AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
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Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
Recuerdo del primer mensaje :
Los marqueses de Castelgandolfo poseían una bonita villa en París, de tres plantas y con jardines llenos de bancos de piedra y estatuas de mármol que observaban el paso del tiempo sobre sus pedestales de piedra de cantería labrada. Había una gran fuente circular en la entrada, una bodega inmensa y habitaciones para albergar a más de cincuenta huéspedes.
Brianna se había convertido en una de las sirvientas favoritas de la marquesa, porque hablaba cuatro idiomas idiomas, entendía de vinos, de música, de literatura e historia, sabía de estilo y era refinada, callada y diligente. En un par de años había ascendido de simple criada que fregaba suelos a ser la ayuda de cámara de la hija menor de los marqueses. La familia constaba del matrimonio ya entrado en ciertos años, tres hijos varones: el mayor, con treinta y dos años se llamaba Ercole; el segundo, con treinta, Filippo y Gianluca cumplía ese día veintiséis. La pequeña de la casa con tan sólo veinte años, se llamaba Elisabetta y había heredado la belleza espectacular de su madre. Además de la familia directa, la madre del marqués también vivía con ellos, y dos hermanas de la marquesa. Eran una familia grande y ruidosa, dada su procedencia mediterránea y tenían negocios de todo tipo: exportación de sedas, ganaderías, tierras, inmuebles etc.
La fiesta de cumpleaños de Gianluca iba a ser memorable, llevaban días preparándola y estaban invitadas unas doscientas personas. Comenzaría en la mañana, con juegos al aire libre para las damas y una partida de caza para los caballeros. Le seguiría un banquete regado con vinos franceses e italianos, una obra de teatro tras los postres, un concierto a la hora del té y después una fastuosa cena con baile. La mansión de los Castelgandolfo se vestía de lujo y esplendor para tal ocasión.
Elisabetta era consciente de que en esos actos los caballeros tratarían de convenir con su padre un matrimonio. Era la pequeña y aunque los matrimonios de conveniencia eran una práctica habitual, en su caso les había hecho prometer que no la obligarían a casarse. Los marqueses habían accedido a ello siempre y cuando el esposo que ella eligiese tuviera títulos nobiliarios y no estuviese en la más absoluta ruina.
Pescar un marido así no iba a ser fácil, por lo que la joven iba a por todas. Si daba con el adecuado, no iba a dejar que se le escapase de entre las manos. Le pidió a Brianna el vestido rojo.
— madame, el rojo os sienta de maravilla, pero si yo fuese ese futuro pretendiente, me fijaría más en vos con el azul de encaje veneciano. El rojo podéis dejarlo para la noche, para el baile, será la guinda del pastel.
— ¡Ah! Brianna, tienes razón, si me pongo el rojo pensarán que voy a la caza de un marido. Realmente es a lo que voy, pero sí, jugaremos con las reglas del juego. ¿Me recojo el pelo?— La criada sonrió, calmada, serena como siempre.
— Tenéis una melena preciosa, sería una lástima que no la pudieran apreciar, ¿Qué os parece si lo recogemos a medias? que quede bonito, y resalte vuestras belleza y a la vez que luzca.
— ¡Siempre tienes razón Brianna! no sé que haría sin ti.
— gracias madame, voy a prepararlo todo.
Apenas había dormido dos horas porque Elaine estaba enferma y tosía mucho. El doctor había dicho que era algo pulmonar crónico, que la niña había nacido débil de pulmones y el aire de París no ayudaba demasiado. El coste de las medicinas se había pulido los escasos ahorros con los que contaba, así que cuando pasase la fiesta de cumpleaños de Gianluca les pediría a los marqueses si podía hacer más horas. Le dolía en el alma no estar con la niña, pero poder costearle las medicinas, la comida y la pequeña casa en la que vivían, era primordial.
Completó la tarea de vestir y peinar a Elisabetta y se dirigió a los aposentos de la marquesa a esperar órdenes. Aquella mujer irradiaba grandeza por todos lados. Tenía un porte elegante, unas facciones marcadas y con carácter, suavizado por sus maneras y su encanto natural. Digna esposa de un marido que era puro genio, explosivo y socarrón, como la mayoría de los italianos, era la parte de la balanza que los equilibraba para tratar con la rancia nobleza francesa e inglesa. Sabina de Castelgandolfo estaba ya preparada para comenzar a recibir invitados pero antes iba a repasar or última vez las tareas de la servidumbre reuniéndolos a todos en un salón de té. Para ese día habían contratado más sirvientes, y de ellos se encargaría el ama de llaves, Miss Haddington, una estirada inglesa con un carácter de perros, que llevaba a todo el servicio más recto que el mástil de un barco.
Brianna entró sin hacer ruido al saloncete y se colocó pegada a la pared, en segundo plano, esperando el sermón del ama de llaves, que no se hizo esperar. Ésta empezó a ladrar órdenes en esa fría y aparentemente calmada flema inglesa, pero ella podía observar por el brillo de sus ojos y la comisura del labio fruncida, que estaba al acecho de cualquier fallo para hacer caer la ira de cien dioses sobre el desdichado criado que lo cometiese. Cuando Miss Haddington terminó de hablar la marquesa se levantó del escabel.
— Donatella, tu te quedarás conmigo todo el tiempo y Sophie de momento también, así si necesito algo de usted Miss Haddington, se lo haré saber a través de ella. Alberico, no hace falta que te diga donde debes estar tú.— sólo se habían traído dos sirvientes italianos que eran de su plena confianza y llevaban años en su casa, ambos como ayuda de cámara de los marqueses.— Renaud, Philippe y Jean, vosotros no os separaréis de vuestros respectivos patrones (que eran sus tres hijos) y Brianna, tú cuidarás de atender a Elisabetta.— La sirvienta asintió con la cabeza.— procura que no se meta en líos.
