AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Luces en la oscuridad ~#Privado
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Luces en la oscuridad ~#Privado
De nuevo estaba ahí, esa sensación que me indicaba que me estaba llamando, que requería que fuera hacia dónde se encontrara sin importar que quisiera o no ir. Un leve suspiro se escapó de entre mis labios intentando desterrarla de mi mente, evitando pensar en él de ninguna de las maneras. Mi mirada, se dirigió hacia los ventanales, cubiertos por unas largas y tupidas cortinas que impedían la total entrada de la luz diurna mientras ésta aún no se había desvanecido del todo, sumida en la oscuridad. No sabía ni con certeza ni con seguridad que era lo que quería esta vez, el motivo por el que me “requería” a su lado puesto que el abanico de posibilidades podía ir desde el motivo mas simple y banal a algo que realmente llegara a despertar mi interés. Apartando mi mirada de las cortinas, ésta volvió a la mesa de escritorio y a los libros que se encontraban esparcidos por encima de ésta, tenía trabajo que hacer, fuera lo que fuera que pudiera querer Aurel de mi, tendría que esperar, ya no solo a que el sol se pusiera si no también hasta que terminara con aquello que debía hacer. Las horas pasaron, una tras otra, como en una procesión y, en cada una de ellas, pasadas unas pocas horas del anochecer, pude percibir perfectamente cómo la impaciencia y la molestia del mismo iba creciendo como la espuma que se formaba cuando las olas de un mar embravecido chocando chocando contra las rocas.
Sin que pudiera evitarlo, una sonrisa satisfecha se formó en mis labios mientras, finalmente, di por concluido el trabajo que tenía que hacer; era estúpido que negara o actuara cómo que me era indiferente el hecho de que supiera que le enfurecía y le molestaba el hecho de que le hiciera esperar cada vez que él me llamaba. No, realmente no me era indiferente si no todo lo contrario; disfrutaba del saber que estaba ansioso, el sentir su desesperación era algo que simplemente era superior a mi, una extraña satisfacción me llenaba siempre que sabía que se encontraba completamente pendiente de si llegaba o no. Éso era algo que, simplemente, no era capaz de comprender y que, con los años, a pesar de mi necesidad de saber y conocer todo lo que pudiera conocer, había terminado por desestimar, dar por imposible. Dejando escapar un suspiro al terminar de recoger las cosas, me dirigí sumida en mis propios pensamientos no prestando atención a nada hasta que finalmente me encontré delante del gran guardarropa lleno de mis vestidos y, con ello, siempre venía otra de las “incógnitas” que realmente no quería desvelar; podía odiarle y repetírmelo una infinidad de veces, una tras otra, pero no podía evitar el hecho de que siempre me arreglara antes de, finalmente, atender a su llamado, el hecho de que la misma extraña satisfacción me llenara cada vez que éste me observaba y en sus ojos se reflejaba con total claridad y nitidez hasta que punto apreciaba mi aspecto y lo mucho que realmente me deseaba.
Apartando bruscamente el pensamiento de mi mente, terminé de arreglarme y me dispuse a partir de inmediato, sabía que el camino no resultaría largo, puesto que el lugar en el que éste se encontraba no estaba lejos, pero también sabía que, por muy ansioso que estuviera éste no vendría en mi búsqueda. Tan solo unos escasos y breves minutos me costó el encontrarme de pie en los escalones de piedra que conducían hacia la puerta de su residencia. Sin necesidad de llamar a la puerta, sabía perfectamente que él ya era consciente de mi llegada, con pasos breves y rápidos, pero sin prisa alguna, crucé el umbral en dirección al salón en dónde sabía bien que se encontraba. Parando en el umbral de la estancia, mi mirada se posó en el sillón que se encontraba al lado de la fría chimenea —¿qué es lo que necesitas ahora Aurel? —dije con un tono tranquilo y sereno mientras mi mirada se fijaba y se quedaba clavada en el lugar en dónde él se encontraba y que, por la posición en la que se encontraba el sillón no podía vislumbrar su expresión, pero no necesitaba hacerlo para saber que se encontraba molesto.
