para ser sinceros…¿qué le aportaba a ella la sociedad en la que vivía? nada, ciertamente. Estaba en el último escalón sin opciones de progresar, y su vida se reducía a seguir en pie en aquella miseria de vida, sufrir, trabajar sin descanso ¿y para qué?.
En momentos así se planteaba sus decisiones y se cuestionaba todas ellas. ¡Ah! simplemente es que debía de estar muy sensible, eso era todo. Estaba cansada y le venían a la cabeza todas esas cosas… pero fuera por el motivo que fuese las lágrimas se arremolinaron en sus ojos y se derramaron sin control, al menos soltarlas la estaba aliviando un poco. Ni siquiera podía expresar su dolor, su frustración o su cansancio al llegar a casa, tenia que tragárselo todo y apretar los dientes. Se detuvo un segundo y apoyó la espalda sobre una pared, pasándose las manos enguantadas sobre las mejillas para limpiarse los rastros de agua salada. Al menos le quedaba eso, la opción de llorar a solas en un callejón. Qué vida más patética.
Brianna de Montreil- Licántropo/Realeza
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Re: Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
Mira a tu alrededor, coge aire y suéltalo… esta es tu vida, solo tú puedes cambiarla.
Se quedó a cenar, acompañando alguna que otra copa al cumpleañero. Gianluca insistía en que se quedase esa noche en la casa, por mucho que el italiano lo desease le era imposible. La reunión con el señor Littier le llevaría gran parte de la mañana y con suerte, no perdería la nao que aún conservaba, lo único. La nave, se encontraba a buen recaudo, en uno de los puertos venecianos. Venecia, la añoraba tanto. Su juventud la pasó prácticamente en aquel lugar que añoraba.
Francia, la ciudad de las oportunidades pero su Italia querida , no la cambiaría por nada. El tiempo estimado en permanecer en aquel lugar era difícil de prever, por eso le pidió asilo a Asura y con suerte, encontraba un hogar no muy cerca del centro parisino para sus negocios. ¿Cuánto tiempo tendría que estar así? reuniones, tratos, deshacer contratos sin sentidos que un Gianetti firmó sin pensar, sin conocer las consecuencias a las que le conducirían.
Su padre erró, toda su vida y ahora, le tocaba a él arreglar lo imposible. Suspiró largamente, la puerta principal se cerró a su espalda. ¿A dónde ir? Caminar por las sinuosas y acogedoras calles de Paris era lo más adecuado, le relajaría. Dudaba que esa muchacha quisiese acompañarlo, así que emprendió su camino en solitario. Dio la vuelta a la manzana, un par de veces, despejando su mente, imaginándose otra vida…en la que no se encontraban los negocios.
Se detuvo al llegar a una de las esquinas, soltando el humo de su cigarrillo. La nube de humo, tapó a su visión la imagen de la muchacha, de pie y detenida en un punto de la calle. ¿Se encontraría bien? entrecerró los ojos, ¿era ella? solo había un modo de averiguarlo.se acercó presto a su encuentro, deteniéndose a unos metros, no quería invadir su espacio. Sus orbes esmeralda, se perdieron en la calle un segundo, buscando más locos como ellos dos, paseando a esas horas… y no halló a nadie.
-Compadecerse a sí misma no nos ayudará a avanzar, signorina -su voz apenas un susurro, sus pasos los acordes a aquella melodía que solo podía definir al italiano -No malgaste sus lágrimas, no merece la pena, preferiría que… esas lágrimas fuesen de alegría -palpó su bolsillo de la chaqueta, una rosa blanca como la nieve, en la fiesta le colocaron tal al entrar y pertenecer a la fiesta.
Él, se acercó sigiloso, como un gato saltando de tejado en tejado y con suma delicadeza, colocó la flor blanca tras una de las orejas de la joven. Su tacto , cálido y suave, la mezcla de su propia fragancia con el tabaco, se hacía de lo más apetecible. Sonrió, aprovechando el acercamiento y acariciar con el pulgar, los restos cristalinos que aún permanecían en sus mejillas.
-¿Acepta mi paseo o prefiere deshidratarse sin sentido? Necesita un buen café, no tardarán en abrir y hay un largo trecho hasta que lleguemos. -medio sonrió, esperando su respuesta…mirándola intensamente ¿por qué alguien como ella se encontraba en esa situación? Esperaba que jamás se viese así, todo podía suceder.
Se quedó a cenar, acompañando alguna que otra copa al cumpleañero. Gianluca insistía en que se quedase esa noche en la casa, por mucho que el italiano lo desease le era imposible. La reunión con el señor Littier le llevaría gran parte de la mañana y con suerte, no perdería la nao que aún conservaba, lo único. La nave, se encontraba a buen recaudo, en uno de los puertos venecianos. Venecia, la añoraba tanto. Su juventud la pasó prácticamente en aquel lugar que añoraba.
Francia, la ciudad de las oportunidades pero su Italia querida , no la cambiaría por nada. El tiempo estimado en permanecer en aquel lugar era difícil de prever, por eso le pidió asilo a Asura y con suerte, encontraba un hogar no muy cerca del centro parisino para sus negocios. ¿Cuánto tiempo tendría que estar así? reuniones, tratos, deshacer contratos sin sentidos que un Gianetti firmó sin pensar, sin conocer las consecuencias a las que le conducirían.
Su padre erró, toda su vida y ahora, le tocaba a él arreglar lo imposible. Suspiró largamente, la puerta principal se cerró a su espalda. ¿A dónde ir? Caminar por las sinuosas y acogedoras calles de Paris era lo más adecuado, le relajaría. Dudaba que esa muchacha quisiese acompañarlo, así que emprendió su camino en solitario. Dio la vuelta a la manzana, un par de veces, despejando su mente, imaginándose otra vida…en la que no se encontraban los negocios.