Eso ya iba a ser más complicado. La pequeña de la casa era de carácter rebelde, alocado e impulsivo. Era como su padre, con la salvedad de que en una mujer esas características no eran muy deseables. Suspiró cuando la marquesa los mandó de vuelta al trabajo, y fue derecha a cambiarse. Eses día, los ayudantes particulares de los señores vestían algo menos triste que el uniforme de trabajo. Le habían traído un vestido sencillo, verde oscuro, recatado, de cuello cuadrado y apliques de pasamanería dorados. Se recogió el pelo en un moño trenzado y se calzó los guantes, como era su obligación. Rodeando su cintura, caía un cordón del que colgaban las llaves de las estancias a las que tenía acceso, y de paso eso le servía de distintivo para que nadie pensase que era una dama.
El trajín no se hizo esperar y empezaron a llegar invitados en carruajes, a caballo o a pie, llenando los jardines por los cuales ya se paseaban criados con bandejas de canapés y copas de champagne. Los músicos ya sonaban junto a la fuente, donde habían instalado unos toldos blancos para que las damas no se expusiesen al sol. Se quedó de pie tras su señora, observando aquella fiesta y recordando cuando en su casa se celebró el aniversario de sus padres por todo lo alto y el honor del cargo de su padre al ser llamado a la corte. Aquellos tiempos ya no volverían, y en su lugar un regusto amargo había echado raíces. Apretó los dientes y trató de sacarse de encima esos pensamientos. La realidad era la que era, y era de necios perseguir lo imposible.
La mansión de los marqueses.
Los marqueses de Castelgandolfo poseían una bonita villa en París, de tres plantas y con jardines llenos de bancos de piedra y estatuas de mármol que observaban el paso del tiempo sobre sus pedestales de piedra de cantería labrada. Había una gran fuente circular en la entrada, una bodega inmensa y habitaciones para albergar a más de cincuenta huéspedes.
Brianna se había convertido en una de las sirvientas favoritas de la marquesa, porque hablaba cuatro idiomas idiomas, entendía de vinos, de música, de literatura e historia, sabía de estilo y era refinada, callada y diligente. En un par de años había ascendido de simple criada que fregaba suelos a ser la ayuda de cámara de la hija menor de los marqueses. La familia constaba del matrimonio ya entrado en ciertos años, tres hijos varones: el mayor, con treinta y dos años se llamaba Ercole; el segundo, con treinta, Filippo y Gianluca cumplía ese día veintiséis. La pequeña de la casa con tan sólo veinte años, se llamaba Elisabetta y había heredado la belleza espectacular de su madre. Además de la familia directa, la madre del marqués también vivía con ellos, y dos hermanas de la marquesa. Eran una familia grande y ruidosa, dada su procedencia mediterránea y tenían negocios de todo tipo: exportación de sedas, ganaderías, tierras, inmuebles etc.
La fiesta de cumpleaños de Gianluca iba a ser memorable, llevaban días preparándola y estaban invitadas unas doscientas personas. Comenzaría en la mañana, con juegos al aire libre para las damas y una partida de caza para los caballeros. Le seguiría un banquete regado con vinos franceses e italianos, una obra de teatro tras los postres, un concierto a la hora del té y después una fastuosa cena con baile. La mansión de los Castelgandolfo se vestía de lujo y esplendor para tal ocasión.
Elisabetta era consciente de que en esos actos los caballeros tratarían de convenir con su padre un matrimonio. Era la pequeña y aunque los matrimonios de conveniencia eran una práctica habitual, en su caso les había hecho prometer que no la obligarían a casarse. Los marqueses habían accedido a ello siempre y cuando el esposo que ella eligiese tuviera títulos nobiliarios y no estuviese en la más absoluta ruina.
Pescar un marido así no iba a ser fácil, por lo que la joven iba a por todas. Si daba con el adecuado, no iba a dejar que se le escapase de entre las manos. Le pidió a Brianna el vestido rojo.
— madame, el rojo os sienta de maravilla, pero si yo fuese ese futuro pretendiente, me fijaría más en vos con el azul de encaje veneciano. El rojo podéis dejarlo para la noche, para el baile, será la guinda del pastel.
— ¡Ah! Brianna, tienes razón, si me pongo el rojo pensarán que voy a la caza de un marido. Realmente es a lo que voy, pero sí, jugaremos con las reglas del juego. ¿Me recojo el pelo?— La criada sonrió, calmada, serena como siempre.
— Tenéis una melena preciosa, sería una lástima que no la pudieran apreciar, ¿Qué os parece si lo recogemos a medias? que quede bonito, y resalte vuestras belleza y a la vez que luzca.
— ¡Siempre tienes razón Brianna! no sé que haría sin ti.
— gracias madame, voy a prepararlo todo.
Apenas había dormido dos horas porque Elaine estaba enferma y tosía mucho. El doctor había dicho que era algo pulmonar crónico, que la niña había nacido débil de pulmones y el aire de París no ayudaba demasiado. El coste de las medicinas se había pulido los escasos ahorros con los que contaba, así que cuando pasase la fiesta de cumpleaños de Gianluca les pediría a los marqueses si podía hacer más horas. Le dolía en el alma no estar con la niña, pero poder costearle las medicinas, la comida y la pequeña casa en la que vivían, era primordial.
