AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Trying To Scape ~ Privado ~ Egipto
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Trying To Scape ~ Privado ~ Egipto
La noche se cernía sobre la ciudad con los últimos rayos del sol alumbrando sus calles dándole un aspecto anaranjado, que recordaba al color de las dunas y de la arena del desierto. Hacía un poco de aire que traía algo de frescor para el calor que hacía en la ciudad, aliviando así el sofoco que habíamos tenido durante todo el día y del cual el sol había sido el único culpable. Comenzaba a entrar la noche y ya se notaba los movimientos en las calles.
Hacía muchos años que llevaba viviendo en las calles desde que apenas tenía siete años, y de aquello hacían ya quince años. Silbé ante el mero recuerdo de cómo habían pasado los años mientras recordaba cómo fue quedarme sin nada siendo tan joven, teniendo que malvivir en la calle y aprender a base de golpes y errores. Me habían engañado mucho cuando era más pequeño, se habían aprovechado de mí sacando aquello que querían, dejando que yo hiciera el trabajo más sucio para luego… quedarse ellos con la propina. Cuántos días había pasado sin tener que llevarme algo a la boca, cuántas noches sin tener un techo donde dormir amparado bajo el frío manto de la noche… con las estrellas como únicas compañeras.
De todo se aprendía en la vida y, conforme fui creciendo, me fui manejando mejor en lo que era la vida callejera. Había aprendido en que no se podía confiar más que en uno mismo, y que debía de desconfiar de todo cuanto me dijeran e hicieran. También aprendí a manejarme mejor y a poder conseguir algo de comida. Había visto muchas veces como la gente se las ingeniaba para robar y había aprendido de todo ello, haciendo mis propias maneras y formas de hacerlo. Entrenaba todos los días para estar en buena condición física por lo que pudiera pasar y poder huir con relativa facilidad. En la adolescencia era donde más había aprendido y donde más perfeccioné todas las técnicas que sabía… hasta el punto en el que fui la comidilla de la ciudad. Era uno de los mejores ladrones que había y aquello me aportó cierta fama.
Aprendí a moverme entre las sombras, a camuflarme con el entorno, a pasar desapercibido en una y mil maneras diferentes… tanto que ni siquiera reparaban en mí presencia. En mí cabeza los planes para robar se formaban en cuanto llegaba al sitio y eran tan fieles y precisos que ni la guardia podía capturarme. Me fundía con el entorno mientras mi mente trazaba un plan, perfecto, que no contenía fallo alguno. Y así fue como tuve cierta reputación en el mundo de los contrabandistas… tanto, que me habían hecho una oferta que, con todo el dolor de mí corazón, pude rechazar.
Robar obras de arte egipcias no era algo que hubiera soñado hacer ni que me había planteado en cuanto empecé a ser un contrabandista para poder subsistir. Adoraba la cultura a la que había pertenecido y me había criado escuchando sus historias, sus relatos y sus leyendas. Había ido a los museos muchas veces con mí padre, que era un entendido de la materia, y me había dejado llevar por la pasión que él sentía. Pasión que se trasladó a mí, una que ahora tenía que dejar de lado y convertirme en lo que muchos llamaban un paria, algo que no estaba bien visto en la sociedad pero que sería mi pasaporte para salir de aquel país.
Suspiré sentado en el bordillo de uno de los tejados de la ciudad mientras esperaba a que la noche cayera del todo sobre ella, vestido con ropajes negros que me ayudarían a camuflarme aún más en la oscuridad de la noche, repasando el plan mental que debía de llevar a cabo. Aquella noche me habían encargado robar una estatuilla del dios Ra, uno de los grandes Dioses que teníamos. Sabía donde estaba localizada y lo que debía de hacer para llegar hasta ella. Sabía que había dos guardias en la entrada y otro dentro patrullando aquella habitación. Los días anteriores me había pasado por aquel lugar a diferentes horas para ver cómo estaba de custodiada y había visto que siempre había dos guardias fueras, y que el cambio del guardia que había dentro se producía cada cierto tiempo… por lo que sería, en ese preciso momento, cuando debía de actuar.
La habitación constaba de una única puerta de entrada que era donde estaban los guardias fuera, pero además tenía dentro una pequeña ventana por donde tenía la intención de entrar. Era pequeña, muy pequeña, pero estaba convencido de que podría colarme sin ningún tipo de problema. Las casas que había alrededor eran perfectas porque podía acceder saltando desde los tejados, ya que estaba en una planta superior, y desde donde debía de entrar. Suspiré y me levanté sabiendo que había llegado la hora, salté a un toldo dejándome caer para llegar hasta el suelo y comencé a moverme entre las callejuelas para llegar al sitio donde estaba la estatuilla. Sabía que había más cosas en aquella habitación, pero el encargo era aquella solamente, y era lo que iba a robar.
No tardé muchos minutos en llegar hasta a aquel edificio y me asomé desde la esquina. Los dos guardias estaban tal y como había pensado en la entrada, sonreí de lado y me di la vuelta para trepar hasta una de las casas como había hecho las veces que había observado el lugar, llegando hasta el tejado que era desde donde saltaría a la ventana. Desde donde estaba se podía ver perfectamente el interior de la habitación, y donde estaban los guardias. Esperé atentamente a que el que había dentro saliera por la puerta mientras no quitaba un ojo de encima a la puerta que daba a la calle, desde donde el otro guardia que cambiaba de turno se acercaba. ¡Bingo! En cuanto saliera por la puerta apenas tendría un par de minutos hasta que el otro subiera y entrara a la habitación, que era lo que solían tardar normalmente.
En cuanto salió no me lo pensé dos veces y salté hacia la ventana, era estrecha pero mí cuerpo también lo era y aunque rozaba en los bordes pude deslizarme en su interior sin hacer ruido, como si fuera un felino que estuviera acechando a su presa. Me acerqué hacia donde estaba la estatuilla en cuestión, la metí en una bolsa que llevaba siempre conmigo, y tan sigiloso y raudo como había entrado… salí por la ventana. El tiempo justo cuando entró el otro guardia por la puerta. Para cuando quisieran darse cuenta de que les faltaba algo… yo ya estaría muy lejos. Mi billete hacia la libertad y la salida de aquel país estaba en marcha.
-Serás mi billete hacia la libertad -murmuré con una sonrisa torcida mirando la estatuilla, camuflándome de nuevo entre la oscuridad de las calles.
Hacía muchos años que llevaba viviendo en las calles desde que apenas tenía siete años, y de aquello hacían ya quince años. Silbé ante el mero recuerdo de cómo habían pasado los años mientras recordaba cómo fue quedarme sin nada siendo tan joven, teniendo que malvivir en la calle y aprender a base de golpes y errores. Me habían engañado mucho cuando era más pequeño, se habían aprovechado de mí sacando aquello que querían, dejando que yo hiciera el trabajo más sucio para luego… quedarse ellos con la propina. Cuántos días había pasado sin tener que llevarme algo a la boca, cuántas noches sin tener un techo donde dormir amparado bajo el frío manto de la noche… con las estrellas como únicas compañeras.
De todo se aprendía en la vida y, conforme fui creciendo, me fui manejando mejor en lo que era la vida callejera. Había aprendido en que no se podía confiar más que en uno mismo, y que debía de desconfiar de todo cuanto me dijeran e hicieran. También aprendí a manejarme mejor y a poder conseguir algo de comida. Había visto muchas veces como la gente se las ingeniaba para robar y había aprendido de todo ello, haciendo mis propias maneras y formas de hacerlo. Entrenaba todos los días para estar en buena condición física por lo que pudiera pasar y poder huir con relativa facilidad. En la adolescencia era donde más había aprendido y donde más perfeccioné todas las técnicas que sabía… hasta el punto en el que fui la comidilla de la ciudad. Era uno de los mejores ladrones que había y aquello me aportó cierta fama.
Aprendí a moverme entre las sombras, a camuflarme con el entorno, a pasar desapercibido en una y mil maneras diferentes… tanto que ni siquiera reparaban en mí presencia. En mí cabeza los planes para robar se formaban en cuanto llegaba al sitio y eran tan fieles y precisos que ni la guardia podía capturarme. Me fundía con el entorno mientras mi mente trazaba un plan, perfecto, que no contenía fallo alguno. Y así fue como tuve cierta reputación en el mundo de los contrabandistas… tanto, que me habían hecho una oferta que, con todo el dolor de mí corazón, pude rechazar.
Robar obras de arte egipcias no era algo que hubiera soñado hacer ni que me había planteado en cuanto empecé a ser un contrabandista para poder subsistir. Adoraba la cultura a la que había pertenecido y me había criado escuchando sus historias, sus relatos y sus leyendas. Había ido a los museos muchas veces con mí padre, que era un entendido de la materia, y me había dejado llevar por la pasión que él sentía. Pasión que se trasladó a mí, una que ahora tenía que dejar de lado y convertirme en lo que muchos llamaban un paria, algo que no estaba bien visto en la sociedad pero que sería mi pasaporte para salir de aquel país.
Suspiré sentado en el bordillo de uno de los tejados de la ciudad mientras esperaba a que la noche cayera del todo sobre ella, vestido con ropajes negros que me ayudarían a camuflarme aún más en la oscuridad de la noche, repasando el plan mental que debía de llevar a cabo. Aquella noche me habían encargado robar una estatuilla del dios Ra, uno de los grandes Dioses que teníamos. Sabía donde estaba localizada y lo que debía de hacer para llegar hasta ella. Sabía que había dos guardias en la entrada y otro dentro patrullando aquella habitación. Los días anteriores me había pasado por aquel lugar a diferentes horas para ver cómo estaba de custodiada y había visto que siempre había dos guardias fueras, y que el cambio del guardia que había dentro se producía cada cierto tiempo… por lo que sería, en ese preciso momento, cuando debía de actuar.
La habitación constaba de una única puerta de entrada que era donde estaban los guardias fuera, pero además tenía dentro una pequeña ventana por donde tenía la intención de entrar. Era pequeña, muy pequeña, pero estaba convencido de que podría colarme sin ningún tipo de problema. Las casas que había alrededor eran perfectas porque podía acceder saltando desde los tejados, ya que estaba en una planta superior, y desde donde debía de entrar. Suspiré y me levanté sabiendo que había llegado la hora, salté a un toldo dejándome caer para llegar hasta el suelo y comencé a moverme entre las callejuelas para llegar al sitio donde estaba la estatuilla. Sabía que había más cosas en aquella habitación, pero el encargo era aquella solamente, y era lo que iba a robar.
No tardé muchos minutos en llegar hasta a aquel edificio y me asomé desde la esquina. Los dos guardias estaban tal y como había pensado en la entrada, sonreí de lado y me di la vuelta para trepar hasta una de las casas como había hecho las veces que había observado el lugar, llegando hasta el tejado que era desde donde saltaría a la ventana. Desde donde estaba se podía ver perfectamente el interior de la habitación, y donde estaban los guardias. Esperé atentamente a que el que había dentro saliera por la puerta mientras no quitaba un ojo de encima a la puerta que daba a la calle, desde donde el otro guardia que cambiaba de turno se acercaba. ¡Bingo! En cuanto saliera por la puerta apenas tendría un par de minutos hasta que el otro subiera y entrara a la habitación, que era lo que solían tardar normalmente.
En cuanto salió no me lo pensé dos veces y salté hacia la ventana, era estrecha pero mí cuerpo también lo era y aunque rozaba en los bordes pude deslizarme en su interior sin hacer ruido, como si fuera un felino que estuviera acechando a su presa. Me acerqué hacia donde estaba la estatuilla en cuestión, la metí en una bolsa que llevaba siempre conmigo, y tan sigiloso y raudo como había entrado… salí por la ventana. El tiempo justo cuando entró el otro guardia por la puerta. Para cuando quisieran darse cuenta de que les faltaba algo… yo ya estaría muy lejos. Mi billete hacia la libertad y la salida de aquel país estaba en marcha.
-Serás mi billete hacia la libertad -murmuré con una sonrisa torcida mirando la estatuilla, camuflándome de nuevo entre la oscuridad de las calles.
Anubis Rashid- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 30/05/2016
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Trying To Scape ~ Privado ~ Egipto
Ya en mis tiempos como humana, Egipto había desafiado y fascinado por igual a todos aquellos que habían vivido conmigo, como mis dueños e incluso como mis iguales, pues raro era el hogar donde no hubiera un esclavo proveniente de aquellas tierras lejanas, eternamente bañadas en las mentes de todos los ajenos a ella por el sol dorado, el de las dunas y el de las pirámides. Con la derrota infligida por Augusto a los amantes Marco Antonio y Cleopatra, el territorio se había empezado a considerar como una parte del entonces reluciente Imperio, una época tan dorada como la arena y las estatuillas que se traían de allí para decorar las domus más acomodadas, como aquella en la que yo había habitado, como esclava, durante demasiado tiempo. Incluso con posterioridad, la fascinación de aquel territorio seguía siendo mucha, y pese a que los rituales que allí se vivían hubieran sufrido una constante adaptación a los ritos de los dominadores, los habitantes de la caput mundi, la extraña mezcla seguía fascinando y atrayendo a todos por igual. Yo había bebido de aquella influencia, no enteramente contra mi voluntad, durante mis últimos años como humana, cuando Roma era una amalgama de culturas y de influencias tal que resultaba difícil escoger qué era lo auténticamente romano y qué no lo era. Sólo con la muerte y mi posterior vida, que me había otorgado todo el tiempo del que quisiera disponer, fui no obstante capaz de acercarme al territorio, en tiempos del esplendor de Bizancio y del superviviente Imperio Romano, bien lejos de la Roma que yo había conocido. Y si bien para entonces la cultura ya se había transformado, aún persistían los monumentos y los restos de unos tiempos pasados de faraones, dioses y mortales que habían fascinado a todo un Imperio, y que volvían a subyugarme a mí, pese a los siglos transcurridos desde entonces.
Si bien jamás había pasado largas temporadas en Egipto, sí que había frecuentado el territorio en varias ocasiones, a veces como visitante pero otras veces como compradora de antigüedades cuyo valor ignoraban algunos pobres diablos que las vendían como baratijas para aquellos viajeros que nos acercábamos hacia allí. La fascinación continuaba existiendo, no se esfumaba ni aunque los siglos continuaran pasando y el territorio se fuera olvidando de sus viejos dioses para abrazar a uno nuevo, Mahoma, y a una nueva lengua que poco tenía que ver con la original, la que yo había escuchado pero no llegaba a comprender. Incluso cuando Egipto perdía importancia por su adhesión a nuevos gobernantes, como sucedió con los otomanos, los objetos exóticos se cotizaban a precios altísimos y continuaban siendo elementos de prestigio en los hogares, aunque se desconociera en gran medida la procedencia de los mismos o algo tan básico como la fecha en que habían sido realizados. Para mí, alguien tan dependiente del tiempo y de su paso como todos pero, quizá, más consciente de ello, la invasión francesa supuso una mala contradicción, una muestra de barbarie sin igual que sin embargo trajo consigo la curiosidad científica por Egipto y su historia que me permitieron instruirme, a mí y a otros coleccionistas que, de forma semejante, nos volvimos a reencontrar con el territorio. Gracias a aquel nuevo conocimiento, pude deshacerme de los charlatanes que vendían sus servicios como asesores para tratar de colar auténticas baratijas entre los objetos que deseaba, y comencé a adquirir obras que salían a la luz en las arenas del desierto, provenientes de tumbas ya olvidadas siglos atrás y que pronto empezaron a ocupar su lugar en los almacenes del Louvre, como joyas que debían ser aún estudiadas y catalogadas. Buscaba una visión de conjunto, una cantidad suficiente de obras para poder formar una colección que me permitiera preparar una exposición inaugural que acercara a la alta alcurnia a Egipto, a una tierra contradictoria en la que yo había posado mis atenciones más de una docena de veces, sin siquiera llevar la cuenta exacta de ello. Y, para ello, debía acudir al lugar del que todos los objetos provenían y encargarme de conseguirlos por mí misma, sin demasiados intermediarios.
No reparé en fasto para mi llegada, de forma que el polvo que levanté al hacerlo sirviera para despertar la atención de los participantes en el circuito comercial de las antigüedades. Apenas un par de noches después de instalarme en un lujoso hotel de estilo árabe del centro de El Cairo, comencé a recibir visitas y ofertas de auténticos mercenarios que chapurreaban francés y lo mezclaban con el árabe propio de aquellas tierras, una lengua a la que me había familiarizado un tanto y que conseguía hablar con suma corrección, para su enorme desgracia, pues se valían de ella para farfullar sus verdaderas opiniones sobre el valor real de las piezas en demasiadas ocasiones. Gracias a mi política de declinar la mayor parte y de aceptar únicamente los objetos excepcionales, pronto comenzaron a aventurarse los contrabandistas en lo más profundo del desierto para ofrecerme objetos que despertaran mi interés, y con él mi generosidad, mediante cuantiosas sumas de dinero que me convertían en la cliente más cotizada de todos. Mi fama, en apenas unas semanas, comenzó a crecer, e incluso llegué a realizar encargos que sabía imposibles por puro entretenimiento, para pinchar a los ladrones de tumbas a que pagaran por el delito de extraer de forma ilícita su propia historia, pues todos los objetos que yo adquiría eran los que aparecían, no los robados, al menos siempre que me era posible. Una de esas misiones complicadas fue una estatuilla de Ra, deidad y demiurgo, que estaba, en contra de lo habitual, cuajada de joyas y de piedras preciosas con casi tanto valor por separado como la estatuilla en sí. Prometí una cantidad obscena de dinero a quien fuera capaz de conseguirla para mí, y las noches pasaron sin que recibiera noticias, por lo que pronto me convencí de que la pieza era un simple rumor de un informador, no algo que existiera realmente. Una noche próxima al mes de mi estancia en El Cairo, no obstante, todo cambió: los empleados de aquel pequeño hotel me informaron de que un hombre me buscaba y había conseguido algo para mí, y presa de la curiosidad, les pedí que lo hicieran pasar a mi habitación, donde me encontraba tendida en un diván, a la manera romana, mas vestida con ropajes de seda suave y semitransparente en algunas zonas, como una auténtica princesa egipcia.
– Me han informado de que tienes algo para mí. ¿Puedo verlo?
Si bien jamás había pasado largas temporadas en Egipto, sí que había frecuentado el territorio en varias ocasiones, a veces como visitante pero otras veces como compradora de antigüedades cuyo valor ignoraban algunos pobres diablos que las vendían como baratijas para aquellos viajeros que nos acercábamos hacia allí. La fascinación continuaba existiendo, no se esfumaba ni aunque los siglos continuaran pasando y el territorio se fuera olvidando de sus viejos dioses para abrazar a uno nuevo, Mahoma, y a una nueva lengua que poco tenía que ver con la original, la que yo había escuchado pero no llegaba a comprender. Incluso cuando Egipto perdía importancia por su adhesión a nuevos gobernantes, como sucedió con los otomanos, los objetos exóticos se cotizaban a precios altísimos y continuaban siendo elementos de prestigio en los hogares, aunque se desconociera en gran medida la procedencia de los mismos o algo tan básico como la fecha en que habían sido realizados. Para mí, alguien tan dependiente del tiempo y de su paso como todos pero, quizá, más consciente de ello, la invasión francesa supuso una mala contradicción, una muestra de barbarie sin igual que sin embargo trajo consigo la curiosidad científica por Egipto y su historia que me permitieron instruirme, a mí y a otros coleccionistas que, de forma semejante, nos volvimos a reencontrar con el territorio. Gracias a aquel nuevo conocimiento, pude deshacerme de los charlatanes que vendían sus servicios como asesores para tratar de colar auténticas baratijas entre los objetos que deseaba, y comencé a adquirir obras que salían a la luz en las arenas del desierto, provenientes de tumbas ya olvidadas siglos atrás y que pronto empezaron a ocupar su lugar en los almacenes del Louvre, como joyas que debían ser aún estudiadas y catalogadas. Buscaba una visión de conjunto, una cantidad suficiente de obras para poder formar una colección que me permitiera preparar una exposición inaugural que acercara a la alta alcurnia a Egipto, a una tierra contradictoria en la que yo había posado mis atenciones más de una docena de veces, sin siquiera llevar la cuenta exacta de ello. Y, para ello, debía acudir al lugar del que todos los objetos provenían y encargarme de conseguirlos por mí misma, sin demasiados intermediarios.
No reparé en fasto para mi llegada, de forma que el polvo que levanté al hacerlo sirviera para despertar la atención de los participantes en el circuito comercial de las antigüedades. Apenas un par de noches después de instalarme en un lujoso hotel de estilo árabe del centro de El Cairo, comencé a recibir visitas y ofertas de auténticos mercenarios que chapurreaban francés y lo mezclaban con el árabe propio de aquellas tierras, una lengua a la que me había familiarizado un tanto y que conseguía hablar con suma corrección, para su enorme desgracia, pues se valían de ella para farfullar sus verdaderas opiniones sobre el valor real de las piezas en demasiadas ocasiones. Gracias a mi política de declinar la mayor parte y de aceptar únicamente los objetos excepcionales, pronto comenzaron a aventurarse los contrabandistas en lo más profundo del desierto para ofrecerme objetos que despertaran mi interés, y con él mi generosidad, mediante cuantiosas sumas de dinero que me convertían en la cliente más cotizada de todos. Mi fama, en apenas unas semanas, comenzó a crecer, e incluso llegué a realizar encargos que sabía imposibles por puro entretenimiento, para pinchar a los ladrones de tumbas a que pagaran por el delito de extraer de forma ilícita su propia historia, pues todos los objetos que yo adquiría eran los que aparecían, no los robados, al menos siempre que me era posible. Una de esas misiones complicadas fue una estatuilla de Ra, deidad y demiurgo, que estaba, en contra de lo habitual, cuajada de joyas y de piedras preciosas con casi tanto valor por separado como la estatuilla en sí. Prometí una cantidad obscena de dinero a quien fuera capaz de conseguirla para mí, y las noches pasaron sin que recibiera noticias, por lo que pronto me convencí de que la pieza era un simple rumor de un informador, no algo que existiera realmente. Una noche próxima al mes de mi estancia en El Cairo, no obstante, todo cambió: los empleados de aquel pequeño hotel me informaron de que un hombre me buscaba y había conseguido algo para mí, y presa de la curiosidad, les pedí que lo hicieran pasar a mi habitación, donde me encontraba tendida en un diván, a la manera romana, mas vestida con ropajes de seda suave y semitransparente en algunas zonas, como una auténtica princesa egipcia.
– Me han informado de que tienes algo para mí. ¿Puedo verlo?
Invitado- Invitado
Re: Trying To Scape ~ Privado ~ Egipto
Robar aquella estatuilla de Ra había sido más fácil de lo que había pensado en un primer momento, sabía que había una gran recompensaba por quien la entregara y sería, sin duda alguna, mi billete para salir de aquella ciudad llena de sus dunas de arena, en donde malvivía desde que era pequeño, para comenzar una nueva vida alejado de las pirámides, las dunas y la vida de contrabandista callejero que tenía. Sin embargo, a donde quisiera que fuera, no iba a dejar de lado aquel oficio… me había dado cuenta de que realmente me gustaba y no pensaba dejarlo pasar de lado, podría ser contrabandista en cualquier otro lugar, comenzar de cero, y tener la vida que siempre me había merecido.
Miré la estatuilla que tenía entre las manos refugiado en uno de los lugares que frecuentaba muy poco, escondido entre los tejados de la ciudad, escondido entre las sombras mientras bajo en las calles podía oír a los soldados mirar en cada rincón buscando al posible ladrón que, delante de sus narices, les había robado aquella estatua. Su precio seguramente sería desorbitado por lo que había podido oír, y sabía que mucha gente había intentado conseguirla sin tener éxito alguno. Chasqueé la lengua, había sido fácil pese al poco tiempo que había tenido de margen para conseguirla.
La estatua, que era de Ra, llevaba joyas incrustadas que aumentarían sin duda alguna su valor y el precio que pagarían por ella. Lo que tenía que buscar ahora era la persona que quería comprarlo. Solamente había estado oyendo que alguien la quería pero, nadie me había contratado directamente. A pesar de que era un encargo no era mí encargo… sería el de otra persona que ahora estaría acordándose de mí persona por haber sustraído yo la estatuilla. Sin embargo había pasado mucho tiempo desde que había escuchado que alguien la quería, y al ver que nadie podía conseguirla, empecé a investigar por mí cuenta. Hasta que supe donde estaba, y en donde pasé varios días observando los movimientos de los guardias y buscando el mejor momento para poder entrar a por ella.
Y finalmente la tenía en mí poder, ahora debía de buscar a la persona que la quería, entregársela y que me diera por ella una cuantiosa suma de dinero para poder irme de allí y comenzar una nueva vida. Sonreí de lado mientras, en las calles, los guardias intentaban localizar dónde podía estar… algo en vano, pues nunca llegarían a cogerme. Era un experto en huir de ellos y camuflarme con la oscuridad… jamás me atraparían.
Pasaron un par de días en los que finalmente di con la información que estaba buscando, me habían dicho que la mujer que quería aquello que tenía en mí poder se hospedaba en un hotel lujoso de la ciudad. Y aquella noche iba a acudir a una cita sorpresa en donde por fin podría conseguir aquello que más estaba ansiando. Llegué al hotel vestido totalmente de negro, con la bolsa que era donde llevaba la estatuilla, y me acerqué a los empleados pidiéndoles que me llevaran ante la mujer. Al principio estos dudaron un poco, sobre todo al verme vestido de aquella manera, y me hicieron esperar mientras se cercioraban de que la mujer “quisiera verme”
Rodé los ojos, no estaba para tantas tonterías. Había venido a hacer un trato no por cualquier otro estúpido y absurdo motivo, por lo que lo mejor para ellos sería que la mujer quisiera verme, o sino… bueno, seguro que encontraba a alguien que también estuviera interesado en la estatuilla. Era única y no había otra como la que tenía en mi poder, por lo que seguramente alguien ofrecería la misma o incluso mayor cantidad que la que pudiera pagarme ella.
Por fin uno de los empleados me avisó de que podía pasar y me llevó hasta una habitación, muy lujosa cabía decir, en donde se encontraba aquella mujer. Me abrió la puerta y me hizo un gesto con los brazos para que pasara dentro y en cuanto lo hice, cerró la puerta tras de mí. Observé la habitación que no le faltaba ningún detalle, y que no había escatimado en gastos, hasta que seguí andando cuando mis ojos se encontraron finalmente con aquella mujer.
Esta estaba tumbada sobre un diván como si fuera una especie de Diosa, la recorrí con la mirada y me di cuenta de que no era Egipcia, sus facciones distaban mucho de serlo. Llevaba un vestido ajustado que se ceñía a sus curvas y que tenía transparencias en ciertas zonas, dándole un aspecto algo más etéreo y hermoso. Su voz llegó hasta mis oídos y llevé mis ojos hacia su rostro, fijándome de nuevo en sus facciones. Finas, elegantes… seguramente era de la alta cuna, por el aspecto que presentaba. Sonreí de lado y asentí con la cabeza al hablar en mí idioma, pues no conocía ningún otro.
-Sí, puedes verlo –lo saqué de la bolsa estando delante de ella pero… no se lo di. Era lo único que podía permitirme salir de aquel país y no iba a entregarlo sin tener lo que había venido a buscar. Lo giré entre mis manos para que lo viera bien y volví a guardarlo en su bolsa- Como ves es lo que estabas buscando y nadie ha podido conseguir –miré en rededor de la habitación, siempre buscando cualquier tipo de vía de escape que pudiera encontrar y haciéndome con el lugar en mí cabeza- Así que, hablemos de negocios y… si llegamos a un acuerdo, quién sabe –torcí el gesto, divertido- puede que incluso te lo venda a ti. –Dejé caer aquellas palabras como si tuviera otro comprador que hubiera ofrecido otra cantidad por el objeto en sí.
Miré la estatuilla que tenía entre las manos refugiado en uno de los lugares que frecuentaba muy poco, escondido entre los tejados de la ciudad, escondido entre las sombras mientras bajo en las calles podía oír a los soldados mirar en cada rincón buscando al posible ladrón que, delante de sus narices, les había robado aquella estatua. Su precio seguramente sería desorbitado por lo que había podido oír, y sabía que mucha gente había intentado conseguirla sin tener éxito alguno. Chasqueé la lengua, había sido fácil pese al poco tiempo que había tenido de margen para conseguirla.
La estatua, que era de Ra, llevaba joyas incrustadas que aumentarían sin duda alguna su valor y el precio que pagarían por ella. Lo que tenía que buscar ahora era la persona que quería comprarlo. Solamente había estado oyendo que alguien la quería pero, nadie me había contratado directamente. A pesar de que era un encargo no era mí encargo… sería el de otra persona que ahora estaría acordándose de mí persona por haber sustraído yo la estatuilla. Sin embargo había pasado mucho tiempo desde que había escuchado que alguien la quería, y al ver que nadie podía conseguirla, empecé a investigar por mí cuenta. Hasta que supe donde estaba, y en donde pasé varios días observando los movimientos de los guardias y buscando el mejor momento para poder entrar a por ella.
Y finalmente la tenía en mí poder, ahora debía de buscar a la persona que la quería, entregársela y que me diera por ella una cuantiosa suma de dinero para poder irme de allí y comenzar una nueva vida. Sonreí de lado mientras, en las calles, los guardias intentaban localizar dónde podía estar… algo en vano, pues nunca llegarían a cogerme. Era un experto en huir de ellos y camuflarme con la oscuridad… jamás me atraparían.
Pasaron un par de días en los que finalmente di con la información que estaba buscando, me habían dicho que la mujer que quería aquello que tenía en mí poder se hospedaba en un hotel lujoso de la ciudad. Y aquella noche iba a acudir a una cita sorpresa en donde por fin podría conseguir aquello que más estaba ansiando. Llegué al hotel vestido totalmente de negro, con la bolsa que era donde llevaba la estatuilla, y me acerqué a los empleados pidiéndoles que me llevaran ante la mujer. Al principio estos dudaron un poco, sobre todo al verme vestido de aquella manera, y me hicieron esperar mientras se cercioraban de que la mujer “quisiera verme”
Rodé los ojos, no estaba para tantas tonterías. Había venido a hacer un trato no por cualquier otro estúpido y absurdo motivo, por lo que lo mejor para ellos sería que la mujer quisiera verme, o sino… bueno, seguro que encontraba a alguien que también estuviera interesado en la estatuilla. Era única y no había otra como la que tenía en mi poder, por lo que seguramente alguien ofrecería la misma o incluso mayor cantidad que la que pudiera pagarme ella.
Por fin uno de los empleados me avisó de que podía pasar y me llevó hasta una habitación, muy lujosa cabía decir, en donde se encontraba aquella mujer. Me abrió la puerta y me hizo un gesto con los brazos para que pasara dentro y en cuanto lo hice, cerró la puerta tras de mí. Observé la habitación que no le faltaba ningún detalle, y que no había escatimado en gastos, hasta que seguí andando cuando mis ojos se encontraron finalmente con aquella mujer.
Esta estaba tumbada sobre un diván como si fuera una especie de Diosa, la recorrí con la mirada y me di cuenta de que no era Egipcia, sus facciones distaban mucho de serlo. Llevaba un vestido ajustado que se ceñía a sus curvas y que tenía transparencias en ciertas zonas, dándole un aspecto algo más etéreo y hermoso. Su voz llegó hasta mis oídos y llevé mis ojos hacia su rostro, fijándome de nuevo en sus facciones. Finas, elegantes… seguramente era de la alta cuna, por el aspecto que presentaba. Sonreí de lado y asentí con la cabeza al hablar en mí idioma, pues no conocía ningún otro.
-Sí, puedes verlo –lo saqué de la bolsa estando delante de ella pero… no se lo di. Era lo único que podía permitirme salir de aquel país y no iba a entregarlo sin tener lo que había venido a buscar. Lo giré entre mis manos para que lo viera bien y volví a guardarlo en su bolsa- Como ves es lo que estabas buscando y nadie ha podido conseguir –miré en rededor de la habitación, siempre buscando cualquier tipo de vía de escape que pudiera encontrar y haciéndome con el lugar en mí cabeza- Así que, hablemos de negocios y… si llegamos a un acuerdo, quién sabe –torcí el gesto, divertido- puede que incluso te lo venda a ti. –Dejé caer aquellas palabras como si tuviera otro comprador que hubiera ofrecido otra cantidad por el objeto en sí.
Anubis Rashid- Hechicero Clase Alta
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Re: Trying To Scape ~ Privado ~ Egipto
El contrabandista que había acudido a la llamada que tan cuidadosamente había deslizado a través de los tejados bajos de los hogares de El Cairo, superados únicamente por la amplitud de la sombra que proyectaba la leyenda de mi fortuna, era poco más que un niño, y no obstante parecía extremadamente ducho en realizar intercambios como el que estábamos a punto de realizar. Hacía siglos, literalmente, que había aprendido a no juzgar a nadie por su juventud, y con él no iba a cometer el error de ignorar semejante enseñanza simplemente porque sus extraños rasgos, con unos ojos increíblemente azules y grandes, parecieran hacerme creer en una indefensión que estaba segura de que no poseía en absoluto. Él era quien disponía del objeto que yo deseaba añadir a mi colección, como otros antes de mí habían intentado pero no habían llegado a conseguirlo; él se encontraba en la posición de venderlo, y por eso estaba algo por encima de mí pese a que en el mundo del que yo provenía, el del reino de Francia, él sería poco más que un mendigo que se ganaba la vida de forma errónea ante los ojos de los demás. Si se hubiera cruzado su camino con el de algunos de mis coetáneos, estaba segura de que habrían recibido su oferta con desencanto y hasta desprecio, al ser incapaces de comprender las circunstancias en las que él se había movido para llegar hasta mí. Para su suerte, no obstante, su camino se había ido a entrelazar con uno de los pocos seres que podían sentir curiosidad ante él más allá de su papel como contrabandista y proveedor de objetos que podían llenar huecos en colecciones por lo demás sumamente ricas y llenas de reliquias valiosas de todas las culturas posibles. Si bien durante siglos se habían estado valorando las piezas de plumaria procedentes de las Américas, mis ojos se habían decantado por el Oriente más cercano, del que él se había convertido en protagonista al aceptar mi descabellado encargo.
