Encuentros fortuitos (Parte 1) - Laetitia Voclain.

por **Sara Ascarlani** Miér Mayo 11, 2016 1:58 pm

Ansiedad. ¿Cuándo fue la última vez que Sara pisó los adoquines parisinos? Desde su retorno a esta ciudad maldita no ha hecho más que tocar y fantasear con sus fantasmas habituales, los demonios ambulantes. ¿Agatha? ¿Claire? ¿Axelle? ¿Donatella? Nombres interminables marcados en su gélida piel, y manchados en sus sábanas de seda. Un tropiezo del carruaje la despertó de su habitual introspección. Una roca deterioró la rueda trasera izquierda, y su chofer se vio obligado a parar ¿Qué te pasó esta vez? -¿Acaso no sabes andar un maldito caballo? ¿Eres ciego? ¿Te dejo ciego? Musitó serenamente acercándose al ventanal mientras observaba a su esclavo abrumado por tal infortunio. Madame, le pido que me perdone, no vi la roca, pero déjeme vivir, soy el último chofer que le queda le comentó temeroso, tratando de arreglar la situación.

Sara esbozó un suspiro y miró hacia delante, el bullicio de la música barata llamó su atención, unos acordes mal ejecutados que le causaron una extraña cercanía. Se bajó del carruaje y miró hacia sus alrededores, se encontraba en aquel burdel donde comenzó su estadía en París, donde conoció a muchas, y dejó a otras más. Esbozó una sonrisa y dio unos pasos, dejando a su esclavo con su carruaje. ¡Madame, pude arreglar la rueda, podemos irnos cuando desee! Exclamó mientras observaba cómo se iba Sara. Vete, no me esperes y no aparezcas hasta cuando te llame. Musitó y siguió adelante.

Gritos y un olor fétido emanaban del burdel, había perdido su magia, y pensó dos veces en entrar, pero a lo lejos en el portón, se encontraba una dama de cabello largo y blanquecino, casi tan pálida como ella misma, pero de porte elegante ¿Quizás una niña rica rebelde? Susurró al son del viento y del sonido del galope de su corcel marchándose. Acomodó su vestido, su suave y curvilíneo cabello y se acercó a ella sin quitarle la mirada del rostro. La reparaba y sonreía para sí misma. Maldita sea, de nuevo estoy aquí. Taconeó más fuerte hasta estar frente a ella, muy cerca y la miró fijamente. ¿No deberías estar adentro, mademoiselle?

por **Laetitia Voclain** Jue Mayo 12, 2016 3:03 pm

Mi madre me había enviado noticias desde Lyon, una carta en la que me avisaba de que Laurent, mi prometido estaba en París estudiando hacía ya un tiempo, que tuviese cuidado por si coincidía con él en algún evento social. Hice una mueca y tiré la carta a las llamas. ¿Yo en un evento social? Mi madre no sabía lo que estaba diciendo.

Pasé lo largo del día en la casa, leyendo un periódico de la ciudad, entre otras cosas, lo hacía para enterarme de lo que ocurría a mi alrededor, pese a que me interesaba poco. Esta noche iba a trabajar, por lo que, me levanté del sofá y me di un largo y relajante baño, tenía que estar bien de ánimo para fingir algo con los clientes que me tocasen hoy.

Ya en la calle, iba caminando, haciendo resonar el ruido de mis tacones sobre los adoquines y me paré antes de entrar en el burdel, unos momentos antes de ponerme una máscara y fingir ser alguien que no era. En esos momentos, una mujer se acercó hasta mí y su comentario me hizo alzar una ceja. ¿Tan cara de cortesana tenía? - Quizás soy una mujer que se ha parado aquí delante para descansar, señorita.- Mi mirada la recorrió entera, sin pestañear. - ¿Usted va a entrar por trabajo o por placer?- Quizás ella también fuese cortesana, pero por sus ropajes, de la clase alta, estaba segura de que su respuesta sería por la segunda opción. El placer es placer.