Completó la tarea de vestir y peinar a Elisabetta y se dirigió a los aposentos de la marquesa a esperar órdenes. Aquella mujer irradiaba grandeza por todos lados. Tenía un porte elegante, unas facciones marcadas y con carácter, suavizado por sus maneras y su encanto natural. Digna esposa de un marido que era puro genio, explosivo y socarrón, como la mayoría de los italianos, era la parte de la balanza que los equilibraba para tratar con la rancia nobleza francesa e inglesa. Sabina de Castelgandolfo estaba ya preparada para comenzar a recibir invitados pero antes iba a repasar or última vez las tareas de la servidumbre reuniéndolos a todos en un salón de té. Para ese día habían contratado más sirvientes, y de ellos se encargaría el ama de llaves, Miss Haddington, una estirada inglesa con un carácter de perros, que llevaba a todo el servicio más recto que el mástil de un barco.
Brianna entró sin hacer ruido al saloncete y se colocó pegada a la pared, en segundo plano, esperando el sermón del ama de llaves, que no se hizo esperar. Ésta empezó a ladrar órdenes en esa fría y aparentemente calmada flema inglesa, pero ella podía observar por el brillo de sus ojos y la comisura del labio fruncida, que estaba al acecho de cualquier fallo para hacer caer la ira de cien dioses sobre el desdichado criado que lo cometiese. Cuando Miss Haddington terminó de hablar la marquesa se levantó del escabel.
— Donatella, tu te quedarás conmigo todo el tiempo y Sophie de momento también, así si necesito algo de usted Miss Haddington, se lo haré saber a través de ella. Alberico, no hace falta que te diga donde debes estar tú.— sólo se habían traído dos sirvientes italianos que eran de su plena confianza y llevaban años en su casa, ambos como ayuda de cámara de los marqueses.— Renaud, Philippe y Jean, vosotros no os separaréis de vuestros respectivos patrones (que eran sus tres hijos) y Brianna, tú cuidarás de atender a Elisabetta.— La sirvienta asintió con la cabeza.— procura que no se meta en líos.
Eso ya iba a ser más complicado. La pequeña de la casa era de carácter rebelde, alocado e impulsivo. Era como su padre, con la salvedad de que en una mujer esas características no eran muy deseables. Suspiró cuando la marquesa los mandó de vuelta al trabajo, y fue derecha a cambiarse. Eses día, los ayudantes particulares de los señores vestían algo menos triste que el uniforme de trabajo. Le habían traído un vestido sencillo, verde oscuro, recatado, de cuello cuadrado y apliques de pasamanería dorados. Se recogió el pelo en un moño trenzado y se calzó los guantes, como era su obligación. Rodeando su cintura, caía un cordón del que colgaban las llaves de las estancias a las que tenía acceso, y de paso eso le servía de distintivo para que nadie pensase que era una dama.
El trajín no se hizo esperar y empezaron a llegar invitados en carruajes, a caballo o a pie, llenando los jardines por los cuales ya se paseaban criados con bandejas de canapés y copas de champagne. Los músicos ya sonaban junto a la fuente, donde habían instalado unos toldos blancos para que las damas no se expusiesen al sol. Se quedó de pie tras su señora, observando aquella fiesta y recordando cuando en su casa se celebró el aniversario de sus padres por todo lo alto y el honor del cargo de su padre al ser llamado a la corte. Aquellos tiempos ya no volverían, y en su lugar un regusto amargo había echado raíces. Apretó los dientes y trató de sacarse de encima esos pensamientos. La realidad era la que era, y era de necios perseguir lo imposible.
La mansión de los marqueses.
Brianna de Montreil- Licántropo/Realeza
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Fecha de inscripción : 10/04/2016
Localización : al lado del hombre al que ama
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Re: Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
Brianna no había conseguido pegar ojo. En la fiesta estuvo esperando pacientemente que Elisabetta quisiera marcharse y finalmente se retiraron al palacete que ocupaban ahora. Se metió en la cama de Elaine a abrazarla, como siempre que se sentía sola, no lo hacía únicamente cuando la niña lo demandaba o le nacía, sino que generalmente encontraba consuelo en su respiración tranquila. Pero ni aún así consiguió desterrar esos profundos ojos verdes de su mente, ni esa sensación suave en sus labios.
Eferon había sido siempre amable con ella, desde aquella vez que la invitó a un café cuando la vio llorar, agotada y agobiada porque debia pagar las medicinas de Elaine. Cuando insitió en que llevasen a Elaine con ella a Venecia, cuando las buscó máscaras para ambas y después... la llevó a disfrutar del paseo en góndola cuando podría estar paseando a Elisabetta o a cualquier mujer sobre la que sólo tendría que posar sus felinos ojos.
Y ella le había rechazado, y lo que era peor: lo había insultado al insinuar que sólo se movía por el puro interés. Se sintió realmente mal por ello, pero no podía permitirse ser tonta de nuevo, ahora no sólo podía arruinar su vida sino también la de su hija.
La niña cogió un dulce tras darle los buenos días y después le preguntó por la fiesta, por las máscaras y la música, que era cuanto ella quería saber. Brianna terminó de servirles el té a las señoras y al regresar al lugar del servicio se encontró con la niña y el italiano poniéndose un café y escupiéndole educadamente aquellas palabras por lo bajo.
Se acercó para susurrarle.
— la mento mucho si le ofendí ayer...ahora no puedo hablar, déjeme que me disculpe debidamente. Mi señora no me necesita esta noche, va al teatro con su hermano.— se mordió el labio inferior, quizás Éferon tambien fuera a esa función.— si no puede... lo entiendo.
La voz de Elisabetta reclamaba alguna tontería y Brianna se afanó en llevarle lo que pedía, el deber era el deber.
El resto del dia lo pasó ayudando a su señora con los rituales de belleza, como Eferon no le dijo nada, no sabía si aparecería o no, pero conforme se deslizaban las horas en el reloj, pensaba que probablemente no. ¿Por qué habría de hacerlo? ella era un simple sirvienta con la que había tenido atenciones (y no quería pensar en el objetivo de las mismas, porque todo apuntaba a que el italiano no tenía nada que ganar con ello, así que se podría decir que le atraía simple y llanamente, pero eso asustaba).
