AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Presentaciones Inesperadas.(Reidar, Erlend, Adaline)
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Presentaciones Inesperadas.(Reidar, Erlend, Adaline)
Recuerdo del primer mensaje :
Tardamos en llegar a la cabaña un poco más de lo que estaba habituada, pero creí que tomarnos con calma el trayecto por los bosques era lo adecuado teniendo en cuenta que llevábamos a un bebé con nosotros.
Giré la vista hacia el jinete que cabalgaba a mi lado, y observé embobada a Reidar portando a su hijo sujeto a su pecho por unos pañuelos enormes que había encontrado, y que simulaban el modo de portar a los bebés que había visto en uno de mis viajes al continente africano. Las madres podían llevar siempre a sus hijos con ellas, y al mismo tiempo tener las manos libres para poder faenar. Reidar volvió la cabeza, y nuestros ojos se encontraron de nuevo mientras le regalaba una cálida sonrisa.
De por sí estar compartiendo nuestro tiempo era algo maravilloso, pero además verlo convertido en un padrazo en apenas unas horas me derretía por dentro. Quizás no me necesitase tanto como pensaba para cuidar al pequeño quillan; era capaz más que de sobra de ocuparse él solo, y de nuevo las dudas y el miedo se apoderaron de mí. No podía evitarlo; no estaba acostumbrada a que me ocurriesen cosas buenas, y la aparición de Reidar y posteriormente la de Lobbo, era demasiado perfecto para mí. Y tenía miedo de perderlo.
Desmontamos junto a la cabaña que parecía vacía. Quizás Erlend había salido a cazar o estaría con Ariyne, su prometida. Observé como Reidar desmontaba del caballo, y su gesto seguía siendo el mismo que al salir del hostal. ¿Qué era lo que tanto le preocupaba? Me había dicho que confiaba en mí, pero había algo...
- Cariño, jamás pondría en peligro la vida del pequeño quillan si eso es lo que te preocupa. Confío en Erlend más que en ninguna otra persona, y te aseguro que si existe una persona que jamás le haría daño a un niño ese es él. Sé que desconfías de los vampiros, pero si confías en mí sabrás que no te miento. Además, tú y Lobbo sois lo más importante para mí en esta vida, y eso es lo que a Erlend le valdrá. Porque al igual que yo velo por su felicidad, él lo hace por la mía.- le susurré a Reidar mientras acariciaba su mejillas y le daba un dulce beso en los labios. Miré a Lobbo que se había quedado profundamente dormido en brazos de su padre. Era una imagen tan tierna que quería grabarla a fuego en mi memoria.- Vamos dentro, encenderemos la chimenea para mantener caliente al pequeño. De todas formas, creo que ese encuentro tendrá que esperar.
Anduvimos unos metros hasta llegar a la puerta de entrada, que abrí con la llave sacada de mi bolso momentos antes, comprobando que Erlend había dejado un tronco en la chimenea para mantener la cabaña caliente cuando llegase el amanecer. Al entrar pude sentir su olor, y el sentimiento de hogar que había formado junto a él volvió a mí. Deseaba verlo para compartir mi felicidad con él, aunque por otra parte me daba miedo que me juzgase por lo que estaba a punto de contarle. Sabía que me diría que estaba loca, que solo lo conocía de una noche; más ¿que podía hacer al respecto? ¿Cómo hacerle entender que en una sola noche Reidar me había dado más que cualquier otro ser en toda mi vida? ¿Qué había conseguido hacerme sentir viva con sus caricias y sus palabras? No sabía como reaccionaría Erlend, pero ahora que estaba allí, sentí miedo no solo por su reacción, sino también por defraudarlo.
- Bienvenido a mi modesta cabaña.- sonreí mientras le abría la puerta a Reidar para que entrase con Lobbo y resguardarlo del frío de la noche parisina.- Quizás no sea lo que esperabas, es un poco pequeña y todo está un poco...desorganizado...
Abrí los ojos como platos al ver que había dejado toda mi ropa sobre mi cama la noche que acudí al baile, y que lógicamente Erlend no había guardado. Pero lo peor de todo no fue eso, sino la visión de mis braguitas sobre aquel montón de vestidos y enaguas que me había probado y que había dejado alli con la intención de recogerlo a mi regreso. Me apresuré a cogerlas antes de que Reidar las viese y esconderlas tras de mí, mientras me giraba y sonreía sonrojada. Que desastre; no me acordaba de como había dejado las cosas antes de marcharme.
- ¿Te apetece un té o alguna otra cosa?.- pregunté nerviosa tratando de disimular un gesto tan infantil que incitaba a la risa; aquel lobo me había visto desnuda, varias veces..y no solo esa era toda la intimidad que habíamos compartido, sonreí con picardía al recordarlo poniéndome más nerviosa si cabía, pero el hecho de que viese el desorden que tenía montado me daba vergüenza.- ¿Cuánta ropa más o menos tengo que coger?
Sabía que estábamos allí con el motivo de coger ropa para mí, quizás algo para dormir y mi neceser para mi aseo diario. Pero hasta ahora no había sido capaz de preguntarle para cuanto tiempo debería coger ropa. Quizás porque aquella respuesta sería como la antesala del principio del fin; el saber que nuestra relación tendría fecha de caducidad ya marcada. Casi que prefería ir desnuda y así tener que evitar pensar cuando terminaría nuestro tiempo dependiendo de la ropa que cogiese.
Tardamos en llegar a la cabaña un poco más de lo que estaba habituada, pero creí que tomarnos con calma el trayecto por los bosques era lo adecuado teniendo en cuenta que llevábamos a un bebé con nosotros.
Giré la vista hacia el jinete que cabalgaba a mi lado, y observé embobada a Reidar portando a su hijo sujeto a su pecho por unos pañuelos enormes que había encontrado, y que simulaban el modo de portar a los bebés que había visto en uno de mis viajes al continente africano. Las madres podían llevar siempre a sus hijos con ellas, y al mismo tiempo tener las manos libres para poder faenar. Reidar volvió la cabeza, y nuestros ojos se encontraron de nuevo mientras le regalaba una cálida sonrisa.
De por sí estar compartiendo nuestro tiempo era algo maravilloso, pero además verlo convertido en un padrazo en apenas unas horas me derretía por dentro. Quizás no me necesitase tanto como pensaba para cuidar al pequeño quillan; era capaz más que de sobra de ocuparse él solo, y de nuevo las dudas y el miedo se apoderaron de mí. No podía evitarlo; no estaba acostumbrada a que me ocurriesen cosas buenas, y la aparición de Reidar y posteriormente la de Lobbo, era demasiado perfecto para mí. Y tenía miedo de perderlo.
Desmontamos junto a la cabaña que parecía vacía. Quizás Erlend había salido a cazar o estaría con Ariyne, su prometida. Observé como Reidar desmontaba del caballo, y su gesto seguía siendo el mismo que al salir del hostal. ¿Qué era lo que tanto le preocupaba? Me había dicho que confiaba en mí, pero había algo...
- Cariño, jamás pondría en peligro la vida del pequeño quillan si eso es lo que te preocupa. Confío en Erlend más que en ninguna otra persona, y te aseguro que si existe una persona que jamás le haría daño a un niño ese es él. Sé que desconfías de los vampiros, pero si confías en mí sabrás que no te miento. Además, tú y Lobbo sois lo más importante para mí en esta vida, y eso es lo que a Erlend le valdrá. Porque al igual que yo velo por su felicidad, él lo hace por la mía.- le susurré a Reidar mientras acariciaba su mejillas y le daba un dulce beso en los labios. Miré a Lobbo que se había quedado profundamente dormido en brazos de su padre. Era una imagen tan tierna que quería grabarla a fuego en mi memoria.- Vamos dentro, encenderemos la chimenea para mantener caliente al pequeño. De todas formas, creo que ese encuentro tendrá que esperar.
Anduvimos unos metros hasta llegar a la puerta de entrada, que abrí con la llave sacada de mi bolso momentos antes, comprobando que Erlend había dejado un tronco en la chimenea para mantener la cabaña caliente cuando llegase el amanecer. Al entrar pude sentir su olor, y el sentimiento de hogar que había formado junto a él volvió a mí. Deseaba verlo para compartir mi felicidad con él, aunque por otra parte me daba miedo que me juzgase por lo que estaba a punto de contarle. Sabía que me diría que estaba loca, que solo lo conocía de una noche; más ¿que podía hacer al respecto? ¿Cómo hacerle entender que en una sola noche Reidar me había dado más que cualquier otro ser en toda mi vida? ¿Qué había conseguido hacerme sentir viva con sus caricias y sus palabras? No sabía como reaccionaría Erlend, pero ahora que estaba allí, sentí miedo no solo por su reacción, sino también por defraudarlo.
- Bienvenido a mi modesta cabaña.- sonreí mientras le abría la puerta a Reidar para que entrase con Lobbo y resguardarlo del frío de la noche parisina.- Quizás no sea lo que esperabas, es un poco pequeña y todo está un poco...desorganizado...
Abrí los ojos como platos al ver que había dejado toda mi ropa sobre mi cama la noche que acudí al baile, y que lógicamente Erlend no había guardado. Pero lo peor de todo no fue eso, sino la visión de mis braguitas sobre aquel montón de vestidos y enaguas que me había probado y que había dejado alli con la intención de recogerlo a mi regreso. Me apresuré a cogerlas antes de que Reidar las viese y esconderlas tras de mí, mientras me giraba y sonreía sonrojada. Que desastre; no me acordaba de como había dejado las cosas antes de marcharme.
- ¿Te apetece un té o alguna otra cosa?.- pregunté nerviosa tratando de disimular un gesto tan infantil que incitaba a la risa; aquel lobo me había visto desnuda, varias veces..y no solo esa era toda la intimidad que habíamos compartido, sonreí con picardía al recordarlo poniéndome más nerviosa si cabía, pero el hecho de que viese el desorden que tenía montado me daba vergüenza.- ¿Cuánta ropa más o menos tengo que coger?
Sabía que estábamos allí con el motivo de coger ropa para mí, quizás algo para dormir y mi neceser para mi aseo diario. Pero hasta ahora no había sido capaz de preguntarle para cuanto tiempo debería coger ropa. Quizás porque aquella respuesta sería como la antesala del principio del fin; el saber que nuestra relación tendría fecha de caducidad ya marcada. Casi que prefería ir desnuda y así tener que evitar pensar cuando terminaría nuestro tiempo dependiendo de la ropa que cogiese.
