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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Anubis Rashid Vie Jun 03, 2016 9:40 am

Recuerdo del primer mensaje :

La noche se cernía sobre la ciudad con los últimos rayos del sol alumbrando sus calles dándole un aspecto anaranjado, que recordaba al color de las dunas y de la arena del desierto. Hacía un poco de aire que traía algo de frescor para el calor que hacía en la ciudad, aliviando así el sofoco que habíamos tenido durante todo el día y del cual el sol había sido el único culpable. Comenzaba a entrar la noche y ya se notaba los movimientos en las calles.

Hacía muchos años que llevaba viviendo en las calles desde que apenas tenía siete años, y de aquello hacían ya quince años. Silbé ante el mero recuerdo de cómo habían pasado los años mientras recordaba cómo fue quedarme sin nada siendo tan joven, teniendo que malvivir en la calle y aprender a base de golpes y errores. Me habían engañado mucho cuando era más pequeño, se habían aprovechado de mí sacando aquello que querían, dejando que yo hiciera el trabajo más sucio para luego… quedarse ellos con la propina. Cuántos días había pasado sin tener que llevarme algo a la boca, cuántas noches sin tener un techo donde dormir amparado bajo el frío manto de la noche… con las estrellas como únicas compañeras.

De todo se aprendía en la vida y, conforme fui creciendo, me fui manejando mejor en lo que era la vida callejera. Había aprendido en que no se podía confiar más que en uno mismo, y que debía de desconfiar de todo cuanto me dijeran e hicieran. También aprendí a manejarme mejor y a poder conseguir algo de comida. Había visto muchas veces como la gente se las ingeniaba para robar y había aprendido de todo ello, haciendo mis propias maneras y formas de hacerlo. Entrenaba todos los días para estar en buena condición física por lo que pudiera pasar y poder huir con relativa facilidad. En la adolescencia era donde más había aprendido y donde más perfeccioné todas las técnicas que sabía… hasta el punto en el que fui la comidilla de la ciudad. Era uno de los mejores ladrones que había y aquello me aportó cierta fama.

Aprendí a moverme entre las sombras, a camuflarme con el entorno, a pasar desapercibido en una y mil maneras diferentes… tanto que ni siquiera reparaban en mí presencia. En mí cabeza los planes para robar se formaban en cuanto llegaba al sitio y eran tan fieles y precisos que ni la guardia podía capturarme. Me fundía con el entorno mientras mi mente trazaba un plan, perfecto, que no contenía fallo alguno. Y así fue como tuve cierta reputación en el mundo de los contrabandistas… tanto, que me habían hecho una oferta que, con todo el dolor de mí corazón, pude rechazar.

Robar obras de arte egipcias no era algo que hubiera soñado hacer ni que me había planteado en cuanto empecé a ser un contrabandista para poder subsistir. Adoraba la cultura a la que había pertenecido y me había criado escuchando sus historias, sus relatos y sus leyendas. Había ido a los museos muchas veces con mí padre, que era un entendido de la materia, y me había dejado llevar por la pasión que él sentía. Pasión que se trasladó a mí, una que ahora tenía que dejar de lado y convertirme en lo que muchos llamaban un paria, algo que no estaba bien visto en la sociedad pero que sería mi pasaporte para salir de aquel país.

Suspiré sentado en el bordillo de uno de los tejados de la ciudad mientras esperaba a que la noche cayera del todo sobre ella, vestido con ropajes negros que me ayudarían a camuflarme aún más en la oscuridad de la noche, repasando el plan mental que debía de llevar a cabo. Aquella noche me habían encargado robar una estatuilla del dios Ra, uno de los grandes Dioses que teníamos. Sabía donde estaba localizada y lo que debía de hacer para llegar hasta ella. Sabía que había dos guardias en la entrada y otro dentro patrullando aquella habitación. Los días anteriores me había pasado por aquel lugar a diferentes horas para ver cómo estaba de custodiada y había visto que siempre había dos guardias fueras, y que el cambio del guardia que había dentro se producía cada cierto tiempo… por lo que sería, en ese preciso momento, cuando debía de actuar.

