Ella prolongaba su propio tormento. Él sentenciaba sin miramientos. → Privado

Su peculiar adicción al alcohol no había desaparecido con el viaje, en realidad, se hacía más fuerte. Pasaba casi todas las malditas noches internado en la taberna, como queriendo dejar a un lado sus malas experiencias de vida, y buscando alguna excusa para poder desahogar sus rencores en la cacería. Especialmente de brujas. A pesar de ser tan sólo un humano, Derek había desarrollado, en todos estos años, una notable resistencia al alcohol, la cual sabía aprovechar bastante bien. En vez de hundirse en la embriaguez por completo, se detenía cuando ésta ya comenzaba a hacerse presente. Le gustaba tener la mente lúcida la mayoría de las veces; aunque en ciertas ocasiones no contaba con la misma fortaleza, dejando que todo se fuera al diablo. Quizás, porque muy en su interior, creía que esa era la única solución a sus pesares. Era tan estúpido por creer en esas cosas; por dejarse vencer, en silencio, por un pasado maldito que había contaminado a toda su familia.

Salem estaba muy lejos, cientos de kilómetros de distancia. El océano los separaba por completo, pero la ciudad maldita aún estaba marcada en su mente, como grabada a fuego. Ahí creció, pero también, se deshizo de su bondad humana. Ahora era una máquina para asesinar, contratado por un hombre selecto, líder de un grupo de cazadores, quienes detestaban a las brujas, tanto como él. Aunque el odio de éstos no era tan severo como el de Corey, él quería destruirlas a todas, aquellos sólo cazaban a las que consideraban un peligro para la sociedad.

Bebió su último trago, se pasó el dorso de la mano por la barba y decidió salir de aquel lugar de mala muerte. Se quedó un par de minutos frente a la entrada, al percatarse que el licor le había hecho una mala jugada. Gruñó y decidió iniciar la marcha hacia el albergue, pero sin fijarse, terminó adentrándose en el bosque. La mente de Derek, junto con los efectos del alcohol, volvía a hacerse un mar de confusiones. Las ilusiones, que le habían perseguido desde que era un chiquillo, se hicieron presentes en ese instante. Escuchaba las risas macabras de las viejas brujas de Salem; recordó cuando le obligaban a ver a los ajusticiados y como su tío entraba en una locura imposible de abandonar. Todo eso hizo que su ira ardiera; desenfundó su revólver al estar al frente a dos muchachas jóvenes y disparó. Éstas salieron corriendo despavoridas y él, en su propia ilusión, las persiguió a través del trecho oscuro que lo internaba más en el bosque. Las voces que le hablaban en su cabeza, producto de la maldición de los Corey, le animaban a continuar con su persecución, pues, aquellas eran brujas. Brujas que merecían morir. Y así era, sólo que las jovencitas no precisamente se dedicaban a dañar a otros. Pero el tormento de Derek no dejó que pensara con lucidez y terminó dándole a una en la espalda.

Cuando la muchacha cayó tendida en el suelo, Derek reaccionó y paró en seco. Todo el malestar, y la ilusión terrible que lo usaba como un títere, desapareció.

—Pero… ¿qué demonios he he…? ¡Shhh! —Le hizo una seña a la otra mujer que intentaba ayudar a su hermana. Se percató de que no estaban solos—. Lamento esto, señoritas. Igual seguirá viva si la atienden a tiempo en el hospital. —Advirtió en voz baja, acercándose, sin bajar la guardia en ningún momento—. Aunque dudo que puedan escapar de una criatura hambrienta.

