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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Anubis Rashid Vie Jun 03, 2016 9:40 am

Recuerdo del primer mensaje :

La noche se cernía sobre la ciudad con los últimos rayos del sol alumbrando sus calles dándole un aspecto anaranjado, que recordaba al color de las dunas y de la arena del desierto. Hacía un poco de aire que traía algo de frescor para el calor que hacía en la ciudad, aliviando así el sofoco que habíamos tenido durante todo el día y del cual el sol había sido el único culpable. Comenzaba a entrar la noche y ya se notaba los movimientos en las calles.

Hacía muchos años que llevaba viviendo en las calles desde que apenas tenía siete años, y de aquello hacían ya quince años. Silbé ante el mero recuerdo de cómo habían pasado los años mientras recordaba cómo fue quedarme sin nada siendo tan joven, teniendo que malvivir en la calle y aprender a base de golpes y errores. Me habían engañado mucho cuando era más pequeño, se habían aprovechado de mí sacando aquello que querían, dejando que yo hiciera el trabajo más sucio para luego… quedarse ellos con la propina. Cuántos días había pasado sin tener que llevarme algo a la boca, cuántas noches sin tener un techo donde dormir amparado bajo el frío manto de la noche… con las estrellas como únicas compañeras.

De todo se aprendía en la vida y, conforme fui creciendo, me fui manejando mejor en lo que era la vida callejera. Había aprendido en que no se podía confiar más que en uno mismo, y que debía de desconfiar de todo cuanto me dijeran e hicieran. También aprendí a manejarme mejor y a poder conseguir algo de comida. Había visto muchas veces como la gente se las ingeniaba para robar y había aprendido de todo ello, haciendo mis propias maneras y formas de hacerlo. Entrenaba todos los días para estar en buena condición física por lo que pudiera pasar y poder huir con relativa facilidad. En la adolescencia era donde más había aprendido y donde más perfeccioné todas las técnicas que sabía… hasta el punto en el que fui la comidilla de la ciudad. Era uno de los mejores ladrones que había y aquello me aportó cierta fama.

Aprendí a moverme entre las sombras, a camuflarme con el entorno, a pasar desapercibido en una y mil maneras diferentes… tanto que ni siquiera reparaban en mí presencia. En mí cabeza los planes para robar se formaban en cuanto llegaba al sitio y eran tan fieles y precisos que ni la guardia podía capturarme. Me fundía con el entorno mientras mi mente trazaba un plan, perfecto, que no contenía fallo alguno. Y así fue como tuve cierta reputación en el mundo de los contrabandistas… tanto, que me habían hecho una oferta que, con todo el dolor de mí corazón, pude rechazar.

Robar obras de arte egipcias no era algo que hubiera soñado hacer ni que me había planteado en cuanto empecé a ser un contrabandista para poder subsistir. Adoraba la cultura a la que había pertenecido y me había criado escuchando sus historias, sus relatos y sus leyendas. Había ido a los museos muchas veces con mí padre, que era un entendido de la materia, y me había dejado llevar por la pasión que él sentía. Pasión que se trasladó a mí, una que ahora tenía que dejar de lado y convertirme en lo que muchos llamaban un paria, algo que no estaba bien visto en la sociedad pero que sería mi pasaporte para salir de aquel país.

Suspiré sentado en el bordillo de uno de los tejados de la ciudad mientras esperaba a que la noche cayera del todo sobre ella, vestido con ropajes negros que me ayudarían a camuflarme aún más en la oscuridad de la noche, repasando el plan mental que debía de llevar a cabo. Aquella noche me habían encargado robar una estatuilla del dios Ra, uno de los grandes Dioses que teníamos. Sabía donde estaba localizada y lo que debía de hacer para llegar hasta ella. Sabía que había dos guardias en la entrada y otro dentro patrullando aquella habitación. Los días anteriores me había pasado por aquel lugar a diferentes horas para ver cómo estaba de custodiada y había visto que siempre había dos guardias fueras, y que el cambio del guardia que había dentro se producía cada cierto tiempo… por lo que sería, en ese preciso momento, cuando debía de actuar.

La habitación constaba de una única puerta de entrada que era donde estaban los guardias fuera, pero además tenía dentro una pequeña ventana por donde tenía la intención de entrar. Era pequeña, muy pequeña, pero estaba convencido de que podría colarme sin ningún tipo de problema. Las casas que había alrededor eran perfectas porque podía acceder saltando desde los tejados, ya que estaba en una planta superior, y desde donde debía de entrar. Suspiré y me levanté sabiendo que había llegado la hora, salté a un toldo dejándome caer para llegar hasta el suelo y comencé a moverme entre las callejuelas para llegar al sitio donde estaba la estatuilla. Sabía que había más cosas en aquella habitación, pero el encargo era aquella solamente, y era lo que iba a robar.

No tardé muchos minutos en llegar hasta a aquel edificio y me asomé desde la esquina. Los dos guardias estaban tal y como había pensado en la entrada, sonreí de lado y me di la vuelta para trepar hasta una de las casas como había hecho las veces que había observado el lugar, llegando hasta el tejado que era desde donde saltaría a la ventana. Desde donde estaba se podía ver perfectamente el interior de la habitación, y donde estaban los guardias. Esperé atentamente a que el que había dentro saliera por la puerta mientras no quitaba un ojo de encima a la puerta que daba a la calle, desde donde el otro guardia que cambiaba de turno se acercaba. ¡Bingo! En cuanto saliera por la puerta apenas tendría un par de minutos hasta que el otro subiera y entrara a la habitación, que era lo que solían tardar normalmente.

En cuanto salió no me lo pensé dos veces y salté hacia la ventana, era estrecha pero mí cuerpo también lo era y aunque rozaba en los bordes pude deslizarme en su interior sin hacer ruido, como si fuera un felino que estuviera acechando a su presa. Me acerqué hacia donde estaba la estatuilla en cuestión, la metí en una bolsa que llevaba siempre conmigo, y tan sigiloso y raudo como había entrado… salí por la ventana. El tiempo justo cuando entró el otro guardia por la puerta. Para cuando quisieran darse cuenta de que les faltaba algo… yo ya estaría muy lejos. Mi billete hacia la libertad y la salida de aquel país estaba en marcha.



-Serás mi billete hacia la libertad -murmuré con una sonrisa torcida mirando la estatuilla, camuflándome de nuevo entre la oscuridad de las calles.
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Mensaje por Anubis Rashid Dom Abr 23, 2017 11:10 am

Amanda tenía razón en una cosa, y era que el consejo que me había dado debía de tomarlo… no porque me lo hubiera dado ella, sino porque tenía razón en sus palabras. Iba a descubrir un nuevo mundo, uno que sin ella yo jamás habría tenido la oportunidad de ver y de conocer, atrás iba a quedar un país que aunque siempre llevaría en mí corazón pues a pesar de todo, no podía negar de donde era, un mundo nuevo de posibilidades se abría ante mí. Quedarme en el barco o en el carruaje no sería la mejor de las decisiones ahora que iba a viajar y a conocer mundo, si estaba ahí para que todos pudieran recorrerlo, ¿por qué quedarme solo en lo que había conocido? Aceptaría el consejo que me dio y la acompañaría cuando tomara tierra, quería ver cuán de diferentes podían ser las diferentes culturas que había en el mundo, y no solo eso, sino también sus ciudades, sus gentes, sus costumbres…

Pronto tras un apretón de ella en mí hombro tras mis palabras permitiéndome ser franco con ella, y su consejo, la acompañé hasta el barco donde nos ayudaron a subir y donde vi cómo la trataban a ella, pero también cómo me trataban a mí. No estaba acostumbrado a recibir ese tipo de tratos hacia mí persona, de hecho, siempre había sido más bien repudiado por lo que era y no había tenido trato de favor ninguno, así que me sentía un poco… como si estuviera fuera de lugar, algo incómodo ante las atenciones de las que siempre había carecido, pero que sabía que a partir de ahora y estando con ella iban a ser de manera sucesiva, pues pese a todo era una Reina, y como tal debían de tratarla.

Seguramente ella habría dispuesto todo para el viaje y no pude preguntarme qué tipo de ropa habría escogido para mí en aquella travesía, porque estaba claro que yo no tenía mucha ropa que llevar, es más, apenas tenía un par de atuendos y lo que conseguía robar para ir cambiándola de vez en cuando estaba quedaba demasiado rota. Pude verla en los camarotes que íbamos a ocupar cada uno y no hice comentario alguno porque atrás dejaba una vida y debía de empezar a acostumbrarme a la que se extendía ante mí. La seguí hasta la cubierta de nuevo donde el capitán dio un discurso, del cual poco me enteré hasta que al terminar la cubierta quedó vacía salvo por nosotros dos donde contemplé a la mujer que ahora era dueña de mí destino y de mí vida, apoyarse contra la barandilla.

Hice lo propio observando como ella el mar que se extendía en el horizonte y miré hacia el cielo, iba a ser la última vez que viera el cielo nocturno y estrellado de Egipto, donde no esperaba volver nunca más y si lo hacía sería para no volver a regresar a esa vida que había estado llevando aquellos años. Mis ojos se centraron en ella hablando sobre Roma y los recuerdos que le traía, sabía algo de esa cultura porque también los romanos habían estado en Egipto durante un tiempo y algo había quedado de ellos, aunque claro, yo me había especializado en mí cultura y en mí pueblo. Tras sus palabras y casi el deje melancólico que había en ellas no pude evitar enarcar una ceja y observarla, si no supiera que era como la diosa Sekhmet, fuerte y poderosa, jamás habría pensado que pudiera ser… ¿vampira? Las velas anunciaban que el viaje empezaba y ella me hizo una seña para que me sentara a su lado y así lo hice.


-¿Cuántos años tenéis, mí reina? –Pregunté porque parecía haber vagado muchos años por la tierra, y más cuando había hablado de los cambios que había visto en Roma, cambios que normalmente no se producían en pocos años- Conozco algo de la cultura de Roma, fue un pueblo que también convivió con el mío hace muchos años y, aunque en menor medida, todavía quedan retazos de aquella época pasada y algo de sus costumbres aunque sean menos han perdurado en nuestro pueblo tras generaciones. Aunque no sé mucho de sus gentes, sí que sé algo sobre su mitología y sus dioses –comenté para luego dejarla hablar y decirme que tenía que ayudarla a que no entrara ningún rayo de sol por la ventana, que había dispuesto los mejores alimentos para mí y que además… debía dejar que bebiera de mí sangre. Ese era otro de los motivos que quise decirle antes y no pude porque no sabía realmente cómo hacerlo, y entendí por qué siempre nos veíamos de noche, porque el dios Ra no podía alcanzarla con su luz y debía de vagar bajo Nut y su cielo estrellado, por toda la eternidad- No dejaré que ningún rayo entre en el camarote –aseguré observándola- Eres como la Diosa Nut –dije de forma breve y luego la miré con un escalofrío recorrerme el cuerpo al saber que, de nuevo, sentiría sus colmillos atravesar mí piel para que bebiera de mí sangre. Y lo peor de todo, es que no podía decirle que tras aquello la idea de que eso volviera a pasar había estado rondando por mí cabeza, como si fuera algo que me gustó –cosa que así fue- y de la cual no sabía si volvería a pasar de nuevo- No os faltará alimento mientras estemos en el barco –dije observándola, sabía que no podía decirle a cualquiera que debía de tomar sangre para subsistir, así que yo pasaría a dejar que bebiera de mí sangre para mantenerla con vida los días que estuviéramos en alta mar- Esta noche, ¿tenéis que beber de mí? –Pregunté por qué no sabía si se había alimentado ya o tendría que hacerlo de mí cuello. Mí nuevo viaje comenzaba, hacia otras tierras diferentes, y hacia una vida mejor de lo que jamás llegué a soñar que tendría.
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Mensaje por Invitado Mar Abr 25, 2017 2:46 pm

Comprendía su curiosidad, por supuesto, y estaba segura de que la edad de un vampiro era algo que cualquier humano se preguntaba en cuanto conocía a uno, pero ¿realmente quería saberlo...? No se trataba de una cuestión de timidez por mi parte, aunque fuera consciente de que durante toda mi existencia me habían repetido que preguntarle la edad a una dama era un signo inequívoco de mala educación; no, se trataba, simplemente, de que no sabía si lo comprendería, tan sencillo como eso. Por mucho que le dijera mi edad, no sería capaz de comprenderla en toda su magnitud, ya que su concepto del tiempo estaba enteramente limitado por su mortalidad, mientras que el mío había sido estirado y estirado hasta asimilar que mi destino era, con toda probabilidad, la inmortalidad, algo tan vasto que a veces costaba incluso abarcarlo. Así pues, a mí me resultaba perfectamente lícito comprender que mi edad superaba el milenio y medio, y era al mismo tiempo capaz de asimilar la profundidad de tantos años; para él, sin embargo, no podía resultar más complejo entenderlo, así que, realmente, no sabía si serle sincera o no. Tal vez podía aprovechar la oportunidad para empezar a enseñarle modales, para tratar de convencerlo de que no fuera preguntando felizmente su edad a todas las vampiresas que, junto a mí, conocería porque formaban parte de mi entorno; sin embargo, el pensamiento recurrente de su falta de comprensión no se había disipado, y realmente me encontraba en dudas con respecto a qué hacer. Ante ello, sólo me quedaba preguntarme si siempre sería tan complicado lidiar con un humano curioso e inocente, o si simplemente se trataba de Anubis y de su personalidad, que lo hacían todo más particular que con el resto de seres con los que lidiaba a diario. Lo más probable era que se tratara de lo segundo, de Anubis siendo exactamente como era, pero, como en el tema del tiempo, también tendría que convivir con la duda acerca de si era lo correcto o no.

– Tengo los suficientes para conocer bien esa cultura que a ti te ha llegado de oídas, para haber tenido que rezar a esos dioses y obedecer a esos emperadores que utilizaban Egipto como su provincia, casi como ahora, pero con un control mucho más directo. Tal vez quede más en Egipto ahora que en la propia Roma de lo que viví yo entonces, lo cierto es que no me lo he llegado a plantear del todo nunca, porque tal vez el paño de la nostalgia me cubra los ojos y me impida ver la realidad con claridad. – respondí, evasiva, y me encogí de hombros mientras el mar atrapaba mi mirada, con el mismo efecto que siempre tenía en mí: atracción, mayor incluso que la que me provocaban muchos hombres y mujeres; un deseo horriblemente difícil de contener de introducirme en las aguas oscuras y simplemente vagar, hasta que alguien me encontrara... o yo encontrara a alguien a quien embrujar, cual sirena de los mitos que tal vez él no conocería, pese a que Roma los había reutilizado desde el inicio de su Historia. Apartando aquellos pensamientos de mi mente, me giré de nuevo hacia él, consciente de la tremenda evasiva con la que había respondido, y esbocé una sonrisa pequeña, pero sincera. – Tengo más de mil, creo que hasta eso es ya mucho para que tu mente lo asimile. Para mí, el tiempo no pasa de la misma forma que para ti; tu vida es un parpadeo para mí, mientras que mi existencia es algo que no puedes ni siquiera abarcar, porque no vas a vivir tanto tiempo, y quizá ni siquiera tengas ganas de hacerlo. Pero me convirtieron cuando apenas tenía tu edad, o al menos la edad que calculo que tú tienes ahora; resulta difícil de saber con los cambios de calendario, pero sí, era muy joven entonces y por eso lo parezco ahora. – añadí, casi indiferente.

