Il giudizio finale: caso 15 | The World War of Black Swan | Privado

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Emelia no había podido dormir, se la pasó preparando sus armas y demás artilugios inquisitoriales, es que ese día tendría una misión, preparar y escoltar a un traidor, y por Dios que no era cualquier traidor. Mas allá que se trataba de un inquisidor humano, y sumamente letal, ésa persona tenia cuentas pendientes con la rubia platinada, pues  de no ser por la irrupción de su superior Emelia hubiera muerto a manos de Killer Bee, aquella ofensa, no se la dejaría pasar tan fácilmente. No, por el contrario había sido ella, quien supervisara cada día, las torturas que la inquisidora apresada recibía. No podía negar que sentía un gran placer ver como su enemiga se retorcía del dolor, aunque no emitía ni una sola queja, pero eso no cambiaba la decepción que sentía hacia esa mujer - hubiéramos podido ser grandes amigas - pensó, aunque su concepto de amistad, era muy distinto del que cualquier ser normal y corriente creyera, para la ex monja, matar hechiceros, de cualquier edad, era una simple salida de amigas, y saber que la tal Killer Bee, había matado a un pueblo entero, simplemente la hacía merecedora de parte de ese sentimiento de amistad.   

Estaba enojada con la inquisición, comprendía que los príncipes de la inquisición pretendieran matarla, pero por el hecho de haber desafiado la orden de prisión, no por el pequeño incidente español, - si lo único que hizo fue salvar a mi tierra natal, de un nido de víboras - se quejó, mientras proseguía arreglando su cabello y acomodando las armas de fuego en su sobaquera. se suponía que aquella inquisidora era una de las mejores,- tal vez no se pueda comparar conmigo - se lamentó Emelia, - pero en cierta forma la admiro,  es en verdad una hermana en la fe, lo demostró cabalmente con aquella matanza - la justificó, - también hubiera desobedecido aquella descabellada orden de mantener vivos a esos demonios - caviló, claro que las ordenes se debían cumplir, como la que habían llevado su superior y Emelia, para apresar a la inquisidora, sin oponer resistencia alguna, como buena cristiana. Pero no, casi la mata por cumplir con aquella maldita orden.

Cuando estuvo lista, se detuvo en uno de los muebles de madera que ostentaba su mas que sencilla habitación de la inquisición. Sacó una llave de plata y tras hacer girar ésta en el tambor de la cerradora, abrió la puertesilla que ocultaba una buena colección de frascos, con etiquetas de nombres extraños, otras no tanto, pero todas, de venenos poderosos, mortíferos y rápidos, cada uno con su antídoto. Sonrió  con cierta satisfacción al pensar en la mujer que la esperaba  en las mazmorras - te daré la oportunidad que a muchos de mis juguetes les he negado - dijo observando el frasco con las pequeñas pastillas color ceniza - de acabar con tu patética vida- caviló, mientras hacia girar entre sus dedos una pequeña  pastilla, una dosis letal de veneno,- un instante  de dolor , y la paz de la tumba- sonrió, sintiéndose satisfecha de haber experimentado con varios de sus reos, aquella salida, ademas de saber que el antídoto que también poseía era casi totalmente efectivo. Aun recordaba las agónicas hechiceras, que al comprender que su fin sería  la hoguera, abrazaban con adoración la idea de morir mas plácidamente, solo que tras la mortífera y liberadora pastilla, ella les inyectaba el antídoto, haciendo que las pobres condenadas tuvieran que afrontar la temida muerte por el fuego.

Colocó  la pequeña pastilla en un diminuto cofre de plata y marfil, guardándolo en su chaqueta, ya encontraría la forma de acercarle aquel salvoconducto. Puso el frasco en su lugar, cerró el mueble y se apresuró a buscar al verdugo que la esperaba en la entrada a las mazmorras. - Vamos, debemos apurarnos, los jueces la quieren limpia antes de que el sol caiga y así lo haremos - sentenció, mientras esperaba impaciente que abriera la puerta de la celda - apresúrate, no tengo todo el día -.