Cuando los hermanos Castelgandolfo se marcharon, se sentó con Elaine en el embarcadero, a contemplar la luna sobre el canal. Le contó los vestidos y disfraces que había visto en esa fiesta, las máscaras y cómo bailaban los que asistieron. La niña le prometió que al día siguiente le haría un dibujo de eso y cuando la envió a la cama, obedeció sin rechistar.
La luna parecía una bandeja de plata que se decomponía en trocitos cuando algo surcaba el agua del canal. Había una quietud calma que invitaba a sentarse allí un rato y disfrutar de esa vista. El frío no era ajeno en Venecia y lo recordó cuando tras un rato, notó que se le helaba el cuello y las clavículas, lo único que no llevaba cubierto por el vestido.
Seguramente Éferon no vendría, y esa sería una de esas situaciones que simplemente pasan, suceden, y no hay punto de retorno. Cerró los ojos y se pasó las manos por la cara, expulsando el aire y tirando después de las horquillas que recogían su pelo. Lo mejor que podría hacer es irse a dormir.
Eferon había sido siempre amable con ella, desde aquella vez que la invitó a un café cuando la vio llorar, agotada y agobiada porque debia pagar las medicinas de Elaine. Cuando insitió en que llevasen a Elaine con ella a Venecia, cuando las buscó máscaras para ambas y después... la llevó a disfrutar del paseo en góndola cuando podría estar paseando a Elisabetta o a cualquier mujer sobre la que sólo tendría que posar sus felinos ojos.
Y ella le había rechazado, y lo que era peor: lo había insultado al insinuar que sólo se movía por el puro interés. Se sintió realmente mal por ello, pero no podía permitirse ser tonta de nuevo, ahora no sólo podía arruinar su vida sino también la de su hija.
La niña cogió un dulce tras darle los buenos días y después le preguntó por la fiesta, por las máscaras y la música, que era cuanto ella quería saber. Brianna terminó de servirles el té a las señoras y al regresar al lugar del servicio se encontró con la niña y el italiano poniéndose un café y escupiéndole educadamente aquellas palabras por lo bajo.
Se acercó para susurrarle.
— la mento mucho si le ofendí ayer...ahora no puedo hablar, déjeme que me disculpe debidamente. Mi señora no me necesita esta noche, va al teatro con su hermano.— se mordió el labio inferior, quizás Éferon tambien fuera a esa función.— si no puede... lo entiendo.
La voz de Elisabetta reclamaba alguna tontería y Brianna se afanó en llevarle lo que pedía, el deber era el deber.
El resto del dia lo pasó ayudando a su señora con los rituales de belleza, como Eferon no le dijo nada, no sabía si aparecería o no, pero conforme se deslizaban las horas en el reloj, pensaba que probablemente no. ¿Por qué habría de hacerlo? ella era un simple sirvienta con la que había tenido atenciones (y no quería pensar en el objetivo de las mismas, porque todo apuntaba a que el italiano no tenía nada que ganar con ello, así que se podría decir que le atraía simple y llanamente, pero eso asustaba).
Cuando los hermanos Castelgandolfo se marcharon, se sentó con Elaine en el embarcadero, a contemplar la luna sobre el canal. Le contó los vestidos y disfraces que había visto en esa fiesta, las máscaras y cómo bailaban los que asistieron. La niña le prometió que al día siguiente le haría un dibujo de eso y cuando la envió a la cama, obedeció sin rechistar.
La luna parecía una bandeja de plata que se decomponía en trocitos cuando algo surcaba el agua del canal. Había una quietud calma que invitaba a sentarse allí un rato y disfrutar de esa vista. El frío no era ajeno en Venecia y lo recordó cuando tras un rato, notó que se le helaba el cuello y las clavículas, lo único que no llevaba cubierto por el vestido.
Seguramente Éferon no vendría, y esa sería una de esas situaciones que simplemente pasan, suceden, y no hay punto de retorno. Cerró los ojos y se pasó las manos por la cara, expulsando el aire y tirando después de las horquillas que recogían su pelo. Lo mejor que podría hacer es irse a dormir.
Brianna de Montreil- Licántropo/Realeza
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Re: Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
En otra ocasión, las palabras se las hubiese llevado el viento pero en este caso, atacaron su ego, su persona. Qué necio ¿cómo alguien iba a tener una imagen de él diferente? Nadie. sería el eterno Casanova, el indomable italiano que temía comprometerse. Para él, el viaje había acabado aunque dejase allí a su tierra, en Paris al menos no lo tenían tan vigilado como lo tenía Elisabetta, comenzaba a sentirse incómodo y la huida con el paseo en góndola… no había ayudado en lo absoluto.
Describió a la pequeña como lo veía él, colores brillantes, máscaras de todo tipo, disfraces y ninguno era igual. Bailes sincronizados, risas, elegancia y música envolvente. La niña parecía encantada con los dulces y con la descripción de la fiesta. Sería la primera fiesta de la que se acordase pues la mayoría, despertaba en cama ajena o en algún lugar rodeado de alguna que otra botella.
Agachó un tanto la mirada, centrándose en su café. Dudaba ir en vez de al teatro, le encantaban las obras que representaban y más en Venecia esos días pero dudaba que pudiese permanecer con los ojos abiertos. Le dejó claro a Elisabetta que se encontraba indispuesto, algo le tuvo que sentar mal en la fiesta, no iría al teatro…y para qué engañarse, prefería las calles de Venecia, en vez de estar rodeado de gente que solo eran capaces de mirarte por encima del hombro o para meterse en tu cama. Mujeres y hombres.
