AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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No somos tan distintos. {Privado}
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No somos tan distintos. {Privado}
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¿Quién le diría que el fuego del purgatorio estaría tan cercano? Desde luego no comprendía ese vacío que lentamente llevaba algunas décadas sacudiendo sus entrañas y torciendo todo aquello que en su día concibió como realidad única e inquebrantable o indudable. La seriedad tras la que se ocultó en su día, con tal de ponerse fácil las cosas y evitar fraudes vinculados a los sentimientos, ahora parecía haber echado en su rostro, impidiéndolo desenmascararse. ¿Era posible que su propio personaje se adueñara de aquél muchacho enamorado que demasiados siglos atrás sonreía ante el espejo ensayando sonrisas conquistadoras? No era posible, era real, era palpable, era científicamente verdadero. Él ahora sólo era un pedazo de mármol excelentemente esculpido y olvidado de la mano de Dios para entregarse a un mundo de pecado, alejado, demasiado alejado de la felicidad o la calidez de un sentimiento. Los vampiros no lloran, los vampiros no aman, los vampiros no temen, los vampiros no sienten ni existen. Sólo son sombras de lo que en sus días los humanos desearon ser. La perfección. El alter ego. La cara oculta de la perfección. Un pacto con el diablo. Un híbrido de la vida y la muerte, una no-vida, una no-muerte, una condena inalterable.
Su miserable realidad. Miserable realidad contemplada desde un ángulo arrodillado a los pies del altar de la catedral, con los toscos alrededores de sus labios ahogados en sangre de algún desafortunado. Parpadeó con ese brillo argentado de un matiz apagado, en trance, ausente, perdido y jamás encontrando. En su mente, los engranajes se movían ruidosamente, creando una melodía infernal que llevaba años haciéndole olvidar que su corazón había dejado de latir, que nada volvería a ser como antes, que ahora era un heredero de la noche. Los malos de las películas mueren siendo malos o se remiten a los buenos para morir trágicamente pero con la conciencia tranquila. Los villanos no lloraban, no se lamentaban, no se perdían. Y él, por supuesto, era el villano de todos los cuentos de vampiros jamás inventados. El prototipo usado como estereotipo: frío, serio, distante, enfurecido permanentemente, sádico y poco compasivo. Él, que tantas gargantas había visto desgarrarse entre sus furiosas dentelladas. Él, que tantas vidas había arrebatado, convirtiéndose en uno de los más temidos, envidiados, odiados y respetados. Él, el mismo Hannes Schmitt, se sentía solo y perdido en la casa del que antaño fue su señor. Miró al crucifijo y éste, seriamente, le devolvió la mirada y el inmortal juraría verlo sonreír con mofa. Era un condenado, y ninguna penitencia cambiaría eso.
Dios, posado en los altos de los cielos nublados, lo señalaba con un dedo y pronunciaba su nombre con furia, recordándole que era hijo de Caín, del averno y de Lucifer. Era lo que él mismo había creado, forjando entonces su esencia envenenada. Era poco más que una serpiente que se mordió la lengua, dejando el veneno expandirse en sus entrañas como las llamas del mismísimo tártaro. Se alzó, dejando de estar arrodillado para agarrar los bordes de esa camisa, embadurnada de sangre aún caliente, para despojarse de la misma y tenderla con delicadeza en el altar donde cada domingo se repartía el cuerpo y la sangre de Jesucristo. Miró al crucifijo y dejó que el mismo admirara su semidesnudez pálida y perfecta. Envidiable para todos aquellos que ignoraban lo que comportaba la inmortalidad. Su mano derecha, fría cual mármol y dura cual roca, se posó en su propio pecho, buscando un corazón que no latía. En estas que dio la espalda al altar pero un golpe de aire removió su corto cabello, haciéndolo voltearse y mirar una pintura de la pared de la catedral. Dios lo contemplaba fijamente, severo. Hannes no pensó, se movió por inercia y se colgó de la pared, aún con una mano en el pecho. - No somos tan distintos... - Susurró a la pared y colocó su mano en donde correspondería el corazón del gran Dios pintado por un artista sin rostro.
Su miserable realidad. Miserable realidad contemplada desde un ángulo arrodillado a los pies del altar de la catedral, con los toscos alrededores de sus labios ahogados en sangre de algún desafortunado. Parpadeó con ese brillo argentado de un matiz apagado, en trance, ausente, perdido y jamás encontrando. En su mente, los engranajes se movían ruidosamente, creando una melodía infernal que llevaba años haciéndole olvidar que su corazón había dejado de latir, que nada volvería a ser como antes, que ahora era un heredero de la noche. Los malos de las películas mueren siendo malos o se remiten a los buenos para morir trágicamente pero con la conciencia tranquila. Los villanos no lloraban, no se lamentaban, no se perdían. Y él, por supuesto, era el villano de todos los cuentos de vampiros jamás inventados. El prototipo usado como estereotipo: frío, serio, distante, enfurecido permanentemente, sádico y poco compasivo. Él, que tantas gargantas había visto desgarrarse entre sus furiosas dentelladas. Él, que tantas vidas había arrebatado, convirtiéndose en uno de los más temidos, envidiados, odiados y respetados. Él, el mismo Hannes Schmitt, se sentía solo y perdido en la casa del que antaño fue su señor. Miró al crucifijo y éste, seriamente, le devolvió la mirada y el inmortal juraría verlo sonreír con mofa. Era un condenado, y ninguna penitencia cambiaría eso.
Dios, posado en los altos de los cielos nublados, lo señalaba con un dedo y pronunciaba su nombre con furia, recordándole que era hijo de Caín, del averno y de Lucifer. Era lo que él mismo había creado, forjando entonces su esencia envenenada. Era poco más que una serpiente que se mordió la lengua, dejando el veneno expandirse en sus entrañas como las llamas del mismísimo tártaro. Se alzó, dejando de estar arrodillado para agarrar los bordes de esa camisa, embadurnada de sangre aún caliente, para despojarse de la misma y tenderla con delicadeza en el altar donde cada domingo se repartía el cuerpo y la sangre de Jesucristo. Miró al crucifijo y dejó que el mismo admirara su semidesnudez pálida y perfecta. Envidiable para todos aquellos que ignoraban lo que comportaba la inmortalidad. Su mano derecha, fría cual mármol y dura cual roca, se posó en su propio pecho, buscando un corazón que no latía. En estas que dio la espalda al altar pero un golpe de aire removió su corto cabello, haciéndolo voltearse y mirar una pintura de la pared de la catedral. Dios lo contemplaba fijamente, severo. Hannes no pensó, se movió por inercia y se colgó de la pared, aún con una mano en el pecho. - No somos tan distintos... - Susurró a la pared y colocó su mano en donde correspondería el corazón del gran Dios pintado por un artista sin rostro.
Esa misma fría noche de tormenta, a ninguno de los dos les latía el corazón.
Hannes D. Schmitt- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 127
Fecha de inscripción : 11/10/2010
Localización : Allí en donde el miedo palpita y te invade: tu más que miserable realidad
Re: No somos tan distintos. {Privado}
“El plan de Dios”
La estulticia y la felicidad humana es lo mismo. Es patético encontrar en esas largas filas, formadas por bancas en una Catedral a personas que han decidió entregarle un minuto de su vida a los rezos sin respuesta de su deidad. La filosofía se basa específicamente en comprender, sin cuestionar absolutamente nada, los objetivos que un niño con una colonia de hormigas tiene para cada una. El camino del bien se ve adoquinado con las espinas en la corona de un Cristo, por otra parte, los pétalos sedosos del infierno atavían el sendero de la perdición. ¿Cuál elegir? ¿La decisión que se tome, puede ser manipulada por la mano de Dios? ¿Era ese su plan desde un principio? Y si no es así ¿Qué fue lo que paso?