Sin que pudiera evitarlo, una sonrisa satisfecha se formó en mis labios mientras, finalmente, di por concluido el trabajo que tenía que hacer; era estúpido que negara o actuara cómo que me era indiferente el hecho de que supiera que le enfurecía y le molestaba el hecho de que le hiciera esperar cada vez que él me llamaba. No, realmente no me era indiferente si no todo lo contrario; disfrutaba del saber que estaba ansioso, el sentir su desesperación era algo que simplemente era superior a mi, una extraña satisfacción me llenaba siempre que sabía que se encontraba completamente pendiente de si llegaba o no. Éso era algo que, simplemente, no era capaz de comprender y que, con los años, a pesar de mi necesidad de saber y conocer todo lo que pudiera conocer, había terminado por desestimar, dar por imposible. Dejando escapar un suspiro al terminar de recoger las cosas, me dirigí sumida en mis propios pensamientos no prestando atención a nada hasta que finalmente me encontré delante del gran guardarropa lleno de mis vestidos y, con ello, siempre venía otra de las “incógnitas” que realmente no quería desvelar; podía odiarle y repetírmelo una infinidad de veces, una tras otra, pero no podía evitar el hecho de que siempre me arreglara antes de, finalmente, atender a su llamado, el hecho de que la misma extraña satisfacción me llenara cada vez que éste me observaba y en sus ojos se reflejaba con total claridad y nitidez hasta que punto apreciaba mi aspecto y lo mucho que realmente me deseaba.
Apartando bruscamente el pensamiento de mi mente, terminé de arreglarme y me dispuse a partir de inmediato, sabía que el camino no resultaría largo, puesto que el lugar en el que éste se encontraba no estaba lejos, pero también sabía que, por muy ansioso que estuviera éste no vendría en mi búsqueda. Tan solo unos escasos y breves minutos me costó el encontrarme de pie en los escalones de piedra que conducían hacia la puerta de su residencia. Sin necesidad de llamar a la puerta, sabía perfectamente que él ya era consciente de mi llegada, con pasos breves y rápidos, pero sin prisa alguna, crucé el umbral en dirección al salón en dónde sabía bien que se encontraba. Parando en el umbral de la estancia, mi mirada se posó en el sillón que se encontraba al lado de la fría chimenea —¿qué es lo que necesitas ahora Aurel? —dije con un tono tranquilo y sereno mientras mi mirada se fijaba y se quedaba clavada en el lugar en dónde él se encontraba y que, por la posición en la que se encontraba el sillón no podía vislumbrar su expresión, pero no necesitaba hacerlo para saber que se encontraba molesto.
Eirenne Le Noret-Maunoir- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 24
Fecha de inscripción : 16/02/2016
Re: Luces en la oscuridad ~#Privado
Las dificultades no habían acabado, muy por el contrario, parecían que el peligro recrudecía. Noches atrás algunos de sus contactos en la inquisición, le informaron que un antiguo líder de la facción de los condenados, era el responsable de un ataque realizado hacía unos meses, a una familia extranjera, un noble italiano que viajaba rumbo al puerto. Dicho hombre, ademas de ser cazador y pertenecer a la nobleza, era miembro de la familia Rosenheimers. Aurel resopló, pues los conocía bien, habían sido amigos de él, en aquel siglo, cuando Romanous, asesinó a su bella compañera, ellos fueron quienes lo acogieron y le ayudaron a seguir adelante, si no había buscado el suicidio, ni se había convertido en un vampiro sediento de sangre, era por el apoyo que recibiera de esa familia. Fue por esa razón, que cuando reconoció al Rosenheimers, no pudo negar su ayuda, aunque ésta fuera volverlo uno mas de su estirpe. Mas por experiencia, sabía que Romanous, no se quedaría tranquilo tras ser burlado. Su vástago, era aquella presa que debía estar muerta tras el atentado, pero Aurel había modificado su destino, y con ello, se había ganado el odio infinito del responsable de esa encerrona. - Me he enterado que ha prometido vengarse, que ya le debías una antigua afrenta y que ésta vez, no parará hasta ver tu cabeza en sus manos - le había dicho su contacto, - Pues yo no me escondo, ni le tengo miedo alguno, que se atreva a tocar algo que me pertenezca y quien terminará convertido en cenizas, será él - había contestado, ofuscado por recordar al ex inquisidor y cada una de las afrentas vividas por culpa de Romanous.
