AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Under everlasting grey skies
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Under everlasting grey skies
Oslo, Noruega.
«Torvi», aquella había sido la primera palabra que Svein había aprendido a pronunciar y, por lo visto, sería la única que diría por varios años. Torvi era el nombre de su madre o, más bien, la mujer que lo había recogido de la calle y que dedicó su vida a prestarle cada uno de los cuidados que fueran necesarios; y es que desde muy pequeño era que se comenzaron a ver en él sus peculiaridades: no hablaba, no miraba a la cara, esquivaba el contacto físico, prefería no compartir con los otros niños y se retraía en sus propias actividades y juegos. A veces, cuando se le intentaba hacer jugar con otros niños, se volvía violento, lanzaba los juguetes para todos lados y chillaba y aleteaba dando golpes y patadas, pero aquello último no creían que fuera parte de su conjunto de síntomas “inusuales”, pues entre vikingos, la violencia era prácticamente bien vista. Aún así, aquel muchacho que Torvi había recogido era, a vista de otros, un desperdicio de comida, pues en realidad nadie creía que iba a crecer como un hombre normal. Varias veces le dijeron «Torvi, deja morir a ese niño», pero la mujer jamás perdió su fe en aquel muchacho de ojos azul cielo. Si las leyendas eran ciertas, si las sagas eran ciertas, entonces su pequeño muchacho tendría tanto o más oportunidades que Ivar el Deshuesado.
Con el tiempo Torvi sintió que había tomado la decisión correcta, a costa del juicio de los otros, pues había logrado encontrar la forma de conectarse con su hijo adoptivo, aún en contra de todo pronóstico. Había encontrado en él una dulzura indescriptible, una capacidad de amar que deseaba con todas sus ansias poder mostrarle a los demás, pero que el niño se guardaba solo para él mismo y para ella; y había encontrado en él, además, un intelecto que estaba segura llegaría lejos con el tiempo. Pero nadie más veía esas cosas en él, sino que se fijaban más en lo torpe que era con las manos pues todo se le caía, o lo torpe que era para hablar, pues tartamudeaba de los nervios, o lo tímido y cobarde que lo creían, pues no miraba nunca a la cara. Sin embargo, Torvi confiaba en que algún día Svein sería comprendido por quién era en realidad y no por cómo se veía; y con todo su orgullo, así le vio crecer.
Era muy común en aquella época que a los niños se les comenzara a enseñar el arte de la lucha desde muy temprana edad, aunque inicialmente Svein no era bienvenido en aquellas actividades al aire libre; y es que no tenía padre que le enseñara y la verdad, nadie más que su madre le tenía fe. Por eso él nada más observaba, sentado desde el regazo de su madre o bien junto a ella, mientras que los demás niños de la comunidad comenzaban a practicar el uso del escudo y la espada. Entre ellos se encontraba Harald, parte de la familia real y miembro de la dinastía Yngling. Era cinco años mayor que Svein y parecía se convertiría un prodigio de la batalla.
- Mamá, ¿crees que algún día yo pueda ser como Harald? -Susurró Svein un día.
- Claro que sí, te convertirás en un gran guerrero. -Nadie más que Torvi creía en aquellas palabras, pues incluso Svein no creía que pudiesen ser ciertas, pero fue harald quien le dio la oportunidad de realizarlas, pues fue él quien se convirtió en su primer y único amigo. Con su ayuda, las pasiones de Svein se dieron rienda suelta, permitiéndole así desarrollar la habilidad inicialmente con el hacha y luego en conjunto con el escudo. Qué dicha sentía cuando jugaba con aquellas armas de madera que hacían para los niños y aquellos escudos a medida de sus pequeños cuerpos. Svein no solo había logrado conectar con Torvi, sino que también con Harald.
