AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Grandes Esperanzas | Privado
La brisa tersa flotaba alrededor de su ventanal y acarició la tersura de su rostro. Fue en ese instante que Lorraine volvió en sí. ¿Cuándo tiempo habría transcurrido? No recordaba en que había estado pensando en aquel ápice temporal donde quizás lo bueno fue eso; no haber pensado en nada. Los días seguían su transcurso habitual y ella continuaba sin saber nada sobre su padre, el único hombre a quien permitía le corrigiera en sus actos premeditados. Había no solo perdido la confianza en sí misma después de esa eventualidad sino la dirección que hasta el día de hoy había seguido. Su niñez entera, su juventud había transcurrido en un abrir y cerrar de ojos ¿En qué momento se volvió dueña de su propio destino? Atada ahora al cuidado de un pequeño que demandaba toda su atención. Sin un consejero que le guiara a través de ese sendero, no se sentía capaz de moldear con precisión sus pasos. Entornó su cuerpo cuando la mujer del servicio le indicaba que su hijo había sido aseado y vestido para salir. Lorraine únicamente asintió y con el ademan frio de su diestra indicó dejar al niño en su recamara.
Jerome. Como ella le había nombrado en honor a su progenitor balbuceaba y sonreía con naturalidad cuando se hallaba junto a ella. La mujer únicamente se limitaba a pasar sus dedos por el terso cabello de oro del niño.
–Dime pequeño ¿Qué nos espera a partir de ahora?–
Susurró depositando un beso en su frente.
Tomó las cosas necesarias y cruzó el umbral de su puerta, apenas esbozo instrucciones de no esperarla a cenar, pues podría ausentarse la tarde entera si se le daba la gana. Al salir dela mansión Saint-Cricq ordenó al cochero le llevara de inmediato a la residencia de una vieja amiga. Quizá Eugénie era la única persona después de aquel joven que había llegado a su vida por casualidad en quien la rubia confiaba sus secretos. El viaje fue corto y sin relevancia alguna, al arribar el hombre le ayudó con el niño y de este modo Lorraine pudo descender.
–No estoy segura a qué hora volveré, por favor sean tan amables de no molestarme, el día de hoy no estoy para nadie ¿Entendido?–
Así debían ser siempre las cosas con ella. Caprichosa y con ese don de mando que la mayoría en la mansión temían cuando le veían caminar con suma elegancia en los pasillos. Suspiró y se dio pasó por el pequeño jardín, al tocar el timbre las personas del servicio de Eugénie le recibieron con una ligera reverencia. Se adentró hacia la sala donde le pidieron esperar un par de minutos. Lorraine arqueó la ceja ligeramente, pues de no tratarse de una conocida seguramente habría reprochado la tardanza. Jerome movía con gracia sus brazos y caminaba con dificultad en el lugar, la voz suave de su anfitriona le advirtió de su llegada.
–Eugénie, discúlpame si llegué repentinamente necesito hablar contigo–
Los orbes cristalinos de la rubia se engrandecieron ligeramente al verle en un estado diferente, no era la misma mujer con quien regularmente trataba.
–Aunque si te encuentras indispuesta, puedo regresar otro día–
Jerome. Como ella le había nombrado en honor a su progenitor balbuceaba y sonreía con naturalidad cuando se hallaba junto a ella. La mujer únicamente se limitaba a pasar sus dedos por el terso cabello de oro del niño.
–Dime pequeño ¿Qué nos espera a partir de ahora?–
Susurró depositando un beso en su frente.
Tomó las cosas necesarias y cruzó el umbral de su puerta, apenas esbozo instrucciones de no esperarla a cenar, pues podría ausentarse la tarde entera si se le daba la gana. Al salir dela mansión Saint-Cricq ordenó al cochero le llevara de inmediato a la residencia de una vieja amiga. Quizá Eugénie era la única persona después de aquel joven que había llegado a su vida por casualidad en quien la rubia confiaba sus secretos. El viaje fue corto y sin relevancia alguna, al arribar el hombre le ayudó con el niño y de este modo Lorraine pudo descender.