– Escurridizo, desconfiado y astuto: haces gala de un fantástico triunvirato que no hace muy fácil la posibilidad de negociar contigo, ¿lo sabías? – le comenté, pero no le estaba increpando, sino que, en cierto modo, lo estaba felicitando por ello, pues pocas características se me ocurrían que pudieran serle más beneficiosas y favorables a un contrabandista como lo era él. De aquel joven lo desconocía todo, empezando por su nombre y terminando por sus circunstancias; no había nada que me hubiera dicho que pudiera confirmar, salvo que la estatuilla que guardaba efectivamente era real y la que estaba buscando, y eso no era suficiente para confiar en él. Si se tratara de cualquier otro ser, uno que no hubiera atraído mi atención, no habría confiado en él lo suficiente para continuar con la negociación; antes al contrario, lo habría mandado salir por hacerme perder el tiempo, que consideraba lo suficientemente valioso para no querer que me lo hicieran malgastar. Pese a ello, mi experiencia con hombres de su calaña era más amplia de lo que dejaba entrever a simple vista, y era capaz de llegar hasta límites insospechados a cambio de la posibilidad de obtener una buena pieza, como lo era la que se encontraba entre medio de nuestras negociaciones, en su poder. Gracias a ello, resultó perfectamente comprensible que le hiciera un gesto para que se sentara junto a mí, quisiera o no aceptar la oferta, y también lo resultó que mandara llamar a un miembro del servicio para que nos trajera un plato con alimentos que yo no probaría, pero que él sí lo haría. Si íbamos a negociar, como él parecía desear con ansia, lo haríamos, pero sería en mis términos, con él sintiéndose lo suficientemente cómodo para decirme qué era exactamente lo que buscaba, sin andarse con juegos más allá de los dialécticos para sacarme el precio más favorable para él y para sus intereses.
– De acuerdo, pues. Negociemos. Antes, eso sí, quiero conocer tu nombre, o si no alguna manera de llamarte: sería sumamente incómodo estar llamándote “chico” durante toda nuestra conversación, y probablemente ésta sea larga, así que prefiero facilitar los trámites cuanto sea posible. – le pedí, al tiempo que los sirvientes volvían con la bandeja llena de frutos y carnes que les había pedido. Ignoraba si había algo que no comía; por lógica, el cerdo se encontraba fuera de las posibilidades alimenticias en aquel lugar, y respetaba las creencias locales lo suficiente para no insistir al respecto, especialmente si se trataba de agasajar a un nativo de la zona. Los silenciosos sirvientes dejaron la bandeja frente a nosotros y una copa con vino, que reservaban para los extranjeros como yo, frente a mí, para que pudiera cogerla y beber si ese era mi deseo. – En cuanto a lo demás, para saber si podemos llegar o no a un trato, deberías decirme tus condiciones, dado que pareces tan sumamente selectivo y ansioso por deshacerte de la estatuilla. Si me parecen aceptables, te lo haré saber; si creo que podrían negociarse, también; si no las acepto, te darás cuenta tú mismo de ello. Como verás, estoy abierta completamente al diálogo, así que de momento deberías pensar bien lo que deseas y decírmelo, antes de que cambie de idea. – propuse, incorporándome únicamente para coger la copa de vino y jugar con ella entre las manos, en un gesto pensado para hacerme parecer más humana ante sus ojos, si bien no estaba segura de lo efectivo que resultaría, dado que era consciente de que, en la situación en la que me encontraba, no parecía precisamente una mortal, y seguramente mucho menos que aquellas a las que él solía tratar en su vida diaria.
– Escurridizo, desconfiado y astuto: haces gala de un fantástico triunvirato que no hace muy fácil la posibilidad de negociar contigo, ¿lo sabías? – le comenté, pero no le estaba increpando, sino que, en cierto modo, lo estaba felicitando por ello, pues pocas características se me ocurrían que pudieran serle más beneficiosas y favorables a un contrabandista como lo era él. De aquel joven lo desconocía todo, empezando por su nombre y terminando por sus circunstancias; no había nada que me hubiera dicho que pudiera confirmar, salvo que la estatuilla que guardaba efectivamente era real y la que estaba buscando, y eso no era suficiente para confiar en él. Si se tratara de cualquier otro ser, uno que no hubiera atraído mi atención, no habría confiado en él lo suficiente para continuar con la negociación; antes al contrario, lo habría mandado salir por hacerme perder el tiempo, que consideraba lo suficientemente valioso para no querer que me lo hicieran malgastar. Pese a ello, mi experiencia con hombres de su calaña era más amplia de lo que dejaba entrever a simple vista, y era capaz de llegar hasta límites insospechados a cambio de la posibilidad de obtener una buena pieza, como lo era la que se encontraba entre medio de nuestras negociaciones, en su poder. Gracias a ello, resultó perfectamente comprensible que le hiciera un gesto para que se sentara junto a mí, quisiera o no aceptar la oferta, y también lo resultó que mandara llamar a un miembro del servicio para que nos trajera un plato con alimentos que yo no probaría, pero que él sí lo haría. Si íbamos a negociar, como él parecía desear con ansia, lo haríamos, pero sería en mis términos, con él sintiéndose lo suficientemente cómodo para decirme qué era exactamente lo que buscaba, sin andarse con juegos más allá de los dialécticos para sacarme el precio más favorable para él y para sus intereses.
– De acuerdo, pues. Negociemos. Antes, eso sí, quiero conocer tu nombre, o si no alguna manera de llamarte: sería sumamente incómodo estar llamándote “chico” durante toda nuestra conversación, y probablemente ésta sea larga, así que prefiero facilitar los trámites cuanto sea posible. – le pedí, al tiempo que los sirvientes volvían con la bandeja llena de frutos y carnes que les había pedido. Ignoraba si había algo que no comía; por lógica, el cerdo se encontraba fuera de las posibilidades alimenticias en aquel lugar, y respetaba las creencias locales lo suficiente para no insistir al respecto, especialmente si se trataba de agasajar a un nativo de la zona. Los silenciosos sirvientes dejaron la bandeja frente a nosotros y una copa con vino, que reservaban para los extranjeros como yo, frente a mí, para que pudiera cogerla y beber si ese era mi deseo. – En cuanto a lo demás, para saber si podemos llegar o no a un trato, deberías decirme tus condiciones, dado que pareces tan sumamente selectivo y ansioso por deshacerte de la estatuilla. Si me parecen aceptables, te lo haré saber; si creo que podrían negociarse, también; si no las acepto, te darás cuenta tú mismo de ello. Como verás, estoy abierta completamente al diálogo, así que de momento deberías pensar bien lo que deseas y decírmelo, antes de que cambie de idea. – propuse, incorporándome únicamente para coger la copa de vino y jugar con ella entre las manos, en un gesto pensado para hacerme parecer más humana ante sus ojos, si bien no estaba segura de lo efectivo que resultaría, dado que era consciente de que, en la situación en la que me encontraba, no parecía precisamente una mortal, y seguramente mucho menos que aquellas a las que él solía tratar en su vida diaria.
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Re: Trying To Scape ~ Privado ~ Egipto
Después de haber visto a la mujer que andaba tras la estatuilla que tenía en la mano, verla de cerca, y comprobar como era… estaba convencido de que sería quien pagara mí billete hacia aquella libertad tan soñada. Tenía toda la apariencia de que podía darme aquello que más estaba ansiando, al igual que yo podía darle lo que seguramente llevaba tiempo esperando y nadie salvo yo se lo había podido entregar.
Tenía una oportunidad única, y no sólo eso, que si quería aquella reliquia al ser el único que la tenía me confería un poder que, si sabía utilizar en mí beneficio, podría conseguir muchas cosas de ella. Después de verla en persona y el lugar donde se hospedaba no tenía ningún tipo de duda en que aquella mujer era de alta cuna y que tendría mucho dinero. El hotel en sí no era el más barato que había en la ciudad y sus ropajes denotaban que el dinero no era un problema para ella.
Qué ironía. Ella con todo el dinero que poseía, con sus ropas caras, sus perfumes caros, las joyas, el hospedaje… no podía tener aquello que más deseaba. Estaba claro que el dinero en aquel mundo se movía demasiado, que las personas más influyente y con más poder eran las que más pagaban una cuantiosa cantidad por objetos como aquellos… sin embargo, tenían que pagar a gente que no tenía nada para poder conseguirlo. Gente como yo que se había criado en la calle, que no tenía un lugar fijo donde vivir, buscando trabajos que en la vida pensó en realizar convirtiéndose así en un paria de cara a la sociedad. Pero, si yo no quisiera… ella jamás tendría la reliquia.
Pero no era estúpido, sabía que la quería y por ese motivo había permanecido tanto tiempo en la ciudad a la espera de un golpe de suerte, una suerte que había caído en mis manos y en la que me había llevado a esa situación. En cierto modo, pese a todo su dinero, mientras la reliquia estuviera en mis manos… yo tenía el poder. Alguien que no poseía nada material, salvo escasa ropa, alguien que muchas veces no había tenido nada que llevarse a la boca tenía el poder frente a una persona que podía considerar y tachar de rica. Reí de forma irónica observándola mientras seguía tumbada en aquel diván, como una Diosa, sintiendo sus ojos sobre los míos al igual que yo recorría también su rostro y su cuerpo en el que el vestido que llevaba dejaba ver ciertas transparencias.
Su definición de mi persona me hizo reír entre dientes cruzando los brazos bajo el pecho, una definición que no andaba muy desencamina pues eran aspectos que para ser contrabandista eran cruciales si querías seguir vivo y, sobre todo, conseguir el dinero por lo que pedían. Así que sí, era todo eso y algo más que ella todavía no había llegado a descifrar y nunca le daría la oportunidad de hacerlo. Si no confiaba en los hombres mucho menos confiaba en las mujeres, mucho más embaucadoras que los hombres, que podían hacerte ser tu completa perdición.
-Me halaga, señorita –ladeé un poco mí rostro- Siento si eso le incomoda, pero como comprenderá, el mundo por el que me muevo es uno algo… oscuro. Uno no sobrevive si no posee ciertas condiciones -guardé la reliquia de nuevo en la bolsa que llevaba y acepté cuando me dejó sentarme para poder negociar con mayor tranquilidad y comodidad. Mí vista no paraba tampoco de recorrer la estancia, como buen contrabandista, me gustaba tener todo bajo control y una de mis primeras normas era saber cómo salir antes de saber cómo entrar… algo que, en aquel momento, no tenía demasiado claro. Uno de los sirvientes se retiró de la habitación bajo un gesto de ella que desde donde estaba podía apreciar con mayor nitidez, sentado a su lado, mientras esperaba a que comenzara con lo que tenía que ofrecerme. Sonreí de lado al preguntar mí nombre y, por un momento, hasta llegué a pensármelo. ¿Debía de darle mí verdadero nombre? Podría ser divertido incluso hasta el hecho de darle un nombre falso pero, si al final llegábamos a un acuerdo y más adelante quería otra vez precisar de mis servicios sería mejor decirle cómo me llamaba- Anubis, para servirle –lo último lo dije con cierta ironía en la voz mientras mis ojos se fijaban en los de ella. Si era conocedora del nombre que me precedía sabría, también, lo irónico que resultaba a su par- Y ya que estamos y, como bien decís, vamos a negociar también debería de saber vuestro nombre ¿no creéis? ¿O debo de llamaros todo el rato por… Diosa girega? –mí sonrisa fue una ladina mientras el sirviente que había salido hacía unos minutos entraba de nuevo en la estancia con bandejas de comida. Multitud de comida que hacía mucho tiempo no veía junta, o al menos, que yo la tuviera para poder probarla. Sentí como la boca se me hacía agua y pensé en cuándo había sido la última vez que había llevado algo de comida tan sólida a mí estómago… aquella mañana, quizá. No lo tenía del todo claro.
Sin esperar demasiado comencé a comer cogiendo primero la carne de la cual ya ni siquiera recordaba su sabor, lo poco que conseguía robar o conseguir de comida no era carne puesto que se me hacía difícil el mantenerla y el cocinarla, por lo que casi siempre había cogido productos que eran más fáciles de robar, como hortalizas, fruta y verdura… la carne era un bien algo más escaso que pocas veces tenía el lujo de degustar. Por eso lo primero que cogí fue el trozo de carne.
Ni siquiera reparé en mis modales mientras estaba comiendo y, al terminar el trozo de carne que duró más bien poco, reparé en que quizás aquello le resultara vulgar y hasta obsceno. Alguien de alta clase como ella no habría comido nunca como acababa de hacer ahora y puede que hasta estuviera escandalizada pro ello… pero no iba a ocultar lo que era y a pretender unos modales que no tenía. La ley de la calle era dura, y si querías comer y sobrevivir, tenías que ser rápido. Cogí algo de fruta para llevar algo fresco a la boca y la miré de reojo mientras terminaba la pieza de fruta limpiando mí boca con el dorso de la mano, dejando lo que quedaba del hueso en la bandeja de nuevo.
Me daba total libertad para expresar aquello que más deseaba durante unos momentos, y por unos instantes pensé, ¿qué era lo que más deseaba? Como bien había dicho librarme de la estatuilla era algo que quería hacer pues tenerla en mis manos solo significaba problemas para alguien como yo. Lo segundo; conseguir dinero para poder salir de la ciudad y de aquel país, vivir una vida mejor y con algo de suerte, tener la vida que de joven me arrebataron. Ya había vivido en la calle durante demasiado tiempo, quería saber lo que era tener un hogar propio. Pero… ¿y si le pedía que me consiguiera un pasaje? Ella tenía el dinero suficiente como para poder comprarlo sin ningún tipo de problema, podría ser mí solución para todo… así que, ¿por qué no intentarlo? Me giré para quedar algo más de cara a ella y sonreí, sabiendo que quizás no iba a esperar para nada mis palabras.
-Como bien habéis dicho, señorita, quiero vender el objeto que obra en mí poder con… digamos, un fin que llevo buscando un tiempo. Así que, ya que me lo estás poniendo tan fácil, voy a decirte exactamente lo que deseo y… si puedes dármelo, la estatuilla será tuya. –La observé con la copa en la mano y esperé unos segundos antes de exponer lo que quería- Quitando la cuantiosa suma de dinero que prometieron por la reliquia, y que cualquier contrabandista os pediría sin duda alguna… yo iré algo más allá y que sin duda no esperáis –la miré de forma fija a los ojos, sonriendo casi de lado sin que fuera demasiado notoria- Quiero un billete hacia mí libertad, y sé que vos podéis conseguirlo. Sois de alta cuna, vais a pagar una cuantiosa suma de dinero por un objeto que ni siquiera os pertenece, pero que vais a comprar porque así lo queréis. Sé, también, que no os vais a quedar mucho tiempo por estas tierras así que… digamos, que lo que os estoy pidiendo es que me llevéis con vos cuando os vayáis, a cambio, puede que hasta os rebaje la cantidad que pensaba deciros que me pagarais –cogí otro trozo de fruta y le di un mordisco, dejando que lo asimilara- No podéis decirme que no es una buena oferta. Ambos ganamos, tanto tú… como yo.
Tenía una oportunidad única, y no sólo eso, que si quería aquella reliquia al ser el único que la tenía me confería un poder que, si sabía utilizar en mí beneficio, podría conseguir muchas cosas de ella. Después de verla en persona y el lugar donde se hospedaba no tenía ningún tipo de duda en que aquella mujer era de alta cuna y que tendría mucho dinero. El hotel en sí no era el más barato que había en la ciudad y sus ropajes denotaban que el dinero no era un problema para ella.
Qué ironía. Ella con todo el dinero que poseía, con sus ropas caras, sus perfumes caros, las joyas, el hospedaje… no podía tener aquello que más deseaba. Estaba claro que el dinero en aquel mundo se movía demasiado, que las personas más influyente y con más poder eran las que más pagaban una cuantiosa cantidad por objetos como aquellos… sin embargo, tenían que pagar a gente que no tenía nada para poder conseguirlo. Gente como yo que se había criado en la calle, que no tenía un lugar fijo donde vivir, buscando trabajos que en la vida pensó en realizar convirtiéndose así en un paria de cara a la sociedad. Pero, si yo no quisiera… ella jamás tendría la reliquia.
Pero no era estúpido, sabía que la quería y por ese motivo había permanecido tanto tiempo en la ciudad a la espera de un golpe de suerte, una suerte que había caído en mis manos y en la que me había llevado a esa situación. En cierto modo, pese a todo su dinero, mientras la reliquia estuviera en mis manos… yo tenía el poder. Alguien que no poseía nada material, salvo escasa ropa, alguien que muchas veces no había tenido nada que llevarse a la boca tenía el poder frente a una persona que podía considerar y tachar de rica. Reí de forma irónica observándola mientras seguía tumbada en aquel diván, como una Diosa, sintiendo sus ojos sobre los míos al igual que yo recorría también su rostro y su cuerpo en el que el vestido que llevaba dejaba ver ciertas transparencias.
Su definición de mi persona me hizo reír entre dientes cruzando los brazos bajo el pecho, una definición que no andaba muy desencamina pues eran aspectos que para ser contrabandista eran cruciales si querías seguir vivo y, sobre todo, conseguir el dinero por lo que pedían. Así que sí, era todo eso y algo más que ella todavía no había llegado a descifrar y nunca le daría la oportunidad de hacerlo. Si no confiaba en los hombres mucho menos confiaba en las mujeres, mucho más embaucadoras que los hombres, que podían hacerte ser tu completa perdición.
-Me halaga, señorita –ladeé un poco mí rostro- Siento si eso le incomoda, pero como comprenderá, el mundo por el que me muevo es uno algo… oscuro. Uno no sobrevive si no posee ciertas condiciones -guardé la reliquia de nuevo en la bolsa que llevaba y acepté cuando me dejó sentarme para poder negociar con mayor tranquilidad y comodidad. Mí vista no paraba tampoco de recorrer la estancia, como buen contrabandista, me gustaba tener todo bajo control y una de mis primeras normas era saber cómo salir antes de saber cómo entrar… algo que, en aquel momento, no tenía demasiado claro. Uno de los sirvientes se retiró de la habitación bajo un gesto de ella que desde donde estaba podía apreciar con mayor nitidez, sentado a su lado, mientras esperaba a que comenzara con lo que tenía que ofrecerme. Sonreí de lado al preguntar mí nombre y, por un momento, hasta llegué a pensármelo. ¿Debía de darle mí verdadero nombre? Podría ser divertido incluso hasta el hecho de darle un nombre falso pero, si al final llegábamos a un acuerdo y más adelante quería otra vez precisar de mis servicios sería mejor decirle cómo me llamaba- Anubis, para servirle –lo último lo dije con cierta ironía en la voz mientras mis ojos se fijaban en los de ella. Si era conocedora del nombre que me precedía sabría, también, lo irónico que resultaba a su par- Y ya que estamos y, como bien decís, vamos a negociar también debería de saber vuestro nombre ¿no creéis? ¿O debo de llamaros todo el rato por… Diosa girega? –mí sonrisa fue una ladina mientras el sirviente que había salido hacía unos minutos entraba de nuevo en la estancia con bandejas de comida. Multitud de comida que hacía mucho tiempo no veía junta, o al menos, que yo la tuviera para poder probarla. Sentí como la boca se me hacía agua y pensé en cuándo había sido la última vez que había llevado algo de comida tan sólida a mí estómago… aquella mañana, quizá. No lo tenía del todo claro.
Sin esperar demasiado comencé a comer cogiendo primero la carne de la cual ya ni siquiera recordaba su sabor, lo poco que conseguía robar o conseguir de comida no era carne puesto que se me hacía difícil el mantenerla y el cocinarla, por lo que casi siempre había cogido productos que eran más fáciles de robar, como hortalizas, fruta y verdura… la carne era un bien algo más escaso que pocas veces tenía el lujo de degustar. Por eso lo primero que cogí fue el trozo de carne.
Ni siquiera reparé en mis modales mientras estaba comiendo y, al terminar el trozo de carne que duró más bien poco, reparé en que quizás aquello le resultara vulgar y hasta obsceno. Alguien de alta clase como ella no habría comido nunca como acababa de hacer ahora y puede que hasta estuviera escandalizada pro ello… pero no iba a ocultar lo que era y a pretender unos modales que no tenía. La ley de la calle era dura, y si querías comer y sobrevivir, tenías que ser rápido. Cogí algo de fruta para llevar algo fresco a la boca y la miré de reojo mientras terminaba la pieza de fruta limpiando mí boca con el dorso de la mano, dejando lo que quedaba del hueso en la bandeja de nuevo.
Me daba total libertad para expresar aquello que más deseaba durante unos momentos, y por unos instantes pensé, ¿qué era lo que más deseaba? Como bien había dicho librarme de la estatuilla era algo que quería hacer pues tenerla en mis manos solo significaba problemas para alguien como yo. Lo segundo; conseguir dinero para poder salir de la ciudad y de aquel país, vivir una vida mejor y con algo de suerte, tener la vida que de joven me arrebataron. Ya había vivido en la calle durante demasiado tiempo, quería saber lo que era tener un hogar propio. Pero… ¿y si le pedía que me consiguiera un pasaje? Ella tenía el dinero suficiente como para poder comprarlo sin ningún tipo de problema, podría ser mí solución para todo… así que, ¿por qué no intentarlo? Me giré para quedar algo más de cara a ella y sonreí, sabiendo que quizás no iba a esperar para nada mis palabras.
-Como bien habéis dicho, señorita, quiero vender el objeto que obra en mí poder con… digamos, un fin que llevo buscando un tiempo. Así que, ya que me lo estás poniendo tan fácil, voy a decirte exactamente lo que deseo y… si puedes dármelo, la estatuilla será tuya. –La observé con la copa en la mano y esperé unos segundos antes de exponer lo que quería- Quitando la cuantiosa suma de dinero que prometieron por la reliquia, y que cualquier contrabandista os pediría sin duda alguna… yo iré algo más allá y que sin duda no esperáis –la miré de forma fija a los ojos, sonriendo casi de lado sin que fuera demasiado notoria- Quiero un billete hacia mí libertad, y sé que vos podéis conseguirlo. Sois de alta cuna, vais a pagar una cuantiosa suma de dinero por un objeto que ni siquiera os pertenece, pero que vais a comprar porque así lo queréis. Sé, también, que no os vais a quedar mucho tiempo por estas tierras así que… digamos, que lo que os estoy pidiendo es que me llevéis con vos cuando os vayáis, a cambio, puede que hasta os rebaje la cantidad que pensaba deciros que me pagarais –cogí otro trozo de fruta y le di un mordisco, dejando que lo asimilara- No podéis decirme que no es una buena oferta. Ambos ganamos, tanto tú… como yo.
Anubis Rashid- Hechicero Clase Alta
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Re: Trying To Scape ~ Privado ~ Egipto
Aguanté una sonrisa traviesa que se me quiso grabar a fuego en el rostro y que probablemente lo ofendería cuando me dijo su nombre, Anubis, la misma denominación que recibía una de las deidades del Egipto anterior a él e incluso anterior a mí, pero que tras siglos de abandono nos había forzado a coincidir y a conocernos, pese a lo adverso de las circunstancias. Al igual que el chacal que formaba la representación de la deidad, el joven Anubis que tenía frente a mí era un animal hambriento, que se alimentaba de las viandas que le había ofrecido sin hacer ningún tipo de pregunta sobre sus preferencias con el hambre que sólo alguien que no tiene qué llevarse a la boca puede demostrar. Si bien él me estaba conociendo como rica monarca, aun sin saberlo, yo había sido esclava, de menos valor incluso que los muebles de madera de la domus de mis dueños, y uno de sus castigos preferidos solía ser castigarme sin probar alimento, de forma que cuando por fin conseguía algo, lo que fuera, me volvía loca y tan salvaje como él, ante mí. Comprendía, aunque apenas recordara exactamente el sentimiento, lo que era el dolor de barriga por el hambre, esos arañazos constantes plagados de gruñidos audibles de cuando necesitas ingerir algo, lo que sea, y no puedes; lo entendía tan bien que si en algún momento llegaba a juzgarlo por algo, y probablemente lo hiciera, tenía mi palabra incluso sin pedirla de que no sería por sus modales al alimentarse. El resto de sus modales eran ya otra historia, como descubrí cuando, habiendo terminado de comer, él tuvo tiempo de hablar y de dejar claras sus intenciones conmigo, que básicamente se resumían en que le costeara un pasaje fuera de Egipto para que pudiera abandonar la vida, sin duda miserable, que llevaba allí, entre dunas, ruinas y tesoros escondidos en la arena.
– Eres ambicioso. Tal ambición es un tanto peligrosa cuando no me conoces ni sabes nada de mí salvo que soy rica, extranjera y una mujer, cosa que probablemente te haga suponer que será fácil negociar conmigo y salirte con la tuya. Lamento decirte, Anubis, que la pérdida de esa estatua no me va a quitar el sueño mucho tiempo, en caso de que las negociaciones no lleguen a buen puerto. Tengo muchísima paciencia, más de la que crees, y hay piezas semejantes a mi alcance en otros lugares. No tan magníficas, de acuerdo, te lo concedo, pero para un público ignorante, tanto monta. – aclaré, incorporándome solamente un tanto, lo suficiente para clavar la mirada con firmeza en sus ojos. Si bien no había resultado agresiva, o al menos eso había intentado, no le había respondido con tono juguetón o bromista, sino con el tono de alguien que se toma en serio su posición y elige mantenerla por encima de todas las cosas. Aunque probablemente estuviera dispuesta a llegar a aquel extremo por la estatuilla, ¿de verdad creía que podía responder a mi llamada y mostrarse como si fuera el dueño del mundo, cuando no era nada más que un cazarrecompensas que se caracterizaba por tener cierto talento? En París, la ciudad donde residía, existían otros tantos como él, e incluso con mayor talento, pues me proveían de piezas que tenían su origen muy lejos del reino galo y ya en el pasado había establecido fructíferas relaciones comerciales con ellos. Así pues, dada la competencia a la que debía enfrentarse Anubis, ¿qué tenía él que justificara un favor semejante por mi parte? ¿Una estatuilla valiosa? Un sacrificio al que estaba dispuesta a enfrentarme con tal de salirme con la mía y de no caer en un trato tan obviamente desfavorable.
– Existe un problema, Anubis. No me refiero a que no me esperara que busques la libertad, eso podría ser hasta lógico si se te observa con un poco de detalle, y créeme, se me da bien hacerlo. No, el problema es que si te ayudo a irte, salgo perdiendo, y no me gusta enfrentarme a un trato en el que tenga las de perder. No creo que ambos podamos tratar con justicia cuando priman nuestros propios intereses, pero ¿qué tal un poco de equidad? – argumenté, encogiéndome de hombros, y finalmente incorporándome del todo hasta que estuve sentada frente a él, con las piernas aún cruzadas y los brazos apoyados en el regazo. Nuestra discusión, si es que podía denominarse así pese a que ambos estuviéramos manteniendo la diplomacia, estaba resultando más intensa de lo que había supuesto al principio, y todo porque él era más ambicioso de lo que, quizá, incluso le correspondía. Su audacia me parecía interesante, eso era innegable, y al mismo tiempo aparentaba no dejarle pasar ni una sola altanería de todas las que era posible que me dijera con tal de salirse con la suya. Frente a mí se encontraba un hombre desesperado, que estaba dispuesto a llegar a cualquier extremo con tal de huir de la miseria, y si bien era una vampiresa y no tenía nada que temer de él, era lo suficientemente cauta para saber que si estiraba de él y jugaba mis cartas correctamente podría tener un interesante... aliado, tal vez, o contacto, con más seguridad. – No se trata solamente del pasaje, Anubis. Se trata de introducirte en el reino donde habito, de asegurarme de que no vives debajo de un puente y de que tengas manera de subsistir. Francamente, no me apetece nada que vengas de cuando en cuando a pedirme subsidio y aproveches para chantajearme, tengo una posición que mantener, y eso sería problemático para ambos. Para hacer todo eso, hay que tomar una serie de decisiones, no solamente económicas, que pueden costarme unos cuantos favores que me deben, por lo que los perdería para mí misma. Te lo repetiré, porque tal vez no entiendas por dónde voy: una estatuilla no vale el precio que estás pidiendo, ni siquiera si me la dejas a precio de saldo y lista para venderse en el zoco. – atajé, sonriendo dulcemente pese a la dureza de mis palabras.
Él quería conseguir la libertad, pero yo quería conseguir algo más, algo que empezaba a atisbar a medida que el encuentro entre nosotros avanzaba pero que aún no estaba próxima a conseguir, pues dependía en gran medida de él y de poder convencerlo de que me escuchara y no se conformara con poco cuando podía aspirar a más. Si me escuchaba, si hacía lo que yo le decía, la recompensa podría satisfacer sus más oscuros deseos, y no tendría que preocuparse nunca más por su vida, pues no le faltaría nunca de nada. – No estoy opuesta a la idea de llevarte de vuelta. Francamente, me es igual dónde vivas, si bien creo que acostumbrarte a mi hogar te resultará duro tras una vida en el desierto, demasiada humedad de repente. Lo que sí creo es que debemos renegociar los términos. – comencé, y cogí otro grano de uva para juguetear con él entre los dedos, la imagen de la frugalidad frente al apetito del que él había hecho gala hacía apenas un momento. Con lentitud y parsimonia, arranqué la piel del grano, y cuando ya se encontró absolutamente desollado me lo llevé a los labios para saborear su jugo, aún sin morderlo, pues eso solamente lo hice al final, para tragar lo poco que quedaba del fruto. – Hablaré claro, supongo que lo preferirás. Estoy dispuesta a llevarte conmigo y no solamente eso, también a acogerte, a darte una vida con la que los ricos de aquí solamente pueden soñar para que nunca te falte de nada. Eres agudo, te habrás dado cuenta de que el dinero no es un problema para mí, así que puedes creerme, y además te prometo que tienes mi palabra. A cambio, no obstante, quiero más de lo que ofreces. Esta estatuilla, por descontado, y más barata de lo que pides, así como más piezas que solamente puedes conseguir aquí. Una vez regresaremos, ya te ocuparás de conseguir otras, eso si quieres más ayuda que simplemente dejarte tirado en el puerto primero que encuentre y dejarte a merced de lo peorcito del reino sin ayuda. ¿Estás dispuesto a pensar en esa opción o debo dar la charla por terminada ya, Anubis? – pregunté, limpiándome los dedos con suavidad y con los ojos clavados en él.
– Eres ambicioso. Tal ambición es un tanto peligrosa cuando no me conoces ni sabes nada de mí salvo que soy rica, extranjera y una mujer, cosa que probablemente te haga suponer que será fácil negociar conmigo y salirte con la tuya. Lamento decirte, Anubis, que la pérdida de esa estatua no me va a quitar el sueño mucho tiempo, en caso de que las negociaciones no lleguen a buen puerto. Tengo muchísima paciencia, más de la que crees, y hay piezas semejantes a mi alcance en otros lugares. No tan magníficas, de acuerdo, te lo concedo, pero para un público ignorante, tanto monta. – aclaré, incorporándome solamente un tanto, lo suficiente para clavar la mirada con firmeza en sus ojos. Si bien no había resultado agresiva, o al menos eso había intentado, no le había respondido con tono juguetón o bromista, sino con el tono de alguien que se toma en serio su posición y elige mantenerla por encima de todas las cosas. Aunque probablemente estuviera dispuesta a llegar a aquel extremo por la estatuilla, ¿de verdad creía que podía responder a mi llamada y mostrarse como si fuera el dueño del mundo, cuando no era nada más que un cazarrecompensas que se caracterizaba por tener cierto talento? En París, la ciudad donde residía, existían otros tantos como él, e incluso con mayor talento, pues me proveían de piezas que tenían su origen muy lejos del reino galo y ya en el pasado había establecido fructíferas relaciones comerciales con ellos. Así pues, dada la competencia a la que debía enfrentarse Anubis, ¿qué tenía él que justificara un favor semejante por mi parte? ¿Una estatuilla valiosa? Un sacrificio al que estaba dispuesta a enfrentarme con tal de salirme con la mía y de no caer en un trato tan obviamente desfavorable.
– Existe un problema, Anubis. No me refiero a que no me esperara que busques la libertad, eso podría ser hasta lógico si se te observa con un poco de detalle, y créeme, se me da bien hacerlo. No, el problema es que si te ayudo a irte, salgo perdiendo, y no me gusta enfrentarme a un trato en el que tenga las de perder. No creo que ambos podamos tratar con justicia cuando priman nuestros propios intereses, pero ¿qué tal un poco de equidad? – argumenté, encogiéndome de hombros, y finalmente incorporándome del todo hasta que estuve sentada frente a él, con las piernas aún cruzadas y los brazos apoyados en el regazo. Nuestra discusión, si es que podía denominarse así pese a que ambos estuviéramos manteniendo la diplomacia, estaba resultando más intensa de lo que había supuesto al principio, y todo porque él era más ambicioso de lo que, quizá, incluso le correspondía. Su audacia me parecía interesante, eso era innegable, y al mismo tiempo aparentaba no dejarle pasar ni una sola altanería de todas las que era posible que me dijera con tal de salirse con la suya. Frente a mí se encontraba un hombre desesperado, que estaba dispuesto a llegar a cualquier extremo con tal de huir de la miseria, y si bien era una vampiresa y no tenía nada que temer de él, era lo suficientemente cauta para saber que si estiraba de él y jugaba mis cartas correctamente podría tener un interesante... aliado, tal vez, o contacto, con más seguridad. – No se trata solamente del pasaje, Anubis. Se trata de introducirte en el reino donde habito, de asegurarme de que no vives debajo de un puente y de que tengas manera de subsistir. Francamente, no me apetece nada que vengas de cuando en cuando a pedirme subsidio y aproveches para chantajearme, tengo una posición que mantener, y eso sería problemático para ambos. Para hacer todo eso, hay que tomar una serie de decisiones, no solamente económicas, que pueden costarme unos cuantos favores que me deben, por lo que los perdería para mí misma. Te lo repetiré, porque tal vez no entiendas por dónde voy: una estatuilla no vale el precio que estás pidiendo, ni siquiera si me la dejas a precio de saldo y lista para venderse en el zoco. – atajé, sonriendo dulcemente pese a la dureza de mis palabras.
Él quería conseguir la libertad, pero yo quería conseguir algo más, algo que empezaba a atisbar a medida que el encuentro entre nosotros avanzaba pero que aún no estaba próxima a conseguir, pues dependía en gran medida de él y de poder convencerlo de que me escuchara y no se conformara con poco cuando podía aspirar a más. Si me escuchaba, si hacía lo que yo le decía, la recompensa podría satisfacer sus más oscuros deseos, y no tendría que preocuparse nunca más por su vida, pues no le faltaría nunca de nada. – No estoy opuesta a la idea de llevarte de vuelta. Francamente, me es igual dónde vivas, si bien creo que acostumbrarte a mi hogar te resultará duro tras una vida en el desierto, demasiada humedad de repente. Lo que sí creo es que debemos renegociar los términos. – comencé, y cogí otro grano de uva para juguetear con él entre los dedos, la imagen de la frugalidad frente al apetito del que él había hecho gala hacía apenas un momento. Con lentitud y parsimonia, arranqué la piel del grano, y cuando ya se encontró absolutamente desollado me lo llevé a los labios para saborear su jugo, aún sin morderlo, pues eso solamente lo hice al final, para tragar lo poco que quedaba del fruto. – Hablaré claro, supongo que lo preferirás. Estoy dispuesta a llevarte conmigo y no solamente eso, también a acogerte, a darte una vida con la que los ricos de aquí solamente pueden soñar para que nunca te falte de nada. Eres agudo, te habrás dado cuenta de que el dinero no es un problema para mí, así que puedes creerme, y además te prometo que tienes mi palabra. A cambio, no obstante, quiero más de lo que ofreces. Esta estatuilla, por descontado, y más barata de lo que pides, así como más piezas que solamente puedes conseguir aquí. Una vez regresaremos, ya te ocuparás de conseguir otras, eso si quieres más ayuda que simplemente dejarte tirado en el puerto primero que encuentre y dejarte a merced de lo peorcito del reino sin ayuda. ¿Estás dispuesto a pensar en esa opción o debo dar la charla por terminada ya, Anubis? – pregunté, limpiándome los dedos con suavidad y con los ojos clavados en él.