Apenas dedicaba más de un pensamiento al hecho de que me habían arrancado de mi vida siendo apenas una adulta, pues para mí, entonces, era como si fuera una anciana por todo lo que había vivido, por mis circunstancias y por todo a lo que me había tenido que enfrentar desde que había madurado demasiado rápido, culpa de la esclavitud. Hacía mucho que había dejado de preocuparme por aquella nimiedad, por el hecho de que casi había sido una niña, y al mismo tiempo estaba lejos de serlo (para entonces, las mujeres romanas que eran ciudadanas de pleno derecho ya estarían casadas y con varias criaturas a su cargo), cuando me habían asesinado y me habían invitado a una vida que prefería, definitivamente. Aunque sólo fuera por la cantidad de oportunidades que había disfrutado desde entonces y que, de otro modo, me habrían estado negada; el dolor había merecido la pena, igual que la crueldad, todo retazos de una vida que se me había cedido a cambio de habérseme arrebatado otra, y no pensaba quejarme, en absoluto. Y con esa certeza en mente decidí responder a Anubis, que parecía haber esperado con paciencia a que mis pensamientos se marcharan de viaje muy lejos de allí, no solamente en cuanto al espacio, sino también en cuanto al tiempo. – No, esta noche ya he bebido. Además, prefiero que te fortalezcas un poco antes de volver a morderte: si te extraigo mucha sangre puedes debilitarte, y ninguno de los dos queremos eso, ¿verdad que no? – pregunté, de forma absolutamente retórica, y con aire juguetón le di un toquecito en la nariz, para después volver a apoyarme en la barandilla. – Creo que deberías ir a dormir. Será sospechoso si no apareces en el barco de día; al menos uno de los dos tiene que hacerlo, y yo no tengo esa posibilidad.
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Mensaje por Anubis Rashid Mar Mayo 02, 2017 9:20 am

Quizás Amanda no me respondiera a la pregunta de cuántos años tenía, a mis ojos era una joven que quizá pudiera tener un par de años más que yo pero no sabría decir exactamente cuánto tiempo tendría en realidad. Decía que había visto muchos cambios en la ciudad que parecía añorar y que esta era Roma, los cambios en el tiempo no se hacían de forma rápida y apresurada, tenían y conllevaban muchos siglos así que quizás con ese pequeño dato pudiera hacerme una idea de la verdadera edad de esa mujer, aunque había de admitir que cuando me dio aquella evasiva mis ojos se perdieron en el océano que se extendía en el horizonte sin querer preguntarle de nuevo, no sería propio de mí y además ahora estaba bajo su mandato y su cuidado, y no quería empezar mal aquel viaje nada más partir de Egipto.

Tuve que admitir que cuando finalmente volvió a hablar tras unos instantes en los que pensé que ya no lo haría, mis ojos fueron de nuevo hacia ella fijándome en su rostro que aunque reflejaba su aspecto joven para nada me habría atrevido a decir que contaba con mil años… mil años, todo un milenio de vivencias, de experiencias, de cambios de civilizaciones que mostraban un antes y un después. Mis labios se abrieron de forma leve por aquella revelación, aunque decía que tenía más de mil… sí, era demasiado para asimilar cuando te dabas cuenta de que habían seres que caminaban por el mundo y que contaban con siglos e incluso milenios a sus espaldas, siempre con el mismo aspecto al igual que pasaba con los dioses. Para mí era un poco extraño porque sabía que ella no era una Diosa, al menos no una como las que mí cultura relataba aunque pudiera parecerlo.

Ella decía que el tiempo pasaba diferente y quizás tuviera razón, para ella la vida de un humano debía de ser un mero parpadeo perdido entre sus miles de años… ¿Cómo sentían entonces la percepción del tiempo? Ni siquiera llegaba a imaginarme como era tener mil años con el mismo aspecto, ¿cómo haría para que nadie pudiera reconocerla, con el mismo semblante siempre? Aquello me suscitaba más dudas que respuestas y la contemplé repasándola con mis ojos ante la revelación de la edad que tenía. Seguramente habrían vampiros muchos más viejos que ella y ni siquiera quise preguntarme qué edad tendría el más viejo de ellos… no era algo que fuera con mí cultura aunque sentía un poco de curiosidad.


-Mil años… -dije en un susurro volviendo a fijar mí vista al mar, ¿qué eran mil años comparados con los que yo tenía? Apenas un mero suspiro de su vida. También añadió que había sido transformada con mí edad aunque no sabía exactamente a lo que se refería, para nosotros nuestros dioses no envejecían y ya aparecían con ese apariencia, así que supuse que fue cuando dejó de ser humana para ser lo que era a día de hoy- tendréis que haber visto y vivido demasiado –me pregunté qué haría yo si me dieran mil años para vivir y, la verdad, es que no sabía exactamente la respuesta a esa pregunta. Quizás plagarme de lujos, quizás recorrer el mundo… pero ella tenía razón; nunca lo iba a saber y si decía que no lo querría quizás es porque era mejor así. Vivir eternamente… sonaba muy bonito, pero al final quizás hasta te acababas cansando de la vida que llevabas sin tener un punto y final, que era una de las cosas que nos diferenciaba a los mortales de los dioses.

Me sacó de mis pensamientos cuando dijo que por esa noche no bebería de mí, que necesitaba alimentarme y que no era bueno para ninguno de los dos que me debilitara ya que iba a ser su único sustento durante el viaje. Tocó mí nariz con uno de sus dedos en un gesto infantil que me hizo mirarla de forma fija, para nada algo que una reina haría en presencia de su súbdito, volviéndose a apoyar en la barandilla. Decía que debía de dormir puesto que si ella no podía pasearse por el día yo debía de hacerlo o sería demasiado sospechoso, y tenía razón. Lancé un leve suspiro mirando a la mar antes de girarme hacia ella y sonreír de lado haciendo una pequeña reverencia como la reina que era.



-Me retiro a dormir entonces, mí reina. Si desea algo ya sabe cuál es mi camarote, debería de avisarme antes de que salga el sol para cerciorarme de que no entra luz en este y pueda estar tranquila durante el día –ladeé un poco el rostro y me mordí el labio un momento observándola a la luz de las estrellas- Que tenga una buena noche, mí reina –le hice un gesto antes de esperar por si quería algo y me alejé en dirección donde tenía el camarote. Habían baúles en la habitación y no quise abrirlos sabiendo que seguramente dentro se encontrara diferente estilo de ropa, me dejé caer sobre la cama notando el leve mecer del barco que avanzaba hacia mí nuevo destino y una vida nueva plagada de lujos y de experiencias que en Egipto jamás hubiera tenido. Al final acabé por tumbarme en la cama intentando conciliar el sueño, era la primera vez que montaba en un barco y no estaba acostumbrado al balanceo de este, que aunque era leve, podía notarlo tumbado en la cama. Poco a poco el sueño fue abriéndose paso por mí cuerpo y me dejé caer rendido, sabiendo que una vida nueva comenzaba, atrás quedaba el Anubis que luchaba por sobrevivir un día más en las arduas arenas del desierto.
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Mensaje por Invitado Mar Mayo 16, 2017 2:36 pm

No me detuve a contemplar el horizonte desconocido, bañado por un Mare Nostrum tan negro como solamente la noche podía volverlo en contraposición al azul que, en la Península a la que nos dirigíamos, tenía un nombre propio: ese azzurro con el que me había pasado siglos soñando, recordando las veces que lo había dado por sentado en mi vida mortal, al igual que el Sol. Al astro rey, sin embargo, no lo añoraba tanto; desde niña, pasar mucho tiempo bajo la aplastante esfera me había dado dolores de cabeza, de ojos y rojeces en la piel, y coqueta como había sido por obligación, primero por encontrar un marido apropiado a mi posición y después por caprichos de mis distintos amos, me habían preferido pálida a bronceada, desde siempre. La palidez se equiparaba con alta cuna, con no haber pisado jamás el exterior para dedicarse a un trabajo donde alguien se partiera el lomo de sol a sol, y si bien de niña había tenido la tez algo dorada y pecosa, el hecho era que seguía siendo pelirroja en el fondo, y por tanto, siempre sería marmórea, vampiresa o no. Por un momento, esa línea de pensamiento me condujo a una pregunta que se tornó acuciante durante un breve segundo: ¿cómo sería Anubis de vampiro? No tenía planeado transformarlo, por supuesto, ya que eso era algo que solamente hacía por aquellos que me seducían de una forma mucho más profunda que la que había conseguido él; aun así, él se caracterizaba por su piel tostada, olivácea, de origen claramente mediterráneo. ¿Cómo lo trataría, en el improbable caso de regalársela, la inmortalidad...? ¿Le permitiría mantener ese rasgo tan definitorio suyo como su mirada límpida y azul o, por el contrario, eliminaría el paso de la arena y del sol de alguien que se había visto obligado a soportarlos toda su existencia mortal? Y, no menos importante, ¿querría él...?

Todos cambiábamos con el vampirismo, todos y cada uno de nosotros éramos diferentes a como lo éramos de humanos, especialmente si había pasado un cierto tiempo desde la transformación. Yo había sido una princesa malcriada, después una esclava muda y débil, y desde mi transformación, una bestia disfrazada de dama, que ocasionalmente se volvía más a un lado de la balanza u otro, dependiendo de las circunstancias; no había permanecido inmutable, en absoluto, y aunque pudiera discutirse si esas evoluciones habían sido aspectos diferentes de mi personalidad saliendo a la luz en un momento dado, lo cierto era que había habido dinamismo hasta ser lo que era ahora. En el caso de Anubis, suponía, tal vez sucedería lo mismo, pero si apenas lo conocía como humano, ¿cómo podía conocerlo como vampiro, y más cuando no me planteaba en serio transformarlo? El misterio era atrayente, no cabía ninguna duda al respecto, pero no pensaba seguir por esa vía que me pudiera llevar a nada más que protegerlo por mutuo interés, y debía recordármelo por el bien de los dos. Así pues, decidí abandonar la quietud que me había hecho asemejarme a una estatua de mármol durante el tiempo que había durado mi reflexión, suficiente para que la luna brillara de forma descarada en el centro del cielo nocturno, y me dirigí hacia el camarote del capitán, quien, conocedor de mi identidad, me recibió encantado. No sabía hasta qué punto lo hacía por tenerme contenta, por genuino interés (aunque algo de eso había: lo captaba débilmente en sus pensamientos, que ni siquiera me estaba esforzando demasiado en averiguar) o por la suma elevada que le había pagado para asegurarme de que el viaje era seguro para Anubis y para mí, pero me había garantizado que me recibiría cuantas veces lo deseara, y por lo pronto, lo estaba haciendo.

Así pues, charlamos; la conversación duró un par de horas en las que ambos repasábamos todos los detalles, desde que a mi acompañante se le protegería de necesitarlo a que se le trataría bien, como el protegido de una reina que era. Si bien su mentalidad lo hizo cuestionar, de forma muy sutil, si era mi amante, atajé el tema con la misma sonrisa cordial con la que habíamos comenzado a negociar, y él tuvo la astucia suficiente para aceptarlo, con lo cual se ganó, aún más, mi favor. Si el viaje terminaba sin incidentes en Roma, planeaba darle una recompensa jugosa, una especie de agradecimiento que le permitiría mejorar el barco y el salario de sus empleados de forma sustanciosa, aunque algo me dijera que no tenía muchas intenciones de utilizar el dinero con ese objetivo. En cualquier caso, cuando me fui de allí ya estaba próximo el amanecer, y de hecho el cielo se empezaba a teñir de colores anaranjados, que anunciaban la próxima llegada del alba, de la cual, una vez más, debía huir. Sin dudarlo, y con la paz mental que traía consigo saber todos mis asuntos resueltos, me dirigí hacia el camarote y me dejé caer en el lecho, no sin antes asegurarme de que no se colaba ni una rendija de luz (cualquier precaución es buena, especialmente dados mis antecedentes y mi posición), y así fue como comenzó la rutina con la que iríamos alternando Anubis y yo hasta llegar a Roma... la ciudad que, en una noche cuajada de estrellas y con la luna, de nuevo, insultantemente brillante (y llena), nos recibió en toda su gloria. – Bienvenido a Europa, Anubis. ¿Prefieres explorar ahora o dirigirnos a donde pasaremos las noches que durará nuestra estancia aquí?
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Mensaje por Anubis Rashid Dom Mayo 28, 2017 10:58 am

Desde que habíamos mantenido aquella conversación en la proa del barco mientras salíamos de Egipto hacia Europa, en la que me había desvelado que tenía más de mil años habían pasado muchas cosas por mí mente desde ese momento, sobre todo en las cosas que ella habría visto en todos esos siglos, los cambio que pudo contemplar en las civilizaciones… eran demasiadas cosas que asumir en un mismo día, así que al no requerir nada más de mí y dándome unas breves indicaciones sobre lo que quería de mí en aquel viaje así como que tendría que velar por su seguridad para que los rayos del sol no le dieran, me retiré al camarote donde me tumbé en la cama. En la estancia había varios arcones donde supuse que estarían los trajes que llevaría puestos pues los harapos que siempre solía llevar, así como el ropaje negro para poder pertrechar los robos quedan en el pasado con esa vida de contrabandista que había llevado.

Seguramente vestiría de forma elegante puesto que estaba bajo la tutela de una reina, y como tal no debía de dejar que la vieran conmigo vistiendo los harapos que llevaba, quizás incluso hasta me acostumbrara a llevar esos trajes acostumbrándome a ellos, diferenciando un pasado de un nuevo presente que se extendía en el horizonte. Justo antes de que el alba asomara pro el horizonte fue ella misma quien me despertó para comenzar así con una rutina que nos llevaría día tras día hasta llegar al destino. Me cercioraba de que en el camarote ningún rayo de luz entrara en lo que duraba las horas del día, momentos en los que me perdía por el barco con mis pensamientos. Había descubierto que me gustaba muchas veces sentarme en la popa del marco, viendo la estela que dejaba tras de sí al pasar el barco y que me relajaba bastante.

Básicamente mis pensamientos iban sobre lo que me encontraría en aquellas nuevas tierras, lo que podrían aprender, descubrir… iba a cumplir un sueño dorado y debía de disfrutar de él, pero lo que nunca llegué a pensar es que sería a manos de una reina como lo era Amanda, quien seguramente tendría que viajar mucho por sus obligaciones y que no era algo que me preocupara en absoluto… le debía lo que iba a tener a ella, iba a servirla a ella así que todo lo que tuviera que hacer lo haría sin dudarlo. Dado que era una persona bastante reservada y esquiva no hablé casi nada con los demás tripulantes, pasaba el tiempo mayormente solo ya que era a lo que había estado acostumbrado aquellos años y no era algo que me molestara para nada.

Luego cuando la noche caía y tras haber recibido la cena, en lo que había que decir que el trato para conmigo era bastante bueno, y supuse que sería el típico trato que le darían a alguien que viajaba con una reina, acudía al camarote donde Amanda ya me esperaba para alimentarse de mí. Por eso había pedido las mejores carnes y todo lo mejor para mantenerme bien alimentado, pues ella debía de alimentarse de mí. Era un momento un poco… extraño, y debía de reconocer que la primera vez que se había alimentado de mí estaba un poco nervioso al no saber qué iba a pasar. Recuerdo cerrar los ojos cuando sus colmillos se hundieron en la carne y traspasaron la piel, pero cada tirón que daba de mi sangre bebiendo de esta era tremendamente placentero, como una droga potente aunque muy diferente de beber de la sangre de ella.