Moira Landvik- Vampiro Clase Baja
- Mensajes : 244
Fecha de inscripción : 17/05/2016
Localización : Paris
Re: Presentaciones Inesperadas.(Reidar, Erlend, Adaline)
Felicidad, esa maravillosa palabra describía el rostro de esa mujer que ahora corría de frente hacia mi cuando los cascos de mi caballo se detenían en el claro.
Dejé caer al párroco sobre la hierba que atemorizado nos miraba a sabiendas de que su misera vida dependía de que ejecutara con tino todas y cada una de las ofrendas.
Mis ojos se centraron en los suyos pardos, esos que me habían echo preso bajo las estrellas hacia apenas una noche. Esos por los que mataría y moriría, ella, mi principio y mi final, mi vida, mi estrella.
No había mas faro que esa mirada que me alumbraba el camino, esa que me llevaría frente al improvisado altar, la quería, poco me importaba en ese momento el mundo, las promesas de otro destino, el cazador o nuestro quebrantado sino, solo ansiaba convertirla en mía, mi mujer.
Alcé una ceja mirándola picaramente ¿se podía estar mas bella? Su pelo oscuro, ondeaba al viento con cada paso, el vestido, plateado, resplandecía frente a mis ojos, alumbrado por las mismas estrellas que guiaban nuestros pasos trazando con ellos un camino.
-estas preciosa -susurré en su oído acompañando mis palabra de una risa cuando su cuerpo impacto en el mio.
-Yo no me he cambiado de ropa -le dije con cierto pesar, por primera vez me importaba que ella hubiera podido ver lo mismo, verme tan imponente como lo estaba ella ahora mismo, mas pronto se escapo una nueva sonrisa, estaba tan feliz -tendrás que conformarte Min doom.
Aferré su mano con la mía, delicada, suave, acaricié con mi dedo su palma mientras nos acercábamos al encuentro de la otra pareja que del mismo modo se saludaban.
De nuevo mis ojos se centraron en esa mujer de piel de porcelana, era tan guapa, no podía creer mi suerte, recordé entonces que me había llevado a ella.
-Siento que tu hermano no este hoy aquí, se lo importante que su presencia hubiera sido, lo feliz que te hubiera echo, que el te trajera del brazo hasta mi.
Sonreí de medio lado antes de buscar sus labios, despacio, cargado de verdad y sentimiento, mi lengua se enredo con la suya, deseando beber de ella, del manantial de su boca.
De sobras sabia que su hermano jamas la entregaría a un inmortal, es mas, sabia que cuando se enterara posiblemente su reacción seria desmesurada, mas en algo no le mentí, juré que la protegería, y ahora, no había mal en el mundo que podría tan siquiera rozar a al mujer de mi vida.
-Quiero que seas feliz Adaline, prometo que haré lo que este en mi mano para no volver a verte llorar, prometo que te cuidare y protegeré todos los días de tu vida. También prometo que tendré paciencia, bueno, lo intentaré, la paciencia no es la mayor de mis virtudes, tampoco el auto control -bromeé recordando la fatídica pelea del restaurante -pero ten claro algo, te quiero.
Pronto empezamos con los preparativos, Reidar y yo con aquellos que pertenecían al norte, unos cuencos unas espadas para sellar con sangre nuestro compromiso, alcohol para beber de las mismas copas.
Sacrificios a los dioses , a los elementos, cada uno para los suyos y el párroco trazando cruces en el cielo como si eso lo librara de ese sacrilegio.
No pude evitar mirar a Reidar antes de los dos estallar en carcajadas mientras seguíamos con nuestros preparativos.
Pronto todo estuvo dispuesto, fuego, agua, tierra y viento presentes y bendecidos.
Odin, Thor, Loqui, freya, representados. Llegaba el momento, ese tan esperado.
Extendí la mano hacia mi futura esposa, para aferrarla despacio nuestros ojos se encontraron un instante hasta que los deslice por su cuello para encontrarme con su pecho que subía y bajaba despacio, rítmico, perfecto, allí prendí unas flores silvestres que recién recogidas olían a vida.
-te quiero -susurré frente a sus labios.
Las velas que Moira había preparado alumbraban el lugar dotándolo de una luz especial ,una tenue, cargada de magia, de color, que junto al verde de las hojas parecía centellear convirtiendo ese pequeño claro cubierto de amapolas rojas en el mismo paraíso.
Descolgué de mi cuello la cadena para dejar que el anillo de mi padre cayera sobre la palma de mi mano.
Ambos sonreímos mirándonos, devorándonos con unos ojos llameantes que dibujaban con jubilo nuestro amor.
-Este es el anillo de mi padre, ahora tu lo pondrás sobre mi dedo -susurré engarzandolo sobre una de las espadas cortas que Reidar ofreció a mi amada.
Moira hizo lo propio Conmigo y la deslice despacio hacia ella para que allí colocara su alianza, sobre la punta.
Acerque mis labios a su oído, tratando de explicarle el siguiente paso.
-Al tomarlo, has de pincharte. Con tu yema ensangrentada colocaras el anillo en mi dedo y lo mismo haré yo con el tuyo.
Las gotas de sangre irán a uno de esos cuencos junto con la hidromiel, ambos beberemos de ese cuenco sellando así nuestro enlace para convertirte eternamente en mi mujer.
Frente a los dioses, frente a las estrellas, frente a los elementos, seras mía, y yo tuyo, una unión incapaz de romperse porque es sagrada hasta el final de los tiempos. ¿quieres aun casarte conmigo?
Sonreí con picarda mirando al párroco y esperando que empezara con la parte de los otros, esa cristiana, cuya fe sabia que mi futura esposa procesaba, aquella ceremonia era especial, pues muchos dioses la presenciaban, míos, suyos, de Reidar, de Moira ,hoy todos estaba unidos.
-Bebe poco del cuenco perdición mía, mi sangre es muy poderosa, y te sentirás extasiada, con una vez no es suficiente para convertirte en esclava de sangre, pero créeme, vas a notarlo, es como una potente droga.
Dejé caer al párroco sobre la hierba que atemorizado nos miraba a sabiendas de que su misera vida dependía de que ejecutara con tino todas y cada una de las ofrendas.
Mis ojos se centraron en los suyos pardos, esos que me habían echo preso bajo las estrellas hacia apenas una noche. Esos por los que mataría y moriría, ella, mi principio y mi final, mi vida, mi estrella.
No había mas faro que esa mirada que me alumbraba el camino, esa que me llevaría frente al improvisado altar, la quería, poco me importaba en ese momento el mundo, las promesas de otro destino, el cazador o nuestro quebrantado sino, solo ansiaba convertirla en mía, mi mujer.
Alcé una ceja mirándola picaramente ¿se podía estar mas bella? Su pelo oscuro, ondeaba al viento con cada paso, el vestido, plateado, resplandecía frente a mis ojos, alumbrado por las mismas estrellas que guiaban nuestros pasos trazando con ellos un camino.
-estas preciosa -susurré en su oído acompañando mis palabra de una risa cuando su cuerpo impacto en el mio.
-Yo no me he cambiado de ropa -le dije con cierto pesar, por primera vez me importaba que ella hubiera podido ver lo mismo, verme tan imponente como lo estaba ella ahora mismo, mas pronto se escapo una nueva sonrisa, estaba tan feliz -tendrás que conformarte Min doom.
Aferré su mano con la mía, delicada, suave, acaricié con mi dedo su palma mientras nos acercábamos al encuentro de la otra pareja que del mismo modo se saludaban.
De nuevo mis ojos se centraron en esa mujer de piel de porcelana, era tan guapa, no podía creer mi suerte, recordé entonces que me había llevado a ella.
-Siento que tu hermano no este hoy aquí, se lo importante que su presencia hubiera sido, lo feliz que te hubiera echo, que el te trajera del brazo hasta mi.
Sonreí de medio lado antes de buscar sus labios, despacio, cargado de verdad y sentimiento, mi lengua se enredo con la suya, deseando beber de ella, del manantial de su boca.
De sobras sabia que su hermano jamas la entregaría a un inmortal, es mas, sabia que cuando se enterara posiblemente su reacción seria desmesurada, mas en algo no le mentí, juré que la protegería, y ahora, no había mal en el mundo que podría tan siquiera rozar a al mujer de mi vida.
-Quiero que seas feliz Adaline, prometo que haré lo que este en mi mano para no volver a verte llorar, prometo que te cuidare y protegeré todos los días de tu vida. También prometo que tendré paciencia, bueno, lo intentaré, la paciencia no es la mayor de mis virtudes, tampoco el auto control -bromeé recordando la fatídica pelea del restaurante -pero ten claro algo, te quiero.
Pronto empezamos con los preparativos, Reidar y yo con aquellos que pertenecían al norte, unos cuencos unas espadas para sellar con sangre nuestro compromiso, alcohol para beber de las mismas copas.
Sacrificios a los dioses , a los elementos, cada uno para los suyos y el párroco trazando cruces en el cielo como si eso lo librara de ese sacrilegio.
No pude evitar mirar a Reidar antes de los dos estallar en carcajadas mientras seguíamos con nuestros preparativos.
Pronto todo estuvo dispuesto, fuego, agua, tierra y viento presentes y bendecidos.
Odin, Thor, Loqui, freya, representados. Llegaba el momento, ese tan esperado.
Extendí la mano hacia mi futura esposa, para aferrarla despacio nuestros ojos se encontraron un instante hasta que los deslice por su cuello para encontrarme con su pecho que subía y bajaba despacio, rítmico, perfecto, allí prendí unas flores silvestres que recién recogidas olían a vida.
-te quiero -susurré frente a sus labios.
Las velas que Moira había preparado alumbraban el lugar dotándolo de una luz especial ,una tenue, cargada de magia, de color, que junto al verde de las hojas parecía centellear convirtiendo ese pequeño claro cubierto de amapolas rojas en el mismo paraíso.
Descolgué de mi cuello la cadena para dejar que el anillo de mi padre cayera sobre la palma de mi mano.
Ambos sonreímos mirándonos, devorándonos con unos ojos llameantes que dibujaban con jubilo nuestro amor.
-Este es el anillo de mi padre, ahora tu lo pondrás sobre mi dedo -susurré engarzandolo sobre una de las espadas cortas que Reidar ofreció a mi amada.