Invitado- Invitado
Re: Trying To Scape ~ Privado ~ Egipto
La mujer que tenía ante mí era una mujer muy fuerte, con unas ideas muy claras y que sabía sobre todo lo que quería. No era cualquier mujer que se dejara achantar por los demás y prueba de ello era cómo se encontraba sentada, como si fuera una Diosa Griega que todo lo tenía en su poder, y no era del todo mentira. Había oído rumores sobre aquella mujer que tenía delante de mí, había oído lo “poderosa” que era y las influencias que había ejercido en algunas personas del país. Muchos se habían sumado a la causa de conseguir aquella estatuilla, y que nadie pudiera hacerlo para mí era una ligera ventaja; pero si ambos éramos listo podíamos sacar provecho del otro: ella quería la estatuilla, y yo irme con ella.
Sabía que no tenía la situación cogida por el mango, que aquella mujer podía cambiar las tornas de nuestro contrato y además también incluso a negarse, pero sabía que si había alguien en aquel país que pudiera sacarme, sin duda alguna, era ella. Su porte elegante, el sitio donde se alojaba que era el mejor y más exclusivo de la ciudad, el lujo que la rodeaba me daba a entender que quizás para ella no costara tanto, y para mi sería mí billete dorado hacia la libertad. Dejaría de pensar en sobrevivir un día más a los peligros de la calle, me alejaría de aquellas dudas y de la arena del desierto. ¿Lo echaría de menos? Claro que no. Lo había aborrecido lo suficiente como para no querer saber nada de aquel país, que sí, llevaba sus raíces grabadas a fuego en mí interior… pero que por otra parte, ya había tenido suficiente de ello.
Sonreí de lado cuando me llamó ambicioso, ¿qué contrabandista no lo era? En esta “profesión” si no se tenía ambición no llegabas a nada, si no querías obtener siempre lo mejor y obtenerlo todo… no valías nada. La ambición era lo que movía a la mayoría de la gente a ser contrabandista, incluso aunque en mí caso me convirtiera en un paria, en un renegado en mí propia tierra que robaba reliquias de mí cultura para sobrevivir un día más… era lo único que me mantenía con vida. Ella decía que tenía paciencia, y yo sin embargo, carecía totalmente de ella. No me gustaba estar demasiado a solas con la gente, mucho menos, si esta era una mujer… desconfiaba de todas ellas.
Sin embargo, esta se mantenía serena y tranquila como si dominara la situación a su antojo y voluntad, y por un momento, hasta llegué a creer aquello. Como bien había dicho era una pieza única, pero había más por el mundo que quizá superaran a esta y eso, a una persona como ella, no le iba a suponer nada. Pese a su porte tranquilo y a sus palabras dichas con tranquilidad se notaba, sin necesidad de que te fijaras demasiado, en el peso que había en cada una de ellas. En cuanto se incorporó un poco, con sus piernas cruzadas dejando que el vestido revelara algunos trazos de su piel al ser este transparente, con sus brazos apoyados en el respaldo supe que hablaba en serio. Muy en serio. No se perturbaba pero sin embargo se mantenía serena, de forma firme y contundente, hablando con claridad y no se iba por las ramas. Tenía que concederle aquello, me gustaba que fuera sincera y directa… odiaba los rodeos.
Esta vez fui yo quine se recostó un poco en el asiento tras haber ingerido la comida, sintiendo que estaba lleno, tan lleno como no recordaba haberlo estado en mucho tiempo. Ella decía que no quería que la chantajeara y que no quería que viviera bajo un puente… cualquier maldita cosa sería mejor que vivir en las calles, intentando que no te robaran o mataran por la noche mientras dormías. Yo ya sabía que la estatuilla no podía equivaler a un pasaje, pero era lo único que podía querer de aquella mujer más que el dinero que pudiera pagarme por vendérsela para que la exhibiera en alguna exposición donde ganaría mucho más dinero con aquello.
-Cualquier lugar, por muy duro que parezca, no podrá ser comparado con la vida en el desierto… tan seca, tan cálida y tan dura. Cualquier sitio será mejor que dormir a la intemperie y rogando porque no te maten mientras duermes, porque no tienes nada como para que te puedan robar y dejarte con vida –mí mirada se posó en la suya mientras hablaba con ella y le dejaba de alguna forma las cosas claras- No sé que puedes saber tú de una vida dura viviendo entre tantos lujos, aunque no he venido aquí para hablar de todo esto. Tengo algo que te interesa y tú algo que me interesa a mí, es lo único que me importa –la contemplé dándole un repaso porque todavía ni siquiera se había dignado a decirme su nombre, quizás es que su clase era demasiada alta para que alguien como yo la llamara por su nombre- Escucharé lo que tengas que decir al respecto, estoy abierto a… varias opciones –hice un gesto con mí mano como si abarcara algo que estuviera a mí alcance, mientras una sonrisa ladina asomaba en mis labios.
Dejé que hablara y que dejara claros los términos de lo que estábamos pactando, escuché cada palabra mientras mis ojos no perdían detalle de cómo cogía aquel grano de uva, como lo llevaba de manera grácil y elegante a su boca, como si fuera todo a cámara lenta, pelaba la uva y la mantenía en sus dedos. Sus palabras las escuchaba de fondo mientras mis ojos no perdían detalle de cómo sus labios, mientras hablaban, rozaban aquel grano como si estuviera jugando con él y yo hubiera caído en su juego sin querer proponérmelo. Por primera vez, en toda mí vida, me pareció aquellos simples gestos en lo más erótico que había visto sin que ella se lo hubiera propuesto, subí mis ojos a los suyos y terminé de escucharla acomodándome en el sofá donde estaba. Reí entre dientes cuando terminó de hablar y me incliné un poco hacia ella, mirando aquellos ojos que parecían desprender el mismo fuego que había en las dunas.
-Creo que soy el único que, en todo este tiempo, te ha traído la estatuilla sin problema alguno, no me supondrá ningún problema el traerte más objetos que necesites por muy difícil que parezca o que te digan que es imposible. Ibas a darte por perdida en conseguir esta y, sin embargo, nadie excepto yo he podido traértela… creo que eso dice bastante –sonreí de lado y me senté de forma que quedaba algo más cerca de ella, pero dejando las distancias- Mis condiciones ya están dichas y las tuyas también. Te creo cuando dices sobre los lujos, nada más hay que ver esta habitación para darse cuenta de que es totalmente cierto. Ambos podemos sacar provechos, soy uno de los mejores en mí campo y estoy convencido de que puedes tener más trabajo para mí y, además, eliminarías al intermediario. Solo tendrías que decirme qué pieza quieres y dónde puedo conseguirla, y el resto es cosa mía –cogí otro trozo de fruta y la pelé con parsimonia como si estuviera pensando en sus condiciones, ¿salir del país a cambio de trabajar para ella?– Preferiría que no me dejaras tirado en el puerto, aunque… sabiendo de tú fama, incluso hasta podría llegar a encontrarte –sonreí de lado- No, creo que ambos nos necesitamos por diferentes motivos. Yo quiero salir de este país y tú quieres conseguir más piezas, ¿qué mejor llevándote al mejor contrabandista de todos? Puedo arreglármelas por mí cuenta con otros pequeños encargos, no me supondría un problema –di un bocado a la pieza de fruta y la miré al tragar- Creo que para ti esta estatuilla representa más para ti que para mí, aunque sea de mí tierra y de mis raíces. Sé que es un negocio en auge y que muchos pagarían por conseguir reliquias únicas como estas que solo se pueden encontrar aquí… Creo –sonreí de lado, terminando la pieza de fruta- Que estamos llegando a un acuerdo, Diosa Griega.
Sabía que no tenía la situación cogida por el mango, que aquella mujer podía cambiar las tornas de nuestro contrato y además también incluso a negarse, pero sabía que si había alguien en aquel país que pudiera sacarme, sin duda alguna, era ella. Su porte elegante, el sitio donde se alojaba que era el mejor y más exclusivo de la ciudad, el lujo que la rodeaba me daba a entender que quizás para ella no costara tanto, y para mi sería mí billete dorado hacia la libertad. Dejaría de pensar en sobrevivir un día más a los peligros de la calle, me alejaría de aquellas dudas y de la arena del desierto. ¿Lo echaría de menos? Claro que no. Lo había aborrecido lo suficiente como para no querer saber nada de aquel país, que sí, llevaba sus raíces grabadas a fuego en mí interior… pero que por otra parte, ya había tenido suficiente de ello.
Sonreí de lado cuando me llamó ambicioso, ¿qué contrabandista no lo era? En esta “profesión” si no se tenía ambición no llegabas a nada, si no querías obtener siempre lo mejor y obtenerlo todo… no valías nada. La ambición era lo que movía a la mayoría de la gente a ser contrabandista, incluso aunque en mí caso me convirtiera en un paria, en un renegado en mí propia tierra que robaba reliquias de mí cultura para sobrevivir un día más… era lo único que me mantenía con vida. Ella decía que tenía paciencia, y yo sin embargo, carecía totalmente de ella. No me gustaba estar demasiado a solas con la gente, mucho menos, si esta era una mujer… desconfiaba de todas ellas.
Sin embargo, esta se mantenía serena y tranquila como si dominara la situación a su antojo y voluntad, y por un momento, hasta llegué a creer aquello. Como bien había dicho era una pieza única, pero había más por el mundo que quizá superaran a esta y eso, a una persona como ella, no le iba a suponer nada. Pese a su porte tranquilo y a sus palabras dichas con tranquilidad se notaba, sin necesidad de que te fijaras demasiado, en el peso que había en cada una de ellas. En cuanto se incorporó un poco, con sus piernas cruzadas dejando que el vestido revelara algunos trazos de su piel al ser este transparente, con sus brazos apoyados en el respaldo supe que hablaba en serio. Muy en serio. No se perturbaba pero sin embargo se mantenía serena, de forma firme y contundente, hablando con claridad y no se iba por las ramas. Tenía que concederle aquello, me gustaba que fuera sincera y directa… odiaba los rodeos.
Esta vez fui yo quine se recostó un poco en el asiento tras haber ingerido la comida, sintiendo que estaba lleno, tan lleno como no recordaba haberlo estado en mucho tiempo. Ella decía que no quería que la chantajeara y que no quería que viviera bajo un puente… cualquier maldita cosa sería mejor que vivir en las calles, intentando que no te robaran o mataran por la noche mientras dormías. Yo ya sabía que la estatuilla no podía equivaler a un pasaje, pero era lo único que podía querer de aquella mujer más que el dinero que pudiera pagarme por vendérsela para que la exhibiera en alguna exposición donde ganaría mucho más dinero con aquello.
-Cualquier lugar, por muy duro que parezca, no podrá ser comparado con la vida en el desierto… tan seca, tan cálida y tan dura. Cualquier sitio será mejor que dormir a la intemperie y rogando porque no te maten mientras duermes, porque no tienes nada como para que te puedan robar y dejarte con vida –mí mirada se posó en la suya mientras hablaba con ella y le dejaba de alguna forma las cosas claras- No sé que puedes saber tú de una vida dura viviendo entre tantos lujos, aunque no he venido aquí para hablar de todo esto. Tengo algo que te interesa y tú algo que me interesa a mí, es lo único que me importa –la contemplé dándole un repaso porque todavía ni siquiera se había dignado a decirme su nombre, quizás es que su clase era demasiada alta para que alguien como yo la llamara por su nombre- Escucharé lo que tengas que decir al respecto, estoy abierto a… varias opciones –hice un gesto con mí mano como si abarcara algo que estuviera a mí alcance, mientras una sonrisa ladina asomaba en mis labios.
Dejé que hablara y que dejara claros los términos de lo que estábamos pactando, escuché cada palabra mientras mis ojos no perdían detalle de cómo cogía aquel grano de uva, como lo llevaba de manera grácil y elegante a su boca, como si fuera todo a cámara lenta, pelaba la uva y la mantenía en sus dedos. Sus palabras las escuchaba de fondo mientras mis ojos no perdían detalle de cómo sus labios, mientras hablaban, rozaban aquel grano como si estuviera jugando con él y yo hubiera caído en su juego sin querer proponérmelo. Por primera vez, en toda mí vida, me pareció aquellos simples gestos en lo más erótico que había visto sin que ella se lo hubiera propuesto, subí mis ojos a los suyos y terminé de escucharla acomodándome en el sofá donde estaba. Reí entre dientes cuando terminó de hablar y me incliné un poco hacia ella, mirando aquellos ojos que parecían desprender el mismo fuego que había en las dunas.
-Creo que soy el único que, en todo este tiempo, te ha traído la estatuilla sin problema alguno, no me supondrá ningún problema el traerte más objetos que necesites por muy difícil que parezca o que te digan que es imposible. Ibas a darte por perdida en conseguir esta y, sin embargo, nadie excepto yo he podido traértela… creo que eso dice bastante –sonreí de lado y me senté de forma que quedaba algo más cerca de ella, pero dejando las distancias- Mis condiciones ya están dichas y las tuyas también. Te creo cuando dices sobre los lujos, nada más hay que ver esta habitación para darse cuenta de que es totalmente cierto. Ambos podemos sacar provechos, soy uno de los mejores en mí campo y estoy convencido de que puedes tener más trabajo para mí y, además, eliminarías al intermediario. Solo tendrías que decirme qué pieza quieres y dónde puedo conseguirla, y el resto es cosa mía –cogí otro trozo de fruta y la pelé con parsimonia como si estuviera pensando en sus condiciones, ¿salir del país a cambio de trabajar para ella?– Preferiría que no me dejaras tirado en el puerto, aunque… sabiendo de tú fama, incluso hasta podría llegar a encontrarte –sonreí de lado- No, creo que ambos nos necesitamos por diferentes motivos. Yo quiero salir de este país y tú quieres conseguir más piezas, ¿qué mejor llevándote al mejor contrabandista de todos? Puedo arreglármelas por mí cuenta con otros pequeños encargos, no me supondría un problema –di un bocado a la pieza de fruta y la miré al tragar- Creo que para ti esta estatuilla representa más para ti que para mí, aunque sea de mí tierra y de mis raíces. Sé que es un negocio en auge y que muchos pagarían por conseguir reliquias únicas como estas que solo se pueden encontrar aquí… Creo –sonreí de lado, terminando la pieza de fruta- Que estamos llegando a un acuerdo, Diosa Griega.
Anubis Rashid- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 30/05/2016
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Re: Trying To Scape ~ Privado ~ Egipto
¿Quién me habría dicho que iba a estar tan cercano a acercar con mi denominación el joven que, como bien había dicho, había sido el único que me había traído la estatuilla? Diosa griega no era lo peor que me habían llamado, en absoluto; si bien era más apropiado diosa romana, comprendía que no era ni siquiera un error dada la estrecha interconexión entre ambas culturas, de las que había bebido en distinta medida gracias al período que él ignoraba, en el que había sido una esclava que conocía perfectamente todas las penurias que él me estaba refiriendo. Como consecuencia de mi aspecto, mi riqueza y mi situación de superioridad frente a él, como potencial cliente rica que tiene tanto dinero que no sabe qué hacer con él, Anubis únicamente era capaz de ver la imagen mía que yo reflejaba, no la imagen real, la del ser que no siempre había vivido en la riqueza y que, de hecho, podía llegar a comprenderlo mejor que nadie. Esa victoria, la de la comprensión, era una que él no poseía, pero me había demostrado que su inteligencia era tan considerable que muy probablemente podría llegar a aprenderlo para convertirse en un hombre digno de batallar en las furiosas mareas de la sociedad. Alguien como él, educado correctamente, podría convertirse en un diamante tan brillante que ni siquiera las familias francesas más tradicionalistas podrían resistirse a desearlo en su seno como uno más, de forma que su vida podría quedar solucionada enseguida sin necesidad de que yo interviniera como su salvadora durante toda su breve vida. El problema, no obstante, era que Anubis no estaba pulido, aún era un diamante en bruto, y únicamente yo podía darme cuenta de su potencial y podía desarrollar la manera adecuada de moldearlo de forma que pudiera valerse de sus propios talentos para encontrar la vida que él ansiaba. Adoptándolo, por tanto, ganábamos ambos, y no solamente yo por encontrar a alguien que pudiera serme leal, sino también él por las infinitas posibilidades que se abrían ante sus ojos claros, extraños en un morador del desierto.
– No te limites, Anubis. Contempla la imagen completa, no solamente la posibilidad de huir, sino lo que sucederá cuando lo hagas y te instales allí de donde vengo. – sugerí, con tono delicado, y solamente entonces me incorporé para pasear por la habitación, con pasos tan ligeros por mi naturaleza vampírica que apenas se me escuchaba, y lo obligaba a mantener la vista clavada en mí si deseaba saber dónde me encontraba en cada momento. – ¿Qué conoces de mí? Nada, salvo rumores. Sabes que soy una mujer rica, pero no distinguirías a una burguesa rica de una aristócrata venida a menos pero que quiere aparentar riquezas que no posee a menos que supieras los vicios de una y de otra. – aseguré, sin recriminárselo en absoluto, pues semejante conocimiento era relativamente nuevo, sobre todo porque los burgueses eran una denominación que muchos ni siquiera contemplaban en Francia, no así en los Países Bajos, donde se encontraban plenamente aceptados. Con paso firme, pero aún silencioso, me dirigí hacia la puerta y corrí el cerrojo para bloquearnos dentro, de forma que nadie pudiera entrar, pero que él tampoco pudiera salir, al menos no por el momento. – Todo lo que sabes es lo que observas y lo que escuchas, pero tus sentidos están limitados porque tu educación no ha sido la mejor. – juzgué, esbozando una triste sonrisa, y a continuación volví a dirigirme hacia donde se encontraba él para, esta vez, sentarme, ligera como era, sobre sus muslos, ignorando la imagen de divinidad que él se había hecho de mí al contemplarme recostada como una figura de la antigüedad, a la que ya ninguno de los dos pertenecíamos, ni podríamos nunca tampoco pertenecer. Desde aquella única perspectiva podía verlo más de cerca, con el rostro más envejecido de lo que le correspondía por la dureza de su vida en el desierto, y los ojos más fríos de lo que cabría esperar por lo mismo, e incluso por su propia procedencia. Sin esperar a la invitación, acaricié sus cabellos cortos y rizados y lo contemplé unos instantes en silencio, pensativa, analizando exactamente qué era lo que existía en él que me había hecho desear, siquiera, acogerlo bajo mi ala.
– Soy reina, Anubis. Mi nombre es Amanda, y mi reino se encuentra más al norte de lo que has ido nunca, más al norte incluso que mi residencia habitual. Dado que entiendo el trato como aceptado, debo avisarte de que a partir de este momento, me perteneces como parte de mi séquito, y deberás seguirme allá donde mis viajes me lleven. – aclaré, con cierta dureza en las palabras que contrastaba vivamente con la suavidad de mis dedos en sus cabellos y de mi mirada, casi amable, clavada a fuego en la suya, verde contra azul, en una batalla que sabía que tenía ganada de antemano porque su desesperación era suficiente para que aceptara cualquier cosa. – Supongo que no sabes leer ni escribir. Probablemente ni siquiera conozcas otra lengua que la que hablamos ahora, y eso es un problema. Si vas a formar parte de mi mundo, debo educarte, y aunque es algo con lo que cuento, tal vez mis pagos no sean tan generosos mientras esté derivando otros recursos a que brilles por ti mismo. – puntualicé, encogiéndome delicadamente de hombros, y aproveché el movimiento para recostarme un tanto sobre él y reducir la distancia que nos separaba, probablemente incomodándolo, si bien no podía estar segura de hasta dónde llegaba su experiencia carnal y de si una mujer como yo suponía el más mínimo estímulo en él. – Lenguas, protocolo, historia… Formarás parte de mi círculo, se te verá en público conmigo, porque por mi posición ninguno de mis tratos es anónimo, y por tanto se esperan ciertas cosas de ti. Si eres un alumno aventajado, te recompensaré; si me traes las piezas que anhelo, también. Nuestro trato es muy sencillo, aunque algo diferente a lo que crees: te ayudaré, pero a cambio no solamente espero tus piezas, sino también tu lealtad. Tal vez me conozcas más y descubras que ni siquiera te caigo bien, pero aunque ese sea el caso, no toleraré traiciones por tu parte. ¿Estamos de acuerdo en eso? – concluí, deslizando los dedos por su mejilla hasta sus labios secos, que acaricié un instante antes de sonreírle, tan cerca que, si quisiera, podría incluso besarme, aunque no estaba segura de si lo haría o no.
– No te limites, Anubis. Contempla la imagen completa, no solamente la posibilidad de huir, sino lo que sucederá cuando lo hagas y te instales allí de donde vengo. – sugerí, con tono delicado, y solamente entonces me incorporé para pasear por la habitación, con pasos tan ligeros por mi naturaleza vampírica que apenas se me escuchaba, y lo obligaba a mantener la vista clavada en mí si deseaba saber dónde me encontraba en cada momento. – ¿Qué conoces de mí? Nada, salvo rumores. Sabes que soy una mujer rica, pero no distinguirías a una burguesa rica de una aristócrata venida a menos pero que quiere aparentar riquezas que no posee a menos que supieras los vicios de una y de otra. – aseguré, sin recriminárselo en absoluto, pues semejante conocimiento era relativamente nuevo, sobre todo porque los burgueses eran una denominación que muchos ni siquiera contemplaban en Francia, no así en los Países Bajos, donde se encontraban plenamente aceptados. Con paso firme, pero aún silencioso, me dirigí hacia la puerta y corrí el cerrojo para bloquearnos dentro, de forma que nadie pudiera entrar, pero que él tampoco pudiera salir, al menos no por el momento. – Todo lo que sabes es lo que observas y lo que escuchas, pero tus sentidos están limitados porque tu educación no ha sido la mejor. – juzgué, esbozando una triste sonrisa, y a continuación volví a dirigirme hacia donde se encontraba él para, esta vez, sentarme, ligera como era, sobre sus muslos, ignorando la imagen de divinidad que él se había hecho de mí al contemplarme recostada como una figura de la antigüedad, a la que ya ninguno de los dos pertenecíamos, ni podríamos nunca tampoco pertenecer. Desde aquella única perspectiva podía verlo más de cerca, con el rostro más envejecido de lo que le correspondía por la dureza de su vida en el desierto, y los ojos más fríos de lo que cabría esperar por lo mismo, e incluso por su propia procedencia. Sin esperar a la invitación, acaricié sus cabellos cortos y rizados y lo contemplé unos instantes en silencio, pensativa, analizando exactamente qué era lo que existía en él que me había hecho desear, siquiera, acogerlo bajo mi ala.
– Soy reina, Anubis. Mi nombre es Amanda, y mi reino se encuentra más al norte de lo que has ido nunca, más al norte incluso que mi residencia habitual. Dado que entiendo el trato como aceptado, debo avisarte de que a partir de este momento, me perteneces como parte de mi séquito, y deberás seguirme allá donde mis viajes me lleven. – aclaré, con cierta dureza en las palabras que contrastaba vivamente con la suavidad de mis dedos en sus cabellos y de mi mirada, casi amable, clavada a fuego en la suya, verde contra azul, en una batalla que sabía que tenía ganada de antemano porque su desesperación era suficiente para que aceptara cualquier cosa. – Supongo que no sabes leer ni escribir. Probablemente ni siquiera conozcas otra lengua que la que hablamos ahora, y eso es un problema. Si vas a formar parte de mi mundo, debo educarte, y aunque es algo con lo que cuento, tal vez mis pagos no sean tan generosos mientras esté derivando otros recursos a que brilles por ti mismo. – puntualicé, encogiéndome delicadamente de hombros, y aproveché el movimiento para recostarme un tanto sobre él y reducir la distancia que nos separaba, probablemente incomodándolo, si bien no podía estar segura de hasta dónde llegaba su experiencia carnal y de si una mujer como yo suponía el más mínimo estímulo en él. – Lenguas, protocolo, historia… Formarás parte de mi círculo, se te verá en público conmigo, porque por mi posición ninguno de mis tratos es anónimo, y por tanto se esperan ciertas cosas de ti. Si eres un alumno aventajado, te recompensaré; si me traes las piezas que anhelo, también. Nuestro trato es muy sencillo, aunque algo diferente a lo que crees: te ayudaré, pero a cambio no solamente espero tus piezas, sino también tu lealtad. Tal vez me conozcas más y descubras que ni siquiera te caigo bien, pero aunque ese sea el caso, no toleraré traiciones por tu parte. ¿Estamos de acuerdo en eso? – concluí, deslizando los dedos por su mejilla hasta sus labios secos, que acaricié un instante antes de sonreírle, tan cerca que, si quisiera, podría incluso besarme, aunque no estaba segura de si lo haría o no.
Invitado- Invitado
Re: Trying To Scape ~ Privado ~ Egipto
Sin duda alguna las cartas estaban expuestas sobre la mesa, ambos habíamos mostrado las cartas y cada uno había dicho lo que quería del otro, siendo quizás, mí “deseo” algo más ambiguo frente a lo que ella quería, y algo más inesperado que lo que hubiera podido pedirle cualquier otro contrabandista. Si hubieran llegado a ver la habitación en la que ella se encontraba, las ropas que llevaba y el séquito que le seguía y que había sido noticia desde que llegó a la ciudad, lo que más hubieran pedido habría sido una cuantiosa suma de dinero por aquella estatuilla, pero cualquier dinero no sería comparable con la libertad que ella me podría ofrecer si me daba aquel billete hacia la libertad que tanto había deseado. ¿Lo haría? Estaba claro que era de clase alta, sus modales, su porte algo ante sus maneras de gesticular, la forma de hablar… todo en ella denotaba que a la clase que pertenecía, una que yo jamás soñé poder siquiera rozar con mis dedos… dos mundos totalmente opuestos y paralelos que, en aquella habitación, estaban más cerca que nunca.
Exactamente, ¿qué pasaría cuando por fin saliera de aquel país y me fuera con ella? A mí parecer por lo que había dicho quería algo más de mí por sacarme de aquel lugar, algo perfectamente asumible ya que en ningún momento había contemplado la opción de salir sin tener que deberle algo a cambio, y ¿qué mejor que ser su contrabandista, allá donde ella fuera? No sólo saldría del país, sino que además conocería mundo y no me sentiría un paria robando a mí propia cultura, las demás me daban exactamente igual, pero la mía era una que apreciaba desde muy pequeño. Por supuesto eso también requería estudiar sobre las demás culturas, algo que no me supondría ningún problema si me enseñaban ya que toda cultura me gustaba, incluso yo mismo intentaría recabar datos que no me hubieran dicho.
Se levantó y comenzó a andar por la habitación mientras lo que más se escuchaba era el ruido que hacía aquel vestido cuando andaba, mí mirada la siguió en todo momento para tenerla localizada mientras ella seguía hablando. Cierto, debía de darle la razón en aquello, ¿qué sabría yo sobre el lugar dónde iría? Nada. ¿Qué sabría sobre cómo comportarme frente a los demás? Nada. Y sobre todo, ¿qué sabía de ella? Nada, tampoco. Sólo sabía lo que podía ver y lo que había oído de rumores desde que llegó a la ciudad, lo rica que era, el séquito que había traído, al parecer lo importante que era de allá donde venía… salvo eso no podía decir mucho más de ella. Pese a que no me gustara tenía razón, no me sentí ofendido cuando me dijo aquello porque, si yo le hacía la pregunta al contrario de lo que me había hecho ella, quizás tampoco pudiera discernir sobre los hombres de la calle. Ella había vivido en el lujo, yo bajo la más absoluta pobreza con un aprendizaje duro de la calle… ella no sabía mucho de mí mundo, al igual que yo no sabía mucho del suyo. Pero que ambos podíamos ayudarnos mutuamente, aunque suponía que a ella le daría exactamente igual los hombres que vivieran en la calle como lo hacía yo.
-Tienes razón. No sé mucho sobre el mundo por el que te mueves todos los días, aquel por el que estás acostumbrada a vivir… pero tú tampoco lo sabes del mío –me di cuenta, en ese momento, de que se había acercado a la puerta y el ruido del pestillo al ser pasado sobre esta centró más aún mí mirada en ella. Una de mis vías de escape acababa de ser anulada y, realmente, odiaba sentirme en un lugar donde no pudiera tener un escape. No pude evitar enarcar una ceja, ¿qué pretendía con aquello? ¿Influirme miedo, quizá? La miré tras aquellas palabras y sonreí de forma ladina- La “educación” que uno recibe de la calle es una de las más duras que hay en el mundo, no he tenido la oportunidad de que me enseñaran realmente nada, mucho menos, a que me educaran como al resto de los demás niños –hice una mueca con mis labios al recordar que había tenido que aprender a vivir en la calle con muy pocos años, algo que ningún niño debería de tener que hacer. Tan rápido como se había ido acercando hacia la puerta, esta vez, se acercó de nuevo donde estábamos pero… por esa vez, sentándose sobre mis rodillas.
Aquello me pilló tan desprevenido que la miré frunciendo un poco el ceño por aquello, no era muy dado al contacto con las demás personas y, a decir verdad, solamente había tenido experiencia sexual con una joven, a la que hacía tiempo que no veía, en un par de ocasiones y que fueron el mayor contacto que había hecho en toda mí vida. Que ahora ella estuviera sentada sobre mis rodillas, como si realmente no pesara nada, mirándome de aquella forma como si tuviéramos confianza de toda la vida… era bastante abrumador. Su mano comenzó a enredarse entre mí pelo mientras yo me fijaba en su rostro y en el color que desprendían sus ojos, pareciéndome de lo más extraño, además de algo muy exótico y poco visto en mí vida que me hacía preguntar si de verdad sería como una diosa.
Mí sorpresa fue tangible en mí rostro al decirme que era reina, porque de entre todas las cosas, jamás llegué a pensar que podría ser algo como aquello. ¿Clase alta? Sí, por supuesto. ¿Realeza? Jamás lo habría llegado a pensar. Le pertenecía… pertenecía a algo que no fuera la calle y aunque fuera a una persona, me daba exactamente igual siempre y cuando me sacara de aquel país. ¿Qué podría irme peor que dejarlo todo e irme con ella? Todo lo malo ya lo había pasado en mí vida, ella me daba la oportunidad de descubrir el mundo, de conocer más objetos que los de mí tierra y un techo donde vivir… si alguien rechazaba aquel trato, es que era más estúpido de lo que aparentaba. Y yo no era para nada estúpido.
-No tuve la oportunidad de recibir tal educación, Amanda, así que no sé escribir ni leer… salvo los jeroglíficos que hay en cada uno de los monumentos, pergaminos y estatuas de todo el país, mis padres quisieron que lo aprendiera desde muy pequeño porque forma parte de nuestra historia. No me importa tener que aprender lo que sea necesario para abandonar este lugar y esta miserable vida, si ese es el precio que debo de pagar estaré dispuesto a pagarlo. –Ella siguió hablando al tiempo que se recostaba sobre mí, inquietándome tenerla tan cerca, mucho más después de lo erótico que me había resultado verla comer aquel simple grano de uva, sin apartar mí mirada de la suya dejando que expusiera sus condiciones para poder irme con ella. Sonreí de lado por aquello, no me gustaba demasiado exponerme en público porque había rehuido de la gente toda mí vida, pero las posibilidades que me extendía al alcance de su mano era demasiado tentadoras como para dejarlas pasar por alto- Seré el alumno más aventajado que tengas, traeré piezas para ti cuando me lo pidas, te seré leal aunque quizás, como bien dices, me entren ganas de matarte –reí levemente entre dientes tras sentir que dejaba sus dedos sobre mis labios, sintiendo casi su aliento sobre mí rostro y sus ojos, verdes como la esmeralda más pura y brillante, clavados en los míos. Rodeé su cintura con uno de mis brazos, acerqué mí rostro al suyo dejando mis labios a pocos centímetros de los suyos en las que ambas respiraciones se podían entremezclar, no sabiendo si quizás con aquello me estaba propasando frente a lo que ella representaba- Estamos de acuerdo, mí reina –aquellas últimas dos palabras las dije tan cerca de sus labios que había sido como una ligera caricia sobre ellos, en un susurro bajo, casi podría decir que sensual, sintiendo su cuerpo pegado contra el mío que apenas nos separaban unos centímetros.
Exactamente, ¿qué pasaría cuando por fin saliera de aquel país y me fuera con ella? A mí parecer por lo que había dicho quería algo más de mí por sacarme de aquel lugar, algo perfectamente asumible ya que en ningún momento había contemplado la opción de salir sin tener que deberle algo a cambio, y ¿qué mejor que ser su contrabandista, allá donde ella fuera? No sólo saldría del país, sino que además conocería mundo y no me sentiría un paria robando a mí propia cultura, las demás me daban exactamente igual, pero la mía era una que apreciaba desde muy pequeño. Por supuesto eso también requería estudiar sobre las demás culturas, algo que no me supondría ningún problema si me enseñaban ya que toda cultura me gustaba, incluso yo mismo intentaría recabar datos que no me hubieran dicho.
Se levantó y comenzó a andar por la habitación mientras lo que más se escuchaba era el ruido que hacía aquel vestido cuando andaba, mí mirada la siguió en todo momento para tenerla localizada mientras ella seguía hablando. Cierto, debía de darle la razón en aquello, ¿qué sabría yo sobre el lugar dónde iría? Nada. ¿Qué sabría sobre cómo comportarme frente a los demás? Nada. Y sobre todo, ¿qué sabía de ella? Nada, tampoco. Sólo sabía lo que podía ver y lo que había oído de rumores desde que llegó a la ciudad, lo rica que era, el séquito que había traído, al parecer lo importante que era de allá donde venía… salvo eso no podía decir mucho más de ella. Pese a que no me gustara tenía razón, no me sentí ofendido cuando me dijo aquello porque, si yo le hacía la pregunta al contrario de lo que me había hecho ella, quizás tampoco pudiera discernir sobre los hombres de la calle. Ella había vivido en el lujo, yo bajo la más absoluta pobreza con un aprendizaje duro de la calle… ella no sabía mucho de mí mundo, al igual que yo no sabía mucho del suyo. Pero que ambos podíamos ayudarnos mutuamente, aunque suponía que a ella le daría exactamente igual los hombres que vivieran en la calle como lo hacía yo.