–No estoy segura a qué hora volveré, por favor sean tan amables de no molestarme, el día de hoy no estoy para nadie ¿Entendido?–
Así debían ser siempre las cosas con ella. Caprichosa y con ese don de mando que la mayoría en la mansión temían cuando le veían caminar con suma elegancia en los pasillos. Suspiró y se dio pasó por el pequeño jardín, al tocar el timbre las personas del servicio de Eugénie le recibieron con una ligera reverencia. Se adentró hacia la sala donde le pidieron esperar un par de minutos. Lorraine arqueó la ceja ligeramente, pues de no tratarse de una conocida seguramente habría reprochado la tardanza. Jerome movía con gracia sus brazos y caminaba con dificultad en el lugar, la voz suave de su anfitriona le advirtió de su llegada.
–Eugénie, discúlpame si llegué repentinamente necesito hablar contigo–
Los orbes cristalinos de la rubia se engrandecieron ligeramente al verle en un estado diferente, no era la misma mujer con quien regularmente trataba.
–Aunque si te encuentras indispuesta, puedo regresar otro día–
Última edición por Lorraine Saint-Cricq el Lun Nov 14, 2016 4:47 pm, editado 2 veces
Vesper Ajmátova*- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 08/05/2016
Re: Grandes Esperanzas | Privado
¡Dos meses! Llevaba dos meses sin ir al burdel, y aunque al principio su estado de salud era deplorable, conforme iba pasando el tiempo, todo se iba normalizando, pero el deseo que generaba su enfermedad no. El monstruo del ninfómano permanecería como una bestia dispuesto a salir a la luz, todo esto sino se llegaba a tratar, pero muy pocos médicos decidían cargar con dichos males. ¡La sexualidad! El peor pecado, ser una enferma de deseo, un demonio podrías ser llamado.
Ella estaba condenada. Él único que sabía su verdad era su hermano, pero aquel muchacho la protegería a capa y espada, no dejaría que la sociedad supiera ese maldito pecado. Por eso estaba en casa, evitaba sus clases protocolares, se conformaría en tratar de pasar tiempo de calidad con cosas hogareñas. ¡Todas aburridas! Ella no era así, además de que Theodore la tenía vigilada, y no se podía permitir fallar o terminaría en boca de todos. ¡Era prisionera a causa de su mal, aquello que más disfrutaba y anhelaba! Que desgracia.
Se dedicó a acomodar sus cortes, algo que no le tocaba a ella, pero había realizado tantas tareas, que creía una más y extraña sería algo que pudiera darle un enfoque distinto a sus días repetitivos. La desesperación siempre te lleva a realizar actos que nunca imaginaste. Suspiró repetidas veces al terminar. Se dejó caer en la cama mirando al techo. Quiso llorar. La vida parecía carecer de sentido. No tenía su porqué, no tenía un para que. ¡No tenía nada! Porque no amaba a Theodore aún. ¿Algún día lo haría? Por supuesto que no.
Gente empezó a perder la paciencia, y se obligó a intentar dormir. ¡Casi lo logra! Uno de sus sirvientes interrumpió su tranquilidad.
Sonrió al saber quien estaba en su casa. Llevaban varios días sin verse, sus encuentros y platicas siempre resultaban abrazadores, además de que adoraba a su pequeño. Se levantó de la cama no sin antes pedir privacidad, se dirigió al espejo y se arregló el cabello. Después de aceptar su estado frente al espejo, la joven bajó las escaleras subiendo un poco la intensidad de sus pasos. Cuando por fin vio a su amiga, la abrazó con demasiada fuerza pero sin buscar lastimarla.
— No digas tonterías, sabes que siempre serás bien recibida aquí, no tengo demasiado que hacer — Se encogió de hombros.
La joven retiró al niño de los brazos de su madre, el infante animado la abrazó y se acurrucó en sus brazos.