Moira hizo lo propio Conmigo y la deslice despacio hacia ella para que allí colocara su alianza, sobre la punta.
Acerque mis labios a su oído, tratando de explicarle el siguiente paso.
-Al tomarlo, has de pincharte. Con tu yema ensangrentada colocaras el anillo en mi dedo y lo mismo haré yo con el tuyo.
Las gotas de sangre irán a uno de esos cuencos junto con la hidromiel, ambos beberemos de ese cuenco sellando así nuestro enlace para convertirte eternamente en mi mujer.
Frente a los dioses, frente a las estrellas, frente a los elementos, seras mía, y yo tuyo, una unión incapaz de romperse porque es sagrada hasta el final de los tiempos. ¿quieres aun casarte conmigo?
Sonreí con picarda mirando al párroco y esperando que empezara con la parte de los otros, esa cristiana, cuya fe sabia que mi futura esposa procesaba, aquella ceremonia era especial, pues muchos dioses la presenciaban, míos, suyos, de Reidar, de Moira ,hoy todos estaba unidos.
-Bebe poco del cuenco perdición mía, mi sangre es muy poderosa, y te sentirás extasiada, con una vez no es suficiente para convertirte en esclava de sangre, pero créeme, vas a notarlo, es como una potente droga.
Erlend Cannif**- Vampiro Clase Baja
- Mensajes : 403
Fecha de inscripción : 02/05/2016
Edad : 1224
Localización : Donde su caballo lo lleve
DATOS DEL PERSONAJE
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Datos de interés:
Re: Presentaciones Inesperadas.(Reidar, Erlend, Adaline)
Nuestros cometidos para llevar a cabo aquella preciosa locura ya estaban claros; cada uno se encargaría de una parte de la celebración y mujeres por un lado, hombres por otro, nos reuniríamos en una hora en el claro del bosque acordado. Una hora que sin duda se me haría eterna deseando volver a ver a Reidar, necesitando sentir de nuevo calidez y sus caricias, y con el miedo que al darse cuenta del rumbo que había tomado la noche se arrepintiese del paso que habíamos dado.
Esperé a que Reidar me ayudase a colocar a Lobbo entre aquel extenso pañuelo que lo sujetaba a mi cuerpo, sonriendo como una boba cada vez que sus manos me rozaban alguna parte de mi cuerpo, sonriendo como una adolescente a la que acarician por primera vez. En aquellos momentos mi felicidad era plena, y todo se lo debía a aquel perfecto lobo que tenía delante. Tras un beso que me supo a poco como despedida, y con su ayuda, monté en mi caballo con el pequeño quillan entre mis brazos, y esperé a que Adaline se despidiese de Erlend, para poner al trote a mi montura en una noche que deberíamos correr más que el viento si queríamos hacer todo lo que tanto ella como yo marcaría nuestro destino para siempre, la unión de nuestras vidas con los dueños de nuestros corazones.
No tardamos de llegar al lugar que me había indicado Adaline como su casa, donde se adentró con rapidez mientras yo permanecía sobre mi montura con el pequeño quillan que se había quedado dormido por el traqueteo del caballo. Acaricié los mechones de su pelo que caían por su rostro, pensando que mi vida no solo se uniría a la de Reidar, sino también a la de aquel precioso niño que dormía entre mis brazos. ¿Podría haberme dado Reidar más felicidad? Imposible; en una noche cumpliría mi sueño de convertirme en su esposa, y en la mejor madre que se pudiese esperar; algo que por mi naturaleza se me había negado, y que por caprichos del destino, un ángel caído del cielo derramando su copa sobre mi vestido había desencadenado una serie de sucesos que me llevarían a tener todo lo que había deseado.
No tuve que esperar mucho a Adaline, pues preparada con su maleta y un precioso vestido escogido para la ocasión, subió entre risas del nuevo al caballo mientras nos dirigimos al nuevo destino: el jardín botánico. Si quería cumplir parte de los ritos religiosos nórdicos y celtas, necesitaría “tomar prestadas algunas cosillas”.
-Nunca he visto a una novia más guapa y radiante. Erlend recuperará el color en cuanto te vea.- dije entre risas mientras Adaline se cogía a mi cintura poniendo de nuevo mi montura al galope.
Después de ocuparme de los abetos y las rosas, nos dirigimos al hostal, donde la hija de la dueña me recibió con una amplia sonrisa en cuanto me vio sacar del bolso un saquito de terciopelo que contenía seguramente lo mismo que ganaba ella en toda una semana. El encargo era sencillo: yo me ocuparía de cambiarle los pañales a Lobbo y ponerle el pijama, mientras ella me preparaba el biberón con leche, y después de asegurarme de que se quedada cenado y acostado en su cuna, ella velaría su sueño hasta que su padre y yo regresásemos convertidos en marido y mujer. Todavía no me lo podía creer; hasta las lágrimas se me escapaban de las mejillas pensando volver a sentirme entre sus brazos, haciendo míos de nuevo esos carnosos labios y declarándome como suya para siempre ante él y nuestros dioses.
-Buenas noches, pequeño quillan. – susurré junto a su cabecita mientras lo besaba en la frente y me despedía de aquella muchacha que se ocuparía del pequeño en nuestra ausencia. Dejé mi maleta sobre la mesa de madera noble donde estaban todavía las cosas de Lobbo, y nos marchamos para emprender el rumbo al último destino antes de unirnos con nuestros amados.
Casi había pasado una hora, pero por suerte mi cabaña, que era la última parada, estaba cerca del claro del bosque donde habíamos quedado para unir nuestros destinos con aquellos maravillosos hombres que habían puesto nuestra vida patas arribas en una sola noche.
Adaline bajó conmigo para dejar su equipaje en la habitación de Erlend, mientras yo habría uno de los baúles que tenía en mi alcoba para buscar aquello que pensé que jamás utilizaría: los anillos de compromiso que mi madre me había regalado hacía más de dos milenios, y que en aquellos momentos no le encontré sentido. Antes de convertirme en lo que ahora soy, mi padre acordó mi matrimonio, no sé si siendo consciente de que mi prometido era un cruel vampiro al que solo le interesaba mi poder como druida; un compromiso en el que todo estaba preparado y aquellos anillos no estaban dentro de sus planes. Más la noche anterior a mi partida hacia el castillo de aquel maldito ser, mi madre me entregó aquellas alianzas, explicándome que debería usarlas el día en que amase tanto a un hombre como para querer vincular mi vida a la suya; aquellas alianzas estaban bendecidas por los dioses, y velarían por la unión de nuestras almas. Hasta que conocí a Reidar no había vuelto a pensar en los anillos, pero ahora con ellos delante, me di cuenta de que mi madre sabía que escaparía de mi prisión, y que tarde o temprano encontraría al hombre que llenase mi vida de amor y esperanza. Quien le iba a decir a ella que eso pasaría dos milenios después.
Busqué un precioso vestido blanco que había comprado varios siglos antes durante una etapa espiritual que pasé; ser inmortal tiene la pega de que te aburres mucho y pasas por unas cuantas fases hasta que te encuentras a ti misma. Pero ahora ese vestido sería idóneo, pues aunque no tenía la misma ornamentación que uno de novia, era sencillo y simplemente perfecto. Y por último, cogí cuatro brazaletes para nuestros antebrazos y unas velas blancas para completar el ritual nórdico de nuestros amados.
-Creo que los dos se volverán locos.- contesté risueña a mi nueva amiga mientras cogiéndonos del brazo salíamos de la cabaña dando por finalizada aquella ardua tarea de preparar en tan poco tiempo no una, sino dos bodas dignas de rememorar.
No tardamos en llegar a aquel claro del bosque, donde nuestros hombres llegaron al mismo tiempo que nosotras. Adaline bajó con rapidez, mientras yo con calma dejaba todos los útiles recolectados en el suelo y me acercaba a Reidar con una radiante sonrisa en la que la felicidad y el miedo se juntaban a partes iguales, hasta que su abrazó me rodeó y solo fue la felicidad la que se quedó en mi corazón.
-Te he echado de menos.- dije antes de besarlo con dulzura, mientras escuchaba los ritos que Erlend le explicaba a Adaline para culminar nuestro enlace. Saqué la cajita con los anillos y se la entregué a Reidar.- Espero que te gusten.
Nuestras miradas volvieron a encontrarse, como se habían encontrado tantas veces desde la noche anterior; sintiéndose cómplices de nuestra locura, de nuestra precipitada pero acertada decisión.
-Te quiero y te querré siempre, quillan.- susurré junto a sus labios sabiendo que debíamos comenzar el ritual, pero incapaz de separarme de sus brazos.
Esperé a que Reidar me ayudase a colocar a Lobbo entre aquel extenso pañuelo que lo sujetaba a mi cuerpo, sonriendo como una boba cada vez que sus manos me rozaban alguna parte de mi cuerpo, sonriendo como una adolescente a la que acarician por primera vez. En aquellos momentos mi felicidad era plena, y todo se lo debía a aquel perfecto lobo que tenía delante. Tras un beso que me supo a poco como despedida, y con su ayuda, monté en mi caballo con el pequeño quillan entre mis brazos, y esperé a que Adaline se despidiese de Erlend, para poner al trote a mi montura en una noche que deberíamos correr más que el viento si queríamos hacer todo lo que tanto ella como yo marcaría nuestro destino para siempre, la unión de nuestras vidas con los dueños de nuestros corazones.
No tardamos de llegar al lugar que me había indicado Adaline como su casa, donde se adentró con rapidez mientras yo permanecía sobre mi montura con el pequeño quillan que se había quedado dormido por el traqueteo del caballo. Acaricié los mechones de su pelo que caían por su rostro, pensando que mi vida no solo se uniría a la de Reidar, sino también a la de aquel precioso niño que dormía entre mis brazos. ¿Podría haberme dado Reidar más felicidad? Imposible; en una noche cumpliría mi sueño de convertirme en su esposa, y en la mejor madre que se pudiese esperar; algo que por mi naturaleza se me había negado, y que por caprichos del destino, un ángel caído del cielo derramando su copa sobre mi vestido había desencadenado una serie de sucesos que me llevarían a tener todo lo que había deseado.