-Tienes razón. No sé mucho sobre el mundo por el que te mueves todos los días, aquel por el que estás acostumbrada a vivir… pero tú tampoco lo sabes del mío –me di cuenta, en ese momento, de que se había acercado a la puerta y el ruido del pestillo al ser pasado sobre esta centró más aún mí mirada en ella. Una de mis vías de escape acababa de ser anulada y, realmente, odiaba sentirme en un lugar donde no pudiera tener un escape. No pude evitar enarcar una ceja, ¿qué pretendía con aquello? ¿Influirme miedo, quizá? La miré tras aquellas palabras y sonreí de forma ladina- La “educación” que uno recibe de la calle es una de las más duras que hay en el mundo, no he tenido la oportunidad de que me enseñaran realmente nada, mucho menos, a que me educaran como al resto de los demás niños –hice una mueca con mis labios al recordar que había tenido que aprender a vivir en la calle con muy pocos años, algo que ningún niño debería de tener que hacer. Tan rápido como se había ido acercando hacia la puerta, esta vez, se acercó de nuevo donde estábamos pero… por esa vez, sentándose sobre mis rodillas.
Aquello me pilló tan desprevenido que la miré frunciendo un poco el ceño por aquello, no era muy dado al contacto con las demás personas y, a decir verdad, solamente había tenido experiencia sexual con una joven, a la que hacía tiempo que no veía, en un par de ocasiones y que fueron el mayor contacto que había hecho en toda mí vida. Que ahora ella estuviera sentada sobre mis rodillas, como si realmente no pesara nada, mirándome de aquella forma como si tuviéramos confianza de toda la vida… era bastante abrumador. Su mano comenzó a enredarse entre mí pelo mientras yo me fijaba en su rostro y en el color que desprendían sus ojos, pareciéndome de lo más extraño, además de algo muy exótico y poco visto en mí vida que me hacía preguntar si de verdad sería como una diosa.
Mí sorpresa fue tangible en mí rostro al decirme que era reina, porque de entre todas las cosas, jamás llegué a pensar que podría ser algo como aquello. ¿Clase alta? Sí, por supuesto. ¿Realeza? Jamás lo habría llegado a pensar. Le pertenecía… pertenecía a algo que no fuera la calle y aunque fuera a una persona, me daba exactamente igual siempre y cuando me sacara de aquel país. ¿Qué podría irme peor que dejarlo todo e irme con ella? Todo lo malo ya lo había pasado en mí vida, ella me daba la oportunidad de descubrir el mundo, de conocer más objetos que los de mí tierra y un techo donde vivir… si alguien rechazaba aquel trato, es que era más estúpido de lo que aparentaba. Y yo no era para nada estúpido.
-No tuve la oportunidad de recibir tal educación, Amanda, así que no sé escribir ni leer… salvo los jeroglíficos que hay en cada uno de los monumentos, pergaminos y estatuas de todo el país, mis padres quisieron que lo aprendiera desde muy pequeño porque forma parte de nuestra historia. No me importa tener que aprender lo que sea necesario para abandonar este lugar y esta miserable vida, si ese es el precio que debo de pagar estaré dispuesto a pagarlo. –Ella siguió hablando al tiempo que se recostaba sobre mí, inquietándome tenerla tan cerca, mucho más después de lo erótico que me había resultado verla comer aquel simple grano de uva, sin apartar mí mirada de la suya dejando que expusiera sus condiciones para poder irme con ella. Sonreí de lado por aquello, no me gustaba demasiado exponerme en público porque había rehuido de la gente toda mí vida, pero las posibilidades que me extendía al alcance de su mano era demasiado tentadoras como para dejarlas pasar por alto- Seré el alumno más aventajado que tengas, traeré piezas para ti cuando me lo pidas, te seré leal aunque quizás, como bien dices, me entren ganas de matarte –reí levemente entre dientes tras sentir que dejaba sus dedos sobre mis labios, sintiendo casi su aliento sobre mí rostro y sus ojos, verdes como la esmeralda más pura y brillante, clavados en los míos. Rodeé su cintura con uno de mis brazos, acerqué mí rostro al suyo dejando mis labios a pocos centímetros de los suyos en las que ambas respiraciones se podían entremezclar, no sabiendo si quizás con aquello me estaba propasando frente a lo que ella representaba- Estamos de acuerdo, mí reina –aquellas últimas dos palabras las dije tan cerca de sus labios que había sido como una ligera caricia sobre ellos, en un susurro bajo, casi podría decir que sensual, sintiendo su cuerpo pegado contra el mío que apenas nos separaban unos centímetros.
Anubis Rashid- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 30/05/2016
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Trying To Scape ~ Privado ~ Egipto
Debí hacer un esfuerzo sobrehumano para no acortar por completo la distancia que me separaba de él, del hombre con rostro de niño que había conseguido una pieza imposible y que poseía la ambición suficiente para abandonar todo cuanto conocía y había vivido e irse conmigo con la vaga promesa de que haría su vida mejor. Si bien no dudaba de su inteligencia, pues me había demostrado con creces que estaba bien sobrado de ella, tal vez sí podía llegar a ser un tanto reticente de sus ansias, siempre y cuando no me hubiera encontrado en una situación similar hacía ya más de un milenio. En cierto modo, y de forma completa y absolutamente retorcida, Anubis me recordaba a mí misma cuando había sido humana; cuando, esclavizada, me había lanzado a los brazos de la única oportunidad que se me había presentado de escapar, sin haber sabido ni entendido las consecuencias que tendría mi decisión. Tal vez por eso había decidido ser tan clara con él, para compensar la situación en la que nadie lo había sido conmigo, pues pese a que no me arrepintiera de haberme convertido en el ser que era ahora, lo cierto era que jamás habría pensado que sería así… En ninguno de los sentidos. Poco importaba, realmente; lo cierto era que había sido franca, como él merecía que lo fuera, y con casi toda la información importante había tomado la decisión que, por mi parte, había decidido que sería vinculante, ya que el paso siguiente sería encargarme de los preparativos para cumplir con mi parte y trasladarlo desde Egipto hasta mi corte itinerante. No obstante, eso aún podía esperar; el encuentro no tenía por qué terminar tan pronto como lo haría si me levantara y me marchara, y aún había cosas que él tenía que saber, detalles que debíamos compartir y actos que queríamos realizar, ambos, como aquel beso que permanecía tácito en nuestros labios, aunque ninguno de los dos diera el paso para convertirlo en una realidad.
– Lo estamos, sí. Pero quiero aclararte algo, que estoy segura de que sabes, pero prefiero que este contrato verbal sea lo más detallado posible. Es lo justo para ambos, ¿no lo crees? – comenté, apoyándome en su hombro y mirándolo desde esa posición, en la que probablemente él podría pensar que tenía la superioridad, aunque era exactamente como yo quería tenerlo. – Serás mi siervo, no mi esclavo. Mientras me obedezcas y respetes nuestro acuerdo, podrás hacer lo que quieras, siempre y cuando, por supuesto, no afecte a mi reputación. Ignoro cuál es el alcance de tus… deseos, aunque ahora mismo me hago una ligera idea de a dónde te acercas más. Lo cierto es que si desearas satisfacerlos, podrías; siervo o no, eres un hombre, y solamente por eso se te aceptaría si alguna vez se te encontrara en una situación un tanto incómoda, desde luego mucho más que a mí. Pero sería mi figura la que quedaría en entredicho, y eso no es lo que deseo. – advertí, con suavidad, pero por el firme agarre de mis piernas y por la expresión de mi rostro, él enseguida pudo darse cuenta de que no estaba bromeando en absoluto. En cualquier caso, no debería tener muchos problemas; el palacio estaba plagado de cortesanas que, por acercarse a mí y tener mi favor, estarían más que dispuestas a satisfacer cualquiera de sus ansias carnales, e incluso en París, era posible escaparse a desfogarse sin necesidad de que ello empañara la reputación de nadie. Sin embargo, todo eso era algo que me guardaba todavía para mí misma, ya que respondía exactamente a mi estrategia y a mis actos, entre ellos retomar la posición anterior absolutamente próxima a sus labios, tanto que ni siquiera uno de mis dedos cabría entre ellos de intentar moverlos. No iba a hacerlo, por supuesto, pues ahora acariciaba su pecho con cierta fruición, y apartar las manos de donde las tenía me parecía una idea horrible.
– E incluso en el caso de que quisieras satisfacerlos conmigo, soy una mujer razonable, podría escuchar tus deseos con atención. – propuse, sonriendo con picardía, para a continuación desviar mis labios hacia su oreja y mordisquearle el lóbulo, con el único objetivo de probar hasta qué punto era capaz de llegar su paciencia conmigo. Pese a saber que era inapropiado si alguien lo descubría, especialmente el bárbaro con el que no me había quedado más remedio que desposarme, siempre podría ser nuestro pequeño secreto; además, de ese modo me aseguraría por completo de su fidelidad, más allá de las promesas vacías que pudiera llegar a hacerme. Y por si ese método no fuera lo suficientemente efectivo, seguía siendo una vampiresa, y como tal poseía mis propias armas para someterlo a mi voluntad de forma diplomática, para que él lo agradeciera y maldijera un mundo en el que yo no existía y no pudiera depender de mí como pasaría a hacerlo en breve. – A fin de cuentas, esta es tu última noche de libertad. A partir de mañana, y más concretamente de cuando me separé de ti y te saque de esta habitación, comenzaré con los preparativos para tu partida, y desde ese momento todo cambiará. – advertí, encogiéndome de hombros con expresión indiferente, como si realmente diera igual de qué noche se tratara, pues el resultado no cambiaría en absoluto, de eso estaba segura. Tal y como yo lo veía, Anubis había firmado algo de lo que no podría librarse fácilmente, y lo había hecho siguiendo su propia voluntad, por lo que debía atenerse a las consecuencias de ello; principalmente, obedecerme, aunque se tratara de algo que iba a hacer para asegurarme de que eso, precisamente, era lo que el egipcio haría siempre.
Desde su oreja, me dirigí de nuevo hacia sus labios, que llegué incluso a rozar con los míos, tentándolo, para, a continuación, besarlo realmente. Con lo que él no contó, sin embargo, fue con que me había mordido la lengua, y aquel beso estuvo invadido por mi sangre penetrando en su garganta y en su cuerpo, fortaleciéndolo al principio pero sólo para poder volverlo un adicto después. Y no supe si por el propio beso o porque realmente no le importaba, pero Anubis no me apartó, y pude continuar hasta que lo dejé sin aliento y me vi obligada a separarme, ya que, de lo contrario, perdería a mi nuevo contrabandista antes incluso de haberlo conseguido por completo. Con cuidado, limpié un hilillo de sangre de sus labios, valiéndome de la yema del dedo, y se la ofrecí para que la lamiera ante mis ojos, como si le diera mi beneplácito para hacerlo. Pronto empezaría a notar los efectos que aquel elixir tenía en su sistema, en su fuerza y hasta en su percepción, pues todos sus sentidos se agudizarían hasta un extremo que él no habría sentido nunca, especialmente si estaba acostumbrado a las noches en el desierto, que, suponía, le habrían puesto el listón demasiado alto al respecto. – Lo cierto es que hay muchas ventajas que puedes obtener de este trato, o de tu libertad, incluso bajo mi mando. Simplemente tienes que pedirlo, y negociaremos. Como has podido comprobar, se me da bien hacerlo. – insistí, apartándome un tanto de él, y pacientemente me acomodé para esperar a que él sintiera la explosión que el trago de mi sangre le había proporcionado. Si ya de por sí beber sangre de vampiro era, para los humanos, una experiencia cercana al éxtasis, hacerlo de una vampiresa antigua como lo era yo, con un poder mayor que el de la sangre de un vampiro más joven, debía de ser una experiencia casi religiosa. Probablemente, pronto me lo demostraría.
– Lo estamos, sí. Pero quiero aclararte algo, que estoy segura de que sabes, pero prefiero que este contrato verbal sea lo más detallado posible. Es lo justo para ambos, ¿no lo crees? – comenté, apoyándome en su hombro y mirándolo desde esa posición, en la que probablemente él podría pensar que tenía la superioridad, aunque era exactamente como yo quería tenerlo. – Serás mi siervo, no mi esclavo. Mientras me obedezcas y respetes nuestro acuerdo, podrás hacer lo que quieras, siempre y cuando, por supuesto, no afecte a mi reputación. Ignoro cuál es el alcance de tus… deseos, aunque ahora mismo me hago una ligera idea de a dónde te acercas más. Lo cierto es que si desearas satisfacerlos, podrías; siervo o no, eres un hombre, y solamente por eso se te aceptaría si alguna vez se te encontrara en una situación un tanto incómoda, desde luego mucho más que a mí. Pero sería mi figura la que quedaría en entredicho, y eso no es lo que deseo. – advertí, con suavidad, pero por el firme agarre de mis piernas y por la expresión de mi rostro, él enseguida pudo darse cuenta de que no estaba bromeando en absoluto. En cualquier caso, no debería tener muchos problemas; el palacio estaba plagado de cortesanas que, por acercarse a mí y tener mi favor, estarían más que dispuestas a satisfacer cualquiera de sus ansias carnales, e incluso en París, era posible escaparse a desfogarse sin necesidad de que ello empañara la reputación de nadie. Sin embargo, todo eso era algo que me guardaba todavía para mí misma, ya que respondía exactamente a mi estrategia y a mis actos, entre ellos retomar la posición anterior absolutamente próxima a sus labios, tanto que ni siquiera uno de mis dedos cabría entre ellos de intentar moverlos. No iba a hacerlo, por supuesto, pues ahora acariciaba su pecho con cierta fruición, y apartar las manos de donde las tenía me parecía una idea horrible.
– E incluso en el caso de que quisieras satisfacerlos conmigo, soy una mujer razonable, podría escuchar tus deseos con atención. – propuse, sonriendo con picardía, para a continuación desviar mis labios hacia su oreja y mordisquearle el lóbulo, con el único objetivo de probar hasta qué punto era capaz de llegar su paciencia conmigo. Pese a saber que era inapropiado si alguien lo descubría, especialmente el bárbaro con el que no me había quedado más remedio que desposarme, siempre podría ser nuestro pequeño secreto; además, de ese modo me aseguraría por completo de su fidelidad, más allá de las promesas vacías que pudiera llegar a hacerme. Y por si ese método no fuera lo suficientemente efectivo, seguía siendo una vampiresa, y como tal poseía mis propias armas para someterlo a mi voluntad de forma diplomática, para que él lo agradeciera y maldijera un mundo en el que yo no existía y no pudiera depender de mí como pasaría a hacerlo en breve. – A fin de cuentas, esta es tu última noche de libertad. A partir de mañana, y más concretamente de cuando me separé de ti y te saque de esta habitación, comenzaré con los preparativos para tu partida, y desde ese momento todo cambiará. – advertí, encogiéndome de hombros con expresión indiferente, como si realmente diera igual de qué noche se tratara, pues el resultado no cambiaría en absoluto, de eso estaba segura. Tal y como yo lo veía, Anubis había firmado algo de lo que no podría librarse fácilmente, y lo había hecho siguiendo su propia voluntad, por lo que debía atenerse a las consecuencias de ello; principalmente, obedecerme, aunque se tratara de algo que iba a hacer para asegurarme de que eso, precisamente, era lo que el egipcio haría siempre.
Desde su oreja, me dirigí de nuevo hacia sus labios, que llegué incluso a rozar con los míos, tentándolo, para, a continuación, besarlo realmente. Con lo que él no contó, sin embargo, fue con que me había mordido la lengua, y aquel beso estuvo invadido por mi sangre penetrando en su garganta y en su cuerpo, fortaleciéndolo al principio pero sólo para poder volverlo un adicto después. Y no supe si por el propio beso o porque realmente no le importaba, pero Anubis no me apartó, y pude continuar hasta que lo dejé sin aliento y me vi obligada a separarme, ya que, de lo contrario, perdería a mi nuevo contrabandista antes incluso de haberlo conseguido por completo. Con cuidado, limpié un hilillo de sangre de sus labios, valiéndome de la yema del dedo, y se la ofrecí para que la lamiera ante mis ojos, como si le diera mi beneplácito para hacerlo. Pronto empezaría a notar los efectos que aquel elixir tenía en su sistema, en su fuerza y hasta en su percepción, pues todos sus sentidos se agudizarían hasta un extremo que él no habría sentido nunca, especialmente si estaba acostumbrado a las noches en el desierto, que, suponía, le habrían puesto el listón demasiado alto al respecto. – Lo cierto es que hay muchas ventajas que puedes obtener de este trato, o de tu libertad, incluso bajo mi mando. Simplemente tienes que pedirlo, y negociaremos. Como has podido comprobar, se me da bien hacerlo. – insistí, apartándome un tanto de él, y pacientemente me acomodé para esperar a que él sintiera la explosión que el trago de mi sangre le había proporcionado. Si ya de por sí beber sangre de vampiro era, para los humanos, una experiencia cercana al éxtasis, hacerlo de una vampiresa antigua como lo era yo, con un poder mayor que el de la sangre de un vampiro más joven, debía de ser una experiencia casi religiosa. Probablemente, pronto me lo demostraría.
Invitado- Invitado
Re: Trying To Scape ~ Privado ~ Egipto
La suerte era siempre algo traicionera y que podía cambiar y variar de una forma bastante rápida y drástica, aunque no siempre debía de cambiar para peor y aquella noche en concreto… lo estaba conociendo de primera mano. Aquel día en el que decidí intentar conseguir aquella estatuilla jamás pensé que, por la noche, al entregarla a la persona que la buscaba y que había puesto un precio por ella… me diera aquella oportunidad que estaba recibiendo por su parte. Ambos habíamos expuesto las cartas sobre la mesa, de un modo u otro, y aunque al principio me pareció una idea de lo más loca e inimaginable, mucho menos al pensar que podría aceptar, así era como estaban surgiendo las cosas. ¿Quién me iba a decir a mí, que aquella mujer con aspecto divino, iba a ser la que finalmente pusiera fin a esa vida con la que siempre había deseado terminar? Si me lo hubieran dicho ni yo mismo me lo habría creído.
Sin embargo ahí me encontraba, sentado en aquel lujoso y cómodo sofá rodeado de todo aquel lujo del que nunca sería poseedor, ni siquiera en mis más anhelantes sueños, sintiendo cómo era la dueña de aquel lugar, de cada paso que daba, de cada palabra que salían de sus labios… como si estas quisieran acariciarlos de forma leve y suave, de forma casi perceptible, la dueña de todo. Y es que tras lo que me había dicho podría serlo fácilmente, al fin y al cabo era una reina, ni más ni menos, algo que no llegué a pensar puesto que normalmente son gente de clase alta quienes se interesan por aquellos objetos. ¿Qué podría querer, sin embargo, una reina de aquella estatuilla? No era algo que me importara, al menos, teniendo aquel trato tan suculento que me ofrecía… y yo estaba deseando aceptarlo.
Como dueña de todo lo que había en el lugar incluso se atrevió a sentarse sobre mis rodillas, hecho que me puso un tanto rígido y me sorprendió bastante ya que era algo que no me esperaba, esa cercanía con la que ella me estaba tratando cuando nos habíamos conocido hacía apenas unos momentos… era algo que me inquietaba. Dada la vida que había llevado y lo que había pasado en ella, era bastante reacio al contacto físico… de hecho, lo era tanto que nada más había tenido una experiencia sexual con una sola chica, varias veces a lo largo de un año, pero que nunca más había repetido. Tal contacto incluía cierto afecto y agrado sobre la persona, cierta intimidad por la que no estaba dispuesto a pasar con nadie ni brindarle a nadie… así había sido toda mí vida, y así había pretendido hacer el resto de ella.
Sin embargo la presencia de Amanda sobre mí, actuando de aquella forma mientras sentía sus dedos en mí pelo y sus labios tan cerca de los míos… me descentraban. Me descolocaban a un nivel que ni siquiera sabía que podía llegar a sentir frente a una mujer, yo que era tan frío como las noches en el desierto, que nada llegaba a inquietarme… lo hacía tenerla tan cerca de mí. Sus labios seguían moviéndose mientras hablaba sintiendo su respiración chocar contra mis propios labios, cautivándome de alguna forma que llegaba a desconocer y que me hacían sin saber muy bien por qué el querer apoderarme de ellos y besarlos, pero no sabía si sería propasarme demasiado con aquella reina, sentada en mí regazo.
La contemplé diciendo aquello y asentí, cuanto más detallado sea mejor para mí, sabría lo que me esperaría en un futuro y podría negociar aquello que no me gustara en absoluto, después de todo, estábamos aún negociando los términos de lo que se basaría lo que me ofrecía, fuera contrato verbal o no. Enarqué una ceja cuando especificó que sería su sirviente, y no su esclavo… ¿qué diferencia habría? La serviría de todas formas y de alguna manera mí libertad quedaría enlazada directamente a ella, para mí no había mucha diferencia entre ambas opciones, y realmente, me daba igual siempre que pudiera sacarme de aquel lugar como había deseado hacía tiempo.
Bajé mí vista a sus orbes verdes, recostada contra mí hombro, sintiendo el agarre firme que me daba a entender que hablaba muy en serio, y una ligera sonrisa ladeada se formó en mí rostro. Era una mujer que iba directa a lo que quería sin rodeo alguno, algo que realmente apreciaba y me gustaba bastante… no había por qué perder el tiempo. Su mano se movía ligera por mí pecho dejando un rastro cálido por donde pasaba y la dejé hacer para ver hasta dónde llegaba. Mí mirada se posó en la suya de nuevo, de forma fija, cuando dejó caer que de querer satisfacer ciertas necesidades… podría incluso hacerlo con ella. En mí vida aquella necesidad, como lo era el placer sexual, había quedado relegada a un segundo plano superada por otras que necesitaba para seguir con vida, pero había de reconocer, que su presencia conseguía llegar a ese rincón oscuro de deseo que latía en mí interior, algo agazapado y dormido, esperando el momento adecuado para ser despertado… y liberado.
-En mí vida el sexo nunca ha sido una necesidad, ni tampoco una prioridad… eso no quiere decir que no haya gozado de ello y disfrutado con el placer, pero primaban más otras cosas. Pero, ¿satisfacerlos contigo? ¿Escucharías mis deseos? –no pude evitar reírme entre dientes por aquello, sintiendo que aquella mujer, reina o no, no sabía siquiera lo que estaba diciendo- No estoy seguro de que pudieras satisfacerlos, al fin y al cabo, eres una reina y como tal no deberías de dejar que nadie estuviera encima de ti ni te mandara… ni siquiera en la cama –mí mano fue hasta su rostro, cogiendo su mandíbula con una de mis manos, pero sin apretar demasiado, lo justo para que notara que al igual que anteriormente ella… yo también iba en serio- ¿No es así, Amanda? No soy estúpido y tú no me conoces en absoluto, no te trataría como la reina que eres –no en la cama, al menos. Pero ella, al igual que había hecho antes, había movido ficha y ahora sus labios suculentos que me habían llamado tanto la atención estaban en mí lóbulo, para luego dejar en mordisco en aquel lugar. Un gemido, bajo y ronco, se escapó de mis labios ante aquel acto que no había esperado para nada, con aquella sonrisa pícara que me había mostrado y que había encendido un poco mí cuerpo, comenzando a despertarlo poco a poco.
Su descaro había enviado una onda por mí cuerpo despertándolo poco a poco de aquel letargo al que había sido sometido, mí mano libre se cerró en un puño ante aquel acto y mí ceño se frunció por unos breves momentos… solo para llevar la mano que estaba en su mandíbula a su pelo, aferrarlo con fuerza, y separar sus dientes y sus labios del lóbulo de mí oreja, dejando su rostro algo echado hacia atrás y su cuello tenso por la postura. La contemplé de aquella manera y forma, una reina medio sometida por aquel simple acto, y fue una imagen demasiado erótica como para dejarla pasar por alto. Algo en Amanda me despertaba, me tiraba hacia ella sin poder evitarlo… y no estaba seguro de si quería evitarlo.
-No juegues conmigo, Amanda –dije observándola todavía sin soltarla, teniendo aquel pequeño e ínfimo poder sobre ella- Una cosa es dejar que tú tengas todo el poder y pase a ser tú sirviente, en todo, una vez firmado el contrato… contrato que, por el momento, no hemos cerrado del todo. Y otra –sonreí, ladino, casi disfrutando con aquello- es dejar que me sigas provocando de esa forma sin esperar una reacción por mí parte. No me tientes, si no quieres conocer mis más oscuras necesidades y… deseos –por que sí, no iba a ser quizás como ella esperaba, en cualquier caso de un contacto físico no dejaba ningún margen u opción, no dejaba nada a la suerte, era yo quien quería controlarlo todo. La solté puesto que poco más tenía que hacer esperando ver cómo reaccionaba ante aquello, había descubierto algo cuando tuve aquellos encuentros con aquella joven, y era que en cuestiones de cama… no dejaba que nadie tomara el control por mí, había descubierto algo que jamás llegué a pensar que podría hacer, y era tenerlo todo bajo mí control y ser yo quien, de alguna forma, dominara lo que estaba pasando, como si no pudiera dominar nada en mí vida y aquello fuera lo único en que podía hacerlo.
Como ella bien había dicho aún no habíamos firmado nada y todavía seguía siendo aquel joven que no tenía un sitio al que pertenecer, viviendo libre en las calles de aquella ciudad… tras aquella noche pasaría a ser de alguien, que me tentaba de aquella manera y que sería la dueña de mí vida si así debía de ser mí pago, no me importaba con tal de conseguir salir de aquel país y de aquella vida de mendigo que había llevado tantos años. Pero tal y como había pensado que haría hizo caso omiso de mí advertencia y los labios que antes habían ido a mí oreja para morderla… ahora iban a mis labios. Y pese a todo pronóstico no me aparté en ningún momento, dejé que sus labios fueran hasta los míos y finalmente terminaran por cernirse sobre los míos. Acabé por llevar mí mano a su nuca, y de forma poco ortodoxa, la acerqué terminando por separar la distancia que había impuesto sobre nuestros labios.
Chocaron contra los míos y pronto los suyos se movieron sobre mis labios imponiendo un ritmo que, por el momento, me dejé hacer en todo momento. Mí brazo rodeó su cintura y pegué su cuerpo aún más al mío terminando por acortar la distancia entre ambos sintiendo sus pechos apretarse contra mí torso. Con lo que no pude prever, para nada, fue que en el beso un líquido que intuí era su sangre llegó a inundar mí boca en aquel beso, haciendo que tragara aquel contenido que parecía algo más espeso de lo normal mientras nuestros labios no se separaban. Gruñí de forma leve por ello y comencé a besarla de forma algo ruda sintiendo el líquido bajar por mí garganta, quemándome de una forma que no supe por qué era pero que sentía que invadía mí cuerpo por completo, recorriéndolo. Solamente se apartó cuando noté que de hacerlo nos faltaría el aire y la miré de forma fija empezando a notar que la visión se empezaba a nublarme de forma lenta, como si aquello que hubiera tragado fuera un veneno, o algo que adormecía.
Su dedo limpió un rastro que caía de mis labios y me fijé en el color de aquella sangre, más oscura de lo normal, y yo no supe por qué pero desde el primer trago que había descendido por mí garganta… había comenzado a querer un poco más, aunque sólo fuera un poco. Verla con el dedo manchado de lo que se había derramado de mis labios, incitándome de aquella forma a que lamiera de su dedo como si me diera permiso para hacerlo… fue algo que no pude evitar hacer mientras notaba que todo mí cuerpo comenzaba a arder. Incliné mí rostro sin apartar mí vista de sus ojos y lamí su dedo de forma lenta, todavía con mí brazo rodeando su cintura, para terminar por meter su dedo en mí boca, dejar un leve mordisco, y separarme mientras notaba que algo en mí cuerpo pasaba.
Ella se separó un poco mientras mis sentidos comenzaban lentamente a embotarse, como si aquello que me hubiera dado fuera una droga y comenzara a notar sus efectos, mí cuerpo perdió el equilibrio estando sentado en el sofá y mí brazo se apoyó contra este mientras mí respiración se agitaba y mí corazón bombeaba con mayor rapidez. Un leve jadeo escapó de mis labios y abrí la boca notando que algo potente, algo que no lograba comprender, recorría mí cuerpo como un torrente poderoso. Me sentía… me sentía un ser poderoso sin saber muy bien por qué mientras todo mí cuerpo ardía. Comencé a tener leves temblores por todo el cuerpo y una ola de éxtasis empezó a extenderse por mí cuerpo como un volcán a punto de estallar.
Mis manos temblaban, veía todo como si de a cámara lenta se tratara, un leve sudor cubría mí rostro y sentía como si la habitación diera vueltas mientras ella, impasible, seguía recostada contra el sofá observándome, como si estuviera esperando algo. Me giré quedando recostado boca arriba llevando una mano a mí pecho donde notaba mí corazón bombear con fuerza y rapidez, mí respiración era errática y podía escuchar los pasos y los murmullos a través de aquella puerta, voces que sonaban en lo lejano que yo podía escuchar como si estuvieran en aquella habitación. Un gemido escapó de mis labios y mí espalda se arqueó en respuesta a aquello, sintiendo el éxtasis recorrerme cada vez con mayor intensidad.
-Amanda… ¿qué…? –otro gemido escapó de mis labios y me obligó a cerrar los ojos sin poder terminar la pregunta, me aferré con fuerza al sofá y dejé que aquel volcán terminara por estallar en mí cuerpo, algo que me dejó temblando ante el éxtasis que recorrió mí cuerpo y notando que poco a poco los sentidos volvían de nuevo en sí poco a poco. ¿Qué narices había sido eso? ¿Qué clase de droga me había dado? Pero no había sido droga, al menos ninguna que yo conociera y tuviera el mismo color y olor que la sangre… aquel olor ferroso que había conocido de niño cuando otros habían abusado de mí, aprovechándose de que no era lo bastante fuerte como para defenderme… ahí fue cuando probé el gusto de la sangre; la mía propia. Tras unos segundos abrí los ojos en cuanto pude recobrar el aliento y, al hacerlo, me pareció que algo en la habitación había cambiado… como si hubiera visto con mayor nitidez en lugar que me rodeaba. Me incorporé y mí mirada se clavó en ella, en aquella mujer que me había hecho atravesar aquellas sensaciones, algunas placenteras, como si eso hubiera sido lo que tenía pensado hacer desde que entré por aquella puerta. Me había dejado totalmente desorientado y sin saber muy bien cómo actuar, pero lo que si podía asegurar, es que mí cuerpo todavía ardía por aquello y mí miembro había cobrado vida, como si ella lo hubiera despertado con aquello… y ahora no podía pensar en otra cosa, que cediera a mis deseos- Os gusta demasiado jugar con vuestros siervos, ¿no es así, mí reina? –mí tono era bajo, algo ronco por la excitación que aún me recorría, y que advertía lo en serio que iba en aquel momento. Me acerqué a ella volviendo a acortar el espacio que nos separaba, mí mano fue hacia el centro de su pecho y la tiré hacia atrás dejando su espalda contra el sofá, poniéndome yo encima de ella- No has debido de tentarme de esa forma, ¿qué era eso que me has dado? La sangre no produce ese efecto cuando la bebes –la miré de forma más detenida- ¿Qué eres, Amanda? –porque beber sangre humana no producía esas sensaciones, todo aquello que yo había experimentado al beber aquello. ¿Sería realmente una diosa?- Dices que, llegado el caso, puedes satisfacer mis necesidades contigo, ¿quieres ver si realmente puedes hacerlo? –Reí de forma irónica, corta y breve, acercando mí rostro al suyo- Porque jamás he tenido tangas ganas de satisfacerlas, nunca he querido tanto hundirme en una mujer y poseerla –moví mí cadera contra ella reafirmando mis palabras, podía notar mí miembro erecto contra su centro sin mayor problema- Aún no he firmado nada, por lo que aún no soy tuyo… pero esta noche; tú serás mía –mis labios chocaron contra los suyos y esa vez fui yo quien se apoderó de ellos, podía notar levemente el sabor de su sangre en su boca, algo que me hizo mover mí cadera contra ella de nuevo y aferrar su melena en una de mis manos con fuerza. Yo, que siempre había sido reacio a todo contacto y sobre todo al de una mujer… ahora era quien pedía por algo más que un beso de sus labios.
Sin embargo ahí me encontraba, sentado en aquel lujoso y cómodo sofá rodeado de todo aquel lujo del que nunca sería poseedor, ni siquiera en mis más anhelantes sueños, sintiendo cómo era la dueña de aquel lugar, de cada paso que daba, de cada palabra que salían de sus labios… como si estas quisieran acariciarlos de forma leve y suave, de forma casi perceptible, la dueña de todo. Y es que tras lo que me había dicho podría serlo fácilmente, al fin y al cabo era una reina, ni más ni menos, algo que no llegué a pensar puesto que normalmente son gente de clase alta quienes se interesan por aquellos objetos. ¿Qué podría querer, sin embargo, una reina de aquella estatuilla? No era algo que me importara, al menos, teniendo aquel trato tan suculento que me ofrecía… y yo estaba deseando aceptarlo.
Como dueña de todo lo que había en el lugar incluso se atrevió a sentarse sobre mis rodillas, hecho que me puso un tanto rígido y me sorprendió bastante ya que era algo que no me esperaba, esa cercanía con la que ella me estaba tratando cuando nos habíamos conocido hacía apenas unos momentos… era algo que me inquietaba. Dada la vida que había llevado y lo que había pasado en ella, era bastante reacio al contacto físico… de hecho, lo era tanto que nada más había tenido una experiencia sexual con una sola chica, varias veces a lo largo de un año, pero que nunca más había repetido. Tal contacto incluía cierto afecto y agrado sobre la persona, cierta intimidad por la que no estaba dispuesto a pasar con nadie ni brindarle a nadie… así había sido toda mí vida, y así había pretendido hacer el resto de ella.
Sin embargo la presencia de Amanda sobre mí, actuando de aquella forma mientras sentía sus dedos en mí pelo y sus labios tan cerca de los míos… me descentraban. Me descolocaban a un nivel que ni siquiera sabía que podía llegar a sentir frente a una mujer, yo que era tan frío como las noches en el desierto, que nada llegaba a inquietarme… lo hacía tenerla tan cerca de mí. Sus labios seguían moviéndose mientras hablaba sintiendo su respiración chocar contra mis propios labios, cautivándome de alguna forma que llegaba a desconocer y que me hacían sin saber muy bien por qué el querer apoderarme de ellos y besarlos, pero no sabía si sería propasarme demasiado con aquella reina, sentada en mí regazo.
La contemplé diciendo aquello y asentí, cuanto más detallado sea mejor para mí, sabría lo que me esperaría en un futuro y podría negociar aquello que no me gustara en absoluto, después de todo, estábamos aún negociando los términos de lo que se basaría lo que me ofrecía, fuera contrato verbal o no. Enarqué una ceja cuando especificó que sería su sirviente, y no su esclavo… ¿qué diferencia habría? La serviría de todas formas y de alguna manera mí libertad quedaría enlazada directamente a ella, para mí no había mucha diferencia entre ambas opciones, y realmente, me daba igual siempre que pudiera sacarme de aquel lugar como había deseado hacía tiempo.