El sacerdote yace inerte en la silla del confesionario, su corazón agitado por el susto palpita sin descanso, la respiración de sus pulmones esta fuera de lo ordinario y el silencio puede ser la última melodía escuchada por sus tímpanos antes de poder vanagloriarse con los alaridos de su propia garganta. Nada fuera de ese maldito confesionario importa, el clérigo en su lugar, implora en sus pensamientos algún extraño y prohibido milagro que lo sacase de allí lo más pronto posible, y del otro lado una dama de aspecto lúgubre con sonrisa escalofriante escupía sus pecados, sus crímenes, sus faltas cometidas al santo varón. Una confesión que narra sin detalle omitido atrocidades que ni el mismo engendro del abismo puede realizar en la tierra, se desliza entre las ondas del sonido y gélidos susurros hasta los oídos del sacerdote. Bien sabe el mundo entero que es una hora bastante tardía como para dar una confesión pero a esa dama no se le niega nada, mucho menos ese hombre regordete, alto y de belleza áspera quien le debe algo más que sus respetos a la señora tras el confesionario.
– ¡Señor absuélvame! – Exclama una voz femenina.
– ¡¿Pero qué mofa es esta?! Ambos sabemos que usted no es creyente y que yo no puedo absolverla de sus pecados – Responde el sacerdote a la dama.
Una mirada frívola se instala en las pupilas del clérigo, él quien aún no tiene la capacidad suficiente para leer el pensamiento, sabe perfectamente lo que significa ese ademán del rostro ajeno, ese hombre que permanece protegido por su sotana y una simple imagen en forma de cruz, reconoce la única razón por la cual ella estaría allí.
– Lorraine, aún no es tiempo para que yo… -
- oh, tonterías! Ambos sabemos que las limosnas dan suficiente dinero como para pagar mis servicios. – Interrumpe la voz femenina al Santo varón, con un tono burlesco en sus palabras y ese afán por tener la razón, la última palabra.
– Pero ese es dinero para la sacristía, para continuar sustentando esta farsa amarga –
- A mi no me interesa Clemente, sabéis bien que soy dueña de esta mafia. Todos y cada uno de ustedes, se ha beneficiado de mí y he venido por mi recompensa – Al término de estas palabras la mujer se levanta de su posición hincada ante el sacerdote, rompe parte de la madera del confesionario, se encamina hasta el varón, quedando peligrosamente a escasos centímetros de su rostro. Sus gélidas manos masajean delicadamente las piernas del susodicho, incitándolo a la depravación. – Los niños que os he enviado regresaron echos una mierda a la mansión, habéis abusado desmesuradamente de ellos sin piedad, las marcas en su piel, ese olor a sangre en sus cuerpos, el toque de miedo y agonía en su sangre es delirantemente hermoso. Dime Clemente ¿Quién os dejaría a vos, al diacono y al subdiácono de esta iglesia, tener orgías con niños de apenas siete y ocho años? ¿Quién os permitiría a vosotros abusar de esas criaturas sin ser juzgados y lo mejor sin cobrarles más que una estúpida cuota? No abuséis de mi confianza Clemente – La mano de la lamia se levanta de un golpe, cortando el viento a su paso hasta detenerse en la garganta del hombrecillo.
– ¡Ni hablar! Una sola palabra mía y serás cazada – Se excusa con una sola frase de valentía, más en sus ojos se ve el miedo, el pavor que no le profesa al demonio externamente y corazón se acelera hasta ritmos cardiacos.
– Ni hablar… esta catedral será mía y cuando pregunten ¿Qué le paso al padre Clemente? Mi tonto esclavo responderá… Ha sido llamado por el papa y designado a otro lugar… - Mientras la mujer con mirada demente se perdía en buscar alguna excusa rápida, el sacerdote abre sus ojos hasta lo inverosímil, podría jurarse que se habrían salido de sus orbitas en cualquier momento, mientras su pecho subía y bajada por el aceleramiento en sus respiraciones. Sí, esa es la señal en la que todo mortal se sumerge minutos antes de ser sacrificado por una noble causa, saciar efímeramente la locura de Lorraine.
Un cuerpo aún con vida es arrojado hasta el atrio principal, seguido de una sombra de aspecto sepulcral. El estruendo de la madera al crujir por el golpe y al romperse por el allanamiento de un objeto atravesándose en su camino, delata el origen del crimen. Ráfagas de viento se atreven a cruzar las enormes puertas de roble macizo haciéndolas rechinar con un alarido parecido al dolor de las ánimas del purgatorio. El ángel caído toma en sus manos al padre el cuerpo golpeado, lo coloca en la mesa para propiciar a los espectadores (Nadie lo suficientemente cuerdo para quedarse tras el rugido de una tormenta en las cercanías) una misa negra.
El sacerdote yace inerte en la silla del confesionario, su corazón agitado por el susto palpita sin descanso, la respiración de sus pulmones esta fuera de lo ordinario y el silencio puede ser la última melodía escuchada por sus tímpanos antes de poder vanagloriarse con los alaridos de su propia garganta. Nada fuera de ese maldito confesionario importa, el clérigo en su lugar, implora en sus pensamientos algún extraño y prohibido milagro que lo sacase de allí lo más pronto posible, y del otro lado una dama de aspecto lúgubre con sonrisa escalofriante escupía sus pecados, sus crímenes, sus faltas cometidas al santo varón. Una confesión que narra sin detalle omitido atrocidades que ni el mismo engendro del abismo puede realizar en la tierra, se desliza entre las ondas del sonido y gélidos susurros hasta los oídos del sacerdote. Bien sabe el mundo entero que es una hora bastante tardía como para dar una confesión pero a esa dama no se le niega nada, mucho menos ese hombre regordete, alto y de belleza áspera quien le debe algo más que sus respetos a la señora tras el confesionario.
– ¡Señor absuélvame! – Exclama una voz femenina.
– ¡¿Pero qué mofa es esta?! Ambos sabemos que usted no es creyente y que yo no puedo absolverla de sus pecados – Responde el sacerdote a la dama.
Una mirada frívola se instala en las pupilas del clérigo, él quien aún no tiene la capacidad suficiente para leer el pensamiento, sabe perfectamente lo que significa ese ademán del rostro ajeno, ese hombre que permanece protegido por su sotana y una simple imagen en forma de cruz, reconoce la única razón por la cual ella estaría allí.
– Lorraine, aún no es tiempo para que yo… -
- oh, tonterías! Ambos sabemos que las limosnas dan suficiente dinero como para pagar mis servicios. – Interrumpe la voz femenina al Santo varón, con un tono burlesco en sus palabras y ese afán por tener la razón, la última palabra.
– Pero ese es dinero para la sacristía, para continuar sustentando esta farsa amarga –
- A mi no me interesa Clemente, sabéis bien que soy dueña de esta mafia. Todos y cada uno de ustedes, se ha beneficiado de mí y he venido por mi recompensa – Al término de estas palabras la mujer se levanta de su posición hincada ante el sacerdote, rompe parte de la madera del confesionario, se encamina hasta el varón, quedando peligrosamente a escasos centímetros de su rostro. Sus gélidas manos masajean delicadamente las piernas del susodicho, incitándolo a la depravación. – Los niños que os he enviado regresaron echos una mierda a la mansión, habéis abusado desmesuradamente de ellos sin piedad, las marcas en su piel, ese olor a sangre en sus cuerpos, el toque de miedo y agonía en su sangre es delirantemente hermoso. Dime Clemente ¿Quién os dejaría a vos, al diacono y al subdiácono de esta iglesia, tener orgías con niños de apenas siete y ocho años? ¿Quién os permitiría a vosotros abusar de esas criaturas sin ser juzgados y lo mejor sin cobrarles más que una estúpida cuota? No abuséis de mi confianza Clemente – La mano de la lamia se levanta de un golpe, cortando el viento a su paso hasta detenerse en la garganta del hombrecillo.
– ¡Ni hablar! Una sola palabra mía y serás cazada – Se excusa con una sola frase de valentía, más en sus ojos se ve el miedo, el pavor que no le profesa al demonio externamente y corazón se acelera hasta ritmos cardiacos.