Todos los días la misma rutina, durante las horas de luz a solas con mis pensamientos y mis ojos en aquel mar azul infinito y por las noches cuando terminaba de cenar y antes de ir a dormir pasaba por su camarote para que bebiera de mí y se alimentara, y antes de llegar los rayos del sol cerciorarme de que no entraba ninguno a su camarote. No supe exactamente cuántos días de navegación llevábamos en aquel bucle infinito en el que nos habíamos embarcado, hasta que finalmente anunciaron que llegábamos a nuestro primer destino: Roma. Había escuchado hablar sobre esa ciudad sobre todo porque mi pueblo fue conquistado por los romanos, así que sentía una extrema curiosidad por saber cuán de diferentes eran a nosotros. Así que cuando Amanda me propuso salir a explorar, o ir directos a donde pasaríamos las noches allí no tenía duda alguna.



-Me gustaría conocer la ciudad, mi reina –dije antes de abandonar el barco mientras todo el equipaje y todos los arcones que llevábamos eran cargados para ser desplazados en el lugar de nuestra estancia, que no sabía exactamente cuál era- Decís que habéis pasado aquí tiempo y que conocéis la ciudad, y no soy un necio, me habéis dado la libertad de salir de aquel lugar donde no era nada, ni nadie, para conocer un nuevo mundo… y pienso descubrirlo –hice una leve pausa- me gustaría que me enseñarais la ciudad y me hablarais sobre lo que vos habéis vivido allí. Por la historia supe que Roma fue un pueblo que conquistó al mío, y siento curiosidad –mis ojos fueron brevemente hacia Amanda y luego hacia la ciudad que se extendía hacia nuestra vista, iluminada por aquella tranquila y preciosa noche en la que el cielo estaba plagado de estrellas y la luna llena brillaba intensamente en el firmamento- siempre me he preguntado cómo serían la gente de Roma, y cuán de diferente sería su pueblo al mío. Ahora tengo la oportunidad de descubrirlo, y la noche aún es joven –sobre todo para ella que tenía hasta la salida del ocaso, horas que pensaba aprovechar y disfrutar al máximo.
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Mensaje por Invitado Lun Mayo 29, 2017 2:42 pm

¿Cuánto había de retórico y cuánto de sincero en la pregunta que le había hecho a Anubis? Del mismo modo que yo, aunque hubiera sido una esclava, había querido conocer la ciudad a la que me habían arrastrado contra mi voluntad, suponía que él, quien había negociado su libertad y la había obtenido con justicia y claridad, sentiría el mismo deseo que yo entonces, hacía demasiados años. No se trataba simplemente de un deseo común, sino de algo que la propia ciudad eterna provocaba: a muchos se les llenaba la boca hablando de París, y aunque la villa era hermosa, a mí me parecía que jamás lograría superar el encanto de la que, para mí, siempre sería la caput mundi, que ahora nos recibiría con brazos abiertos: estaba convencida. Así pues, con toda la serenidad posible, bajé del barco y me dirigí hacia un carruaje, a cuyo conductor le pedí, en un italiano perfecto, que nos llevara a Roma a través de la Vía Aurelia, cuyo recorrido aún existía grabado a fuego en la mente de todos los que vivían en la zona. Mecidos por el traqueteo de los caballos, fuimos dejando atrás progresivamente el mar y adentrándonos en el Lazio, en una zona rica y cordial cuando no se encontraba alzada a la capitalidad del mundo conocido en toda la región, y mi ánimo se iba aligerando con rapidez, hasta tal punto que llevaba ya un rato hablando a Anubis sin parar de la ciudad, con el cariño de alguien que la conocía y la disfrutaba. Sonriendo, le pedí al conductor que nos detuviera en la zona previa a la plaza de San Pedro; Bernini era un artista que bien podía suponer el primer contacto de un extranjero con Roma, y su obra en la Basílica de San Pedro era de una belleza tal, aunque tal vez no pudiéramos bajar a contemplarla por pura diplomacia, que merecía ser contemplada, al menos, una vez en la vida.

– Roma es una ciudad amplia, llena de iglesias recónditas, plazas hermosas y calles retorcidas y sinuosas. El brillo del mármol blanco parece bañarlo todo, allá donde mires vas a encontrarte un edificio singular o el reflejo del río Tíber, que la atraviesa con sus meandros y en torno al que se ha organizado parte de la vida. Es hermosa de día, pero aún lo es más de noche, cuando la luna y las antorchas se mezclan y le dan el aire antiguo y regio que siempre ha poseído. – le expliqué, tras un largo silencio mientras nos acercábamos a la linde de la ciudad, y una vez allí continuamos nuestra marcha hasta la plaza de San Pedro, mientras los recuerdos y la familiaridad me invadían. Había visitado Roma muchas veces después de mi vida humana, e incluso por temporadas había vivido allí; sin embargo, por mucho que la conociera (y lo hacía como la palma de mi mano), siempre había un nuevo secreto por descubrir, un nuevo edificio o una nueva fuente, que se escapaban de mis recuerdos, demasiado imperfectos para lo que acostumbraban. Además, una parte de mí siempre volvía al pasado y la recordaba no como la había vivido de vampiresa, sino como la había vivido de humana, con templos y palacios que habían desaparecido, igual que la Domus Áurea de Nerón. Ambas, por tanto, se superponían ante mí, la real y la histórica, y me costaba un pequeño esfuerzo centrarme y ver lo que tenía delante, si bien para mi enorme suerte, la belleza de esa urbe era tal que siempre terminaba subyugada por los nuevos encantos que le descubría, y en aquella ocasión sospechaba que no iba a ser menos. Así me lo demostró el efecto que tuvo la plaza, como unos brazos abiertos, de San Pedro; en cuanto la alcanzamos, le hice una seña al conductor para que se detuviera e invité a Anubis a bajar, sin darle tiempo a que me ayudara porque estaba, casi, como una niña demasiado ansiosa por llegar cuanto antes.

– Algo fascinante de esta ciudad es que, si atraviesas esa columnata, te encontrarás en otra nación. Supongo que has escuchado hablar del Vaticano, ¿no? Aquí lo tienes, en el corazón de Roma, a un paso del río, y con la plaza más hermosa que he visto en muchos años. La cúpula, por cierto, es mejor; recuerdo que una vez, hace años, me colé cuando se estaba construyendo, y los frescos del interior... ah, un goce para la vista. – suspiré, sonriendo, y tan perdida en los recuerdos como anclada en el presente me acerqué con paso lento, dirigiéndome hacia las enormes columnas que, desde lejos, parecían mucho más pequeñas de lo que realmente eran. – Ahí dentro es el Papa quien domina, y actualmente mi reino, luterano, no tiene las mejores relaciones con la Iglesia católica. Es algo a lo que debo enfrentarme, por supuesto, pero te recomendaría que no entres por mucho que lo desees, al menos si no quieres ser pasto de la Inquisición. – aclaré, encogiéndome suavemente de hombros, y tras permitirle un último vistazo volví al carruaje y le indiqué la dirección de la pequeña villa urbana donde nos hospedaríamos ambos. Se trataba de un palacete construido hacía más de dos siglos en el terreno donde antes había habido un templo; el arquitecto, anónimo, había respetado las columnatas y los mármoles, y la villa presentaba un aspecto clásico semejante al que tenía en mi infancia y juventud, por lo que tenía una relación particularmente amorosa con ese lugar. En cuanto llegamos, pedí que dejaran nuestro equipaje y que prepararan las habitaciones, y mientras lo hacían, cogí a Anubis de la mano y lo conduje, encapuchados ambos, hacia el Mausoleo de Augusto, en un estado deplorable que, sin embargo, seguía permitiendo apreciar su magnificencia.
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Mensaje por Anubis Rashid Lun Jun 19, 2017 10:37 am

Si algo tenía claro de mis viajes junto a Amanda es que iba a descubrir un mundo lleno de posibilidades, donde conocería miles de historias, de lugares, de acontecimientos de los que estando en Egipto jamás vería, contemplaría o escucharía hablar de ellos. Iba a mostrarme un nuevo mundo, uno que se habría paso frente a mi ante aquella oportunidad que me había brindado así que, ¿por qué negar que me lo mostrara y quedarme solo con ese pequeño rincón que era mi hogar? Necio sería el que no quisiera saber nada más de lo que había conocido, así que yo me presté para que me enseñara aquella ciudad que, por la forma en la que hablaba, por la forma en la que sus ojos se iluminaban brevemente parecía que le traían buenos recuerdos. Fue ella la primera que bajó del barco y se encaminó a un carruaje subiéndome yo tras ella, siguiéndola mientras mis ojos no perdían detalle de todo aquello cuanto se extendía a mí alrededor.

Le habló al cochero en un idioma que conocía de oídas pero del que no entendía demasiado y esperé mirando por la ventana mientras el carruaje se movía, con su típico traqueteo por las ruedas que iban por el empedrado y escuchando las palabras que Amanda decía sobre aquella ciudad, sobre lo que en cierto modo y sentido era Roma para ella. Tenía razón en lo que me estaba diciendo, en el recorrido que estábamos haciendo pude ver iglesias de diferentes formas y tamaños, muchas más de las mezquitas que pudiéramos tener en mi ciudad, donde el mármol cobraba el mayor protagonismo, con esas columnas diferentes a las de mi ciudad pero en donde también podría contemplar columnas como esas allí, puesto que era bien sabido que durante una época Roma estuvo gobernando y reinando en Egipto, algo de sus construcciones habían quedado perdurando en el tiempo.

Decía que de día era bonito pero que sin embargo por la noche lo sería más y lo que podía ver a través de aquel paseo y por aquella ventanilla del carruaje me gustaba, más diferente, mucho más luminoso que mi ciudad. Los transeúntes que por allí iban vestían de manera distinta pero también de forma colorida a como habían en mi ciudad, con vestidos elegantes y finos que resaltaban en la noche iluminados por todas aquellas antorchas que llenaban la ciudad. Podía entender por qué le gustaba a Amanda, aparte del tiempo que ella había pasado allí, su piel marmórea hacía juego con la de las construcciones que había en el lugar, mis ojos se desviaron a ella y le sonreí de lado.



-Entiendo por qué te gusta esta ciudad –mi vista volvió de nuevo haca la ventanilla y lo que veía de ella hasta que finalmente tras pasar algunas calles ella le dijo algo, el cochero paró el carruaje y sin darme mucha explicación alguna bajó del carruaje y yo la seguí para llegar a lo que parecía que era una plaza, enorme, grandiosa y preciosa que se extendía a mi vista. Había gente por allí y vi una estatua donde se podía ver a un hombre que extendía sus brazos como si te diera la bienvenida. Amanda parecía una niña pequeña que había descubierto un nuevo regalo por la forma en la que tenía de comportarse, se notaban sus ojos que brillaban con fuerza y eso me hacía ver lo mucho que le gustaba aquel lugar, los recuerdos que seguramente durante toda su existencia habría acumulado de dicha ciudad… conocería muchas cosas que otros en su corta vida humana jamás llegarían a conocer, y yo tenía y contaba con el privilegio de que ella me lo podría enseñar absolutamente todo. Mis ojos observaron cada lugar de la plaza para girarme a mirar lo que ahora me señalaba, asentí con la cabeza cuando me dijo lo del Vaticano, no es que fuera un experto en esa materia pero sin duda alguna sabía a lo que se estaba refiriendo. No pude evitar sonreír levemente cuando contó que se había colado para ver los frescos que había cuando se estaba construyendo, y mis ojos observaron con todo lujo de detalle el Vaticano, que se extendía ante mi vista.

No sabía mucho sobre la religión en la que ella creía, no más de lo que cualquier otro podría saber sobre ellos; su dios que lo creó todo, el “hijo” que mandó a la tierra y que estos luego crucificaron… era muy diferente a la mía, y poco más sabía de la suya. Hice una mueca ante la mención de la inquisición y no dije mucho más al respecto porque poco podía aportar yo en ese momento, me dejé llevar por el momento y disfruté de las vistas que tenía así como de la información que ella me ofrecía. Volvimos al carruaje poco tiempo después y volvió a indicarle al cochero quien se puso en marcha hasta que llegamos al parecer al lugar donde íbamos a recibir. El lugar era inmenso y enorme pero claro, estaba junto a una reina y eso no debía de olvidarlo, para ello aquello no sería tanto como para lo que a mí suponía, acostumbrado a… nada.

Cogió mi mano tras unas indicaciones mientras yo observaba el lugar, la fachada de la villa, las columnas que había, las imágenes, las esculturas… todo tallado en mármol muy diferente a lo que estaba acostumbrado. Me condujo hacia un sitio que no reconocí mientras pasábamos desapercibidos y pudimos llegar a un reciento que era más bien redondo, leí en un rótulo como si estuviera tallado en la pierda “ Mausoleo Augusto” y le hice una seña para que me explicara qué era aquel lugar, ávido de querer saber más sobre aquel lugar en el que ella había pasado gran tiempo de su vida, y del cual yo solo podía saber lo que había leído en algunos libros, pero poco conocía realmente sobre aquella civilización.


-La ciudad se parece mucho a ti –comenté cuando ya nos habíamos alejado, quitándonos las capuchas para mirarla- marmórea, blanca, pálida… entiendo por qué te gusta la ciudad, con esos edificios, todas esas estatuas… es muy diferente a lo que he conocido durante toda mi vida. Como si todo estuviera más lleno de luz, más lleno de… “vida” –dije intentando encontrar las palabras adecuadas- es como si fuera todo lo contrario a lo que es mi ciudad o al menos es lo que a mí me da a entender… se nota que te gusta este sitio, por la forma en la que hablas de él, por la forma en la que tus ojos se iluminan cuando me cuentas algo sobre la ciudad. Me alegro que me hayas podido traer aquí, Amanda, es un lugar precioso y me habría reprochado a mí mismo el no poder gozar de semejante belleza pudiendo haberla contemplado –un mundo se abría camino a mis pies, y ya estaba deseando qué más cosas me aguardaban- cuéntame, ¿qué es este lugar exactamente y para qué se utilizaba? Algunas de las veces he leído sobre los baños termales… ¿visitaremos uno, aquí hay uno?
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Mensaje por Invitado Jue Jun 22, 2017 6:01 pm

El Vaticano era un lugar extraño, una isla apartada del resto de la civilización, pero con construcción alrededor, que se separaba de lo que lo rodeaba por el carácter profundamente eclesiástico que tenía, innegable desde que se atravesaban las columnas de la plaza de San Pedro y se recibía el abrazo de Gianlorenzo Bernini incluso siglos después de su muerte. Cada edificio, cada callejuela que atravesábamos y que, suponía, pronto cambiarían para dar paso a otras más modernas, me llevaban siglos atrás, a un lugar al que se suponía que no debía volver, pero que me resultaba cómodo, casi familiar: mi humanidad. Aunque hubiera pasado más de un milenio, el espíritu de Roma continuaba tan orgulloso como entonces, y la ciudad, aun con un urbanismo nuevo que había sustituido los templos por iglesias, algo particularmente apropiado dada la reutilización de materiales sobre todo para el Vaticano, la familiaridad seguía presente. Estaba convencida de que ese era el embrujo de Roma para todos aquellos que la visitábamos, esa magia que no provenía de un hechizo sino de siglos de historia construida sobre el pasado, tapándolo pero incapaz de borrarlo, porque cualquier cosa servía para llevarnos atrás. El mismo Mausoleo de Augusto, por ejemplo, por mucho que se hubiera reutilizado hasta la saciedad, incluso para otras tumbas que no tenían nada que ver con la del primer Emperador que se había denominado como tal, seguía alzándose imponente, muy cerca de donde se había encontrado el Ara Pacis. Por un instante, se me cruzó por la mente, fugaz, el pensamiento de dónde se encontraría esa maravilla, ese pequeño altar en mármol que en mi época ya comenzaba a estar bastante abandonado, pero la pregunta de Anubis me sacó de mis pensamientos, y, gustosamente, respondí.