— ¿Cómo están? — Los guió con cuidado hasta la sala principal. — ¿Quieres ir a la casa de atrás? Estaremos más cómodas. — Dentro de la propiedad de Eugénie existía una mansión y tres pequeñas casas de visitas. Ellos tuvieron que atravesar un jardín, después entraron a la casa. Dentro estaba un sirviente, les puso una mesa con te y galletas para después retirarse. Habían colocado una manta para colocar al niño, y dejarlo jugar un rato mientras las dos mujeres se disponían a intercambiar algunas palabras.
— Ahora si, cuéntame que es lo que pasa, veo tu rostro afligido, no me gusta que te encuentres así, así que suelta lo que ocurre — Ella siempre con su humor especial, pero eran amigas, y estando solas, mucha naturalidad podría dejarse ver sin prejuicios.
Ella estaba condenada. Él único que sabía su verdad era su hermano, pero aquel muchacho la protegería a capa y espada, no dejaría que la sociedad supiera ese maldito pecado. Por eso estaba en casa, evitaba sus clases protocolares, se conformaría en tratar de pasar tiempo de calidad con cosas hogareñas. ¡Todas aburridas! Ella no era así, además de que Theodore la tenía vigilada, y no se podía permitir fallar o terminaría en boca de todos. ¡Era prisionera a causa de su mal, aquello que más disfrutaba y anhelaba! Que desgracia.
Se dedicó a acomodar sus cortes, algo que no le tocaba a ella, pero había realizado tantas tareas, que creía una más y extraña sería algo que pudiera darle un enfoque distinto a sus días repetitivos. La desesperación siempre te lleva a realizar actos que nunca imaginaste. Suspiró repetidas veces al terminar. Se dejó caer en la cama mirando al techo. Quiso llorar. La vida parecía carecer de sentido. No tenía su porqué, no tenía un para que. ¡No tenía nada! Porque no amaba a Theodore aún. ¿Algún día lo haría? Por supuesto que no.
Gente empezó a perder la paciencia, y se obligó a intentar dormir. ¡Casi lo logra! Uno de sus sirvientes interrumpió su tranquilidad.
Sonrió al saber quien estaba en su casa. Llevaban varios días sin verse, sus encuentros y platicas siempre resultaban abrazadores, además de que adoraba a su pequeño. Se levantó de la cama no sin antes pedir privacidad, se dirigió al espejo y se arregló el cabello. Después de aceptar su estado frente al espejo, la joven bajó las escaleras subiendo un poco la intensidad de sus pasos. Cuando por fin vio a su amiga, la abrazó con demasiada fuerza pero sin buscar lastimarla.
— No digas tonterías, sabes que siempre serás bien recibida aquí, no tengo demasiado que hacer — Se encogió de hombros.
La joven retiró al niño de los brazos de su madre, el infante animado la abrazó y se acurrucó en sus brazos.
— ¿Cómo están? — Los guió con cuidado hasta la sala principal. — ¿Quieres ir a la casa de atrás? Estaremos más cómodas. — Dentro de la propiedad de Eugénie existía una mansión y tres pequeñas casas de visitas. Ellos tuvieron que atravesar un jardín, después entraron a la casa. Dentro estaba un sirviente, les puso una mesa con te y galletas para después retirarse. Habían colocado una manta para colocar al niño, y dejarlo jugar un rato mientras las dos mujeres se disponían a intercambiar algunas palabras.
— Ahora si, cuéntame que es lo que pasa, veo tu rostro afligido, no me gusta que te encuentres así, así que suelta lo que ocurre — Ella siempre con su humor especial, pero eran amigas, y estando solas, mucha naturalidad podría dejarse ver sin prejuicios.
Eugénie Florit- Prostituta Clase Alta
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Re: Grandes Esperanzas | Privado
Al ver a su vieja amiga cruzar el umbral de la habitación contigua, una paz momentánea abrazó su dolida consciencia. Sus días pasaban si muchas novedades ya que después del nacimiento de Jerome solo se dedicaba a su cuidado dejando en segundo término aquellos espacios propios que utilizaba como distractores. De igual modo había dejado de frecuentar a muchos de los socios que habían aportado en demasía a la familia Saint-Cricq en su momento. Ya se daría a la tarea de corregir esos errores, era una mujer terca y que gustaba imponer sus órdenes y voluntad sí, pero así mismo había heredado la cautela de su padre en el área de las negociaciones, dejar pasar por alto esos detalles era algo que no podía permitirse. Sonrió con dificultad al notar un poco más ese halo de lobreguez en la mirada de Eugénie. No obstante aguardó a que la conversación venidera les condujera a una pausa donde pudiera inquirirle sobre aquel estado cansado en su rostro y sólo se limitó a sonreír.
