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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Gwynneth Aylwin Jue Mayo 26, 2016 10:07 pm

-¡Cling, clang! -sonaban los cálices de los jacintos-.
No doblamos por Kay, no lo conocemos.
Cantamos nuestra propia pena, la única que conocemos.

La Reina de las Nieves, Hans Christian Andersen.



Beatrice era apenas una pequeña de siete años, algo enfermiza, pero con una gran fortaleza, y una amante de las flores. El libro de botánica, que cargaba a todas partes, fue lo único que le quedó de su padre cuando éste falleció, a causa de una terrible enfermedad que consumió sus pulmones. Como Beatrice no tenía a familiar alguno que se hiciera cargo de ella, fue llevada al orfanato. Ahí fue acostumbrándose poco a poco; sin embargo, cuando Gwynneth apareció en el lugar, no dejaba de seguirla a todas partes. La niña se encariñó tanto con ella, que era imposible para la mujer no prestarle atención. Gwynneth disfrutaba de la compañía agradable y sincera de la pequeña y rezaba porque una familia bondadosa se hiciera cargo de Beatrice.

El sol primaveral empezaba a despertar los primeros retoños de las decenas de flores que cubrían los campos y las muchas macetas que se hallaban en las amplias ventanas de la ciudad. Como era de esperarse, esta era la estación preferida de Beatrice y Gwynneth decidió llevarla de paseo por la ciudad, pues, era una manera de que la niña aliviara sus penas al recordar la reciente muerte de su padre. Pensó en llevarla al Jardín Botánico para verla sonreír de pura emoción al reconocer todas las flores del lugar. Y sin duda, había sido una magnífica idea. Beatrice no paraba de ir de un lado a otro, hablaba tan rápido que a veces era difícil entenderla, pero Gwynneth sólo asentía con paciencia a lo que la niña decía.

Entre todas las flores, su favorita era el rosal, hasta se inventaba historias que tuvieran de protagonista a la flor. Sin duda, era una nila talentosa que se había ganado el corazón de Gwynneth. Y fue en ese instante, mientras veía los rosales, que recordó a su pequeño hijo, aquel por el que su corazón no terminaba de sentirse contento. Intentó mantener una sonrisa en los labios, pero era inútil, aquel recuerdo le dolía más que nada en la vida. Hizo el esfuerzo de seguir los juegos de Beatrice y su voz infantil, temía perderla de vista. No obstante, igual ocurrió lo inevitable. Estuvo tan distraída en su propia pena, que no se percató cuando la pequeña se separó varios pasos de ella. Y lo notó cuando la escuchó gritar su nombre. Gwynneth observó a Beatrice y corrió hasta donde estaba, y más con motivo, al ver que la infanta estaba con un hombre, que no se veía nada bien.

—Señorita Aylwin, mire, está pálido como James cuando tiene fiebre —dijo la niña señalándole al hombre y comparando su aspecto con uno de los niños del orfanato—. Mi padre también se veía así antes de irse con los ángeles.

A Gwynneth no le sorpendía la suspicacia de Beatrice, sabía que ella era atenta a pesar de su corta edad. Sólo miró a la niña y acarició su cabello para intentar calmarla.

—Tranquila —susurró—. ¿Señor? ¿Se encuentra bien? —Inquirió con mayor preocupación al notar como este no paraba de toser—. Creo que el polen es un mal amigo en su condición. Venga conmigo...


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Mensaje por Izsák Kodály Lun Jul 11, 2016 11:52 pm


“Whoever you are, I have always depended on the kindness of strangers.”
— Tennessee Williams, A Streetcar Named Desire


Tener un día libre se antojaba imposible para alguien como él, sin embargo, resultaba que Vinsonneau era un patrón comprensible. A veces les daba días libres e Izsák lo agradecía. No quería que su jefe se enterara, por nada del mundo, de su afección o le quitaría su trabajo. Y no por maldad, lo comprendía, sino porque era peligroso para todos. A veces, en sus horas más oscuras, deseaba que todo se terminara ya, de una buena vez. Luego recordaba a sus hermanos y al viejo Zola y volvía a inyectarse de ganas de continuar. Aunque no siempre éstas duraban.