– Esa construcción ahora está en ruinas, pero en su momento fue magnífica. La mandó construir Octavio Augusto, el primer hombre en denominarse emperador en todo el Imperio, y varios de sus sucesores fueron enterrados allí. Por supuesto, con el tiempo y con la caída del Imperio cayó en desgracia y se ha utilizado para muchas más cosas, pero cuando yo viví aquí, hace muchísimo tiempo, aún se alzaba, cubierto y orgulloso, por encima de todos los edificios de su alrededor. – expliqué, melancólica, porque esa era una consecuencia inevitable de la felicidad y la ensoñación que me producía la ciudad: el volver al pasado, de la forma que fuera, me sumergía en lo mejor de entonces, en la ciudad blanca y brillante por el mármol y en un Imperio que otros habían tratado de emular, pero que ninguno había conseguido igualar por mucho que lo intentara. El único que se había acercado era el Bizantino, pero también ése había caído, y con posterioridad el Sacro Imperio, que se encontraba en un estado cada vez más fragmentario, había tratado de tomar el relevo, sin éxito. No, Roma sólo había habido una, ninguna otra podía igualársele, y hasta Anubis se había dado cuenta de ello de inmediato... aunque, en su caso, probablemente se debiera a mi influencia sobre él en su primera experiencia fuera de Egipto. – Roma es mucho más brillante que yo, te lo aseguro, pero si algo tenemos ambas en común es que somos eternas. No nací aquí, nací en las Islas Británicas, pero me crié aquí como humana durante la mayor parte de mi vida, y pese a que entonces las cosas eran diferentes, Roma me impregnó de sí misma como yo la impregné entonces de mí. Sin embargo... Si ahora te parece blanca, tendrías que haberla visto entonces. Era una joya. – afirmé, sonriéndole, y continuamos nuestro paseo nocturno.

Era consciente de que no debíamos alejarnos mucho, pero no podía evitar que en aquella ciudad los pasos me fueran llevando lejos, sin apenas darme cuenta de ello, en dirección a Villa Borghese, en cuyos jardines terminamos adentrándonos, rodeados de estatuas por doquier. Una vez más, tuve que recordarme que esa debía ser la última parada de la noche porque el sol no tardaría mucho en salir, pero aquella Villa con sus obras de arte, especialmente de Bernini, era una joya para mis sentidos, y no podía dejar de visitarla siempre que tenía ocasión. – Ah, las termas... El emperador Caracalla terminó de construir las suyas, magníficas, unos años antes de que yo comenzara a vivir en Roma. Las termas eran un acto social, ¿sabes? En el pasado existía una cultura de la higiene mucho mejor que la actual, y a las termas se acudía a combatir la suciedad, sí, pero también a alternar en sociedad. Muchos políticos y estadistas se reunían y hablaban de sus carreras allí, al mismo tiempo que disfrutaban del agua. El Imperio tenía muy buenas infraestructuras, y sus acueductos, para traer el agua de lugares lejanos, eran particularmente notables. – expliqué, sentándome en uno de los bancos, junto a una estatua de un fauno, y con las manos en el regazo miré a mi alrededor, empapándome de los aromas de los jardines y de la belleza con la que éstos habían sido diseñados y construidos. No había ni rastro de la edificación porque estábamos lejos, más próximos a la entrada, pero pronto se la enseñaría. – Este lugar es Villa Borghese. Son los jardines de una enorme residencia, construida por la poderosa familia Borghese, en cuyo interior hay una magnífica colección de arte. No soy una desconocida aquí, tal vez pueda planear una visita para nosotros estos días, pero me temo que ahora nuestro tiempo es escaso y debemos volver a mi propia villa. – expliqué, mirándolo y ladeando la cabeza mientras aguardaba su respuesta.
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Mensaje por Anubis Rashid Jue Jul 06, 2017 10:12 am

Se notaba por qué la primera parada que habíamos hecho desde que habíamos salido de Egipto era Roma; Amanda brillaba con cada palabra que salían de sus labios, cada recoveco que descubría de la ciudad y que hacía que mis ojos contemplaran la diferencia que había entre la ciudad en la que estábamos y la mía, esta era mucho más bella, más pura y blanca, como si brillara con luz propia. Se podía entender que cariño que le tenía a la ciudad por la forma en que me explicaba todo, como si de alguna forma quisiera mostrarme una parte de ella en aquella ciudad. Me parecía magnífica, sus construcciones desde luego eran bellas, elegantes, sofisticadas incluso… toda la ciudad resplandecía bajo la luz de las estrellas y debía de decir que era un gozo para la vista pasear de esa forma por sus calles, mezclarse con la gente… no perdí ningún lugar que ver, contemplar y descubrir.

Me había llevado a lo que ella decía que era una villa, un complejo enorme con amplios jardines y no dudó en llevarme hacia otra parte más apartada dejando que los sirvientes bajaran y llevaran dentro las pertenencias que llevaba consigo, que debía de añadir que no eran pocas por los baúles que veía que descargaban de los carros llevándolos a sus correspondientes cámaras. La construcción que tenía frente a mí no sabía muy bien lo que era, no entendía aquel idioma aunque pudiera leer sus palabras y esperé a que fuera ella misma quien me dijera qué era lo que estaba contemplando. Me dijo quién era que lo había mandado construir y el nombre me sonó porque lo había leído en la historia alguna vez por la importancia que tuvo, miré el lugar que ahora estaba en ruinas y ella aseguraba que hacía tiempo cuando estaba en pie era magnífico… no lo dudaba, lo poco que quedaba en pie así lo hacía parecer.

Le pregunté por los baños termales, en realidad tenía curiosidad porque había leído sobre ellos y era algo que en Egipto no solíamos tener y se sabía de la relevancia de estos en el imperio Romano. Ella decía que la ciudad antes era mucho más brillante y hermosa, me contó incluso de donde era ella “Islas Británicas” había dicho, en un mapa había visto lo que era el mundo una vez hacía mucho tiempo y el nombre me sonaba pero si ahora mismo tuviera que decir dónde estaba… no tenía mucha idea de dónde estaría. ¿Hacia el norte, el oeste, este…? Estaba un poco perdido en cuanto a localizaciones se refería, pero seguramente ya conocería mucho más cuando me instruyeran como pensaba que en algún momento harían, haciéndome más culto, más sabio.


-Islas británicas… allí es donde vamos, ¿no es así? –Pregunté porque creía que era allí donde sería nuestro destino final antes de hacer aquel pequeño tour- se puede apreciar la belleza de la ciudad y entiendo por qué dices que es eterna… tiene miles de años pero aun así se pueden ver cosas como si hubieran sido construidas un par de días, no ha perdido su encanto –la seguí porque ella era la que guiaba aquella noche adentrándonos en unos jardines que tenían muchas estatuas, hombres y mujeres posando en su mayoría desnudos en diferentes poses, o con diferentes vestidos. El realismo era tal que en alguna que otra ocasión toqué alguna de ellas notando el frío mármol bajo la yema de mis dedos, escuchando de sus palabras sobre las termas. Me contó su procedencia y por qué los romanos las tenían, quizás si teníamos algo de suerte podríamos ir a una para que las viera y además adentrarnos en ellas y disfrutar como lo hacían en la antigüedad. La seguí de cerca hasta que se sentó en un banco junto a una estatua de lo que parecía un hombre que por piernas tenía las de una cabras y unos cuernos le salían de las cabezas, orejas puntiagudas y me quedé mirando la estatua sentándome a su lado dejándome impregnar por la fragancia del lugar, de las flores que allí había, viendo cómo de bien estaba cuidado aquel jardín- ¿qué se supone que es… bueno, eso? –Pregunté señalando con la cabeza la estatua que había cerca para que me respondiera, nosotros también teníamos animales en nuestra mitología así pero ese en concreto no sabía qué era. Pasó a explicarme el lugar donde estábamos y que dentro de aquella villa había una colección de arte que fue lo que captó más mi atención- ¿podríamos un día verla? –Decía que no era una desconocida y no me extrañaba que no lo fuera, no por nada era una reina y seguramente que habría acudido allí varias veces a lo largo de su existencia. Miré hacia la luna dándome cuenta de que quedarían unas horas para la salida del sol y que poco nos quedaba de aquella noche, tendríamos que volver a la mansión para que a ella no le pillara el sol en esos momentos, asentí con la cabeza y me levanté para seguirla porque yo no sabía salir de allí- ¿Tienes muchas… casas? Por todo el mundo, digo. ¿Has viajado por todo el mundo, conoces cada rincón del mundo? –Pregunté porque, si yo tuviera una eternidad es lo que haría sin duda alguna- perdona, creo que yo viajaría por el mundo para descubrir lo que tiene para enseñarme. ¿Qué más cosas me vas a enseñar en Roma? ¿Podremos visitar unas termas antes de irnos? Siempre me ha producido curiosidad ver ese tipo de baños –caminábamos para salir del jardín e ir hacia la villa que ella tenía antes de que el sol saliera, donde deberíamos de dormir y donde seguramente pasaría el día hasta que el sol volviera a esconderse de nuevo- Supongo que puedo pasearme por la villa durante el día y que no habrá problema mientras salga, ¿no? –Pregunté aunque seguramente era algo bastante obvio, no conocía la ciudad y no iba a arriesgar a perderme o que ella pensara que quería volar ahora que era libre.
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Trying To Scape ~ Privado ~ Egipto - Página 2 Empty Re: Trying To Scape ~ Privado ~ Egipto

Mensaje por Invitado Lun Jul 10, 2017 2:21 pm

Su pregunta, absolutamente inocente, me sumergió en un río desesperado de recuerdos y de sensaciones, la mayoría de cuando era humana pero muchas otras ya de vampiresa, y absolutamente todas relacionadas con las Islas Británicas, que él desconocía en mayor medida de lo que yo había sospechado en primera instancia. ¿Iríamos, alguna vez allí? Ya no se trataba simplemente de si era el lugar en el que nuestro viaje terminaría, sino de algo mucho más profundo y a largo plazo que no tenía tanto que ver con él como conmigo: el efecto que tenía aquel territorio, del que yo provenía, en mí misma, y por supuesto el que podría tener en mis allegados, como él lo era. Pese a parecer egoísta, no me había pasado desapercibida la admiración que Anubis comenzaba a profesar por Roma, una mezcla del propio encanto de la ciudad, al que jamás anularía porque me afectaba incluso a mí, con mis sensaciones al respecto: yo había sido una influencia en su opinión, como suponía que lo sería en cuanto comenzara a educarlo, y por ello no sabía si quería ponerlo en esa posición con respecto a un lugar, cuando menos, contradictorio. De forma semejante a Roma, las islas en cuestión contenían buenos y malos recuerdos: por un lado, mi vida humana, pero también la captura y la esclavitud que había traído esta consigo; por otro, mi forzoso retiro tras el intento frustrado de mi actual marido por asesinarme, pero también la recuperación y la acumulación de poder, riquezas y arte allí, aumentando una colección que tenía mucho de británica, sobre todo por mi participación en la Almoneda del Siglo. Sin embargo, los recuerdos de Roma eran más lejanos y el tiempo había sido un bálsamo sobre ellos, mientras que los de las islas aún dolían demasiado, a veces, por todo lo que solían traer consigo, así que, por lo pronto, prefería evitar llevarlo allí, aunque probablemente en el futuro decidiera que tenía que hacerlo por el bien de su educación.

– No, Anubis, nos dirigimos a París, al reino de Francia. Se encuentra al noroeste de aquí, en el territorio que se extiende desde los Pirineos hasta el norte: allí es donde está una de mis residencias, pero mi reino está aún más al norte, en tierras frías y húmedas, robadas al mar. – expliqué, con suma paciencia, y a continuación me centré en otra de las preguntas que me había hecho: con tantas a elegir, podía permitirme responderlas en desorden, pero si algo sabía con certeza era que trataría de responder sus dudas cuanto mejor supiera, pues ese era el tipo de lealtad que él esperaba de mí tras nuestra apasionada negociación de las condiciones de su viaje conmigo. – Tal vez podamos, aún no lo sé. Depende del tiempo que nos quedemos aquí... En principio sí, pero si algún asunto urgente me requiere, deberemos volver. – aclaré, y cuando él preguntó por la criatura, yo sonreí y observé la estatua, poseedora de una expresividad semejante a la de Bernini y que convertía a su escultor en un buen seguidor de aquel genio, uno de los más grandes que jamás hube conocido. – Es un sátiro, Anubis, una divinidad griega bastante... interesante. Son criaturas salvajes, terriblemente hambrientas en lo carnal, seguidores ciegos de los dioses de los excesos como Dionisos, el dios del vino; fíjate en su rostro, en esa expresión pilla que le ha colocado el escultor, porque gracias a ella es muy fácil distinguirlo. – expliqué, con una sonrisa también pícara en el rostro, y entonces fue cuando me levanté y lo conduje por los jardines en dirección a la villa donde se encontraría nuestra residencia durante nuestra estancia, esperaba que fructuosa pese a que no fuera a ser muy larga, en Roma. La ventaja de que el sol aún estuviera lejos era que, pese a que no pudiéramos regodearnos, podíamos pasear a un ritmo tranquilo y continuar bebiendo de la historia de Roma, perceptible en cada uno de sus sillares y edificios; absorta en ella, no fue hasta que no llevábamos un rato caminando que recordé otra de sus preguntas.