Respondió con efusividad, cosa un tanto extraña en Lorraine el abrazo ajeno y delineó una curva discreta en sus labios al observar al pequeño tan cómodo en los brazos ajenos.
Suspiró antes de responder, ya que no sabía en primera instancia como defender ese punto, podía estallar en ese mismo instante y desahogar todas y cada una de sus penas, pero ante todo la francesa poseía clase y no se permitiría verse derrotada, ni siquiera con alguien de su entera confianza como lo era Eugénie.
–Bien, es decir las cosas podrían ser peores pero nada que pese de sobremanera ¿Sabes? No es mi fuerte confesar–
Asintió y agradeció de sobremanera el gesto de intimidad que ella le ofrecía. Conocía a Eugénie de años quien seguramente sabía del temperamento de la rubia y su repudio hacia el trato con la servidumbre. Por lo tanto no esperó dos veces a ser conducida hacia la parte trasera de la mansión. Lorraine tomó asiento mientras aspiraba la sutileza de la brisa a esa hora del día. Las tonalidades en el jardín modesto le brindaban una sensación de paz etérea, pero que bien le vendría en medio de esa turbulencia en su vida. Cuando Jerome logró entretenerse de lleno la mujer de melena rubia entornó sus orbes hacia su anfitriona.
–Vaya que ha pasado tiempo desde la última vez que nos vimos, pero es que en realidad la situación en la mansión es un caos. Mi madre está de viaje, cosa que agradezco de sobremanera pues su actitud como bien sabes es algo que no tolero y necesitábamos ese espacio para poder seguir coexistiendo en el mismo lugar–
Miró de reojo a la mujer que servía el té y aguardó en silencio a que este se retirara para poder continuar su confesión.
–Mi tiempo lo absorbe Jerome– soltó con un poco más de tranquilidad girando ligeramente su rostro en dirección a donde el pequeño jugaba –Me cuesta mucho trabajo jugar el papel de madre– rió discretamente para después dar un sorbo a la humeante taza.
Sobrevino un breve silencio que seguramente su amiga utilizaría para reflexionar el rumbo de la plática.
Respondió con efusividad, cosa un tanto extraña en Lorraine el abrazo ajeno y delineó una curva discreta en sus labios al observar al pequeño tan cómodo en los brazos ajenos.
Suspiró antes de responder, ya que no sabía en primera instancia como defender ese punto, podía estallar en ese mismo instante y desahogar todas y cada una de sus penas, pero ante todo la francesa poseía clase y no se permitiría verse derrotada, ni siquiera con alguien de su entera confianza como lo era Eugénie.
–Bien, es decir las cosas podrían ser peores pero nada que pese de sobremanera ¿Sabes? No es mi fuerte confesar–
Asintió y agradeció de sobremanera el gesto de intimidad que ella le ofrecía. Conocía a Eugénie de años quien seguramente sabía del temperamento de la rubia y su repudio hacia el trato con la servidumbre. Por lo tanto no esperó dos veces a ser conducida hacia la parte trasera de la mansión. Lorraine tomó asiento mientras aspiraba la sutileza de la brisa a esa hora del día. Las tonalidades en el jardín modesto le brindaban una sensación de paz etérea, pero que bien le vendría en medio de esa turbulencia en su vida. Cuando Jerome logró entretenerse de lleno la mujer de melena rubia entornó sus orbes hacia su anfitriona.
–Vaya que ha pasado tiempo desde la última vez que nos vimos, pero es que en realidad la situación en la mansión es un caos. Mi madre está de viaje, cosa que agradezco de sobremanera pues su actitud como bien sabes es algo que no tolero y necesitábamos ese espacio para poder seguir coexistiendo en el mismo lugar–
Miró de reojo a la mujer que servía el té y aguardó en silencio a que este se retirara para poder continuar su confesión.