Ese día, desde luego, lo iba a dedicar a escribir. Versos torpes en húngaro y francés. Tomó papel, un frasquito de tinta y una pluma, y decidió ir un poco más allá en la ciudad. Desde luego no había llegado a París en calidad de turista, sin embargo, en realidad, fuera de la casucha donde vivía, cerca de la finca y ésta, no conocía mucho más. Al fin arribó al jardín botánico. Allá en su natal Buda no había algo parecido, y los ojos se le llenaron con los mil colores y enredados caminos de piedra. Sonrió satisfecho y se adentró en el sitio. Los primeros minutos fueron buenos, sin embargo, vino un estornudo y una tos, luego otro y un ataque de tos más grave hasta que los achaques propios de su enfermedad lo doblaron. Se recargó en un muro de ladrillo, tapizado con hierba, pues le fue imposible continuar. Conocía bien esas crisis, había tenido muchas en el pasado, aunque ninguna con esta intensidad.

Alcanzó a escuchar una voz infantil. Creyó que ya estaba muerto y eran los querubines que venían por él. Porque si los ángeles hablaban un idioma, ese debía ser el francés, que era suave y delicado. Sin embargo, soslayó y vio la figura de una niña. Quiso decirle que estaba bien, pero no pudo. Al contrario, el doble esfuerzo lo llevó directo al suelo, donde se arrodilló, agarrándose el pecho como si le acabaran de disparar. A la niña se le unió una adulta.

Jól vagyok* —alcanzó a decir en su lengua natal, incapaz de pronunciar algo en francés. Para entonces la mujer ya estaba a su lado y lo guiaba hacia fuera. Con la chaqueta desgastada, se tapó la boca mientras era conducido, incapaz de oponer resistencia.

Estoy bien, no se preocupe —fue capaz de agregar unos segundos más tarde, aunque la tos aún arremetía, echando por tierra su aseveración—. Gracias —falto de aliento, agregó y pudo mirarla mejor, aunque todavía tenía que cerrar los ojos cuando la tos regresaba. Era una mujer joven y se preguntó qué pasaba con él, que dependía tanto de la caridad de los extraños.


*Jól vagyok (húngaro): Estoy bien.


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Mensaje por Gwynneth Aylwin Vie Ago 26, 2016 10:29 pm


"(...)brotó de pronto el rosal, tan florido como en el momento de desaparecer, y Gerda lo abrazó, y besó sus rosas, y le volvieron a la memoria las preciosas de su casa y, con ellas, Kay."
La Reina de las Nieves, Hans Christian Andersen.



Beatrice abrazó con fuerza su libro contra su pecho. Sus ojos presenciaban, con horror, como aquel hombre iba desvaneciéndose lentamente ante ella, tal y como había ocurrido con su padre años antes. Retrocedió un par de pasos, mientras Gwynneth atendía al desconocido; de verdad estaba aterrada. Era pequeña, pero la muerte de su progenitor la había marcado y no era algo que ignorara con facilidad. En realidad, la mente de los niños no era capaz de hacer a un lado las tragedias, sino que las revivía una y otra vez, sembrando el miedo en ellos. Acabando poco a poco con su pureza.

—¿Se va a ir para siempre, señorita Aylwin? —Inquirió Beatrice, aún más consternada.

Gwynneth volvió su atención a la infanta, notando su mirada apagada, como la de alguien que recuerda una triste pena en su vida. Aquel gesto la destrozó, más no lo demostró abiertamente. Si estaba ahí, al lado de esas personas (Beatrice y el hombre que había socorrido), era para convertirse en su apoyo y no avivar más las tristezas y los malestares que ambos sentían. Incluso pensó que toda la situación no era simple azar del destino; existía algo más poderoso en todo eso. Simplemente le dedicó una sonrisa a Beatrice y dio unas ligeras palmadas en la espalda del hombre. La tos parecía consumirlo por dentro, como lo haría un gran incendio en un bosque. Las enfermedades en los seres humanos eran letales, capaces de causar mucho dolor hasta la muerte.

—No se va a ir a ningún lado, Beatrice. Quizás sólo sea alérgico —dijo con calma Gwynneth, sin apartarse del extraño, percatándose de algo más justo cuando vio el libro de botánica entre los brazos de la pequeña—. O puede que alguna planta tenga algo que lo haga sentirse muy mal. ¿Recuerdas las palabras de tu padre? Me contaste muchas cosas sobre su trabajo.