Se detuvo al llegar a una de las esquinas, soltando el humo de su cigarrillo. La nube de humo, tapó a su visión la imagen de la muchacha, de pie y detenida en un punto de la calle. ¿Se encontraría bien? entrecerró los ojos, ¿era ella? solo había un modo de averiguarlo.se acercó presto a su encuentro, deteniéndose a unos metros, no quería invadir su espacio. Sus orbes esmeralda, se perdieron en la calle un segundo, buscando más locos como ellos dos, paseando a esas horas… y no halló a nadie.
-Compadecerse a sí misma no nos ayudará a avanzar, signorina -su voz apenas un susurro, sus pasos los acordes a aquella melodía que solo podía definir al italiano -No malgaste sus lágrimas, no merece la pena, preferiría que… esas lágrimas fuesen de alegría -palpó su bolsillo de la chaqueta, una rosa blanca como la nieve, en la fiesta le colocaron tal al entrar y pertenecer a la fiesta.
Él, se acercó sigiloso, como un gato saltando de tejado en tejado y con suma delicadeza, colocó la flor blanca tras una de las orejas de la joven. Su tacto , cálido y suave, la mezcla de su propia fragancia con el tabaco, se hacía de lo más apetecible. Sonrió, aprovechando el acercamiento y acariciar con el pulgar, los restos cristalinos que aún permanecían en sus mejillas.
-¿Acepta mi paseo o prefiere deshidratarse sin sentido? Necesita un buen café, no tardarán en abrir y hay un largo trecho hasta que lleguemos. -medio sonrió, esperando su respuesta…mirándola intensamente ¿por qué alguien como ella se encontraba en esa situación? Esperaba que jamás se viese así, todo podía suceder.
Éferon Gianetti- Prostituto Clase Alta
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Re: Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
Iba a negarlo todo sin más, como cuando de pequeña te pillaban realizando alguna trastada infantil. Pero no tenía sentido, la había visto en horas bajas, cansada, dormida en un banco rendida de lo exhausta que estaba. La había visto cometer errores de puro agotamiento mental, y ahora la veía llorando, aliviando la presión que latía en sus sienes y en su pecho.
Respiró hondo, armándose de valor. Decirle que no le pasaba nada, que le había entrado algo en el ojo era tomarlo por estúpido, y ese hombre de ojos de gato no tenía ni un pelo de estúpido.
— Lamento que haya tenido que verme así, pero... —Compuso una mueca que intentó ser teatral.— no se haga ilusiones, no lloraba por usted; es más, sabía que me seguiría hasta aquí como un perrillo faldero.— El tono fue de broma, evidentemente, y con más ánimo de correr un tupido velo sobre lo ocurrido, que de hacer chistes en sí.
Se colocó el pelo correctamente y también la rosa que había prendido en su oreja, haciendo acopio de coraje porque cuando levantara los ojos, éstos no podían reflejar lo que de verdad había tras ellos. Finalmente los levantó y por un instante estuvo tentada de aliviar su conciencia, de soltar el lastre de tantas mentiras a su espalda, contándole el verdadero motivo de su llanto. Pero no, el sentido común volvió a imperar en su sensata cabeza y se calló a tiempo las razones que podrían llevarla a una situación aún más complicada.
— es sólo un mal día. Pero de un tiempo a esta parte las lágrimas siempre son por motivos lejanos a la alegría, por desgracia. No se preocupe, no tiene obligación ninguna de animarme o de consolarme, y me temo que no soy muy buena pidiendo ayuda porque suelo ser yo la que consuela a otros.
Se pasó las manos por la cara y suspiró recuperando un poco la presencia de ánimo y disipando el nubarrón negro que flotaba sobre su cabeza.
— Le acepto ese café, tiene razón en que abrirán en un momento, y me vendrá bien, porque aún me queda un buen rato hasta que pueda descansar.— le regaló una tímida sonrisa, que parecía no encajar con aquellos ojos taciturnos.— y dígame señor Gianetti, ¿madrugaba usted hoy? ¿es por eso que no se quiso quedar hasta el final de la fiesta?.
Aguardó su respuesta mientras echaba a andar por una de las callejas del barrio latino, suponiendo que el italiano se referiría a alguna de las boulangeries del boulevard de Saint-Michele o el de Saint-Jacques.
— Me temo que a Elisabetta no le habrá gustado vuestra partida, os tiene mucho... cariño.— dejó la frase casi como en puntos suspensivos, porque lo que en realidad quería decir es que su señora había fijado los ojos en el italiano, y aunque se divertía frívolamente mareando a algunos pretendientes entrados en años, había visto arder la chispa de deseo en los ojos de la chica. Eso de ninguna manera sería bueno para ella, porque si su familia se enteraba o la inglesa se lo olía, la machacarían a ella para que la hiciese cambiar de opinión. Como si eso fuera posible. Realmente le daban igual los devaneos de la niña, pero para su situación, y para su salud mental le interesaba más que Elisabetta no empezase a correr tras las botas de un buscavidas como aquel. Sus padres no estarían de acuerdo y sería una tragedia familiar en la que se vería envuelta como parte activa, papel que no tenía interés ninguno en asumir.
No la culpaba, era un hombre muy atractivo, con un encanto natural y un magnetismo poderoso. Pero al final, un hombre, con los defectos de los hombres, con el derecho a su libertad que tanto se le negaba a las mujeres. Y además era un hombre perspicaz, agudo, de mente rápida y labia curtida. Un hombre peligroso. Era todo lo contrario a James, el padre de Elaine, el hombre al que le entregó todas sus ilusiones, todos sus sueños y sus sus esperanzas. El hombre que las aceptó y se las devolvió en forma de puñal, hundiéndolo en su corazón hasta matar una parte de ella.