No tuve que esperar mucho a Adaline, pues preparada con su maleta y un precioso vestido escogido para la ocasión, subió entre risas del nuevo al caballo mientras nos dirigimos al nuevo destino: el jardín botánico. Si quería cumplir parte de los ritos religiosos nórdicos y celtas, necesitaría “tomar prestadas algunas cosillas”.
-Nunca he visto a una novia más guapa y radiante. Erlend recuperará el color en cuanto te vea.- dije entre risas mientras Adaline se cogía a mi cintura poniendo de nuevo mi montura al galope.
Después de ocuparme de los abetos y las rosas, nos dirigimos al hostal, donde la hija de la dueña me recibió con una amplia sonrisa en cuanto me vio sacar del bolso un saquito de terciopelo que contenía seguramente lo mismo que ganaba ella en toda una semana. El encargo era sencillo: yo me ocuparía de cambiarle los pañales a Lobbo y ponerle el pijama, mientras ella me preparaba el biberón con leche, y después de asegurarme de que se quedada cenado y acostado en su cuna, ella velaría su sueño hasta que su padre y yo regresásemos convertidos en marido y mujer. Todavía no me lo podía creer; hasta las lágrimas se me escapaban de las mejillas pensando volver a sentirme entre sus brazos, haciendo míos de nuevo esos carnosos labios y declarándome como suya para siempre ante él y nuestros dioses.
-Buenas noches, pequeño quillan. – susurré junto a su cabecita mientras lo besaba en la frente y me despedía de aquella muchacha que se ocuparía del pequeño en nuestra ausencia. Dejé mi maleta sobre la mesa de madera noble donde estaban todavía las cosas de Lobbo, y nos marchamos para emprender el rumbo al último destino antes de unirnos con nuestros amados.
Casi había pasado una hora, pero por suerte mi cabaña, que era la última parada, estaba cerca del claro del bosque donde habíamos quedado para unir nuestros destinos con aquellos maravillosos hombres que habían puesto nuestra vida patas arribas en una sola noche.
Adaline bajó conmigo para dejar su equipaje en la habitación de Erlend, mientras yo habría uno de los baúles que tenía en mi alcoba para buscar aquello que pensé que jamás utilizaría: los anillos de compromiso que mi madre me había regalado hacía más de dos milenios, y que en aquellos momentos no le encontré sentido. Antes de convertirme en lo que ahora soy, mi padre acordó mi matrimonio, no sé si siendo consciente de que mi prometido era un cruel vampiro al que solo le interesaba mi poder como druida; un compromiso en el que todo estaba preparado y aquellos anillos no estaban dentro de sus planes. Más la noche anterior a mi partida hacia el castillo de aquel maldito ser, mi madre me entregó aquellas alianzas, explicándome que debería usarlas el día en que amase tanto a un hombre como para querer vincular mi vida a la suya; aquellas alianzas estaban bendecidas por los dioses, y velarían por la unión de nuestras almas. Hasta que conocí a Reidar no había vuelto a pensar en los anillos, pero ahora con ellos delante, me di cuenta de que mi madre sabía que escaparía de mi prisión, y que tarde o temprano encontraría al hombre que llenase mi vida de amor y esperanza. Quien le iba a decir a ella que eso pasaría dos milenios después.
Busqué un precioso vestido blanco que había comprado varios siglos antes durante una etapa espiritual que pasé; ser inmortal tiene la pega de que te aburres mucho y pasas por unas cuantas fases hasta que te encuentras a ti misma. Pero ahora ese vestido sería idóneo, pues aunque no tenía la misma ornamentación que uno de novia, era sencillo y simplemente perfecto. Y por último, cogí cuatro brazaletes para nuestros antebrazos y unas velas blancas para completar el ritual nórdico de nuestros amados.
-Creo que los dos se volverán locos.- contesté risueña a mi nueva amiga mientras cogiéndonos del brazo salíamos de la cabaña dando por finalizada aquella ardua tarea de preparar en tan poco tiempo no una, sino dos bodas dignas de rememorar.
No tardamos en llegar a aquel claro del bosque, donde nuestros hombres llegaron al mismo tiempo que nosotras. Adaline bajó con rapidez, mientras yo con calma dejaba todos los útiles recolectados en el suelo y me acercaba a Reidar con una radiante sonrisa en la que la felicidad y el miedo se juntaban a partes iguales, hasta que su abrazó me rodeó y solo fue la felicidad la que se quedó en mi corazón.
-Te he echado de menos.- dije antes de besarlo con dulzura, mientras escuchaba los ritos que Erlend le explicaba a Adaline para culminar nuestro enlace. Saqué la cajita con los anillos y se la entregué a Reidar.- Espero que te gusten.
Nuestras miradas volvieron a encontrarse, como se habían encontrado tantas veces desde la noche anterior; sintiéndose cómplices de nuestra locura, de nuestra precipitada pero acertada decisión.
-Te quiero y te querré siempre, quillan.- susurré junto a sus labios sabiendo que debíamos comenzar el ritual, pero incapaz de separarme de sus brazos.
Moira Landvik- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 17/05/2016
Localización : Paris
Re: Presentaciones Inesperadas.(Reidar, Erlend, Adaline)
No entendía nada mientras mordía aquel palo que se había interpuesto en mi camino, y con el que andaba entretenido al tiempo que aquellos dos con los que había pasado el día y parte de la noche discutían y al rato se besaban.
No es que yo supiese mucho de los mayores, de hecho no entendía ni lo que hablaban, pero miraba con curiosidad como actuaban como veletas.
De nuevo aquella mujer con la piel sedosa y olor dulzón me tomó entre sus brazos ocupándose de mí, como llevaba haciendo desde mi llegada a aquella habitación; me había bañado y dado de comer, cuidando de mí como lo había hecho mi madre antes de que aquel fuego me separase de ella.
Olía a vainilla, o a canela ¿me dejaría morderla un poquito para comprobar a qué era? Pero entonces veía como aquel hombre grande que había estado jugando conmigo por la tarde, la acercaba a su cuerpo y la besaba, y desechaba la idea de darle un bocadito. Pero sí podía jugar con sus rizos que tanto me divertían.
Hablaron con los otros adultos, reían, sonreían y se besaban otra vez, mientras yo los miraba atentos intentado descubrir que pasaba. Pero de nuevo se separaron, y ahora fui sujeto con aquel trapo al cuerpo de la dama, que montándose a caballo, se alejó del hombre al que besaba momentos antes. ¿Y ahora que había pasado?
Me quedé dormido en su regazo, y lo siguiente que recuerdo es despertar de nuevo en la habitación donde había pasado el día, donde la mujer me cambiaba los pañales poniéndome cómodo y dándome de cenar.
"No te vayas", pensé cuando me dejó en la cuna y dándome un beso se alejó de mí, mientras yo estiraba mi manita para jugar de nuevo con sus rizos. Esperaba que volviese pronto; con ella me sentía bien, protegido, cuidado. Otra mujer joven se quedó conmigo, observándome mientras mis párpados se cerraban pesados y me dormía de nuevo.
No es que yo supiese mucho de los mayores, de hecho no entendía ni lo que hablaban, pero miraba con curiosidad como actuaban como veletas.
De nuevo aquella mujer con la piel sedosa y olor dulzón me tomó entre sus brazos ocupándose de mí, como llevaba haciendo desde mi llegada a aquella habitación; me había bañado y dado de comer, cuidando de mí como lo había hecho mi madre antes de que aquel fuego me separase de ella.
Olía a vainilla, o a canela ¿me dejaría morderla un poquito para comprobar a qué era? Pero entonces veía como aquel hombre grande que había estado jugando conmigo por la tarde, la acercaba a su cuerpo y la besaba, y desechaba la idea de darle un bocadito. Pero sí podía jugar con sus rizos que tanto me divertían.
Hablaron con los otros adultos, reían, sonreían y se besaban otra vez, mientras yo los miraba atentos intentado descubrir que pasaba. Pero de nuevo se separaron, y ahora fui sujeto con aquel trapo al cuerpo de la dama, que montándose a caballo, se alejó del hombre al que besaba momentos antes. ¿Y ahora que había pasado?
Me quedé dormido en su regazo, y lo siguiente que recuerdo es despertar de nuevo en la habitación donde había pasado el día, donde la mujer me cambiaba los pañales poniéndome cómodo y dándome de cenar.
"No te vayas", pensé cuando me dejó en la cuna y dándome un beso se alejó de mí, mientras yo estiraba mi manita para jugar de nuevo con sus rizos. Esperaba que volviese pronto; con ella me sentía bien, protegido, cuidado. Otra mujer joven se quedó conmigo, observándome mientras mis párpados se cerraban pesados y me dormía de nuevo.
Lobbo Landvik- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 16/08/2016
Re: Presentaciones Inesperadas.(Reidar, Erlend, Adaline)
Allí estaba, resplandeciendo como una ninfa en aquel llano verde, repleto de flores carmesí que bajo sus pies y ese vestido blanco la hacían parecer de otro mundo.
Tuve que parpadear varias veces inmóvil para saber que eso que se presentaba frente a mi, lejos de ser un sueño era el amor con el que compartiría el resto de mi efímera vida.
Nada de humana tenia, mas hoy ,mas que nunca me di cuenta de que cada rasgo de su ser era divino, una diosa que en ese momento creía que no merecía.
Sus dos ojos se hundieron en los míos, andando con el vestido ondeante a la luz de aquella velas que creaban un ambiente cargado de magia, de amor, de sentimientos.
Entonces llego a mi, posó su mano en mi brazo para que nuestros labios se unieran despacio, dejándome embargar de aquella caricia suave, esa que sentía recorriendo cada centímetro de mi ser, esa que alteraba mis sentidos embriagándome de ella.
Sonreí contra su boca, sabia que teníamos que ir, que empezar aquello que uniría para siempre nuestros sinos, eso que la convertiría en mi legitima esposa.
Jadeé contra su boca antes de introducir mi lengua por el precipicio de sus labios, mi mano se alzo hasta su mejilla que acaricie primero despacio hasta que se posó en su nuca intensificando así el beso, que se torno fuego contra sus labios.
Mis ojos ambar iluminaron los suyos, mostrandole de nuevo mi deseo, mi necesidad, posiblemente no era el momento, mas eso se le podía echar en cara a un hombre ebrio.
-Estas preciosa, pareces sacada de las historias de ninfas que colman el saber popular de mis tierras, esas que mi madre me contaba de niño, esas que cualquier hombre ansia encontrar de adulto. Te deseo como nunca antes he deseado.
