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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Yvette Béranger Lun Jul 25, 2016 7:15 am

Tras desearles las buenas noches a sus padres, Yvette subió las escaleras para dirigirse a su dormitorio. Al pie de las mismas había cogido un candelabro que llevaba sujeto firmemente, mientras que la otra mano sujetaba los bajos del vestido para no tropezar al subir los escalones. Una vez llegó al pasillo de arriba, saludó con un movimiento de cabeza a Pierre, el mayordomo, que guardaba su lugar con una postura erguida y las manos juntas a la espalda. Éste le devolvió el saludo y observó cómo la más joven de la casa entraba en su alcoba.

Nada más entrar dejó el candelabro sobre una de las mesitas de noche y llamó a una doncella para que la ayudara a desabrocharse el corsé. Maldijo en voz baja a aquel que inventara aquella terrible prenda de vestir en la medida en la que iba notando como sus pulmones volvían a expandirse sin ataduras. La criada le ayudó a quitarse el vestido completo, otro invento del demonio, según Yvette. Tenían tantos lazos, encajes, faldas y faldones que hacían que los movimientos de las mujeres fueran comedidos y delicados, todo para no destrozarlos. Quizá por eso fueran tan finos, para evitar que las jóvenes que los portaban se comportaran de una manera inadecuada en sociedad.

La sirvienta abrió las sábanas y dejó que la cama se aireara mientras terminaba de recoger la habitación. La joven hechicera se cambió de ropa, sacando el camisón de fino algodón blanco con puntillas en los puños. Empezó a atar los botones de la pechera con el sonido de cajones y armarios que se abrían y cerraban de fondo. La ventana abierta dejaba entrar una ligera brisa que mecía las cortinas y hacía titilar las llamas de las velas. La mujer paró sus quehaceres para acercarse rauda a cerrar la ventana. No podía permitir que la señora se resfiara por culpa de aquel aire frío que se colaba. Ella, además, ponía especial empeño en que de noche estuvieran todas las puertas y ventanas cerradas, como si algo pudiera colarse en el interior de la vivienda.

Yo la cerraré, Adèle. Puedes retirarte —dijo Yvette.

Se despidió haciendo el mismo gesto que el mayordomo y, después, salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí. Una vez sola, descolgó el batín de detrás de la puerta y se acercó hasta el tocador. Se sentó frente al espejo y, con suavidad, comenzó a peinar la melena hasta que quedó sedosa y brillante. En un acto de vanidad, miró su reflejo y se examinó el cutis, buscando alguna imperfección. Después pasó las manos por el cabello, disfrutando de su textura.

Cuando finalmente se levantó, una brisa más intensa cruzó la habitación, recordándole que la ventana seguía abierta. Se ajustó la bata y se acercó. Apartó las cortinas un momento y cerró uno de los cristales. Antes de cerrar el segundo, se asomó durante un segundo para observar la calle. Estaba vacía a excepción de un hombre elegante y bien vestido que caminaba por la acera. Anduvo hasta quedarse frente a la ventana de Yvette, donde se paró a esperar algo o a alguien. Ella se sentó en el alféizar de la ventana, semioculta entre las cortinas, observándole curiosa. Había algo en él que le llamaba la atención más allá de su exquisita elegancia y su aspecto físico. Era como si una voz interior le susurrara “Quédate”.
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Mensaje por Kol Henriksen Jue Jul 28, 2016 2:14 am

La noche estaba algo avanzada en el momento en el que Kol se levantó del palco en el que se encontraba observando una obra que no pudo tolerar ni un segundo más. Impaciente había estado desde hace rato, con el dedo índice y medio dando pequeños golpes sobre la butaca en la que se encontraba, único indicativo del fastidio que se había apoderado de él y que ni siquiera apaciguaba la compañía de la joven mujer que sentada a un lado suyo, parloteaba de vez en cuando acerca de lo que acontecía en el escenario y otras, le dirigía ciertas miradas almibaradas que él pasaba por alto, pues su mente distaba mucho de concentrarse en ella y si en la idea de marcharse del lugar de una vez.