Los ojos de Beatrice se abrieron mucho y antes de poder decir algo más, recordó alguna cosa que le hizo volver su atención al ejemplar que cargaba entre sus brazos. Era muy lista a pesar de su corta edad; realmente era algo de admirar.

—El señor estuvo cerca de las azaleas y… el polen de las azaleas no es bueno para —continuó leyendo Beatrice, recorriendo las palabras del texto con su dedo—, las personas con afici... afi… afeccio-nes respiratorias, ¡eso!

Bajó la cara con mucha vergüenza, pues poco se le daba pronunciar adecuadamente algunas palabras.

—¡Eso es! Pero, también me dijiste el otro día que hay hierbas que ayudan con la tos. En el orfanato encontramos varias y así James dejó de tener fiebre y tos, ¿lo recuerdas? —agregó, esbozando una sonrisa al notar como la infanta, sin contener la emoción, salió corriendo a buscar alguna hierba entre las muchas que habían en el jardín—. ¿Se encuentra mejor? Lo lamento, no me he presentado, soy Gwynneth, y la niña que me acompaña es Beatrice. —Se dirigió de nuevo al hombre, esperando que su tos cesara—. No me agradezca a mí, sino a la pequeña. Ella fue quien lo encontró a tiempo. Su padre también tenía una fuerte enfermedad que le consumió los pulmones.

Recordó con tristeza la historia, pero terminó sonriendo, no quería causar incomodidad alguna.

—¿Por qué vino aquí? En su estado, no es muy recomendable. Es irónico que seres tan hermosos, también puedan volverse peligrosos para algunas personas. Debería mantenerse alejado de las flores la próxima vez, en especial, de las azaleas.



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Mensaje por Izsák Kodály Sáb Oct 22, 2016 11:17 pm


“Hope in reality is the worst of all evils because it prolongs the torments of man.”
― Friedrich Nietzsche


Escuchó el intercambio que la niña y la mujer tuvieron, ¿entonces era eso? Él no lo sabía, nunca había estado en un lugar como ese, y por tanto, jamás las flores habían tenido tal repercusión en sus pulmones. Ahora que estaba lejos, la tos comenzaba a ceder y se sintió más aliviado. Por un momento, en verdad creyó que iba a terminar así, en aquel lugar, lejos de su país, sin que nadie supiera quién era el hombre muerto entre flores. La Muerte rondaba sus pensamientos siempre, pero jamás había sentido un temor hacia ella tan real como el de esa tarde.

Alzó el rostro y se llevó instintivamente una mano a la boca. No sería la primera vez que una crisis viniera acompañada de sangre. La notó limpia y eso fue muy conveniente, no quería asustar a la mujer que tan amablemente lo había socorrido, no más de lo que ya lo había hecho, claro. Tragó saliva con éxito y eso sirvió para refrescar su garganta.

Yo… yo no sabía que las flores podían hacerme eso —con la base de la mano se estaba limpiando los ojos, pues se le habían llenado de lágrimas con el esfuerzo. Parpadeó un par de veces y por fin pudo ver a la dama con claridad. Era joven y bella—. Lamento mucho… todo. Pensará que es muy patético de mi parte jamás haber visitado un jardín como este, pero esa es la verdad. Menos mal que me encontraron a tiempo —dijo, por mera formalidad, ya que la mayoría del tiempo, quería simplemente morirse.

Gwynneth —repitió muy quedo, con algo de dificultad, era un nombre peculiar—. Muchas gracias, a usted a y su… ¿hija? Mi nombre es Izsák y como podrá ver, no soy de por aquí —sacudió la cabeza. Pronunció su nombre con ese acento húngaro fuerte y silbante. Su respiración aún era dificultosa, se había agotado como si hubiera corrido una maratón.

Es una pena escuchar lo que le pasó al padre de la niña —se rascó la barba, no muy seguro de cómo proceder—. He aprendido mi lección, no regresaré aquí. Pensé que sería un lugar perfecto para escribir y casi muero —rio con amargura y aquel gesto provocó que tosiera un poco más, aunque fue breve, más como un saldo de su ataque anterior.