Las campanas, anunciaban las ocho. Los hermanos ya se habían marchado y en la casa…se respiraba paz, silencio… interrumpido por la risa de una niña que jugaba, Elaine. Fue inevitable que sonriese al oírla a medida que se acercaba a ellas. No iba ataviado de forma elegante pero aún así, su propia porte lo era. Carraspeó dedicando una leve reverencia a ambas, a la pequeña…se agachó para tomar su mano y besar su dorso como buen caballero.
-Impulsado a acercarme por el sonido de tu risa, pequeña Elaine. No me has dicho nunca si sabes cantar. Yo… digamos me defiendo pero no me ganaría la vida en ello. -rió tomando asiento, a Brianna le dedicó una sonrisa y una reverencia, tampoco sabía bien qué decir, nunca se había visto en una situación parecida. No encontraba las palabras para expresarse así que, empezaría por lo más sencillo.
-Creo que debería disculparme, no pretendía que mis palabras resultasen ofensivas para usted, signorina - de camino, había cortado algunas rosas que adornaban el jardín, rosas blancas que tendió a cada una con su fresca e irresistible sonrisa -No tiene que decirme nada, lo lamento y no sabría cómo recompensarla -sus ojos verdes no mentían, al menos en ese instante no…
Describió a la pequeña como lo veía él, colores brillantes, máscaras de todo tipo, disfraces y ninguno era igual. Bailes sincronizados, risas, elegancia y música envolvente. La niña parecía encantada con los dulces y con la descripción de la fiesta. Sería la primera fiesta de la que se acordase pues la mayoría, despertaba en cama ajena o en algún lugar rodeado de alguna que otra botella.
Agachó un tanto la mirada, centrándose en su café. Dudaba ir en vez de al teatro, le encantaban las obras que representaban y más en Venecia esos días pero dudaba que pudiese permanecer con los ojos abiertos. Le dejó claro a Elisabetta que se encontraba indispuesto, algo le tuvo que sentar mal en la fiesta, no iría al teatro…y para qué engañarse, prefería las calles de Venecia, en vez de estar rodeado de gente que solo eran capaces de mirarte por encima del hombro o para meterse en tu cama. Mujeres y hombres.
Las campanas, anunciaban las ocho. Los hermanos ya se habían marchado y en la casa…se respiraba paz, silencio… interrumpido por la risa de una niña que jugaba, Elaine. Fue inevitable que sonriese al oírla a medida que se acercaba a ellas. No iba ataviado de forma elegante pero aún así, su propia porte lo era. Carraspeó dedicando una leve reverencia a ambas, a la pequeña…se agachó para tomar su mano y besar su dorso como buen caballero.
-Impulsado a acercarme por el sonido de tu risa, pequeña Elaine. No me has dicho nunca si sabes cantar. Yo… digamos me defiendo pero no me ganaría la vida en ello. -rió tomando asiento, a Brianna le dedicó una sonrisa y una reverencia, tampoco sabía bien qué decir, nunca se había visto en una situación parecida. No encontraba las palabras para expresarse así que, empezaría por lo más sencillo.
-Creo que debería disculparme, no pretendía que mis palabras resultasen ofensivas para usted, signorina - de camino, había cortado algunas rosas que adornaban el jardín, rosas blancas que tendió a cada una con su fresca e irresistible sonrisa -No tiene que decirme nada, lo lamento y no sabría cómo recompensarla -sus ojos verdes no mentían, al menos en ese instante no…
Éferon Gianetti- Prostituto Clase Alta
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Re: Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
Cuando casi daba por perdida la oportunidad de hablar con Eferon, éste llegó portando dos rosas blancas. Se acercó a ellas y conversó con Elaine. Brianna los observó y escuchó suspendida en lo que parecía casi un sueño. Había que ver lo bien que se llevaban ambos, cómo le hablaba con tanto cariño a la niña, sin máscaras ni intenciones veladas, sin interés alguno que pudiera esconder. Cuando lo veía con Elaine tenia la sensación de que ése era el verdadero Gianetti. Pero quién sabe, a veces la gente era experta en fingir y esconder sus verdaderos propósitos.
Mandó a la niña a la cama y cuando se quedaron solos se quedó contemplando la luna sobre las aguas, la quietud invitaba a la confesión, mas la confesión siempre era debilidad. Ya había sido débil con ese hombre varias veces, pero tampoco podía evitarlo, nadie debería guardar tantos secretos y tanto dolor y esperar no enloquecer por ello.
— quien debe disculparme es usted. No necesita recompensarme por nada, al contrario. Tengo mucho que agradecerle, y sin embargo lo juzgué y ya no he conseguido anular ese juicio por mi terquedad. Entiendo que su vida sea complicada, que tenga que llevar máscara a donde va, porque es lo único que nos queda para…sobrevivir.— suspiró girando el rostro hacia Eferon, mirándolo a los ojos, esos ojos de gato que tanto la enloquecían.— a estas alturas… supongo que ya lo intuirá, pero me siento en la obligación de ser sincera con usted. Elaine no es mi sobrina, es mi hija. Pero nos vemos obligadas a mantener esta farsa por su seguridad. Ojalá la vida fuera diferente… sin tantos secretos, sin tantas obligaciones, sin tanto que perder… ojalá pudiera aceptar sus besos, su brazo, sus cafés. Ojalá todo lo que me ha regalado, Venecia, su compañía, su sonrisa… pudiera ser cierto, pudiera ser de verdad. Pero me temo que es un sueño, uno que no me atrevo a soñar.
Mandó a la niña a la cama y cuando se quedaron solos se quedó contemplando la luna sobre las aguas, la quietud invitaba a la confesión, mas la confesión siempre era debilidad. Ya había sido débil con ese hombre varias veces, pero tampoco podía evitarlo, nadie debería guardar tantos secretos y tanto dolor y esperar no enloquecer por ello.
