Vamos, alégrame la noche (Privado)

La razón del por qué decidí salir aquella noche la desconozco; quizás fuese por la búsqueda de acción, que la suave temperatura se cernía sobre la ciudad, o que simple y llanamente estaba tremendamente aburrida esperando en el hostal a que alguna retorcida noticia sobre muertes o desapariciones me pusiesen sobre aviso.

Aquella tarde había estado conversando con un eclesiástico de Nottre Dame. No es que fuesen santo de mi devoción, válgase la redundancia, pero sabía por experiencia que los sacerdotes conocían más sobre los seres sobrenaturales que yo cazaba de lo que en apariencia demostraban. Ellos se empeñaban en llamarlos demonios de la noche, satanás, diablos, espíritus malignos...y no sé cuantas tonterías más, para definir lo que yo simplemente llamaba vampiros.
Cierto que también estaban los licántropos, pero por encima de todo, a quien más temían era a los inmortales que con sus habilidades y poderes eran capaces de embaucar al ser más incorrupto y puro de la tierra.

Quizás por eso a mí me divertía sobremanera darles caza; las cosas fáciles no suponían un reto, y por ende, carecían de mi atención. Me gustaba cazar lobos, no lo negaré, pero la adrenalina que corría por mis venas cuando mi contrincante era un vampiro, no tenía punto de comparación.
En fin, que había llegado a un acuerdo con aquel sacerdote santurrón, al que había prometido ayudar a cambio de una remuneración por mis servicios. El trato había sido cerrado con un apretón de manos y la promesa de mandarme cualquier misiva al hostal si habían noticias. El hecho de haber acudido a la catedral era sencilla, todos los eclesiásticos de las pequeñas iglesias y parroquias acudían allí para encontrarse con el obispo cuando este tipo de problemas les asolaban; de modo que si todo salía como esperaba, en breve podría comenzar a buscar ese reconocimiento en París.

Llevaba paseando un par de horas por el entresijo de las calles parisienses, observando como la presencia de los viandantes iba disminuyendo a medida que la noche avanzaba, bien porque se marchaban a sus casas o porque se concentraban en aquellas tabernas malolientes en las que aquella noche no pensaba hacer acto de presencia. Andaba tranquila observando el devenir de la gente, cuando de pronto la sombra de un hombre al otro lado de la calle llamó mi atención.
Realmente no podría explicar el por qué de mis sospechas, pero aquellos movimientos gráciles y equilibrados, esa especie de seguridad que desprendía en cada uno de sus pasos, me hizo concentrarme en él y mantener mi mirada fija para no perderme detalle.
Todos mis instintos me decían que se trataba de un inmortal en busca de su presa y que debería darle caza antes de que fuese demasiado tarde, pero para ello tenía que asegurarme de no estar equivocada y por ende a la distancia a la que me encontraba no sería posible.

Así que decidida a confirmar mis sospechas, crucé la calle, perdiéndolo solo unos segundos de vista para cercionarme de que no pasaba ningún carruaje ni jinete, más para mi sorpresa cuando llegué al otro lado, había desaparecido. Anduve unos metros en la dirección que minutos antes seguía aquel caballero, pero nada, ni rastro. Tan solo un callejón dos pasos más adelante, ¿sería posible que se hubiese ocultado allí?
Me acerqué con cautela a la entrada del oscuro callejón y sacando una daga de mi bota, avancé unos metros tratando de acomodar mis ojos a la oscuridad al tiempo que alertaba mis sentidos para reaccionar ante el más mínimo movimiento.

Estaba sediento, el tono rojizo afloraba en mis ojos cuando me despedí de Celine aquella noche, necesitaba ir de caza, no me bastaba con lo poco que de ella tomaba, necesitaba dejar completamente seco a alguien.
Sentía como la adrenalina recorría mis venas, que cargadas de hambre pedían algo para mantener mi no vida.
Sangre, ese liquido carmesí que me sustentaba de noche y de día era el preciado tesoro que hoy buscaría.

Como un demonio tome el caballo poniéndolo rápidamente al galope, cruce el bosque cercano, dejando que el viento azuzara mis ganas, los olores salvajes de la naturaleza, el ulular del os búhos y el olor a sangre animal propiciado pro los depredadores y acentuado pro las alimañas incentivaba todos y cada uno de mis sentidos.