Cuando la batalla de Stiklestad dio a lugar, Svein no dudó en seguir a aquel se había convertido en su ídolo, un modelo a seguir y aquel que confiaba tenía gran potencial. Apenas y tenía unos diez años cuando decidió unirse a las tropas de Haraldr y huir junto a él hacia el este. Once años tendría cuando llegaron a Kiev, unas tierras en las que continuó entrenando como lo hacía en su hogar, donde desarrolló una fe devota hacia los dioses nórdicos, donde con el pasar de los años, encontraría incluso a quien sería su esposa.
¿Quién habría pensado que, con lo peculiar que era, iba a lograr tener una vida tan plena? Se había convertido en un vikingo, en capitán, en marido y había ganado muchos otros méritos. Había viajado por numerosos lugares, había participado de grandes campañas, había incluso aprendido a amar a su esposa, por quien había arriesgado su vida y arriesgaría de nuevo. Había ganado un sin fin de batallas, había alcanzado un sin fin de metas, había hecho crecer su orgullo y pecho tanto, que no podía esperar volver a casa a mostrarle a Torvi lo exitosa y próspera que era su vida, para agradecerle aquella fe que ella siempre le tuvo, cuando nadie más creía en nada para él, cuando nadie más le entendía o aceptaba. Con veintiséis años regresó a Noruega de la mano de su esposa, ansioso por reencontrarse con su madre.
- ¿Dónde está Torvi, que no ha venido a recibirnos? -Preguntó en su llegada, pero con aquello solo consiguió encontrarse con una horrorosa verdad: Torvi se había ido. No hubo forma de detener las lágrimas, los gritos y los arrebatos de violencia. Se arrancaba los cabellos de la angustia y del autismo. Torvi había muerto y ahora tan solo quedaba él con su Asperger, aquel del que nadie sabía y que nadie entendería jamás en su vida, aquel que no le permitía comprender el contenido de la mente de otros, a veces incluso de la propia, pero que había algo que incluso con Asperger podía sentir tanto o más como los otros: el dolor de una pérdida tan terrible como aquella que era, sin duda, una de las tres pérdidas más dolorosas que experimentaría algún día.
«Torvi», aquella había sido la primera palabra que Svein había aprendido a pronunciar y, por lo visto, sería la única que diría por varios años. Torvi era el nombre de su madre o, más bien, la mujer que lo había recogido de la calle y que dedicó su vida a prestarle cada uno de los cuidados que fueran necesarios; y es que desde muy pequeño era que se comenzaron a ver en él sus peculiaridades: no hablaba, no miraba a la cara, esquivaba el contacto físico, prefería no compartir con los otros niños y se retraía en sus propias actividades y juegos. A veces, cuando se le intentaba hacer jugar con otros niños, se volvía violento, lanzaba los juguetes para todos lados y chillaba y aleteaba dando golpes y patadas, pero aquello último no creían que fuera parte de su conjunto de síntomas “inusuales”, pues entre vikingos, la violencia era prácticamente bien vista. Aún así, aquel muchacho que Torvi había recogido era, a vista de otros, un desperdicio de comida, pues en realidad nadie creía que iba a crecer como un hombre normal. Varias veces le dijeron «Torvi, deja morir a ese niño», pero la mujer jamás perdió su fe en aquel muchacho de ojos azul cielo. Si las leyendas eran ciertas, si las sagas eran ciertas, entonces su pequeño muchacho tendría tanto o más oportunidades que Ivar el Deshuesado.
Con el tiempo Torvi sintió que había tomado la decisión correcta, a costa del juicio de los otros, pues había logrado encontrar la forma de conectarse con su hijo adoptivo, aún en contra de todo pronóstico. Había encontrado en él una dulzura indescriptible, una capacidad de amar que deseaba con todas sus ansias poder mostrarle a los demás, pero que el niño se guardaba solo para él mismo y para ella; y había encontrado en él, además, un intelecto que estaba segura llegaría lejos con el tiempo. Pero nadie más veía esas cosas en él, sino que se fijaban más en lo torpe que era con las manos pues todo se le caía, o lo torpe que era para hablar, pues tartamudeaba de los nervios, o lo tímido y cobarde que lo creían, pues no miraba nunca a la cara. Sin embargo, Torvi confiaba en que algún día Svein sería comprendido por quién era en realidad y no por cómo se veía; y con todo su orgullo, así le vio crecer.