Decidido a aplacar su tedio, se puso de pie, dirigiendo un adiós a Pauline, ¿o era Paulette? No tenía la menor idea del nombre de la susodicha y bastante deferencia le otorgó con el mero hecho de despedirse antes de abandonar el palco, bajar las escaleras y dirigirse a las puertas de salida del teatro, desde donde observó la noche estrellada y comenzó a caminar con cierta parsimonia entonando una pequeña tonada a la cual estaba acostumbrado a producir al silbar con energía y que se constituía en el único sonido que irrumpía en una noche por demás silenciosa.

Poseía Kol un aspecto joven y atractivo, acompañado de una piel pálida como la luna que esa noche con sus rayos le acompañaba al andar y que contrastaba con el traje negro de etiqueta con el que se movía sobre los adoquines del laberinto de calles que poco a poco lo condujeron a una zona residencial, adonde se detuvo un instante, evocando una tenue sonrisa como única señal de sus intenciones. Su aspecto era ciertamente engañoso, pues aunque cuando así lo deseaba podía exudar carisma, había en él un aspecto mucho más oscuro que le tornaba impulsivo y bastante impredecible.

Fueron precisamente esos aspectos de su persona los que destacaron en el momento en que se acercó a él un hombre joven que se tambaleaba un poco, de aspecto pudiente pero bastante perdido, asunto que denotaba que había estado bebiendo. Arrastró las palabras al confundir a Kol con un conocido y en ausencia de temor alguno caminó hacia él, quien desde que le viera aproximarse se encontraba observando su fisonomía con interés, particularmente la trayectoria de la yugular que destacando en su cuello quedó expuesta y al alcance suyo a medida que el otro se acercaba.

Sin pensarlo dos veces agarró al hombre fuertemente por los hombros e hincó los colmillos en la piel de su cuello, comenzando a beber de él con una sed voraz. Llevaba ya algunos días sin alimentarse y ninguna paciencia tenía ya para hacer caso nulo a la necesidad que le azuzaba y que se agigantó a saltos desmedidos gracias a los latidos del corazón del desventurado que acababa de cruzarse en su camino. Sangre y alcohol viajaron de este hacia él, produciéndole una sensación de éxtasis mientras su apuesto rostro se transfiguraba cambiando la tonalidad de sus ojos y destacando en su rostro por un momento, la realidad de lo que existía tras el aspecto de un hombre pulcro y elegante, y que no era otra cosa que un ser de la noche que se le alimentaba de ese elixir vital que hacía bombear el corazón de todo ser humano.

Bebía de su casual presa cuando al elevar la mirada observó un tenue movimiento proveniente de una ventana, justo arriba de su cabeza; casi imperceptible, debido a las cortinas que le adornaban pero algo que pudo captar en el momento justo. El movimiento le sacó de su abstracción por lo que separó su boca del cuello. Dio sendas palmadas en el rostro ajeno obligándole a alzar la mirada que transfigurada por el terror no atinaba a enfocarse bien. Aún así pudo capturarla con la suya mientras le dirigía unas palabras de forma imperativa. -Nada de esto ha sucedido. Tropezaste y te golpeaste gracias a tu torpeza y por ello has perdido sangre. Ahora vete y olvida que me viste esta noche.-

Terminó de decirlo en apenas unos segundos y su mirada se dirigió nuevamente hacia la ventana. Estudió la mejor manera de trepar hacia ella y en un santiamén lo logró, gracias a su agilidad y la facilidad que le brindaban los ladrillos sobre los que apoyó sus pies. Alcanzó la ventana y se impulsó de un salto, atravesándola para caer en el interior de una habitación tenuamente iluminada, adonde se colocó justo detrás de su habitante, a unos cuantos pies de ella.