A tientas, sin dejar de verla, buscó un sitio para recargarse. Todavía se sentía débil. Pero encontró algo mucho mejor, una banca y no tardó en sentarse con ese semblante de pobre diablo que siempre cargaba. De desahuciado y poeta fracasado. Y es que eso era, tampoco podía hacer mucho al respecto.

Dígame, eso de lo que hablaron antes, ¿es verdad? ¿Existen hierbas para males como el mío? He tomado tés antes, pero sólo para sentirme mejor, ¿cree que haya algo para curarme? —En el fondo, Izsák sabía que no, que eso que lo aquejaba jamás se iba a ir de él, que era parte de sí mismo como una mano o el corazón. Sin embargo, tuvo un poco de fe, aunque tenerla, supo también, iba a significar su caída.


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Mensaje por Gwynneth Aylwin Dom Dic 04, 2016 12:20 am


"Gerda conocía todas las flores,
y a pesar de las muchas que había,
le parecía que faltaba una, sin poder precisar cuál."

La Reina de las Nieves, Hans Christian Andersen.



Gwynneth siempre estaba dispuesta a tender una mano a alguien que necesitara de ella, sin importar nada. Desde chica fue criada bajo esos principios; y a pesar de la terrible situación por la que había pasado, continuaba ofreciéndose a colaborar con los más desfavorecidos, especialmente si eran niños. Tal vez algunos considerarían eso como algo típico de las personas débiles, pero no siempre es así. Gwynneth ha mantenido su carácter fuerte ante los casos que requieren un corazón de piedra –por así decirlo–; no obstante, la mayor parte del tiempo es alguien de espíritu noble. Por eso, y sin pensárselo mucho, accedió ayudar a aquel hombre. Y si no hubiera sido por la pequeña Beatrice, él quizás no tendría mucha esperanza en salvarse, en el peor de los casos.

Pues, verá... algunas plantas expulsan sustancias tóxicas para el ser humano. No es algo que se considere maligno, simplemente es la manera en que se protegen de las plagas que amenazan con devorarlas. Algunas personas no tienen las defensas necesarias para evitar que estas cosas les afecten —explicó con suficiente calma, pronunciando cada palabra de manera cuidadosa. Había notado que el hombre no era oriundo de aquel país—. Y no considere que esto sea patético. No siempre estamos acostumbrados a todas las cosas; por ejemplo, en este lugar hay plantas que no son originarias de Francia, son traídas de otros sitios.

Y pensar que todo eso lo había aprendido de Beatrice, y también a las matronas con las que vivió en el monasterio. Aunque la ciencia médica continuaba avanzando, el poder curativo de algunas hierbas no se podía igualar, y no se igualaría nunca.

—Ah no, Beatrice no es mi hija. Es una niña del orfanato; yo trabajo ahí. Pasa que algunas veces salgo con los niños, como lo he hecho con Beatrice. No me agrada que siempre estén encerrados en esas cuatro paredes —respondió, esbozando una sonrisa—. Es una niña muy inteligente. Su padre era botánico, alguien que estudia las plantas, por eso sabe tanto de éstas. Y no es esfuerce tanto, debe dejar que sus pulmones descansen.

En lo que la niña regresaba, le ayudó a sentarse en una banca cercana. Esperaba que Beatrice no fuera a demorar más de lo necesario.

—Y claro que sí las hay. —Asintió de manera enérgica, sentándose luego a su lado—. Aunque los tratamientos suelen ser largos, los resultados son maravillosos. Sólo hay que ser constantes y tener mucha fe. En la magia utilizan muchas hierbas como ingredientes, especialmente para curar enfermedades. Estoy segura que la suya tiene cura, no se desanime, buen hombre —le alentó, mientras apoyaba una mano en su hombro. En ese momento aparecía Beatrice, con una amplia sonrisa y algunas plantas entre sus manos—. ¡Enhorabuena!

—Lamento haber tardado —se excusó la niña—. Encontré eucalipto y ortiga. El aroma del eucalipto le aliviará la tos y... ésta preparada como té podrá servirle para curar sus pulmones.

La lucidez de Beatrice era admirable. No parecía una niña de siete años, sino, una adulta. Gwynneth le hizo señas para que se acercara y la infanta le entregó el eucalipto, percibiendo el olor mentolado y suave que éste desprendía. Luego terminó colocándolo entre las manos del hombre.