– Ni hablar… esta catedral será mía y cuando pregunten ¿Qué le paso al padre Clemente? Mi tonto esclavo responderá… Ha sido llamado por el papa y designado a otro lugar… - Mientras la mujer con mirada demente se perdía en buscar alguna excusa rápida, el sacerdote abre sus ojos hasta lo inverosímil, podría jurarse que se habrían salido de sus orbitas en cualquier momento, mientras su pecho subía y bajada por el aceleramiento en sus respiraciones. Sí, esa es la señal en la que todo mortal se sumerge minutos antes de ser sacrificado por una noble causa, saciar efímeramente la locura de Lorraine.
Un cuerpo aún con vida es arrojado hasta el atrio principal, seguido de una sombra de aspecto sepulcral. El estruendo de la madera al crujir por el golpe y al romperse por el allanamiento de un objeto atravesándose en su camino, delata el origen del crimen. Ráfagas de viento se atreven a cruzar las enormes puertas de roble macizo haciéndolas rechinar con un alarido parecido al dolor de las ánimas del purgatorio. El ángel caído toma en sus manos al padre el cuerpo golpeado, lo coloca en la mesa para propiciar a los espectadores (Nadie lo suficientemente cuerdo para quedarse tras el rugido de una tormenta en las cercanías) una misa negra.
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 02/02/2010
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: No somos tan distintos. {Privado}
Él, el dueño de la noche, el heredero de la misma, el amo de las atrocidades, permaneció inmóvil durante incansables segundos. Su mano derecha, firme y férrea como pocas, se sostenían de una pequeña luz con decorados rocambolescos de hierro. Sus dedos, largos y delgados como los de un pianista, se enredaban entre esos detalles como si fueran pequeñas serpientes enfurecidas y sin miedo a ahogar a alguien entre su largo y serpenteante cuerpo. Sus ojos, plateados a la par que la superficie que recubría el cáliz principal con el que se repartía la sangre de Cristo, siguieron fielmente posados en esa severa mirada que Dios, involuntariamente, se veía obligado a corresponderle. Desesperación, angustia, veneno, sudores fríos, miedo. Todo eso habría sentido si realmente su corazón palpitara, si la frialdad de la inmortalidad no hubiera tergiversado todo lo que caracterizó al Hannes humano que se casó con Svetlana para luego serle infiel y acabar siendo envenenado. Gruñó ligeramente al ver que ese Dios no quería responder a sus palabras. Los alrededores de esos labios ahogados en sangre aún caliente permanecieron inmóviles, serenos, calmados, aparentemente dispuestos a esperar su turno una vez más. Turno que parecía no querer tardar en llegar.
Una vez más, esa estúpida deidad había optado por hacer voto de silencio y darle la espalda a aquél que decía hipócritamente encontrar el camino de la redención. Sus colmillos, poderosos como pocos, brillaron reflejando esa impasible mirada que el Dios pintado en la pared de la catedral le dedicaba. Se acercó más y más a esa plasmación de una idealizada representación física de alguien incorpóreo totalmente. Su larga nariz, con un par de pecas que jamás la abandonaron cuando sí lo hizo su humanidad, rozó la pintura y su gélido aliento la paralizó más. Estaba fuera de sus cabales moralmente hablando, más sus movimientos proseguían siendo tan elegantes, controlados, amenazantes y dignos de ser temidos como siempre lo fueron. Un golpe fue lo que lo sacó de su ensoñación. Movió la cabeza muy deprisa, sin separar la mano izquierda del corazón de la pintura y la derecha de la lámpara al más puro estilo rococó. Un cuerpo, masculino, caído, malherido psicológicamente hablando. Desde esa altura pudo observarlo todo como el mismísimo Dios representado como un hombre musculoso pero a su vez de expresión savia y ya entrada en edades.
El hombre, abandonado a su suerte, alzó la mirada en dirección al techo, con cálidas lágrimas rodando por los laterales de su orondo rostro, dirección a sus enrojecidas orejas que pronto perderían todo el color que tenían ahora. Lo vio. Al vampiro. Al dueño de todo. Al portador de nada. Hannes Schmitt, que lo saludó con un asentimiento de cabeza, creyéndose el Cesar del siglo XIX que, con un asentimiento, podía sentenciar la muerte de un ser humano. Y, en parte, lo era. Separó lentamente el rostro de la pared, alargando el cuello y estirando el brazo que se agarraba de la fija lámpara, permitiéndole así parecer un escalador abrazado por un firme arnés. Contempló al sacerdote con seriedad, aposentado en las mejores localidades de ese templo de Dios. Serio, frío e impasible, permaneció mudo al ver ese par de ojos azules adoptar matices carmín. Lorraine estaba sedienta, del mismo modo que él estaba excitado ante la idea de pronosticar cuan horrenda escena sangrienta se iba a acontecer. Una gota. Una simple gota resbaló por su mentón hasta soltarse de la mano de las demás para silbar cruzando el aire.
Una vez más, esa estúpida deidad había optado por hacer voto de silencio y darle la espalda a aquél que decía hipócritamente encontrar el camino de la redención. Sus colmillos, poderosos como pocos, brillaron reflejando esa impasible mirada que el Dios pintado en la pared de la catedral le dedicaba. Se acercó más y más a esa plasmación de una idealizada representación física de alguien incorpóreo totalmente. Su larga nariz, con un par de pecas que jamás la abandonaron cuando sí lo hizo su humanidad, rozó la pintura y su gélido aliento la paralizó más. Estaba fuera de sus cabales moralmente hablando, más sus movimientos proseguían siendo tan elegantes, controlados, amenazantes y dignos de ser temidos como siempre lo fueron. Un golpe fue lo que lo sacó de su ensoñación. Movió la cabeza muy deprisa, sin separar la mano izquierda del corazón de la pintura y la derecha de la lámpara al más puro estilo rococó. Un cuerpo, masculino, caído, malherido psicológicamente hablando. Desde esa altura pudo observarlo todo como el mismísimo Dios representado como un hombre musculoso pero a su vez de expresión savia y ya entrada en edades.
Una vez más, no eran tan diferentes.
Dos pálidas manos se adueñaron de ese cuerpo magullado y lo alzaron sin dificultad alguna en el aire, como el mismo decano lo hacía cada domingo alzando el de Jesucristo. Esa facilidad, esa solemnidad, esa enfermiza adicción por lo sádico, sólo podía ser obra de uno de los suyos. Algún inmortal descarriado que creía una vergüenza el hecho de que algunos vampiros socializaran con humanos y hasta se valieran de ellos como amigos, aliados o incluso amantes. Si sólo eran eso; humanos. Alimento. Escoria. Sabandijas creadas por el mismo Dios que ya no lo aceptaba como hijo. Siguió con sus fijos orbes pálidos esas extremidades que lo depositaban sobre la mesa como si de un recién nacido en su cuna se tratara. Esos brazos femeninos, ese marcado busto, ese cuello. Difícil de reconocer para un ignorante. Extremadamente sencillo para Hannes. Allí estaba ella. Lorraine. Su Lorraine. Su expresión, tan lejos de ser caduca o cambiante como el follaje de los árboles, permaneció impasible, seria, reflexiva y, ¿por qué no? Vacía como bien pocas. El hombre, abandonado a su suerte, alzó la mirada en dirección al techo, con cálidas lágrimas rodando por los laterales de su orondo rostro, dirección a sus enrojecidas orejas que pronto perderían todo el color que tenían ahora. Lo vio. Al vampiro. Al dueño de todo. Al portador de nada. Hannes Schmitt, que lo saludó con un asentimiento de cabeza, creyéndose el Cesar del siglo XIX que, con un asentimiento, podía sentenciar la muerte de un ser humano. Y, en parte, lo era. Separó lentamente el rostro de la pared, alargando el cuello y estirando el brazo que se agarraba de la fija lámpara, permitiéndole así parecer un escalador abrazado por un firme arnés. Contempló al sacerdote con seriedad, aposentado en las mejores localidades de ese templo de Dios. Serio, frío e impasible, permaneció mudo al ver ese par de ojos azules adoptar matices carmín. Lorraine estaba sedienta, del mismo modo que él estaba excitado ante la idea de pronosticar cuan horrenda escena sangrienta se iba a acontecer. Una gota. Una simple gota resbaló por su mentón hasta soltarse de la mano de las demás para silbar cruzando el aire.