Hoy era un demonio, un depredador, hoy no había piedad, no quería un poco de vitae, la quería toda, la ansiaba toda.
Los cascos se hundían sobre la mojada tierra alzándose con brusquedad ha su paso, mas pronto empezaron a ser sordos cuando el suelo se convirtió en otro pavimentado.
La entrada de París, primero las afueras, los barrios marginales, esos lugares donde las putas, los delincuentes y los vagabundos existían a raudales.

Desmonte varias cuadras mas allá, allí y continué mi camino a pie dejando que los distintos sonidos entraran por mis oídos, conversaciones mundanas, negocios prohibidos, jadeos de putas en los callejones escondidos.
Sonreí de medio lado al sentir un olor que nada tenia que ver con los demás, un perfume distinto a la podredumbre, al orín, a sexo, a suciedad.
Ella, la dueña de ese olor me admiraba desde el otro lado de la calzada, no pude evitar que de reojo mis ojos se fijaran en ese ser de rostro angelical que hoy iba a probar algo mas de lo que ella esperaba cazar.

Desaparecí de enfrente de sus ojos, mas yo por ende no la perdí de vista, me escondí en un callejón cercano, dejando que poco a poco pudiera seguirme la pista, hasta que esta se colo en el.
Oscuro, silencioso, tan solo iluminado por la penumbra de la única farola que cercana brillaba en aquellas calles llenas de perversión y oscuridad.

Saco la daga de una bota y con ella ilumino mi sonrisa de medio lado, me sentía como el león que juega con su presa antes de comérsela cometiendo el tercer grado.
-Hola -susurré contra la piel de su cuello rozando por un instante su espalda ocn mi pecho desde atrás.
Dejando mi aliento golpear su nuca con cada una de esas letras, para desaparecer de nuevo entre las sombras de ese callejón en autentica penumbra.
-¿de verdad que quieres jugar con la muerte pequeña cazadora? -pregunté esta vez de frente esquivando los dos tajos que rauda me intento asestar.
-Hules de maravilla, hoy seras tu y no otra mi comida.

Me detuve en el centro del callejón cuando apenas había andado unos pocos metros. Un silencio sepulcral me rodeaba, ni siquiera el sonido de las ratas que solían habitar aquellos lugares era audible, y me temí lo peor. Estaba claro que no estaba sola en aquel oscuro lugar, y por mucho que mis ojos parecían haberse adaptado a la oscuridad era incapaz de percibir un solo movimiento, una sola sombra que me orientase en la dirección correcta.

Me sobresalté al sentir su aliento sobre mi cuello, su presencia rozando mi espalda que hasta hace unos segundos estaba desamparada; sin embargo ahora él estaba allí, susurrándome al oído mientras mi cuerpo parecía paralizado. Giré sobre mis talones, buscando al dueño de aquella inquietante voz que se hallaba a mi espalda, pero había desaparecido de nuevo. ¿Cómo era posible si no fuese por qué mis sospechas se confirmaban?

Regresé a la posición inicial cuando para mi sorpresa aquel inmortal apareció frente a mis ojos. Jadeé frente a su rostro mientras unos penetrantes ojos rojos se clavaban en mí; pero no perdí el pulso, y traté de descargar mi rabia en dos ocasiones contra él; dos veces en las que con suma facilidad esquivó el filo de mi daga al tiempo que una sonrisa de medio lado se dibujaba en su cara.

Iba a ser una pena matarlo, era el inmortal más impresionante que me había cruzado en años; unas marcadas facciones le conferían un perfecto rostro masculino, por no decir esa preciosa sonrisa que había hecho prisionera a mi mirada. Negué con la cabeza para centrarme en lo que había ido a hacer allí.

- Siento comunicarle, señor cliente, que el menú para hoy ha cambiado.- susurré trazando un círculo a su alrededor, colocando la daga en el cinto de mis calzas tras lo cuál abrí la capa que llevaba sacando dos katanas que tenía sujetas a mi espalda.- Está noche la especialidad de la casa es vampiro laminado.

Sonreí de medio lado, dispuesta a sortear su próximo movimiento y ganar una distancia que me proclamaría vencedora. Aunque por primera vez desde que me había hecho cazadora dudaba si aquel ser merecía caer bajo mi espada, si no me arrepentiría después por no haber hablado un poco con él y comprobar que en el fondo no era mala persona; hasta que recordé de lo se alimentaba, y mi razón volvió a tomar las riendas de la situación

La capa se abrió de golpe dejando ver el resplandeciente filo de sendas katanas que pronto despuntaron al viento buscando mantener la distancia correcta con su enemigo (yo)
Se notaba por como las hacia bailar netre sus manos que había sido entrenada en el ducho arte de la guerra, mas por ende ¿como enfrentarse a un ser de seis mil años.
-Pequeña cazadora, eliges mal a tus adversarios -asegure curvando mis labios frente a ella.

