Melocotones podridos · Libre ·

por Vanessa Ende*** Lun Ago 29, 2016 8:43 am

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No es que no estuviese acostumbrada a comprar, sino que simplemente la comida que ingería siempre se la ponían en la mano sin necesidad abrupta de pedirla. Si su hermano se enterase de que pasaba penurias, de seguro la encerraría y la colmaría de todo lo bueno que él pudiese darme, pero cómo no, ella siempre fué de las que no necesitaban de un hombre para demostrar su valía, aunque fuese en la más tonta de las situaciones. Alguien, le dijo un día que si ibas a las horas más tardes del día al mercado el precio bajaba y muy considerablemente. La fruta no era de gran calidad pues contra más temprano fueses, mayor probabilidad de tomar fruta fresca quedaba latente en la gente que acudía a aquellas horas, apartando las más deliciosas y frescas para el señorío de las clases más altas. Pero ella no era tiquismiquis y sabía elegir bien. Aquel era quizás el tercer día que acudía a la misma hora, aprendiendo de lo que una vez le dijeron esperaba a que estuviesen a punto de cerrar, ya que preferían vender la mercancía a un mísero franco con tal de que nadie se llevase de forma gratuita lo que para el día siguiente no sería de buen vender.

Se podría decir que a ella no le avergonzaba ser vista de aquella guisa. No iba a negar que le gustaban las ostentosidades pero éstas solían tener un efecto nocivo en quien las llevase, obligándoloa a comportarse como una señorita y eso a ella no le caía en gracia. Ella prefería ser natural, tanto en sus andares y saberes, como en su modo de comer o actuar, siempre natural, como todo el mundo que no se sentía atado a nada, tal y como ella hacía. Por eso la mayoría de las veces caminaba descalza, sin temor a pisar ningún cristal roto ni hacerse daño de forma estúpida, ya que su modo de caminar era grácil, casi como si estuviera bailando sobre las puntas de sus pies. Ella, era sencilla y amable, aunque no dudaba en soltar las cuatro verdades que cualquiera se mereciese, siempre actuando con el corazón y sin temor alguno a ser juzgada. La única regla era; el que su hermano no supiese nada de aquello, no por ella, sino por el hecho de que le partiría el alma verla de aquella forma y es lo último que ella quisiera provocar.

Vanessa, junto con otras pocas personas que pasaban por un mal momento económico, se dispuso a pasear por el mercado, enfocándose en los puestos de fruta que aún quedaban en pié con un cesto que llevaba a la cintura y abanicándose constantemente con la mano libre dado el calor que aún hacía pese a que el sol hacía unos minutos que se había ido.

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por **Jaziel Molyneux** Lun Sep 05, 2016 5:55 pm

“Now that she had nothing to lose, she was free.”
― Paulo Coelho, Eleven Minutes

Lo olvidó, pasó de ellos completamente a pesar de que dio de volteretas en su mente durante todo el día, Annabel lo anotó en aquella pizarra que tenían exclusivamente para ella, Dante se lo recordó cada que tuvo la oportunidad, y aún así, Jaziel lo olvidó.

Iba corriendo, de prisa y pensando en todo y en nada, su mente era un embrollo, de la misma manera que ahorita lo era toda ella ¿cómo pudo haberlo olvidado? como normalmente olvida todo lo que no la marca. Había sido una simple encomienda, un simple favor, y ahí tenía que ir ella a arruinarlo todo, si no fuera por la paciencia que le tenían en el café, si no fuera por aquel espíritu paternal de Gastón, ella estaría, bueno, probablemente haría lo mismo que hacía en el café, estar de un lado a otro con una sonrisa en los labios haciendo todo y terminando nada.

―Vamos, vamos, vamos... gente camine mas rápido - repitió la misma frase unas cuatro o cinco veces en el trayecto del café al mercado de la plaza, no estaba lejos, en realidad quedaba cerca, pero aquella era la hora en la que todo mundo salía a la calle para desperdigarse y llegar a sus casas o a donde tuvieran que llegar ¿ en que estuvo que la morena perdió mas de cuatro horas entre el cierre del café y su cometido? ni siquiera lo pregunten por que realmente, ni ella sabría responderlo.

Ansiosa como solo ella podía estar, surcó el mar de gente que se interponía entre ella y el buenos días de mañana. Tomó un extremo de su faldón verde olivo y se abrió camino hasta llegar a la plaza, la cual, ahora se veía mucho mas vacía de lo que en realidad solía estar ―Vamos, que siga allí, que siga allí - estiró el cuello y se mordió el labio mientras rebuscaba ―¡Ajá! - aquel grito de triunfo logro llamar la atención de quienes aún estaban en el mercado a pesar de la hora.

Con una sonrisa en el rostro se acercó a la señora que, con los brazos cruzados y marcando un compas con el pie, la esperaba no muy contenta ―¡Niña! mira ya lo tarde que es, si no fuera por que monsieur Grimaldi siempre es atento y es de mis mas fieles compradores ¡ahorita ya no tendrías fruta que comprar! y dime tu ¿como haría entonces ese pay de melocotón que tanto nos gusta? - pero aquella reprimienda fue en vano, puesto que Jaziel se encontraba mirando y rebuscando en el puesto ―¿Eh? ¡ah! si, si, claro... Una disculpa es que... - ―Es que te distrajiste y perdiste la noción del tiempo. Si, ya lo se, ya lo he escuchado - la mujer -no mayor a los 40- la interrumpió, le dio la espalda y sacó de entre unos huacales, un costal lleno de los mas rosados y jugosos melocotones, ese tipo de mercancía era la que se terminaba antes, era la que los negocios adquirían.

Tomó lo que le correspondía, y con una sonrisa, se dio media vuelta, no sin antes fijar su atención en la muchacha que la miraba sorprendida, mas que a ella... al saco de fruta que llevaba a cuestas ―Oh, lo lamento ¿ibas a comprar de estos? - lanzó la pregunta tan natural como todo lo que decía.

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