– He viajado por todo el mundo, sí, especialmente por Europa y Asia. África y América no los he visitado con tanta profundidad, salvo el norte de África y la zona que antiguamente era parte del Imperio, y América ha sido apenas un par de ocasiones, así que allí no. Sin embargo, sí que poseo diversas propiedades en el continente europeo, y en Asia poseo los suficientes contactos para saber con facilidad que, si necesitara en algún momento un hogar, tendría varios esperándome. – expliqué, agarrando su brazo pese a que no lo necesitara como apoyo y guiándolo hasta que nos encontramos en el palacete del que sería nuestro hogar fuera del hogar. – Esta villa sí me pertenece. Tengo otras en la ciudad, pero solamente porque es uno de mis lugares predilectos, como ya has podido notar a estas alturas. En función de lo que sienta por la localización, poseo o no poseo propiedades; este tipo de lugares contribuyen a mi riqueza, y una mujer de mi posición necesita de ese tipo de bienes para poder mantenerse en su estatus. – continué, y lo acompañé al interior de la villa que me pertenecía, donde nuestras pertenencias ya se encontraban en las habitaciones que cada uno de nosotros ocuparía durante nuestra estancia en la ciudad. Con una veloz orden a los sirvientes, ellos nos prepararon sendos baños y a él un pequeño aperitivo, pues probablemente se encontraría hambriento, y cuando ya estuvo todo listo me apoyé en la puerta de mi alcoba y lo miré, consciente de que debía aclarar algo antes de dejarlo a su aire. – Puedes salir cuanto desees, por supuesto, siempre que vuelvas. Sin embargo, no te recomiendo salir solo: no dominas el idioma, y existen zonas por las que es preferible que no te mezcles. Si lo deseas, puedes pedirle a Luigi que te acompañe, pues tiene nociones de tu idioma; si no, siempre puedes esperarme. Bien, ahora debo acostarme, Anubis; mañana nos veremos. – me despedí, asegurándome de señalarle a Luigi, y me dirigí hacia mi alcoba, cuya puerta cerré para darme un baño en soledad.
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Mensaje por Anubis Rashid Sáb Jul 29, 2017 6:34 am

Amanda era bastante paciente conmigo en esos momentos en los que le había hecho tantas preguntas, la verdad es que para mí era descubrir un mundo nuevo y era normal que tuviera tantas preguntas y que se las hiciera, no por nada había sabido que tenía mil años y eso le daba muchísima experiencia en aquel mundo y en aquella vida, si yo tuviera mil años seguramente habría recorrido el mundo para conocerlo, para descubrir hasta cada pequeño rincón que hubiera. Siempre había imaginado y soñado con tener una vida mejor y ahora, por azares de los Dioses, tenía esa posibilidad frente a mí. Yo, que me había convertido en un paria, que había renegado de alguna forma a mis dioses pues trabajaba y me buscaba la vida de forma que encontraba reliquias y demás objetos sagrados para venderlo al mejor postor, yo que había vivido en las sombras pasando desapercibido para muchas personas y siendo buscado solo por gente que requería de mis servicios la oportunidad que ella me brindaba era como un sueño hecho realidad. Podía conocer mundo junto a ella, aprender muchas cosas que en Egipto jamás habría conocido ni experimentado nunca... suponía que por eso Amanda tenía esa paciencia ante mi inquietud y mis preguntas.

Las respondió de forma calmada y tranquila, según ella me decía no iríamos a las islas británicas, sino que nuestro destino residía en París, Francia. Había visto libros donde había mapas y donde venían los diferentes países y reinos y era por eso que me sonaba ese lugar, según ella me había dicho una vez era donde tenía el museo y donde poseía todas sus obras valiosas y seguramente donde también tendría cuando llegáramos la reliquia que yo le había conseguido y que me había valido el pase hacia donde estaba en esos momentos. Antes de alejarnos de los jardines me explicó qué era aquella escultura sobre aquel ser que le había preguntado, decía ser un sátiro y me dijo lo que era mientras yo observaba la escultura y me fijaba en los rasgos como ella había dicho que hiciera, en mi cultura no había quizá ningún ser que se pareciera a ese, así que lo grabé en mi memoria para en futuras ocasiones ya saber lo que era.

Nos fuimos alejando tranquilamente de aquel jardín mientras ahora respondía a otra de mis preguntas, la de viajar por el mundo. Decía que había tocado Europa y Asia, y menos América y África aunque ya sabía que la parte superior de esta última si la había visitado porque había estado en mi país. Me contaba dónde había vivido más y lo que había conocido mientras yo escuchaba atentamente como si fuera un cuento prestando atención a cada palabra que salía de sus labios, entendía que siendo de sus estatus tuviera muchas propiedades en diferentes partes del mundo, no estaba tratando con alguien simplemente de la clase alta, sino que estaba ante una reina y como tal seguramente debería de tener un gran patrimonio, y eso se resumía en tener bastantes casas así como también había dicho que el museo era en parte de ella. Como la villa en la que nos encontrábamos también era suya, alguien de su poder y de su estatus tenía que tener propiedades para conservarlo... mientras que si lo comparaba conmigo yo ni había tenido siquiera un techo. Era una realidad muy triste, pero esa era la diferencia entre la clase más baja de todas y la más alta.

Eso no quería decir que la culpara de alguna forma, en absoluto lo hacía, el mundo siempre se había regido por la diferencia entre los que más tenían y los que menos. Desde tiempos inmemoriales siempre habían existido los dos lados de la misma balanza, el que más tenía y el que menos. Si me remontaba a mis antepasados hacía muchos siglos había sido siempre lo mismo, mientras unos gozaban en sus templos otros construían sus pirámides muriéndose en aquella construcción. No sería rey como ella, ni tendría toda la fortuna que seguramente ella tendría que tener, pero si podía aprender y descubrir a su lado era más que suficiente, más de lo que nunca había tenido. Llegamos a la villa mientras terminaba de explicarme y ante mi pregunta de si podía salir fue bastante clara: podía hacerlo pero siempre y cuando fuera con Luigi, ya que no conocía el idioma y podría perderme, o bien podría esperarla a ella. Se despidió no sin antes dar un par de órdenes que no entendí pues no hablaba en mi idioma y en la puerta de su alcoba se despidió, el sol se alzaría pronto por el horizonte y era hora de que se retirara.



-Buenas noches, Amanda –dije viendo como se retiraba a su habitación y yo iba hacia la mía, cuando llegué tenía un baño preparado que tomé con mucho gusto, hacía mucho tiempo que no me bañaba así de forma tan despreocupada, la ropa estaba dispuesta y hasta habían llevado algo de comida, no iba a negar que tenía un poco de hambre. Las ropas ya diferían mucho de lo que yo solía llevar pero igualmente me lo puse, ahora el Anubis contrabandista había quedado relegado a un segundo plano, ahora era otro Anubis diferente. Cuando terminé de comer el sol ya se había alzado y aproveché para dormir un poco, igualmente desperté a la tarde y decidí salir por los jardines y no estar parado, dada la vida que llevaba me costaba estar parado y quieto en un lugar así que tenía que mantenerme en constante movimiento. En la soledad de los jardines hice el mismo entrenamiento que haría estando en Egipto, una manía que había adquirido con el paso del tiempo y que me gustaba, así que mientras pudiera iba a seguir con la misma rutina. Los sirviente habían preparado algo para que comiera y fue Luigi quien vino a buscarme para hacérmelo saber, entendía que querían tratarme bien y que seguramente Amanda ya se lo habría dicho, así que volví a la alcoba para darme un baño y ponerme uno de los trajes que tenían para mí y bajé a comer, por suerte Luigi sabía mi idioma y pude hablar algo con él, no es que lo necesitara puesto que estaba acostumbrado a la soledad pero aquella villa era demasiado grande y si algo me interesaba eran los libros y las reliquias. Me dijo que había una biblioteca en una de las alas de la villa y le pedí que me llevara hasta allí, y fue donde pasé el resto del tiempo hasta que el sol se escondió de nuevo. Podría haber salido a la ciudad como me había dicho Amanda, sin embargo, encontraba más fascinante el hecho de que fuera ella quien me lo enseñara porque seguro que con los años que llevaba en el mundo podría contarme más cosas que Luigi, y prefería la compañía de Amanda antes que la de él. Era desconfiado con la gente y con ella tras la semana que habíamos pasado en el barco me costaba menos estar a su lado, así que por eso esperé a la noche para que me siguiera enseñando aquel mundo al que me había llevado.
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Mensaje por Invitado Sáb Ago 05, 2017 4:07 pm

Me consideraba un ser organizado, y con la posición regia que había adquirido, lo cierto era que no era para menos, pues debía asegurarme de que todos mis asuntos estuvieran siempre en orden, fueran cuales fuesen las circunstancias, ya que no me afectaban solamente a mí, sino también a todos los habitantes de mi reino. Tal responsabilidad se podía antojar pesada a otros, involuntarios Atlas que se descubrían con el mundo sobre sus hombros, mas para mí resultaba satisfactoria, y ese era el motivo por el que, a sabiendas de las funciones que todos los reyes debían realizar, había aceptado convertirme en una. A fin de cuentas, había sido educada como humana para casarme con un miembro de otra tribu y convertirme, quizá, en la esposa de un líder; había presenciado el auge y caída de varios imperios y de incontables reinos, y poseía una experiencia amplia y sobradamente demostrada a lo largo de los siglos. Además, siempre me había atraído la posibilidad de intervenir en algo más grande que yo, como el destino de un reino, y cuando la oportunidad se presentó la aproveché y la empecé a llevar a cabo como mejor sabía, de una forma que, hasta el momento, parecía satisfactoria para todos los implicados salvo para mi marido, pero ¿cuándo estaba Dragos satisfecho...? Nunca, salvo renunciando a la batalla constante que ambos manteníamos, y eso estaba tan fuera de mis posibilidades como renunciar a preparar los acontecimientos de antemano, lo cual me habría impedido, a su vez, disfrutar del baño caliente al que me había abandonado tras despedirme de Anubis. Asimismo, mi afán por tenerlo todo organizado se tradujo en que, al salir, tenía una toalla lista, la ropa fina de cama preparada y el propio lecho abierto, aguardándome, en una habitación en la que el sol no penetraría y, por tanto, podría descansar.

Así pues, me abandoné a un sueño pacífico, tras el cual me desperté la noche siguiente a tiempo de ver los últimos vestigios del sol en el cielo con las suficientes nubes para teñir la paleta celestial de los colores más hermosos. Con una sonrisa leve en los labios, no abandoné el lecho completamente hasta que no fue noche cerrada, lo cual tan al este siempre sucedía antes que más al norte, en París o sobre todo mi reino; cuando el último rastro del astro rey se esfumó me incorporé y comencé mis quehaceres, que eran similares a los que había puesto en práctica al acostarme la noche anterior. Así pues, me deshice del ligero camisón de raso y me coloqué, en su lugar, un vestido de diversos tonos verdes, a la moda romana del momento; peiné mis cabellos con trenzas y un recogido sencillo, como si fuera una burguesa y no la reina en la que me había convertido, y cuando finalmente estuve lista, llamé al servicio para hablar con ellos sobre las siguientes tareas que debían realizar. No fue hasta ese momento que fui informada de lo que había hecho Anubis durante el día, que no tenía nada que ver con lo que yo había pensado que se atrevería a realizar, pero que en absoluto me disgustaba. Dado que lo había aceptado bajo mi ala con la certeza, por parte de ambos, de que tendría aún mucho que aprender, empezando por los idiomas que más manejaba en mi vida, el francés y el neerlandés, lo honraba que hubiera decidido comenzar por su cuenta. De haber sido yo, en su situación, con casi toda probabilidad habría elegido pasear por Roma y perderme en los recovecos de la Ciudad Eterna, pero en eso influía que sentía auténtico amor por la urbe, mientras que él apenas la conocía, así que tampoco por eso me inquietaría lo más mínimo. En su lugar, me dirigí hasta la biblioteca, sin prestar atención a mis pasos para saber si hacía ruido o no, y cuando llegué me apoyé en la pared, observándolo.

– Me informa el servicio de que no has salido de aquí en todo el día. Estoy impresionada, Anubis, no te voy a engañar; tu compromiso es satisfactorio y abrumador a partes iguales. – me descubrí, con la sonrisa impregnada en mi tono de voz y dándole a entender que no solamente me había informado de sus pasos, sino que también valoraba los esfuerzos que estaba realizando sin detenerse desde que lo había conocido. Apartándome de la pared, me dirigí hacia él, arrullada por el sonido de las telas de mi vestido, que se arremolinaban a mis pies con cada paso que daba; cuando llegué a su altura, valoré su atuendo, a la occidental, y también su actitud, pero no su libro, en el que no me había fijado. – ¿Qué has estado leyendo hasta ahora? Esta no es mi biblioteca más surtida, pues al tratarse de una residencia en la que no habito de forma continuada, prefiero que mis volúmenes más valiosos se encuentren más cerca, en lugares que frecuento más a menudo. No obstante, creo que tiene un poco de todo, y espero que lo hayas encontrado de tu agrado. – expliqué, encogiéndome de hombros con delicadeza y, a continuación, acariciando el lomo de un ejemplar ricamente decorado de la ciceroniana De re publica, junto a otras también clásicas que, pese a haber sido publicadas en el imperio donde yo habitaba, no pude leer hasta bastante tiempo después de morir. – Admito, eso sí, el carácter clásico de esta biblioteca, pero la ciudad me afecta, no puedo evitarlo. En cualquier caso, deberíamos comenzar con tus lecciones de modales y de francés, para que al menos sepas entender algo cuando lleguemos a París, que es la primera gran parada de mi viaje. Además, con el francés podrías incluso apañarte en mi reino, pero allí es más necesario el neerlandés y, francamente, prefiero que comiences con algo más sencillo. – opiné, apartando los dedos de los volúmenes y clavando los ojos en él, que parecía escucharme con la habitual atención.
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Mensaje por Anubis Rashid Sáb Ago 26, 2017 9:30 am

Podría haberme pasado las horas que el sol reinaba en el cielo paseando por la ciudad bajo la supervisión de Luigi, podría haberlo hecho puesto que Amanda me había dado el permiso necesario para hacerlo, descubrir la ciudad que se extendía frente a mis posibilidades en aquellos momentos, descubrir un nuevo mundo del cual jamás habría pensado siquiera conocer. Podría haberlo hecho, sin embargo, era demasiado desconfiado como para fiarme de Luigi, no porque fuera él, sino porque la vida que había estado llevando durante muchos años arraigaba en mi interior y me era difícil cambiar los hábitos que había cogido. Podría pasarme lo mismo con Amanda, sin embargo, dado que había descubierto la naturaleza propia de la misma encontraba más fascinante su condición de inmortal la cual podría darme muchos más detalles y más vivencias de las que Luigi jamás pudiera alguna vez contarme. Incluso con Amanda sentía una pequeña desconfianza, las mujeres que habían pasado por mí vida y debía de decir que solamente habían sido dos, y por una sola noche, tampoco es que fueran personas a las que confiarse de buenas a primeras... sin embargo me había pasado toda una semana encerrado en un navío junto a ella para llegar hasta estas costas y a la ciudad que tanto le gustaba a ella, y me había encontrado con que en cierta medida mi desconfianza con ella había disminuido considerablemente.

No se podía cambiar de la noche a la mañana pero en ella había encontrado a una mujer digna de ser lo que era, una Reina, con un intelecto que muchas mujeres querrían tener y con un don especial en el que había llevado la negociación que tuvimos casi a su terreno, y eso era algo complicado cuando tratabas de frente con un contrabandista curtido en negociaciones puesto que de ellas dependía de mi vida. Era refinada en todos los sentidos y sentía pasión por aquello que yo también amaba y tras saber la naturaleza vampírica que tenía eso me producía mucha curiosidad, por eso en parte acepté formar parte de su séquito y trabajar para ella ¿qué hombre que no tenía nada en la vida rechazaría tal oferta? Quizás uno muy estúpido, y yo para nada lo era. Encontraba más fascinante su compañía que la de Luigi y por eso preferí quedarme en la villa durante el resto del día, había descubierto una biblioteca en la que pasé el resto de la tarde enfrascado entre los cientos de libros que había en el lugar. La biblioteca estaba construida de igual forma que los monumentos que había en la ciudad, bastante decorada con muchos detalles y con lo que parecía que a los de Roma más le gustaba de material que era el mármol.