Bajé mí vista a sus orbes verdes, recostada contra mí hombro, sintiendo el agarre firme que me daba a entender que hablaba muy en serio, y una ligera sonrisa ladeada se formó en mí rostro. Era una mujer que iba directa a lo que quería sin rodeo alguno, algo que realmente apreciaba y me gustaba bastante… no había por qué perder el tiempo. Su mano se movía ligera por mí pecho dejando un rastro cálido por donde pasaba y la dejé hacer para ver hasta dónde llegaba. Mí mirada se posó en la suya de nuevo, de forma fija, cuando dejó caer que de querer satisfacer ciertas necesidades… podría incluso hacerlo con ella. En mí vida aquella necesidad, como lo era el placer sexual, había quedado relegada a un segundo plano superada por otras que necesitaba para seguir con vida, pero había de reconocer, que su presencia conseguía llegar a ese rincón oscuro de deseo que latía en mí interior, algo agazapado y dormido, esperando el momento adecuado para ser despertado… y liberado.
-En mí vida el sexo nunca ha sido una necesidad, ni tampoco una prioridad… eso no quiere decir que no haya gozado de ello y disfrutado con el placer, pero primaban más otras cosas. Pero, ¿satisfacerlos contigo? ¿Escucharías mis deseos? –no pude evitar reírme entre dientes por aquello, sintiendo que aquella mujer, reina o no, no sabía siquiera lo que estaba diciendo- No estoy seguro de que pudieras satisfacerlos, al fin y al cabo, eres una reina y como tal no deberías de dejar que nadie estuviera encima de ti ni te mandara… ni siquiera en la cama –mí mano fue hasta su rostro, cogiendo su mandíbula con una de mis manos, pero sin apretar demasiado, lo justo para que notara que al igual que anteriormente ella… yo también iba en serio- ¿No es así, Amanda? No soy estúpido y tú no me conoces en absoluto, no te trataría como la reina que eres –no en la cama, al menos. Pero ella, al igual que había hecho antes, había movido ficha y ahora sus labios suculentos que me habían llamado tanto la atención estaban en mí lóbulo, para luego dejar en mordisco en aquel lugar. Un gemido, bajo y ronco, se escapó de mis labios ante aquel acto que no había esperado para nada, con aquella sonrisa pícara que me había mostrado y que había encendido un poco mí cuerpo, comenzando a despertarlo poco a poco.
Su descaro había enviado una onda por mí cuerpo despertándolo poco a poco de aquel letargo al que había sido sometido, mí mano libre se cerró en un puño ante aquel acto y mí ceño se frunció por unos breves momentos… solo para llevar la mano que estaba en su mandíbula a su pelo, aferrarlo con fuerza, y separar sus dientes y sus labios del lóbulo de mí oreja, dejando su rostro algo echado hacia atrás y su cuello tenso por la postura. La contemplé de aquella manera y forma, una reina medio sometida por aquel simple acto, y fue una imagen demasiado erótica como para dejarla pasar por alto. Algo en Amanda me despertaba, me tiraba hacia ella sin poder evitarlo… y no estaba seguro de si quería evitarlo.
-No juegues conmigo, Amanda –dije observándola todavía sin soltarla, teniendo aquel pequeño e ínfimo poder sobre ella- Una cosa es dejar que tú tengas todo el poder y pase a ser tú sirviente, en todo, una vez firmado el contrato… contrato que, por el momento, no hemos cerrado del todo. Y otra –sonreí, ladino, casi disfrutando con aquello- es dejar que me sigas provocando de esa forma sin esperar una reacción por mí parte. No me tientes, si no quieres conocer mis más oscuras necesidades y… deseos –por que sí, no iba a ser quizás como ella esperaba, en cualquier caso de un contacto físico no dejaba ningún margen u opción, no dejaba nada a la suerte, era yo quien quería controlarlo todo. La solté puesto que poco más tenía que hacer esperando ver cómo reaccionaba ante aquello, había descubierto algo cuando tuve aquellos encuentros con aquella joven, y era que en cuestiones de cama… no dejaba que nadie tomara el control por mí, había descubierto algo que jamás llegué a pensar que podría hacer, y era tenerlo todo bajo mí control y ser yo quien, de alguna forma, dominara lo que estaba pasando, como si no pudiera dominar nada en mí vida y aquello fuera lo único en que podía hacerlo.
Como ella bien había dicho aún no habíamos firmado nada y todavía seguía siendo aquel joven que no tenía un sitio al que pertenecer, viviendo libre en las calles de aquella ciudad… tras aquella noche pasaría a ser de alguien, que me tentaba de aquella manera y que sería la dueña de mí vida si así debía de ser mí pago, no me importaba con tal de conseguir salir de aquel país y de aquella vida de mendigo que había llevado tantos años. Pero tal y como había pensado que haría hizo caso omiso de mí advertencia y los labios que antes habían ido a mí oreja para morderla… ahora iban a mis labios. Y pese a todo pronóstico no me aparté en ningún momento, dejé que sus labios fueran hasta los míos y finalmente terminaran por cernirse sobre los míos. Acabé por llevar mí mano a su nuca, y de forma poco ortodoxa, la acerqué terminando por separar la distancia que había impuesto sobre nuestros labios.
Chocaron contra los míos y pronto los suyos se movieron sobre mis labios imponiendo un ritmo que, por el momento, me dejé hacer en todo momento. Mí brazo rodeó su cintura y pegué su cuerpo aún más al mío terminando por acortar la distancia entre ambos sintiendo sus pechos apretarse contra mí torso. Con lo que no pude prever, para nada, fue que en el beso un líquido que intuí era su sangre llegó a inundar mí boca en aquel beso, haciendo que tragara aquel contenido que parecía algo más espeso de lo normal mientras nuestros labios no se separaban. Gruñí de forma leve por ello y comencé a besarla de forma algo ruda sintiendo el líquido bajar por mí garganta, quemándome de una forma que no supe por qué era pero que sentía que invadía mí cuerpo por completo, recorriéndolo. Solamente se apartó cuando noté que de hacerlo nos faltaría el aire y la miré de forma fija empezando a notar que la visión se empezaba a nublarme de forma lenta, como si aquello que hubiera tragado fuera un veneno, o algo que adormecía.
Su dedo limpió un rastro que caía de mis labios y me fijé en el color de aquella sangre, más oscura de lo normal, y yo no supe por qué pero desde el primer trago que había descendido por mí garganta… había comenzado a querer un poco más, aunque sólo fuera un poco. Verla con el dedo manchado de lo que se había derramado de mis labios, incitándome de aquella forma a que lamiera de su dedo como si me diera permiso para hacerlo… fue algo que no pude evitar hacer mientras notaba que todo mí cuerpo comenzaba a arder. Incliné mí rostro sin apartar mí vista de sus ojos y lamí su dedo de forma lenta, todavía con mí brazo rodeando su cintura, para terminar por meter su dedo en mí boca, dejar un leve mordisco, y separarme mientras notaba que algo en mí cuerpo pasaba.
Ella se separó un poco mientras mis sentidos comenzaban lentamente a embotarse, como si aquello que me hubiera dado fuera una droga y comenzara a notar sus efectos, mí cuerpo perdió el equilibrio estando sentado en el sofá y mí brazo se apoyó contra este mientras mí respiración se agitaba y mí corazón bombeaba con mayor rapidez. Un leve jadeo escapó de mis labios y abrí la boca notando que algo potente, algo que no lograba comprender, recorría mí cuerpo como un torrente poderoso. Me sentía… me sentía un ser poderoso sin saber muy bien por qué mientras todo mí cuerpo ardía. Comencé a tener leves temblores por todo el cuerpo y una ola de éxtasis empezó a extenderse por mí cuerpo como un volcán a punto de estallar.
Mis manos temblaban, veía todo como si de a cámara lenta se tratara, un leve sudor cubría mí rostro y sentía como si la habitación diera vueltas mientras ella, impasible, seguía recostada contra el sofá observándome, como si estuviera esperando algo. Me giré quedando recostado boca arriba llevando una mano a mí pecho donde notaba mí corazón bombear con fuerza y rapidez, mí respiración era errática y podía escuchar los pasos y los murmullos a través de aquella puerta, voces que sonaban en lo lejano que yo podía escuchar como si estuvieran en aquella habitación. Un gemido escapó de mis labios y mí espalda se arqueó en respuesta a aquello, sintiendo el éxtasis recorrerme cada vez con mayor intensidad.
-Amanda… ¿qué…? –otro gemido escapó de mis labios y me obligó a cerrar los ojos sin poder terminar la pregunta, me aferré con fuerza al sofá y dejé que aquel volcán terminara por estallar en mí cuerpo, algo que me dejó temblando ante el éxtasis que recorrió mí cuerpo y notando que poco a poco los sentidos volvían de nuevo en sí poco a poco. ¿Qué narices había sido eso? ¿Qué clase de droga me había dado? Pero no había sido droga, al menos ninguna que yo conociera y tuviera el mismo color y olor que la sangre… aquel olor ferroso que había conocido de niño cuando otros habían abusado de mí, aprovechándose de que no era lo bastante fuerte como para defenderme… ahí fue cuando probé el gusto de la sangre; la mía propia. Tras unos segundos abrí los ojos en cuanto pude recobrar el aliento y, al hacerlo, me pareció que algo en la habitación había cambiado… como si hubiera visto con mayor nitidez en lugar que me rodeaba. Me incorporé y mí mirada se clavó en ella, en aquella mujer que me había hecho atravesar aquellas sensaciones, algunas placenteras, como si eso hubiera sido lo que tenía pensado hacer desde que entré por aquella puerta. Me había dejado totalmente desorientado y sin saber muy bien cómo actuar, pero lo que si podía asegurar, es que mí cuerpo todavía ardía por aquello y mí miembro había cobrado vida, como si ella lo hubiera despertado con aquello… y ahora no podía pensar en otra cosa, que cediera a mis deseos- Os gusta demasiado jugar con vuestros siervos, ¿no es así, mí reina? –mí tono era bajo, algo ronco por la excitación que aún me recorría, y que advertía lo en serio que iba en aquel momento. Me acerqué a ella volviendo a acortar el espacio que nos separaba, mí mano fue hacia el centro de su pecho y la tiré hacia atrás dejando su espalda contra el sofá, poniéndome yo encima de ella- No has debido de tentarme de esa forma, ¿qué era eso que me has dado? La sangre no produce ese efecto cuando la bebes –la miré de forma más detenida- ¿Qué eres, Amanda? –porque beber sangre humana no producía esas sensaciones, todo aquello que yo había experimentado al beber aquello. ¿Sería realmente una diosa?- Dices que, llegado el caso, puedes satisfacer mis necesidades contigo, ¿quieres ver si realmente puedes hacerlo? –Reí de forma irónica, corta y breve, acercando mí rostro al suyo- Porque jamás he tenido tangas ganas de satisfacerlas, nunca he querido tanto hundirme en una mujer y poseerla –moví mí cadera contra ella reafirmando mis palabras, podía notar mí miembro erecto contra su centro sin mayor problema- Aún no he firmado nada, por lo que aún no soy tuyo… pero esta noche; tú serás mía –mis labios chocaron contra los suyos y esa vez fui yo quien se apoderó de ellos, podía notar levemente el sabor de su sangre en su boca, algo que me hizo mover mí cadera contra ella de nuevo y aferrar su melena en una de mis manos con fuerza. Yo, que siempre había sido reacio a todo contacto y sobre todo al de una mujer… ahora era quien pedía por algo más que un beso de sus labios.
Anubis Rashid- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 30/05/2016
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Re: Trying To Scape ~ Privado ~ Egipto
Una de las máximas más antiguas que había aprendido de la mano de grandes generales, como lo había sido mi sire en su momento, era que para tener ventaja sobre un enemigo había que conocerlo bien, saber exactamente de qué pie cojeaba, cuáles eran sus vicios y, sobre todo, sus debilidades, de forma que nada de esa persona fuera un secreto para ti y pudieras tener, siempre, la posición más ventajosa. Desde el principio, su posición me había parecido considerablemente lógica, pues ¿cómo si no se iba a poder prever lo que iba a hacer alguien, si no era sabiendo qué era lo que pasaba por la mente de ese ser en cuestión? Como vampiresa, lo tenía todavía más fácil que un humano cualquiera, como lo había sido Anubis antes de beber mi sangre, pero aun así era una firme defensora de esa máxima, y cuando podía, la aplicaba en la medida de lo posible, incluso si se trataba de una, a priori, pacífica y sencilla negociación con un mercenario al que parecía haber convencido simplemente con ofrecerle una vida mejor. ¿Qué mejor manera había de conocerlo por completo que darle de beber mi sangre...? Al tratarse de sangre de una vampiresa, aunque realmente fuera indiferente el género de la criatura que se la hubiera dado, el efecto que tenía en un humano era de por sí intenso, y si, además, se trataba de la primera vez que el mortal en cuestión la ingería, entonces podía llegar a ser incluso orgásmica, literalmente hablando. Sin poder evitarlo, me retrotraje al instante en que había probado la sangre de vampiro por primera vez: el responsable había sido, como no podía ser de otra manera, mi creador, después de que sus compañeros hubieran decidido utilizarme como saco para probar lo afiladas que estaban sus espadas y que él se hubo vengado asesinándolos a todos sin piedad. En mi recuerdo, la sangre que él me dio a beber, directamente de su cuello, se mezclaba con la que le caía por la piel, fruto de sus hasta entonces compañeros; el sabor amargo se mezcló con el maravilloso sabor a vampiro, y como no podía ser de otra manera, el placer fue tal que me sentí morir, estremeciéndome hasta casi derretirme, entre sus brazos.
¿Cuánto tiempo había pasado desde aquello? Más de un milenio y medio, pues esa era mi edad, pero aunque el recuerdo lo tuviera desde que era una simple humana, permanecía brillante y nítido, incluso si apenas le dedicaba segundos de mi valioso, aunque extenso, tiempo. Ello, sin embargo, me permitía compararme a mí, entonces, atrapada entre los brazos musculosos de un regio espartano mientras me sentía morir de felicidad y gozo con Anubis, que se encontraba en una situación familiar, esta vez frente a mí. Aunque él no se encontrara precisamente entre mis brazos porque ya me había separado, sí se hallaba, ahora más que nunca, bajo mi protección y presa de mi total atención; igual que yo, en mi momento, había sido presa del éxtasis, y por eso en mi mirada únicamente pudo encontrar comprensión, nunca juicio, al menos respecto a algo tan natural y, sobre todo, tan inevitable. Eso era algo que tenían en común las primeras veces: esa novedad, la falta de certezas pese a que, en muchos casos, existieran previamente las expectativas que llevaban a crearse una idea de lo que sucedería después, y sobre todo la genuina sinceridad con la que se recibían, que no era, en absoluto, moco de pavo. Pese a mi edad, o quizá precisamente por culpa de ésta, yo era una mujer particularmente orgullosa, y además mi naturaleza de vampiresa me había hecho crearme una imagen de mí misma superior hasta en aspectos tan nimios, para el resto al menos, como mi sangre. Precisamente por eso, y a diferencia de muchos de los vampiros con los que me había relacionado a lo largo de los milenios, yo no la iba regalando sin ton ni son, sino que los seres a los que escogía para que la probaran tenían en común, todos ellos, que se la habían ganado a pulso, por un motivo o por otro. En el caso de Anubis, para cerrar un trato que lo vincularía por siempre a mí, y al que había podido aspirar por su valía y por el potencial que me había demostrado, ya no tanto con la estatuilla que me había conseguido sino por la negociación posterior, cuando me había demostrado que, pese a su juventud, poseía una inteligencia digna de ser tenida en cuenta, especialmente por alguien que la valoraba tanto como yo.
Pese a todo, no era únicamente su inteligencia lo que valoraba, sino también su capacidad para poseer infinidad de recursos para cumplir con su ambición, tan elevada como podía serlo la mía. Dado que acababa de ser poseído por mi sangre, por una sustancia que actuaba como la mejor de las drogas durante el tiempo que se encontraba en el interior de aquel que la había ingerido, el deseo que lo había recorrido anteriormente no había hecho sino aumentar, y como era lógico, actuó en consecuencia. En un abrir y cerrar de ojos, aunque hubiera podido detenerlo de haberlo querido (y esa era, realmente, la clave: no había deseado detenerlo ni por un instante), me encontré debajo de él, que había tomado la iniciativa con una fuerza que ni siquiera sus dudas acerca de mi sangre había podido mitigar. Estimulada, y sobre todo alimentada en mi orgullo porque había sido mi sangre precisamente la que había tenido ese efecto sobre él, me limité a sonreír y a separar un poco las piernas, de modo que él pudiera acomodarse mejor durante el tiempo que le permitiera mantener el control de la situación. – No pretenderás que te lo cuente todo el primer día, ¿no? Ya te estoy dando demasiadas libertades, Anubis; hayas firmado o no, sigues perteneciéndome, y aunque esa cabecita tuya se resista, intenta tú detenerte ahora, vamos, te reto... – provoqué, suavemente, pero como había sabido desde el primer momento, y sin necesidad siquiera de adentrarme en sus pensamientos para averiguarlo, se encontraba tan enredado en la tela de araña que había tejido a su alrededor que le sería imposible abandonarla por voluntad propia. Así, él no sólo no se marchó, sino que se apretó contra mí con más fuerza, y yo simplemente me reí y enredé las piernas en torno a su cuerpo, regalándole así tanto contacto que parecía que el beso que le estaba dando a la vez no era suficiente y necesitaba más de él, casi tanto como él de mí.
Lo cierto era que yo no había pretendido abrumarlo tanto, y mucho menos llegar al punto de darle de beber mi sangre tan pronto, pero no podía negar que el muchacho había acumulado motivos a más no poder, y no me había podido, pese a haberlo intentado, resistir. Algo similar ocurría en aquella situación, cuando sabía perfectamente que debía mantenerme en mi posición y recordarle quién era la que dominaba por muy poderoso que se sintiera momentáneamente pero, aun así, le permitía que me manejara e incluso que me subiera el vestido para acariciar mi piel y que casi ardiera como la suya, casi... No podía olvidarme de que pese a ser presa de los deseos de la carne, seguía siendo una vampiresa, y mi cuerpo no funcionaba del mismo modo que el suyo, que ardía contra el mío propio de forma tan sensual como satisfactoria. Sin embargo, precisamente por gozar del regalo de la inmortalidad, había tenido tiempo de aprender unos cuantos trucos que podía utilizar con él y con cualquier otro hombre, en realidad, para que cayera bajo mi embrujo llegado el momento apropiado. – ¿Ahora vas a echarme en cara que me gusta manejar a mis súbditos...? Lo has sabido antes siquiera de descubrir mi cargo, cielo, en eso debes reconocer que no te he mentido nada de nada. – ronroneé, en su oído, al tiempo que mis dedos se iban deslizando por su piel, impidiéndole que fuera él quien nos manejara a ambos porque lo estaba haciendo yo, valiéndome de la debilidad relativa que aún lo dominaba. Sí, tal vez se sintiera poderoso y capaz de devorar el maldito mundo, pero la sensación era la de un control frágil, que podía explosionar en cualquier momento, con la palabra o el gesto adecuados, y eso era precisamente lo que estaba haciendo yo con él, aunque de forma mucho más sutil que su descarnado deseo, que sentía incluso clavarse contra mí. Satisfecha, comencé a moverme contra su cuerpo de forma lenta y sensual, como si fuera una odalisca turca cuya vida estaba dedicada única y exclusivamente a seducirlo, y así debió de parecérselo, pues la respuesta de su cuerpo fue inmediata y particularmente perceptible para mí, que lo seguía recorriendo con los dedos.
– No se trata sólo de tus necesidades, también de las mías, eso recuérdalo. Y si hay algo que se me da bien, eso es ocuparme de lo que yo deseo, como te llevo demostrando gran parte de la noche... – aseguré, al tiempo que descendía por su vientre en la dirección que él ansiaba que tomara, aunque no lo pudiera ver sino sentir por encontrarse ocupado con mi boca, que no paraba de besarlo salvo para hablar, incitarle y provocarlo. ¿Había, realmente, otra necesidad salvo esa de apartarme? A aquellas alturas ya había quedado claro que había caído en el mismo pozo sin fondo de deseo que él, y que si bien le estaba permitiendo tomar las riendas por el momento, me permitía mis propios recordatorios de la situación real, que oficialmente tendría lugar fuera de aquel dormitorio, pero que, extraoficialmente, estaba siendo negociada de forma íntima y carnal sobre un diván en una exótica nación extranjera. Sin embargo, pese a lo digna de fantasías que fuera la realidad, no quería alejarme de lo que podía saborear, con los besos, y tocar, con las manos, ya que éstas se habían dirigido hacia su masculinidad y lo exploraban, con una calma que sólo duró un instante, el mismo que necesitó él para demostrarme que estaba listo y, efectivamente, tomar el control, al hundirse en mi interior como había anunciado que deseaba. Subyugada durante un instante, eché el cuello hacia atrás y arqueé la espalda, permitiéndole que me manejara durante unos segundos que se me hicieron a la vez demasiado cortos y demasiado lentos, pero finalmente me rebelé ante la idea, y sin que él pudiera evitarlo lo empujé hasta quedar él incorporado y yo sentada encima, frente a frente, aunque el control me perteneciera. – No puedo evitarlo... – ronroneé, prácticamente, en su oído, y al tiempo que me mecía contra él y lo elevaba con frenesí al séptimo cielo, mordisqueaba su cuello, con cuidado de no hacerle ninguna herida... por el momento.
¿Cuánto tiempo había pasado desde aquello? Más de un milenio y medio, pues esa era mi edad, pero aunque el recuerdo lo tuviera desde que era una simple humana, permanecía brillante y nítido, incluso si apenas le dedicaba segundos de mi valioso, aunque extenso, tiempo. Ello, sin embargo, me permitía compararme a mí, entonces, atrapada entre los brazos musculosos de un regio espartano mientras me sentía morir de felicidad y gozo con Anubis, que se encontraba en una situación familiar, esta vez frente a mí. Aunque él no se encontrara precisamente entre mis brazos porque ya me había separado, sí se hallaba, ahora más que nunca, bajo mi protección y presa de mi total atención; igual que yo, en mi momento, había sido presa del éxtasis, y por eso en mi mirada únicamente pudo encontrar comprensión, nunca juicio, al menos respecto a algo tan natural y, sobre todo, tan inevitable. Eso era algo que tenían en común las primeras veces: esa novedad, la falta de certezas pese a que, en muchos casos, existieran previamente las expectativas que llevaban a crearse una idea de lo que sucedería después, y sobre todo la genuina sinceridad con la que se recibían, que no era, en absoluto, moco de pavo. Pese a mi edad, o quizá precisamente por culpa de ésta, yo era una mujer particularmente orgullosa, y además mi naturaleza de vampiresa me había hecho crearme una imagen de mí misma superior hasta en aspectos tan nimios, para el resto al menos, como mi sangre. Precisamente por eso, y a diferencia de muchos de los vampiros con los que me había relacionado a lo largo de los milenios, yo no la iba regalando sin ton ni son, sino que los seres a los que escogía para que la probaran tenían en común, todos ellos, que se la habían ganado a pulso, por un motivo o por otro. En el caso de Anubis, para cerrar un trato que lo vincularía por siempre a mí, y al que había podido aspirar por su valía y por el potencial que me había demostrado, ya no tanto con la estatuilla que me había conseguido sino por la negociación posterior, cuando me había demostrado que, pese a su juventud, poseía una inteligencia digna de ser tenida en cuenta, especialmente por alguien que la valoraba tanto como yo.
Pese a todo, no era únicamente su inteligencia lo que valoraba, sino también su capacidad para poseer infinidad de recursos para cumplir con su ambición, tan elevada como podía serlo la mía. Dado que acababa de ser poseído por mi sangre, por una sustancia que actuaba como la mejor de las drogas durante el tiempo que se encontraba en el interior de aquel que la había ingerido, el deseo que lo había recorrido anteriormente no había hecho sino aumentar, y como era lógico, actuó en consecuencia. En un abrir y cerrar de ojos, aunque hubiera podido detenerlo de haberlo querido (y esa era, realmente, la clave: no había deseado detenerlo ni por un instante), me encontré debajo de él, que había tomado la iniciativa con una fuerza que ni siquiera sus dudas acerca de mi sangre había podido mitigar. Estimulada, y sobre todo alimentada en mi orgullo porque había sido mi sangre precisamente la que había tenido ese efecto sobre él, me limité a sonreír y a separar un poco las piernas, de modo que él pudiera acomodarse mejor durante el tiempo que le permitiera mantener el control de la situación. – No pretenderás que te lo cuente todo el primer día, ¿no? Ya te estoy dando demasiadas libertades, Anubis; hayas firmado o no, sigues perteneciéndome, y aunque esa cabecita tuya se resista, intenta tú detenerte ahora, vamos, te reto... – provoqué, suavemente, pero como había sabido desde el primer momento, y sin necesidad siquiera de adentrarme en sus pensamientos para averiguarlo, se encontraba tan enredado en la tela de araña que había tejido a su alrededor que le sería imposible abandonarla por voluntad propia. Así, él no sólo no se marchó, sino que se apretó contra mí con más fuerza, y yo simplemente me reí y enredé las piernas en torno a su cuerpo, regalándole así tanto contacto que parecía que el beso que le estaba dando a la vez no era suficiente y necesitaba más de él, casi tanto como él de mí.
Lo cierto era que yo no había pretendido abrumarlo tanto, y mucho menos llegar al punto de darle de beber mi sangre tan pronto, pero no podía negar que el muchacho había acumulado motivos a más no poder, y no me había podido, pese a haberlo intentado, resistir. Algo similar ocurría en aquella situación, cuando sabía perfectamente que debía mantenerme en mi posición y recordarle quién era la que dominaba por muy poderoso que se sintiera momentáneamente pero, aun así, le permitía que me manejara e incluso que me subiera el vestido para acariciar mi piel y que casi ardiera como la suya, casi... No podía olvidarme de que pese a ser presa de los deseos de la carne, seguía siendo una vampiresa, y mi cuerpo no funcionaba del mismo modo que el suyo, que ardía contra el mío propio de forma tan sensual como satisfactoria. Sin embargo, precisamente por gozar del regalo de la inmortalidad, había tenido tiempo de aprender unos cuantos trucos que podía utilizar con él y con cualquier otro hombre, en realidad, para que cayera bajo mi embrujo llegado el momento apropiado. – ¿Ahora vas a echarme en cara que me gusta manejar a mis súbditos...? Lo has sabido antes siquiera de descubrir mi cargo, cielo, en eso debes reconocer que no te he mentido nada de nada. – ronroneé, en su oído, al tiempo que mis dedos se iban deslizando por su piel, impidiéndole que fuera él quien nos manejara a ambos porque lo estaba haciendo yo, valiéndome de la debilidad relativa que aún lo dominaba. Sí, tal vez se sintiera poderoso y capaz de devorar el maldito mundo, pero la sensación era la de un control frágil, que podía explosionar en cualquier momento, con la palabra o el gesto adecuados, y eso era precisamente lo que estaba haciendo yo con él, aunque de forma mucho más sutil que su descarnado deseo, que sentía incluso clavarse contra mí. Satisfecha, comencé a moverme contra su cuerpo de forma lenta y sensual, como si fuera una odalisca turca cuya vida estaba dedicada única y exclusivamente a seducirlo, y así debió de parecérselo, pues la respuesta de su cuerpo fue inmediata y particularmente perceptible para mí, que lo seguía recorriendo con los dedos.
– No se trata sólo de tus necesidades, también de las mías, eso recuérdalo. Y si hay algo que se me da bien, eso es ocuparme de lo que yo deseo, como te llevo demostrando gran parte de la noche... – aseguré, al tiempo que descendía por su vientre en la dirección que él ansiaba que tomara, aunque no lo pudiera ver sino sentir por encontrarse ocupado con mi boca, que no paraba de besarlo salvo para hablar, incitarle y provocarlo. ¿Había, realmente, otra necesidad salvo esa de apartarme? A aquellas alturas ya había quedado claro que había caído en el mismo pozo sin fondo de deseo que él, y que si bien le estaba permitiendo tomar las riendas por el momento, me permitía mis propios recordatorios de la situación real, que oficialmente tendría lugar fuera de aquel dormitorio, pero que, extraoficialmente, estaba siendo negociada de forma íntima y carnal sobre un diván en una exótica nación extranjera. Sin embargo, pese a lo digna de fantasías que fuera la realidad, no quería alejarme de lo que podía saborear, con los besos, y tocar, con las manos, ya que éstas se habían dirigido hacia su masculinidad y lo exploraban, con una calma que sólo duró un instante, el mismo que necesitó él para demostrarme que estaba listo y, efectivamente, tomar el control, al hundirse en mi interior como había anunciado que deseaba. Subyugada durante un instante, eché el cuello hacia atrás y arqueé la espalda, permitiéndole que me manejara durante unos segundos que se me hicieron a la vez demasiado cortos y demasiado lentos, pero finalmente me rebelé ante la idea, y sin que él pudiera evitarlo lo empujé hasta quedar él incorporado y yo sentada encima, frente a frente, aunque el control me perteneciera. – No puedo evitarlo... – ronroneé, prácticamente, en su oído, y al tiempo que me mecía contra él y lo elevaba con frenesí al séptimo cielo, mordisqueaba su cuello, con cuidado de no hacerle ninguna herida... por el momento.
Invitado- Invitado
Re: Trying To Scape ~ Privado ~ Egipto
Aquella mujer me estaba demostrando de nuevo quién era el que mandaba en aquella situación, quién era la que llevaba el control y decía qué era y qué no era. Su porte de reina, como bien había dicho, quizás podría haber quedado en un segundo plano porque, ¿qué realmente me hacía pensar que podría ostentar aquel título? Podría ser como cualquier otra mujer rica, de clase alta, que había decidido que podía conseguir las reliquias que había en mí país y pagar a la gente para que las consiguiera, para ellas sería demasiado fácil. No había, absolutamente nada, que me hiciera pensar que podría estar tratando con una reina de otro país. ¿Dónde estaban, entonces, los guardias que deberían de protegerla por si algo pasaba? No había encontrado seguridad alguna mientras había subido a aquella planta, solo lujos, sirvientas y un suculento manjar que se extendía ante mis ojos.
Para una persona como que aquellos lujos solo los podías tener en tus mejores sueños, si es que los tenías, era… extraño. Casi como entrar al cielo durante unos minutos, los justos para saber que aquella vida no está hecha para ti, que nada de lo que allí había podría ser mío y con la certeza de que serían los únicos instantes que podrías estar en un paraíso, mientras que el Infierno, el lugar que te correspondía, te podía estar esperando tras pasar las puertas por las que habías entrado. Para mí aquello era… demasiado ostentoso. Jamás nunca había visto tantas joyas en un mismo lugar, ni siquiera tanta comida en la misma mesa… ver todo aquello era como un manjar digno de Dioses, algo para lo que yo no podía obtener nunca.
Aceptar el trato de aquella mujer era la cosa más fácil que iba a hacer en toda mí vida, porque salir de aquel Infierno en el que me había visto envuelto desde hacía tantos años era lo que siempre había querido. ¿A cambio de qué, de servirle a ella? ¿De conseguirle más reliquias que quería cuando me lo dijera? ¿De tener una educación, una base y unos modales? Todo era, si lo pensabas detenidamente, demasiado suculento como para dejarlo escapar. Ella iba a ser la clave de todo lo que había estado rogando que pasara, delante de mí, sentada como una diosa que debía ser admirada y agasajada… como si debiera de darle algo por todo ello. Sin embargo, como las cosas nunca estaban predichas en la vida, fue ella quien me dio algo a mí.
Sus juegos sobre mí eran más que evidentes, podía notarlo y lo sabía de sobra, pero jamás nadie se había atrevido a jugar tanto conmigo y ponerme tanto como lo estaba haciendo ella. Yo que era un hombre más bien de matices firmes y fríos, que no se dejaba templar por nada… estaba cayendo en sus redes. Desde el más primitivo juego que había hecho con aquella uva hasta sus mismos gestos y acciones que tenía hacia mí. Me provocaba, y no sólo eso, sino que se atrevía a buscarme sabiendo de antemano que cualquier hombre respondería ante aquellas provocaciones. Y yo no fui menos, no supe por qué, pero a pesar de las advertencias que le estaba haciendo algo dentro de mí comenzó a cobrar vida, como si hubiera estado en un letargo durante mucho tiempo y hubiera tenido que aparecer ella para despertarlo.
Le advertí, en todo momento, que no debería de jugar conmigo porque yo no iba a ser quizás como el resto… que no la trataría como una reina porque en ese ámbito no me dejaba dominar por nada. Pero como siempre parecía que ella lo tenía todo controlado y bajo control, porque en aquel beso que me dio y en cuanto comencé a beber aquel líquido que sabía que era su sangre… todo cambió. Recorrió mí cuerpo y me hizo sentir diferente como nunca antes me había sentido, la excitación corrió por mí cuerpo y me hizo gemir ante tales sensaciones mientras sentía, por un momento, que tenía el poder sobre todo.
Ahora que estaba sobre ella, con mí miembro clavado en su vientre como claro ejemplo de lo que había pasado, me miraba de aquella forma, con esos ojos que parecían llevar una comprensión muda ante lo que estaba pasando. Bufé cuando me dijo que no me iba a decir todo en una noche, algo que era completamente comprensible y que yo también haría si estuviera en su situación, sin embargo la excitación que recorría mí cuerpo y que era la primera vez que sentía en aquella magnitud me hacían que mis pensamientos volaran en otras direcciones diferentes, mientras pensaba que ya habría tiempo para aclarar todo aquello que mí mente comenzaba a cuestionarse. El deseo, en aquel momento, podía más que cualquier otra cosa.
Había separado sus piernas dándome una clara invitación y gruñí ante sus palabras, porque tenía razón… ni yo mismo podría detenerme ahora ante las ganas de poseerla como estaba sintiendo, de hundirme en su interior y por aquella noche… ser yo quien la hiciera mía. Sin mediar mucha más palabra ataqué de nuevo sus labios sintiendo sus piernas ahora envolver mí cintura, mientras yo me apretaba aún más contra su cuerpo y llevaba el ritmo del beso que estaba imponiendo sobre ella, cegado de alguna forma por aquella pasión que me recorría. Mis manos rápidamente se afanaron en levantar el vestido, tan provocativo, que había llevado aquella noche dejando una piel inmaculada y reluciente al descubierto, con un tacto de seda frente a la callosidad de mis manos, debido a una vida en la calle y bajo la ardiente arena.
Reí levemente por aquello y aparté mis labios de los suyos mientras ella hablaba y yo me entretenía en recorrer su cuello marmóreo, dejando algún que otro mordisco en él y dejándome abrumar por el olor que su piel desprendía. Subí mis labios al lóbulo de su oreja y dejé un mordisco, quizás menos refinado de lo que ella se hubiera esperado, para luego morder su cuello y mirarla mientras ella me decía aquello. Sí, quizás en todo momento pudiera haber estado jugando conmigo de aquella manera, pero cierto era que yo no habría tenido modo de saber que estaba ante una reina.