—Debe inhalar el aroma de esta planta, aguantar un par de segundos la respiración y luego expulsar el aire con lentitud —indicó—; repita esto varias veces, y podrá respirar mejor.




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Mensaje por Izsák Kodály Dom Feb 19, 2017 5:29 pm


“All hope abandon, ye who enter here.”
― Dante Alighieri, The Divine Comedy


Poco a poco la paz regresaba a él, más que eso, una tranquilidad interior que rara vez conseguía, ya ni decir con extraños. Si bien odiaba despertar compasión, se dio cuenta que esto era distinto, que lo que la mujer sintió por él era más grande y más sutil al mismo tiempo, era empatía. En ese instante, a pesar de ser un escritor, Izsák no pudo describirlo a ciencia cierta, le faltó la palabra en ese momento, y de todos modos, en esa misma alma sensible suya, creía que describirlo con letras era rebajarlo al plano terrenal. Y no quería eso. Hizo un amago de sonrisa, sin éxito, al tiempo que la escuchaba con atención como si un nuevo y maravilloso mundo se develara ante él. La lejana posibilidad de curarse, pero ahora era eso… algo que, aunque a la distancia, ya no era imposible como había creído. No debía guardar esperanza alguna como quien entra al infierno, pero ahí estaba, le era inevitable. ¿Qué le quedaba para no perder la cordura? ¿Quién podía culparlo? Debía aferrarse a lo poco que tenía.

Entonces giró el rostro, la impresión por poco provoca un nuevo ataque de tos, pero éste nunca llegó, para su fortuna. La miró un segundo o dos, agradeciendo también el esfuerzo por hablar claro y lento, para que él entendiera mejor. No era su hija, sin embargo, la trataba como una. Quiso imaginarse que una mujer como Gwynneth se había hecho cargo de sus hermanos, que no habían sufrido. Le gustaba pensar eso, pues no tenía forma de localizarlos en ese momento. Aunque juró regresar a Hungría, darles una mejor vida, no sabía aún cómo, pero lo haría.

¿Me podría…? —Tardó una eternidad en atreverse a formular la pregunta, y ésta ni siquiera pudo salir completa. La pequeña Beatrice estaba de regreso. Izsák la miró lacónico, como si viera a Gizella, su hermana, a esa edad. Sonrió con melancolía. Con un dejo de aflicción que dolía en lo más profundo. Un flagelo interno, que sólo le hacía daño a él.

Recibió las plantas una vez que la niña se acercó. El aroma del eucalipto llegó de inmediato a su nariz. Acercó una hoja y la colocó sobre su labio superior. Aspiró profundo y ese regusto fresco le invadió el cuerpo, pareció que todas las venas y arterias en su interior se congelaron, pero se sintió bien. Luego observó la otra planta y la guardó con caución en el bolsillo interior de su desgastado saco de punto.

Gracias —dijo, sin mirar a ninguna—. Usted hace un maravilloso trabajo —le habló a la adulta—, no cualquiera estaría dispuesto a hacerse cargo de personas con las que no comparte un lazo de sangre —su voz fue suave, como el leve oleaje del rio Danubio. Como la brisa de verano. Como el aleteo de un ave. Así de tenue y frágil fue.

¿Me podría ayudar? A averiguar qué plantas podrían ayudarme, a… no sé, llevarme con una persona capaz de hacer… ¿magia? —Dudó en esa última parte. No supo si Gwynneth lo había dicho como una especie de metáfora o era verdad. Allá en su natal Buda había muchas leyendas sobre hechiceros, pero jamás pudo comprobar si eran verdad, o que tanto de aquello era pura palabrería. Como fuera, estaba dispuesto a buscar. Aunque luego rio con ironía—. No me haga caso, no puedo pretender que me acompañe a eso, ya ha hecho suficiente por mí. Las dos ya han hecho mucho —miró a la niña y luego a la mujer con una sonrisa taimada, apenas visible entre la espesa barba.


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Mensaje por Gwynneth Aylwin Sáb Mar 25, 2017 11:12 pm


"¡Ah, qué días de invierno más largos y tristes!
Y llegó la primavera, con su sol confortador."

La Reina de las Nieves, Hans Christian Andersen.