Plop. La gota impactó en la mejilla derecha del aterrorizado hombre, delatándolo.
Hannes D. Schmitt- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 127
Fecha de inscripción : 11/10/2010
Localización : Allí en donde el miedo palpita y te invade: tu más que miserable realidad
Re: No somos tan distintos. {Privado}
Saliva atorada en la garganta, pulsaciones más allá de lo creíble, el galope de un corazón esforzándose por no caer en un paro cardiaco, convulsiones, espasmos de un veneno tan abrazador como la lava de un volcán. Ojos suplicantes a la deriva, pensamientos amargos que naufragan en algún rincón de su memoria tratando de buscar esa maldita redención a la cual no puede ser acreedor. Tirado sobre la mesa el sacerdote descansa sus plegarias tras la lengua ponzoñosa de su cuerpo, la última sinfonía de su corazón bombea sangre sin perder el tiempo hasta su yugular, resaltando ese flujo de vitalidad en la maldita arteria, palpitando, llamando, gritando su deseo por ser terriblemente masacrada con los colmillos de una lamia. Estos gritos no harán caer en la tentación a quien la provoco desde un inicio.
Gélidas manos dibujan la curvatura del cuerpo inerte en aquella mesa de ceremonias, lenta, delicada, incitantemente se deslizan a través y por encima de la sotana. El atroz hechizo propiciado en esas insanas caricias, estimula su masculinidad robando de sus labios jadeos que escapan a la imaginación; tanto es el placer que una dama le entrega a un caballero con tan solo esos roces, que el mortal termina por ceder ante los antojos de la mujer. Sus fuerzas se ven debilitadas ante la entrega total, las lágrimas en sus mejillas, que anteriormente se debían al terror, ahora sucumben del goce. “¡Lorraine! ¡Maldita chiquilla estúpida! ¿Cuándo entenderás que no se juega con la comida?” Un recuerdo apolillado se desprende de la memoria vampírica y con el una sonrisa de medio lado – Bendita sea la hora en la que mis comidas se volvieron cena – susurra casi para si misma burlándose, encontrando en ese maldito recuerdo un humor negro, mismo que aprovecharía más adelante.
Cual gata salvaje se monta sobre el clérigo, forzando a sus piernas rosar esa delicada parte estimulada y tan despierta del miserable humano. Se acerca peligrosamente a sus labios sin ruido alguno más que el viento a su alrededor, el corazón palpitante y la respiración ajena. La lengua obscena de Lorraine lame el cuello, las mejillas y la boca de su víctima Jah! El pobre imbécil se cree en la Santa Gloria, pero no es así. Una mano aparentemente delicada sujeta el miembro viril perfectamente erguido, mientras que sus labios alcanzan la altura adecuada para poder musitar algo en el oído del infeliz - ¿Queréis saber que se siente ser violado y masacrado al mismo tiempo? – Una carcajada maldita se adelanta a un alarido de dolor…
Gélidas manos dibujan la curvatura del cuerpo inerte en aquella mesa de ceremonias, lenta, delicada, incitantemente se deslizan a través y por encima de la sotana. El atroz hechizo propiciado en esas insanas caricias, estimula su masculinidad robando de sus labios jadeos que escapan a la imaginación; tanto es el placer que una dama le entrega a un caballero con tan solo esos roces, que el mortal termina por ceder ante los antojos de la mujer. Sus fuerzas se ven debilitadas ante la entrega total, las lágrimas en sus mejillas, que anteriormente se debían al terror, ahora sucumben del goce. “¡Lorraine! ¡Maldita chiquilla estúpida! ¿Cuándo entenderás que no se juega con la comida?” Un recuerdo apolillado se desprende de la memoria vampírica y con el una sonrisa de medio lado – Bendita sea la hora en la que mis comidas se volvieron cena – susurra casi para si misma burlándose, encontrando en ese maldito recuerdo un humor negro, mismo que aprovecharía más adelante.
Cual gata salvaje se monta sobre el clérigo, forzando a sus piernas rosar esa delicada parte estimulada y tan despierta del miserable humano. Se acerca peligrosamente a sus labios sin ruido alguno más que el viento a su alrededor, el corazón palpitante y la respiración ajena. La lengua obscena de Lorraine lame el cuello, las mejillas y la boca de su víctima Jah! El pobre imbécil se cree en la Santa Gloria, pero no es así. Una mano aparentemente delicada sujeta el miembro viril perfectamente erguido, mientras que sus labios alcanzan la altura adecuada para poder musitar algo en el oído del infeliz - ¿Queréis saber que se siente ser violado y masacrado al mismo tiempo? – Una carcajada maldita se adelanta a un alarido de dolor…
“¡Sangre! ¡Sangre! ¡Sangre!”
Imagina, solo imagina el dolor y como es que gritarías, o en caso de poder, como ahogarías la agonía, de ese perverso sentir en una de tus extremidades… Ser desmembrado ya es bastante sanguinario, maléfico y delirante al igual que las llamas del averno. Agrega si puedes a la imaginación el desgarre de tu virilidad. El sonido de esa piel destrozarse despacio cual tela vieja de alguna prenda usada, el calambre al estirar tan fuerte ese extremo de tu ser hasta que cede al descuartizamiento, un dolor tan insoportable que las lágrimas de tus ojos no son cristalinas, sino del mismo color que ahora tiñe la mitad de tu cuerpo.
Con esa parte arrancada en la mano de Lorraine, hace que el clérigo la mire desconsoladamente, el sufrimiento es tan fuerte que el hombre esta a punto de desmayarse, la mujer quien es más rápida que el piadoso sueño, le entrega como un toque de anestesia la propia sangre vampírica que habría de darle más fuerza para seguir con el juego. Una perlada gota en la frente del varón, muy diferente a todas las demás que despide su cuerpo gracias al sudor de sus poros, delata algo que tal vez la vampiresa ya sabía, algo que quizá había soñado incansables veces, un hecho que jamás hubiese ignorado de no encontrarse jugando una vez más con sus títeres de carne y hueso. Con su mano virgen, retira la gota extraordinaria, la lleva hasta sus labios y se la traga. Entonces un escalofrío, un espasmo, un sobresalto, un gruñido… Acalambra el cuerpo femenino, el rostro inescrutable junto a una mirada fría se levantan, abriéndose paso dentro de la Catedral hasta la pared donde una estatuilla, una pintura, un altar develan una pesadilla eterna.
Con esa parte arrancada en la mano de Lorraine, hace que el clérigo la mire desconsoladamente, el sufrimiento es tan fuerte que el hombre esta a punto de desmayarse, la mujer quien es más rápida que el piadoso sueño, le entrega como un toque de anestesia la propia sangre vampírica que habría de darle más fuerza para seguir con el juego. Una perlada gota en la frente del varón, muy diferente a todas las demás que despide su cuerpo gracias al sudor de sus poros, delata algo que tal vez la vampiresa ya sabía, algo que quizá había soñado incansables veces, un hecho que jamás hubiese ignorado de no encontrarse jugando una vez más con sus títeres de carne y hueso. Con su mano virgen, retira la gota extraordinaria, la lleva hasta sus labios y se la traga. Entonces un escalofrío, un espasmo, un sobresalto, un gruñido… Acalambra el cuerpo femenino, el rostro inescrutable junto a una mirada fría se levantan, abriéndose paso dentro de la Catedral hasta la pared donde una estatuilla, una pintura, un altar develan una pesadilla eterna.