-Dado que eres una reina, Amanda, te gusta manejar a tus súbditos. ¿Me vas a negar, que te gusta tenerme en esta tesitura? Tú misma me has estado provocando en todo momento y sabías como iba a acabar, ¿verdad? –pregunté dejando un mordico en su labio inferior, tirando brevemente de él mientras mí cuerpo se pegaba al suyo ahora ya sin la parte de bajo del vestido- Desde tu forma de andar, de hablar, de moverte a mí alrededor, la forma en la que vistes… todo está orquestado para dominar a la persona que tienes delante. Pero no sabía que serías reina –sus dedos se iban deslizando por mí piel mientras ella me hablaba al oído, de aquella manera provocativa que me hizo lanzar un jadeo por ello. Su cuerpo comenzó a moverse contra el mío haciendo que mí miembro se clavara contra su piel y sintiera el roce de esta, provocando que gimiera levemente mientras sus dedos seguían descendiendo por mí piel.
No quise quedarme quieto ante aquello, al fin y al cabo, ¿quién me iba a decir que aquella noche iba a poseer a una reina? Cosas que tan sólo pasaban una vez en la vida, así que mis manos subieron por el costado de su cuerpo, perfilándolo, hasta llegar a sus pechos mientras me dejaba hacer por ella. Envolví mis manos entorno a sus pechos mientras ella seguía moviéndose, el vestido se había alzado tanto que podía sentir la punta de sus pezones contra mí pecho, mientras mis manos se encargaban de masajearlos. Una de ellas descendió hasta llegar a sus caderas y continuar un camino descendente en donde mí mano acabó justo sobre su sexo, un dedo se deslizó por aquel lugar notando que ella al igual que yo estaba lista y preparada, húmeda por lo que estaba pasando en aquel momento.
Mis labios seguían buscando los suyos al igual que ella me besaba a mí, pero aquella vez su mano viajó hasta llegar al punto que más estando ansiando por atención. Moví mí cadera al notar su mano sobre mí miembro mientras nos besábamos. Mí mirada buscó la suya frente a aquello y sonreí de lado en el breve momento que me había separado para gemir al notar su mano en aquella zona de mí cuerpo, que vibraba por adentrarse en su interior y poseerla como estaba deseando hacer, pero sin apartar mí mano igualmente de su sexo jugando un poco con ella.
-Sí, me habéis demostrado que se os da muy bien cuidar y atender aquello que consideráis vuestro. Pero no me toméis por un bárbaro, Amanda, podré ser rudo en mis acciones pero siempre atiendo las necesidades que, al igual que yo, estáis sintiendo –mordí su labio inferior un momento antes de sin esperar mucho más hundirme en su interior como estaba deseando. Gruñí por aquello al sentirme dentro de ella y comencé a moverme sobre ella. Al arquear su cuerpo y echar su cuello hacia atrás rodeé su cintura y la pegué más a mí mientras iba aumentando paulatinamente la velocidad con la que me hundía en su interior. Mordí su cuello y volví de nuevo a sus labios mientras que dejaba escapar leves gemidos sobre ellos, conforme las olas de placer iban surcando mí cuerpo que ya estaba algo excitado desde que había bebido su sangre.
Su mano me impulsó hacia atrás llegado cierto momento y me hizo quedarme erguido hundido en su interior y ella sentada sobre mí regazo, sin dejar de moverse al igual que lo estaba haciendo yo. Gemí cerrando los ojos ante las sensaciones que me producía aquello, como un remolino que se extendía por todo mí cuerpo y que se elevaba poco a poco hasta ir alcanzando el límite del placer. Una de mis manos rodeó su cintura mientras los dos no dejábamos de movernos en las que aumenté el ritmo con que la penetraba, y la otra mano fue a su pelo el cual agarré con fuerza, echando mí cabeza hacia atrás sintiendo los besos que dejaba en mí cuello… y, no supe por qué, pero algo me decía que quería morder mí cuello, y sin saber a qué venía aquello, quería que lo hiciera. Tiré de su pelo para poder ver su rostro, que no estaba perlado como el mío ni tampoco estaba sonrosado.
-Pues no lo evites –dije como pude volviendo a besar sus labios, tirar del inferior y cerrar los ojos mientras notaba que el orgasmo se apoderaba de mí cuerpo, y que de seguir así acabaría en su interior llenándola con mí simiente estando encima de mí, moviéndose al mismo compás que marcaba en cada uno de mis movimientos y que me estaban llevando a alcanzar la gloria entre sus brazos, una que no había experimentado, y que me estaba volviendo loco de placer.
Para una persona como que aquellos lujos solo los podías tener en tus mejores sueños, si es que los tenías, era… extraño. Casi como entrar al cielo durante unos minutos, los justos para saber que aquella vida no está hecha para ti, que nada de lo que allí había podría ser mío y con la certeza de que serían los únicos instantes que podrías estar en un paraíso, mientras que el Infierno, el lugar que te correspondía, te podía estar esperando tras pasar las puertas por las que habías entrado. Para mí aquello era… demasiado ostentoso. Jamás nunca había visto tantas joyas en un mismo lugar, ni siquiera tanta comida en la misma mesa… ver todo aquello era como un manjar digno de Dioses, algo para lo que yo no podía obtener nunca.
Aceptar el trato de aquella mujer era la cosa más fácil que iba a hacer en toda mí vida, porque salir de aquel Infierno en el que me había visto envuelto desde hacía tantos años era lo que siempre había querido. ¿A cambio de qué, de servirle a ella? ¿De conseguirle más reliquias que quería cuando me lo dijera? ¿De tener una educación, una base y unos modales? Todo era, si lo pensabas detenidamente, demasiado suculento como para dejarlo escapar. Ella iba a ser la clave de todo lo que había estado rogando que pasara, delante de mí, sentada como una diosa que debía ser admirada y agasajada… como si debiera de darle algo por todo ello. Sin embargo, como las cosas nunca estaban predichas en la vida, fue ella quien me dio algo a mí.
Sus juegos sobre mí eran más que evidentes, podía notarlo y lo sabía de sobra, pero jamás nadie se había atrevido a jugar tanto conmigo y ponerme tanto como lo estaba haciendo ella. Yo que era un hombre más bien de matices firmes y fríos, que no se dejaba templar por nada… estaba cayendo en sus redes. Desde el más primitivo juego que había hecho con aquella uva hasta sus mismos gestos y acciones que tenía hacia mí. Me provocaba, y no sólo eso, sino que se atrevía a buscarme sabiendo de antemano que cualquier hombre respondería ante aquellas provocaciones. Y yo no fui menos, no supe por qué, pero a pesar de las advertencias que le estaba haciendo algo dentro de mí comenzó a cobrar vida, como si hubiera estado en un letargo durante mucho tiempo y hubiera tenido que aparecer ella para despertarlo.
Le advertí, en todo momento, que no debería de jugar conmigo porque yo no iba a ser quizás como el resto… que no la trataría como una reina porque en ese ámbito no me dejaba dominar por nada. Pero como siempre parecía que ella lo tenía todo controlado y bajo control, porque en aquel beso que me dio y en cuanto comencé a beber aquel líquido que sabía que era su sangre… todo cambió. Recorrió mí cuerpo y me hizo sentir diferente como nunca antes me había sentido, la excitación corrió por mí cuerpo y me hizo gemir ante tales sensaciones mientras sentía, por un momento, que tenía el poder sobre todo.
Ahora que estaba sobre ella, con mí miembro clavado en su vientre como claro ejemplo de lo que había pasado, me miraba de aquella forma, con esos ojos que parecían llevar una comprensión muda ante lo que estaba pasando. Bufé cuando me dijo que no me iba a decir todo en una noche, algo que era completamente comprensible y que yo también haría si estuviera en su situación, sin embargo la excitación que recorría mí cuerpo y que era la primera vez que sentía en aquella magnitud me hacían que mis pensamientos volaran en otras direcciones diferentes, mientras pensaba que ya habría tiempo para aclarar todo aquello que mí mente comenzaba a cuestionarse. El deseo, en aquel momento, podía más que cualquier otra cosa.
Había separado sus piernas dándome una clara invitación y gruñí ante sus palabras, porque tenía razón… ni yo mismo podría detenerme ahora ante las ganas de poseerla como estaba sintiendo, de hundirme en su interior y por aquella noche… ser yo quien la hiciera mía. Sin mediar mucha más palabra ataqué de nuevo sus labios sintiendo sus piernas ahora envolver mí cintura, mientras yo me apretaba aún más contra su cuerpo y llevaba el ritmo del beso que estaba imponiendo sobre ella, cegado de alguna forma por aquella pasión que me recorría. Mis manos rápidamente se afanaron en levantar el vestido, tan provocativo, que había llevado aquella noche dejando una piel inmaculada y reluciente al descubierto, con un tacto de seda frente a la callosidad de mis manos, debido a una vida en la calle y bajo la ardiente arena.
Reí levemente por aquello y aparté mis labios de los suyos mientras ella hablaba y yo me entretenía en recorrer su cuello marmóreo, dejando algún que otro mordisco en él y dejándome abrumar por el olor que su piel desprendía. Subí mis labios al lóbulo de su oreja y dejé un mordisco, quizás menos refinado de lo que ella se hubiera esperado, para luego morder su cuello y mirarla mientras ella me decía aquello. Sí, quizás en todo momento pudiera haber estado jugando conmigo de aquella manera, pero cierto era que yo no habría tenido modo de saber que estaba ante una reina.
-Dado que eres una reina, Amanda, te gusta manejar a tus súbditos. ¿Me vas a negar, que te gusta tenerme en esta tesitura? Tú misma me has estado provocando en todo momento y sabías como iba a acabar, ¿verdad? –pregunté dejando un mordico en su labio inferior, tirando brevemente de él mientras mí cuerpo se pegaba al suyo ahora ya sin la parte de bajo del vestido- Desde tu forma de andar, de hablar, de moverte a mí alrededor, la forma en la que vistes… todo está orquestado para dominar a la persona que tienes delante. Pero no sabía que serías reina –sus dedos se iban deslizando por mí piel mientras ella me hablaba al oído, de aquella manera provocativa que me hizo lanzar un jadeo por ello. Su cuerpo comenzó a moverse contra el mío haciendo que mí miembro se clavara contra su piel y sintiera el roce de esta, provocando que gimiera levemente mientras sus dedos seguían descendiendo por mí piel.
No quise quedarme quieto ante aquello, al fin y al cabo, ¿quién me iba a decir que aquella noche iba a poseer a una reina? Cosas que tan sólo pasaban una vez en la vida, así que mis manos subieron por el costado de su cuerpo, perfilándolo, hasta llegar a sus pechos mientras me dejaba hacer por ella. Envolví mis manos entorno a sus pechos mientras ella seguía moviéndose, el vestido se había alzado tanto que podía sentir la punta de sus pezones contra mí pecho, mientras mis manos se encargaban de masajearlos. Una de ellas descendió hasta llegar a sus caderas y continuar un camino descendente en donde mí mano acabó justo sobre su sexo, un dedo se deslizó por aquel lugar notando que ella al igual que yo estaba lista y preparada, húmeda por lo que estaba pasando en aquel momento.
Mis labios seguían buscando los suyos al igual que ella me besaba a mí, pero aquella vez su mano viajó hasta llegar al punto que más estando ansiando por atención. Moví mí cadera al notar su mano sobre mí miembro mientras nos besábamos. Mí mirada buscó la suya frente a aquello y sonreí de lado en el breve momento que me había separado para gemir al notar su mano en aquella zona de mí cuerpo, que vibraba por adentrarse en su interior y poseerla como estaba deseando hacer, pero sin apartar mí mano igualmente de su sexo jugando un poco con ella.
-Sí, me habéis demostrado que se os da muy bien cuidar y atender aquello que consideráis vuestro. Pero no me toméis por un bárbaro, Amanda, podré ser rudo en mis acciones pero siempre atiendo las necesidades que, al igual que yo, estáis sintiendo –mordí su labio inferior un momento antes de sin esperar mucho más hundirme en su interior como estaba deseando. Gruñí por aquello al sentirme dentro de ella y comencé a moverme sobre ella. Al arquear su cuerpo y echar su cuello hacia atrás rodeé su cintura y la pegué más a mí mientras iba aumentando paulatinamente la velocidad con la que me hundía en su interior. Mordí su cuello y volví de nuevo a sus labios mientras que dejaba escapar leves gemidos sobre ellos, conforme las olas de placer iban surcando mí cuerpo que ya estaba algo excitado desde que había bebido su sangre.
Su mano me impulsó hacia atrás llegado cierto momento y me hizo quedarme erguido hundido en su interior y ella sentada sobre mí regazo, sin dejar de moverse al igual que lo estaba haciendo yo. Gemí cerrando los ojos ante las sensaciones que me producía aquello, como un remolino que se extendía por todo mí cuerpo y que se elevaba poco a poco hasta ir alcanzando el límite del placer. Una de mis manos rodeó su cintura mientras los dos no dejábamos de movernos en las que aumenté el ritmo con que la penetraba, y la otra mano fue a su pelo el cual agarré con fuerza, echando mí cabeza hacia atrás sintiendo los besos que dejaba en mí cuello… y, no supe por qué, pero algo me decía que quería morder mí cuello, y sin saber a qué venía aquello, quería que lo hiciera. Tiré de su pelo para poder ver su rostro, que no estaba perlado como el mío ni tampoco estaba sonrosado.
-Pues no lo evites –dije como pude volviendo a besar sus labios, tirar del inferior y cerrar los ojos mientras notaba que el orgasmo se apoderaba de mí cuerpo, y que de seguir así acabaría en su interior llenándola con mí simiente estando encima de mí, moviéndose al mismo compás que marcaba en cada uno de mis movimientos y que me estaban llevando a alcanzar la gloria entre sus brazos, una que no había experimentado, y que me estaba volviendo loco de placer.
Anubis Rashid- Hechicero Clase Alta
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Re: Trying To Scape ~ Privado ~ Egipto
¿Sabía, exactamente, cómo íbamos a terminar…? ¿Había sido una decisión consciente por mi parte organizarlo todo para poder seducirlo, en vez de simplemente relajarme para mantener una posición de poder y que mi propia personalidad hiciera el resto? ¿O simplemente se había tratado de esa parte de mí que no podía controlar y que, al parecer, había decidido salir a la luz para enredarlo? Él me lo había preguntado, pero ni yo misma era capaz de saber darle una respuesta, pues lo ignoraba en la misma medida en que era consciente de que, a propósito o no, no me arrepentiría lo más mínimo de haber catado al que, a partir de aquella noche, se convertiría en mi súbdito. Si bien no había ido al encuentro con plena consciencia de que acabaría seduciéndolo, con lo cual probablemente la respuesta más sincera a su pregunta sería no, la posibilidad desde luego había existido, y se había materializado por completo en cuanto lo hube visto y algo en él, tal vez el exotismo oriental que también existía en toda la tierra que él habitaba, me había seducido irremediablemente. No era consciente del motivo por el que Egipto, desde que tenía uso de razón, me había atraído tanto; simplemente lo hacía, y yo simplemente me plegaba a los deseos de mi psique, consciente de que no había nada malo en satisfacerlos, ni ninguna consecuencia horrible si cedía al placer que suponía satisfacer los deseos de mi negro corazón. Probablemente con él, con Anubis, tan diferente a su contrapunto mitológico, pasara algo semejante, o probablemente lo que sucedía era que, por mucho que fuera capaz de mantener cierta coherencia en mis pensamientos durante un acto carnal, incluso yo tenía mis límites, y tras tantos estremecimientos y tentaciones, debía centrarme en lo que tenía entre manos, literalmente. Así, él, que probablemente nunca volvería a recibir un trato de favor semejante por mi parte, empezó a ser venerado como a un dios, pues me aseguraba de ello y de besarlo para que su placer se equiparara al mío… algo complicado, cierto, pero no imposible porque mi sangre continuaba en su interior, enalteciéndolo e intensificando cada leve estremecimiento que sintiera.
Tal era la liberación que él sentía, sumada a la mía propia, que no opuso la menor resistencia al camino que mis labios estaban recorriendo de forma ascendente por su cuello, sin morderlo porque aún me estaba resistiendo; más aún fue el placer que me inundó cuando sus pensamientos me abrumaron, dándome el permiso que no necesitaba para morderlo, pero que deseaba poseer para beneficio de nuestra mutua sociedad. Era plenamente consciente de que si bien el momento y la pasión lo justificarían, en cuanto nuestros cuerpos se detuvieran y la frialdad volviera a invadirnos (más a él que a mí, todo debía decirse), podría haber preguntas y recriminaciones, y no las deseaba. Habíamos sido capaces de llegar a un acuerdo lo suficientemente beneficioso para ambas partes, sobre todo porque él ignoraba para qué podía desear yo mantener a alguien como él a mi lado, realmente, como para no querer arruinarlo propasándome. No, en aquel instante seguiría sus deseos, y precisamente por eso sonreí y me aparté un poco, lo suficiente para que él pudiera verme la expresión pícara y la sonrisa que la acompañaba cuando asentí. – No pensaba hacerlo, y eso es enteramente culpa tuya. – murmuré, con la voz ronca y sensual de quien se encontraba conteniendo los gemidos, y arañé su pecho con saña mientras hablaba, para que la suavidad de mi tono contrastara con la relativa dureza de mi gesto. A continuación, cambié un tanto el ritmo con el que me mecía contra él, volviéndolo más rápido que hasta aquel instante, consciente de que él se encontraba tan cerca del clímax como lo estaba yo y de que eso serviría para catapultarlo todavía más cerca… Aunque no hasta el borde del precipicio, porque para eso los dos necesitábamos lo mismo: que finalmente lo mordiera. Sin embargo, no quería terminar con todo tan pronto, no quería ponerle punto y final a mi encuentro con su cuerpo con tanta velocidad, así que antes de morderlo en el cuello lo hice, sin clavar los colmillos, en sus pezones, lamiendo y estirando de la piel con calma, tentándolo con lo que estaba por venir pero sin llegar a hacerlo.
Únicamente cedí a nuestros deseos, los de ambos, cuando yo misma me encontré próxima a llegar al clímax, ya que escogí justamente ese momento para ascender a base de mordiscos suaves a su cuello, donde hinqué los colmillos con fuerza para poder probar su sangre. Y justamente en ese instante, cuando su líquido vital estalló con todo su sabor en mi boca, noté cómo ambos llegábamos, extrañamente a la vez, o quizá no tan extrañamente porque había sido el mordisco, igual de placentero para ambos, lo que nos había arrastrado hasta aquel punto de no retorno, a la cima de un placer que se intensificaba con su sangre corriéndome por la garganta y por la barbilla. Sin embargo, ni siquiera terminar me hizo separarme, sino que rezongué un poco en su cuello y continué lamiéndolo y bebiendo las gotas de sangre que le caían de las dos perfectas marcas que le habían dejado mis colmillos, considerablemente fáciles de ocultar si eso era lo que él deseaba. Aún me sentía un tanto perezosa, con la lentitud pasmosa que invade el cuerpo tras el clímax, y tuve que obligarme a incorporarme y colocarme mejor el vestido, que mostraba mi cuerpo solamente para él, un público exclusivo, con todo lujo de detalles. Al darme cuenta de que su vista se había clavado en mis movimientos, decidí convertir incluso esa nimiedad en algo sensual, en un espectáculo para sus sentidos despiertos pero probablemente a punto de adormecerse, ya que había perdido bastante sangre como consecuencia de mi pasión. Con lentitud, deslicé las sedas y el satén por mi piel helada, dejando que se enredaran unos instantes en mis pezones, aún protuberantes, para finalmente cubrirlos. De forma semejante, aunque aún no le hubiera permitido que abandonara mi interior, deslicé el vestido para cubrir mis muslos, para lo cual me valí de sus manos, que guié por mi piel como si no acabara de conocerla en toda su extensión y sin ningún tipo de restricción, ya que eso nos habría limitado más de lo que nos habría gustado a ambos.
– Conozco bien a los bárbaros, Anubis, no sabes exactamente cuánto… Y precisamente por eso, sé que no eres uno de ellos. – aclaré, y lo besé una vez más, esta vez con el inevitable sabor de la despedida en el contacto, pues sabía que, en cuanto me separara, deberíamos mantener las distancias como mínimo hasta que regresáramos a mi reino, donde lo educaría y lo manejaría como le había prometido y como habíamos acordado. En cuanto me separé, mordisqueé sus labios y los acaricié para eliminar todos los restos de sangre que pudieran quedar aún posados en ellos, y cuando quedó todo lo limpio que estaba dispuesta a dejarlo, me aparté de él con suavidad y quedó desnudo, expuesto frente a mí, mientras que mi vestido resbaló por completo por mis piernas y me cubrió. Pese al breve interludio de pasión que habíamos compartido, al apartarme había quedado clara de nuevo la diferencia entre yo, la reina, que mantenía un aspecto digno incluso tras un revolcón, y él, el hombre que empezaba a descubrir un mundo con el que, hasta aquella noche, únicamente habría podido soñar con anterioridad. – Podemos dar nuestro acuerdo por sellado, entonces, ¿no? – inquirí, aunque claramente fue una pregunta retórica, porque obviamente habíamos llegado a una compenetración (en todos los sentidos) tal que no hacía falta recalcar lo evidente. Aun así, lo sentí necesario, tal vez para devolvernos a ambos a la realidad y recalcar que, a partir de ese momento, volvía a convertirme en su monarca, y pronto debería empezar a acostumbrarse a verme como tal, no como a una amante particularmente pasional y que le había dado la noche de su corta vida casi como al descuido, como si no hubiera contemplado siquiera la posibilidad desde que la reunión había sido concertada. Como si, en resumen, no hubiera hecho exactamente lo que tenía que hacer para asegurarme de sellar un trato con él de la manera más placentera para ambas partes posible.
Tal era la liberación que él sentía, sumada a la mía propia, que no opuso la menor resistencia al camino que mis labios estaban recorriendo de forma ascendente por su cuello, sin morderlo porque aún me estaba resistiendo; más aún fue el placer que me inundó cuando sus pensamientos me abrumaron, dándome el permiso que no necesitaba para morderlo, pero que deseaba poseer para beneficio de nuestra mutua sociedad. Era plenamente consciente de que si bien el momento y la pasión lo justificarían, en cuanto nuestros cuerpos se detuvieran y la frialdad volviera a invadirnos (más a él que a mí, todo debía decirse), podría haber preguntas y recriminaciones, y no las deseaba. Habíamos sido capaces de llegar a un acuerdo lo suficientemente beneficioso para ambas partes, sobre todo porque él ignoraba para qué podía desear yo mantener a alguien como él a mi lado, realmente, como para no querer arruinarlo propasándome. No, en aquel instante seguiría sus deseos, y precisamente por eso sonreí y me aparté un poco, lo suficiente para que él pudiera verme la expresión pícara y la sonrisa que la acompañaba cuando asentí. – No pensaba hacerlo, y eso es enteramente culpa tuya. – murmuré, con la voz ronca y sensual de quien se encontraba conteniendo los gemidos, y arañé su pecho con saña mientras hablaba, para que la suavidad de mi tono contrastara con la relativa dureza de mi gesto. A continuación, cambié un tanto el ritmo con el que me mecía contra él, volviéndolo más rápido que hasta aquel instante, consciente de que él se encontraba tan cerca del clímax como lo estaba yo y de que eso serviría para catapultarlo todavía más cerca… Aunque no hasta el borde del precipicio, porque para eso los dos necesitábamos lo mismo: que finalmente lo mordiera. Sin embargo, no quería terminar con todo tan pronto, no quería ponerle punto y final a mi encuentro con su cuerpo con tanta velocidad, así que antes de morderlo en el cuello lo hice, sin clavar los colmillos, en sus pezones, lamiendo y estirando de la piel con calma, tentándolo con lo que estaba por venir pero sin llegar a hacerlo.
Únicamente cedí a nuestros deseos, los de ambos, cuando yo misma me encontré próxima a llegar al clímax, ya que escogí justamente ese momento para ascender a base de mordiscos suaves a su cuello, donde hinqué los colmillos con fuerza para poder probar su sangre. Y justamente en ese instante, cuando su líquido vital estalló con todo su sabor en mi boca, noté cómo ambos llegábamos, extrañamente a la vez, o quizá no tan extrañamente porque había sido el mordisco, igual de placentero para ambos, lo que nos había arrastrado hasta aquel punto de no retorno, a la cima de un placer que se intensificaba con su sangre corriéndome por la garganta y por la barbilla. Sin embargo, ni siquiera terminar me hizo separarme, sino que rezongué un poco en su cuello y continué lamiéndolo y bebiendo las gotas de sangre que le caían de las dos perfectas marcas que le habían dejado mis colmillos, considerablemente fáciles de ocultar si eso era lo que él deseaba. Aún me sentía un tanto perezosa, con la lentitud pasmosa que invade el cuerpo tras el clímax, y tuve que obligarme a incorporarme y colocarme mejor el vestido, que mostraba mi cuerpo solamente para él, un público exclusivo, con todo lujo de detalles. Al darme cuenta de que su vista se había clavado en mis movimientos, decidí convertir incluso esa nimiedad en algo sensual, en un espectáculo para sus sentidos despiertos pero probablemente a punto de adormecerse, ya que había perdido bastante sangre como consecuencia de mi pasión. Con lentitud, deslicé las sedas y el satén por mi piel helada, dejando que se enredaran unos instantes en mis pezones, aún protuberantes, para finalmente cubrirlos. De forma semejante, aunque aún no le hubiera permitido que abandonara mi interior, deslicé el vestido para cubrir mis muslos, para lo cual me valí de sus manos, que guié por mi piel como si no acabara de conocerla en toda su extensión y sin ningún tipo de restricción, ya que eso nos habría limitado más de lo que nos habría gustado a ambos.
– Conozco bien a los bárbaros, Anubis, no sabes exactamente cuánto… Y precisamente por eso, sé que no eres uno de ellos. – aclaré, y lo besé una vez más, esta vez con el inevitable sabor de la despedida en el contacto, pues sabía que, en cuanto me separara, deberíamos mantener las distancias como mínimo hasta que regresáramos a mi reino, donde lo educaría y lo manejaría como le había prometido y como habíamos acordado. En cuanto me separé, mordisqueé sus labios y los acaricié para eliminar todos los restos de sangre que pudieran quedar aún posados en ellos, y cuando quedó todo lo limpio que estaba dispuesta a dejarlo, me aparté de él con suavidad y quedó desnudo, expuesto frente a mí, mientras que mi vestido resbaló por completo por mis piernas y me cubrió. Pese al breve interludio de pasión que habíamos compartido, al apartarme había quedado clara de nuevo la diferencia entre yo, la reina, que mantenía un aspecto digno incluso tras un revolcón, y él, el hombre que empezaba a descubrir un mundo con el que, hasta aquella noche, únicamente habría podido soñar con anterioridad. – Podemos dar nuestro acuerdo por sellado, entonces, ¿no? – inquirí, aunque claramente fue una pregunta retórica, porque obviamente habíamos llegado a una compenetración (en todos los sentidos) tal que no hacía falta recalcar lo evidente. Aun así, lo sentí necesario, tal vez para devolvernos a ambos a la realidad y recalcar que, a partir de ese momento, volvía a convertirme en su monarca, y pronto debería empezar a acostumbrarse a verme como tal, no como a una amante particularmente pasional y que le había dado la noche de su corta vida casi como al descuido, como si no hubiera contemplado siquiera la posibilidad desde que la reunión había sido concertada. Como si, en resumen, no hubiera hecho exactamente lo que tenía que hacer para asegurarme de sellar un trato con él de la manera más placentera para ambas partes posible.
Invitado- Invitado
Re: Trying To Scape ~ Privado ~ Egipto
No había pensado que aquel encuentro pudiera terminar de aquella forma, o que podría albergar la posibilidad y la poca probabilidad de que aquello estuviera sucediendo. Más bien, había pensado que con la persona que quería aquel objeto tendría una charla hasta llegar a un acuerdo mutuo que nos beneficiara a los dos, sabiendo que poseía en mí poder algo que quería y por lo que quizás estuviera dispuesto a pagar un precio algo más elevado de lo normal dado que, nadie antes que yo, había sido capaz de lograr el objetivo. No me había esperado encontrarme a una mujer como lo era Amanda tras las sombras, quien era la que buscaba el objeto pero mucho menos esperaba una negociación como habíamos tenido hacía unos instantes.
Promesas de una vida nueva y diferente, cambios en mí vida que siempre quise obtener pero que jamás llegaría a tenerlos, un hogar, un lugar y una educación que jamás había tenido ni recibido. ¿Quién sería el necio que se negaría ante aquello? Iba a trabajar para alguien que me iba a sacar de aquel país, y que me trataría mejor y me pagaría mejor también de los trabajos que pudiera obtener de la calle. El trato había sido fácil aunque no pensé que ella aceptara de buenas a primeras, pero ahí nos encontrábamos, podría decirse que estábamos firmando de alguna forma aquel pequeño acuerdo.
Sus movimientos, su tono de voz, su mirada incluso… todo cuando hacía o decía incitaba a perderse en ella, como si tuviera el poder para seducir a cualquier hombre. Beber de su sangre, algo insólito que me había sorprendido, había prendido la chispa en mí interior que había estado adormecida durante tantos años, extasiándome, llevándome a un nivel en lo que lo único en lo que podía pensar era un hundirme en su interior. Poseer a una reina era algo que no se podía hacer todos los días, y al parecer, aquella reina con sus juegos había logrado llevarme hasta tal punto que sentía la necesidad imperante de apagar el fuego con su cuerpo hasta alcanzar el clímax.
Ahora ella de nuevo había empujado mí pecho y se había acabado sentada sobre mí marcando un ritmo en el que mí cadera iba al encuentro de la suya, ambos desnudos, sintiendo en mí piel el sudor perlado por el ejercicio impuesto. Olas de placer recorrían mí cuerpo a la vez que Amanda se movía sobre mí miembro siendo ella quien ahora marcaba un ritmo, en el que sentía cómo mí miembro se hundía cada vez en su interior. Sus labios recorrían mí cuello y mis manos se anclaron en su cintura apretando con algo de fuerza, como si quisiera ayudarla en cada movimiento aunque no le hiciera falta. Algo en mí interior, que no sabía lo que era, temblaba ante la idea de que ella me mordiera, y sin saber muy bien de dónde había venido ese pensamiento… quería que lo hiciera.
Su rostro se separó de mí cuello y mí mirada encontró la suya viendo la expresión que tenían y la sonrisa que portaba, decía que no iba a evitarlo, y que era enteramente culpa mía. De nuevo volvía a marcar ese dominio del principio que había tenido desde el momento en que crucé aquella puerta, imponiéndose ante mí como la reina que era, dejándome de alguna forma en el lugar que me correspondía. Sus palabras fueron pronunciadas con un deje más bajo y sensual, pero sus manos que rasguñaron mí pecho dictaban mucho de aquel tono con el que me había hablado. Sensual y peligrosa, una combinación explosiva que me hizo mover mí cadera en un movimiento algo rudo, soltando un jadeo que salió de mis labios al ver lo que ella representaba, al empezar a comprender de alguna forma lo que ella era, barajando miles de ideas.
-Entonces hazlo, es vuestro deseo ¿no es así? –Al igual que lo era el mío, pero ya le había dado un permiso que ella no necesitaba y no hacía falta decir que yo también lo estaba deseando. Mas aquello no se produjo de manera inmediata, mientras seguía moviéndose con frenesí sobre mí sus dientes dejaron mordiscos por mí cuerpo excitándome con cada uno de ellos, mis manos fueron hacia su piel desnuda jugando con sus pechos, recorriéndolos con mis manos, jugando con ellos, presionando con las yemas de mis dedos sus pezones erguidos por la excitación. Una de las manos hizo un camino descendente por su cuerpo bajando por su vientre hasta llegar al centro de su cuerpo, donde mis dedos comenzaron a jugar con su clítoris con caricias, apretando aquel pequeño botón de placer y pasando mis dedos sobre la zona que continuaba todavía húmeda por lo que estábamos haciendo.
Finalmente cuando por fin cedió ante lo que ambos queríamos sentí sus colmillos hundiéndose en la carne de mí cuello, cerré los ojos y un gruñido escapó de ellos en una mezcla entre dolor y extremado placer. Mí mano cogió su pelo en un puño con fuerza y mí brazo rodeó su cintura al tiempo que aquel simple gesto bastó para catapultarme a la cima de un orgasmo que se extendió como una honda por todo mí cuerpo, haciendo que me corriera en su interior y mí cuerpo vibrara ante lo que estaba sintiendo. Era una mezcla… extraña. Sentir que con cada tirón que daba estaba bebiendo de mí sangre producía placer, un poco de ardor, pero también un poco de dolor. Con cada tirón un jadeo se escapaba de mis labios y abrí los ojos para mirar al techo mientras ella seguía encima de mí, clavada sobre mí miembro, y absorbiendo mí sangre en pequeños tragos.
La boca comenzó a secarse y la vista se me empañó un poco ante tanta vorágine de sensaciones y seguramente por la pérdida de sangre, al separarse lamió el lugar donde me había mordido como si quisiera borrar todo rastro de sangre. Se irguió quedando su rostro ante mí visión y ver cómo se colocaba el vestido. Al posar su mirada en la mía y darse cuenta de que seguía cada movimiento cogió mis manos y las llevó para que fuera yo quien bajara el vestido, aunque fuera ella quien hiciera tal movimiento de manos reparando en sus pechos. Seguía sentada sobre mí ahora con el vestido cubriendo sus muslos y tapando aquel cuerpo que había poseído. Sus labios me besaron a modo de despedida mientras yo sentía todavía el corazón latir con rapidez contra mí pecho, marcó el ritmo de aquel beso que fue mucho más corto que los demás y dejó un mordico y una lamida como si quisiera quitar todo rastro de sangre.
Había podido sentir el sabor de mí propia sangre en aquel beso y fue algo desconcertante, no era la primera vez que notaba ese sabor en mí boca, pero sí la primera vez que era porque había dejado que me mordieran. ¿Qué era, exactamente, aquella mujer? Miles de historias sobre mitos se pasaron por mi mente intentando averiguar qué podría ser y qué no, como acto reflejo llevé una de mis manos donde me había mordido notando los dos pequeños orificios que me había dejado y que me dieron una pista clara de lo que era. Se levantó, se alejó de mí y se movió con aquella elegancia digna de una reina, mientras que yo quedaba recostado contra el sofá algo mareado, desnudo todavía, y con la cabeza dándole vueltas a aquella verdad que se había revelado aquella noche.