Pensando en ello, en lo peligroso que era, no podía sacarse de la cabeza a esa vampiro que solo le traía problemas, por momentos la detestaba, pero entonces recordaba que era su bella y amada Irene y no podía mas que pensar en cuidarla, ¿cuantos tenían la dicha de reencontrar al amor de sus vidas, aunque fuera en el cuerpo de otro humano? no, no podía dejar que las actitudes infantiles de Eirenne, le nublaran sus pensamientos, debía protegerla, aunque ella parecía que disfrutaba haciéndolo rabiar.
Había despertado hacía varias horas, aún la tarde era joven, y faltaban horas para que la noche se enseñoreara en el firmamento, permitiendo que todos los inmortales pudieran salir de sus guaridas. Mas él necesitaba que su discípulo, llegara lo antes posible, debía hablarle de aquel vampiro, explicarle a lo que se estarían enfrentando y que sería mejor que ella se trasladara a su mansión. Estaba seguro de que pondría el grito en el cielo, pero, en verdad a él no le importaba. Por mas que había intentado comunicarse con ella, simplemente lo ignoraba, aquello le molestaba en sobremanera - ¿como se atreve?-, dijo casi gritando, por un segundo pasó por su cabeza, la idea de hacerle daño, en cuanto la tuviera al alcance de su mano, mas muy en su interior, sabía que jamás podría ofenderle adrede, ni menos herirla, él la quería, a su modo, pero la quería.
Tras horas de espera, de pasear de un lado a otro del salón, de haber huido a las calles para apaciguar su ira en el cuello de algún ladrón, regresó para esperarla, podía saber que ella estaba preparándose, que dejaba su hogar y se cercaba lentamente, - maldición, que solo son unas pocas calles de distancia, porque no se apura - se ofuscó al controlar el reloj que acababa de marcar las once y un minuto de la noche. Fue entonces cuando pudo escuchar los pasos de la vampiro entrando a la habitación. El aroma de su perfume inundó el salón y sus ojos relampaguearon de furia, mas al llegar el aroma de la mujer a sus fosas nasales, Aurel, dejó escapar la ira contenida en un largo y silencioso suspiro, cerró los ojos y pensó en su bella Irene, no debía olvidar que esa mujer, en el fondo, era su esposa, y el amor que se juraran hacía mas de seiscientos años, había sido tan fuerte, que ella, se encontraba nuevamente a su lado, para acompañarlo en la eternidad.
No se giró a verla, ni le reprochó su tardanza, solo se limitó a ver como las llamas del hogar seguían lamiendo los leños, - ven siéntate, debemos hablar -.
Pensando en ello, en lo peligroso que era, no podía sacarse de la cabeza a esa vampiro que solo le traía problemas, por momentos la detestaba, pero entonces recordaba que era su bella y amada Irene y no podía mas que pensar en cuidarla, ¿cuantos tenían la dicha de reencontrar al amor de sus vidas, aunque fuera en el cuerpo de otro humano? no, no podía dejar que las actitudes infantiles de Eirenne, le nublaran sus pensamientos, debía protegerla, aunque ella parecía que disfrutaba haciéndolo rabiar.
Había despertado hacía varias horas, aún la tarde era joven, y faltaban horas para que la noche se enseñoreara en el firmamento, permitiendo que todos los inmortales pudieran salir de sus guaridas. Mas él necesitaba que su discípulo, llegara lo antes posible, debía hablarle de aquel vampiro, explicarle a lo que se estarían enfrentando y que sería mejor que ella se trasladara a su mansión. Estaba seguro de que pondría el grito en el cielo, pero, en verdad a él no le importaba. Por mas que había intentado comunicarse con ella, simplemente lo ignoraba, aquello le molestaba en sobremanera - ¿como se atreve?-, dijo casi gritando, por un segundo pasó por su cabeza, la idea de hacerle daño, en cuanto la tuviera al alcance de su mano, mas muy en su interior, sabía que jamás podría ofenderle adrede, ni menos herirla, él la quería, a su modo, pero la quería.