Observé las alianzas con una sonrisa, sabia por lo que decía del significado que para ella tenían, acaricié su mano dejando las alianzas en el interior de esa cajita esperando a que fueran usadas.
-Te quiero -susurré contra su boca -no hay nada en este preciso instante que desee mas que ponerme ese anillo que significara nuestra unión, esa que nos augurara días difíciles, pero también días plenos. Tenme paciencia porque no soy un hombre fácil porque me cuesta demostrar mucho lo que siento, pero te quiero, eso te lo prometo, aunque no suela decírtelo, aunque parezca frio, apagado.
Aunque siempre anteponga la manada a todo, aunque haya días que te sientas sola aun conmigo a tu lado, por favor no te desesperes, solo quiéreme cuando menos lo merezca porque sera cuando mas lo necesite.
Aparte mi mano de su nuca volviendo a caminar hacia nuestros amigos, para tenderles las espadas y del mismo modo colocarnos a su lado para empezar con nuestros ritos.
Antes desvié un instante mis ojos sobre los de Moira que allí resplandeciente frente al sacerdote preparaba nuestro enlace.
-¿Sabes? -le dije hundiendo mi mirada en la suya -¿sabes cuando me enamore de ti? El día que volví del hospital y cargabas a mi hijo entre tus brazos...
Sonreí de nuevo volviendo a desviar mis ojos hacia le sacerdote que de nuevo empezaba a pronunciar las palabras oportunas mirándonos ahora a nosotros.
Tuve que parpadear varias veces inmóvil para saber que eso que se presentaba frente a mi, lejos de ser un sueño era el amor con el que compartiría el resto de mi efímera vida.
Nada de humana tenia, mas hoy ,mas que nunca me di cuenta de que cada rasgo de su ser era divino, una diosa que en ese momento creía que no merecía.
Sus dos ojos se hundieron en los míos, andando con el vestido ondeante a la luz de aquella velas que creaban un ambiente cargado de magia, de amor, de sentimientos.
Entonces llego a mi, posó su mano en mi brazo para que nuestros labios se unieran despacio, dejándome embargar de aquella caricia suave, esa que sentía recorriendo cada centímetro de mi ser, esa que alteraba mis sentidos embriagándome de ella.
Sonreí contra su boca, sabia que teníamos que ir, que empezar aquello que uniría para siempre nuestros sinos, eso que la convertiría en mi legitima esposa.
Jadeé contra su boca antes de introducir mi lengua por el precipicio de sus labios, mi mano se alzo hasta su mejilla que acaricie primero despacio hasta que se posó en su nuca intensificando así el beso, que se torno fuego contra sus labios.
Mis ojos ambar iluminaron los suyos, mostrandole de nuevo mi deseo, mi necesidad, posiblemente no era el momento, mas eso se le podía echar en cara a un hombre ebrio.
-Estas preciosa, pareces sacada de las historias de ninfas que colman el saber popular de mis tierras, esas que mi madre me contaba de niño, esas que cualquier hombre ansia encontrar de adulto. Te deseo como nunca antes he deseado.
Observé las alianzas con una sonrisa, sabia por lo que decía del significado que para ella tenían, acaricié su mano dejando las alianzas en el interior de esa cajita esperando a que fueran usadas.
-Te quiero -susurré contra su boca -no hay nada en este preciso instante que desee mas que ponerme ese anillo que significara nuestra unión, esa que nos augurara días difíciles, pero también días plenos. Tenme paciencia porque no soy un hombre fácil porque me cuesta demostrar mucho lo que siento, pero te quiero, eso te lo prometo, aunque no suela decírtelo, aunque parezca frio, apagado.
Aunque siempre anteponga la manada a todo, aunque haya días que te sientas sola aun conmigo a tu lado, por favor no te desesperes, solo quiéreme cuando menos lo merezca porque sera cuando mas lo necesite.
Aparte mi mano de su nuca volviendo a caminar hacia nuestros amigos, para tenderles las espadas y del mismo modo colocarnos a su lado para empezar con nuestros ritos.
Antes desvié un instante mis ojos sobre los de Moira que allí resplandeciente frente al sacerdote preparaba nuestro enlace.
-¿Sabes? -le dije hundiendo mi mirada en la suya -¿sabes cuando me enamore de ti? El día que volví del hospital y cargabas a mi hijo entre tus brazos...
Sonreí de nuevo volviendo a desviar mis ojos hacia le sacerdote que de nuevo empezaba a pronunciar las palabras oportunas mirándonos ahora a nosotros.
Reidar Landvik- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/07/2016
Localización : En los bosques
Re: Presentaciones Inesperadas.(Reidar, Erlend, Adaline)
Resplandeciente, así me parecía quien ahora estaba por convertirse en mi esposo, atractivo como a nadie que hubiese visto en la tierra durante toda mi vida, perfecto por donde quiera que se le mirase, fuerte como lo demostraba su porte de guerrero. Era difícil procesar que iba a ser de ahora en adelante tan mío como yo sería suya, como ya lo era. Me era imposible dejar de mirarlo, dejar de adorarlo, dejar de amarlo, de sentir que lo era todo para mi. -Estás perfecto Min Doom.- respondí cuando insinuó que iba a tener que conformarme con su aspecto cuando ante mis ojos no había manera de que pudiera ser más atractivo que ahora.
Era cierto que lo único que podría haber aumentado mi felicidad hubiese sido la presencia de Gael, y que hubiese sido él quien me hubiese entregado a Erlend... y es que aunque aún mis sentimientos hacia mi hermano se encontrasen divididos había una verdad inequívoca, yo lo seguía queriendo, aunque sabía que ese cariño había sido otra razón por la cual me alejé de él. Aunque quizás... en algún momento podríamos hablar, quizás en algún momento llegase a comprender que no pude más que enlazar mi destino al de mi inmortal, porque lo amaba más que a nadie y con una fuerza avasalladora. Él era mi aire, mi sostén, la razón por la cual mi corazón latía y de ahora en adelante aquel con quien habría de compartir el resto de mi vida.
Sus labios buscaron los míos enredándose nuestras lenguas en un beso cargado de sentimiento, de amor, de sentimiento intenso y profundo, de promesa de eternidad.
-También quiero que seas feliz.- respondí, llevando sus manos hasta mis labios, besando sus nudillos lentamente, sin dejar de mirarlo. -Creo que cumplirás cada una de tus promesas porque creo en ti, como nunca he creído en nadie. Te quiero Erlend. Te casas con una atolondrada que nunca supo muy bien donde tenía los pies puestos hasta que te conoció. Prometo cuidarte, quererte, ser tu apoyo, ir contigo siempre de la mano. No prometo no pelear contigo porque como dije, soy atolondrada, pero te juro que nadie te querrá como yo y he de quererte por siempre.-
Observé entonces como los hombres realizaban algunos preparativos, desconocidos para mi debido a la diferencia en nuestras costumbres, pero no menos importantes. Sé que al sacerdote le asustaba la visión de los sacrificios pero a mi me parecían completamente apropiados. ¿Cómo no agradecerle a los elementos si estaba convencida de que ellos habían jugado un papel crucial en mi encuentro con el dueño de mi corazón?
Sonreí cuando todo estuvo listo para empezar. -Te quiero.- respondí. En ese momento no podía desprender mi mirada de él mientras de sus labios brotaban instrucciones acerca de lo que debía hacer con su anillo y con el cuenco. Nuestra unión frente a los dioses, frente a las estrellas, frente a los elementos, ser suya, que él fuera mío... esas palabras que decía sonaban a perfección, a promesa eterna, a paraíso inigualable si lo vivía al lado suyo. -Nada deseo más perdición mía.- Volví a sonreír al ver sus ojos flameantes, cautivada por la forma en que me miraba, presa para siempre de su amor.
El sacerdote continuó con nuestra ceremonia y juro que a pesar de que las palabras que de él salían eran cristianas, fue el viento el que sopló con más fuerza a nuestro alrededor, fueron las flamas de las velas las que parecieron incendiarias al iluminarnos, fue la tierra bajo mis pies y el agua en un cuenco y bendecida los que nuevamente parecían tomar protagonismo alrededor nuestro, y por supuesto, la constelación del cazador brilló más que nunca, irradiando sus rayos de plata hacia el claro en el que nos encontrábamos.
El sacerdote hizo una pausa para permitir que prosiguiésemos con la ceremonia de acuerdo a las creencias de los demás. Nuestros amigos mantenían tendidas las espadas hacia nosotros por lo que pinché mi dedo y coloqué el anillo en el dedo de Erlend con una sonrisa en los labios, mientras mi amado hacia lo mismo y colocaba el anillo de mi madre en el mio, intercambio que me sacudió como nada, comprendiendo lo que representaba, el que con ese anillo sellase mi destino con el dueño de mi corazón.
A continuación hice inmediatamente lo que él me había indicado, dejando que las gotas de mi sangre cayesen sobre el cuenco mientras las de él caían de igual forma, entremezclándose ambas para simbolizar nuestra unión eterna. Unión que no dejaba de estremecerme, de mantener mis corazón latiendo como nunca, mientras mis ojos eran incapaces de no seguir anclados en los suyos. Bebí del cuenco antes que lo hiciera él, de esa mezcla de hidromiel y sangre, asegurándome de no tomar demasiado... aunque él tenía razón, de inmediato me invadió una sensación abrumadora, algo similar al éxtasis, me sentí flotar, como si de repente todos mis sentidos se agudizaran y todo lo viera más brillante y más intenso.
De repente me sentía en el paraíso y el paraíso era él. Dirigí entonces mi atención a los ritos de nuestros amigos, siguiendo las instrucciones que para ellos eran igual de importantes, pues Moira se encargaba ahora del rito celta. Me sentia feliz por ellos mientras ella hablaba, y me sentía más embriagada que nunca, pero que importaba si era el alcohol, o la sangre de mi amado, todo lo que importaba era nuestra promesa eterna que mis ojos y todo mi ser gritaban al verle, eso y la certeza de que estaba tomando el mejor paso de toda mi vida.