–Mi tiempo lo absorbe Jerome– soltó con un poco más de tranquilidad girando ligeramente su rostro en dirección a donde el pequeño jugaba –Me cuesta mucho trabajo jugar el papel de madre– rió discretamente para después dar un sorbo a la humeante taza.
Sobrevino un breve silencio que seguramente su amiga utilizaría para reflexionar el rumbo de la plática.
Última edición por Lorraine Saint-Cricq el Lun Nov 14, 2016 4:42 pm, editado 1 vez
Vesper Ajmátova*- Humano Clase Alta
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Re: Grandes Esperanzas | Privado
Ambos pares de ojos se fijaron en un punto en especifico: el niño. No es que no lo hubiesen visto a detalle con anterioridad. Seguramente la madre se sabía de memoria cada uno de sus detalles, incluso la imperfecciones que eran más difíciles de ver y aceptar, sin embargo parecía que ambas habían sentido que el peso de la responsabilidad había caído sobre los hombros de la rubia, aunque la prostituta no tenía mucho en juego ahí, podía darse cuenta de cosas que sin duda no estaba preparada para hacer; ni siquiera se lo imaginaba.
Poca era su vida, dentro de ella nunca midió peligros más que el de ser descubierta. ¿Qué hubiese pasado si estuviera embaraza? Aquello era un error que no se podía enmendar, no era como comprar un dulce o un vestido, pero al pensarlo bien no te gusta tanto y necesitas dejarlo o devolverlo. Un hijo requería grandes sacrificios, algunos te privaban de una vida soñada, te quitaban prestigio social, te retiraban privilegios, y pocos eran los hombres que se arriesgaban a tener un hijo de un desconocido. ¡Debía tener más cuidado! O quizás ya debía aprender a tener sus piernas cerradas.
No negaría que la criatura alegraba su corazón y la ponía de buenas, per quizás sólo era el hecho de que no era suyo.
— No necesitas jugar a ser madre, solamente necesitas ayuda — Negó un par de veces — No necesitas tener todo el peso sola, ni la responsabilidad, bien podrías contratar doncellas que hagan el trabajo sucio, todas lo hacen a estas alturas de la vida ¿Por qué no lo haces tú? — Frunció el ceño, no es que contratar servidumbre para criar a un niño fuera el peor pecado, casi todas las mujeres lo hacían para poder seguir cubriendo su papel social, o simplemente para satisfacer al hombre que tenían a un lado.
La volteó a ver con el claro gesto de confusión en el rostro. ¿Por qué una mujer de clase alta tenía ese tipo de problemas? No deberían de existir, mujeres como ella debían de preocuparse por los mejores vestidos, aquellos que tenían más pomposidad, incluso de no tener arruga alguna en la tela de ellos, quizá de mantener la espalda recta a cada momento, y claro, de pescar a un hombre con la fortuna el doble de lo que ellas podían tener con su solo apellido.
Sonrió un poco, sólo para intentar quitar la tensión del momento, porque incluso aunque pareciera algo sencillo de hablar, parecía perturbar el ambiente.
— Dime — Hizo una pequeña pausa intentando aclarar un poco su confusión, poder decir las palabras correctas debía de ser la clave. — ¿Qué es lo que sucede en realidad? ¿Qué es lo que te preocupa? Una mujer como tu, con las posibilidades, el carácter y la riqueza, no debería tenerse por algo tan simple, existe algo más, debes de decirlo, sabes que yo no voy a juzgarte de nada — Tomó una de las manos de la jovencita para poder darle un apretón cariñoso que la animara a decirle que ocurría en realidad.