Sir James Fitzroy duque de Grafton era un muchacho tierno, considerado, romántico y soñador. Su familia accedió a aceptar a Brianna cuando cayeron en desgracia, porque unos primos lejanos de su padre estaban emparentados con una rama de la familia Fitzroy. No tenía previsto enamorarse así, ni que quella situación se le fuera de la manos de tal forma, pero evidentemente los cuentos no se hacían realidad y por eso eran cuentos, así que James tuvo que elegir, y eligió el ducado. El duque desconocía que había una Elaine, y por su parte, a menos que se viese en la indigencia más absoluta, jamás lo sabría porque seguramente preferirían hacer desaparecer a la niña.
Respiró hondo, armándose de valor. Decirle que no le pasaba nada, que le había entrado algo en el ojo era tomarlo por estúpido, y ese hombre de ojos de gato no tenía ni un pelo de estúpido.
— Lamento que haya tenido que verme así, pero... —Compuso una mueca que intentó ser teatral.— no se haga ilusiones, no lloraba por usted; es más, sabía que me seguiría hasta aquí como un perrillo faldero.— El tono fue de broma, evidentemente, y con más ánimo de correr un tupido velo sobre lo ocurrido, que de hacer chistes en sí.
Se colocó el pelo correctamente y también la rosa que había prendido en su oreja, haciendo acopio de coraje porque cuando levantara los ojos, éstos no podían reflejar lo que de verdad había tras ellos. Finalmente los levantó y por un instante estuvo tentada de aliviar su conciencia, de soltar el lastre de tantas mentiras a su espalda, contándole el verdadero motivo de su llanto. Pero no, el sentido común volvió a imperar en su sensata cabeza y se calló a tiempo las razones que podrían llevarla a una situación aún más complicada.
— es sólo un mal día. Pero de un tiempo a esta parte las lágrimas siempre son por motivos lejanos a la alegría, por desgracia. No se preocupe, no tiene obligación ninguna de animarme o de consolarme, y me temo que no soy muy buena pidiendo ayuda porque suelo ser yo la que consuela a otros.
Se pasó las manos por la cara y suspiró recuperando un poco la presencia de ánimo y disipando el nubarrón negro que flotaba sobre su cabeza.
— Le acepto ese café, tiene razón en que abrirán en un momento, y me vendrá bien, porque aún me queda un buen rato hasta que pueda descansar.— le regaló una tímida sonrisa, que parecía no encajar con aquellos ojos taciturnos.— y dígame señor Gianetti, ¿madrugaba usted hoy? ¿es por eso que no se quiso quedar hasta el final de la fiesta?.
Aguardó su respuesta mientras echaba a andar por una de las callejas del barrio latino, suponiendo que el italiano se referiría a alguna de las boulangeries del boulevard de Saint-Michele o el de Saint-Jacques.
— Me temo que a Elisabetta no le habrá gustado vuestra partida, os tiene mucho... cariño.— dejó la frase casi como en puntos suspensivos, porque lo que en realidad quería decir es que su señora había fijado los ojos en el italiano, y aunque se divertía frívolamente mareando a algunos pretendientes entrados en años, había visto arder la chispa de deseo en los ojos de la chica. Eso de ninguna manera sería bueno para ella, porque si su familia se enteraba o la inglesa se lo olía, la machacarían a ella para que la hiciese cambiar de opinión. Como si eso fuera posible. Realmente le daban igual los devaneos de la niña, pero para su situación, y para su salud mental le interesaba más que Elisabetta no empezase a correr tras las botas de un buscavidas como aquel. Sus padres no estarían de acuerdo y sería una tragedia familiar en la que se vería envuelta como parte activa, papel que no tenía interés ninguno en asumir.
No la culpaba, era un hombre muy atractivo, con un encanto natural y un magnetismo poderoso. Pero al final, un hombre, con los defectos de los hombres, con el derecho a su libertad que tanto se le negaba a las mujeres. Y además era un hombre perspicaz, agudo, de mente rápida y labia curtida. Un hombre peligroso. Era todo lo contrario a James, el padre de Elaine, el hombre al que le entregó todas sus ilusiones, todos sus sueños y sus sus esperanzas. El hombre que las aceptó y se las devolvió en forma de puñal, hundiéndolo en su corazón hasta matar una parte de ella.
Sir James Fitzroy duque de Grafton era un muchacho tierno, considerado, romántico y soñador. Su familia accedió a aceptar a Brianna cuando cayeron en desgracia, porque unos primos lejanos de su padre estaban emparentados con una rama de la familia Fitzroy. No tenía previsto enamorarse así, ni que quella situación se le fuera de la manos de tal forma, pero evidentemente los cuentos no se hacían realidad y por eso eran cuentos, así que James tuvo que elegir, y eligió el ducado. El duque desconocía que había una Elaine, y por su parte, a menos que se viese en la indigencia más absoluta, jamás lo sabría porque seguramente preferirían hacer desaparecer a la niña.
Brianna de Montreil- Licántropo/Realeza
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Re: Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
El amanecer nos ha citado justo en el momento más inesperado.
Como era costumbre, la mañana le volvió a sorprender fuera de su cama. Un evento del que volvía y del que no esperaba encontrarse a nadie conocido a esas horas. La mayoría de los asistentes al cumpleaños, se quedaron en la mansión menos él. Le encantaba estar en aquel lugar, era como estar en su casa y quizás por eso… le llevaba a marcharse en cuanto creía que era suficiente su presencia. Disfrutaba de sus caminos mañaneros, le despejaban y sobre todo, le llevaban a planear su día, no sin antes dormir sus horas correspondientes.
Le sorprendió no el hecho de encontrársela, si no en el estado en el que se encontraba. Verla totalmente derrotada, le conmovió y él , tan sentido…se conmovía a sobre manera por el simple hecho de ver no solo lagrimas…desesperación, resignación y decepción consigo mismo. Le recordó a sí mismo, al enterarse de la verdad y se reconoció en cada lagrima y palabra de aquella muchacha que en un punto de su camino le fue imposible avanzar.