— quien debe disculparme es usted. No necesita recompensarme por nada, al contrario. Tengo mucho que agradecerle, y sin embargo lo juzgué y ya no he conseguido anular ese juicio por mi terquedad. Entiendo que su vida sea complicada, que tenga que llevar máscara a donde va, porque es lo único que nos queda para…sobrevivir.— suspiró girando el rostro hacia Eferon, mirándolo a los ojos, esos ojos de gato que tanto la enloquecían.— a estas alturas… supongo que ya lo intuirá, pero me siento en la obligación de ser sincera con usted. Elaine no es mi sobrina, es mi hija. Pero nos vemos obligadas a mantener esta farsa por su seguridad. Ojalá la vida fuera diferente… sin tantos secretos, sin tantas obligaciones, sin tanto que perder… ojalá pudiera aceptar sus besos, su brazo, sus cafés. Ojalá todo lo que me ha regalado, Venecia, su compañía, su sonrisa… pudiera ser cierto, pudiera ser de verdad. Pero me temo que es un sueño, uno que no me atrevo a soñar.
- Soñé una vida:
Soñe una vida para mi
estaba llena de esperanza
soñe que amaba tan feliz
soñe que dios me perdonaba
Yo era una niña sin temor
que disfrutaba con sus sueños
no habia deudas ni dolor
todo era bello bajo el cielo
Pero cuando el sol se va
y entran fieras en tus sueños
te arrepientes de vivir
se apoderan de tu ser
Paso un verano junto a mi
lleno mis dias con su magia
yo le entregue mi juventud
pero al final le vi partir
Sueño aun que volvera
y estoy con el toda la vida
mejor seria no soñar
es una calle sin salida
Soñe una vida para mi
soñe que huia de este infierno
he despertado ya lose
hoy muere el sueño....
que soñe....
estaba llena de esperanza
soñe que amaba tan feliz
soñe que dios me perdonaba
Yo era una niña sin temor
que disfrutaba con sus sueños
no habia deudas ni dolor
todo era bello bajo el cielo
Pero cuando el sol se va
y entran fieras en tus sueños
te arrepientes de vivir
se apoderan de tu ser
Paso un verano junto a mi
lleno mis dias con su magia
yo le entregue mi juventud
pero al final le vi partir
Sueño aun que volvera
y estoy con el toda la vida
mejor seria no soñar
es una calle sin salida
Soñe una vida para mi
soñe que huia de este infierno
he despertado ya lose
hoy muere el sueño....
que soñe....
Brianna de Montreil- Licántropo/Realeza
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Fecha de inscripción : 10/04/2016
Localización : al lado del hombre al que ama
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Re: Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
Sobrevivir. Cierto, en esta vida, para algunas personas simplemente su misión de cada día era sobrevivir como si el día siguiente fuese el último. Intentaba por todos los medios vivir intensamente cada día como si no tuviese otra opción, en cierta parte así era. Para Éferon Gianetti la vida le había dado una de cal y otra de arena, constantemente. Todavía no se había rendido y esperaba no hacerlo nunca. El dinero que debía, aún sin ser la deuda suya, le perseguía como una sombra allá por donde iba, no solo se condenaría a sí mismo, también a los que le rodeaban y más si les unía algún tipo de lazo afectivo, si eso pudiese ser para el italiano.
-La vida que nos toca, es así. es esta y cambiarla no podemos cambiarla, al menos no podemos cambiar quiénes somos. No importa en qué nido nacemos, si no donde permanecemos y con quiénes permanecemos. Las circunstancias nos llevan a situaciones que nos hacen tomar unas decisiones u otras para justo eso que decís…sobrevivir. Yo no juzgo a nadie por su status social, por género o edad. Yo así como me veis. Sí, he fingido ser quien no era muchas veces para beneficiarme de ello pero ¿Acaso hacía algo malo? -hizo una pausa para tomar aire y revolverse el cabello tan bien peinado, ahora no importaba tal cosa.
-En fiestas en las que me auto invité para llevarme algo de comer y beber a la boca, tratar negocios que no me interesaban por si me podía llevar algún beneficio. Sopesar ideas que ni loco aceptaría jamás como casarme o peor… tomar otra clase de oficio del que me beneficiaría con demasía. Ser ese acompañante galán de señoras, tanto públicamente como la intimidad…sopeso la idea de ello. El dinero es lo más importante ahora -suspiró, mirando hacia el cielo, igual en todas partes pero tan diferente en Venecia…ese toque especial nadie se lo arrebataba.
-No me vea de otro modo, tampoco sabría qué hacer. Ya sabe quién seré a partir de ahora. Ese don juan que cree pero esta vez es diferente porque pagaré por ello y no podrá ni mirarme a la cara . La comprendo pero no tengo opción, ahora es …el camino más fácil
Y lo era, sin duda lo era.
-La vida que nos toca, es así. es esta y cambiarla no podemos cambiarla, al menos no podemos cambiar quiénes somos. No importa en qué nido nacemos, si no donde permanecemos y con quiénes permanecemos. Las circunstancias nos llevan a situaciones que nos hacen tomar unas decisiones u otras para justo eso que decís…sobrevivir. Yo no juzgo a nadie por su status social, por género o edad. Yo así como me veis. Sí, he fingido ser quien no era muchas veces para beneficiarme de ello pero ¿Acaso hacía algo malo? -hizo una pausa para tomar aire y revolverse el cabello tan bien peinado, ahora no importaba tal cosa.
-En fiestas en las que me auto invité para llevarme algo de comer y beber a la boca, tratar negocios que no me interesaban por si me podía llevar algún beneficio. Sopesar ideas que ni loco aceptaría jamás como casarme o peor… tomar otra clase de oficio del que me beneficiaría con demasía. Ser ese acompañante galán de señoras, tanto públicamente como la intimidad…sopeso la idea de ello. El dinero es lo más importante ahora -suspiró, mirando hacia el cielo, igual en todas partes pero tan diferente en Venecia…ese toque especial nadie se lo arrebataba.