¿Acaso se sentía mal por haber lastimado a la muchacha? No. Realmente no se condolía por eso, ni siquiera lo hizo al ver a la hermana de la joven desparramándose en llanto, insultándolo de mil maneras. Derek estaba más horrorizado por haber sido víctima de sus delirios y de su propia maldición, que de la escena en donde agonizaba la mujer. Había percibido a alguien más; el aire, incluso el bosque mismo, se volvía muy denso. En sus años de entrenamiento, y aunque fuera tan sólo un mortal, aprendió a notar ciertas cosas que otros sencillamente ignoraban. Sus sentidos estaban más agudos a cualquier movimiento extraño; su oficio así se lo exigía. Si no contaba con esos detalles esenciales, iba a terminar muerto en alguna parte. Igual, la muerte era algo muy lejano para él, pues sería la salida más fácil a su maldición; y a quienes lo atormentaban, no les interesaba en lo más mínimo.

Con el rifle en su mano, contemplando la escena, mucho más sosegado que antes, volvió su atención en la criatura que los espiaba. Aunque, luego de unos minutos, no había sido necesario instigarle que se mostrara, ella lo hizo por su cuenta. A Derek poco le importó; en realidad, no le importaba nada. Era como si fuera un muerto en vida, y hasta se llegaba a pensar que no le corría sangre por las venas. Escuchó a la muchacha llamándole insensible a gritos. Y sí, tenía razón. ¿En qué diablos se estaba convirtiendo? Quizá una bestia estaba más alejada de lo que él verdaderamente era. La mente humana, en muchas ocasiones, era el refugio de las más nefastas tragedias.

Todo lo que estaba ocurriendo ya le estaba siendo demasiado absurdo. No era la primera vez que se topaba con vampiros, tampoco le eran gran cosa; sus únicas enemigas a muerte eran las brujas. Las odiaba infinitamente. Pensar en ellas le revolvía la mente; pero esa vez no estaba ocurriendo eso. La ocasión le era bastante indiferente. ¿La verdad? Alguien más lo usaba de títere sin él notarlo. ¡Su cabeza era un maldito desastre! Y ni podía dejar escapar con frustración ese malestar, que no era físico, sino más bien, psicológico.

Observó a la mujer, luego a las jóvenes. Escupió al suelo y luego respiró profundo, terminando, al cabo de pocos minutos, por reír con ganas. ¿Lo estaba provocando? Los vampiros solían ser tan predecibles. Con razón ya no eran los villanos favoritos en las fábulas.

—Tal vez mato por las tres cosas, o lo hago por alguna razón mucho más interesante que esas —respondió con voz neutral, completamente tranquilo—. Podría preguntarle lo mismo a un vampiro, licántropo, a un humano que se dedique a descuartizar personas, y ninguno sabrá con exactitud que decir. Muchas matan y no saben porque lo hacen; otros tienen sus propias teorías. Ya ves, cada cabeza es un mundo.

Ver a las hermanas le pareció repulsivo. De nuevo, esa terrible voz en su cabeza le hablaba, llamando brujas a las jovencitas; señalándolas de impuras. Derek intentó callar al ser espectral que se dirigía a él, pero no logró hacerlo. Ni siquiera le preocupó cuando la vampira le amenazó con que convertirlo en su cena. No, para nada. El cazador estaba abstraído por sus propios demonios.

—No me importa. Cállate de una buena vez. —Alzó el arma, y con una puntería excelente, disparó a ambas chicas, justo en la cabeza—. Y tú... Mejor ve a un orfanato o albergue a descargar tu odio —habló sin pensar mucho, sólo repetía lo que la voz en su mente le dictaba—. ¿Por qué perder energías en un hombre borracho como este? Un loco que es... ¡Suficiente! —Sacudió su cabeza y llevó el rifle hacia ésta, con la intención de volarse los sesos—. ¿Sabes qué es peor que no saber porque asesinas? Tener que lidiar con estas malditas voces. Y sí, seguro dirás que estoy loco, no es novedad; yo mismo estoy seguro que es así. ¿Sabes por qué las maté? Porque eran unas asquerosas brujas y todas ellas merecen la muerte. Una estaba encinta; he acabado con tres vidas y sin importarme una mierda. —Apartó el arma de su sien y exhaló—. Tal vez ni morir en manos de un susodicho vampiro sea suficiente para acabar con todo esto.