A veces, en silencio, cuando más nadie reparaba en ella, se quejaba con Dios sobre las injusticias del mundo, y justo en ese momento, cuando veía a aquel noble hombre tan enfermo, volvió a levantar una queja silenciosa. ¿Por qué a los justos les ocurren tantas cosas malas? La respuesta le resultaba desconocida, un desafío para sus pensamientos, una idea que ni siquiera la filosofía había logrado concebir. Aun así, Gwynneth mantenía su esperanza intacta, como la flama de una vela en medio de las penumbras, ella no era persona de desistir tan fácilmente, ni siquiera cuando el rencor se apoderó de su espíritu al momento en que le arrebataron a su bebé. Tal vez ella era un alma muy noble, de esas que poco se encuentran; era como un ángel de la guarda, siempre dispuesta a proteger a los forajidos sin esperar nada a cambio, sólo, quizá, sus ojos llenos de ilusión al hallar alguna solución a sus problemas.

Confió en su sexto sentido, en esa lejana idea de que estaba ahí, junto con Beatrice, para ayudar a Izsák; para brindarle un motivo más para vivir. No habían llegado a ese lugar por casualidad o por puro capricho del destino, sino para algo maravilloso. Gwynneth no podía sentirse más contenta y agradecida por aquel día.

—¿Si podría curarse? Con fe todo es posible, se lo aseguro. Claro, a veces tardan en llegar las cosas buenas, pero no mal que por bien no venga —dijo con una firmeza que hasta parecía contagiosa. Aunque ella no estuviera internamente bien, se las apañaba para demostrar que si lo estaba—. Estas plantas van a ayudarlo mucho, tenga confianza.

Le aseguró, observándolo con una sonrisa que profería paz, y también esperanza. Él tenía que aferrarse a la existencia, de algún modo tendría que hacerlo, y ella lo ayudaría. Por eso, cuando escuchó de sus labios la palabra “magia”, supo que su misión apenas comenzaba.

—Aunque usted no lo crea, e incluso reniegue de ello, la magia si existe. Quizás no del modo en que piensan muchos, con apariciones fantásticas, poder volar, hacer que las cosas se hagan solas... No, para nada. La magia es más que eso —respondió con absoluta seguridad, pues tenía a un par de conocidos que se dedicaban a dicho oficio y ellos podrían tenderle la mano de nuevo—. Y no se sienta cohibido, Izsák, yo con gusto le ayudaré en esta odisea. Beatrice también lo hará, ¿verdad que si?

La niña asintió de manera efusiva, sintiéndose importante ante semejante misión. Pero aún más contenta se sintió Gwynneth al saber que podía ser un gran apoyo para alguien.

—Mire, conozco a unas personas que se dedican a las prácticas mágicas, compartiendo energías con la naturaleza. Ellos sacan su habilidad de la tierra y ésta les ofrece la cura a muchos males que atormentan a los hombres. Si tiene un poco de paciencia, porque es necesario que así lo sea, podré llevarlo con ellos para que le ayuden —le confesó en voz baja para evitar que alguien más la escuchara, ya que podría estar algún adepto religioso por la zona—. Confíe en mí, no voy a desahuciarlo.



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Mensaje por Izsák Kodály Dom Mayo 28, 2017 5:14 am


«Fe», qué vocablo tan ajeno a él. ¿Aún tenía pizca de ello? Izsák hace mucho que había aceptado su destino inminente e ineludible como algo que, más temprano que tarde, iba a llegarle. Una vida de pobreza y un defecto de nacimiento iban a costarle la vida y él, con esa triste y estoica resignación de aquellos que no tienen nada, lo aceptaba. Es más, a veces se preguntaba por qué tomaba tanto tiempo en llegar a por él. La Parca con su guadaña, enlutada y de frías manos meciéndolo, llevándoselo al fin. Teniendo paz, después de una vida de no tenerla. Iszák era, en el mejor de los casos, un pesimista. Pero si se debe ser específico, la mejor definición para él era la de nihilista. Ya nada importa; y la muerte es lo único certero.