-No me vea de otro modo, tampoco sabría qué hacer. Ya sabe quién seré a partir de ahora. Ese don juan que cree pero esta vez es diferente porque pagaré por ello y no podrá ni mirarme a la cara . La comprendo pero no tengo opción, ahora es …el camino más fácil
Y lo era, sin duda lo era.
Éferon Gianetti- Prostituto Clase Alta
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Localización : La ciudad del amore , París.
Re: Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
Ciertamente se había quedado bastante aliviada al decirle la verdad, que Elaine era su hija, y el italiano no había mencionado nada al respecto, ni un reproche. Tanto mejor, tan sólo había comprendido que las reglas del juego cuando se trataba de sobrevivir, era distintas. Lo primero era lo primero, y en el caso de Brianna era la niña. En el de él, era el dinero para saldar deudas. Lo entendía, no se podía juzgar a nadie por tomar deciones bajo la presión del mayor fracaso.
Mas intuía que a partir de ese momento, el italiano adoptaría el papel de frívolo galán que le habían colgado como fama injustamente merecida. Le quedaba claro que él no lo quería, que sólo había jugado a ratos con ese papel para salir de los baches en los que se encontraba, pero esta vez había tocado fondo y estaba delante de una encrucijada de la cual no podía salir ileso, era la hora de hacer sacrificios.
— no le juzgaré. Sé como es, cómo ha sido, lo bien que se ha portado siempre conmigo y con mi pequeña... y sólo le rezo a Dios para que su camino sea más ligero y pronto pueda quitarse tantas cargas.— Brianna miró la rosa blanca que le había reglado y sintió un pinchazo en el corazón.— ¿lo oye?...exacto. Nada. Es el sonido que queda cuando un sueño se va. Es el momento de alejar los sueños, lo que podría haber sido y no fue y regresar a la triste realidad.— se le partía el corazón al decirle aquellas palabras, pero era lo más sensato. ¡Maldita sensatez! siempre haciendo acto de presencia en ella. Si aquel iba a ser el último momento que pudiera compartir con Efferon de ese modo, hablando de algo que había existido efímeramente, antes de matarlo del todo, entonces quería guardarlo en el recuerdo como lo que de verdad fue.
Dejó caer la rosa al suelo y dio un paso hacia delante poniéndole la mano en la mejilla y levantandose sobre las puntas de los pies para besar aquellos labios, esta vez sin sorpresas ni angustias, sólo con el amargo sabor de la despedida, porque era el primero y el último que le daría. Era un brindis, el último, uno por lo que pudo ser.
Mas intuía que a partir de ese momento, el italiano adoptaría el papel de frívolo galán que le habían colgado como fama injustamente merecida. Le quedaba claro que él no lo quería, que sólo había jugado a ratos con ese papel para salir de los baches en los que se encontraba, pero esta vez había tocado fondo y estaba delante de una encrucijada de la cual no podía salir ileso, era la hora de hacer sacrificios.
— no le juzgaré. Sé como es, cómo ha sido, lo bien que se ha portado siempre conmigo y con mi pequeña... y sólo le rezo a Dios para que su camino sea más ligero y pronto pueda quitarse tantas cargas.— Brianna miró la rosa blanca que le había reglado y sintió un pinchazo en el corazón.— ¿lo oye?...exacto. Nada. Es el sonido que queda cuando un sueño se va. Es el momento de alejar los sueños, lo que podría haber sido y no fue y regresar a la triste realidad.— se le partía el corazón al decirle aquellas palabras, pero era lo más sensato. ¡Maldita sensatez! siempre haciendo acto de presencia en ella. Si aquel iba a ser el último momento que pudiera compartir con Efferon de ese modo, hablando de algo que había existido efímeramente, antes de matarlo del todo, entonces quería guardarlo en el recuerdo como lo que de verdad fue.
Dejó caer la rosa al suelo y dio un paso hacia delante poniéndole la mano en la mejilla y levantandose sobre las puntas de los pies para besar aquellos labios, esta vez sin sorpresas ni angustias, sólo con el amargo sabor de la despedida, porque era el primero y el último que le daría. Era un brindis, el último, uno por lo que pudo ser.
Brianna de Montreil- Licántropo/Realeza
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Re: Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
Y como un suspiro, todo se evaporó ante ambos como un bonito recuerdo del que quizás, sería mejor ni tan siquiera recordar. ¿Cómo iba a prometer cuando no sabía? No era de esos hombres que te llenaban los oídos con palabras bonitas, adecuadas para un solo fin… él si las decía, las sentía y de verdad. ¿para qué fingir? No era ningún mentiroso, quizás un poco fanfarrón…eso sí, no lo negaba pero una cosa era eso y otra…jugar con los demás.
Siempre pecó de sincero y esa tarde, iba a serlo más que nunca. No quería hacerle daño, jamás se le había pasado por la cabeza tal cosa y menos aprovecharse de ella, de la situación y sintió que lo había hecho en el canal. Ojos de gato que la observaban detenidamente, a los ojos a cada palabra que salía de sus labios. Y por primera vez, a medida que las palabras se acababan de sus labios…sintió un vacío extraño, como si con ello la hubiese condenado…haciéndole daño. Y no solo a la exquisita Brianna.