-He oído miles de historias sobre seres de la noche que caminaban bajo la luz de la luna, en algunos papiros detallaban a seres sobrenaturales que no podían caminar bajo la luz del sol, que se alimentaban de sangre… y de cuya apariencia era la de un ser humano –me incorporé un poco sintiendo mí cuerpo laxo y frío tras su pérdida y por el acto que acabábamos de hacer- No creí que esas historias fueran ciertas, los humanos se rebelaron contra los dioses y Ra, al saberlo, se reunió con el resto de Dioses y acordaron en invocar a Sekhmet para que se manifestara en la tierra y acabara con la rebelión –hice una leve pausa, en la que me quedé observándola- Sekhmet castigó a los humanos bebiendo de su sangre, saciándose de ella… tal y como lo has hecho conmigo –comencé a ponerme con lentitud el pantalón mientras mí respiración y corazón se normalizaban- ¿Eso es lo que eres, verdad? –Pregunté aunque ya podía intuir la respuesta. Como ella había dicho el trato había sido finalizado y no tenía mucho más que añadir al respecto- Si, Amanda, podemos darlo por sellado –ahora sí que se podía decir que pasaba a ser de su propiedad, que era suyo- ¿Hay algo más que desees de mí, mí Reina? –Porque tras haber sellado el trato, ahora podía considerarse que pasaba a ser de alguna forma mí Reina. Y lo que más estaba deseando, es que me sacara de aquel país.
Promesas de una vida nueva y diferente, cambios en mí vida que siempre quise obtener pero que jamás llegaría a tenerlos, un hogar, un lugar y una educación que jamás había tenido ni recibido. ¿Quién sería el necio que se negaría ante aquello? Iba a trabajar para alguien que me iba a sacar de aquel país, y que me trataría mejor y me pagaría mejor también de los trabajos que pudiera obtener de la calle. El trato había sido fácil aunque no pensé que ella aceptara de buenas a primeras, pero ahí nos encontrábamos, podría decirse que estábamos firmando de alguna forma aquel pequeño acuerdo.
Sus movimientos, su tono de voz, su mirada incluso… todo cuando hacía o decía incitaba a perderse en ella, como si tuviera el poder para seducir a cualquier hombre. Beber de su sangre, algo insólito que me había sorprendido, había prendido la chispa en mí interior que había estado adormecida durante tantos años, extasiándome, llevándome a un nivel en lo que lo único en lo que podía pensar era un hundirme en su interior. Poseer a una reina era algo que no se podía hacer todos los días, y al parecer, aquella reina con sus juegos había logrado llevarme hasta tal punto que sentía la necesidad imperante de apagar el fuego con su cuerpo hasta alcanzar el clímax.
Ahora ella de nuevo había empujado mí pecho y se había acabado sentada sobre mí marcando un ritmo en el que mí cadera iba al encuentro de la suya, ambos desnudos, sintiendo en mí piel el sudor perlado por el ejercicio impuesto. Olas de placer recorrían mí cuerpo a la vez que Amanda se movía sobre mí miembro siendo ella quien ahora marcaba un ritmo, en el que sentía cómo mí miembro se hundía cada vez en su interior. Sus labios recorrían mí cuello y mis manos se anclaron en su cintura apretando con algo de fuerza, como si quisiera ayudarla en cada movimiento aunque no le hiciera falta. Algo en mí interior, que no sabía lo que era, temblaba ante la idea de que ella me mordiera, y sin saber muy bien de dónde había venido ese pensamiento… quería que lo hiciera.
Su rostro se separó de mí cuello y mí mirada encontró la suya viendo la expresión que tenían y la sonrisa que portaba, decía que no iba a evitarlo, y que era enteramente culpa mía. De nuevo volvía a marcar ese dominio del principio que había tenido desde el momento en que crucé aquella puerta, imponiéndose ante mí como la reina que era, dejándome de alguna forma en el lugar que me correspondía. Sus palabras fueron pronunciadas con un deje más bajo y sensual, pero sus manos que rasguñaron mí pecho dictaban mucho de aquel tono con el que me había hablado. Sensual y peligrosa, una combinación explosiva que me hizo mover mí cadera en un movimiento algo rudo, soltando un jadeo que salió de mis labios al ver lo que ella representaba, al empezar a comprender de alguna forma lo que ella era, barajando miles de ideas.
-Entonces hazlo, es vuestro deseo ¿no es así? –Al igual que lo era el mío, pero ya le había dado un permiso que ella no necesitaba y no hacía falta decir que yo también lo estaba deseando. Mas aquello no se produjo de manera inmediata, mientras seguía moviéndose con frenesí sobre mí sus dientes dejaron mordiscos por mí cuerpo excitándome con cada uno de ellos, mis manos fueron hacia su piel desnuda jugando con sus pechos, recorriéndolos con mis manos, jugando con ellos, presionando con las yemas de mis dedos sus pezones erguidos por la excitación. Una de las manos hizo un camino descendente por su cuerpo bajando por su vientre hasta llegar al centro de su cuerpo, donde mis dedos comenzaron a jugar con su clítoris con caricias, apretando aquel pequeño botón de placer y pasando mis dedos sobre la zona que continuaba todavía húmeda por lo que estábamos haciendo.
Finalmente cuando por fin cedió ante lo que ambos queríamos sentí sus colmillos hundiéndose en la carne de mí cuello, cerré los ojos y un gruñido escapó de ellos en una mezcla entre dolor y extremado placer. Mí mano cogió su pelo en un puño con fuerza y mí brazo rodeó su cintura al tiempo que aquel simple gesto bastó para catapultarme a la cima de un orgasmo que se extendió como una honda por todo mí cuerpo, haciendo que me corriera en su interior y mí cuerpo vibrara ante lo que estaba sintiendo. Era una mezcla… extraña. Sentir que con cada tirón que daba estaba bebiendo de mí sangre producía placer, un poco de ardor, pero también un poco de dolor. Con cada tirón un jadeo se escapaba de mis labios y abrí los ojos para mirar al techo mientras ella seguía encima de mí, clavada sobre mí miembro, y absorbiendo mí sangre en pequeños tragos.
La boca comenzó a secarse y la vista se me empañó un poco ante tanta vorágine de sensaciones y seguramente por la pérdida de sangre, al separarse lamió el lugar donde me había mordido como si quisiera borrar todo rastro de sangre. Se irguió quedando su rostro ante mí visión y ver cómo se colocaba el vestido. Al posar su mirada en la mía y darse cuenta de que seguía cada movimiento cogió mis manos y las llevó para que fuera yo quien bajara el vestido, aunque fuera ella quien hiciera tal movimiento de manos reparando en sus pechos. Seguía sentada sobre mí ahora con el vestido cubriendo sus muslos y tapando aquel cuerpo que había poseído. Sus labios me besaron a modo de despedida mientras yo sentía todavía el corazón latir con rapidez contra mí pecho, marcó el ritmo de aquel beso que fue mucho más corto que los demás y dejó un mordico y una lamida como si quisiera quitar todo rastro de sangre.
Había podido sentir el sabor de mí propia sangre en aquel beso y fue algo desconcertante, no era la primera vez que notaba ese sabor en mí boca, pero sí la primera vez que era porque había dejado que me mordieran. ¿Qué era, exactamente, aquella mujer? Miles de historias sobre mitos se pasaron por mi mente intentando averiguar qué podría ser y qué no, como acto reflejo llevé una de mis manos donde me había mordido notando los dos pequeños orificios que me había dejado y que me dieron una pista clara de lo que era. Se levantó, se alejó de mí y se movió con aquella elegancia digna de una reina, mientras que yo quedaba recostado contra el sofá algo mareado, desnudo todavía, y con la cabeza dándole vueltas a aquella verdad que se había revelado aquella noche.
-He oído miles de historias sobre seres de la noche que caminaban bajo la luz de la luna, en algunos papiros detallaban a seres sobrenaturales que no podían caminar bajo la luz del sol, que se alimentaban de sangre… y de cuya apariencia era la de un ser humano –me incorporé un poco sintiendo mí cuerpo laxo y frío tras su pérdida y por el acto que acabábamos de hacer- No creí que esas historias fueran ciertas, los humanos se rebelaron contra los dioses y Ra, al saberlo, se reunió con el resto de Dioses y acordaron en invocar a Sekhmet para que se manifestara en la tierra y acabara con la rebelión –hice una leve pausa, en la que me quedé observándola- Sekhmet castigó a los humanos bebiendo de su sangre, saciándose de ella… tal y como lo has hecho conmigo –comencé a ponerme con lentitud el pantalón mientras mí respiración y corazón se normalizaban- ¿Eso es lo que eres, verdad? –Pregunté aunque ya podía intuir la respuesta. Como ella había dicho el trato había sido finalizado y no tenía mucho más que añadir al respecto- Si, Amanda, podemos darlo por sellado –ahora sí que se podía decir que pasaba a ser de su propiedad, que era suyo- ¿Hay algo más que desees de mí, mí Reina? –Porque tras haber sellado el trato, ahora podía considerarse que pasaba a ser de alguna forma mí Reina. Y lo que más estaba deseando, es que me sacara de aquel país.
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Re: Trying To Scape ~ Privado ~ Egipto
No me extrañó lo más mínimo escuchar de sus labios las historias que otros, desde que me habían visto aproximarme con la palidez de la inmortalidad aumentando la que, de por sí, ya poseía naturalmente, no habían dejado de susurrar por lo bajo, como si lo utilizaran como talismanes. En una tierra donde los dioses y las leyendas estaban tan vivos como los camellos que utilizaban para desplazarse, donde los jeroglíficos tenían significados reales y no completamente olvidados, ¿cómo pretender que no creyeran en la existencia de seres como yo? Y más cuando se trataba de él, un hombre que había logrado ponerse a mi nivel en una negociación que, y yo misma lo admitía, no había sido sencilla en absoluto: por su parte, que no conociera ese tipo de historias me habría decepcionado un tanto, pues significaba que lo había juzgado mal, y había pocas cosas que odiara más que eso... Con los años, había desarrollado una intuición casi a prueba de todo y de la que estaba sumamente orgullosa, una intuición que consideraba una pieza clave de lo que me hacía Amanda, y no una simple vampiresa como las muchas que conocía y que, en muchos casos, no destacaban por nada. Haberme encontrado con que eso era un error y con que mi sexto sentido me había fallado, como en otras ocasiones había sucedido (para mi enorme desgracia), habría sido un desastre de dimensiones considerables, sobre todo habiéndole prometido ya que me lo llevaría de Egipto en dirección a mi reino, donde podría tener las oportunidades que hasta ahora nadie le había ofrecido. Por descontado, en caso de no aproximarse a la imagen que me había hecho de él o de decepcionarme sobremanera podía ocuparme, y es más, lo haría sin ningún tipo de remordimiento, pero prefería ahorrarme las decisiones bruscas y que no tenían vuelta atrás. Una vez más, mi intuición me gritaba que él era digno de la oportunidad que le había regalado sin pedirle demasiado a cambio, por lo que debía tener paciencia y confiar en mi criterio, la mayor parte de las veces cierto.
– Ahora ya lo sabes, sí. Nunca había escuchado la versión de Sekhmet, sin embargo; estaba acostumbrada a escuchar que se trata de una maldición provocada por la Expulsión de Lucifer del Cielo por su soberbia, aunque en realidad se tratara de su enorme amor por Dios, pero ni siquiera la Iglesia es capaz de ser consecuente con sus propias teorías. – desdeñé, encogiéndome suavemente de hombros, y con la atención aún clavada en él pese a que, momentáneamente, me hubiera desviado. Ese era precisamente uno de los motivos por los que deseaba tenerlo cerca: su conocimiento acerca de una cultura que me fascinaba pero cuyos entresijos desconocía era necesaria, no tanto en cuanto a la administración del Louvre, sino a la hora de obtener piezas de calidad. Había recorrido tantísimas veces los circuitos de compra y venta de antigüedades que sabía a la perfección de la existencia de timadores dispuestos a dar gato por liebre a ricachones sin criterio, un grupo al que me enorgullecía de no pertenecer; si bien sabía detectar, normalmente, las falsificaciones, en culturas que me eran más desconocidas no me vendría mal un poco más de guía, simplemente para terminar de estar segura. Cuando se trataba del mecenazgo, una de mis mayores pasiones aunque no se tratara simplemente de lo artístico, prefería no arriesgarme, aunque para ello pecara de ser demasiado precavida... y sabía que así era. – Pero te equivocas en algo: no estoy ni remotamente saciada. Esto podría haber terminado muchísimo peor para ti, ¿sabes? Los humanos sois tan frágiles... Un movimiento equivocado, un poco menos de autocontrol del que he ejercido, y habrías fallecido aquí, en el séptimo cielo, pero sin ser capaz de obtener lo que más deseas: tu libertad. Recuérdalo cuando pienses en esto, lo cerca que has estado de no vivir un día más. No es tan fácil como hago que parezca. – advertí, aunque más que eso fue un consejo que más le valía no olvidar.
Notaba perfectamente que no estaba respondiendo a su pregunta directamente, sino con evasivas, centrándome en lo que él había comentado antes y que, aunque me fascinaba (y probablemente a él también, a juzgar por su tono de voz), no era de lo que deberíamos hablar. En cierto modo, no quería poner fin completamente al encuentro, pues aún permanecían en mi mente resquicios de las dudas iniciales, pese a intentar desecharlas en la medida de lo posible porque, racionalmente, sabía que no había motivos para creer en ello. No obstante, era perfectamente consciente de que habíamos sellado el trato, ya que aún podía percibir los escalofríos en él y los restos en mí de la cumbre de nuestra negociación, y alargarlo hasta el infinito probablemente terminaría desvirtuando la naturaleza del acuerdo al que habíamos llegado. No, algunas cosas era mejor terminarlas cuanto antes, y sin embargo parte de mí se rebelaba ante la idea, como si el hecho de apartarme de una mente fascinante y maleable fuera casi doloroso. Pese a que me repitiera que en cuanto lo trasladara al viejo continente pasaría la mayor parte del tiempo conmigo, hasta el punto de que tal vez llegara, incluso, a cansarme de él (más le valía desear que no fuera así), parte de mí no terminaba de creerlo, como si realmente la divinidad y la magia de los mitos egipcios se impregnara en el aire y nos dotara a ambos de la ligereza de la leyenda, y no de la realidad. Fuera cual fuese el motivo, no obstante, decidí sobreponerme a algo que sabía perfectamente que era una tontería y me enderecé un tanto, alisando las inexistentes arrugas de mi vestido y encarándolo con la certeza de estar haciendo lo correcto, no solamente para mí, sino también para él. Tenía aún muchas cosas en las que debía pensar antes de embarcarse en un viaje que le cambiaría la vida por completo, tal vez de modos que él ni siquiera podía alcanzar a imaginarse.
– No, Anubis, no requiero nada más de ti. Tú, sin embargo, deberías poner tus asuntos en orden durante estos días, para que cuando finalmente te embarques conmigo, lo hagas para siempre y sin echar nunca la vista atrás. No dudo que vayas a hacerlo, pero prefiero asegurarme. – aconsejé, acercándome de nuevo hacia él para depositar un suave beso en su frente, con tal castidad que casi parecía que no habíamos sellado el trato de la forma más carnal posible hacía apenas unos minutos. Sin embargo, así era; el ambiente había cambiado por completo, ya nos estábamos despidiendo, y desde aquel instante volvía a ser lo que, a partir de ese momento, siempre sería para él: su soberana, su monarca, aquella a quien debía obedecer o, de lo contrario, lo lamentaría. Por bien que me cayera, no pensaba hacer ninguna excepción con él, y esperaba de Anubis lo mismo que esperaba de cualquiera de mis súbditos: respeto, obediencia y sumisión, aunque pudiera llevarse beneficios como volver su vida cabeza abajo y convertirla en algo más cercano a lo que él ansiaba que fuera. – ¿Sabes qué? Mejor regalarte algo de tiempo. Te daré una semana. En el plazo de siete días, cuando se ponga el sol, nos encontraremos aquí mismo y dejarás toda tu vida atrás para seguirme, como hemos acordado que harás. Hasta entonces, me mantendré alejada de tu vista para que manejes tus asuntos como desees, pero a partir de ese momento, empezarás a pertenecerme. Así pues, nos vemos entonces, Anubis Rashid. – sentencié, sin dejar lugar a que él me replicara o que me intentara hacer cambiar de opinión, pues yo misma tenía mis propias tareas pendientes en mente que requerían parte de mi atención durante las siguientes veladas. Por tanto, coloqué la estatua en su lugar, el pretexto de todo nuestro encuentro, y lo acompañé hasta la puerta, donde desapareció de mi vista hasta, exactamente, una semana después.
– Ahora ya lo sabes, sí. Nunca había escuchado la versión de Sekhmet, sin embargo; estaba acostumbrada a escuchar que se trata de una maldición provocada por la Expulsión de Lucifer del Cielo por su soberbia, aunque en realidad se tratara de su enorme amor por Dios, pero ni siquiera la Iglesia es capaz de ser consecuente con sus propias teorías. – desdeñé, encogiéndome suavemente de hombros, y con la atención aún clavada en él pese a que, momentáneamente, me hubiera desviado. Ese era precisamente uno de los motivos por los que deseaba tenerlo cerca: su conocimiento acerca de una cultura que me fascinaba pero cuyos entresijos desconocía era necesaria, no tanto en cuanto a la administración del Louvre, sino a la hora de obtener piezas de calidad. Había recorrido tantísimas veces los circuitos de compra y venta de antigüedades que sabía a la perfección de la existencia de timadores dispuestos a dar gato por liebre a ricachones sin criterio, un grupo al que me enorgullecía de no pertenecer; si bien sabía detectar, normalmente, las falsificaciones, en culturas que me eran más desconocidas no me vendría mal un poco más de guía, simplemente para terminar de estar segura. Cuando se trataba del mecenazgo, una de mis mayores pasiones aunque no se tratara simplemente de lo artístico, prefería no arriesgarme, aunque para ello pecara de ser demasiado precavida... y sabía que así era. – Pero te equivocas en algo: no estoy ni remotamente saciada. Esto podría haber terminado muchísimo peor para ti, ¿sabes? Los humanos sois tan frágiles... Un movimiento equivocado, un poco menos de autocontrol del que he ejercido, y habrías fallecido aquí, en el séptimo cielo, pero sin ser capaz de obtener lo que más deseas: tu libertad. Recuérdalo cuando pienses en esto, lo cerca que has estado de no vivir un día más. No es tan fácil como hago que parezca. – advertí, aunque más que eso fue un consejo que más le valía no olvidar.
Notaba perfectamente que no estaba respondiendo a su pregunta directamente, sino con evasivas, centrándome en lo que él había comentado antes y que, aunque me fascinaba (y probablemente a él también, a juzgar por su tono de voz), no era de lo que deberíamos hablar. En cierto modo, no quería poner fin completamente al encuentro, pues aún permanecían en mi mente resquicios de las dudas iniciales, pese a intentar desecharlas en la medida de lo posible porque, racionalmente, sabía que no había motivos para creer en ello. No obstante, era perfectamente consciente de que habíamos sellado el trato, ya que aún podía percibir los escalofríos en él y los restos en mí de la cumbre de nuestra negociación, y alargarlo hasta el infinito probablemente terminaría desvirtuando la naturaleza del acuerdo al que habíamos llegado. No, algunas cosas era mejor terminarlas cuanto antes, y sin embargo parte de mí se rebelaba ante la idea, como si el hecho de apartarme de una mente fascinante y maleable fuera casi doloroso. Pese a que me repitiera que en cuanto lo trasladara al viejo continente pasaría la mayor parte del tiempo conmigo, hasta el punto de que tal vez llegara, incluso, a cansarme de él (más le valía desear que no fuera así), parte de mí no terminaba de creerlo, como si realmente la divinidad y la magia de los mitos egipcios se impregnara en el aire y nos dotara a ambos de la ligereza de la leyenda, y no de la realidad. Fuera cual fuese el motivo, no obstante, decidí sobreponerme a algo que sabía perfectamente que era una tontería y me enderecé un tanto, alisando las inexistentes arrugas de mi vestido y encarándolo con la certeza de estar haciendo lo correcto, no solamente para mí, sino también para él. Tenía aún muchas cosas en las que debía pensar antes de embarcarse en un viaje que le cambiaría la vida por completo, tal vez de modos que él ni siquiera podía alcanzar a imaginarse.
– No, Anubis, no requiero nada más de ti. Tú, sin embargo, deberías poner tus asuntos en orden durante estos días, para que cuando finalmente te embarques conmigo, lo hagas para siempre y sin echar nunca la vista atrás. No dudo que vayas a hacerlo, pero prefiero asegurarme. – aconsejé, acercándome de nuevo hacia él para depositar un suave beso en su frente, con tal castidad que casi parecía que no habíamos sellado el trato de la forma más carnal posible hacía apenas unos minutos. Sin embargo, así era; el ambiente había cambiado por completo, ya nos estábamos despidiendo, y desde aquel instante volvía a ser lo que, a partir de ese momento, siempre sería para él: su soberana, su monarca, aquella a quien debía obedecer o, de lo contrario, lo lamentaría. Por bien que me cayera, no pensaba hacer ninguna excepción con él, y esperaba de Anubis lo mismo que esperaba de cualquiera de mis súbditos: respeto, obediencia y sumisión, aunque pudiera llevarse beneficios como volver su vida cabeza abajo y convertirla en algo más cercano a lo que él ansiaba que fuera. – ¿Sabes qué? Mejor regalarte algo de tiempo. Te daré una semana. En el plazo de siete días, cuando se ponga el sol, nos encontraremos aquí mismo y dejarás toda tu vida atrás para seguirme, como hemos acordado que harás. Hasta entonces, me mantendré alejada de tu vista para que manejes tus asuntos como desees, pero a partir de ese momento, empezarás a pertenecerme. Así pues, nos vemos entonces, Anubis Rashid. – sentencié, sin dejar lugar a que él me replicara o que me intentara hacer cambiar de opinión, pues yo misma tenía mis propias tareas pendientes en mente que requerían parte de mi atención durante las siguientes veladas. Por tanto, coloqué la estatua en su lugar, el pretexto de todo nuestro encuentro, y lo acompañé hasta la puerta, donde desapareció de mi vista hasta, exactamente, una semana después.
Invitado- Invitado
Re: Trying To Scape ~ Privado ~ Egipto
Jamás habría pensado que las leyendas que una vez fueron contadas podrían ser ciertas, no hasta que ante mis ojos tenía la representación en carne y hueso y que no sólo eso, también había sentido hacía escasos minutos. Su boca contra mí cuello, la sensación del mordisco o de la sangre bajando por la garganta como había hecho antes de que todo aquello pasara… ¿eso era lo que Sekhmet había bajado a hacer a la tierra como castigo hacia aquellos que se sublevaron contra Ra? Salvo que en mí caso Amanda me había dejado con vida en vez de darle fin, además de hacer que mí cuerpo ardiera bajo una necesidad abrumadora que me había dejado con las ganas de tenerla a ella como había pasado, sin poder contenerlo ni por un solo segundo, disfrutando de una forma que me era hasta casi extraña, pues no solía dejar que nadie se acercara lo suficiente como para hacer aquello, solo había dejado que alguien lo hiciera y eso había sido hacía años.
Comprobar que de nuevo alguien podía ejercer esa sensación en mí era desconcertante porque había estado recluido en mí mismo que para mí aquello había quedado relegado al olvido ante la necesidad de sobrevivir, de seguir un día más con vida. Pero ella había hecho con su sangre que algo que estaba dormido en mí interior despertara haciendo que aquel acuerdo lo firmáramos de la forma más carnal y primitiva que conocía el ser humano. Nunca llegué a imaginar que pudiera ver de cerca a lo largo de mí vida algo que las leyendas relataban en sus papiros, y había aparecido Amanda para hacerme ver cuán equivocado había estado toda mí vida.
Había escuchado aquella versión de Lucifer aunque en nuestro país no tuviéramos esas costumbres y mucho menos aquella religión, pero los hombres que se aventuraban en nuestras tierras invadidos por la curiosidad que nuestros antepasados habían dejado como legado en esculturas, monumentos y templos les había llevado sin poder evitarlo hasta aquel lugar y habíamos escuchado sus historias. Una religión muy diferente a la nuestra, ellos oraban a un Dios, mientras que nosotros orábamos a muchos más de los cuales creíamos en todos y sabíamos cómo eran cada uno de ellos. Todos estaban representados de forma que, con solo un vistazo, sabrías reconocerlos. Mientras ella terminaba de explicarme esa versión que ya había oído alguna vez terminé de vestirme sintiendo el frío que se había quedado mí cuerpo tras el encuentro, aún podía notar aquel leve calor que me había abrasado al beber su sangre… como si, de alguna manera inconsciente, mí mente me rogara por algo más.
Mí mirada quedó fija en ella allí de pie, alzándose como la reina majestuosa que era, perfectamente arreglada como si no hubiera pasado aquel encuentro entre ambos, y fue entonces cuando escuché su advertencia. Mis dedos fueron hacia el lugar donde me había mordido notando ambos orificios en la piel, ella aseguraba de que se había controlado para no matarme y que no había sido fácil, claro que no iba a matarme ahora que me había adquirido para ayudarla –siendo un claro beneficio mutuo- donde podría proporcionarle información sobre nuestra cultura y sus reliquias. Si algo había podido notar de ella es que nuestra cultura le fascinaba, sino no habría contratado a un contrabandista que era considerado un paria para sus menesteres con el museo, sino que se habría encargado de encontrar a alguien más digno para el puesto. Al fin y al cabo era una reina, podría conseguir a quien quisiera.
-Lo tendré presente, mí reina, de que os podríais haber cargado a vuestro recién adquirido contrabandista de no haber ejercido el control necesario para dejarme vivir –algo que agradecía, bien podría haberme dejado morir y por el contrario se había contenido para que así no fuera. Aún quedaba esperar si quería algo más de mí porque sellado aquel acuerdo ahora sí que le pertenecía, y aunque hacía unos momentos hubiera estado moviéndome en su interior como dos personas cualquieras, ahora sabía que estaba tratando con la reina, pero sobre todo con aquella a la que le debía lealtad. Y si quería seguir teniendo aquel billete que casi podía rozar con la yema de los dedos. Aún me quedaban preguntas que hacerle sobre la condición recién descubierta, pero también sabía que no era el mejor lugar apropiado para hacerlo, así que esperaba que me dijera qué era lo que quería de mí o si por el contrario podría marcharme. Siete días, me daba una semana de libertad para poner mis asuntos en regla antes de volver y poder irme de aquella ciudad, de aquel país como lo estaba deseando. Su despedida pronunciando mí nombre entero me hizo sonreír de lado, ahora más que nunca le daba un significado mí nombre ante aquella mujer, mí nombre era sinónimo de la muerte… y resultaba que ella estaba muerta. Una ironía más de la vida que me perseguía.
Salí de allí sin mucho más que decir puesto que todo estaba dicho, una semana era lo que tenía de plazo para pasear por aquellas calles a las que no echaría de menos antes de volver con ella y que me llevara a su lado. En esos siete días que transcurrieron me encargaron un par de trabajos más que serían los últimos. Me había vuelto algo conocido en aquel mundo y ahora la gente me quería contratar para que les consiguiera los objetos, peor yo ya no estaba en venta. Lo hizo porque lo necesitaba para subsistir, por última vez, en aquel mundo. A partir de ahora no debía de preocuparme por la comida, por un sitio donde dormir que no fue al aire libre… a partir de ahora todas aquellas necesidades que para mí eran de lujo, las iba a tener al alcance de mí mano. ¿Quién no quería un trato así?
Debía de reconocer que en aquellos días había llevado mis dedos a los orificios que intenté ocultar mientras esperaba que pasara aquella larga semana, más de una vez había deseado volver a sentir sus colmillos rasgar mí piel produciéndome esa sensación que incluso podría ser adictiva, al igual que su sangre deslizándose por mí garganta… negué con la cabeza desechando de nuevo aquellos pensamientos. Todo mis asuntos estuvieron más que arreglados antes de que llegara el último día, me tomé la licencia de repartir algo de venganza con aquellos que se habían burlado de mí al igual que de ir a los museos y observar sus obras, también de ir a la biblioteca y empaparme de sus páginas. Cuando el sol se puso en el día acordado yo ya me encontraba a la espera de que me hicieran pasar ante ella de nuevo, un simple macuto con algunas cosas y la ropa que llevaba encima era lo único que me acompañarían al irme, lo demás no había nada que me perteneciera. En cuanto me dieron el permiso y me acompañaron hasta aquella habitación lujosa de nuevo, como hacía una semana, mis ojos se fijaron en la que ahora sí iba a convertirse la dueña del rumbo de mí vida, la que llevaría a la libertad soñada.
-Buenas noches, mí reina –hice una leve reverencia ahora que sabía su posición social y sonreí de lado- Vuestro humilde servidor espera para partir hacia una vida nueva –porque ninguna de las palabras que había dicho, eran mentira.
Comprobar que de nuevo alguien podía ejercer esa sensación en mí era desconcertante porque había estado recluido en mí mismo que para mí aquello había quedado relegado al olvido ante la necesidad de sobrevivir, de seguir un día más con vida. Pero ella había hecho con su sangre que algo que estaba dormido en mí interior despertara haciendo que aquel acuerdo lo firmáramos de la forma más carnal y primitiva que conocía el ser humano. Nunca llegué a imaginar que pudiera ver de cerca a lo largo de mí vida algo que las leyendas relataban en sus papiros, y había aparecido Amanda para hacerme ver cuán equivocado había estado toda mí vida.
Había escuchado aquella versión de Lucifer aunque en nuestro país no tuviéramos esas costumbres y mucho menos aquella religión, pero los hombres que se aventuraban en nuestras tierras invadidos por la curiosidad que nuestros antepasados habían dejado como legado en esculturas, monumentos y templos les había llevado sin poder evitarlo hasta aquel lugar y habíamos escuchado sus historias. Una religión muy diferente a la nuestra, ellos oraban a un Dios, mientras que nosotros orábamos a muchos más de los cuales creíamos en todos y sabíamos cómo eran cada uno de ellos. Todos estaban representados de forma que, con solo un vistazo, sabrías reconocerlos. Mientras ella terminaba de explicarme esa versión que ya había oído alguna vez terminé de vestirme sintiendo el frío que se había quedado mí cuerpo tras el encuentro, aún podía notar aquel leve calor que me había abrasado al beber su sangre… como si, de alguna manera inconsciente, mí mente me rogara por algo más.
Mí mirada quedó fija en ella allí de pie, alzándose como la reina majestuosa que era, perfectamente arreglada como si no hubiera pasado aquel encuentro entre ambos, y fue entonces cuando escuché su advertencia. Mis dedos fueron hacia el lugar donde me había mordido notando ambos orificios en la piel, ella aseguraba de que se había controlado para no matarme y que no había sido fácil, claro que no iba a matarme ahora que me había adquirido para ayudarla –siendo un claro beneficio mutuo- donde podría proporcionarle información sobre nuestra cultura y sus reliquias. Si algo había podido notar de ella es que nuestra cultura le fascinaba, sino no habría contratado a un contrabandista que era considerado un paria para sus menesteres con el museo, sino que se habría encargado de encontrar a alguien más digno para el puesto. Al fin y al cabo era una reina, podría conseguir a quien quisiera.
-Lo tendré presente, mí reina, de que os podríais haber cargado a vuestro recién adquirido contrabandista de no haber ejercido el control necesario para dejarme vivir –algo que agradecía, bien podría haberme dejado morir y por el contrario se había contenido para que así no fuera. Aún quedaba esperar si quería algo más de mí porque sellado aquel acuerdo ahora sí que le pertenecía, y aunque hacía unos momentos hubiera estado moviéndome en su interior como dos personas cualquieras, ahora sabía que estaba tratando con la reina, pero sobre todo con aquella a la que le debía lealtad. Y si quería seguir teniendo aquel billete que casi podía rozar con la yema de los dedos. Aún me quedaban preguntas que hacerle sobre la condición recién descubierta, pero también sabía que no era el mejor lugar apropiado para hacerlo, así que esperaba que me dijera qué era lo que quería de mí o si por el contrario podría marcharme. Siete días, me daba una semana de libertad para poner mis asuntos en regla antes de volver y poder irme de aquella ciudad, de aquel país como lo estaba deseando. Su despedida pronunciando mí nombre entero me hizo sonreír de lado, ahora más que nunca le daba un significado mí nombre ante aquella mujer, mí nombre era sinónimo de la muerte… y resultaba que ella estaba muerta. Una ironía más de la vida que me perseguía.
Salí de allí sin mucho más que decir puesto que todo estaba dicho, una semana era lo que tenía de plazo para pasear por aquellas calles a las que no echaría de menos antes de volver con ella y que me llevara a su lado. En esos siete días que transcurrieron me encargaron un par de trabajos más que serían los últimos. Me había vuelto algo conocido en aquel mundo y ahora la gente me quería contratar para que les consiguiera los objetos, peor yo ya no estaba en venta. Lo hizo porque lo necesitaba para subsistir, por última vez, en aquel mundo. A partir de ahora no debía de preocuparme por la comida, por un sitio donde dormir que no fue al aire libre… a partir de ahora todas aquellas necesidades que para mí eran de lujo, las iba a tener al alcance de mí mano. ¿Quién no quería un trato así?
Debía de reconocer que en aquellos días había llevado mis dedos a los orificios que intenté ocultar mientras esperaba que pasara aquella larga semana, más de una vez había deseado volver a sentir sus colmillos rasgar mí piel produciéndome esa sensación que incluso podría ser adictiva, al igual que su sangre deslizándose por mí garganta… negué con la cabeza desechando de nuevo aquellos pensamientos. Todo mis asuntos estuvieron más que arreglados antes de que llegara el último día, me tomé la licencia de repartir algo de venganza con aquellos que se habían burlado de mí al igual que de ir a los museos y observar sus obras, también de ir a la biblioteca y empaparme de sus páginas. Cuando el sol se puso en el día acordado yo ya me encontraba a la espera de que me hicieran pasar ante ella de nuevo, un simple macuto con algunas cosas y la ropa que llevaba encima era lo único que me acompañarían al irme, lo demás no había nada que me perteneciera. En cuanto me dieron el permiso y me acompañaron hasta aquella habitación lujosa de nuevo, como hacía una semana, mis ojos se fijaron en la que ahora sí iba a convertirse la dueña del rumbo de mí vida, la que llevaría a la libertad soñada.
-Buenas noches, mí reina –hice una leve reverencia ahora que sabía su posición social y sonreí de lado- Vuestro humilde servidor espera para partir hacia una vida nueva –porque ninguna de las palabras que había dicho, eran mentira.