-A veces, necesitamos que alguien nos tienda un pañuelo para secar las lagrimas, quien dice un pañuelo dice un hombro si ya se precia -mostró una cortés sonrisa, dejando escapar un sonoro suspiro, la comprendía y eso quizás le impedía tomar el pañuelo de vuelta y vestirse -Pues un buen café cargado será el bálsamo que necesitábamos para empezar un buen día ¿no cree? Me encanta el café, cuando vivía mi abuela, despertaba a mi abuela con mis creaciones como ella las llamaba… no puedo evitar en probar ciertas cosas en referencia con el café, espuma de leche… cacao… y unos bollitos de los cuales tengo que acordarme como se hacen porque aunque no lo crea o mejor, no parezca…sé cocinar y muy bien además. Me hubiese gustado dedicarme al negocio de la hostelería -
Rió al nombrar a Elisabetta, la verdad es que llevaba razón. En cuanto se diese cuenta de que no estaba se lo recriminaría hasta que terminasen riendo como niños, siempre por culpa del italiano y su encanto. Los pasos les llevaron hasta las puertas de aquella cafetería, aún no había nadie pero por su experiencia no tardarían en aparecer. Dejó que pasase antes, retirándole la silla donde la joven se fuese a sentar. Sus modales intocables y su caballerosidad siempre presente.
-Café solo y un bollo de canela -esperó que pidiese, las orbes del italiano se clavaron solo en ella, la estudiaba a su modo. Sonrió , seguramente hubiese encontrado algo descubierto -¿Desde cuándo trabaja en la casa? Hace años que no la visito y la última vez, creo que unos cuatro… no se encontraba allí, me hubiese acordado. Elisabetta la tiene en estima aunque a veces no lo parezca. Sigue siendo una niña, una niña que ha crecido y deberá tener cuidado en no echar por tierra su reputación por… verla cerca de mi persona. Me ha costado marcharme pero… lo he conseguido, tuve que prometer bailes, aceptar invitaciones ajenas a té y demás… demasiado aburrido. No hace otra cosa que ir de la casa a la suya y viceversa ¿no es así? `Tuvo que ocurrirle algo .. muy desagradable e inoportuno para acabar… así ¿me equivoco? No tiene porqué contármelo…solo lo que crea conveniente -mostró una sonrisa más amplia al ser servidos, necesitaba ese café…
Como era costumbre, la mañana le volvió a sorprender fuera de su cama. Un evento del que volvía y del que no esperaba encontrarse a nadie conocido a esas horas. La mayoría de los asistentes al cumpleaños, se quedaron en la mansión menos él. Le encantaba estar en aquel lugar, era como estar en su casa y quizás por eso… le llevaba a marcharse en cuanto creía que era suficiente su presencia. Disfrutaba de sus caminos mañaneros, le despejaban y sobre todo, le llevaban a planear su día, no sin antes dormir sus horas correspondientes.
Le sorprendió no el hecho de encontrársela, si no en el estado en el que se encontraba. Verla totalmente derrotada, le conmovió y él , tan sentido…se conmovía a sobre manera por el simple hecho de ver no solo lagrimas…desesperación, resignación y decepción consigo mismo. Le recordó a sí mismo, al enterarse de la verdad y se reconoció en cada lagrima y palabra de aquella muchacha que en un punto de su camino le fue imposible avanzar.
-A veces, necesitamos que alguien nos tienda un pañuelo para secar las lagrimas, quien dice un pañuelo dice un hombro si ya se precia -mostró una cortés sonrisa, dejando escapar un sonoro suspiro, la comprendía y eso quizás le impedía tomar el pañuelo de vuelta y vestirse -Pues un buen café cargado será el bálsamo que necesitábamos para empezar un buen día ¿no cree? Me encanta el café, cuando vivía mi abuela, despertaba a mi abuela con mis creaciones como ella las llamaba… no puedo evitar en probar ciertas cosas en referencia con el café, espuma de leche… cacao… y unos bollitos de los cuales tengo que acordarme como se hacen porque aunque no lo crea o mejor, no parezca…sé cocinar y muy bien además. Me hubiese gustado dedicarme al negocio de la hostelería -
Rió al nombrar a Elisabetta, la verdad es que llevaba razón. En cuanto se diese cuenta de que no estaba se lo recriminaría hasta que terminasen riendo como niños, siempre por culpa del italiano y su encanto. Los pasos les llevaron hasta las puertas de aquella cafetería, aún no había nadie pero por su experiencia no tardarían en aparecer. Dejó que pasase antes, retirándole la silla donde la joven se fuese a sentar. Sus modales intocables y su caballerosidad siempre presente.
-Café solo y un bollo de canela -esperó que pidiese, las orbes del italiano se clavaron solo en ella, la estudiaba a su modo. Sonrió , seguramente hubiese encontrado algo descubierto -¿Desde cuándo trabaja en la casa? Hace años que no la visito y la última vez, creo que unos cuatro… no se encontraba allí, me hubiese acordado. Elisabetta la tiene en estima aunque a veces no lo parezca. Sigue siendo una niña, una niña que ha crecido y deberá tener cuidado en no echar por tierra su reputación por… verla cerca de mi persona. Me ha costado marcharme pero… lo he conseguido, tuve que prometer bailes, aceptar invitaciones ajenas a té y demás… demasiado aburrido. No hace otra cosa que ir de la casa a la suya y viceversa ¿no es así? `Tuvo que ocurrirle algo .. muy desagradable e inoportuno para acabar… así ¿me equivoco? No tiene porqué contármelo…solo lo que crea conveniente -mostró una sonrisa más amplia al ser servidos, necesitaba ese café…
Éferon Gianetti- Prostituto Clase Alta
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Re: Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
[Soñé que amaba tan feliz...
Soñé que Dios me perdonaba.