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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Re: No somos tan distintos. {Privado}
Sus pupilas, teñidas de neblina oscura y tenebrosa, observaron como la mujer se convertía en la dueña del cuerpo de tan entrañable y devoto hombre. Ella, con esa sonrisa escalofriante, dibujaba el cuerpo de él. Moldeaba a placer el cuerpo de él. Hacía suyas las curvaturas de esa masculina figura, resiguiéndolas con esas yemas heladas como si fuera una preciosa estatua caliente y palpitante. Colgando de las alturas, cual ángel que logró escapar del abrazo de los caídos más allá de sus pecados, lo observaban todo ese par de ojos intrigantes y carentes de movimiento. Fija. Así era su mirada, total y serenamente fija. Ella, tan elegante como siempre, lo hizo. Logró que su superior, su hermano, su cómplice y prácticamente compañero de prácticas obscenas, se excitara en cuanto vio como se colocaba a horcajadas sobre el pobre condenado y estimulaba su ya visible excitación contra su propio cuerpo, salido del más arduo de los infiernos. El vampiro, mudo, sintió cierto ápice de envidia que nunca sería desvelada. Nunca. Quien ser pudiera un juguete del destino... destino que por nombre llevara Lorraine Von Fanel, obviamente.Sucumbir a sus encantos, hechizarse con su cuerpo desnudo, golpearla hasta que gritara su nombre de dolor. Mil imágenes distorsionadas, a cual más escabrosa, recorrían su mente como si fuera un vulgar paseo por su memoria.
De repente, sus colmillos volvieron a mostrarse en cuanto una discreta sonrisa expiró de sus entreabiertos labios. - Contempla tu hipotética y patética obra. Mira a tus hijos. Memoriza a tu fiel devoto jadeando a manos de una incauta dama de la noche. ¡Contémplalo ahora, altísima providencia! - Susurró en un viperino siseo para luego acabar gritando. Personificada estaba en él la serpiente que tendió el fruto a Eva. El fruto prohibido que había condenado a una raza. Deslizó de nuevo su serpenteante mirada felina hasta el cuerpo, al llegar a sus agudos tímpanos un aullido de dolor prácticamente desquiciante. Sangre. Mucha, pero nunca demasiada ni suficiente. Arrugó la nariz y dio permiso a sus pupilas para dilatarse lenta y juguetonamente. Observó esa virilidad erguida en la mano de la mujer, demasiado distanciada del resto de ese muñón sangriento que ahora parecía el cuerpo del hombre despojado de su sotana. Cruel. Peligrosa. Deliciosa. Jodidamente excitante. Así era Lorraine. Su Lorraine. La misma que caía en la cuenta de que había una gota ajena. La misma que adentraba ese juguetón dedo entre sus gruesos labios gélidos. La misma que rozaba con su lengua el extremo de ese oculto dedo con tal de saborear dicha muestra. Erótica incluso cuando no lo pretendía.
Pero ella, por imposible o improbable que parecía, no era perfecta a ojos del exigente líder de los Herederos de la noche. Había cometido otro error imperdonable. Y, reiterando, imperdonable significaba que debería ser castigada para aprender a no volver a hacerlo. Su mirada se ensombreció, pero sin perder esa tonalidad de argento, en cuanto se cruzó con la de ella, que al acto se paralizó. Hannes se dejó ir de la rocambulesca estructura de la lámpara y su cuerpo cayó por su propio peso justo sobre el altar. No separó las piernas. No se molestó en evitar que la caja torácica del moribundo crujiera cuando las suelas de sus botines impactaran de lleno en dicha zona, quebrándole varias costillas que, con un poco de suerte, habrían rasgado sus pulmones a modo de dagas sin llegar a matarlo. Quería verlo sufrir un rato más, pero había algo que se le antojaba aún más. El hombre medio desmayado y gritando de dolor al ver que Hannes no se retiraba, lo miró con los ojos abnegados en lágrimas carmín, optando por mantenerse callado y obediente, aunque agudos sollozos de dolor retumbaban por el templo de Dios.
Él, serio e indiferente como siempre, se limitó a advertirle de que no hablara en los próximos minutos. Lorraine requería de sus cuidados. - El tiempo dejó de ser oro el día en que mi cuerpo dejó de sucumbir a él. Por eso mismo no te recomiento hacerme enfadar, luego tengo toda la paciencia del mundo para desgarrarte la piel a tiras lenta y dolorosamente. - Siseó mirándolo con el más evidente y palpable de los desprecios. Se relamió las cercanías de los labios, terminando por eliminar finalmente toda prueba de un crímen cometido. Volvió la vista a Lorraine justo después de dejar que su mano derecha le cruzara el rostro de una sonora bofetada, sin miramientos ni remordimientos. La miró friamente y sin ápice de lástima, excitación visible, o compasión. Relativo quedaba lo de excitación, luego en el interior de su ajustada maya color otoño, un dotado miembro excitado luchaba por desprenderse del roce producido con su propio muslo. No retiró la mirada plateada de la de ella, esperando a que dijera algo, pero se decantó por hablar primero. - ¿Qué opino de dar nuestra sangre a los humanos, Lorraine? - Preguntó con esa voz que se clavaba en el poco alma que le quedaba como un aguijón frío y puntiagudo. Me has decepcionado, puntualizó con una severa mirada que congelaría la sangre hasta a un inmortal acostumbrado a su reiterada presencia casi apocalíptica.
Y es que hacía muchos años que compartía pecados con ese par de gruesos labios.
Hannes ladeó la cabeza, entrecerrando finalmente sus ojos cuando una leve ráfaga de aire ondeó su atuendo. No muy lejos, una virgen lloraba. El vampiro, dueño y señor de las oscuras veladas dantescas por excelencia, contempló el enfurecido rostro del Dios al que respetaba su cena. Se perdió en ese par de ojos negros que algún artista vocacional habría pintado a cambio de una porción del Edén, seguramente. Retiró la mano del pecho de la pintura y se acarició con la yema del mismo el mentón, untándolo de sangre grumosa. Lo miró con interés, concentrado mientras dejaba que esos agudos gemidos frutos de una fructífera masturbación ejercieran como banda sonora de su momento ideal. Acercó el dedo a cámara lenta y rozó con él el labio inferior de la reproducción de ese imponente hombre barbudo y todopoderoso. Ladeó la cabeza y movió el dedo con extrema lentitud, dibujando en la boca de Dios un rastro de muerte sangrienta. Bailó con sus dedos sobre tan pulcro rostro hasta acabar idealizando que el mismo Señor había sido quien se había manchado el rostro de sangre caliente, palpitante y viscosa. Sangre succionada de las gargantas de sus propios hijos.De repente, sus colmillos volvieron a mostrarse en cuanto una discreta sonrisa expiró de sus entreabiertos labios. - Contempla tu hipotética y patética obra. Mira a tus hijos. Memoriza a tu fiel devoto jadeando a manos de una incauta dama de la noche. ¡Contémplalo ahora, altísima providencia! - Susurró en un viperino siseo para luego acabar gritando. Personificada estaba en él la serpiente que tendió el fruto a Eva. El fruto prohibido que había condenado a una raza. Deslizó de nuevo su serpenteante mirada felina hasta el cuerpo, al llegar a sus agudos tímpanos un aullido de dolor prácticamente desquiciante. Sangre. Mucha, pero nunca demasiada ni suficiente. Arrugó la nariz y dio permiso a sus pupilas para dilatarse lenta y juguetonamente. Observó esa virilidad erguida en la mano de la mujer, demasiado distanciada del resto de ese muñón sangriento que ahora parecía el cuerpo del hombre despojado de su sotana. Cruel. Peligrosa. Deliciosa. Jodidamente excitante. Así era Lorraine. Su Lorraine. La misma que caía en la cuenta de que había una gota ajena. La misma que adentraba ese juguetón dedo entre sus gruesos labios gélidos. La misma que rozaba con su lengua el extremo de ese oculto dedo con tal de saborear dicha muestra. Erótica incluso cuando no lo pretendía.