Su mirada recorrió con rapidez a aquella a la que veía. Tratábase de una jovencita de brillante y sedosa cabellera castaña que cayendo sobre sus hombros enmarcaba un hermoso rostro, pero encontrábase ataviada con un camisón blanco de aspecto severo y horrible, que provocó que sus labios formasen una mueca de descontento. Sus sentidos se inundaron de ella, observando su mirada asustada, el joven pecho agitado por la respiración irregular que le había provocado la sorpresa y los latidos de su joven corazón que parecían gritar en sus oídos ¿llamándolo?

Sonrió de lado con sorna al mirarla y se llevó el dedo índice a los labios, advirtiéndole que no le convenía emitir ningún sonido de alarma para llamar la atención de otros que pudieran habitar en la casa. Por cierto que la advertencia iba en serio, él era capaz de todo, aunque en ese momento estaba abstraído por la contemplación de la joven bajo la luz de la ventana. Su visión le pareció bastante atractiva en esos segundos de silencio en medio de las entretenidas circunstancias en las que se encontraban ahora.
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Mensaje por Yvette Béranger Sáb Jul 30, 2016 4:27 pm

No debería estar curioseando. Siempre le habían dicho que era de mala educación, no estaba bien inmiscuirse en la vida de los demás. Realmente, nunca había tenido la oportunidad de hacerlo tan a menudo. En la finca de Saint-Denis no pasaba nada interesante y todos sabían todo de los demás. París, en ese sentido, era completamente distinto; sólo con caminar por la calle podías conocer los secretos más íntimos de la gente que te rodeaba, y todo sin poner mucho empeño en saberlo. Yvette no veía maldad alguna en observar a un desconocido desde la ventana. Comenzó a imaginar qué estaba haciendo allí parado, donde la niña romántica que aguardaba dentro salió a flote. Soñó que de un momento a otro aparecería una muchacha y que ambos huirían juntos de la mano, lejos de allí, para vivir una vida trepidante. Vaya niña tonta.

Sí que llegó alguien, pero no era la joven que ella había imaginado. Un hombre tambaleante se acercó hasta el otro y este último lo agarró y llevó su rostro al cuello del borracho. El cuerpo de la hechicera se tensó y se inclinó hacia delante, manteniéndose a la espera. En un primer momento pensó que le estaba besando, pero al ver la cara del otro hombre lo descartó. Además, eso que le corría por el cuello era ¿sangre? No debería estar mirando, tenía que haber cerrado la ventana cuando tuvo ocasión, pero… ¡Ese hombre necesitaba ayuda!

Se levantó del alféizar de manera apresurada, haciendo que la cortina se agitara. Apenas había dado unos pocos pasos cuando escuchó un sonido muy ligero tras ella, como si algo se hubiera posado sobre el suelo. Se paró en seco y giró el cuerpo; el hombre de la calle estaba tras ella y la miraba de una manera inquietante y que nunca había visto antes. La sorpresa al encontrarlo ahí y el miedo por saber qué haría con ella la impidieron pensar en la rapidez en la que había llegado a su habitación. Ningún ser humano habría sido capaz de hacerlo, pero su mente no era capaz de darse cuenta de ese detalle. Fue a abrir la boca para gritar, pero él hizo un gesto para que mantuviera silencio. Ella obedeció. No sabía cómo ni porqué, pero sentía que no debía hacerle enfurecer.

Caminó hacia atrás dando pequeños pasos, acercándose a la puerta de manera discreta. De camino pasó junto a la mesilla de noche donde había dejado el candelabro. En un movimiento rápido y algo torpe lo agarró con fuerza y le apuntó con la vela, como si de una espada se tratara. Siguió caminando, pero sólo le quedaban un par de pasos hasta chocar contra la pared. Se pegó a ella todo lo que pudo con el brazo que sujetaba la vela estirado, marcando la distancia que quería mantener con el vampiro.