Pronto comenzó su consecutivo ataque, ese que sorteé una, dos y hasta tres veces. Mi cuerpo viraba anticipándose frente a cada uno de sus movimientos como si pudiera leer, su mente.
Podía notar como el depredador se cansaba siguiendo a la gacela que pronto se convertiría en lobo invirtiendo así las tornas.

Su pecho subía y bajaba salvaje, elevando unos tersos pechos que frente a mis ojos bailaban junto a sus gemelas.
-¿necesitas una copa? -pregunte dando un salto para esquivar de nuevo sus mortíferas armas.
-Te aconsejo pequeña cazadora que tomes un poco de aire, el latir de tu corazón incesante, rápido, resulta excitante.

La oi maldecir en voz baja, estaba furiosa, podía notarlo en cada uno de sus gestos, en la tensión de sus muslos, en esos gritos que ahora por le cansancio acababan cada uno de sus movimientos cada vez mas pausados.
-sigue en pie lo de la copa -bromeé dejando que una picara sonrisa se instalara en mis labios -mas que nada porque me apetece sangre aderezada en whiky.

De nuevo se lanzo contra mi furiosa, mas pronto cometió el fallo que llevaba parte de la noche esperando, y de ese modo acorto la distancia dejándome entrar por un flanco.
Mi pecho se pego a su espalda, tomando con mis manos sus muñecas hasta presionar lo suficiente para que sendas armas cayeran a tierra.

La empotre contra la pared pegando mi cuerpo al suyo, inmovilizándole con una mano sendos brazos por encima de la cabeza.
La sentía forcejear pegada a mi cuerpo, logrando con cada movimiento alzar mis ganas.
Su aliento golpeaba mis labios mientras nuestros ojos se encontraron llenos de odio.
-tengo hambre -asegure antes de hundir mi cabeza en su cuello para buscar con mis labios su yugular hundiendo violentamente mis colmillos.

Deje que la sangre fluyera por mi interior, vigorosa, excitante, llena de la adrenalina que le combate había propiciado en ella.
Afloje mi agarre cuando sentí como se debilitaba, su cuerpo dejo de forcejear, así que me aparte relamiendome los labios.
-Le falta un toque de Whiky, por lo demás...deliciosa.

Sonreí de medio lado dejándola allí, en el callejón tirada, mirándome con odio, con rabia mientras mis pasos se perdían de nuevo hacia el bullicio de París.

Al parecer al temerario inmortal no le importaba que blandiese ante sus narices mis dos katanas con el fin de terminar con su vida, cortando el viento imaginando que era su garganta, observando sus movimientos en busca de un patrón que me ayudase a asestarle un golpe certero.

Sus comentarios mordaces me hicieron gruñir de rabia; la mayoría de aquellos seres se creían de por sí superiores a los humanos, y si a eso le sumábamos que yo era una mujer, pues su ego se incrementaba a la misma velocidad que mi ira. Sonreí de soslayo, cuando más se creciera más duro sería el golpe al caer.

-Eso decís todos antes de morir.- sonreí con malicia empezando a trazar círculos a su alrededor; manteniendo una distancia considerable que me diese la ventaja de defenderme si era él quien me atacaba.
Mis katanas comenzaron a girar sobre mis manos, blandiendo el aire en busca de un flanco descubierto a mi favor en los movimientos del vampiro; sumergiéndonos los dos en un curioso baile en el que ninguno daba el primer paso. Y en un segundo lo ví; un paso del inmortal que lo dejaba más cerca de mis espadas. Apoyé todo mi peso sobre la pierna derecha, y empuñé mi katana hacia el cuerpo de mi enemigo, sorprendida de que pudiese esquivar el golpe sin apenas esfuerzo. Aproveché la situación para cambiar de punto apoyo, y asegurando ahora mi peso sobre la pierna contraria, busqué con mi arma el segundo ataque de la noche, ese que esperaba que acertase de lleno en su corazón, pero que corrió con la misma suerte que el primero. El inmortal se encontraba tras de mí, y pensando que era mi última oportunidad, giré sobre mis talones y de un salto y un giro de 180 grados, traté de sesgarle la garganta; pero de nuevo lo único que corté fue el aire frente a su sonrisa triunfal.