por **Sara Ascarlani** Sáb Mayo 14, 2016 8:48 am

Era muy hermosa, tal vez muy altiva para ser una simple cortesana, pero era típico en mujeres frágiles, y sumisas en la cama, esas que arrugan las sábanas y ruegan a gritos por un poco más. Insaciables y perfectas damiselas nocturnas, casi tan malditas como los entes condenados que merodean las calles parisinas. El viento le susurraba a Sara como si fuese su confidente maldito, ondeaba el cabello perfecto de la cortesana casi como un llamado desesperado a que la tuviera contra su gélido cuerpo, sintiendo su respiración y piel tersa. Sara se acercó más hacia ella, casi para sentir su respiración.
Sonreía cada vez que la cortesana hablaba. Su cálida voz le cautivó y le causaba curiosidad. Una mujer de la calle no se atrevería a responderle a un potencial cliente de esa manera tan imperiosa. ¿Sara, una cortesana?, esa mujer quería conocerle, pero en esa faceta demoníaca que tanto le caracterizaba. No. Musitó casi susurrándole al oído. No soy una cortesana, pero usted puede ser la mía, a no ser que desee quedarse con los cerdos hambrientos e infieles que pagan con poco dinero y una muy mala experiencia sexual. La miró fijamente y se alejó de ella.

Temía poseerle, temía convertirla en un demonio ambulante, un humano inerte tras embriagarla de su sexualidad. Sara ha dejado orgasmos y huellas, pero sobre todo cicatrices imborrables, y una que otras con epitafios sombríos de mujeres que jamás serían recordadas, excepto por ella, que las vio morir en sus garras, o en sus mortales y filosos caninos protuberantes que esconde cautelosamente.
Un océano de pensamientos abrumaban su mente, pero su cuerpo era el infierno, y deseaba calmar la avidez de ese néctar carmesí que reflejaban sus ojos muertos. Quizás esta mujer sería la víctima perfecta: una hermosa dama, con espíritu aventurero. Una niña en cuerpo de mujer, desdichada por su infortunio, mujer prestada y vendida estratégicamente a un hombre por prestigio barato; otra maldita como ella. La noche se hacía densa, los aullidos de los licántropos se escuchaban vagamente a lo lejos, y los árboles se contoneaban al son del viento. Los vestigios del invierno aparecieron esa noche, una corriente helada protagonizaba aquella velada, pero la vampiresa sólo sentía el fuego que calcinaba su cuerpo a cuentagotas. Aunque jugar a la cortesana no sería algo descabellado. Expresó sin titubear mientras se arreglaba el vestido coquetamente. La idea de ser sumisa le parecía graciosa y casi imposible, pero despertó su curiosidad. Una cortesana, con criterio y altivez, algo que no se encuentra, incluso en las camas de las más nobles princesas, desquiciadas y pecadoras a puerta cerrada.

por **Laetitia Voclain** Lun Mayo 16, 2016 12:11 pm

La mujer que tenía delante, quizás demasiado cerca como para ser alguien a quien se acaba de conocer, era linda, sus cabellos con ondas caían sobre sus hombros, sus ojos oscuros parecían que me quisieran atravesar de un momento a otro y sus palabras me causaban intriga por conocerla y ver hasta donde podíamos llegar. Le dediqué una sonrisa de suficiencia, había mucha gente que hablaba sin saber y ella parecía ser una de ellas. - Por suerte yo no soy como una de esas cortesanas que no tienen donde caerse muerta y aceptan a cualquier hombre o mujer que se les ponga por delante. Yo escojo a mis clientes, señorita...- Hice una pausa para que me dijera su nombre. - Solo acepto a aquellos que veo que tienen el dinero suficiente como para pagar mis servicios.- La miré de arriba a bajo, analizando su ropa. -Puedo ser su cortesana esta noche.- Asentí, tenía el dinero suficiente como para pagar mis servicios, esperaba que también pudiera darme un poco de placer.

La mujer se apartó un poco de mí, haciendo que recuperase el espacio personal que me había robado sin preguntar y respiré con tranquilidad, la miré de reojo y me giré, entrando en el burdel, sabedora de que Sara, iría tras de mí. Saludé a la Madamme con un gesto en la cabeza y le señalé que mi acompañante de esta noche, sería la mujer que me seguía. Esta asintió y sonreí. Subí los escalones despacio, había estado con solo una mujer en mi carrera como cortesana. ¿Lo haría bien? Entre en mi habitación habitual y cerré la puerta una vez que ella entró. Me quité el abrigo, dejando ver el vestido color rojo que llevaba debajo. - ¿Cómo quiere hacerlo? ¿Sumisa o dominante?- Pregunté alzando una ceja, esperaba que la noche de hoy fuese divertida.

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