Cientos de libros para comenzar a aprender, desde pequeño siempre me habían interesado por –aparte de mi cultura- saber del resto del mundo y en aquel lugar podía hacerlo. Primeramente encontraba difícil entender algo de lo que allí estaba escrito por lo que básicamente me guiaba sobre todo por los dibujos que encontraba de las cosas, el idioma no lo entendía por mucho que lo leyera pero con las imágenes que había podía hacerme una idea. Había escogido un libro donde en sus páginas había descubierto imágenes como si fueran cartas, cartas navales donde tras sus hojas dibujadas estaba un mapamundi. Me quedé algo impresionado al darme cuenta de lo inmenso que era el mundo, había visto mapas cuando había robado algún que otro objeto pero debía de decir que estaban algo desfasados por el tiempo que tenían, sin embargo el que había descubierto era algo más extenso y me di cuenta que haberme quedado en Egipto habría sido un tremendo error. Mis dedos repasaron las hojas sin darme cuenta de que tras de mí estaba Amanda y que ya era de noche, las horas pasaban volando cuando estaba entre páginas y a mi lado tenía varios montones con los libros que había leído para dejarlos luego en su sitio. Sobre todo vi muchos sobre Roma, había imágenes sobre sus grandes emperadores y aunque no podía entender lo que ponía sí que leía los nombres, algunos me sonaban otros sin embargo no los conocía para nada.

Mis ojos se alzaron para encontrarme con la figura de Amanda quien estaba en la puerta apoyada contra la pared observándome, llevaba un vestido verde que resaltaba su figura y trenzas por el pelo, no parecía tanto una reina de esa forma pero su porte, sus modales y su forma de caminar cuando lo hizo acercándose denotaban que sí lo era. Le habían dicho que me había pasado el día encerrado en la Villa y, al parecer, eso la había sorprendido. Decía que tenía bibliotecas más grandes con muchos más tomos de libros y me preguntaba qué había estado leyendo a lo que hice una leve sonrisa porque leer, lo que se decía leer, había hecho poco. Su dedo fino y elegante se paseó por el lomo de uno de los tomos para terminar diciéndome que deberíamos de empezar con las lecciones de modales y de francés, necesario en París aunque tuviera que aprender otra lengua algo más complicada por lo que decía, pero primero empezaríamos por la más sencilla. Sabía que iba a ser parte del trato y no me importaba, podría ser un contrabandista pero en cuanto se trataba de aprender no me negaba en absoluto.



-No he estado leyendo mucho, o al menos, no tanto como me hubiera gustado –afirmé mientras cerraba el libro y lo dejaba sobre la mesa junto a los otros tomos que tenía al lado- he podido leer algunas cosas pero hay muchas palabras que no entiendo, de todas formas, las imágenes e ilustraciones que había en los libros me han servido para conocer algunas cosas y aprender otras –me levanté cogiendo la primera pila de tomos y dejándolos de nuevo sobre las estanterías en su sitio tal y donde estaban- me habría gustado conocer o quizás tener algún libro que pudiera entender pero comprendo que mi idioma solo se habla allí y encontrar libros aquí será algo complicado –volví de nuevo a coger la pila de los otros libros y los fui dejando de nuevo en su sitio- he leído sobre la ciudad, sus emperadores, su estructura arquitectónica... bueno, lo que he podido entender y lo que me he guiado por las ilustraciones. También he leído algo sobre los diferentes continentes y he visto cartas navales y el mapamundi... no sabía que era tan grande –afirmé para sentarme de nuevo como si, de alguna forma, esperara que empezara con las lecciones- he visto mapamundis pero eran tan antiguos que estaban desfasados, así que no lograba saber y conocer la magnitud que tenía hasta hace bien poco... me alegro de haber salido de allí –entrelacé mis dedos y la miré de forma fija, básicamente es lo que había estado haciendo todo ese tiempo- pensé que sería más interesante descubrir la ciudad contigo que con Luigi, tú has vivido mucho más aquí y podrías contarme con más detalle acerca de los lugares –no dije mucho más al respecto y esperé a que empezara- estoy preparado para empezar las lecciones, seguro que también tendré que tener nociones sobre vestimenta y no sé si lo que llevo es muy apropiado, he cogido lo primero que he visto –me encogí de hombros porque no tenía ni idea, sabía que no sería tan fácil pero nunca había tenido nada fácil y siempre me sobreponía sobre las adversidades.
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Mensaje por Invitado Dom Ago 27, 2017 1:52 pm

Uno de los rasgos de Anubis que más apreciaba era su iniciativa, la misma que le había impedido convertirse en un mendigo desharrapado que dependía de la beneficencia y generosidad ajenas, muchas veces inexistentes, y lo había conducido a buscarse una manera diferente de buscarse la vida. Tal vez, para otros, era indigno convertirse en un contrabandista, alguien que se vendía a sí mismo, a su pasado, a su identidad y a su cultura a los extranjeros barbáricos que asediaban de nuevo sus tierras, como ya había sucedido en la Antigüedad; sin embargo, esa visión pecaba de simplista a mi juicio, y era necesario ver más allá. Si bien yo, como persona que valoraba en gran medida los vestigios del pasado, tenía mis reparos hacia la labor de los que eran como él, sería hipócrita por mi parte renegar por completo de quienes me habían ayudado a proveerme de piezas exóticas para mi amplísima colección, y no pretendía caer en semejante estupidez con facilidad, y mucho menos cuando comprendía que, en muchos casos, era la única forma que tenían de sobrevivir. ¿Quién mejor que yo, una antigua esclava, podía comprender los extremos a los que se podía llegar con tal de poder ver el siguiente amanecer? E incluso en mis primeros años de neófita, cuando mi creador consideró que ya había aprendido lo suficiente y me arrojó a mi nueva vida de forma totalmente solitaria, me había visto obligada a continuar con actividades indignas para poder contemplar la siguiente luna. En definitiva, no consideraba la moralidad como algo por lo que guiarse en ciertos aspectos, sobre todo si ésta se derivaba de las tradiciones o de lo que la religión y las costumbres habían establecido como correcto, y por eso podía comprender a Anubis, quien, además, estaba haciendo todo lo necesario por aprender por su propia cuenta, pese a carecer de volúmenes que pudiera entender. Así pues, le invité a que se sentara y yo cogí un trozo de papel y una pluma, así como un tintero, para comenzar con las lecciones.

– No está mal lo que has elegido. Me encargaré de proveerte siempre de un vestuario adecuado, para que las posibilidades de error sean mínimas, pero tienes que asegurarte de utilizar colores discretos y que no choquen demasiado. Te recomendaría tonos oscuros, neutrales y tierras, pues así podrás quedarte en un segundo plano mientras que yo, por posición, adquiero el que me corresponde. – consideré, y a continuación apoyé el papel sobre un libro que, a su vez, coloqué sobre mis muslos, de modo que pudiera comenzar con la lección. – Lo primero que tienes que aprender es el alfabeto, es completamente diferente a lo que tú y los tuyos manejáis, pero creo que no te resultará demasiado complicado. Empezaremos por ahí, ya que es la base sobre la que construirás todo lo demás, y tal vez entonces alguna palabra pueda sonarte familiar. – propuse, y, a continuación, comencé a escribir las letras del alfabeto latino, el que el francés manejaba en la misma medida que la mayor parte de lenguas del continente donde nos dirigíamos, con lo cual suponía que, con ello, lo ayudaría a dominar algo más que un idioma. – El francés es un idioma que proviene del latín, y el latín es una lengua que tienes en muchos de los libros que aquí se encuentran, ya que yo aprendí a leerla y hablarla cuando aún era humana. Por eso entiendo sus similitudes, y una de las más importantes es el alfabeto, que pretende dar a cada sonido un símbolo. Bien, repasa conmigo... – lo invité, y así fue como comenzamos a aprender las diferentes letras, como si él fuera un niño y yo una maestra que hacía alarde de paciencia, innecesaria dado que el interés y la inteligencia de Anubis le permitían aprender rápido, y no tuve ninguna queja al respecto. Así transcurrieron varias horas, en las que le enseñaba también a escribir las letras y a pronunciarlas juntas, en un proceso que él estaba absorbiendo rápidamente, aunque al final nos obligué a parar, más por él que por mí.

– Creo que esto es suficiente por esta noche, o de lo contrario empezarás a dejar de ser capaz de retener más y se te olvidará lo que ya sabes. Es de gran ayuda que ya te resultaran familiares algunos de los conceptos, no te mentiré, pero eres un alumno aventajado, y estoy segura de que aprenderás muy rápido. – aprobé, pasándole la hoja con el alfabeto para que tuviera algo que repasar cuando yo me tuviera que retirar, y a continuación me incorporé y lo conduje a los jardines de la villa, deseosa de recibir un poco de aire nocturno tras demasiadas horas encerrada. No podía evitarlo: en ocasiones, mi pasado como humana, cuando había pasado eternidades en el exterior, jugando a batallar y a ser princesa, me atacaba de nuevo, y sentía la llamada del exterior con tanta fuerza como, a veces, la de la sangre. Así pues, aprovechando que la villa tenía una pequeña extensión de terreno con plantas y flores, decidí salir a pasear por allí, bajo la atenta mirada de un servicio que se preocuparía por mí y mi bienestar fueran cuales fuesen las circunstancias, ya que se sentían tan atados a mí como a la villa que me pertenecía, y por eso consideraban su deber preocuparse, más allá de las órdenes. A eso aspiraba con Anubis: a una relación sincera, que pudiera existir más allá de lo que le había prometido (y le estaba dando, no faltaría jamás a una promesa que había realizado con total seriedad), de modo que él se convirtiera en su propio hombre y no en mi súbdito ni tampoco en mi protegido. – En algunas zonas de mi reino se habla también francés, por influencia de Flandes, pero la lengua es el neerlandés. Su origen no es el latín, sino las lenguas propias de los pueblos bárbaros del centro del continente; a mí, en su día, me resultó más sencilla, pero porque la primera que yo hablé era precisamente barbárica, hace muchos siglos. A ti tal vez te resulte más sencillo el francés, pero deberás hablar ambas: es básico para mí y para mi corte. Así que, para ello, te proveeré de libros en tu lengua para aprender francés: existen, y Luigi ya está avisado de buscar unos cuantos para ti. Aprendido el alfabeto, no tendría que ser problema. – valoré, con una sonrisa esperanzada, como suponía que él también se sentía.
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Mensaje por Anubis Rashid Mar Oct 03, 2017 12:32 pm

Amanda era sin duda alguna una mujer fascinante y sabía que a su lado no solo descubriría el mundo sino que también aprendería del mismo muchísimas cosas. No era el hecho de que había vivido más de mil años, lo que para algunos de los míos eso la convertiría en algo así como una “diosa”, sino por el hecho de que parecía saber y conocer de todo pero es que era una reina, no se podía esperar menos de alguien que ostentara ese título y fuera a su vez vampira. No eran ya los lujos, aunque pareciera algo contradictorio me había pasado la vida sin poseer nada material, sin tener un hogar, una casa, un lugar al que volver... en las calles debías de cuidar lo poco que tenías si no querías verte sin nada y aunque a otros les hubiera podido interesar el dinero que aquella mujer pudiera poseer con el título que ostentaba, a mí no me importaba lo material realmente. No era algo que me gustase ni a lo que aspirase porque había comprendido, de una forma bastante dura y cruel, que las cosas materiales van y vienen, que tan pronto podías tenerlas como perderlas de un parpadeo de ojos. No, yo no apreciaba los bienes materiales aunque muchos de la profesión que yo tenía sí lo hacía, me había dado cuenta de que habían otras cosas más importantes que nunca podrían irse porque jamás podían ser robadas... y eran esas cosas las que yo más anhelaba. No solo la libertad, el descubrir cosas, leer, aprender... me había gustado desde que era bien pequeño, me había servido para mis fechorías como contrabandista pero eso era algo que nadie podría quitarme, tan solo podría hacerlo el tiempo.

Por eso en parte había aceptado ayudarla, cuando no se tenía nada y te ofrecían el mundo ¿cómo rechazarlo? Podría haber sido deshonrado con mi palabra, con lo que había visto en aquella villa y sabiendo cómo moverme encontraría fácilmente un lugar donde vender las múltiples obras que había en aquel lugar, podría haber ganado una cuantiosa suma de dinero por lo que allí había, podría haber comprado mi propia libertad sin embargo no lo había hecho, no porque con ella a su lado me esperaba un mundo nuevo lleno de posibilidades y decían que las oportunidades solo sucedían una vez en la vida, y yo había encontrado la mía. Por eso me había quedado a su lado y había esperado a que la noche cayera, cierto que no me había enterado del pasar del tiempo pero sabía con lo poco que había visto que Amanda era como un libro abierto, por decirlo de alguna forma, y que podría enseñarme capítulo a capítulo aquello con lo que no hubiera ni soñado, por eso la había esperado en aquel lugar rodeado de libros, de todo aquel conocimiento, para que me enseñara. Podría ser complicado al principio pero era bastante tenaz y una vez que me proponía algo no cejaba en mi intento por conseguirlo. Me había dado una lección sobre ropa y vestimenta que anoté en mi cabeza de forma mental, utilizar tonos oscuros y su gama para pasar desapercibido y que fuera realmente ella quien obtuviera el centro de las miradas como realmente debía de ser.

Sentada frente a mí la contemplé y asentí con la cabeza cuando me dijo que primero empezaríamos por el alfabeto, sobre su regazo llevaba un libro y una pluma con la que escribir para comenzar con sus lecciones, por lo que había podido “leer” era todo bastante diferente a mi idioma así que me acostumbraría poco a poco a ello. Me fijé en la forma grácil que tenía de escribir y de “dibujar” todas aquellas... letras, algo extraño y diferente para mí mientras veía cómo las hacía y me fijaba en cada una de ellas. Me iba explicando que con aquel alfabeto podría dominar y entender la mayoría de las lenguas hacia donde nos dirigíamos. Decía que el latín era la lengua materna y que de ahí provenían la mayoría, por lo que quizás fuera algo más fácil entenderla cuando me aprendiera el alfabeto. Parecía una maestra que enseñaba a un niño pequeño en su primer día de colegio, lo cierto es que más o menos así era si teníamos en cuenta las edades de cada uno. Presté atención a cada símbolo y a la pronunciación que ella daba, frente a mi tenía una hoja donde comencé a escribir también aquellos símbolos para familiarizarme con ellos. Debía de decir que en alguna ocasión bufé algo exasperado, era diferente a mi lengua pero no por ello me di por vencido y di todo de mi parte, incluso llegamos a juntar algunas letras y pronunciarlas... no supe cuánto tiempo pasó antes de que ella parara alegando que era suficiente, lo cierto es que llevaba bastante en mi mente y ella tenía toda la razón, mejor parar y no saturar mi mente con tantas cosas nuevas.