Corey estaba hundido en un tormento desde su infancia, la necesidad de acabar con aquello que consideraba nefasto le obligaba a sentirse de las peores maneras, terminando luego por asimilar su condición. Pero eso no se daba por tener una mente inestable, la verdad era mucho más terrible que cualquier teoría sensata, él estaba maldito, y viviendo en un mundo en donde la posibilidad de toparte con cualquier ente sobrenatural era muy probable, semejante afirmación no era una locura. Tal vez un escándalo a nivel religioso, sin embargo, tampoco resultaba una idea descabellada. Parecía que los Corey habían cargado con la maldición de Salem a sus espaldas, el haber expulsado a una bruja de su familia les terminó hundiendo. Ahora Derek, quien resultaba ser el último (o al menos eso se cree), tiene que continuar con un ciclo tormentoso, uno que, tal vez, le muestre una realidad aún peor.

Por eso, a pesar de su aparente delirio, de actuar como un demente, no sintió gran remordimiento o molestia por las palabras de la mujer. Quizá ella tendría razón, quizá sólo quería molestarlo. Sin embargo, las expectantes, aquellas que recibían toda esa ironía por parte del vampiro, eran las voces que taladraban la cabeza de Derek. Lo obligaban a permanecer inmóvil, a hablar por hablar; a actuar como un loco. Estaba a punto de volarse los sesos, de acabar con su existencia; así, sin más, sin ni siquiera luchar un poco. Pero, ¿en qué demonios se había convertido? Tantos años de subsistencia, ¿para qué? Para acabar con el cráneo hecho pedazos.

—¿Sagradas? —Inquirió, dejando escapar una risa, que carecía por completo de humor—. ¿Estás consciente de lo que dices o padeces tanto como este pobre imbécil? ¡Tú no sabes nada! ¡Nada! —Exclamó, gruñó como una bestia, apuntando con el rifle hacia el lugar de donde provenía la voz—. ¿Te crees muy lista, no? Por favor... No tienes ni idea.

Bramó, con la cabeza a punto de estallarle por un repentino dolor, una punzada que se extendía por todo su cerebro. Por escasos segundos su vista se nubló; ya no estaba en el bosque, sino en algún lugar diferente. Y no, no era por culpa del alcohol, sabía perfectamente que se trataba de esas, las mismas arpías que perseguían a cada uno de los descendientes de la familia Corey. ¿Por qué justo ahora? No era el momento adecuado. Pero tampoco bajó la guardia, por más que se encontraba dentro de una ilusión infernal, no dejó mostrar una postura deprimente. Tal vez ya había dejado entrever demasiado.

—¿Quién te crees? ¿Pretendes humillarme con tus palabras? —Chasqueó la lengua. Las cosas ya estaban yendo muy lejos—. Que equivocada estás. Sólo eres una mujer cualquiera más, dando supuestas lecciones moralistas, acusando a otro de ser peor que... ¿ustedes? ¿Ustedes quiénes? —Volvió a dispararle al cadáver de una de las chicas—. ¡Míralas! Les he dado una muerte digna, silenciosa.

Sólo podía existir una explicación para la confusa actitud que había tomado el cazador de un minuto a otro: posesión. Su mente, la poca sensatez que guardaba, no estaba en sus cabales. Luchaba internamente para conseguir liberarse de aquel martirio, y cuando lo consiguió, cayó de rodillas al suelo, con la cabeza gacha, sintiendo como algo ascendía desde la boca de su estómago hasta su garganta. Expulsó por la boca un líquido un poco más espeso y oscuro que la sangre, ¿acaso se estaba muriendo? ¿Esa iba a ser su patética muerte? Al menos su tío había tenido una mucho más digna.

—Espero que no hayas prestado atención a la mitad de sandeces que dije —logró gesticular cuando pudo hacerse con el oxígeno necesario para pronunciar alguna palabra—. Créeme, si asesinara por placer, no estuviera en estas condiciones.