La habitación constaba de una única puerta de entrada que era donde estaban los guardias fuera, pero además tenía dentro una pequeña ventana por donde tenía la intención de entrar. Era pequeña, muy pequeña, pero estaba convencido de que podría colarme sin ningún tipo de problema. Las casas que había alrededor eran perfectas porque podía acceder saltando desde los tejados, ya que estaba en una planta superior, y desde donde debía de entrar. Suspiré y me levanté sabiendo que había llegado la hora, salté a un toldo dejándome caer para llegar hasta el suelo y comencé a moverme entre las callejuelas para llegar al sitio donde estaba la estatuilla. Sabía que había más cosas en aquella habitación, pero el encargo era aquella solamente, y era lo que iba a robar.

No tardé muchos minutos en llegar hasta a aquel edificio y me asomé desde la esquina. Los dos guardias estaban tal y como había pensado en la entrada, sonreí de lado y me di la vuelta para trepar hasta una de las casas como había hecho las veces que había observado el lugar, llegando hasta el tejado que era desde donde saltaría a la ventana. Desde donde estaba se podía ver perfectamente el interior de la habitación, y donde estaban los guardias. Esperé atentamente a que el que había dentro saliera por la puerta mientras no quitaba un ojo de encima a la puerta que daba a la calle, desde donde el otro guardia que cambiaba de turno se acercaba. ¡Bingo! En cuanto saliera por la puerta apenas tendría un par de minutos hasta que el otro subiera y entrara a la habitación, que era lo que solían tardar normalmente.

En cuanto salió no me lo pensé dos veces y salté hacia la ventana, era estrecha pero mí cuerpo también lo era y aunque rozaba en los bordes pude deslizarme en su interior sin hacer ruido, como si fuera un felino que estuviera acechando a su presa. Me acerqué hacia donde estaba la estatuilla en cuestión, la metí en una bolsa que llevaba siempre conmigo, y tan sigiloso y raudo como había entrado… salí por la ventana. El tiempo justo cuando entró el otro guardia por la puerta. Para cuando quisieran darse cuenta de que les faltaba algo… yo ya estaría muy lejos. Mi billete hacia la libertad y la salida de aquel país estaba en marcha.



-Serás mi billete hacia la libertad -murmuré con una sonrisa torcida mirando la estatuilla, camuflándome de nuevo entre la oscuridad de las calles.
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Mensaje por Anubis Rashid Jue Mar 22, 2018 9:56 am

Si había algo que me gustaba de Amanda sin duda era que respondía a todas y cada una de mis preguntas, como si de alguna manera hubiera aceptado la curiosidad innata que me envolvía y siempre estaba dispuesta a saciar todas las dudas que el nuevo mundo que me descubría frente a mis ojos me ocasionaban. No podía evitar pensar que era una mujer muy paciente aunque bien sabía que si no quisiera responderme a alguna de las preguntas, o sencillamente se cansara de tanto “interrogatorio” por mi parte, no tendría más que quedarse callada para no responder porque yo tampoco iba a estar cuestionándole y mucho menos presionándole para que me respondiera a todo lo que yo deseaba saber. En el fondo pensaba que ella entendía que tuviera tantas preguntas al haber vivido siempre recluido en el mismo lugar durante toda mi vida, luchando día tras día para sobrevivir un día más en aquella ciudad de doradas dunas de arena y que lo que me presentaba frente a mis ojos era un mundo totalmente desconocido para mí, como si hubiera abierto la puerta que llevara a la tumba de las maravillas... o así lo sentía yo. No es que la estuviera comparando con el “genio” al que hace alusión la leyenda y las historias, pero en parte sí que podría asemejarla así ya que me había liberado, me enseñaba cosas que quedándome en Egipto jamás conocería y me proporcionaba mucho más de lo que un día siquiera podría imaginar con tener. Para mí que era un apasionado de la cultura y que además se había convertido en un paria, forzado por vivir en la calle y como única manera de sobrevivir, amaba el conocimiento porque desde pequeño me habían inculcado para ello y mis ganas por conocer no tenían límite ni parangón alguno... por lo que siempre estaba dispuesto a aprender ya que para mí el saber no ocupaba espacio, Amanda no solo me daba la oportunidad sino que daba un vuelco a mi vida y a todo lo que entendía sobre el mundo. Gracias a ella había conocido que habían seres que habitaban en las sombras y vivían en la oscuridad de la noche haciendo realidad esas leyendas y mitos de las que hablaban, ¿cómo no tener preguntas sobre ella misma cuando, para mí, era todo algo nuevo y me venían más y más preguntas conforme me hablaba? Tampoco quería saturarla, entendía que íbamos a estar mucho tiempo conociéndonos y que poco a poco desentrañaría los secretos que ella escondía, porque si por algo me caracterizaba, era precisamente por eso.