Carraspeó el párroco entonces, regresando a la parte cristiana de la ceremonia. -Y el Señor, que hizo nacer entre vosotros el amor, confirme este consentimiento mutuo, que habéis manifestado ante la iglesia. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.-
Y con esas palabras sellaba la unión más maravillosa de nuestras vidas. ¿No era en esta parte adonde el sacerdote debía sugerir que el novio besara a la novia? No lo sabía a ciencia cierta ni tampoco me importaba. Tomé a mi amado del cuello de su camisola y lo atraje hacia mi, sellando nuestro destino con un beso intenso y cargado de amor, en el cual la conjunción de nuestros labios confirmaban aquel sino que estaba dispuesta a seguir a pesar de lo que fuera, y es que a partir de ese momento era la señora Cannif y nada era tan fuerte ni tan intenso como el amor que sentía por él. Un amor que ni las más fuertes tempestades, ni las peores tormentas, ni los más temerarios enemigos podrían nunca acabar. -Te quiero.- susurré en su boca henchida de felicidad, incapaz de dejar aún sus labios y eché mis brazos entre risas alrededor de su cuello para acercarlo más, para que continuase caminando junto a mi y que no se apartase de mi lado. -Te quiero... ¡te quiero!-
Era cierto que lo único que podría haber aumentado mi felicidad hubiese sido la presencia de Gael, y que hubiese sido él quien me hubiese entregado a Erlend... y es que aunque aún mis sentimientos hacia mi hermano se encontrasen divididos había una verdad inequívoca, yo lo seguía queriendo, aunque sabía que ese cariño había sido otra razón por la cual me alejé de él. Aunque quizás... en algún momento podríamos hablar, quizás en algún momento llegase a comprender que no pude más que enlazar mi destino al de mi inmortal, porque lo amaba más que a nadie y con una fuerza avasalladora. Él era mi aire, mi sostén, la razón por la cual mi corazón latía y de ahora en adelante aquel con quien habría de compartir el resto de mi vida.
Sus labios buscaron los míos enredándose nuestras lenguas en un beso cargado de sentimiento, de amor, de sentimiento intenso y profundo, de promesa de eternidad.
-También quiero que seas feliz.- respondí, llevando sus manos hasta mis labios, besando sus nudillos lentamente, sin dejar de mirarlo. -Creo que cumplirás cada una de tus promesas porque creo en ti, como nunca he creído en nadie. Te quiero Erlend. Te casas con una atolondrada que nunca supo muy bien donde tenía los pies puestos hasta que te conoció. Prometo cuidarte, quererte, ser tu apoyo, ir contigo siempre de la mano. No prometo no pelear contigo porque como dije, soy atolondrada, pero te juro que nadie te querrá como yo y he de quererte por siempre.-
Observé entonces como los hombres realizaban algunos preparativos, desconocidos para mi debido a la diferencia en nuestras costumbres, pero no menos importantes. Sé que al sacerdote le asustaba la visión de los sacrificios pero a mi me parecían completamente apropiados. ¿Cómo no agradecerle a los elementos si estaba convencida de que ellos habían jugado un papel crucial en mi encuentro con el dueño de mi corazón?
Sonreí cuando todo estuvo listo para empezar. -Te quiero.- respondí. En ese momento no podía desprender mi mirada de él mientras de sus labios brotaban instrucciones acerca de lo que debía hacer con su anillo y con el cuenco. Nuestra unión frente a los dioses, frente a las estrellas, frente a los elementos, ser suya, que él fuera mío... esas palabras que decía sonaban a perfección, a promesa eterna, a paraíso inigualable si lo vivía al lado suyo. -Nada deseo más perdición mía.- Volví a sonreír al ver sus ojos flameantes, cautivada por la forma en que me miraba, presa para siempre de su amor.
El sacerdote continuó con nuestra ceremonia y juro que a pesar de que las palabras que de él salían eran cristianas, fue el viento el que sopló con más fuerza a nuestro alrededor, fueron las flamas de las velas las que parecieron incendiarias al iluminarnos, fue la tierra bajo mis pies y el agua en un cuenco y bendecida los que nuevamente parecían tomar protagonismo alrededor nuestro, y por supuesto, la constelación del cazador brilló más que nunca, irradiando sus rayos de plata hacia el claro en el que nos encontrábamos.
El sacerdote hizo una pausa para permitir que prosiguiésemos con la ceremonia de acuerdo a las creencias de los demás. Nuestros amigos mantenían tendidas las espadas hacia nosotros por lo que pinché mi dedo y coloqué el anillo en el dedo de Erlend con una sonrisa en los labios, mientras mi amado hacia lo mismo y colocaba el anillo de mi madre en el mio, intercambio que me sacudió como nada, comprendiendo lo que representaba, el que con ese anillo sellase mi destino con el dueño de mi corazón.
A continuación hice inmediatamente lo que él me había indicado, dejando que las gotas de mi sangre cayesen sobre el cuenco mientras las de él caían de igual forma, entremezclándose ambas para simbolizar nuestra unión eterna. Unión que no dejaba de estremecerme, de mantener mis corazón latiendo como nunca, mientras mis ojos eran incapaces de no seguir anclados en los suyos. Bebí del cuenco antes que lo hiciera él, de esa mezcla de hidromiel y sangre, asegurándome de no tomar demasiado... aunque él tenía razón, de inmediato me invadió una sensación abrumadora, algo similar al éxtasis, me sentí flotar, como si de repente todos mis sentidos se agudizaran y todo lo viera más brillante y más intenso.
De repente me sentía en el paraíso y el paraíso era él. Dirigí entonces mi atención a los ritos de nuestros amigos, siguiendo las instrucciones que para ellos eran igual de importantes, pues Moira se encargaba ahora del rito celta. Me sentia feliz por ellos mientras ella hablaba, y me sentía más embriagada que nunca, pero que importaba si era el alcohol, o la sangre de mi amado, todo lo que importaba era nuestra promesa eterna que mis ojos y todo mi ser gritaban al verle, eso y la certeza de que estaba tomando el mejor paso de toda mi vida.
Carraspeó el párroco entonces, regresando a la parte cristiana de la ceremonia. -Y el Señor, que hizo nacer entre vosotros el amor, confirme este consentimiento mutuo, que habéis manifestado ante la iglesia. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.-
Y con esas palabras sellaba la unión más maravillosa de nuestras vidas. ¿No era en esta parte adonde el sacerdote debía sugerir que el novio besara a la novia? No lo sabía a ciencia cierta ni tampoco me importaba. Tomé a mi amado del cuello de su camisola y lo atraje hacia mi, sellando nuestro destino con un beso intenso y cargado de amor, en el cual la conjunción de nuestros labios confirmaban aquel sino que estaba dispuesta a seguir a pesar de lo que fuera, y es que a partir de ese momento era la señora Cannif y nada era tan fuerte ni tan intenso como el amor que sentía por él. Un amor que ni las más fuertes tempestades, ni las peores tormentas, ni los más temerarios enemigos podrían nunca acabar. -Te quiero.- susurré en su boca henchida de felicidad, incapaz de dejar aún sus labios y eché mis brazos entre risas alrededor de su cuello para acercarlo más, para que continuase caminando junto a mi y que no se apartase de mi lado. -Te quiero... ¡te quiero!-
Adaline Cannif- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 03/01/2016
Re: Presentaciones Inesperadas.(Reidar, Erlend, Adaline)
Sonreí frente a sus palabras que me hacían sentir como en un cuento de hadas; flotaba en el aire como si de una pluma me tratase, mientras sus brazos me orillaban a su cuerpo para fundirnos en un profundo beso. Jadeé saboreando en mi boca el roce de nuestras lenguas; haciendo de este, otro momento digno de recordar; como todos lo que pasaban a su lado. Sus caricias abrasaban mi cuerpo en un momento en que ninguno quería separarse del otro, a sabiendas que nos estaban esperando para continuar con nuestros compromisos.
- Reidar, yo también te quiero. Sé que las cosas no serán fáciles, que tendremos que luchar contra muchas barreras y que en ocasiones será complicado mantener la ilusión que ahora nos inunda; pero debes saber que me caso contigo porque te adoro, porque te necesito y porque no podía ser de otra manera. Nuestras almas están predestinadas a estar juntas, y juntos lucharemos contra las adversidades.- susurré junto a sus labios deseando besarlos de nuevo y hacerle saber que siempre estaría a su lado, amándole como él decía en los momentos que menos lo mereciese.- No te abandonaré nunca y juro estar a tu lado siempre que me necesites, tanto en los buenos como en los malos momentos.
Nos regalamos un último beso y decididos por el paso que estábamos a punto de dar, nos acercamos a los demás, que esperaban nuestra presencia para comenzar con aquel mágico momento que uniría nuestros sinos para siempre.
Me encargué de improvisar un altar, trazando con las rosas un círculo donde los cuatro deberíamos consagrar nuestro matrimonio, mientras Reidar se acercaba a los otros dos enamorados, y comenzaban explicarle a Adaline parte de su ritual.
Coloqué cuatro velas encendidas en cada uno de los puntos cardinales, haciendo un llamamiento a los elementos de la naturaleza que bendecirían aquella noche no solo la unión de nuestras vidas, sino también de nuestras almas, pues aquello era lo que para los celtas significaba el matrimonio, una unión eterna en este mundo y en el otro.
Aproveché la proximidad del sacerdote para ir indicándole los pasos a seguir del ritual celta, mientras éste consagraba nuestros anillos y santificaba mis ofrendas paganas. El pobre hombre estaba tan nervioso, que acabó por escribir las palabras que yo le decía que tenía que repetir en las hojas vacías de su biblia.
Desvié mi mirada hacia Reidar, sonriéndole con dulzura cuando su precioso comentario embriagó mis oídos. Adoraba esos detalles tan románticos porque sabía que a él le costaba decirlo más que a ningún otro, sabía que expresar sentimientos no era parte de su personalidad, pero aquella noche no paraba de demostrarme que conmigo si era capaz de hacerlo; que aquel amor que nos unía era capaz de superar todo tipo de barreras.
- Yo no sé cuando me enamoré de ti..- me quedé pensativa para después regarlarle la más radiante de mis sonrisas.- Creo que te he querido desde siempre.
El improvisado altar estaba listo con el sacerdote en el centro, y cada pareja a un lado de éste.
Erlend y Adaline comenzaron la parte de su compromiso, escuchando y participando en cada momento del rito nórdico que haría que el inmortal jurase el amor por Adaline ante sus dioses.
Era digno de agradecer como aquel párroco iba alternando una religión y otra, añadiendo símbolos y signos paganos a la celebración cristiana, allá donde le parecía más apropiado. Al final una boda con tres religiones distintas iba a ser posible.