Vete o gritaré. —Intentó sonar imponente, pero le tembló la voz—. Ahí fuera hay un hombre que no dudará en entrar si lo hago, y el resto no tardará en llamar a la policía. Vendrán a por ti, y lo mejor que te puede pasar es que te metan en la cárcel. Eso si no acaban contigo aquí mismo.

Quería infundirle miedo, traspasarle un poco del que ella sentía. Lo que no sabía es que, probablemente, aquel joven escondía secretos que darían más miedo que cualquier cosa que ella pudiera decirle. La vela seguía tendida a medio camino entre los dos y las gotas de cera caían pesadas sobre el suelo, dejando una mancha blanquecina sobre la alfombra.

La piel pálida del joven se acentuaba con la suave luz de la llama, marcándole las cuencas de los ojos y haciéndole parecer más tenebroso de lo que ya era. Su pulso era rápido y su pecho se movía al mismo ritmo. Miró de reojo la puerta cerrada y comenzó a valorar las posibilidades que tenía de deslizarse por la pared hasta ella. Dio un paso, luego otro. Poco a poco, la distancia hasta el picaporte se iba haciendo cada vez más pequeña y, con ello, lo que ella creía que sería su salvación aquella noche.
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Mensaje por Kol Henriksen Sáb Ago 13, 2016 7:32 pm

Kol cambió la posición de sus dedos tenuemente, reposándoles ahora sobre su barbilla. La mirada de sus ojos oscuros continuaba fija en la joven, contemplando el brillo de su cabellera castaña, efecto provocado posiblemente por la luz del candelabro que la mano femenina alcanzó para alzar con rapidez, eso y la posibilidad de que sus doncellas le cuidasen cepillándola con ahínco. No le costó hacerse una idea al respecto, de inmediato había notado que se encontraba en una habitación elegante, evidencia que encontraba en cada uno de los muebles que le adornaban, e incluso en la misma jovencita, que ataviada desde los tobillos hasta el cuello debía asfixiarse en ese camisón que parecía más un castigo auto infringido que una forma natural de dormir.

En unos segundos se percató de que la chica tenía espíritu, a pesar de su situación desventajosa, se había puesto en alerta e incluso le estaba amenazando con la posibilidad de que la policía le encerrase, pero lo que finalmente le hizo reír fue el hecho de que le apuntara con la vela. Bueno, había que admitir que de haber sido un intruso ordinario, quizás la chica hubiera logrado llegar hasta la puerta, ya que era eso precisamente lo que la mano libre femenina buscaba pero él se movió más rápido. Sin hacer ni siquiera el menor esfuerzo, un segundo estaba a unos pasos de ella y en menos de lo que el pecho femenino se alzaba nuevamente para inspirar él ya la había alcanzado.

Tomó su muñeca, sin fuerza pero lo suficientemente firme para hacerla soltar el candelabro, del cual se apropió rápidamente con la otra mano abandonándolo a un lado con displicencia. Ahora a ambos les separaban apenas centímetros, la jovencita seguía respirando tortuosamente y cada nuevo latido de su corazón parecía una invitación para él. Desde esa distancia advirtió su suave perfume, lo tersa y brillante que era la piel de su rostro y de su delicado cuello. El vampiro la observó con un aire burlesco en sus ojos y colocó uno de sus brazos a un lado de la cabeza femenina, apoyándose así en la pared.