Pero cuando el sol se va y entran fieras en tus sueños...
Te arrepientes de vivir, se apoderan tu ser.]
Soñé que Dios me perdonaba.
Pero cuando el sol se va y entran fieras en tus sueños...
Te arrepientes de vivir, se apoderan tu ser.]
Los modales impecables de Brianna hacían acto de presencia de forma automática. Se sentó erguida, con esa pose a mitad camino entre relajada y elegante que se les inculcaba a las niña de buena reputación, a pesar de que ahora su estatus estuviera sólo un escalón por encima del de una simple fregona.
Tomó la taza con delicadeza y dio un pequeño sorbo descansandola después sobre un platillo de cerámica y midiendo las palabras en aquella conversación. Hacía mucho tiempo que había levantado un muro a su alrededor para coseguir sobrevivir y no iba a derribarlo ante el primer gato de verdes ojos que le invitase a un desayuno.
— Entiendo lo que quiere decir, esas invitaciones a bailes, tés, meriendas y todos esos actos sociales. Son ciertamente aburridos cuando la mente es inquieta, o cuando el corazón desea la libertad y ansía explorar otras facetas de la vida. Pero es el precio que tiene el estatus, señor Gianetti, son las reglas del juego, y por lo que veo, no le va tan mal.
Tomó uno de los bollos y suspiró antes de darle un mordisco y descubrir que realmente estaban deliciosos, hacía tiempo que no se permitía ni un miserable capricho como ese, pues todo el dinero que ganaba se lo llevaban los doctores y las medicinas de su pequeña.
— Le agradezco el hombro, el pañuelo, el desayuno y su conversación. Como bien sabe, en esta pantomima que llamamos "alta sociedad" escasea la autenticidad y los actos de buena voluntad.— dejó un escueto silencio y dirigió sus ojos hacia el cristal del local, perdiendo la mirada en la brumosa mañana que empezaba a levantarse. Se mordió levemente el labio inferior antes de proseguir.— Crecí en una buena familia, mi padre tenía tierras y cargos reales. Pero cayó la desgracia sobre él, fue enjuiciado injustamente y lo perdimos todo. Mis hermanas se casaron como buenamente pudieron. Mi madre enfermó de tristeza tras la muerte de mi padre, y apenas habla. Vivimos ella, mi sobrina y yo aquí en París, buscándonos la vida como podemos. Mi hermana no puede hacerse cargo de la niña, tiene una enfermedad pulmonar y el molino polvoriento donde viven la mataría en tres días.— Valiente mentira. Pero no podía decir lo que de verdad había tras Elaine.— Ninguna soñó esta vida, y la realidad a veces me supera. Me enseñaron a pensar, a leer, a valorar las libertades de las personas, me dijeron que estaba preparada para cambiar el mundo, para asistir a grandes cosas. Pero nunca aprendí a aceptar la desgracia, a vivir sin nada, a encontrarle sentido a esta existencia. A veces sueño que todo esto no ha sucedido, y que seguimos viviendo en Montreil, felices. Pero luego regreso a la realidad y aunque sé que debo seguir en pie, me siento aplastada. Como le dije, hoy es uno de esos días. Estoy cansada y el ánimo me bajó más de lo que me gustaría, porque Elaine lleva varios días con una tos muy mala, y tengo que pagar sus medicinas, así que no puedo rehusar ningun trabajo.
Regresó los ojos a los de Éfferon, casi con una chispa de alivio en ellos. Ya lo había soltado, no toda la verdad, evidentemente, pero más o menos, y de alguna forma se había soltado algún latre anclado en su alma. Tomó otro sorbo de café y terminó por poner ambas manos sobre la taza, ya que estaba caliente. Una vez eliminado ese peso, en su mente se clarificó una imagen y el resultado de la misma provocó una leve sonrisa en Brianna.
—No sé yo quien debería tener más cuidado de quién, si usted o la señorita Elisabetta. Cuando algo se le cruza entre ceja y ceja... Permítame que le pida algo más, y esto es abusar de su confianza.
Regresó al gesto serio, pero más relajado, y esta vez quizás con una chispa de súplica en los ojos.
— No le de alas a la imaginación de Elisabetta, se lo suplico. Usted sabe tan bien como yo, que es un negocio redondo. Si está dispuesto a ser para ella, lo que ella espera, entonces adelante. Pero si no va proponerle matrimonio y sólo va a suponer para usted una conquista más, por favor le pido que desista. Mi vida será un infierno si Elisabetta se encapricha de usted y usted de ella, sin que eso llegue a ningún otro puerto. No se ofenda por lo que le estoy diciendo, no considero que usted se aproveche de las personas por propio interés; de lo contrario no estaría invitándome a un desayuno cuando no tiene nada que ganar con esta sirvienta. Pero sé que Elisabetta es encantadora, atractiva e incosnciente, y usted tiene fama de apreciar a las mujeres con carácter. Entendería que se atrayesen sin remedio, pero ya que ella es joven y no piensa en las consecuencias, le pido a usted que sea el responsable de pensarlas.
Quizás se hubiera excedido al decirle eso, pero consideraba a su señora como su fuente de ingresos, el seguro de vida de su hija y en parte también, la apreciaba como a una hermana. No se cansaba de darle consejos sensatos, pero al final del cuento Elisabetta hacía lo que le daba gana, y había notado un interés inusitado por Gianetti. Podía entenderla, porque esos ojos eran hipnóticos, esa piel morena invitaba a desayunar entre sábanas blancas... pero no era para ella. Ella ya no tenía derecho a nada, sólo a sobrevivir como buenamente pudiera. Si Éfferon estuviera por la labor de formar parte de la familia Castelgandolfo de forma oficial, no tendría ningun problema en ayudarlos, pero mientras solo fueran caprichos... ella ya sabía como acababan los caprichos de la gente noble con responsabilidades y la ruina que podían suponer.