Era muy común en aquella época que a los niños se les comenzara a enseñar el arte de la lucha desde muy temprana edad, aunque inicialmente Svein no era bienvenido en aquellas actividades al aire libre; y es que no tenía padre que le enseñara y la verdad, nadie más que su madre le tenía fe. Por eso él nada más observaba, sentado desde el regazo de su madre o bien junto a ella, mientras que los demás niños de la comunidad comenzaban a practicar el uso del escudo y la espada. Entre ellos se encontraba Harald, parte de la familia real y miembro de la dinastía Yngling. Era cinco años mayor que Svein y parecía se convertiría un prodigio de la batalla.
- Mamá, ¿crees que algún día yo pueda ser como Harald? -Susurró Svein un día.
- Claro que sí, te convertirás en un gran guerrero. -Nadie más que Torvi creía en aquellas palabras, pues incluso Svein no creía que pudiesen ser ciertas, pero fue harald quien le dio la oportunidad de realizarlas, pues fue él quien se convirtió en su primer y único amigo. Con su ayuda, las pasiones de Svein se dieron rienda suelta, permitiéndole así desarrollar la habilidad inicialmente con el hacha y luego en conjunto con el escudo. Qué dicha sentía cuando jugaba con aquellas armas de madera que hacían para los niños y aquellos escudos a medida de sus pequeños cuerpos. Svein no solo había logrado conectar con Torvi, sino que también con Harald.
Cuando la batalla de Stiklestad dio a lugar, Svein no dudó en seguir a aquel se había convertido en su ídolo, un modelo a seguir y aquel que confiaba tenía gran potencial. Apenas y tenía unos diez años cuando decidió unirse a las tropas de Haraldr y huir junto a él hacia el este. Once años tendría cuando llegaron a Kiev, unas tierras en las que continuó entrenando como lo hacía en su hogar, donde desarrolló una fe devota hacia los dioses nórdicos, donde con el pasar de los años, encontraría incluso a quien sería su esposa.
¿Quién habría pensado que, con lo peculiar que era, iba a lograr tener una vida tan plena? Se había convertido en un vikingo, en capitán, en marido y había ganado muchos otros méritos. Había viajado por numerosos lugares, había participado de grandes campañas, había incluso aprendido a amar a su esposa, por quien había arriesgado su vida y arriesgaría de nuevo. Había ganado un sin fin de batallas, había alcanzado un sin fin de metas, había hecho crecer su orgullo y pecho tanto, que no podía esperar volver a casa a mostrarle a Torvi lo exitosa y próspera que era su vida, para agradecerle aquella fe que ella siempre le tuvo, cuando nadie más creía en nada para él, cuando nadie más le entendía o aceptaba. Con veintiséis años regresó a Noruega de la mano de su esposa, ansioso por reencontrarse con su madre.
- ¿Dónde está Torvi, que no ha venido a recibirnos? -Preguntó en su llegada, pero con aquello solo consiguió encontrarse con una horrorosa verdad: Torvi se había ido. No hubo forma de detener las lágrimas, los gritos y los arrebatos de violencia. Se arrancaba los cabellos de la angustia y del autismo. Torvi había muerto y ahora tan solo quedaba él con su Asperger, aquel del que nadie sabía y que nadie entendería jamás en su vida, aquel que no le permitía comprender el contenido de la mente de otros, a veces incluso de la propia, pero que había algo que incluso con Asperger podía sentir tanto o más como los otros: el dolor de una pérdida tan terrible como aquella que era, sin duda, una de las tres pérdidas más dolorosas que experimentaría algún día.
Svein Yngling- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 182
Fecha de inscripción : 16/06/2013
Localización : París, francia
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