-Supongo que tienes razón, mejor descansar y continuar mañana. Mientras estés durmiendo podré repasar los conceptos que he aprendido antes de que me enseñes los nuevos –decidió dar una vuelta por el jardín y la acompañé, el aire fresco de la noche me vi bastante bien para despejar mi cabeza mientras la escuchaba hablar sobre los diferentes idiomas- quizás será que encuentro todo raro por el hecho de venir de un lugar con una lengua diferente y conocer tan poco, pero creo que se hablan demasiadas lenguas aunque todas vengan del... latín –dije porque no me acordaba de la palabra- al menos si dices que aprendiendo ese como base puedo entender los otros es algo bueno de saber –miré de reojo hacia atrás dándome cuenta de que siempre había gente, aunque un tanto alejada, pendiente de ella- ¿siempre tienes a gente que vela de esa forma por tu seguridad? –Pregunté porque era algo que desconocía totalmente- no estoy seguro de si yo podría estar... vigilado de esa forma –aseguré mientras seguíamos andando- supongo entonces que conocerás muchos idiomas y muchas lenguas dado que, al parecer, en cada sitio se habla una diferente... ¿no te lías a veces con tanto cambio? –Pregunté porque al menos, de mi lengua a la que estaba aprendiendo había un cambio considerable- apenas he empezado pero noto la enorme diferencia que hay entre mi lengua y el latín, por ejemplo. La pronunciación... y cuando te he oído hablar con gente de aquí he notado cierto parecido con el latín también, quizás porque como dices todas vienen de esa rama ¿no?
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Mensaje por Invitado Lun Oct 09, 2017 4:08 pm

Si nuestra situación me hubiera sido presentada cuando yo era una humana esclavizada en el seno de una familia patricia de Roma, la misma ciudad en la que nos encontrábamos, no habría podido contener la envidia que me habría recorrido al verlo a él, que había nacido con muchas menos oportunidades que yo, disfrutar de un milagro como el de aprender y poder salir de la miseria. En innumerables ocasiones había soñado con poder salir de esa vida a la que me habían arrojado, tan diferente a esa para la que mi padre y mi tribu me habían educado cuando había sido humana, e incluso después de haber sido transformada en lo que era, a veces, había pensado en la posibilidad. Desde luego, la había desechado de inmediato, porque también comprendía que ese período me había dotado de una fuerza y de una tenacidad que, de haber sido una princesa de una tribu, jamás habría adquirido; mi mente, sin embargo, a veces gustaba de jugar a las posibilidades, y aunque el pensamiento de “¿qué habría pasado si...?” cada vez era menos recurrente, incluso en el presente me volvía, sin respuesta alguna. Prefería, la mayor parte del tiempo, aceptar lo que había sucedido, buscarle lo positivo y pasar a otra cosa, pues era la opción más sana y la mejor para evitar anclarme en un pasado al que no podía volver ni aunque quisiera, y no quería. Así pues, sí, mi yo humana lo habría envidiado, y mi yo vampiresa estaba instruyendo a Anubis con la calma y la paciencia necesarias para que se produjera cualquier tipo de aprendizaje, sobre todo cuando él venía de una cultura tan distinta a la mía, en tantos sentidos. Precisamente por eso, había elegido salir al jardín, puesto que demasiadas horas pensando en lo mismo podía convertir la mente en un barrizal tal que ni siquiera el dueño de dicha psique podría acabar haciendo la o con un canuto, y ahí nos encontrábamos los dos, él con su sempiterna curiosidad y yo con mi natural disposición a responderle.

– Oh, sí, tienes razón, y tiene que ver con que las culturas de cada uno de los lugares son diferentes. No es, ni puede ser, igual la lengua que se habla en el lugar donde floreció el Imperio que en provincias exteriores, como las de Hispania, aparte de que en cada territorio se han producido influencias diferentes y, por eso, las lenguas van cambiando. Sabiendo la base, no es difícil entenderse entre algunas de ellas, pero tampoco es tan fácil como puede parecer, y todo por las diferentes evoluciones de cada una. – aclaré, acariciando las frutas que colgaban de un árbol, plagado por completo de ellas y abrumando, casi, con el olor dulzón que estas desprendían. Parecía encontrarme sumida en mis propios pensamientos, pero era demasiado consciente de todo lo que me rodeaba, tanto Anubis como el sirviente, cuyos corazones latían a ritmos demasiado diferentes para que cualquiera pudiera pasar desapercibido para mí. Esa era una de las maldiciones que venían con mi naturaleza: a veces los estímulos que percibían los sentidos eran demasiado abrumadores, y relajarse se convertía en una tarea tan hercúlea que, en muchas ocasiones, ni siquiera era posible llevarla a cabo. Aun así, lo intenté, y ayudaba que Anubis se estuviera manteniendo en silencio y que el olfato fuera el sentido que más se estaba estimulando por la presencia de los árboles frutales, de modo que a los pocos instantes volví a abrir los ojos, que ni recordaba haber cerrado, y lo miré de nuevo. – Justamente por eso ves similitudes. La más similar, en mi opinión, es la que se habla aquí, pero el francés tiene algunas cosas parecidas. Seguramente lo que más te cueste sea la pronunciación, pero te terminarás acostumbrando a la entonación de cada una a medida que pases más tiempo escuchándolas. – razoné, encogiéndome de hombros, y a continuación arranqué dos manzanas del árbol, una de las cuales le lancé a Anubis y la otra mordisqueé yo, disfrutando del sabor aunque alimentarme no fuera algo necesario para mi supervivencia.

– Soy una reina, Anubis, debo estar protegida. Es probable que pueda enfrentarme a las amenazas que me esperan mejor que ellos, por supuesto, pero ¿qué otro remedio me queda? A veces son peores las habladurías que los enemigos, y una reina sin un séquito no da la mejor de las impresiones. – repliqué, dando un nuevo mordisco a la manzana y después simplemente sosteniéndola. Lo cierto era que no solía importarme demasiado lo que pensaran de mí, pero debía reconocer que desde que había subido al trono, no me había quedado otra opción que preocuparme por ello, por supuesto a mi manera. Así, me había rodeado de consejeros, sí, como mi posición requería, pero los había elegido personalmente, lo cual había traído cierta polémica y el descontento de enemigos de mi propio reino, algunos de los cuales me veían como una usurpadora por el simple hecho de ser extranjera. En realidad, sabía que jamás caería bien a todo el mundo, y sólo por ser quien yo era me iba a ganar enemigos hiciera lo que hiciese, así que aceptaba jugar la partida hasta un punto, pero no negaba ni mi identidad ni mis decisiones, que consideraba apropiadas en la mayor parte de las ocasiones, por contentar a nadie, ¡sólo faltaba! No había huido de la esclavitud para convertirme en presa de las opiniones ajenas, eso era algo que siempre había tenido muy claro, y no iba a empezar en aquel momento a preocuparme en exceso por ello. – No creo que tú tengas que estar tan vigilado, pero no podrás no tener a alguien echándote un vistazo, por tu propia seguridad. En cualquier caso, no siempre podré ser yo tu maestra, y me aseguraré de buscar a otros que puedan continuar con tu formación, de modo que al final no te acabes liando con tanto cambio... También a eso te acostumbras, te lo aseguro. – concluí, sonriendo, y después me terminé lo que me quedaba de manzana.
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Mensaje por Anubis Rashid Sáb Nov 11, 2017 11:12 am

Agradecí salir un rato al jardín después de la lección que había aprendido con Amanda y lo que me había enseñado, siempre me había considerado por lograr todo aquello que me proponía no importándome cuanto me costara hacerlo, era muy persistente y tenaz y mis trabajos siempre habían requerido de ser muchas veces minucioso, podría decirse que cuando era un contrabandista me consideraba casi un perfeccionista, la gente podría pensar que robar esculturas y demás era algo relativamente fácil pero nada tenía que ver con la facilidad, el tiempo y ese duro trabajo me habían forjado de la forma que era y quizás eso me iba a servir de ayuda para el hecho de aprender las nuevas lenguas que ella me enseñaría. Habíamos pasado unas horas en las que ella me enseñó el nuevo lenguaje, a escribir en un idioma que no era el mío y tuvo razón cuando dijo que era mejor descansar un poco, la leve brisa de la noche despejó mi cabeza mientras dábamos un paseo por el jardín aprovechando la buena noche que hacía en la ciudad, Roma se había vuelto un descubrimiento y me encontré con que lo poco que había visto me había gustado, era todo muy diferente a lo que yo estaba acostumbrado pero ahí radicaba la esencia de todo: en la diversidad. Un mundo lleno de posibilidades y seguramente de sorpresas que me encontraría en mi camino junto a Amanda, me encontraba con que me gustaba la idea de descubrir el mundo que se extendía a mis pies ahora que había salido de Egipto, de esa pequeña “cueva” comparado con lo que era el mundo de verdad en todas sus variantes. Sabía que tendría que aprender muchas cosas, sobre todo lenguas y comportamiento, pero lo cierto es que no me importaba y desde pequeño siempre me había gustado aprender y estudiar, por ello sabía tanto sobre mi “trabajo”, quizás de haber podido hubiera estudiado algo referente a mi cultura pero debido a la vida que llevaba eso había sido un imposible.

La miré mientras me explicaba la diferencia entre las lenguas que había en el mundo, ella decía que todas partían del Latín aunque allí en Roma había podido notar que se hablaba diferente y sobre todo si lo comparaba con mi lengua natal, ella aseguraba que con el tiempo me iría acostumbrando al hecho de hablar nuevas lenguas y que conforme las fuera oyendo más me acostumbraría a la pronunciación, algo en lo que como ella yo también coincidía en que cada una era diferente, la entonación, el ritmo... todo variaba según la lengua y quizás fuera eso lo que más me costara sin duda alguna, en papel todo era igual pero hablarlo y poner el tono y el acento adecuado era sin duda lo más complicado del todo. La vi coger dos manzanas de aquel árbol y cogí la que me lanzó mientras como siempre, a unos metros, estaba aquel hombre que la seguía a todas partes. Entendía que era una reina y, como tal, debía de estar protegida y vigilada y era con eso quizás con lo que yo no me sentía tan cómodo. Para mí que me estuvieran vigilando no era una buena señal, sino el principio de un problema así que debía de acostumbrarme a que ella llevara su escolta, entendía las necesidades de que lo llevara. Di un mordisco a la manzana, jugosa y algo crujiente, mientras también la veía a ella morder la que tenía en su mano, se me hizo un tanto curioso verla comer cuando más bien pensaba que los vampiros solo se alimentaban de sangre. Pensar en que ella era un vampiro me hacía preguntarme, al mismo tiempo, cómo es que llevaba su reinado evitando sus horas del sol para que nadie se diera cuenta, tampoco sabía desde hacía cuanto era reina pero el tiempo para ella no pasaba y sin embargo para nosotros inexorablemente sí lo hacía.



-Supongo que es normal que lleves escolta, al fin y al cabo eres una reina y no puedes evitar llevar protección. Para mí, el que me estén vigilando es signo de peligro... o bueno, solía serlo antes –aclaré volviendo a dar otro mordisco a la manzana- ¿puedes tomar alimentos? –Pregunté tras unos momentos en los que reinó el silencio y sentí su mirada en mi persona- quiero decir, alimentos –aclaré moviendo la manzana ligeramente- pensaba que solo os alimentabais de sangre, ¿qué ocurre si un vampiro toma comida? Imagino que habrás tenido que hacer reuniones y fiestas, ¿qué haces cuando tienes que fingir comer? –Lancé la pregunta y luego volví a dar otro bocado- es simple curiosidad, eres una reina y no puedes eludir quizás ciertas reuniones y encuentros, sería raro que la reina no comiera nada en ninguno de esos momentos y la gente comenzaría a sospechar, las habladurías comenzarían y tendrías a la gente pensando en algo que seguramente no quieres que piensen. No había caído en ello hasta que te he visto comerte la manzana, asumía que la sangre era tu alimento como ya he comprobado en los días de navegación –solamente se había alimentado de mi sangre, de hecho, había provisto una buena alimentación para mí que ya ella dependía de beber de mi sangre, cuidándome yo al mismo tiempo se cuidaba ella. Hice un mohín, aunque no voluntario, cuando me dijo que era probable que yo también tuviera a alguien echándome un vistazo por mi propia seguridad- podría decir a eso que sé cuidarme pero supongo que eso no te hará cambiar de opinión, ¿verdad? –Enarqué una ceja ligeramente mientras terminaba de comer la manzana- no me preocupa realmente que sea difícil aprender ciertas cosas, desde pequeño siempre he sido tenaz y persistente con aquello que quería aprender o conseguir. Quizás mi estilo de vida me ha hecho así pero no me doy por vencido, no acepté tus condiciones sin saber que me tocaría hacer todo esto y de haber sabido en un principio que no podría con ella me hubiera negado a aceptar tu trato... aunque quizás hubiera buscado el momento oportuno para marcharme de tú lado –sonreí de lado levemente- lo acepté a sabiendas de que sabía lo que conllevaba, no tenía nada que perder y sí mucho que ganar. Puede que me resulte difícil algunas cosas y no me importa, mi vida siempre ha sido difícil y la predisposición a tener las cosas de forma fácil no me gustan, todo esfuerzo tiene su recompensa y es con uno de los lemas con los que me he criado. Me gustan los retos, y desde luego todo esto para mí es un enorme reto que acepto con gusto.
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Mensaje por Invitado Sáb Nov 25, 2017 1:09 pm

Resultaba, a todas luces, un detalle tranquilizador el hecho de que él conociera mi testarudez y que había batallas que, pese a intentarlo con todas sus fuerzas, no me ganaría porque, al final, siempre me iba a salir con la mía, costara lo que costase. Había insistido desde el inicio en mantenernos en el plano de la mayor igualdad posible, ignorando en numerosas ocasiones que yo era su reina y que, como tal, me encontraba y me encontraría por encima de él; ni siquiera el puesto de consejero que él iba a ocupar lo colocaba a mi mismo nivel, y ni todas las excepciones del mundo que hiciera con él harían que cambiara esa realidad en las mentes de quienes nos iban a juzgar. Así pues, celebré con toda la alegría posible que él supiera de forma intuitiva una realidad demasiado difícil para explicarla con palabras a su mente agotada después del esfuerzo de una nueva lengua: cuanto más supiera, menos duro resultaría su adiestramiento y menos tediosa su educación, en la que iba a centrar la mayor parte de mis esfuerzos. Si bien había aceptado con fuerzas la tarea que yo misma me había autoimpuesto de pulirlo para que fuera una pieza clave más de mi círculo, no iba a engañarme rechazando cualquier facilidad que pudiera cruzárseme en el camino; antes al contrario, las aceptaría como los regalos que eran, sabedora de que mi suerte bien podría cambiar después y podría llegar a arrepentirme de no hacerlo. Así pues, asentí con sus palabras y sonreí, y aunque mi gesto era abierto y cordial, no dejaba de existir en él cierta autoridad, la de la reina por la que él sentía una curiosidad más que justificada (no en vano era la faceta que más iba a conocer de mí en cuanto nos acercáramos a Francia y, sobre todo, a mi reino), una que le recordaba que obedecería aunque tuviera la deferencia de responderle y de permitirle conocerme mejor.

– Oh, es difícil, de eso no cabe duda. No se trató nunca de simplemente conseguir una corona, ¿sabes? Un rey, por mucho que posea el título, no es nadie sin apoyos y sin seguidores, y antes de plantearme siquiera convertirme en la monarca de un reino tan próspero como el mío tuve que dedicarme de lleno a acercarme a los nobles. Eso ayudó a frenar sus sospechas con respecto a mí. – expliqué, momentáneamente perdida en los recuerdos de las décadas de contactos que había mantenido, con mi nombre y otros alias, con la nobleza neerlandesa. Los oriundos de aquel reino eran, en mi experiencia, una fascinante mezcla entre la calidez Mediterránea y la frialdad nórdica; se encontraban en un término medio que podía ser difícil si no se estaba acostumbrado a él, pero yo había tenido tiempo de habituarme, de modo que no había tenido demasiados problemas... Al principio. – Sin embargo, mi manera de conseguir el trono, que buscaba ser pacífica, no lo fue tanto porque hubo alguien que me chantajeó para que así fuera. Tal vez no lo supieras, Anubis, pero estoy casada, y él es quien más problemas nos va a dar, tanto a ti como a mí, en cuanto descubra tu existencia. Lleva acelerando y embarrando las cosas desde hace mucho, y es por su culpa que algunos nobles son más propensos a sospechar de mí, así que debo ir con cuidado. Por lo demás, como me valgo de regentes, no se nota demasiado que no soy diurna, pero sí me he ganado cierta fama de noctámbula que, por ahora, no es demasiado perjudicial para mí. – aclaré. Sabía que, en el futuro, tal vez podría serlo, pero una vez más pensaba aprovecharme de las circunstancias positivas mientras éstas pudieran durar, ya que no quería buscarme los problemas antes de tenerlos: primera norma de la comodidad.