Pero ella, por imposible o improbable que parecía, no era perfecta a ojos del exigente líder de los Herederos de la noche. Había cometido otro error imperdonable. Y, reiterando, imperdonable significaba que debería ser castigada para aprender a no volver a hacerlo. Su mirada se ensombreció, pero sin perder esa tonalidad de argento, en cuanto se cruzó con la de ella, que al acto se paralizó. Hannes se dejó ir de la rocambulesca estructura de la lámpara y su cuerpo cayó por su propio peso justo sobre el altar. No separó las piernas. No se molestó en evitar que la caja torácica del moribundo crujiera cuando las suelas de sus botines impactaran de lleno en dicha zona, quebrándole varias costillas que, con un poco de suerte, habrían rasgado sus pulmones a modo de dagas sin llegar a matarlo. Quería verlo sufrir un rato más, pero había algo que se le antojaba aún más. El hombre medio desmayado y gritando de dolor al ver que Hannes no se retiraba, lo miró con los ojos abnegados en lágrimas carmín, optando por mantenerse callado y obediente, aunque agudos sollozos de dolor retumbaban por el templo de Dios.
Él, serio e indiferente como siempre, se limitó a advertirle de que no hablara en los próximos minutos. Lorraine requería de sus cuidados. - El tiempo dejó de ser oro el día en que mi cuerpo dejó de sucumbir a él. Por eso mismo no te recomiento hacerme enfadar, luego tengo toda la paciencia del mundo para desgarrarte la piel a tiras lenta y dolorosamente. - Siseó mirándolo con el más evidente y palpable de los desprecios. Se relamió las cercanías de los labios, terminando por eliminar finalmente toda prueba de un crímen cometido. Volvió la vista a Lorraine justo después de dejar que su mano derecha le cruzara el rostro de una sonora bofetada, sin miramientos ni remordimientos. La miró friamente y sin ápice de lástima, excitación visible, o compasión. Relativo quedaba lo de excitación, luego en el interior de su ajustada maya color otoño, un dotado miembro excitado luchaba por desprenderse del roce producido con su propio muslo. No retiró la mirada plateada de la de ella, esperando a que dijera algo, pero se decantó por hablar primero. - ¿Qué opino de dar nuestra sangre a los humanos, Lorraine? - Preguntó con esa voz que se clavaba en el poco alma que le quedaba como un aguijón frío y puntiagudo. Me has decepcionado, puntualizó con una severa mirada que congelaría la sangre hasta a un inmortal acostumbrado a su reiterada presencia casi apocalíptica.
Hannes D. Schmitt- Vampiro Clase Alta
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Localización : Allí en donde el miedo palpita y te invade: tu más que miserable realidad
Re: No somos tan distintos. {Privado}
Indiferente, simplemente indiferente ante la escena producida en un campo “sagrado”. Ese maldito rostro que enveneno sus pesadillas tiempo atrás, esa mirada tan gélida y desgarradora, presencia sepulcral, dominio de tiempo, del espacio, de almas… ¿Quién demonios osaba interferirle? ¿Quién carajo puede someterla de esa manera? Solo existen dos alternativas, una desechada en cuanto la ponzoña de una simple gota llego hasta su garganta, enfermándola con su apasionante sabor a eternidad, una marca que jamás debe ser borrada, un infierno que no puede ser olvidado, un elixir que todos desean pero que únicamente los malditos poseen. No existió oportunidad para si quiera sopesar su hipótesis, él se encontraba allí, en el mismo laberinto que Lorraine. Su corazón ya había dejado de latir siglos atrás, más este encuentro hizo - por muy estúpido que parezca – que este palpitara esporádicamente y después fragmentarse en miles de piezas distribuidas a lo largo de su cuerpo.
“cruack, cruack, cruack…. Silencio…”
Frágiles huesos se rompen, las ondas del sonido transportan su excitante cantata hasta donde Lorraine se encuentra, cierra los ojos y acuna en sus sueños imágenes inverosímiles, recordando, alucinando, perdiéndose en ellos… Sus rodillas flagelan, esta a punto de derrumbarse, dejarse caer entre la maldita depravación que invade su cuerpo, disfrutar el declive de una vida, llegar al orgasmo imaginario mientras se satisface con indecencia; nada mejor que la agonía ajena para regocijarse. “¡¿Qué coño?!” Parece ser que la noche no esta domada por sus encantos y que el destino quiere ser quien juegue con ella. Una bofetada le hace girar la cabeza, sacándola de su ensueño promiscuo. Pudo haber fruncido el ceño, torcer los labios en una feroz mueca, levantarse en contra de su enemigo, en contra del infeliz que cometió tal barbarie, pero a cambio de eso se quedo completa y totalmente inerte.
Aturdida por la bajeza ha la cual fue sometida, ignora las cuestiones realizadas, no puede responder absolutamente nada. La colisión de sensaciones le sumerge en una vorágine. No existe acto que repudie más que eso ¿Por qué? Siempre la misma historia, una bofetada para corregir su camino, para dictarle que no es más que un simple pedazo de mierda o para advertirle un castigo. Su infancia fue difícil y gracias a eso su humanidad se evaporo al igual que toda pisca de cordura. Siente tantos deseos de… Levanta la mirada lentamente, su mano descansa en la huella dejada por el golpe, los cabellos danzan en un vaivén frente a su rostro, el lúgubre silencio adoquina la espantosa escena. Un paso y después la muerte.
Esas manos que instantes atrás guardaban celosamente la virilidad de un caballero, ahora rodean el cuello del mismo, en un desgarre de imprudencia, gira la cabeza del clérigo, emitiendo el mismo sonido de huesos fracturados al de minutos atrás ¿compasión? Quizá. - Requiescat in pace – Susurra a la par del tonto ademán con la mano representando una cruz, se aproxima a la frente del ahora metamorfo cadáver y lo besa. Irgue su cuerpo elevándolo a la altura de Hannes, ese Hannes tan despreciablemente deseable, ese Hannes que corrompe su existencia, ese Hannes que malditamente le tiene tan aferrada, tan patéticamente atada a él.
La mirada de Lorraine hace cruce con las dagas en los ojos del vampiro, “Decepción”, ¡insólito! – ¿Qué opino yo de las reglas? – Responde con una falta de educación notable. Sus andanzas le han demostrado que no existe una ley lo bastante coherente como para seguirle al pie de la letra. Nunca fue buena chica y por ende no pretende comenzar ahora, sí… él es Hannes pero ¿Le importa? Más de lo que su exterior aparenta. – Y ahora me castigarás cual infante desobediente… ¡Lo merezco! – Exclama, el fervor en su interior es tan grande que desearía poder advertirle al rubio un hecho que ya debería conocer en ella, más calla… calla su impulso al igual que las estrellas tiritantes en el firmamento, esta vez ni el viento se atreve a llevarle la contraria, no susurra, ya no habla.
Aturdida por la bajeza ha la cual fue sometida, ignora las cuestiones realizadas, no puede responder absolutamente nada. La colisión de sensaciones le sumerge en una vorágine. No existe acto que repudie más que eso ¿Por qué? Siempre la misma historia, una bofetada para corregir su camino, para dictarle que no es más que un simple pedazo de mierda o para advertirle un castigo. Su infancia fue difícil y gracias a eso su humanidad se evaporo al igual que toda pisca de cordura. Siente tantos deseos de… Levanta la mirada lentamente, su mano descansa en la huella dejada por el golpe, los cabellos danzan en un vaivén frente a su rostro, el lúgubre silencio adoquina la espantosa escena. Un paso y después la muerte.
Esas manos que instantes atrás guardaban celosamente la virilidad de un caballero, ahora rodean el cuello del mismo, en un desgarre de imprudencia, gira la cabeza del clérigo, emitiendo el mismo sonido de huesos fracturados al de minutos atrás ¿compasión? Quizá. - Requiescat in pace – Susurra a la par del tonto ademán con la mano representando una cruz, se aproxima a la frente del ahora metamorfo cadáver y lo besa. Irgue su cuerpo elevándolo a la altura de Hannes, ese Hannes tan despreciablemente deseable, ese Hannes que corrompe su existencia, ese Hannes que malditamente le tiene tan aferrada, tan patéticamente atada a él.