Escuché atentamente el tema en cuestión que nos ocupaba y que había salido a colación; su marido. No entendía cómo es que pudiera estar celoso de alguien como yo cuando estaba casado con ella, cuando era “suya” ante los ojos de los Dioses y nadie más tenía derecho a tocarla... dato que, en Egipto, yo había desconocido por completo y no que recordé hasta que ella lo mencionó más adelante. Me describió cómo era su marido, un vampiro igual que ella, que era un bárbaro con lo que suponía que era peligroso. Parecía que no iba a contarme mucho más pero seguramente con mi mirada entendió que quería que siguiera, por lo que me deleitó y me contó sus principios y la atracción que sintieron, después también cuando se cansó de su relación con él y ella buscó amantes, y él celoso, quiso matarla. Abrí ligeramente los labios por aquella información mientras la seguía escuchando. Al parecer su matrimonio fue por algo conveniente y no por amor para que Amanda pudiera obtener el reino que tanto quería. Decía que su marido era complicado y celoso por lo que si se enterase de lo que pasó en aquella habitación de hotel.... inconscientemente tragué saliva, no para denotar que entendía lo que me pasaría, sino también, porque a mi recuerdo vino el momento en el que ella me dio de su sangre y yo me volví loco, eufórico... podría decir que, en esos momentos, sentía como la garganta seca y el deseo extraño de volver a tomar de su sangre, aunque no dije nada pero sí me mordí el labio por el pensamiento. Aceptó, contra todo pronóstico, de que llevara armas para defenderme pues no se fiaba de su marido y anoté mentalmente no acercarme demasiado a ella cuando este estuviera presente para conservar mi cabeza, es más, fue ella misma quien me sugirió que llevara una daga de plata porque sería mucho más efectiva ya que poco sabía cómo se mataba a un vampiro, no mucho más de lo que ella me había contado.