Poca era su vida, dentro de ella nunca midió peligros más que el de ser descubierta. ¿Qué hubiese pasado si estuviera embaraza? Aquello era un error que no se podía enmendar, no era como comprar un dulce o un vestido, pero al pensarlo bien no te gusta tanto y necesitas dejarlo o devolverlo. Un hijo requería grandes sacrificios, algunos te privaban de una vida soñada, te quitaban prestigio social, te retiraban privilegios, y pocos eran los hombres que se arriesgaban a tener un hijo de un desconocido. ¡Debía tener más cuidado! O quizás ya debía aprender a tener sus piernas cerradas.
No negaría que la criatura alegraba su corazón y la ponía de buenas, per quizás sólo era el hecho de que no era suyo.
— No necesitas jugar a ser madre, solamente necesitas ayuda — Negó un par de veces — No necesitas tener todo el peso sola, ni la responsabilidad, bien podrías contratar doncellas que hagan el trabajo sucio, todas lo hacen a estas alturas de la vida ¿Por qué no lo haces tú? — Frunció el ceño, no es que contratar servidumbre para criar a un niño fuera el peor pecado, casi todas las mujeres lo hacían para poder seguir cubriendo su papel social, o simplemente para satisfacer al hombre que tenían a un lado.
La volteó a ver con el claro gesto de confusión en el rostro. ¿Por qué una mujer de clase alta tenía ese tipo de problemas? No deberían de existir, mujeres como ella debían de preocuparse por los mejores vestidos, aquellos que tenían más pomposidad, incluso de no tener arruga alguna en la tela de ellos, quizá de mantener la espalda recta a cada momento, y claro, de pescar a un hombre con la fortuna el doble de lo que ellas podían tener con su solo apellido.
Sonrió un poco, sólo para intentar quitar la tensión del momento, porque incluso aunque pareciera algo sencillo de hablar, parecía perturbar el ambiente.
— Dime — Hizo una pequeña pausa intentando aclarar un poco su confusión, poder decir las palabras correctas debía de ser la clave. — ¿Qué es lo que sucede en realidad? ¿Qué es lo que te preocupa? Una mujer como tu, con las posibilidades, el carácter y la riqueza, no debería tenerse por algo tan simple, existe algo más, debes de decirlo, sabes que yo no voy a juzgarte de nada — Tomó una de las manos de la jovencita para poder darle un apretón cariñoso que la animara a decirle que ocurría en realidad.
Eugénie Florit- Prostituta Clase Alta
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Re: Grandes Esperanzas | Privado
Aquella tranquilidad flotando a su alrededor era una escena a la cual Lorraine no estaba acostumbrada. Dadas las condiciones bajo las cuales fue criada, las demandas de Eugéne hacia la servidumbre resultaban ser una caricia en comparación con lo que ella solía hacer con regularidad en su mansión. Nunca había entendido esa parte en su confidente, pero tampoco le correspondía el papel de cuestionar y mucho menos juzgar. Se limitó a escuchar con detenimiento las aseveraciones ajenas y ante aquellas cuestiones inminentes se sintió por primera vez confundida. Había cierta razón en lo que la mujer de cabellos oscuros le decía.
Lorraine bien podía seguir delegando esas labores a las doncellas como lo había hecho minutos previos a su encuentro, no obstante por su mente cruzaba también la idea de algún día vestirlo ella misma, asearlo y porque no fungir como su tutora en el desarrollo del pequeño. Poseía las herramientas necesarias para ser una madre independiente.
Giraba con suavidad la cucharilla en su taza humeante. El silencio sobrevino de inmediato y carraspeó la garganta antes de responder.
–Te resultará sorprendente que no veo un futuro así para él, en algún momento parece que esa Lorraine egoísta que alguna vez conociste se desvaneció para dar espacio a una mujer que solo busca no cometer los errores que su madre tuvo para con ella–
Se encogió de hombros y dedicó una mirada un poco más cálida hacia Eugéne.
–No me juzgues, hago lo mejor que puedo–
Rió sarcástica y probó por primera vez el sabor dulce de su bebida. Esa pequeña pausa en su venidera confesión pareció ser suficiente para librarles de la incomodidad que se empeñaba en tomar lugar. El tono suave de su oyente le aterrizó una vez más a su realidad.
Arqueó una de sus cejas mirándole fijamente.