Sin embargo, escuchar a la mujer hablarle con tanto aplomo de eso que él había perdido, o quizá, que nunca había conocido si quiera, le trajo una extraña y necesitada paz. Un nuevo aire, justo cuando sentía que se estaba asfixiando. La miró intrigado y la dejó hablar. Alzó ambas cejas cuando ella le confirmó que «magia» no era sólo una metáfora. Sino que hablaba de magia real, cualquier cosa que eso fuera. Iszák estaba demasiado sobrepasado por la vida como para ser un escéptico, así que más bien se guardó sus preguntas (porque tenía varias) y asintió solamente.

¿En serio? —Alzó ambas cejas y su voz sonó como hace mucho no lo hacía: esperanzada. Incluso le sonó raro, las palabras y el tono como gustos extraños en su paladar—. ¿Podría presentarme a algunas de esas personas? Yo… como puede ver, no tengo mucho dinero —por no decir nada—, pero puedo pagar de otras formas. Con trabajo duro, o con malos poemas —sonrió con debilidad. Hubo algo terriblemente vulnerable en su semblante. Por un segundo olvidó su deseo permanente de dejar de existir y sufrir.

Tal vez su destino era el de no desvanecerse, después de todo.

Puedo confiar en usted, claro. En ambas —dirigió la mirada a la niña—, me ha demostrado que es alguien digna de eso. ¿Sabe? No muchas personas se detienen cuando me ven medio moribundo por las calles. Creo que es algo de las grande ciudades, todos están metidos en sus problemas como para prestar atención a un muerto de hambre como yo —arqueó la comisura de la boca un poco, en esa sonrisa dolorosa que se tiene que vestir para no llorar.

Pero no importa. Me alegra haberme topado con ustedes —sacudió la cabeza. Los ojos azules brillaron con la amenaza de las lágrimas, sin concretarse. Abrió la boca para decir algo más, pero otra parte de su cuerpo decidió hablar por él.

Ya que hablaba de hambre, su estómago pareció recordar el mísero desayuno que tuvo esa mañana (cuando no iba a la finca, donde le daban de comer, sus alimentos eran frugales). Apenas un plato de avena con agua y medio trozo de pan. Su panza gruñó y de inmediato se llevó las manos a éste, apenado.


Última edición por Izsák Kodály el Jue Ago 10, 2017 9:44 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Gwynneth Aylwin Mar Ago 01, 2017 2:20 am

—Créame, no lo estoy engañando. Lo que le he dicho es muy real; tan real como todas estas plantas que nos rodean. También como el aire que respiramos. Nuestro mundo está lleno de cosas grandiosas, pero que no somos capaces de ver por culpa de las mismas sociedades —explicó. Sonaba certera, aunque sus últimas palabras tenían un ligero tono apagado, como si algo hubiera cambiado de manera repentina en ella—. Se las presentaré, claro que sí. He hecho una promesa y pienso cumplirla...

Se atrevió a sonreír, a pesar de la tristeza que albergaba de nuevo a su espíritu. Pero tenía que ser fuerte, porque la esperanza de ese hombre por tener más posibilidades de vivir y de acabar con la enfermedad, resultaba una especie de elixir de grandes ilusiones. Así como él acabaría con el malo que lo atormentaba, quizás ella encontraría a su hijo. ¡Eso era! Tenía que ser optimista, a pesar de la adversidad. Además, el entusiasmo de Beatrice también le ayudó a sentirse un poco mejor. ¡Pobre hombre! Estaba intentando ayudarlo, no debía ponerse a darle importancia a los malos recuerdos en ese momento, ya tendría ocasión para lamentarse de sus propias miserias.

—Y no se preocupe por el dinero, mejor dicho, por la paga. Estas personas ayudan a otros sin esperar nada a cambio, porque consideran que así están en paz; no están apegados a las leyes del trueque en el que vivimos constantemente. Siempre y cuando puedan hacerles algún bien a otros, es más que suficiente para ellos —respondió. En partes entendía la preocupación del hombre, pero, para buena fortuna, se encontró con una oportunidad de oro—. Estarán contentos de que lo lleve con ellos, son buenas personas. Sólo debe tener un poco de paciencia, porque algunas plantas tienden a demorar un poco para hacer su trabajo. Tiene que ser constante.

Cuando vivía en Irlanda, su madre le había enseñado de medicina natural, pues era más el tiempo que pasaban entre la naturaleza, que en el pueblo. Extrañaba todos los paisajes hermosos de Kerry, rodeados de misterio y magia, como si fuera una región encantada por el tiempo.