Adaline Y Erlend culminaron parte de su casamiento con la unión de su sangre, una unión que les confería el amor eterno. Y entonces llegó nuestro turno.
Me coloqué frente a Reidar buscando su mirada que cómplice sonreía a la mía, entrelazando nuestras manos al tiempo que el sacerdote las unía con un lazo de seda que vinculaba nuestras almas durante la eternidad, formando el símbolo del infinito y preparados para aceptar ahora las palabras que el sacerdote había intentado aprender de sus apuntes, y que me convertirían en la mujer más feliz sobre la faz de la tierra.
Las palabras del sacerdote brotaban de su boca como si llevase toda su existencia casando mediante ese rito, honrando a cada uno de los cuatro elementos en primer lugar para así conseguir su bendición y poder proseguir con el enlace.
No podía evitar pasar mis ojos de Reidar al cura, nerviosa y aterrada por si en el último momento se arrepentía. Cada vez más enamorada cuando ambos repetíamos al unísono las palabras que nos indicaba el sacerdote para ir culminando nuestro compromiso.
-¿Estáis preparados para declarar vuestros juramentos el uno al otro/a, juramentos que os juntarán, alma a alma, corazón a corazón, juntando las líneas sanguíneas de vuestros antepasados y las de vuestra descendencia, atestiguados por los que se han reunido aquí el día de hoy, en espíritu y en cuerpo, en este círculo sagrado?- preguntó el cura para recibir en respuesta nuestra firme confirmación.
-Todas las cosas de la naturaleza son circulares. La noche se hace día, el día conduce de vuelta a la noche que, una vez más, se convierte en día. La luna crece y mengua, y vuelve a crecer. Hay la primavera, el verano, el otoño y el invierno, luego vuelve de nuevo la primavera Éstas son las florecientes ritmos del Ciclo de la Existencia, pero en el Centro del Círculo hay la quietud de la Fuente, eterna y brillante.- dijo haciendo una pausa entregándonos los anillos.-¿Habéis traído el día de hoy con vosotros vuestros símbolos de estos misterios de la vida?
Contestamos de nuevo al unísono, juntando de nuevo nuestras miradas, sabiendo que el final se acercaba y que habríamos unido nuestras vidas para siempre.
- Que sean bendecidas pues en nombre de los viejos dioses de nuestra tierra, porque son una señal externa y un sagrado recordatorio de vuestro compromiso (el uno con el otro) atestiguado hoy aquí. Como el sol y la luna traen la luz a la Tierra, ¿vosotros y,juráis traer a esta unión vuestra/ esto, vuestra unión…. la luz del amor y de la dicha?.- preguntó de nuevo mientras nuestros labios susurraban uno frente al otro que nos jurábamos ese amor.
Fue entonces cuando los anillos fueron intercambiados, y tras depositar yo el mío en el dedo anular de Reidar, él hizo lo mismo conmigo. El sacerdote acercó la vela consagrada, y tras jurarnos amarnos y honrarnos, el lazo fue soltado y nuestro compromiso finalizado.
- Mi propia bendición, y las bendiciones de todos los reunidos aquí estén con vosotros. La bendición de vuestros dioses y de los dioses de vuestros ancestros sea con vosotros. Con vosotros y con todo lo que nazca de vuestra unión. ¡Que así sea!
Acorté la distancia que nos separaba para unir nuestros labios como el sacerdote acababa de unir nuestros destinos. Reidar y yo ahora si que éramos marido y mujer, y nada podría ser más perfecto como la vida en común que nos esperaba.
- Te quiero en esta vida y en la otra.- susurré junto a sus labios mientras mis ojos se llenaban de lágrimas por la inmensa felicidad que en ese mismo instante me hacía tocar el cielo con las dos manos.
- Reidar, yo también te quiero. Sé que las cosas no serán fáciles, que tendremos que luchar contra muchas barreras y que en ocasiones será complicado mantener la ilusión que ahora nos inunda; pero debes saber que me caso contigo porque te adoro, porque te necesito y porque no podía ser de otra manera. Nuestras almas están predestinadas a estar juntas, y juntos lucharemos contra las adversidades.- susurré junto a sus labios deseando besarlos de nuevo y hacerle saber que siempre estaría a su lado, amándole como él decía en los momentos que menos lo mereciese.- No te abandonaré nunca y juro estar a tu lado siempre que me necesites, tanto en los buenos como en los malos momentos.
Nos regalamos un último beso y decididos por el paso que estábamos a punto de dar, nos acercamos a los demás, que esperaban nuestra presencia para comenzar con aquel mágico momento que uniría nuestros sinos para siempre.
Me encargué de improvisar un altar, trazando con las rosas un círculo donde los cuatro deberíamos consagrar nuestro matrimonio, mientras Reidar se acercaba a los otros dos enamorados, y comenzaban explicarle a Adaline parte de su ritual.
Coloqué cuatro velas encendidas en cada uno de los puntos cardinales, haciendo un llamamiento a los elementos de la naturaleza que bendecirían aquella noche no solo la unión de nuestras vidas, sino también de nuestras almas, pues aquello era lo que para los celtas significaba el matrimonio, una unión eterna en este mundo y en el otro.
Aproveché la proximidad del sacerdote para ir indicándole los pasos a seguir del ritual celta, mientras éste consagraba nuestros anillos y santificaba mis ofrendas paganas. El pobre hombre estaba tan nervioso, que acabó por escribir las palabras que yo le decía que tenía que repetir en las hojas vacías de su biblia.
Desvié mi mirada hacia Reidar, sonriéndole con dulzura cuando su precioso comentario embriagó mis oídos. Adoraba esos detalles tan románticos porque sabía que a él le costaba decirlo más que a ningún otro, sabía que expresar sentimientos no era parte de su personalidad, pero aquella noche no paraba de demostrarme que conmigo si era capaz de hacerlo; que aquel amor que nos unía era capaz de superar todo tipo de barreras.
- Yo no sé cuando me enamoré de ti..- me quedé pensativa para después regarlarle la más radiante de mis sonrisas.- Creo que te he querido desde siempre.
El improvisado altar estaba listo con el sacerdote en el centro, y cada pareja a un lado de éste.
Erlend y Adaline comenzaron la parte de su compromiso, escuchando y participando en cada momento del rito nórdico que haría que el inmortal jurase el amor por Adaline ante sus dioses.
Era digno de agradecer como aquel párroco iba alternando una religión y otra, añadiendo símbolos y signos paganos a la celebración cristiana, allá donde le parecía más apropiado. Al final una boda con tres religiones distintas iba a ser posible.
Adaline Y Erlend culminaron parte de su casamiento con la unión de su sangre, una unión que les confería el amor eterno. Y entonces llegó nuestro turno.
Me coloqué frente a Reidar buscando su mirada que cómplice sonreía a la mía, entrelazando nuestras manos al tiempo que el sacerdote las unía con un lazo de seda que vinculaba nuestras almas durante la eternidad, formando el símbolo del infinito y preparados para aceptar ahora las palabras que el sacerdote había intentado aprender de sus apuntes, y que me convertirían en la mujer más feliz sobre la faz de la tierra.
Las palabras del sacerdote brotaban de su boca como si llevase toda su existencia casando mediante ese rito, honrando a cada uno de los cuatro elementos en primer lugar para así conseguir su bendición y poder proseguir con el enlace.
No podía evitar pasar mis ojos de Reidar al cura, nerviosa y aterrada por si en el último momento se arrepentía. Cada vez más enamorada cuando ambos repetíamos al unísono las palabras que nos indicaba el sacerdote para ir culminando nuestro compromiso.
-¿Estáis preparados para declarar vuestros juramentos el uno al otro/a, juramentos que os juntarán, alma a alma, corazón a corazón, juntando las líneas sanguíneas de vuestros antepasados y las de vuestra descendencia, atestiguados por los que se han reunido aquí el día de hoy, en espíritu y en cuerpo, en este círculo sagrado?- preguntó el cura para recibir en respuesta nuestra firme confirmación.
-Todas las cosas de la naturaleza son circulares. La noche se hace día, el día conduce de vuelta a la noche que, una vez más, se convierte en día. La luna crece y mengua, y vuelve a crecer. Hay la primavera, el verano, el otoño y el invierno, luego vuelve de nuevo la primavera Éstas son las florecientes ritmos del Ciclo de la Existencia, pero en el Centro del Círculo hay la quietud de la Fuente, eterna y brillante.- dijo haciendo una pausa entregándonos los anillos.-¿Habéis traído el día de hoy con vosotros vuestros símbolos de estos misterios de la vida?
Contestamos de nuevo al unísono, juntando de nuevo nuestras miradas, sabiendo que el final se acercaba y que habríamos unido nuestras vidas para siempre.
- Que sean bendecidas pues en nombre de los viejos dioses de nuestra tierra, porque son una señal externa y un sagrado recordatorio de vuestro compromiso (el uno con el otro) atestiguado hoy aquí. Como el sol y la luna traen la luz a la Tierra, ¿vosotros y,juráis traer a esta unión vuestra/ esto, vuestra unión…. la luz del amor y de la dicha?.- preguntó de nuevo mientras nuestros labios susurraban uno frente al otro que nos jurábamos ese amor.
Fue entonces cuando los anillos fueron intercambiados, y tras depositar yo el mío en el dedo anular de Reidar, él hizo lo mismo conmigo. El sacerdote acercó la vela consagrada, y tras jurarnos amarnos y honrarnos, el lazo fue soltado y nuestro compromiso finalizado.
- Mi propia bendición, y las bendiciones de todos los reunidos aquí estén con vosotros. La bendición de vuestros dioses y de los dioses de vuestros ancestros sea con vosotros. Con vosotros y con todo lo que nazca de vuestra unión. ¡Que así sea!
Acorté la distancia que nos separaba para unir nuestros labios como el sacerdote acababa de unir nuestros destinos. Reidar y yo ahora si que éramos marido y mujer, y nada podría ser más perfecto como la vida en común que nos esperaba.
- Te quiero en esta vida y en la otra.- susurré junto a sus labios mientras mis ojos se llenaban de lágrimas por la inmensa felicidad que en ese mismo instante me hacía tocar el cielo con las dos manos.