Tras horas de espera, de pasear de un lado a otro del salón, de haber huido a las calles para apaciguar su ira en el cuello de algún ladrón, regresó para esperarla, podía saber que ella estaba preparándose, que dejaba su hogar y se cercaba lentamente, - maldición, que solo son unas pocas calles de distancia, porque no se apura - se ofuscó al controlar el reloj que acababa de marcar las once y un minuto de la noche. Fue entonces cuando pudo escuchar los pasos de la vampiro entrando a la habitación. El aroma de su perfume inundó el salón y sus ojos relampaguearon de furia, mas al llegar el aroma de la mujer a sus fosas nasales, Aurel, dejó escapar la ira contenida en un largo y silencioso suspiro, cerró los ojos y pensó en su bella Irene, no debía olvidar que esa mujer, en el fondo, era su esposa, y el amor que se juraran hacía mas de seiscientos años, había sido tan fuerte, que ella, se encontraba nuevamente a su lado, para acompañarlo en la eternidad.
No se giró a verla, ni le reprochó su tardanza, solo se limitó a ver como las llamas del hogar seguían lamiendo los leños, - ven siéntate, debemos hablar -.
Aurel Pruskovsky- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 31
Fecha de inscripción : 18/07/2015
Re: Luces en la oscuridad ~#Privado
A pesar de ser consciente de que, con él, prácticamente siempre me encontraba caminando por el filo de un precipicio, de saber que el equilibrio era algo que debía mantener a pesar de que en todo lo que se refería a él equilibrio era precisamente aquello que mas falta me hacía, cualquier cosa que pudiera hacer referencia a él solo podía desencadenar una tempestad una eterna disputa conmigo misma, una disputa que ni siquiera entendía. Si, era cierto que no negaba que no me gustaba, que en muchas ocasiones me molestaba su misma presencia y que no podía evitar de ninguna de las maneras el provocarle, el querer enfurecerle y molestarle, verle perder los papeles, pero, en contrapartida se encontraba la parte de mi misma que en vez de querer alejarse, huir y no verle en mucho tiempo o querer ver cómo se enfurecía quería y deseaba hacer todo lo contrario; quería acercarse, abrazarle y brindarle consuelo, esa parte de mi que era mas que plenamente consciente de él y, aunque yo ni la entendiera ni deseaba que hiciera eso, se encontraba pendiente de él y era, por eso mismo, que gran parte de mis esfuerzos eran dedicados a mantener esa parte de mi alejada, escondida en las sombras en dónde no pudiera interferir puesto que, cuando lo hacía, no era capaz de reconocerme a mi misma, perdía la noción del tiempo y del espacio, la noción de la realidad.
Sin saber exactamente el tiempo que me había quedado quieta, perdida en medio de mis propios pensamientos, y sin moverme de la entrada de la sala, observando la butaca en dónde se encontraba, dejé escapar un leve suspiro y, aprovechando que no me veía, negué ligeramente con la cabeza antes de que mis pasos lentamente se acercaran a la otra butaca que se encontraba cerca de la chimenea mientras mi mente giraba en torno a qué era aquello que tenía tanta urgencia por hablar conmigo y que ésto, fuera lo que fuese, fuese lo suficientemente importante o delicado cómo para hacerme ir en persona en vez de simplemente, enviar el mensaje. Por un momento, mi mente viajó a otras ocasiones en las que me había hecho venir y, descartando unas cuantas opciones, dejé escapar otro leve suspiro en el momento en que mi mente paró en una opción que fuera “viable”. Parando al lado del sillón, una de mis manos se apoyó encima del respaldo, sin hacer ningún ademán de sentarme y mi mirada se clavó en él mientras intentaba el traidor instinto de esa parte de mi misma que lo que realmente deseaba hacer era acercarse y sentarse en su regazo.