-Entonces con más motivo el llevar una daga, conseguiré una de plata para llevarla aunque sea en un cinto que sea algo discreto –dije porque entendía que quizás se vería y, por lo que yo me imaginaba, no es que fuera o diera muy buena imagen que la llevara cuando yo no era escolta ni guardia real- la verdad es que pensaba que te ibas a negar en que llevara armas –dije porque no entendía el motivo por el cual no debía de decirle lo que pensaba, ella parecía confiar en mí y si quería que nuestra relación profesional fuera bien para ello debía de haber una confianza entre el uno y el otro. Como le había dicho yo me sentía más seguro portando mis propias armas, me había pasado toda la vida así y ahora confiar en que otro guardara por mi vida no es que me fuera fácil de asumir y de aceptar tras pasar viviendo en un mundo donde hasta las propias sombras podían traicionar a uno. Al menos me quedaba tranquilo, no así con el tema de su marido pero agradecí la advertencia para tenerlo en cuenta aunque estaba claro que ni Amanda ni yo teníamos nada, lo que pasó en aquel hotel fue un momento puntual aunque yo no pudiera evitar pensar en el momento de su sangre... la droga más fuerte y más potente que había conocido a lo largo de mi vida. Decía que lo más conveniente era que nuestra siguiente parada fuera en París y, por lo que ella me había dicho, allí era dueña de un Museo para el cual había ido a Egipto a por algunas piezas. Cabía decir que sentía curiosidad no solo por ver la ciudad, sino también por ver dicho museo- ¿París es muy diferente a Roma? –Pregunté porque, aunque había leído –más bien visto imágenes en los libros- me la imaginaba un poco como la ciudad actual en la que estábamos- cuando nos conocimos me dijiste que eras la dueña del Museo que hay en París, también me dijiste que ibas en busca de reliquias que pudieras exhibir en tu museo –me apoyé en la barandilla de uno de los muros de piedra que había en aquel jardín mientras observábamos las vistas que desde allí teníamos, mi espalda quedaba contra esta y llevé mis antebrazos contra el lugar observando a la mujer que tenía a unos pocos pasos de distancia- dime, en ese Museo del que eres dueña, ¿hay más exposiciones además de la de mi cultura? –Me apasionaba el arte y las culturas, no podía evitarlo- estoy convencido de que incluso puede que haya alguna de las estatuillas que haya encontrado yo –sonreí de lado, si la veía seguramente la reconocería aunque no me extrañaba que hubiera algo allí que yo robara. Miré hacia el horizonte dándome cuenta de que la noche estaba pasando más rápido de lo que en un principio me habría gustado, el tiempo pasaba más rápido cuando estaba con Amanda porque saciaba esa curiosidad que tenía, y aunque yo podía disfrutar por el día no así ella ya que era mortal para los vampiros- creo que por esta noche te he hecho muchas preguntas, a veces soy demasiado curioso –dije sonriendo levemente de lado, a la par que me encogía de hombros- creo que deberíamos de ir a descansar, o mejor dicho, a que lo hagas tú antes de que se nos pase más el tiempo respondiéndome a más preguntas –sí, curioso por naturaleza- no creo que haga falta decirlo pero, si en algún momento me paso solo tienes que decirlo... a veces ni siquiera yo me controlo y no me doy cuenta hasta más tarde –miré alrededor contemplando el lugar donde estábamos, las estatuas de mármol que habían por el jardín y que representaban a dioses o a personajes que no conocía ni había visto nunca, ¿cómo no sentir curiosidad cuando me habían abierto la puerta a un mundo totalmente nuevo y desconocido?
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Mensaje por Invitado Mar Abr 03, 2018 8:43 am

Había llegado a plantearme lo de negarme a que llevara armas, pero ¿serviría de algo? Una parte de mi mente estaba convencida de que, si Dragos deseaba atacar a Anubis, ni una ni mil dagas de la mejor plata que pudiera extraerse de las entrañas de la tierra podría detenerlo, y sin embargo me sentiría más tranquila si, al menos, Anubis deseaba prestar batalla. Desde que había averiguado lo que yo era, un paso indispensable para tratar de formalizar todo lo demás, él se había dado cuenta de que relacionarse conmigo no era simplemente una aventura por cruzarse en el camino de una mujer de categoría, sino que traía consigo un peligro que no se veía a simple vista, pero no por ello era más real. Por eso, me parecía incluso justo que él se defendiera como podía de alguien que no le deseaba como enemigo a cualquiera, a fuerza de habérmelo labrado yo misma como tal y saber cómo se las gastaba; que fuera sin armas era una debilidad que no estaba dispuesta a permitir, por principios, hasta si sabía que la utilidad real de su decisión no sería mucha. Así pues, cedí en eso, igual que había cedido en otros aspectos e igual que planeaba ceder en otros tantos, todo con tal de favorecer una relación que sería beneficiosa para ambos, pues precisamente en base a ello la habíamos decidido establecer. Con esa perspectiva, no pude evitar sonreír cuando me advirtió que podía decirle que parara si es que llegaba un momento en el que me cansaba de él y su curiosidad, como si yo no hubiera sido exactamente igual la primera vez que había pisado Roma... En mi caso, igual que en el suyo, no se trataba únicamente del efecto de la Ciudad Eterna sobre nuestras activas curiosidades, sino también de la certeza de que de pronto descubríamos un mundo mucho mayor de lo que habíamos imaginado antaño, y moríamos de ganas por descubrirlo.