– En cuanto a lo de comer... No es recomendable. Sigo captando el sabor, pero da igual cuántas manzanas coma, o cuántos animales, no me sentiré jamás saciada. Además, en extremo es perjudicial, mi cuerpo ya no está preparado para ese tipo de alimento, así que... – repliqué, y después acaricié el tronco del árbol más cercano, disfrutando de su textura de un modo semejante a como, con la comida, disfrutaba del sabor. Al final se trataba de estimular los sentidos, que estaban muchísimo más desarrollados que los de cualquier humano, y si lo podía hacer mediante los alimentos lo haría. – Como puedo probar alimentos y sentirlos, eso hace mucho más sencilla la tarea de enfrentarme a banquetes y demás eventos que requieran de alimentación. Además... Existe otra ventaja que tú, como hombre, no contemplas siquiera, y que impera en los reinos del Viejo Continente aunque no tenga el menor sentido. Se supone que las mujeres debemos comer poco, ¿sabes?, eso es lo elegante y lo que se espera de nosotras. Así que si tengo la excusa de que no necesito comer mucho, por modales, ni siquiera debo intentarlo demasiado para encajar como se espera que lo haga. – concluí, y le dediqué una sonrisa al final, aunque me seguía encontrando un tanto perdida en mis propios pensamientos, sobre todo respecto a todas esas normas estúpidas del protocolo que le tendría que enseñar y que yo, con el tiempo, había logrado domar a mi antojo. No había sido fácil, pocas cosas lo eran, pero mi situación presente daba muestra de hasta qué punto se podía avanzar con la suficiente tenacidad, y otra cosa no, pero yo iba bastante sobrada de tenacidad desde siempre, incluso cuando se suponía que no debía poseerla. – Todo esto va a ser un reto, de eso que no te quepa duda, pero mientras los disfrutes, valdrá la pena, sobre todo porque el resultado va a ser beneficioso para los dos. – concluí, tan segura de la certeza de mis palabras como él también lo estaba.
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Mensaje por Anubis Rashid Jue Ene 18, 2018 10:51 am

Encontraba con Amanda un cierto parecido a una de nuestras diosas, aquella que había sido llamada por Ra para que castigara a los que pretendieron una vez conspirar contra él y matarlo, la misma diosa que envió a que los matara y ella se bebió su sangre, desangrándolos mientras se alimentaba de ellos ejecutando así la orden que su señor le había dado. De ahí, para nosotros, había nacido la leyenda de los “vampiros”, considerando a aquella diosa como una vampira que caminaba por el mundo alimentándose solo de sangre, y frente a mí tenía a la que a ciencia cierta era una completa vampira, una mujer de belleza mortal que caminaba bajo la luz de la luna esquivando los rayos de nuestro señor el dios Ra, aquel que alzaba en el horizonte el sol todas las mañanas para iluminar nuestro mundo con su resplandeciente y dorada luz que nos daba calor y nos alejaba del frío. No era de extrañar que, tras conocer que existían de verdad y que caminaban entre nosotros sin que nos diéramos cuenta, tuviera preguntas acerca de ella y sobre su forma de alimentarse, sobre todo después de haberse alimentado de mí durante lo que había durado la travesía hasta Roma y viéndola comerse esa manzana. Intuía, por pura lógica, que si podría alimentarse de algo más que de sangre lo habría hecho en el barco pero quería saber si había perdido todo el gusto por la comida, si notaría el sabor de esta y si podría llegar a saciarla, para mi suerte no me privó de responderme saciando así mi curiosidad, suponía que debía de estar cansada de repetir las mismas preguntas durante tantos siglos y que le resultaría hasta incluso aburrido y monótono, pero no podía culparme por haber descubierto algo tan fascinante como lo era ella en sí misma. Con Amanda se habría un mundo de posibilidades que quedaban a mi alcance y que se extendían como un abanico con infinidades de caminos, de lugares por descubrir, de sabiduría por conocer... ¿quién en su sano juicio no querría tomar lo que ella ofrecía? Por una servidumbre, por servirla entre lujos y viajes... cualquiera que hubiera llevado mi vida ni se lo pensaría aceptando nada más las palabras terminaran de salir de su boca, y eso es lo que había hecho yo. Además encontraba en Amanda una mujer que sabía manejar muy bien las cosas, era a veces algo sibilina y jugaba bien sus cartas, quizás como reina que era debía de saber tratar con todo tipo de personas y en lo personal me gustaba llevar esa “batalla” dialéctica y negociadora con ella, aunque yo siempre tuviera las de perder en cierto sentido.

Escuché atentamente su historia acerca de cómo consiguió la corona que ahora de forma simbólica ostentaba en su cabeza, convirtiéndole en una reina. La verdad es que no me había preguntado cómo lo había conseguido ni lo que tuvo que hacer, lo más fácil y lo más sencillo de pensar era que provenía de una familia que pertenecía a la casa real y que ella como legítima heredera había ocupado el trono, sin embargo al parecer estaba equivocado porque no parecía tan sencillo y me pregunté cuánto tiempo llevaba ejerciendo como reina, yo no es que supiera sobre los demás monarcas ya que siempre me había preocupado más de saber sobre mi país que sobre el resto. La miré de forma fija cuando dijo que estaba casada, algo que ya intuía, pero que sin embargo me hizo pensar en quién sería su marido y si también sería un vampiro como lo era ella, enarqué una ceja cuando dijo que nos traería problemas y me pregunté qué clase de problema podría causarle un simple contrabandista como yo comparado con ellos que tenían mucho más poder que yo. Al parecer su marido intentaba desenmascararla, o eso es lo que yo había entendido y me preguntaba el por qué y qué sentido tendría de hacerlo, pero parecía que Amanda lo tenía todo controlado y sonreí de lado cruzándome de brazos llevando la manzana a mi boca para darle otro bocado contemplándola, preguntándome cómo sería su marido haciéndome una imagen mental que seguro no se correspondería en absoluto con la realidad.


-¿Qué problema puedo causarle yo a tu marido, el rey? –Pregunté apoyando mi espalda contra el tronco de uno de los árboles que había en el lugar masticando la manzana, disfrutando de su sabor y del jugo de la misma, tenía un sabor exquisito y eran algo diferentes a las que había probado en Egipto, aquella era como más tierna aunque no estaba para nada blanda, pero era como si tuviera más sabor- ¿las mujeres debéis de comer menos? ¿Por qué razón debería de ser lo normal? –Eso no lo entendía, en nuestra cultura aunque teníamos un periodo en el que apenas comíamos durante un tiempo no era más que para “purificar” el cuerpo y limpiarlo de los excesos del año, pero nuestras mujeres comían igual que los hombres aunque estos últimos siempre tenían más apetito que las mujeres- supongo que eso te da una buena excusa para no comer tanto –había dicho que por más manzanas que comiera no se saciaría nunca- supongo que con los siglos te acostumbraste pero, ¿alguna vez has echado de menos el comer y sentirte saciada? Que no fuera únicamente de sangre –agregué aunque la pregunta se entendía a la perfección. Asentí cuando me dijo que iba a ser un reto pero mi vida ya lo había sido desde que quedé en la calle, cada día era una lucha por mantenerme con vida y no perecer y si había sobrevivido a aquello sin duda alguna lo haría con aquello- hay algo que quería preguntar, ¿en algún momento podré llevar armas? Sé que has dicho que estaré vigilado por unos escoltas y dudo mucho que pueda hacerte cambiar de opinión en ese asunto, pero debido a la vida que llevé en Egipto no solo tuve que aprender a sobrevivir en las calles, sino también a defenderme y sé pelear. No digo que vaya por ahí blandiendo un arma pero, al menos, sí me sentiría más seguro pese a que tienes a tus guardias –hice un gesto con la cabeza refiriéndome a los que, a distancia, no nos quitaban la vista de encima e hice un pequeño mohín- no tiene por qué ser una espada grande, con una daga me conforme –hice una pequeña pausa y sonreí de lado- me sentiría más seguro de esa forma, no confío demasiado en la gente –me encogí ligeramente de hombros- en la vida que he llevado no se podía confiar en nadie y aunque son tus guardias no es que me sienta igualmente seguro –esperaba que entendiera que durante mi vida uno no se podía fiar ni de su propia sombra- sé que no la necesitaré y no la utilizaré demasiado pero me reconfortará saber que puedo defenderme y no depender de otros –terminé con la manzana que llevaba en la mano y mis ojos contemplaron por un momento la luna que nos alumbraba con sus haces de plata, con las estrellas brillando en el firmamento como si fuera un símil con el horizonte que se extendía y se abría paso en mi vida, mis ojos bajaron de nuevo a los de Amanda, habíamos estado practicando el idioma y aunque me sentía un poco cansado aun podía quedarme un rato más, al fin y al cabo debería de acostumbrarme a llevar ese tipo de ficha- ¿a dónde quieres dirigirte cuando salgamos de Roma? Hay muchos lugares que me gustaría visita pero siento una tremenda curiosidad por conocer el lugar donde reinas, y el lugar de donde eres. También me dijiste que eras la dueña de un museo en París, me gustaría visitarlo y ver cómo es.
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Trying To Scape ~ Privado ~ Egipto - Página 2 Empty Re: Trying To Scape ~ Privado ~ Egipto

Mensaje por Invitado Dom Feb 11, 2018 3:35 pm

Ah, mi marido... Ese era un tema que no solía serme difícil tratar cuando se trataba de personas en quienes confiaba, aunque fuera un poco, mientras que con los extraños se me hacía mucho más cuesta arriba porque debía mantener las apariencias, por mi bien más que por el suyo. A aquellos que se encontraban próximos no tenía reparos en contarles hasta qué punto mi enlace era una farsa, pues comprenderían los motivos que me habían llevado a aceptar y, también, me protegerían en caso de que las cosas empeoraran aún más de lo que ya lo habían hecho, pero ¿y los otros? No podía, ni debía, olvidar que vivía en un mundo de hombres, donde ellos mandaban y las mujeres simplemente obedecíamos: si admitía a la persona equivocada que me había casado por poder y por ambición mi reputación se vería destruida, y cualquier afrenta de Dragos hacia mí, factible en los días en los que menos oportunidades había de que sucedieran y absolutamente inevitable en los días en los que más, se vería justificada ante los ojos de Dios y de los hombres. ¿Cómo no va a ponerle un marido la mano encima a su díscola mujer...? Si no me andaba con pies de plomo, siempre iba a tener las de perder, y esa era una realidad a la que debía enfrentarme con cada día que pasaba y mi enlace se volvía un peso aún mayor en mi espalda. Poseía, no obstante, una amplísima experiencia en vigilar mi reputación en diferentes momentos históricos, más o menos permisivos para las mujeres en general y para mí en particular, de modo que afrontaba la obligación con resignada paciencia. Además, había determinado que confiaba en Anubis hacía ya un tiempo, o de lo contrario no se encontraría en Roma conmigo, y por eso opté por contarle la verdad, aunque por su cultura tal vez le resultara difícil comprenderla o ponerse de mi lado y no del de mi horriblemente adictivo marido.

– Mi marido es... complicado. – comencé, y entonces dejé lo que quedaba de manzana a un lado simplemente por dejar de tener algo en la mano que pudiera distraerme. A veces tenía esa costumbre: me notaba, en ocasiones, retorciendo el pobre objeto que hubiera terminado en mis manos mientras hablaba, y no quería hacer más alarde de mi fuerza vampírica con él de la que fuera necesaria, pues creía que eso podría llegar a desvirtuar la naturaleza de nuestra relación. – Nos conocimos hace bastante tiempo, él es un vampiro y además es un bárbaro: me sentí atraída por él de inmediato, y entonces tuvimos algo muy intenso, demasiado. Cuando se es uno de nosotros y se encuentra a alguien así, a veces no se piensa, ¿sabes? A veces simplemente se siente y al demonio con todo, y así éramos los dos. – suspiré, sintiéndome mucho más vieja de lo que había sido entonces, pese a que en realidad no hubieran pasado tantos años, sobre todo teniendo en cuenta que mi edad real superaba el milenio muy holgadamente. Mucho había cambiado desde que lo había conocido por primera vez, sin embargo, y precisamente por eso la sensación de irrealidad con la mujer que había sido entonces se ampliaba todavía más. – Yo terminé cansándome. No quería algo tan serio como lo que él y yo teníamos, así que le engañé: me busqué amantes a sus espaldas, acudía a los brazos de otros y de otras para no dedicarle tanto tiempo a él, y él fue incapaz de perdonar esa ofensa. Es un tipo demasiado celoso... Se pondría celoso de su sombra si se lo permitiera a sí mismo, pero no es del todo estúpido y es capaz de controlarse si la situación lo requiere. El problema es que entonces no pareció requerirlo y, por sus celos, intentó matarme. – resumí. A continuación, me encogí de hombros y decidí seguir, dispuesta a contar toda la historia, que él, a juzgar por su gesto, parecía ansiar conocer.

– Sobreviví. Pasó el tiempo, él me encontró de nuevo y me dijo que si me casaba con él, me daría el reino por el que tanto había estado luchando hasta ese momento. No me quedó más remedio que aceptar, claro, y desposarlo, pero no le he permitido que me toque siquiera, y sus celos son peores que entonces. Si se entera de que tú y yo nos hemos enredado, e incluso si no se entera y sólo te ve cerca, puede ser peligroso para ti. Así pues, sí, toma una daga, pero acéptame el consejo y búscate una de plata para poder hacerle más daño. – concluí. Había cedido en eso porque sabía que era necesario para él y para que siguiera teniendo su apasionante cabeza sobre los hombros durante más tiempo, pero tampoco me hacía demasiada gracia colocarlo en esa posición sin que hubiera hecho nada por ganárselo. Dragos era, siempre lo había sido, mi propio problema, mi responsabilidad con la que debía cargar, y que otro tuviera que verse en peligro por algo que era asunto mío no me gustaba lo más mínimo. Aun así, decidí que ya habíamos hablado demasiado de temas serios, y por eso volví a mirarlo y elegí cambiar de asunto y de pregunta para responderle. Era la gran ventaja de que Anubis fuera alguien tan curioso: no me obligaba, hasta involuntariamente, a meterme en temas que no me apetecía nada discutir, y siempre me daba alternativas que eran estupendamente recibidas, sobre todo dadas las circunstancias. – Durante un tiempo eché de menos la comida, pero la sangre tiene algo que te impide dejar de beberla, es una auténtica adicción de la que nunca se tiene suficiente, así que he terminado por preferirla. Es mucho más simple así, lo prefiero. – opiné, y sólo después me enfrenté a la que, quizá, era la pregunta cuya respuesta más nos influiría a los dos desde ese momento hasta que llegáramos a mi reino. – Creo que la siguiente parada debe ser París, así podrás empezar a familiarizarte con los lugares donde me manejo. – sentencié.
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