—Si se trata del mismo tema sobre el que trataron las últimas “reuniones”, creo que ya conoces cuál es la respuesta que voy a darte —mi voz sonó tranquila, serena y segura de mis propias palabras a pesar de que otro suspiro se escapó de mis labios— por mucho que pasen los días, los meses, los años... seguiré pensando que la mejor opción es vivir en residencias completamente separadas a pesar de que éstas se encuentren en la misma ciudad —negué ligeramente con la cabeza aunque probablemente mi negación no fuera hacia él si no hacia mi misma, hacia esa parte de mi que si deseaba aceptar— puesto que no permites que me aleje mas allá de la misma ciudad, necesito mi propio espacio —mi voz sonó tenue, cansada, incluso débil— si es eso, no logro entender el motivo por el que insistes en tenerme cerca si ni siquiera nos llevamos bien —mis ojos buscaron los suyos pero, a diferencia del usual brillo de la molestia, en ellos brillaba una tristeza insondable y profunda que ni yo misma sabía que sentía.
Sin saber exactamente el tiempo que me había quedado quieta, perdida en medio de mis propios pensamientos, y sin moverme de la entrada de la sala, observando la butaca en dónde se encontraba, dejé escapar un leve suspiro y, aprovechando que no me veía, negué ligeramente con la cabeza antes de que mis pasos lentamente se acercaran a la otra butaca que se encontraba cerca de la chimenea mientras mi mente giraba en torno a qué era aquello que tenía tanta urgencia por hablar conmigo y que ésto, fuera lo que fuese, fuese lo suficientemente importante o delicado cómo para hacerme ir en persona en vez de simplemente, enviar el mensaje. Por un momento, mi mente viajó a otras ocasiones en las que me había hecho venir y, descartando unas cuantas opciones, dejé escapar otro leve suspiro en el momento en que mi mente paró en una opción que fuera “viable”. Parando al lado del sillón, una de mis manos se apoyó encima del respaldo, sin hacer ningún ademán de sentarme y mi mirada se clavó en él mientras intentaba el traidor instinto de esa parte de mi misma que lo que realmente deseaba hacer era acercarse y sentarse en su regazo.
—Si se trata del mismo tema sobre el que trataron las últimas “reuniones”, creo que ya conoces cuál es la respuesta que voy a darte —mi voz sonó tranquila, serena y segura de mis propias palabras a pesar de que otro suspiro se escapó de mis labios— por mucho que pasen los días, los meses, los años... seguiré pensando que la mejor opción es vivir en residencias completamente separadas a pesar de que éstas se encuentren en la misma ciudad —negué ligeramente con la cabeza aunque probablemente mi negación no fuera hacia él si no hacia mi misma, hacia esa parte de mi que si deseaba aceptar— puesto que no permites que me aleje mas allá de la misma ciudad, necesito mi propio espacio —mi voz sonó tenue, cansada, incluso débil— si es eso, no logro entender el motivo por el que insistes en tenerme cerca si ni siquiera nos llevamos bien —mis ojos buscaron los suyos pero, a diferencia del usual brillo de la molestia, en ellos brillaba una tristeza insondable y profunda que ni yo misma sabía que sentía.
Eirenne Le Noret-Maunoir- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 24
Fecha de inscripción : 16/02/2016
Re: Luces en la oscuridad ~#Privado
La escuchó acercarse, parloteando las mismas escusas de siempre, los mismos alegatos inútiles, ¿que esperaba? ¿que él le volviera a decir que debían vivir en la misma residencia, que era para aparentar, que así podría estar tranquilo si alguna amenaza la rondaba. Mas bien sabia la respuesta, y su propia reacción, gritar, estallar en mil pedazos la copa con licor, que había sostenido por mas de dos horas, intentando leer en el ambarino liquido, el porqué de su preocupación, mas una y otra vez había surgido e mismo nombre - Romanous -, Inclinó la cabeza derrotado, mirando el fuego levantar sus llamas, intentando consumir ambicioso, los troncos que se consumían lentamente, como su paciencia, como su alma, si es que aún la ocultaba en su interior. Negó con la cabeza, sin girar a mirarla, la amaba tanto y a la vez, la odiaba, porque ella no era del todo su amada Irene, sabía que se encontraba en ella, dormida en mitad de su corazón, pero continuaba escondida, huyendo de su peor enemigo, ese que aún después de tantas décadas, de tantos siglos, la continuaba buscando como el primer día, deseoso de recobrar aquello que según el milenario vampiro se adjudicaba, su dulce y obcecada Eirenne.