—A Beatrice y a mí nos alegra mucho haberlo ayudado, de verdad. Aunque ella es quien se lleva todo el mérito, porque fue quien lo encontró primero —le aseguró—. Las personas prefieren hacerse los desentendidos ante los problemas de otros. Supongo que es parte del egoísmo propio del ser humano, y también de su ego. No sabría definirlo con exactitud, porque parece más complejo de lo que parece. —Hizo una pausa breve, la suficiente para escuchar perfectamente el gruñido en el estómago del hombre. Su naturaleza de cambiante le proporcionaba un oído más agudo—. No, no se avergüence. Es normal que a todos nos de hambre. ¿Le parece si nos acompaña a comer? Aunque no lo crea, esta niña tiene un gran apetito, y de seguro también debe tener hambre. ¿Verdad?

Beatrice asintió con vergüenza, porque Gwynneth tenía toda la razón. Aunque Izsák probablemente rechazaría su oferta, ella insistiría. Ese buen hombre necesitaba a alguien que le tendiera la mano.



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Mensaje por Izsák Kodály Jue Ago 10, 2017 10:05 pm


A pesar de la debilidad y la mala alimentación, Izsák todavía tenía sangre como para que le subiera al rostro y tiñera sus mejillas de rojo, porque se sonrojó de sobremanera. Tragó grueso, y escuchó atento. Entendió lo que la mujer le dijo de un modo muy extraño, se identificó con ello, porque como artista, estaba condenado a la periferia de la sociedad. A ser un forastero eternamente, y no ayudaba en nada que no tuviera ni en qué caerse muerto.

Han hecho mucho ya por mí, temo no ser capaz de pagarles después. Sin embargo, tengo que aceptar la invitación, porque al llegar a casa, mi alacena está vacía —explicó con bochorno, miró a Gwynneth y luego a Beatrice —. Así podrían hablarme más de estas personas, ¿cómo es posible que el resto de nosotros desconozcamos su existencia? No la pongo en duda —se apresuró a aclarar—, más bien me maravilla de sobremanera. No cabe duda que no sabemos ni la mitad de lo que pasa a nuestro alrededor. Es lo mismo que usted ha dicho, el egoísmo del hombre no le permite ver más allá de sus narices —rio un poco, de manera sombría.

Su labor como poeta, muchas veces, era la de reflejar los males que aquejaban al mundo. Y por ello mismo, era más receptivo a éstos. Podía verlos de manera más cruda, y eso los hacía más contundentes. No era buena combinación, la de esa maldad inherente y la de su sensibilidad de escritor.

Si todos fuéramos así, ¿no? Que brindáramos al mundo lo que se sabe hacer, y nada más. El dinero es un invento cruel, que nos pone en desventaja a muchos, y pone en la posición de privilegio a unos pocos. No suelo ser muy político, pero esa es la realidad que he vivido siempre —continuó. Era verdad, nació en una familia pobre, y nunca lograron salir de su miseria.

Había escuchado muchas historias de éxito, de gente paupérrima como los Kodály, que en un golpe de suerte, habían cambiado sus vidas. Pero ni siquiera él, con un obvio talento para las palabras, aspiraba a las riquezas, ni a la fama. Sólo quería escribir, ser tomado en cuenta, ser leído, dejar una marca en el mundo. Hacer más bella una realidad fea por antonomasia.

Su estómago gruñó de nuevo. Odió no poder controlarlo, y aunque le habían dicho que no tenía porqué sentirse avergonzado, no pudo evitarlo. Suspiró y miró a Beatrice. Le extendió la mano, para que la tomara.

¿Tú me vas a guiar? —Le preguntó con una media sonrisa sobre el rostro apuesto, pero demacrado. Izsák no podía negar su origen, ni sus penurias, estaban ahí, en sus ojos tristes y sus mejillas sumidas, en su posición encorvada, y en las toses llenas de sangre.

La niña lo haló, y comenzó a caminar en ese instante. Tal vez ya estaba muerto, y Gwynneth y Beatrice eran ángeles que habían venido por su triste alma. Si era así, el cielo era todavía más dulce de lo que había imaginado. Sin embargo, cayó en cuenta que de estar muerto, no se sentiría tan famélico como en ese instante lo hacía.


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