-Es muy amable, sé que me lo desea de verdad, de corazón pero… ambos sabemos que esa carga la tendré para siempre. Demasiado dinero, lo perdí todo y aún así debo, tendré que pagarlo con mi vida ¿y de qué mejor manera que esta? De todas maneras, ya estoy muerto -arrastró las palabras, no podría hacer lo que realmente quisiese, como hasta ahora había hecho -La realidad no tiene porqué ser diferente a un sueño…Brianna -pero lo era, no podía engañarse a sí mismo…
Bajó la mirada, quería creerse lo que acababa de decirle pero… era imposible. No se percató de que se acercaba, menos que estaba dispuesta a despedirse de él. sus orbes, dibujaron su rostro despacio…sin prisa. Al igual que el beso, fue lento… acariciador. Un beso que sin duda le supo a despedida. Sonrió, mirándole fijamente a los ojos… pero no como siempre, estaba triste… una tristeza absoluta. A todo lo que aportaba su vida, le estaba diciendo adiós y se negaba a ello… pero ¿Acaso no era lo mejor?
-No me digas adiós…¿por qué no vivir un sueño? Es lo que nos queda… si ya no tenemos absolutamente nada ¿qué tenemos que perder cuando ya está todo perdido? -tomó su rostro, acariciando con los pulgares sus mejillas… su nariz con la ajena. Esperaba una respuesta que no iba a llegar pero… ¿no era de valientes arriesgarse?
Siempre pecó de sincero y esa tarde, iba a serlo más que nunca. No quería hacerle daño, jamás se le había pasado por la cabeza tal cosa y menos aprovecharse de ella, de la situación y sintió que lo había hecho en el canal. Ojos de gato que la observaban detenidamente, a los ojos a cada palabra que salía de sus labios. Y por primera vez, a medida que las palabras se acababan de sus labios…sintió un vacío extraño, como si con ello la hubiese condenado…haciéndole daño. Y no solo a la exquisita Brianna.
-Es muy amable, sé que me lo desea de verdad, de corazón pero… ambos sabemos que esa carga la tendré para siempre. Demasiado dinero, lo perdí todo y aún así debo, tendré que pagarlo con mi vida ¿y de qué mejor manera que esta? De todas maneras, ya estoy muerto -arrastró las palabras, no podría hacer lo que realmente quisiese, como hasta ahora había hecho -La realidad no tiene porqué ser diferente a un sueño…Brianna -pero lo era, no podía engañarse a sí mismo…
Bajó la mirada, quería creerse lo que acababa de decirle pero… era imposible. No se percató de que se acercaba, menos que estaba dispuesta a despedirse de él. sus orbes, dibujaron su rostro despacio…sin prisa. Al igual que el beso, fue lento… acariciador. Un beso que sin duda le supo a despedida. Sonrió, mirándole fijamente a los ojos… pero no como siempre, estaba triste… una tristeza absoluta. A todo lo que aportaba su vida, le estaba diciendo adiós y se negaba a ello… pero ¿Acaso no era lo mejor?
-No me digas adiós…¿por qué no vivir un sueño? Es lo que nos queda… si ya no tenemos absolutamente nada ¿qué tenemos que perder cuando ya está todo perdido? -tomó su rostro, acariciando con los pulgares sus mejillas… su nariz con la ajena. Esperaba una respuesta que no iba a llegar pero… ¿no era de valientes arriesgarse?
Éferon Gianetti- Prostituto Clase Alta
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Re: Soñé una vida.- {Éferon Gianneti}
— No puede ser, Éferon, yo sí tengo mucho que perder... si pierdo este trabajo no tendré con qué mantener a Elaine, y eso no puedo permitírmelo. Necesita las medicinas, necesita un techo y si me dejo arrastrar por la locura ella sufrirá las consecuencias...es mejor así. Te deseo la mejor de las fortunas, ojalá que consigas resolver tus problemas y que todo en la vida te vaya bien.
La noche se cernía sobre Venecia y también la sombra de algo que moría aún sin apenas haber nacido. Pero era lo mejor, para ella, para la niña, para los dos. Se separó de Eferon y se quedó mirando los canales unos instantes.
— siempre recordaré Venecia, lo especial que es, el haberla recorrido un poco contigo. Esta ciudad se quedará siempre en mi corazón, y tú con ella.
Recogió las flores que se le habían caido al suelo y se encaminó hacia al palacete, a tratar de olvidar lo que allí había ocurrido. Por una maldita vez quería dejarse llevar y no podía. Por una sóla vez quería mirar al cielo y ver fuegos artificiales, brillantes, bonitos, alegres...pero no podían. Porque esos fuegos artificiales acabarían con lágrimas y ambos lo sabían.
Subió la escalera con paso quedo, sinetiendo el frío crecer en su interior. Era la historia de su vida: la renuncia a todo sueño, a toda ilusión, porque la vida era dura y aún podía ir a peor. Quedaban dos días más allí y volverían a París, todo habría terminado cuando los canales y las góndolas quedaran atrás.
La noche se cernía sobre Venecia y también la sombra de algo que moría aún sin apenas haber nacido. Pero era lo mejor, para ella, para la niña, para los dos. Se separó de Eferon y se quedó mirando los canales unos instantes.
— siempre recordaré Venecia, lo especial que es, el haberla recorrido un poco contigo. Esta ciudad se quedará siempre en mi corazón, y tú con ella.
Recogió las flores que se le habían caido al suelo y se encaminó hacia al palacete, a tratar de olvidar lo que allí había ocurrido. Por una maldita vez quería dejarse llevar y no podía. Por una sóla vez quería mirar al cielo y ver fuegos artificiales, brillantes, bonitos, alegres...pero no podían. Porque esos fuegos artificiales acabarían con lágrimas y ambos lo sabían.
Subió la escalera con paso quedo, sinetiendo el frío crecer en su interior. Era la historia de su vida: la renuncia a todo sueño, a toda ilusión, porque la vida era dura y aún podía ir a peor. Quedaban dos días más allí y volverían a París, todo habría terminado cuando los canales y las góndolas quedaran atrás.
Brianna de Montreil- Licántropo/Realeza
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