Giró por fin su rostro, buscando enfrentar a la vampiresa, su mirada no era de enojo, tampoco de reproche, ni de astío, o de amor, era de tremenda tristeza, de profunda desilusión. Tal vez se estaba equivocando, tal vez pedirle que se quedara a su lado era un error, como seguramente había sido el convertirla, pero de no hacerlo, Romanous la habría matado, como hizo una vez, cuando ella decidió quedarse con él, olvidando así el juramento realizado al romano. Intento sonreír, pero no pudo, apenas quedó en una mueca que murió a los pocos segundos. Intentó hablar, mas le fue imposible, un nudo en la garganta se lo impedía, mas sabía que era indispensable, que la vida de Irene, y de la suya propia, dependía de que estuvieran preparados, y juntos.
- No, no es lo mismo de siempre, ésto es realmente importante -sentenció, - él viene por ti... por nosotros... como hace tiempo - Su voz era grave, y mostraba un cierto tinte de angustia - Irenne... - Sus pensamientos dirigieron sus pasos, en un solo segundo estuvo a su lado, la abrazó con fuerza, con fiereza, como si temiera que se desvaneciera, hundió sus dedos en el cabellos de la vampiro, inspiró su perfume, el aroma de su piel, cerró los ojos e intentó mantener en su mente ese recuerdo, - si tan solo hubiera podido cuidarte aquella vez... si tan solo ese maldito... no te hubiera dañado - susurró, mientras una lagrima roja descendía por su mejilla ocultándose en su incipiente barba. - Déjame protegerte, quédate aquí, conmigo, no vuelvas a irte de mi lado - habló, acariciando con su mano la espalda de la mujer a la que había amado. Apenas se separó lo suficiente para tomar con sus dos manos el rostro de ella y mirándole a los ojos intentar pedirle que lo aceptara, como su esposo, pero las palabras no salieron, se quedaron atascadas en mitad de la garganta, tan reales como el peligro que los asechaba nuevamente.
Giró por fin su rostro, buscando enfrentar a la vampiresa, su mirada no era de enojo, tampoco de reproche, ni de astío, o de amor, era de tremenda tristeza, de profunda desilusión. Tal vez se estaba equivocando, tal vez pedirle que se quedara a su lado era un error, como seguramente había sido el convertirla, pero de no hacerlo, Romanous la habría matado, como hizo una vez, cuando ella decidió quedarse con él, olvidando así el juramento realizado al romano. Intento sonreír, pero no pudo, apenas quedó en una mueca que murió a los pocos segundos. Intentó hablar, mas le fue imposible, un nudo en la garganta se lo impedía, mas sabía que era indispensable, que la vida de Irene, y de la suya propia, dependía de que estuvieran preparados, y juntos.
- No, no es lo mismo de siempre, ésto es realmente importante -sentenció, - él viene por ti... por nosotros... como hace tiempo - Su voz era grave, y mostraba un cierto tinte de angustia - Irenne... - Sus pensamientos dirigieron sus pasos, en un solo segundo estuvo a su lado, la abrazó con fuerza, con fiereza, como si temiera que se desvaneciera, hundió sus dedos en el cabellos de la vampiro, inspiró su perfume, el aroma de su piel, cerró los ojos e intentó mantener en su mente ese recuerdo, - si tan solo hubiera podido cuidarte aquella vez... si tan solo ese maldito... no te hubiera dañado - susurró, mientras una lagrima roja descendía por su mejilla ocultándose en su incipiente barba. - Déjame protegerte, quédate aquí, conmigo, no vuelvas a irte de mi lado - habló, acariciando con su mano la espalda de la mujer a la que había amado. Apenas se separó lo suficiente para tomar con sus dos manos el rostro de ella y mirándole a los ojos intentar pedirle que lo aceptara, como su esposo, pero las palabras no salieron, se quedaron atascadas en mitad de la garganta, tan reales como el peligro que los asechaba nuevamente.
Aurel Pruskovsky- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/07/2015
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