-Me tomaré esa copa para celebrar su fin, no se preocupe.- siseé cargada de rabia mientras mi respiración entrecortada hacía patente mi cansancio. Un nuevo ataque quedó reducido a la nada, cuando al intentar sorprenderle mientras hablaba empuñé mis armas contra su pecho, al tiempo que él saltaba sin mayor complicación hacia un lado. Traté de recuperar mi aliento, pausar mi corazón que amenazaba con salirse del pecho en cada palpitación; serenarme l o suficiente para encontrar el modo de vencerle.

-Si te atreves a morderme, juro que perseguiré hasta que tu cuerpo quede reducido a cenizas.- amenacé frente a sus palabras, que impetuosas aseguraban convertirme en su cena. Mi rabia podía sentirse en cada una de las células que conformaban mi cuerpo, en la mirada que fijamente le lanzaba y de nuevo, en el ímpetu con el que asesté mi siguiente y último ataque, que quedó en el sonido sordo de mi katana cortando de nuevo el frío aire nocturno.
Pronto me di cuenta de mi error, en mi afán por sorprender al inmortal había cruzado esa distancia prudencial que me mantenía a salvo; y aunque traté de subsanarlo, aquel ser fue más rápido que yo, pues antes de poder darme la vuelta y plantarle cara, me sujetó desde atrás; pegando su frío y endurecido pecho a mi espalda, asiéndome de las muñecas y ejerciendo tal presión que finalmente por el dolor tuve que claudicar.

El sonido sordo de mis armas cayendo sobre el suelo anunció mi final. Estaba por completo a merced de aquel asesino que no mostraría ninguna compasión conmigo, al igual que yo tampoco habría hecho con él. En menos de un segundo, era ahora la pared la que golpeaba mi espalda, inmovilizándome los brazos con una sola mano. Traté de zafarme de su agarre, moviéndome con toda la fuerza que me quedaba intentado liberarme de aquel ser cautivador que comenzaba a acercarse de forma incómoda.

Los latidos de mi corazón me delataban, el miedo se hizo dueño de mi ser a cada centímetro que el inmortal se acercaba más a mí, ¿no intentaría besarme? Gruñí cargada de rabia cuando su aliento golpeó contra mis labios haciéndome jadear, en una mezcla de sensaciones que no sabía muy bien que significaba, y de pronto, esas palabras. Dos palabras que me anunciaban mi final, y que fueron seguidas de una punzada de dolor en el cuello mientras notaba como mi vida se esfumaba en cada gota de sangre que el vampiro succionaba.

Un dolor que dio paso a un extraño éxtasis cuando sentía como mis ojos se cerraban y mis músculos dejaban de obedecer; cesé en mi forcejeo, apenas me quedaban fuerzas; mi final como cazadora se aproximaba, pero ya no temía a la muerte. Una dulce sensación venía a apoderarse de mi alma cuando de pronto sentí que se alejaba. Lo miré contrariada esforzándome en tener los ojos abiertos. ¿Por qué no me mataba? ¿Acaso pensaba que yo por eso dejaría de darle caza? Me dejó en el suelo con cuidado, más mis piernas no conseguían aguantar mi peso y caí de bruces. Le lancé una mirada cargada de odio, y una vez más sus impertinentes palabras inundaron el callejón, desapareciendo después tal y como había aparecido hacia la transitada calle a la que desembocaba el callejón.

-Te mataré.- susurré mientras gateaba hacia mis katanas, intentando inúltimente ponerme en pie con el fin de perseguirlo. Me quedé sentada unos minutos, preocupada de perder el conocimiento, intentanto un minuto tras otro levantarme de aquel húmedo y frío suelo y salir tras él. Le había advertido con lo que le pasaría si me mordía, y él había cometido el error de no matarme, convirtiendo su caza en mi sino.

Pasaron unos minutos y finalmente, con ayuda del muro de piedra contra el que minutos antes había estado rodeada por sus brazos, conseguí ponerme en pie, y avanzando a duras penas, accedí a aquella calle transitada por ciudadanos que ignoraban lo que acababa de pasar en ese callejón. Miré en todas direcciones buscando su sombra, pero nada. Había desaparecido de nuevo; pero no me rendiría, lo encontraría costase lo que costase.