Anubis Rashid- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 30/05/2016
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Re: Trying To Scape ~ Privado ~ Egipto
Si bien mi aparición había supuesto, para Anubis, casi la aparición de una diosa particularmente generosa en su vida, dispuesta a ofrecerle aquello que él más deseara a cambio de la pleitesía adecuada, para mí sería un tanto más complicado que eso, y era plenamente consciente de ello desde que le había hecho la oferta. Sin embargo, al mismo tiempo ya había contado con la posibilidad desde que me había trasladado a Egipto, pues anhelaba encontrar a alguien que pudiera ocupar la posición que Anubis había ganado con la mejor de sus armas; por ello, en cierto modo, estaba preparada, aunque sabía que iba a costarme un tiempo prepararlo todo para que sucediera con fluidez. Así, pese a que no tuviera que avisar a nadie de que me lo iba a llevar y al ser la reina de los Países Bajos podía asegurarme de que se convirtiera en un ciudadano de pleno derecho, había otra serie de pasos que debía seguir, y entre ellos se encontraba la preparación de sus dependencias y sus nuevas posesiones en mi reino. Así, desde la noche siguiente a mi partida me encerré lo más próxima posible a un correo que pudiera ir enviando las cartas que escribía sin pausa, dedicadas a mis consejeros y sirvientes en el Palacio Real y con las peticiones, probablemente, más extrañas. ¿Cómo, si no, podían considerarse demandas tales como un vestuario completo, con medidas exactas, de hombre; una habitación próxima a la mía; libros de los clásicos, extraídos de mi propia biblioteca, y preparativos para un invitado a largo plazo? Y por si las misivas a los Países Bajos, donde conocían bien mis excentricidades regias, ya eran raras, las que envié a la servidumbre de mi mansión parisina lo fueron todavía más, ya que replicaba absolutamente las mismas peticiones, con la diferencia de que todo sería mucho más próximo al disponer de menos espacio físico que en mi palacio. En cualquier caso, entre ese tipo de peticiones transcurrieron los primeros días tras nuestro acuerdo, y cuando finalmente pude considerar que todo estaba listo, me quedaban aún los preparativos que debía realizar en Egipto.
En aquella tierra, no obstante, fue todo mucho más sencillo. Cuando se trataba de los caprichos de una europea rica, poco importaba que fuera mujer o que pretendiera excentricidades: tras décadas de conquistas, habían visto absolutamente todo y conocían bien las normas respecto a oír, ver y callar que debían seguir para mantenerse con vida, por lo que mientras tuviera dinero para pagar, estaban dispuestos a ofrecerme lo que fuera. Así pues, no me resultó complicado conseguir otro pasaje en el barco que utilizaría para volver al continente, y menos aún que fuera en primera clase y que la tripulación se comportara de forma discreta ante nosotros y ante mi vida, eminentemente nocturna. Del mismo modo, tampoco supuso un gran esfuerzo proveer de ropajes y de todo lo que necesitara a mi particular invitado, si bien confiaba en que, al ser un hombre acostumbrado a la frugalidad, pudiera sobrevivir con cierta austeridad durante el trayecto de vuelta al continente en el que, a partir de ese momento, viviría hasta que yo así lo decidiera. Por ende, aquellos últimos preparativos no consumieron tanto de mi tiempo como los anteriores, y tuve la oportunidad de dedicar los últimos días de mi estancia en la ciudad a visitar los monumentos que los más desesperados enseñaban a cambio de un puñado de monedas, cantidad que también aceptaban los más vulgares ladrones de tumbas a cambio de obras cuyo valor desconocían, pero que nunca alcanzaba el de mi encargo a Anubis Rashid. Afortunadamente para él, en aquellos días que tuve de plena libertad no conocí a nadie, pese a estar metida en lo más profundo en el mercado negro del arte y de la herencia de sus antiguos reyes, que pudiera igualársele, lo cual no hizo sino reforzar la certeza que poseía en la buena decisión que había tomado en aquel diamante en bruto que yo me encargaría, con los medios adecuados, de pulir a mi antojo y hasta que alcanzara su mayor potencial.
Finalmente, el día acordado llegó, y la suite de aquel hotel, que durante un largo tiempo se había convertido en una maravillosa residencia, se encontraba vacía, salvo por los objetos y mobiliario que le daban el carácter elegante y etéreo que, sin duda, se buscaba. Todas mis posesiones habían sido empaquetadas de antemano, y se encontraban en un carruaje de aspecto más bien europeo que esperaba abajo, en la puerta, a que mi invitado acudiera a mi encuentro, cosa que, con toda la puntualidad posible, hizo. Ni por un momento se me pasó por la cabeza que Anubis no fuera a venir a la cita que ambos, pero sobre todo yo, habíamos acordado; creía conocerlo lo suficiente para saber cómo funcionaba su mente en aquel respecto, y su desesperación había sido tanta y tan palpable que, evidentemente, acudiría a la salida que le había ofrecido. Así pues, cuando vino, yo ya lo estaba esperando, y acepté el respeto que me profesaba con una inclinación, igualmente respetuosa, de cabeza, con la que también le di por saludado. – Me alegra verte, Anubis. Espero que esta semana haya sido suficiente para poner todos tus asuntos en orden. Bien, sígueme; nada nos ata ya a este lugar, y nos están esperando. – lo recibí y lo despaché con la rapidez que él esperaba, ya que seguramente el ansia se lo estaría comiendo vivo, sobre todo ante la perspectiva, tan cercana que era palpable, de que por fin podría marcharse de allí y huir lo más lejos posibles. Lo cierto era que lo comprendía, porque hacía más de un milenio me había visto en la misma situación que él y entendía a la perfección esa necesidad insana de partir; por ello, y porque yo misma también anhelaba volver, no me demoré demasiado, y le hice un gesto para que me siguiera en dirección al carruaje que se encontraba abajo, en la puerta, y en el que nos aventuramos juntos en dirección al puerto.
– Me temo que este va a ser un viaje largo, Anubis, porque el continente es más vasto de lo que parece a simple vista, y vamos a estar obligados a hacer una serie de escalas. La peor parte probablemente sea el viaje por mar, pero me temo que es inevitable porque es la manera más sencilla de llegar hasta Europa. Una vez allí, viajaremos hacia el norte; me he encargado de que esté todo listo para ti en los destinos, y en el barco nos darán también ropajes para que te vayas acostumbrando al clima de nuestro destino. – comencé, cruzándome de piernas y desabotonándome la capa que me cubría el vestido, de un estilo mucho más europeo que el que él me había visto la primera vez que nos habíamos conocido. A continuación, me aproximé hacia él, que estaba sentado frente a mí, y apoyé los codos en el muslo más elevado, mirándolo con franca curiosidad y la confianza que se había ganado hasta aquel momento. – Podríamos librarnos de un tiempo largo de viaje si nos ahorramos las escalas, pero creo que es necesario. Nuestro barco llegará al puerto de Civitavecchia, en la Península Itálica, y considero casi maleducado no hacer una pequeña parada en Roma... Por los viejos tiempos. He pasado bastantes etapas de mi vida allí, y puede ser un buen lugar para que empieces a aprender de la cultura que comparte casi todo el continente. Una vez salgamos de Roma, tal vez recorramos más ciudades, pero mi intención es pasar al Reino de Francia y llegar a París, donde habitualmente resido. Solamente entonces, cuando te habitúes, te llevaré a mi propio reino. ¿Alguna cuestión al respecto? – pregunté, con una ceja elevada, pero abierta a las sugerencias que él decidiera hacer respecto a nuestro viaje. Sin embargo, antes de que respondiera, el carruaje llegó a su destino, el puerto, como nos indicó el cochero, y le dediqué una pequeña sonrisa. – Comienza el viaje, Anubis.
En aquella tierra, no obstante, fue todo mucho más sencillo. Cuando se trataba de los caprichos de una europea rica, poco importaba que fuera mujer o que pretendiera excentricidades: tras décadas de conquistas, habían visto absolutamente todo y conocían bien las normas respecto a oír, ver y callar que debían seguir para mantenerse con vida, por lo que mientras tuviera dinero para pagar, estaban dispuestos a ofrecerme lo que fuera. Así pues, no me resultó complicado conseguir otro pasaje en el barco que utilizaría para volver al continente, y menos aún que fuera en primera clase y que la tripulación se comportara de forma discreta ante nosotros y ante mi vida, eminentemente nocturna. Del mismo modo, tampoco supuso un gran esfuerzo proveer de ropajes y de todo lo que necesitara a mi particular invitado, si bien confiaba en que, al ser un hombre acostumbrado a la frugalidad, pudiera sobrevivir con cierta austeridad durante el trayecto de vuelta al continente en el que, a partir de ese momento, viviría hasta que yo así lo decidiera. Por ende, aquellos últimos preparativos no consumieron tanto de mi tiempo como los anteriores, y tuve la oportunidad de dedicar los últimos días de mi estancia en la ciudad a visitar los monumentos que los más desesperados enseñaban a cambio de un puñado de monedas, cantidad que también aceptaban los más vulgares ladrones de tumbas a cambio de obras cuyo valor desconocían, pero que nunca alcanzaba el de mi encargo a Anubis Rashid. Afortunadamente para él, en aquellos días que tuve de plena libertad no conocí a nadie, pese a estar metida en lo más profundo en el mercado negro del arte y de la herencia de sus antiguos reyes, que pudiera igualársele, lo cual no hizo sino reforzar la certeza que poseía en la buena decisión que había tomado en aquel diamante en bruto que yo me encargaría, con los medios adecuados, de pulir a mi antojo y hasta que alcanzara su mayor potencial.
Finalmente, el día acordado llegó, y la suite de aquel hotel, que durante un largo tiempo se había convertido en una maravillosa residencia, se encontraba vacía, salvo por los objetos y mobiliario que le daban el carácter elegante y etéreo que, sin duda, se buscaba. Todas mis posesiones habían sido empaquetadas de antemano, y se encontraban en un carruaje de aspecto más bien europeo que esperaba abajo, en la puerta, a que mi invitado acudiera a mi encuentro, cosa que, con toda la puntualidad posible, hizo. Ni por un momento se me pasó por la cabeza que Anubis no fuera a venir a la cita que ambos, pero sobre todo yo, habíamos acordado; creía conocerlo lo suficiente para saber cómo funcionaba su mente en aquel respecto, y su desesperación había sido tanta y tan palpable que, evidentemente, acudiría a la salida que le había ofrecido. Así pues, cuando vino, yo ya lo estaba esperando, y acepté el respeto que me profesaba con una inclinación, igualmente respetuosa, de cabeza, con la que también le di por saludado. – Me alegra verte, Anubis. Espero que esta semana haya sido suficiente para poner todos tus asuntos en orden. Bien, sígueme; nada nos ata ya a este lugar, y nos están esperando. – lo recibí y lo despaché con la rapidez que él esperaba, ya que seguramente el ansia se lo estaría comiendo vivo, sobre todo ante la perspectiva, tan cercana que era palpable, de que por fin podría marcharse de allí y huir lo más lejos posibles. Lo cierto era que lo comprendía, porque hacía más de un milenio me había visto en la misma situación que él y entendía a la perfección esa necesidad insana de partir; por ello, y porque yo misma también anhelaba volver, no me demoré demasiado, y le hice un gesto para que me siguiera en dirección al carruaje que se encontraba abajo, en la puerta, y en el que nos aventuramos juntos en dirección al puerto.
– Me temo que este va a ser un viaje largo, Anubis, porque el continente es más vasto de lo que parece a simple vista, y vamos a estar obligados a hacer una serie de escalas. La peor parte probablemente sea el viaje por mar, pero me temo que es inevitable porque es la manera más sencilla de llegar hasta Europa. Una vez allí, viajaremos hacia el norte; me he encargado de que esté todo listo para ti en los destinos, y en el barco nos darán también ropajes para que te vayas acostumbrando al clima de nuestro destino. – comencé, cruzándome de piernas y desabotonándome la capa que me cubría el vestido, de un estilo mucho más europeo que el que él me había visto la primera vez que nos habíamos conocido. A continuación, me aproximé hacia él, que estaba sentado frente a mí, y apoyé los codos en el muslo más elevado, mirándolo con franca curiosidad y la confianza que se había ganado hasta aquel momento. – Podríamos librarnos de un tiempo largo de viaje si nos ahorramos las escalas, pero creo que es necesario. Nuestro barco llegará al puerto de Civitavecchia, en la Península Itálica, y considero casi maleducado no hacer una pequeña parada en Roma... Por los viejos tiempos. He pasado bastantes etapas de mi vida allí, y puede ser un buen lugar para que empieces a aprender de la cultura que comparte casi todo el continente. Una vez salgamos de Roma, tal vez recorramos más ciudades, pero mi intención es pasar al Reino de Francia y llegar a París, donde habitualmente resido. Solamente entonces, cuando te habitúes, te llevaré a mi propio reino. ¿Alguna cuestión al respecto? – pregunté, con una ceja elevada, pero abierta a las sugerencias que él decidiera hacer respecto a nuestro viaje. Sin embargo, antes de que respondiera, el carruaje llegó a su destino, el puerto, como nos indicó el cochero, y le dediqué una pequeña sonrisa. – Comienza el viaje, Anubis.
Invitado- Invitado
Re: Trying To Scape ~ Privado ~ Egipto
El lugar que antes había estado lleno de muebles y decorado cuando había estado la última vez ahora, sin embargo, presentaba un aspecto totalmente vacío en el que no quedaba nada en aquella habitación. Dato que confirmó que tenía todo preparado y que tan solo me estaba esperando a que yo llegara para partir hacia nuevas tierras, y salir de aquel país como siempre había deseo mas pensaba que, como siendo un pobre niño que vivía y vagaba en las calles… solamente se quedaría en eso; un sueño. No había esperado que ella tomara mí oferta tan de primera mano y aunque había sido una negociación más que justa por ambas partes, en una batalla entre los dos que al final acabó siendo firmada de forma carnal y no por escrito, decía que había visto algo en mí por lo que le era de valor… bueno, no había mejor contrabandista que yo en el lugar, y dado lo que le gustaban las reliquias ya que trabajaba para un museo ese era sin duda mí punto más fuerte.
Tenía razón: nada nos ataba ya a aquel lugar y por ello con un leve asentimiento de cabeza comencé a andar tras ella saliendo de aquella estancia. Sus movimientos eran femeninos y elegantes como la digna reina que era, la capa cubría el vestido que se podía entrever llevaba bajo y yo en silencio observando todo a mí alrededor la seguí hasta que llegamos a un carruaje, uno muy distinto del que se utilizaba allí subiendo tras ella para acomodarme sentado enfrente, mientras el carruaje se movía y nos conducía hasta nuestro nuevo destino, mí nuevo destino. Miré por la ventana viendo que nos alejábamos de aquel hotel donde hacía una semana había firmado aquel pacto con aquella mujer, uno que nos beneficiaba a ambos y por el que obtendría mí más ansiada libertad… no podía esperar para empezar a alejarme de aquel país.
Me estaba poniendo al corriente de cómo iba a ser el viaje que nos esperaba, jamás había surcado la mar y esperaba que eso no fuera un impedimento durante el viaje, aunque siempre había sido un hombre que se amoldaba y acostumbraba a donde quisiera que estuviera. Nunca había navegado y sentía cierta curiosidad y expectación por saber qué me depararía cuando zarpáramos en barco, también sentía curiosidad por ver la mar… desde donde vivía se podía observar el horizonte infinito que había de color azul, pero jamás lo había surcado y nunca había visto ninguna especie marina, por lo que sin duda iba a ser todo un descubrimiento para mí aquel simple viaje.
El clima tampoco me importaba, había soportado las gélidas noches del desierto así como sus extremadamente cálidos días, vivir en la calle te hacía fuerte a todo tipo de adversidades y el clima era sobre todo una de ellas, quizás acostumbrarme a la ropa fuera lo que más me costara, pero no era algo que fuera a detenerme ahora que por fin empezaba a ver que de verdad mí sueño se cumplía. Pude observar callado dejando que hablara como desabotonaba la capa que llevaba dejando ver el vestido que anteriormente solo había podido percibir, era muy diferente al que había llevado en la noche de nuestro acuerdo y había que decir que no le quedaba nada mal, como si hubiera sido hecho expresamente para ella. Ya que parecía que se estaba tomando cierta confianza conmigo la observé dejando que terminara de hablar para que me pusiera al corriente de todo. Me explicó cuales eran sus intenciones y al terminar enarcó una ceja dejándome libertad para que hablara… pero esta se vio cortada cuando el carruaje se detuvo anunciando que habíamos llegado a nuestro destino. Sí, comenzaba el viaje.
Bajé de este primero y le tendí mí mano para que ella pudiera bajar aunque quizás no la necesitara, mis ojos recorrieron el puerto y por un momento no pude evitar girarme y ver lo que dejaba detrás en cuanto me montara al barco. Mis ojos recorrieron por última vez los edificios de lo que había sido mí ciudad, sabiendo que no dejaba nada atrás y que por delante tenía todo cuanto había deseado. Me podía ver, años atrás, a mí mismo subido sobre uno de esos tejados contemplando cómo la gente tomaba los barcos y zarpaba de aquella tierra… yo una vez juré que lo haría, y ahora sin duda alguna podía decir que iba a hacerlo.
-Me gustaría decir algo, si se me permite –sabía que debíamos de embarcar aunque no me importó tener que decírselo de camino al barco ya que solamente ella era quien llevaba el ritmo de aquel viaje- El viaje no es algo que me preocupe, siempre he tenido la sensación de que vivía en un grano de arena cuando ahí fuera había todo un mundo por descubrir. Ahora que sé que voy a ver ese mundo no me importa lo que tenga que tardar para llegar a él… he esperado toda una vida por esta oportunidad, el tiempo que tardemos en llegar a nuestro destino no sería nada comparado con toda una vida –de alguna manera quizás el estar encerrado en un barco durante algún tiempo me volviera un poco intranquilo, pero saber que dejaba atrás la vida que había llevado era motivo suficiente como para aguantar lo que viniera por delante- Amanda –murmuré aunque sabía que debía de tratarla con el respeto que se merecía, pero no lo hice por falta de respeto, sino para que supiera cuán en serio eran mis palabras ya que ella me había dado esa confianza de poder ser franco con ella- Durante toda mí vida he vivido en un mundo de sombras y de oscuridad, he vivido bajo el frío invernal a la intemperie, bajo el sol abrasador del desierto… mí vida solo resumía en arena, dunas, y una calima asfixiante que podía matarte si no llevabas cuidado. Robaba objetos de mí propia tierra convirtiéndome en un paria para poder sobrevivir, encerrado en un mundo que no parecía ser el mío y que se me quedaba pequeño. ¿Quieres ir a Roma? Iremos a Roma, siempre he querido conocer el mundo y no me importa el destino siempre que no tenga que volver a pisar esta tierra de nuevo… siempre de alguna forma la llevaré allá donde vaya porque soy de aquí y no es algo que pueda evitar, pero nunca he sentido que perteneciera a ella –hice una leve pausa- ahora eres quien dirige y maneja mí vida y yo, como tú fiel servidor, te seguiré a donde quieras llevarme y te demostraré que soy digno de merecer esa confianza que has depositado en mí. Quizás no sea fácil, quizás algunos cambios me cuesten ya que no he conocido mucho en mí vida aunque me suelo adaptar con facilidad, tengo todo un mundo por descubrir de aquí en adelante. –No tenía ninguna cuestión que hacerle ahora que, por mí parte, había dejado un poco las cosas claras también- No tengo ninguna cuestión al respecto, mí reina, solamente el deseo de partir hacia nuevas tierras –en realidad si tenía una pregunta, pero no era el momento adecuado para hacerla y no quería pensar demasiado en aquello, no quería pensar en el hecho de sus colmillos atravesando mí piel, o de sentir su sangre de nuevo.
Tenía razón: nada nos ataba ya a aquel lugar y por ello con un leve asentimiento de cabeza comencé a andar tras ella saliendo de aquella estancia. Sus movimientos eran femeninos y elegantes como la digna reina que era, la capa cubría el vestido que se podía entrever llevaba bajo y yo en silencio observando todo a mí alrededor la seguí hasta que llegamos a un carruaje, uno muy distinto del que se utilizaba allí subiendo tras ella para acomodarme sentado enfrente, mientras el carruaje se movía y nos conducía hasta nuestro nuevo destino, mí nuevo destino. Miré por la ventana viendo que nos alejábamos de aquel hotel donde hacía una semana había firmado aquel pacto con aquella mujer, uno que nos beneficiaba a ambos y por el que obtendría mí más ansiada libertad… no podía esperar para empezar a alejarme de aquel país.
Me estaba poniendo al corriente de cómo iba a ser el viaje que nos esperaba, jamás había surcado la mar y esperaba que eso no fuera un impedimento durante el viaje, aunque siempre había sido un hombre que se amoldaba y acostumbraba a donde quisiera que estuviera. Nunca había navegado y sentía cierta curiosidad y expectación por saber qué me depararía cuando zarpáramos en barco, también sentía curiosidad por ver la mar… desde donde vivía se podía observar el horizonte infinito que había de color azul, pero jamás lo había surcado y nunca había visto ninguna especie marina, por lo que sin duda iba a ser todo un descubrimiento para mí aquel simple viaje.
El clima tampoco me importaba, había soportado las gélidas noches del desierto así como sus extremadamente cálidos días, vivir en la calle te hacía fuerte a todo tipo de adversidades y el clima era sobre todo una de ellas, quizás acostumbrarme a la ropa fuera lo que más me costara, pero no era algo que fuera a detenerme ahora que por fin empezaba a ver que de verdad mí sueño se cumplía. Pude observar callado dejando que hablara como desabotonaba la capa que llevaba dejando ver el vestido que anteriormente solo había podido percibir, era muy diferente al que había llevado en la noche de nuestro acuerdo y había que decir que no le quedaba nada mal, como si hubiera sido hecho expresamente para ella. Ya que parecía que se estaba tomando cierta confianza conmigo la observé dejando que terminara de hablar para que me pusiera al corriente de todo. Me explicó cuales eran sus intenciones y al terminar enarcó una ceja dejándome libertad para que hablara… pero esta se vio cortada cuando el carruaje se detuvo anunciando que habíamos llegado a nuestro destino. Sí, comenzaba el viaje.
Bajé de este primero y le tendí mí mano para que ella pudiera bajar aunque quizás no la necesitara, mis ojos recorrieron el puerto y por un momento no pude evitar girarme y ver lo que dejaba detrás en cuanto me montara al barco. Mis ojos recorrieron por última vez los edificios de lo que había sido mí ciudad, sabiendo que no dejaba nada atrás y que por delante tenía todo cuanto había deseado. Me podía ver, años atrás, a mí mismo subido sobre uno de esos tejados contemplando cómo la gente tomaba los barcos y zarpaba de aquella tierra… yo una vez juré que lo haría, y ahora sin duda alguna podía decir que iba a hacerlo.
-Me gustaría decir algo, si se me permite –sabía que debíamos de embarcar aunque no me importó tener que decírselo de camino al barco ya que solamente ella era quien llevaba el ritmo de aquel viaje- El viaje no es algo que me preocupe, siempre he tenido la sensación de que vivía en un grano de arena cuando ahí fuera había todo un mundo por descubrir. Ahora que sé que voy a ver ese mundo no me importa lo que tenga que tardar para llegar a él… he esperado toda una vida por esta oportunidad, el tiempo que tardemos en llegar a nuestro destino no sería nada comparado con toda una vida –de alguna manera quizás el estar encerrado en un barco durante algún tiempo me volviera un poco intranquilo, pero saber que dejaba atrás la vida que había llevado era motivo suficiente como para aguantar lo que viniera por delante- Amanda –murmuré aunque sabía que debía de tratarla con el respeto que se merecía, pero no lo hice por falta de respeto, sino para que supiera cuán en serio eran mis palabras ya que ella me había dado esa confianza de poder ser franco con ella- Durante toda mí vida he vivido en un mundo de sombras y de oscuridad, he vivido bajo el frío invernal a la intemperie, bajo el sol abrasador del desierto… mí vida solo resumía en arena, dunas, y una calima asfixiante que podía matarte si no llevabas cuidado. Robaba objetos de mí propia tierra convirtiéndome en un paria para poder sobrevivir, encerrado en un mundo que no parecía ser el mío y que se me quedaba pequeño. ¿Quieres ir a Roma? Iremos a Roma, siempre he querido conocer el mundo y no me importa el destino siempre que no tenga que volver a pisar esta tierra de nuevo… siempre de alguna forma la llevaré allá donde vaya porque soy de aquí y no es algo que pueda evitar, pero nunca he sentido que perteneciera a ella –hice una leve pausa- ahora eres quien dirige y maneja mí vida y yo, como tú fiel servidor, te seguiré a donde quieras llevarme y te demostraré que soy digno de merecer esa confianza que has depositado en mí. Quizás no sea fácil, quizás algunos cambios me cuesten ya que no he conocido mucho en mí vida aunque me suelo adaptar con facilidad, tengo todo un mundo por descubrir de aquí en adelante. –No tenía ninguna cuestión que hacerle ahora que, por mí parte, había dejado un poco las cosas claras también- No tengo ninguna cuestión al respecto, mí reina, solamente el deseo de partir hacia nuevas tierras –en realidad si tenía una pregunta, pero no era el momento adecuado para hacerla y no quería pensar demasiado en aquello, no quería pensar en el hecho de sus colmillos atravesando mí piel, o de sentir su sangre de nuevo.
Anubis Rashid- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 30/05/2016
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Trying To Scape ~ Privado ~ Egipto
Cualquier miedo que pudiera quedarme con respecto a su comportamiento, acerca de si él se aferraría a nuestra manera tan poco ortodoxa de sellar nuestro pacto para establecer demasiadas confianzas conmigo, se esfumó en cuanto él, a sabiendas de que era una vampiresa inmortal y ágil como solamente un depredador de mi calibre podía serlo, me agarró la mano y me ofreció salir del carruaje. Gustosamente acepté su ofrecimiento, con toda la elegancia que había acumulado con los años a base de práctica y de pulir y domar mi carácter, e incluso le permití unos instantes a solas con sus pensamientos, pues era necesario que se despidiera de todo lo que había conocido para emprender un viaje de las magnitudes de aquel que yo le ofrecía. Ah, si tan solo a mí me hubieran ofrecido la posibilidad cuando robaron del seno de la familia en cuyo seno me había criado con toda la felicidad y ninguna de las preocupaciones... Nuestra situación era diferente, por supuesto, porque yo había sido una esclava y él había aceptado una oferta hecha en igualdad de condiciones, sin obligarlo en absoluto, aunque tal vez fuera culpable de haberlo guiado hasta la decisión que más me convenía que tomara para beneficio mutuo, no solamente mío. Aun así, comprendía bien que quisiera despedirse, pues estaba a punto de cerrar la puerta a todo lo que había considerado el paisaje de su existencia durante las décadas que había durado su vida; hasta si no lo apreciaba, tal vez terminaría echándolo de menos si todo se hacía muy cuesta arriba en el continente del que yo provenía y al que ambos nos dirigíamos. ¿Quién sabía? A lo mejor su certeza se esfumaba al darse cuenta de que no se integraba, o tal vez se daba cuenta de que prefería vivir con la libertad de hacer lo que le viniera en gana y aceptar los encargos que deseara, sólo las circunstancias podrían asegurarlo. Sin embargo, él parecía convencido, y así me lo indicaron sus palabras, ante las cuales asentí y sonreí, encantada por su disposición tan abierta desde un inicio. Desde luego, eso facilitaba un tanto las cosas...
– Hay algo que tienes que entender, Anubis: el viaje es parte del destino. Podrías dormir todo el camino, quedarte en el carruaje mientras me ocupo de los asuntos que me esperan en los destinos de las escalas, pero ¿qué sentido tendría? Hay cosas que debes ver, culturas nuevas a las que tienes que acostumbrarte, y sobre todo has de aprender, para lo cual es inevitable que pares y absorbas todo cuanto puedas. Es un consejo, pero acéptamelo: te beneficiará no llegar tan pronto como podemos hacerlo. – aclaré, acariciándole el hombro durante un momento e intentando, por todos los medios, que me entendiera. No era un simple capricho mío realizar escalas, de hecho podíamos llegar a Civitavecchia y dirigirnos inmediatamente a París, sin más paradas que las necesarias para cambiar los caballos y para que ambos nos alimentáramos, aunque fuera de cosas diferentes porque ni él necesitaba sangre ni yo la comida que él se llevaba a los labios. No, por supuesto que existía la posibilidad de acortar el viaje, pero le beneficiaría que me tomara mi tiempo y me concentrara en darle lo mejor de mi parte para honrar el trato al que habíamos llegado, ya que consideraba que lo merecía. – Confía en mí, Anubis. No te he dado motivos para que no lo hagas, así que créeme cuando te digo que creo que es lo mejor para ti y para tu educación, no porque vaya a tenerte como un chico de los recados al que arrastro por ahí sin la menor consideración. – afirmé, dándole un último apretón, y entonces di por finalizada la conversación, al menos por el momento, ya que no había nada que añadir al respecto. Él había acatado mi autoridad, aunque no hubiera terminado de entender bien que me preocupaba por que tuviera la mejor educación posible; dado que me había reconocido como reina, de una vez, su destino me pertenecía, y por eso pude indicarle que subiera al barco conmigo sin que él me lo discutiera, ya que no estaba, a partir de ese momento, en posición de hacerlo.
Con un gesto, la tripulación nos ayudó a subir a ambos, a mí como una invitada de honor, ya que eran conscientes de mi posición social y de mis riquezas, y a él como mi invitado de honor, ya que como tal lo había presentado. Además, junto a nosotros se ocuparon también de nuestro equipaje, y enseguida nos encontramos instalados en sendos camarotes, protegidos debidamente de la luz solar por petición expresa mía, y a la espera de que el barco iniciara su largo viaje hacia la Península Itálica. En cuanto nuestras pertenencias, las que me pertenecían a mí porque así lo había deseado y las que le había otorgado a él para ayudarlo en su transición, se encontraron extendidas y guardadas en los camarotes, le hice un gesto para que me acompañara a cubierta, donde el capitán del barco nos saludó y dio un breve discurso antes de iniciar el trayecto hacia mi continente, mis tierras y mis dominios, aunque algunos de ellos hiciera décadas que no los pisaba ni visitaba. Así, una vez su voz se esfumó por completo del aire que nos rodeaba, me apoyé en la barandilla y miré hacia el infinito, hacia el azul del Mare Nostrum que cada vez se me antojaba más amigable y mío, y no pude evitar sonreír. – Roma siempre me trae recuerdos agridulces. Algunos de mis mejores momentos los he vivido allí, pero también de los peores. Lo que hay ahora, comparado con cuando la descubrí yo, es un mundo de diferencia, pero puedes ver los restos del pasado en cada edificio, incluso literalmente en los trozos de mármol arrancados de templos y construcciones para iglesias y casas modernas. – expliqué, sin prestar atención realmente a si me escuchaba, y entonces noté el suave susurro de las velas extendidas, que hablaban del viaje que estaba de hecho comenzando en ese momento. Como si me lo hubieran recordado, miré a Anubis y le ofrecí sentarse a mi lado, pues quería que me escuchara, y la cercanía era necesaria para ello. – Tengo algunas cosas que pedirte durante el viaje. En tierra no tengo problemas porque puedo manejarme, pero en alta mar, tendrás que ayudarme a que el sol no se cuele en mi camarote y no me toque la piel ni siquiera un rayo. Además, aquí no puedo alimentarme de cualquiera... Me he asegurado de que te den los mejores alimentos, pero a cambio tendrás que permitirme beber de tu sangre para subsistir. – expuse, y si bien sabía que pedía mucho, lo cierto era que no podía negarse.
– Hay algo que tienes que entender, Anubis: el viaje es parte del destino. Podrías dormir todo el camino, quedarte en el carruaje mientras me ocupo de los asuntos que me esperan en los destinos de las escalas, pero ¿qué sentido tendría? Hay cosas que debes ver, culturas nuevas a las que tienes que acostumbrarte, y sobre todo has de aprender, para lo cual es inevitable que pares y absorbas todo cuanto puedas. Es un consejo, pero acéptamelo: te beneficiará no llegar tan pronto como podemos hacerlo. – aclaré, acariciándole el hombro durante un momento e intentando, por todos los medios, que me entendiera. No era un simple capricho mío realizar escalas, de hecho podíamos llegar a Civitavecchia y dirigirnos inmediatamente a París, sin más paradas que las necesarias para cambiar los caballos y para que ambos nos alimentáramos, aunque fuera de cosas diferentes porque ni él necesitaba sangre ni yo la comida que él se llevaba a los labios. No, por supuesto que existía la posibilidad de acortar el viaje, pero le beneficiaría que me tomara mi tiempo y me concentrara en darle lo mejor de mi parte para honrar el trato al que habíamos llegado, ya que consideraba que lo merecía. – Confía en mí, Anubis. No te he dado motivos para que no lo hagas, así que créeme cuando te digo que creo que es lo mejor para ti y para tu educación, no porque vaya a tenerte como un chico de los recados al que arrastro por ahí sin la menor consideración. – afirmé, dándole un último apretón, y entonces di por finalizada la conversación, al menos por el momento, ya que no había nada que añadir al respecto. Él había acatado mi autoridad, aunque no hubiera terminado de entender bien que me preocupaba por que tuviera la mejor educación posible; dado que me había reconocido como reina, de una vez, su destino me pertenecía, y por eso pude indicarle que subiera al barco conmigo sin que él me lo discutiera, ya que no estaba, a partir de ese momento, en posición de hacerlo.
Con un gesto, la tripulación nos ayudó a subir a ambos, a mí como una invitada de honor, ya que eran conscientes de mi posición social y de mis riquezas, y a él como mi invitado de honor, ya que como tal lo había presentado. Además, junto a nosotros se ocuparon también de nuestro equipaje, y enseguida nos encontramos instalados en sendos camarotes, protegidos debidamente de la luz solar por petición expresa mía, y a la espera de que el barco iniciara su largo viaje hacia la Península Itálica. En cuanto nuestras pertenencias, las que me pertenecían a mí porque así lo había deseado y las que le había otorgado a él para ayudarlo en su transición, se encontraron extendidas y guardadas en los camarotes, le hice un gesto para que me acompañara a cubierta, donde el capitán del barco nos saludó y dio un breve discurso antes de iniciar el trayecto hacia mi continente, mis tierras y mis dominios, aunque algunos de ellos hiciera décadas que no los pisaba ni visitaba. Así, una vez su voz se esfumó por completo del aire que nos rodeaba, me apoyé en la barandilla y miré hacia el infinito, hacia el azul del Mare Nostrum que cada vez se me antojaba más amigable y mío, y no pude evitar sonreír. – Roma siempre me trae recuerdos agridulces. Algunos de mis mejores momentos los he vivido allí, pero también de los peores. Lo que hay ahora, comparado con cuando la descubrí yo, es un mundo de diferencia, pero puedes ver los restos del pasado en cada edificio, incluso literalmente en los trozos de mármol arrancados de templos y construcciones para iglesias y casas modernas. – expliqué, sin prestar atención realmente a si me escuchaba, y entonces noté el suave susurro de las velas extendidas, que hablaban del viaje que estaba de hecho comenzando en ese momento. Como si me lo hubieran recordado, miré a Anubis y le ofrecí sentarse a mi lado, pues quería que me escuchara, y la cercanía era necesaria para ello. – Tengo algunas cosas que pedirte durante el viaje. En tierra no tengo problemas porque puedo manejarme, pero en alta mar, tendrás que ayudarme a que el sol no se cuele en mi camarote y no me toque la piel ni siquiera un rayo. Además, aquí no puedo alimentarme de cualquiera... Me he asegurado de que te den los mejores alimentos, pero a cambio tendrás que permitirme beber de tu sangre para subsistir. – expuse, y si bien sabía que pedía mucho, lo cierto era que no podía negarse.
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