–¿Es broma cierto?–
Los años de amistad entre ambas féminas no pasaban desapercibidos cuando Eugene le tomó desprevenida con las palabras correctas. Estaba en lo cierto, Lorraine no se habría molestado en ir hasta allá si no fuese por una razón de peso suficiente. Pero es que no estaba acostumbrada a tomar el papel de víctima y no iba a empezar ahora a demostrar debilidad.
¿Dónde demonios se encontraba Georgiy cuando lo necesitaba?
–Sabes que no soy buena confesando, en realidad no tengo espacio para este tipo de cosas Eugene, pero si lo tuviese te diría que Jerome consume todo mi tiempo últimamente, que apenas he podido continuar la búsqueda de mi padre– pausó unos segundos para no derrumbarse por completo –También te diría que mi madre continua perdida en el alcohol queriendo sustituir la imagen de su esposo por cualquiera de sus amantes, hecho que me tiene sin cuidado, solamente le pido que no se cruce en mi camino nuevamente y que deje de pedir un respeto que no se merece. Por si fuera poco el padre de Jerome es un imbécil que simplemente desapareció del camino, no lo necesito, no es algo que me quite el sueño, pero agradecería que por una vez en mi vida algo de lo que intento hacer pudiera salir bien ¿Es mucho pedir?–
Se aferró al toque de la mano ajena sin apartar sus orbes cristalinos que buscaban un aliciente después de ese intento escueto de desahogo.
Lorraine bien podía seguir delegando esas labores a las doncellas como lo había hecho minutos previos a su encuentro, no obstante por su mente cruzaba también la idea de algún día vestirlo ella misma, asearlo y porque no fungir como su tutora en el desarrollo del pequeño. Poseía las herramientas necesarias para ser una madre independiente.
Giraba con suavidad la cucharilla en su taza humeante. El silencio sobrevino de inmediato y carraspeó la garganta antes de responder.
–Te resultará sorprendente que no veo un futuro así para él, en algún momento parece que esa Lorraine egoísta que alguna vez conociste se desvaneció para dar espacio a una mujer que solo busca no cometer los errores que su madre tuvo para con ella–
Se encogió de hombros y dedicó una mirada un poco más cálida hacia Eugéne.
–No me juzgues, hago lo mejor que puedo–
Rió sarcástica y probó por primera vez el sabor dulce de su bebida. Esa pequeña pausa en su venidera confesión pareció ser suficiente para librarles de la incomodidad que se empeñaba en tomar lugar. El tono suave de su oyente le aterrizó una vez más a su realidad.
Arqueó una de sus cejas mirándole fijamente.
–¿Es broma cierto?–
Los años de amistad entre ambas féminas no pasaban desapercibidos cuando Eugene le tomó desprevenida con las palabras correctas. Estaba en lo cierto, Lorraine no se habría molestado en ir hasta allá si no fuese por una razón de peso suficiente. Pero es que no estaba acostumbrada a tomar el papel de víctima y no iba a empezar ahora a demostrar debilidad.
¿Dónde demonios se encontraba Georgiy cuando lo necesitaba?
–Sabes que no soy buena confesando, en realidad no tengo espacio para este tipo de cosas Eugene, pero si lo tuviese te diría que Jerome consume todo mi tiempo últimamente, que apenas he podido continuar la búsqueda de mi padre– pausó unos segundos para no derrumbarse por completo –También te diría que mi madre continua perdida en el alcohol queriendo sustituir la imagen de su esposo por cualquiera de sus amantes, hecho que me tiene sin cuidado, solamente le pido que no se cruce en mi camino nuevamente y que deje de pedir un respeto que no se merece. Por si fuera poco el padre de Jerome es un imbécil que simplemente desapareció del camino, no lo necesito, no es algo que me quite el sueño, pero agradecería que por una vez en mi vida algo de lo que intento hacer pudiera salir bien ¿Es mucho pedir?–
Se aferró al toque de la mano ajena sin apartar sus orbes cristalinos que buscaban un aliciente después de ese intento escueto de desahogo.
Vesper Ajmátova*- Humano Clase Alta
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