Moira Landvik- Vampiro Clase Baja
- Mensajes : 244
Fecha de inscripción : 17/05/2016
Localización : Paris
Re: Presentaciones Inesperadas.(Reidar, Erlend, Adaline)
Beber de ese cuenco fue el colofon final de esa unión que ahora frente a los dioses se había convertido en eterna.
Allí frente a sus ojos me di cuenta de que había tenido que vivir por mas de mil años para encontrar la felicidad, para quedar prendido de unos ojos que ahora brillantes me miraban con la fuerza de las mismas estrellas que en el firmamento bendecían irradiando luz nuestro enlace, afianzando así nuestro camino.
Camino que ya nunca andaría solo, pasos que siempre sentiría acompañados, lecho caliente por el cuerpo amado.
Sonreí de medio lado sintiendo como se embriagaba de mi, dos gotas de un ser milenario diluidas bastaban para que sintiera ese subidon, esa sensación que la hacia feliz, que le abría los ojos a nuevos sentidos, mas vital, mas diestra, mas todo.
Rodeé con mis brazos su cuerpo, incapaz de permanecer lejos, para mi el ritual había terminado, moría por devorar aquellos labios, por beber no solo de la copa si no de ella, de enlazar así nuestras lenguas.
Mas con una sonrisa de ella, y un mohin mio esperé que las palabras del sacerdote, ahora dirigiéndose a nuestros amigos continuaran mas con ellas se iban incrementando mis ganas.
-Señora Cannif que sepa usted que me muero por abrirla de piernas esta noche -susurré en su oído.
El párroco me miro antes de carraspear, algo que la verdad me divirtió de lo lindo, así que como si tuviera algún extraño poder sobre mi, me puse recto para que así aquel sacerdote concluyese el rito.
Ahora el cristiano, el que venia en esa biblia escrito, el que prodigaba mi bella esposa, ese que era importante en su camino.
El cura pronunció las ultimas palabras de lo que frente a ese dios crucificado era el símbolo de una boda, de la unión de un hombre y una mujer, ese que decía que lo que Dios unía, no podía ser separado por el hombre.
No podía estar mas de acuerdo en esas palabras, lo estuve aun mas cuando mi mujer aferro mi camisa para tirar de mi hacia ella.
Jadeé contra su boca enredándonos en un beso apasionado, ese que muestra la voracidad del fuego, la templanza del agua, la firmeza de la tierra y la delicadeza del viento.
Con ese beso el rito cristiano quedaba finalizado y con el nuestro eterno sino.
A partir de hoy era tan suyo como ella mía, ya no existiría un yo si no un nosotros, las cosas no siempre serian fáciles, mas si de algo estaba seguro es de que siempre valdrían la pena si mi destino era ella.
La alcé en volandas, riendo al unisono, cada gesto estaba acompañado de besos, caricias, miradas cómplices, sentimientos.
-Te dije que acabaría teniendo que llevarte a casa entre mis brazos -bromeé guiñándole un ojo antes de apoderarme de sus labios.
Allí frente a sus ojos me di cuenta de que había tenido que vivir por mas de mil años para encontrar la felicidad, para quedar prendido de unos ojos que ahora brillantes me miraban con la fuerza de las mismas estrellas que en el firmamento bendecían irradiando luz nuestro enlace, afianzando así nuestro camino.
Camino que ya nunca andaría solo, pasos que siempre sentiría acompañados, lecho caliente por el cuerpo amado.
Sonreí de medio lado sintiendo como se embriagaba de mi, dos gotas de un ser milenario diluidas bastaban para que sintiera ese subidon, esa sensación que la hacia feliz, que le abría los ojos a nuevos sentidos, mas vital, mas diestra, mas todo.
Rodeé con mis brazos su cuerpo, incapaz de permanecer lejos, para mi el ritual había terminado, moría por devorar aquellos labios, por beber no solo de la copa si no de ella, de enlazar así nuestras lenguas.
Mas con una sonrisa de ella, y un mohin mio esperé que las palabras del sacerdote, ahora dirigiéndose a nuestros amigos continuaran mas con ellas se iban incrementando mis ganas.
-Señora Cannif que sepa usted que me muero por abrirla de piernas esta noche -susurré en su oído.
El párroco me miro antes de carraspear, algo que la verdad me divirtió de lo lindo, así que como si tuviera algún extraño poder sobre mi, me puse recto para que así aquel sacerdote concluyese el rito.
Ahora el cristiano, el que venia en esa biblia escrito, el que prodigaba mi bella esposa, ese que era importante en su camino.
El cura pronunció las ultimas palabras de lo que frente a ese dios crucificado era el símbolo de una boda, de la unión de un hombre y una mujer, ese que decía que lo que Dios unía, no podía ser separado por el hombre.
No podía estar mas de acuerdo en esas palabras, lo estuve aun mas cuando mi mujer aferro mi camisa para tirar de mi hacia ella.
Jadeé contra su boca enredándonos en un beso apasionado, ese que muestra la voracidad del fuego, la templanza del agua, la firmeza de la tierra y la delicadeza del viento.
Con ese beso el rito cristiano quedaba finalizado y con el nuestro eterno sino.
A partir de hoy era tan suyo como ella mía, ya no existiría un yo si no un nosotros, las cosas no siempre serian fáciles, mas si de algo estaba seguro es de que siempre valdrían la pena si mi destino era ella.
La alcé en volandas, riendo al unisono, cada gesto estaba acompañado de besos, caricias, miradas cómplices, sentimientos.
-Te dije que acabaría teniendo que llevarte a casa entre mis brazos -bromeé guiñándole un ojo antes de apoderarme de sus labios.
Erlend Cannif**- Vampiro Clase Baja
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Re: Presentaciones Inesperadas.(Reidar, Erlend, Adaline)
Ese hombre se había ganado el cielo, o el infierno por entremezclar todos los ritos de las distintas religiones, pero sin duda para nosotros estaba haciendo un trabajo inestimable, claro que su vida iba en ello, supongo que de ahí que pusiera tanto empeño.
Terminado el rito Vikingo, el párroco se dedico a nosotros, nuestras manos quedaron entrelazadas con una cinta blanca mientras nuestras almas se buscaban en forma de besos, para mí de puro deseo, un esfuerzo tuve que hacer por mantenerme sereno pues tal y como pasaba la noche, con ella, allí, frente a mí, sonriendo, con ese vestido blanco que deseaba arrancarle de cuajo, la necesidad de enredarme en su cuerpo, de acariciarlo despacio, de recorrerlo con mis labios se iba acrecentando.
Sonrisas, cada parte de aquel rito presidido por velas, dioses y ancestros, nos unía junto a los cuatro elementos.
Era todo tan mágico, como soplaba el viento, como las velas se movían al unisonó con una espectral danza que con luces y sombras reflejaba la belleza más absoluta no solo de aquel lugar verde y rojo, con bellas tonalidades ocres, si no de la mujer que tenia enfrente, esa que ahora con los ojos anegados en lagrimas me miraba consciente de que nuestro sino había quedado unido.
Ella, mi mujer, a partir de hoy la razón de mi existencia, todo sería difícil, mas junto a ella no había mal que cien años durase, ni pena que pudiera congelar mi corazón, junto a sus labios solo albergaba paz, esperanza, pasión y amor.
Ella y no otra había logrado conquistar mi corazón y ahora frente a los dioses, suyos, míos y nuestros había jurado que ese amor seria eterno, había jurado amarla, protegerla hasta el fin de mis días, y yo me encargaría de cumplir esa promesa a fuego.
-Te quiero –susurré contra su boca, trazando su contorno con mis labios antes de entrelazar nuestras manos.
-Creo que es el momento de volver por última vez a ese hostal, de pasar lo que queda de nuestra noche de bodas, de ahora sí, sellar este matrimonio como mandan los ritos de todas las religiones, consumando.
Sonreí de medio lado mientras mis ojos se deslizaban por sus labios
-Ardo de ganas de ti.
Las dos parejas nos despedimos, ahora tomando cada una su camino, mas de sobra sabíamos que aquello no solo había sellado un amor, sino también una fuerte amistad.
Erlend y yo teníamos mucho de lo que hablar, mas no sería esta noche colmada de felicidad.
Terminado el rito Vikingo, el párroco se dedico a nosotros, nuestras manos quedaron entrelazadas con una cinta blanca mientras nuestras almas se buscaban en forma de besos, para mí de puro deseo, un esfuerzo tuve que hacer por mantenerme sereno pues tal y como pasaba la noche, con ella, allí, frente a mí, sonriendo, con ese vestido blanco que deseaba arrancarle de cuajo, la necesidad de enredarme en su cuerpo, de acariciarlo despacio, de recorrerlo con mis labios se iba acrecentando.
Sonrisas, cada parte de aquel rito presidido por velas, dioses y ancestros, nos unía junto a los cuatro elementos.
Era todo tan mágico, como soplaba el viento, como las velas se movían al unisonó con una espectral danza que con luces y sombras reflejaba la belleza más absoluta no solo de aquel lugar verde y rojo, con bellas tonalidades ocres, si no de la mujer que tenia enfrente, esa que ahora con los ojos anegados en lagrimas me miraba consciente de que nuestro sino había quedado unido.
Ella, mi mujer, a partir de hoy la razón de mi existencia, todo sería difícil, mas junto a ella no había mal que cien años durase, ni pena que pudiera congelar mi corazón, junto a sus labios solo albergaba paz, esperanza, pasión y amor.
Ella y no otra había logrado conquistar mi corazón y ahora frente a los dioses, suyos, míos y nuestros había jurado que ese amor seria eterno, había jurado amarla, protegerla hasta el fin de mis días, y yo me encargaría de cumplir esa promesa a fuego.
-Te quiero –susurré contra su boca, trazando su contorno con mis labios antes de entrelazar nuestras manos.
-Creo que es el momento de volver por última vez a ese hostal, de pasar lo que queda de nuestra noche de bodas, de ahora sí, sellar este matrimonio como mandan los ritos de todas las religiones, consumando.
Sonreí de medio lado mientras mis ojos se deslizaban por sus labios
-Ardo de ganas de ti.
Las dos parejas nos despedimos, ahora tomando cada una su camino, mas de sobra sabíamos que aquello no solo había sellado un amor, sino también una fuerte amistad.
Erlend y yo teníamos mucho de lo que hablar, mas no sería esta noche colmada de felicidad.
Reidar Landvik- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 98
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