Brianna de Montreil- Licántropo/Realeza
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Re: Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
Pero cuando el sol se va
y entran fieras en tus sueños
te arrepientes de vivir
se apoderan de tu ser
Ante él, no se encontraba cualquiera. Desde el primer segundo lo supo y es que ser observador tenía sus ventajas. Siempre rodeado de las mismas personas, conocedor de comportamientos, caracteres y un sinfín de más cosas que añadir a aquel mundo tan conocido como desconocido al mismo tiempo. Sus orbes verdes como las esmeraldas, la observaban en todo momento. Era una dama de alta cuna, al menos lo fue, no cabía duda. Ese mundo pomposo como peligroso, podía lanzarte al más solicitado podio como estrellarte contra este.
Una risa, de lo más divertida, se le escapó sin querer. Le hizo gracia el comentario de “no le va tan mal”. Se disculpó, alzando la mano, carraspeando por lo bajo. No deseaba mostrar una imagen equivocada, de impecables modales siempre había mostrado un trato cordial y respetuoso pero la situación en sí…le obligó a reír sin remedio, asunto que después le explicaría con detalle. Degustó el dulce, un sorbo al café mientras la escuchaba. Su completa atención se centraba en todo lo que quisiese contarle pues no importaba lo que fuese, su secreto estaba bien guardado con él. Raro que pareciese ante muchos que lo conociesen dada su reputación..
-Disculpe a lo que ha podido ser mi gesto de burla pero en absoluto fue así. Digamos que no me va tan mal en este mundo porque me encargo de no estrellarme contra el asfalto, de momento acabo de tropezarme y varias veces -suspiró, suspiro de alivio mezclado con una breve sonrisa amarga. A simple vista, él un joven de clase alta de lo que poco tenía que preocuparse, pero la realidad…era una muy diferente -Regresé a Paris después de unos años, signorina. Después de que mi padre falleciese, una gran parte de todo lo que poseía, se fue con él…en realidad, fui yo quien se enterró en vida con el señor Gianetti -no volvió a llamarle “mi padre”, no se lo merecía, nadie se merecía que quien te dio la vida, te la destrozase.
No dejó de lado el tema de Elisabetta pero aún no acabó con su relato, él la había escuchado y le dio la impresión de que aún tenían muchas cosas qué decirse. Sonrió de medio lado, mostrando una sonrisa más amena, tranquilizadora, una por la que no tenía porqué preocuparse. Se inclinó hacia adelante, acortó las distancias pero no sobrepasando los límites de decoro.
-Mi estancia no está asegurada. Si permanezco aún en Paris no es por otro motivo que negocios. Tengo que hilar algunos asuntos de los que mi padre no se encargó y engañó. No soy así, no me crió así pero no comprendo como pudo…perderlo todo, arruinarse y condenarme. El día de su funeral, tuve que abandonar mi casa, la de mi niñez…la casa que había pasado de generación en generación. Con la perdida de la casa, se pudo pagar solo una pequeña parte de su deuda y ahora, sigo pagando por él. ¿Sería un buen negocio casarme con Elisabetta? Lo sería pero los aprecio demasiado como para “engañarles” de esa manera. Ellos siguen pensando que he heredado el legado marítimo de mi padre cuando no pago de pagar deudas y deudas… -carraspeó terminándose el café de un sorbo, quizás había hablado demasiado pero no supo porqué…se lo estaba contando, aún nadie sabía la verdad de la historia…ahora solo ella.
-Sé que Elisabetta intenta algo más que acogerme como una simple amistad pero no le di alas, siempre fui franco. Además, si me comprometo será con alguien que acepte todas las condiciones y ellos son como de mi familia. Ya me lo hicieron una vez ¿cómo iba a hacerles lo mismo a ellos? Solo necesito encontrar a quien verdaderamente quiera comprometerse con mi persona con todas las consecuencias. Yo no busco amor, tampoco ser un mantenido pero Elisabetta sí lo busca, amor me refiero. No puedo darle otro que el que le daría un hermano -se encogió de hombros y volvió a acomodarse en el asiento, paseando la mirada esmeralda por el lugar -Todo puede cambiar, si deseas que eso ocurra. Conozco doctores, buenos médicos que podían ayudarte y..no te preocupes, no me va tan mal -sí, acababa de ofrecerle su mano, las dos.
Éferon Gianetti- Prostituto Clase Alta
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Re: Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
Brianna escuchó a Efferon con atención. Con el relato de su historia quedaba patente que una cosa era el personaje y otra la persona. Había algo de teatro en el personaje que encarnaba al perfecto seductor, caballero andante y donjuan. Quizás una parte de él sí que fuera así en el fondo; que le gustase la conquista, el reto, la adrenalina de conseguir la fruta prohibida. Pero detrás de esa fachada había un niño que creció educado en esas lides y luego se estampó de lleno contra la realidad de la ruina, el desahucio y las deudas. Algo similar a su propia historia, sólo que ella había salido del tablero de juego de la alta sociedad, y Efferon seguía jugando la partida yendo de farol.
Al menos tenía la decencia (o por lo menos lo decía de boquilla) de no traicionar la confianza y el afecto de la familia que en otras ocasiones lo había acogido como uno más. Pero estaba por ver si aquello acabaría así tan claro como él decía, porque Elisabetta era mucha Elisabetta y no había dicho aún la última palabra.
Tomó su taza entre las manos, recibiendo el reconfortante calor de aquella y reflexionando un instante.