-¿A quién vas a llamar pequeña? ¿Al mayordomo?- Al observar sus reacciones de cerca se percató de que ella aún le tomaba por alguien ordinario, acaso por un mortal. La idea le divirtió bastante. Aún sostenía su muñeca por lo que por un momento la yema de su pulgar acarició la suave piel que quedaba apenas descubierta bajo su ropa de dormir. -Para qué echar a perder la velada de esa forma. No querrás exponerle. Déjame adivinar, le tienes afecto y si por un descuido tuyo algo le sucediese a él, eso te afectaría.-

Fijó la mirada en los ojos ajenos advirtiéndole de esa forma que era mejor que tomase en serio sus palabras y luego adquirió un tono casual. -¿No vas a decirme tu nombre? Es de mala educación que te quedes callada frente a un invitado, no es manera de tratarle.- Alzó entonces su fina mano y alzándola hasta sus labios depositó un leve beso en su palma. Se separó de ella, permitiéndole el suficiente espacio para que pensase su respuesta y aclarase sus ideas, preguntándose interiormente si mantendría ese espíritu brioso o se desmayaría por la impresión.
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Mensaje por Yvette Béranger Vie Ago 19, 2016 4:58 pm

Hubo un momento en el que creyó que llegaría sana y salva a la puerta, que la abriría y que saldría de allí. Pero sus intenciones fueron frustradas por aquel hombre extraño que se había colado en su habitación. Llegó hasta ella en lo que dura un parpadeo, y en el siguiente cogió su muñeca y la obligó  a soltar el candelabro, como si fuera una marioneta. Con una habilidad extraordinaria, el vampiro sujetó la vela antes de que cayera al suelo y la dejó a un lado con maestría. Dentro de lo que su estupor le permitía, Yvette observaba los movimientos del hombre con fascinación. Eran rápidos y ágiles, además de decididos. Debía estar acostumbrado a colarse en habitaciones de jovencitas indefensas, porque no se le veía nervioso de ninguna manera.

Escasos centímetros los separaban, lo que inquietó aún más a la hechicera. El hecho de que le acariciara la piel tampoco la tranquilizó, al contrario; se dio cuenta de que se encontraba en una clara situación de inferioridad y que poco podría hacer sin ayuda. Él insistía en que cualquiera que entrara en aquella habitación sufriría un final trágico y ella le creyó. Había algo en el joven que la inquietaba más cada segundo que pasaba. Fijó sus ojos en los del vampiro como si se estuvieran midiendo fuerzas, pero tuvo que desviar la mirada. La ajena era demasiado imponente. Suspiró lentamente intentando mantener el control sobre su cuerpo, que había comenzado a temblar.

Los invitados llaman a la puerta y piden permiso antes de entrar, que es algo que tú no has hecho, con lo que no eres un invitado —le contestó mientras se miraba la palma que había recibido el beso. Con una mueca de asco en el rostro se limpió la mano en el camisón sin disimulo. Le daba completamente igual lo que pensara de ella—. ¿Es algo que haces habitualmente? Me refiero a entrar en habitaciones ajenas.

Volvía a parecer tranquila y serena, pero su postura rígida y el cuerpo contra la pared hacían ver que no era así. El hombre se había separado ligeramente, momento que aprovechó para mirar a su alrededor en busca de algo que la ayudara. Se topó con la ventana abierta y se quedó observándola mientras su mente ataba cabos. Su habitación estaba en la planta superior, a gran altura desde la calzada. No era fácil escalar la pared para llegar, teniendo en cuenta que había pocas piedras en las que poder asirse. Él no sólo había subido, sino que lo había hecho en tiempo récord. Por otro lado, estaban sus movimientos rápidos e imperceptibles, sutiles como los de un fantasma. Se palpó la piel que había rozado con el pulgar momentos antes. En el momento que lo hizo no le pareció, pero ahora se daba cuenta de que la temperatura de su cuerpo le había causado un escalofrío. Era como un témpano de hielo, tan frío que era imposible que estuviera vivo.

Puso las palmas de las manos contra la pared y tragó saliva. Después le miró buscando respuestas en su rostro, pero no encontró ninguna. Era imposible. Pegó el cuerpo todo lo que pudo, tanto que parecía que iba a fundirse.

¿Qué quieres? —preguntó sin alzar la voz—. Aquí no hay nada, sólo muebles. Coge lo que sea que hayas venido a buscar y vete.
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