– Descuida, Anubis, tengo toda la intención de frenarte si veo que llegas a límites con los que no estoy cómoda. Me gustaría recordarte que soy reina de una nación rica y próspera: no tengo miedo de ejercer mi autoridad, incluso sobre ti. – comenté. Más bien había sido una advertencia, pero no había el menor reproche en mi tono, sino sólo el recordatorio que él parecía necesitar de que, pese a haber cometido errores como desposar a uno de mis mayores enemigos, seguía sabiendo cuidar de mí misma porque llevaba años haciéndolo, muchos de ellos sin ayuda de nadie. Mi vida, me temía, no había estado exenta de traiciones por parte de quienes habían sido una vez cercanos, e incluso de peligro por parte de quienes ni siquiera conocían mi nombre real, el que había portado cuando había sido una princesa britanna, si es que en mi tribu existía un concepto semejante. Por mi naturaleza, tanto la inmortal como la que había existido antes del mordisco de mi creador, me había labrado enemigos desde antes de saber incluso cómo lidiar con ellos, y eso no había cambiado con el paso de los siglos. Lo que sí lo había hecho era mi capacidad para defenderme, y eso era algo que me demostraba a mí misma con cada nueva oportunidad que tenía para salvar el cuello y mantenerlo lejos del alcance de la plata inquisitorial, entre otras. – Son bastante diferentes, París y Roma. Roma tiene una historia amplísima, se respira en las calles, pero París... Mucha parte de la ciudad es de nueva construcción. Otra se remonta a sólo unos siglos, nada de milenios. Además, mientras Roma es una urbe llena de arte, París está más viva y está llena de personas de todos los rincones del mundo. – expliqué, encogiéndome de hombros con suavidad. Mis experiencias parisinas habían sido intensas, semejantes en contradicción a las de Roma, pero dado que mi residencia se solía encontrar allí, bueno, imaginaba que al final también había caído presa de su embrujo, aunque fuera a regañadientes.

– Desde que me hice con el Museo, intenté que mostrara un poco de la mayor parte de las culturas conocidas. Por supuesto, por su localización y porque me ha sido muy fácil obtener piezas de ese reino, hay muchas francesas, pero soy una coleccionista ávida de materiales de todos los lugares del mundo, e intento que haya variedad. Por ejemplo, hay una gran cantidad de objetos de aquí, de Roma, de mis viajes anteriores y algunos de cuando yo era una cría y vivía aquí. – expliqué. Mi criterio con el museo había sido, en la medida de lo posible, convertirlo en un lugar que exhibiera, no abrumara con las piezas que poseía. Las cámaras de las maravillas de otros aristócratas, que me habían servido de inspiración en otros momentos, me resultaban indiscutiblemente agobiantes, y si bien entendía que había una gran curiosidad por las piezas y que éstas ayudaban a entender en gran medida estilos de vida pasados, prefería actuar con moderación. A fin de cuentas, contaba con un antiguo palacio de los reyes de Francia para exhibir mis obras de arte, no me quejaba de espacio en absoluto. – Pero creo que será mejor que lo veas por tu cuenta, Anubis, para que te hagas tu propia opinión del Louvre sin dejarte influenciar por mí y por mis intenciones. – concluí. A continuación, me despedí de él con un suave abrazo y le deseé buenas noches, no sin antes recordarle que nos encontraríamos en aquel patio la noche siguiente, en cuanto se hubiera puesto el sol, para partir. Después de eso, finalmente, desaparecí en la intimidad de mi palacio, dispuesta a que la próxima vez que nos viéramos fuera en el carruaje, iniciando nuestro largo pero, esperaba, próspero viaje a París.
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