— hay algo que no entiendo. Dice que no busca amor, y que busca una esposa que acepte sus condiciones. Y por otra parte rehúsa un negocio redondo que podría sacarle de todas las deudas y proporcionarle de nuevo una vida de lujos. Discúlpeme, pero no acabo de entender entonces qué es lo que busca. Pensaba que sólo había tres formas de amor: el inexistente, que acaba en matrimonio de conveniencia; el no correspondido, que acaba en drama; y el correspondido, que es el que casi todo el mundo desea.— Dio un sorbo a la taza.— Lamento mucho lo de su padre y la situación en la que lo dejó. Son tiempos duros ¿verdad? a veces creo que todo esto sucede por alguna razón, que si hoy vivimos entre tinieblas es porque algun día brillará un sol radiante para nosotros. Otras veces sin embargo, creo que Dios y el Diablo juegan a los dados con nuestras vidas y la suerte que te toca es fruto del puro azar.— se encogió de hombros.— Hoy es un día de marea baja, no me haga mucho caso. ¿Le importa si me retiro ya? tengo que ir a casa, Elaine necesita las medicinas y yo agradecería unas horas de sueño.
Se levantó, se alisó los pliegues del vestido y se colocó los guantes de nuevo.— Ha sido usted muy amable, señor Gianetti. No puedo pagarle esa amabilidad con nada más que la misma moneda. Si hay algo que pueda hacer por usted, no dude en decírmelo. Y por favor, piense en lo que le dije respecto a Elisabetta, respecto a ser serio con ella. Si necesita hablar sobre ello, estoy a su disposición. En caso de que cambie de opinión, y se plantee cortejarla en serio, cuente conmigo. Les ayudaré en lo que pueda.
Se echó por encima de los hombros el chal de lana y se dispuso a salir del café. Al día siguiente le esperaría de nuevo una jornada de trabajo agotadora.
————————————————-
(Unas horas más tarde)
Un chico localiza a Efferon Gianetti y le lleva una carta. El sobre está primorosamente fabricado en papel veneciano al agua, con pequeñas flores lavanda desperdigadas por él, y la caligrafía que compone su nombre se nota que sale de una mano femenina.
Dentro del sobre, que huele a lavanda y ámbar, descansa una nota.
Querido Efferon,
Fue una lástima que te marcharas tan pronto de la fiesta de cumpleaños de Gianluca. Me complacería mucho que vinieras a visitarme mañana por la tarde y pudiéramos ponernos al día; me temo que con tantos invitados no pude prestarte la atención que hubiera deseado.
Espero con impaciencia tus historias, tus cumplidos y tu presencia.
Siempre tuya,
Elisabetta de Castelgandolfo.
Al menos tenía la decencia (o por lo menos lo decía de boquilla) de no traicionar la confianza y el afecto de la familia que en otras ocasiones lo había acogido como uno más. Pero estaba por ver si aquello acabaría así tan claro como él decía, porque Elisabetta era mucha Elisabetta y no había dicho aún la última palabra.
Tomó su taza entre las manos, recibiendo el reconfortante calor de aquella y reflexionando un instante.
— hay algo que no entiendo. Dice que no busca amor, y que busca una esposa que acepte sus condiciones. Y por otra parte rehúsa un negocio redondo que podría sacarle de todas las deudas y proporcionarle de nuevo una vida de lujos. Discúlpeme, pero no acabo de entender entonces qué es lo que busca. Pensaba que sólo había tres formas de amor: el inexistente, que acaba en matrimonio de conveniencia; el no correspondido, que acaba en drama; y el correspondido, que es el que casi todo el mundo desea.— Dio un sorbo a la taza.— Lamento mucho lo de su padre y la situación en la que lo dejó. Son tiempos duros ¿verdad? a veces creo que todo esto sucede por alguna razón, que si hoy vivimos entre tinieblas es porque algun día brillará un sol radiante para nosotros. Otras veces sin embargo, creo que Dios y el Diablo juegan a los dados con nuestras vidas y la suerte que te toca es fruto del puro azar.— se encogió de hombros.— Hoy es un día de marea baja, no me haga mucho caso. ¿Le importa si me retiro ya? tengo que ir a casa, Elaine necesita las medicinas y yo agradecería unas horas de sueño.
Se levantó, se alisó los pliegues del vestido y se colocó los guantes de nuevo.— Ha sido usted muy amable, señor Gianetti. No puedo pagarle esa amabilidad con nada más que la misma moneda. Si hay algo que pueda hacer por usted, no dude en decírmelo. Y por favor, piense en lo que le dije respecto a Elisabetta, respecto a ser serio con ella. Si necesita hablar sobre ello, estoy a su disposición. En caso de que cambie de opinión, y se plantee cortejarla en serio, cuente conmigo. Les ayudaré en lo que pueda.
Se echó por encima de los hombros el chal de lana y se dispuso a salir del café. Al día siguiente le esperaría de nuevo una jornada de trabajo agotadora.
————————————————-
(Unas horas más tarde)
Un chico localiza a Efferon Gianetti y le lleva una carta. El sobre está primorosamente fabricado en papel veneciano al agua, con pequeñas flores lavanda desperdigadas por él, y la caligrafía que compone su nombre se nota que sale de una mano femenina.
Dentro del sobre, que huele a lavanda y ámbar, descansa una nota.
Querido Efferon,
Fue una lástima que te marcharas tan pronto de la fiesta de cumpleaños de Gianluca. Me complacería mucho que vinieras a visitarme mañana por la tarde y pudiéramos ponernos al día; me temo que con tantos invitados no pude prestarte la atención que hubiera deseado.
Espero con impaciencia tus historias, tus cumplidos y tu presencia.
Siempre tuya,
Elisabetta de Castelgandolfo.
Brianna de Montreil- Licántropo/Realeza
- Mensajes : 197
Fecha de inscripción : 10/04/2016
Localización : al lado del hombre al que ama
DATOS DEL PERSONAJE
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Datos de interés:
Re: Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
Él mismo era un rompecabezas y a veces, no se entendía ni comprendía a sí mismo. Mostró una sonrisa, el tema no era tan complicado pero sí en la cabeza del italiano. El solo hecho de oír la palabra “matrimonio”, le producía urticaria… pero acaso ¿tenía otra opción? no. Debía encontrar la mujer perfecta, aquella que aceptase aquella especie de trato. No era tan complicado, no debía serlo pero para su desgracia, sus encantos encandilaban a cualquiera…incluso sin proponérselo y todas acababan rendidas a sus pies. Dejó escapar un suspiro, sería franco con aquella mujer…seguramente, le comprendería.