La mirada de Lorraine hace cruce con las dagas en los ojos del vampiro, “Decepción”, ¡insólito! – ¿Qué opino yo de las reglas? – Responde con una falta de educación notable. Sus andanzas le han demostrado que no existe una ley lo bastante coherente como para seguirle al pie de la letra. Nunca fue buena chica y por ende no pretende comenzar ahora, sí… él es Hannes pero ¿Le importa? Más de lo que su exterior aparenta. – Y ahora me castigarás cual infante desobediente… ¡Lo merezco! – Exclama, el fervor en su interior es tan grande que desearía poder advertirle al rubio un hecho que ya debería conocer en ella, más calla… calla su impulso al igual que las estrellas tiritantes en el firmamento, esta vez ni el viento se atreve a llevarle la contraria, no susurra, ya no habla.
{Perdona el retraso y la mediocridad del post}
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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Re: No somos tan distintos. {Privado}
Su mano ardía con las llamas de aquél que se pudre en el infierno. Contempló, con ese porté imponente que lo caracterizaba, cómo ella torcía la cabeza por la inercia del certero golpe. Hannes no era de los que creía a las mujeres intocables, junto a la pérdida del latir de su gélido corazón también había perdido la creencia de que ellas eran el ser hermoso de la humanidad. Él era más hermoso que esas condenadas humanas. Los eternos dueños de la noche siempre irían un paso por delante en cuanto a perfección, comparándose con esos sucios y toscos humanos pecadores y devotos a Dios. Ese mismo Dios que lo abandonó y al que ahora desafiaba todo contemplando cómo las ondulaciones del rostro de la mujer danzaban como almas en pena. Era diabólicamente hermosa. Y ella lo sabía tanto como todos los que la rodeaban. Gruñó interiormente al ver cómo se tocaba la mejilla lastimada, pero no hizo ademán de disculparse ni tan siquiera de preocuparse por el bienestar de la misma. Era una represalia por un mal acto. Y Hannes no toleraba los malos actos, no toleraba desobediencias, ni revoluciones. Él era la ley y no aceptaba un no por respuesta. Las velas temblaron.
Tan lejano quedaba aquél tiempo en el que sus labios se acoplaron a los de alguna mujer, por algo que algunos creyeron oportuno llamar amor, que dolía. Profunda y mudamente. Nadie podía comprenderlo ni hacerse cargo de ello porque su felina mirada plateada siempre permanecía igual de impasible e inexpresiva. Nadie nunca sabría qué realmente sentía o dejaba de sentir uno de los vampiros más temidos en los callejones oscuros de los suburbios parisinos. Llevaba cerca de trescientos años solo. Completamente solo en excepción de sus hermanos de sangre -como llamaba a los demás herederos-. Ciertamente se había divertido en la medida de lo posible con ellos, los había educado disciplinariamente, había corrompido lo poco de bueno que albergaban sus almas. ¿Y ahora, ahora que ellos ya creían haber superado al maestro, qué? Parecía el inicio del final. O el final del inicio. O tal vez fuera ambos a la vez. Irreverente cuestión que carecía de toda importancia cuando las suelas de sus botines permanecían cruelmente recostadas en el frágil costillar del decano.
Comprendió las intenciones de la muda vampira, que no había osado aún responder o vengarse de su osadía. Se limitó a hacerse a un lado del hombre, que en algún momento u otro se habría rendido a la parca. Quedó de pie junto al altar y se frotó con la manga el pequeño resto de sangre que tenía aún en los labios. Ella había parecido acatar un severo castigo por sus actos y soltó la sangrienta hombría del decano, dejando que los ojos del otro inmortal siguieran el reguero de ese juguetón muñón inerte. Se sintió como un gato persiguiendo con atenta mirada un ovillo de lana. Pero poco duró cuando su hermana se inclinó sobre el adefesio humano y se comportó como si fuel servidora cristiana fuera. Eso le causó gracia al dueño de las tinieblas, que rodó los ojos y se arregló las mangas de la holgada camisa blanca, ligeramente manchada de carmín derramado. - Requiescat in pace. - Repitió, sentenciando su muerte antes de atender a las palabras de la vampiresa, que se encaró a su propio señor como si de una princesa sensualmente malcriada se tratara. Miró de soslayo al difunto padre Clemente y parpadeó persimoniosamente, a drede. Sabía que ella era la más indomable de todas las herederas de la noche, y eso lo volvía loco. Pero nunca nadie lo había adivinado, ni lo haría, de hecho.
Su latente excitación aún palpitaba en su interior, supliendo así mismo un muerto corazón paralizado por el paso de los años. Sucios corazones que acumulaban polvo en sus pechos vibrantes, esperando ser arrancados y enterrados entre montañas de estiércol algún día. La contempló impasible como siempre, escuchando todas y cada una de las palabras que ella le escupió en el rostro. Su voz era endemoniadamente lírica e hipnótica, con una pizca de descaro que lo empujaba a volver a golpearla como instantes antes y como muchas décadas atrás. Sí, recordaba esa noche entre la espesura de los bosques, en los que tuvo la gracia divina de verla en acción. Fue ahí donde la escogió entre todas. La quería a ella con él, siempre. Esa sería la condena de Lorraine. Su Lorraine. Su intocable e indomable Lorraine. La misma a la que le respondió un tosco y grave - Eres una dama de la noche estúpida y malcriada. Si te comportas como un infante, te trataré como a uno. ¿Quieres saber qué les hago yo a las jovencitas que no se portan como deben con sus tutores? - La tomó con descaro de los hombros y la empujó contra una de las paredes laterales de la plataforma elevada del altar, acoplando ambos cuerpos. Clavó ese par de ojos plateados en los azules de ella, serio como nunca antes.
Tan lejano quedaba aquél tiempo en el que sus labios se acoplaron a los de alguna mujer, por algo que algunos creyeron oportuno llamar amor, que dolía. Profunda y mudamente. Nadie podía comprenderlo ni hacerse cargo de ello porque su felina mirada plateada siempre permanecía igual de impasible e inexpresiva. Nadie nunca sabría qué realmente sentía o dejaba de sentir uno de los vampiros más temidos en los callejones oscuros de los suburbios parisinos. Llevaba cerca de trescientos años solo. Completamente solo en excepción de sus hermanos de sangre -como llamaba a los demás herederos-. Ciertamente se había divertido en la medida de lo posible con ellos, los había educado disciplinariamente, había corrompido lo poco de bueno que albergaban sus almas. ¿Y ahora, ahora que ellos ya creían haber superado al maestro, qué? Parecía el inicio del final. O el final del inicio. O tal vez fuera ambos a la vez. Irreverente cuestión que carecía de toda importancia cuando las suelas de sus botines permanecían cruelmente recostadas en el frágil costillar del decano.
Comprendió las intenciones de la muda vampira, que no había osado aún responder o vengarse de su osadía. Se limitó a hacerse a un lado del hombre, que en algún momento u otro se habría rendido a la parca. Quedó de pie junto al altar y se frotó con la manga el pequeño resto de sangre que tenía aún en los labios. Ella había parecido acatar un severo castigo por sus actos y soltó la sangrienta hombría del decano, dejando que los ojos del otro inmortal siguieran el reguero de ese juguetón muñón inerte. Se sintió como un gato persiguiendo con atenta mirada un ovillo de lana. Pero poco duró cuando su hermana se inclinó sobre el adefesio humano y se comportó como si fuel servidora cristiana fuera. Eso le causó gracia al dueño de las tinieblas, que rodó los ojos y se arregló las mangas de la holgada camisa blanca, ligeramente manchada de carmín derramado. - Requiescat in pace. - Repitió, sentenciando su muerte antes de atender a las palabras de la vampiresa, que se encaró a su propio señor como si de una princesa sensualmente malcriada se tratara. Miró de soslayo al difunto padre Clemente y parpadeó persimoniosamente, a drede. Sabía que ella era la más indomable de todas las herederas de la noche, y eso lo volvía loco. Pero nunca nadie lo había adivinado, ni lo haría, de hecho.