Tal parecía que algo se le desgarraba desde lo más profundo, como si sus entrañas se le removieran por dentro queriendo salírseles de su lugar. Nunca antes había estado en un estado tan lamentable, casi catatónico. Y no, no era a causa de la gran cantidad de alcohol que ingirió rato atrás, era algo más, algo que lo estaba atormentando desde que era un crío. Describir, de manera coherente, todo ese horror que asolaba a su espíritu lentamente, era casi imposible en tal caso. Aquella mujer tampoco cooperaba con él, se burlaba, le hacía sentir más miserable. ¿Era acaso una manera de desquitarse del mundo? Quizá, pero las voces en su cabeza no lo dejaban sopesar bien, ni siquiera podía tomar una decisión sensata. Tenía el rifle a un lado, aunque no iba a ser suficiente para acabar con la vampira; tampoco quería hacerlo, sus motivos para destruirla eran nulos. Las únicas que merecían un final funesto eran esas brujas.

¡Ah! Ella no tenía ni idea de los horrores a los que era sometido el cazador. No se trataba de un hombre inestable de mente, más bien, alguna entidad abismal se encargaba de hacerlo ver de esa manera, pero la gran mayoría de las veces era un sujeto aparentemente corriente, comprometido con su trabajo, porque sí, estando en tierra extranjera necesitaba dinero para costearse sus gastos personales.

Apenas y podía mantenerse de rodillas, la sensación de vacío en su estómago le causaba un dolor punzante, como si le estuvieran atravesando el abdomen con hierro caliente. Aún no se explicaba cómo diablos continuaba vivo.

—Ya estoy muerto —balbuceó. Alzó la mirada y por fin la vislumbró, era una mujer hermosa, pero que su apariencia no engañara a nadie—. ¿Qué te hace hablar de “casi” como una posibilidad? Piénsalo como una afirmación. —Le zumbaban los oídos y muy internamente sabía que no había ganado esa pequeña batalla—. Haces demasiadas preguntas, maldita mujer.

Gruñó, evidenciando su mal humor. Lo menos que quería era iniciar una plática vacía; en realidad, no estaba en condiciones para bromas ni comentarios pesados. En otra ocasión pudo haberle seguido el juego, sin embargo, esa noche fue anunciante de su colapso. Derek era una suerte de criatura desdichada, agonizante, sin una pizca de esperanza que le permitiera creer en la solución inmediata de su mal. Sabía de sobrenaturales, él mismo los cazaba; él mismo fue testigo de actos horribles en Salem. Pero su escepticismo hacia alguna salvación era inminente.

—¡Bah! Es parte de la vida misma, todos algunas matamos, cometemos ese acto desde que nos destierran en este mundo —respondió, esbozando una sonrisa ladina—. Es mi aberrante necesidad, ¿satisfecha con la respuesta? —Le miró fijamente—. Alguna vez fuiste humana, ¿has pensado en ello? También eras parte del problema y te aseguro que antes no tenías esos pensamientos tan odiosos, ¿o sí?

También se burló de ella, ¿por qué no hacerlo? La gran mayoría de los vampiros no era tan diferente, siempre aferrados al pasado, jurando cambiar su eternidad. La historia era tan predecible. Aun así, la lejana posibilidad de escapar de sus verdaderos verdugos le hizo creer que lo mejor era morir en manos de ella, ya se había hartado de ser el juguete de las malditas hechiceras de Salem (si es que aún quedaba alguna viva).

Le sujetó la muñeca con brusquedad, tirando el cuerpo femenino hacia adelante para confrontarlo mejor, algo realmente estúpido pero, ¿qué más daba? Ya estaba podrido.

—Si tantas ganas tienes de acabar conmigo, ¿por qué no lo haces? Termina con esto de una buena vez. ¡Vamos! Te estás tardando —le retó. Su condición para hacerle frente a un vampiro era lamentable; mejor dejaba que su final llegara de una buena vez, no lo veía de otra forma.