-No busco amor, ni un matrimonio con hijos. Si termino teniendo hijos terminaría siendo daños colaterales y no deseo eso. Solo busco una mujer que me ofrezca su bolsillo y yo, le daré la mejor vida , lo que esté en mis manos…una vez saldé mis deudas. No es tan fácil de comprender…aunque sí complicado. Discúlpeme -carraspeó , levantándose tras ella, dedicándole una última reverencia antes de abandonar aquel lugar. -No sienta lo de mi padre, la verdad prefirió estar muerto que afrontar sus responsabilidades, no le deseo la muerte a nadie, es más…la familia para mí es lo primero, al igual que para usted-de fondo quedó el tintineo de las campanas colgadas de la puerta.
Introdujo las manos en los bolsillos, el frío se hacía presente a esas horas. Chasqueó la lengua, en vez de descansar hasta volver a la casa, su pequeña hija acaparaba todo su tiempo. No permitiría ser ayudada, él era igual pero aún así… siseó para captar su atención, antes de que sus pasos se perdiesen en diferentes caminos.
-Y yo le ayudaré a usted…tome -las cartas le habían proporcionado ciertos beneficios y no permitió ser devuelto, él mismo sobrepasó los límites del decoro para buscar el bolsillo de la joven y dejar la recaudación de sus cartas. Mostró una breve sonrisa y se alejó acelerando el paso, no tenía dinero pero ella menos… así que estaban en paz no tenía porqué devolvérselo.
--
Después de la comida del mediodía, recibió la nota en cuestión. Se llevó una sorpresa al leerla y comprobar quien era el destinatario. Elisabetta. Suspiró largamente, iría a su encuentro pues no quería que esa muchacha se hiciese falsas esperanzas. La amistad perduró en el tiempo pero quizás se hacía falsas ilusiones. Se dispuso a salir hacia la mansión, caminando como siempre y por el camino, pensar con claridad…iba a hablar con ella seriamente. Esperó a ser recibido pero como siempre, aquella joven se haría la interesante. En el hall, observó como las doncellas colocaban flores frescas, recogiendo aún restos de la fiesta de anoche. El cabello moreno de aquella mujer, le llamó la atención, se vislumbraba tras el cristal opaco de una puerta.
No pudo evitarlo, caminó hasta asomar la cabeza por la puerta y sonreír divertido, volvían a encontrarse pese a aquella inmensidad de casa.
-Buenas tardes. Espero que mi café esté bien cargado, con dos azucarillos…vine de visita , me reclaman ¿cómo se encuentra su hija? -le dedicó una reverencia, no tenía porqué porque era del servicio pero ellos bien sabían que no la veía así, si no como un igual…la que fue.
-No busco amor, ni un matrimonio con hijos. Si termino teniendo hijos terminaría siendo daños colaterales y no deseo eso. Solo busco una mujer que me ofrezca su bolsillo y yo, le daré la mejor vida , lo que esté en mis manos…una vez saldé mis deudas. No es tan fácil de comprender…aunque sí complicado. Discúlpeme -carraspeó , levantándose tras ella, dedicándole una última reverencia antes de abandonar aquel lugar. -No sienta lo de mi padre, la verdad prefirió estar muerto que afrontar sus responsabilidades, no le deseo la muerte a nadie, es más…la familia para mí es lo primero, al igual que para usted-de fondo quedó el tintineo de las campanas colgadas de la puerta.
Introdujo las manos en los bolsillos, el frío se hacía presente a esas horas. Chasqueó la lengua, en vez de descansar hasta volver a la casa, su pequeña hija acaparaba todo su tiempo. No permitiría ser ayudada, él era igual pero aún así… siseó para captar su atención, antes de que sus pasos se perdiesen en diferentes caminos.
-Y yo le ayudaré a usted…tome -las cartas le habían proporcionado ciertos beneficios y no permitió ser devuelto, él mismo sobrepasó los límites del decoro para buscar el bolsillo de la joven y dejar la recaudación de sus cartas. Mostró una breve sonrisa y se alejó acelerando el paso, no tenía dinero pero ella menos… así que estaban en paz no tenía porqué devolvérselo.
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Después de la comida del mediodía, recibió la nota en cuestión. Se llevó una sorpresa al leerla y comprobar quien era el destinatario. Elisabetta. Suspiró largamente, iría a su encuentro pues no quería que esa muchacha se hiciese falsas esperanzas. La amistad perduró en el tiempo pero quizás se hacía falsas ilusiones. Se dispuso a salir hacia la mansión, caminando como siempre y por el camino, pensar con claridad…iba a hablar con ella seriamente. Esperó a ser recibido pero como siempre, aquella joven se haría la interesante. En el hall, observó como las doncellas colocaban flores frescas, recogiendo aún restos de la fiesta de anoche. El cabello moreno de aquella mujer, le llamó la atención, se vislumbraba tras el cristal opaco de una puerta.
No pudo evitarlo, caminó hasta asomar la cabeza por la puerta y sonreír divertido, volvían a encontrarse pese a aquella inmensidad de casa.
-Buenas tardes. Espero que mi café esté bien cargado, con dos azucarillos…vine de visita , me reclaman ¿cómo se encuentra su hija? -le dedicó una reverencia, no tenía porqué porque era del servicio pero ellos bien sabían que no la veía así, si no como un igual…la que fue.
Éferon Gianetti- Prostituto Clase Alta
- Mensajes : 289
Fecha de inscripción : 21/01/2016
Localización : La ciudad del amore , París.
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