Su latente excitación aún palpitaba en su interior, supliendo así mismo un muerto corazón paralizado por el paso de los años. Sucios corazones que acumulaban polvo en sus pechos vibrantes, esperando ser arrancados y enterrados entre montañas de estiércol algún día. La contempló impasible como siempre, escuchando todas y cada una de las palabras que ella le escupió en el rostro. Su voz era endemoniadamente lírica e hipnótica, con una pizca de descaro que lo empujaba a volver a golpearla como instantes antes y como muchas décadas atrás. Sí, recordaba esa noche entre la espesura de los bosques, en los que tuvo la gracia divina de verla en acción. Fue ahí donde la escogió entre todas. La quería a ella con él, siempre. Esa sería la condena de Lorraine. Su Lorraine. Su intocable e indomable Lorraine. La misma a la que le respondió un tosco y grave - Eres una dama de la noche estúpida y malcriada. Si te comportas como un infante, te trataré como a uno. ¿Quieres saber qué les hago yo a las jovencitas que no se portan como deben con sus tutores? - La tomó con descaro de los hombros y la empujó contra una de las paredes laterales de la plataforma elevada del altar, acoplando ambos cuerpos. Clavó ese par de ojos plateados en los azules de ella, serio como nunca antes.
Tenía ganas de ella. Demasiadas.
Hannes D. Schmitt- Vampiro Clase Alta
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Re: No somos tan distintos. {Privado}
“¿Sumisión?”
La brutalidad de manos ajenas se dejo caer sobre sus hombros, siente en ellos el ardor de gélida piel inmortal, el deseo pronto aparecerá sobre sus pupilas. Ese par de ojos opacos como la misma noche, misteriosos e irrevocablemente transparentes se clavan en los suyos. La mirada más temible de todo ¿París? Sí, tenía que ser nada más en esa ciudad pues Londres ciudad natal de la fémina es y seguirá siendo su territorio. Encarcelada entre una pared y el cuerpo de un Dios no puede espetar su liberación, los sentidos le estallan al verse reflejada en los ojos que fulminan su existencia, sin palabras, sin rodeos tan simple, tan dominante… Siempre ha sido y será Hannes, ¿su Hannes? Tal vez en un mundo paralelo ella tendría la oportunidad de ser su domadora, la mujer que él no puede sacar de su pensamiento ni siquiera teniendo a Afrodita a su lado.
Lejos de presenciar un temor en sus terminales nerviosas o un escalofrío ceñirse sobre su piel, espera pacíficamente las acciones de Hannes, más el silencio habla con su melodía sepulcral, tan lúgubre que el tiritar de las luces y el frío carecen de sentido común ante las historias de terror en donde se involucran. Subir y bajar, trabajo ejecutado por el pecho de Lorraine, sus senos se hinchan cada que ese maldito corsé le corta la respiración, se contraen y se elevan, llamantes de pasión, morbo y deseo. Armada sin nada mejor que su cuerpo debe actuar y no dejarse caer en esa vertiginosa sumisión en la que el condenado está sumergiéndola.
Hannes… ¿Quién o qué es él? Es lo que menos importa y es algo que no le concierno tiempo atrás en medio del bosque donde la cordura se perdió tras el derrame de sangre y estímulo de sus altares. Dos niñas tuvieron que morir esa noche solo para complacer la sed de Lorraine, ella misma tuvo que ceder ante ese cainita para saciar sus demonios pero, ¿A cambio de que? ¿Su lealtad? Si tan solo la coherencia en sus actos fuese dictaminada por su pensamiento y no por la torpeza de sus instintos quizá tendría en cuenta una respuesta. ¿Qué importa ahora que regreso? Nada, absolutamente nada. Y su espasmódico cuerpo arde…
Las manos de Lorraine rodean el cuello de su verdugo, verdugo que no reparará en daños hacia ella, verdugo que no sentirá pena, ni lástima por su persona cuando este lastimando su cuerpo, un vampiro que ha tenido la dicha de toparse con esa desgarradora lamia, hombre que conoció el placer ilícito de estar en el Hades. Los labios de la hembra se aproximan al lóbulo derecho del “amo” – Lo sé…quizá no, pero ¿sabes lo que yo le hago a quienes desean castigarme? Además… ¿Cómo se supone que me debo comportar ante ti Hannes? – Susurra, su aliento arremete contra el oído de su mentor, las manos que ya reposaban sobre los hombros marmóreos de Hannes enredan entre sus dedos cabellos dorados, un arrumaco, un mimo, una caricia que ante los estúpidos humanos es una señal de amor, para ellos quizá la invitación al pecado.
- ¡Castígame! – Musita seductora con esa voz angelical que posee, pero allí no para su actuación y antes que cualquiera pudiese predecirlo, consultado o previsto en alguna visión del futuro, Lorraine muerde el lóbulo ajeno, una pequeña incisión hace brotar la sangre en una delicada, carmesí, brillosa gota. Lame, lame con obscenos movimientos la herida, sus entrañas rugen en liviandad, el eco de su delirio se abre paso en el jadeo embriagador emitido no por su boca, garganta o labios, si no por su altar de Venus.
Lejos de presenciar un temor en sus terminales nerviosas o un escalofrío ceñirse sobre su piel, espera pacíficamente las acciones de Hannes, más el silencio habla con su melodía sepulcral, tan lúgubre que el tiritar de las luces y el frío carecen de sentido común ante las historias de terror en donde se involucran. Subir y bajar, trabajo ejecutado por el pecho de Lorraine, sus senos se hinchan cada que ese maldito corsé le corta la respiración, se contraen y se elevan, llamantes de pasión, morbo y deseo. Armada sin nada mejor que su cuerpo debe actuar y no dejarse caer en esa vertiginosa sumisión en la que el condenado está sumergiéndola.
Hannes… ¿Quién o qué es él? Es lo que menos importa y es algo que no le concierno tiempo atrás en medio del bosque donde la cordura se perdió tras el derrame de sangre y estímulo de sus altares. Dos niñas tuvieron que morir esa noche solo para complacer la sed de Lorraine, ella misma tuvo que ceder ante ese cainita para saciar sus demonios pero, ¿A cambio de que? ¿Su lealtad? Si tan solo la coherencia en sus actos fuese dictaminada por su pensamiento y no por la torpeza de sus instintos quizá tendría en cuenta una respuesta. ¿Qué importa ahora que regreso? Nada, absolutamente nada. Y su espasmódico cuerpo arde…
Las manos de Lorraine rodean el cuello de su verdugo, verdugo que no reparará en daños hacia ella, verdugo que no sentirá pena, ni lástima por su persona cuando este lastimando su cuerpo, un vampiro que ha tenido la dicha de toparse con esa desgarradora lamia, hombre que conoció el placer ilícito de estar en el Hades. Los labios de la hembra se aproximan al lóbulo derecho del “amo” – Lo sé…quizá no, pero ¿sabes lo que yo le hago a quienes desean castigarme? Además… ¿Cómo se supone que me debo comportar ante ti Hannes? – Susurra, su aliento arremete contra el oído de su mentor, las manos que ya reposaban sobre los hombros marmóreos de Hannes enredan entre sus dedos cabellos dorados, un arrumaco, un mimo, una caricia que ante los estúpidos humanos es una señal de amor, para ellos quizá la invitación al pecado.
- ¡Castígame! – Musita seductora con esa voz angelical que posee, pero allí no para su actuación y antes que cualquiera pudiese predecirlo, consultado o previsto en alguna visión del futuro, Lorraine muerde el lóbulo ajeno, una pequeña incisión hace brotar la sangre en una delicada, carmesí, brillosa gota. Lame, lame con obscenos movimientos la herida, sus entrañas rugen en liviandad, el eco de su delirio se abre paso en el jadeo embriagador emitido no por su boca, garganta o labios, si no por su altar de Venus.
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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