AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Days Turn Into Nights
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Days Turn Into Nights
Origins
Extracto del diario del maestro Graham Wells.
Diario mismo que conserva
su discípulo.
Era una mañana fría, el invierno empezaba a acercarse lentamente y las paredes de mi residencia se volvían más gélidas. Estuve toda la noche trabajando, no en el taller con los pergaminos que elaboraba, sino, en apresar a ese grupo de herejes a quienes estaba vigilando desde hacía ya varios meses. Me resultaba complicado tratar con ellos; eran personas excesivamente amables, para sorpresa y malestar mío, y no deseaba tenerlos muy cerca. Más allá de ser un simple agente inquisitorial, yo me dedicaba a otras labores en beneficio del Santo Oficio. No eran agradables, en lo absoluto, lo reconozco. Pero, desde chico, me había propuesto a cumplir los ideales de mi padre y llevarlos más allá. La ciencia era parte de mi rutina silenciosa; más nadie, excepto los inquisidores que me conocían, era testigo de mi labor. Por suerte, en aquel lugar, yo no era más que un simple vendedor de pergaminos. Y me esforzaba al máximo en despistar a cualquiera. Ya era bastante hábil con esto.
Sin embargo, no siempre pude mantenerme distante. La soledad era, muchas veces, motivo de habladurías y sospechas; lo menos que deseaba era levantar dudas acerca de mi persona. No me conocían hijos, ni esposa, ni siquiera hermanos. Eso me orilló a tener que alquilar el piso desocupado de mi residencia, con la única condición de no interrumpirme.
Le alquilé el piso a una familia con cinco hijos varones. La señora era una persona gentil y educada; pero su marido me resultaba un tipo desagradable. No demostré mi resquemor hacia él, en realidad, fui lo más amable posible. Lo único que pedía era a los niños lejos de mi taller, y por ende, de mis cosas. Por lo menos, el hombre no se lo tomó a mal; aunque, la amenaza hecha hacia los chiquillos me resultó bastante pésima. No pretendo ser un mártir en la educación de los hijos, porque no tengo, pero estoy seguro de no querer hacer eso si llegase a tener alguno en un futuro. Hay otras maneras de reprender a los niños, y ese sujeto Hugues no las conocía, por lo visto.
Me desentendí mucho de mis nuevos vecinos. No me preocupaba en lo más mínimo lo que ocurría entre ellos; yo aprendí a controlar mi mente con el tiempo, a hacerme ciego, sordo y mudo, a no querer lidiar con los problemas de los demás, sólo me preocupaba por mis propios asuntos. Pero, en el tiempo de su estadía, ocurrió algo particularmente interesante; algo inesperado y nuevo para mí.
Uno de los hijos de Hugues Baines, un pequeño de apenas nueve años de nombre Desmond, empezó a merodear cerca de mi taller, pese a las advertencias hechas a sus padres. No obstante, con el pasar de los días, y de las semanas, me acostumbré a su presencia. Me vigilaba desde lejos; pude comprender que mi oficio le llamaba poderosamente la atención, y fue cuando decidí atraerlo más. Tenía pues, que comprobar sus habilidades; confirmar si de verdad era una buena idea poder adoptarlo como mi discípulo, y compartir con él mis grandes hallazgos. Después de todo, yo no tenía a quien más dejarle mi herencia; una herencia que no podía ceder a cualquier. Era una empresa personal poderosa e importante para mí. Por suerte, cuando tomé la iniciativa de adoctrinar a Desmond, supe que había hecho la mejor de las elecciones. Dios me había hecho llegar a ese jovencito para culminar con mi ambiciosa odisea.
Diario mismo que conserva
su discípulo.
Era una mañana fría, el invierno empezaba a acercarse lentamente y las paredes de mi residencia se volvían más gélidas. Estuve toda la noche trabajando, no en el taller con los pergaminos que elaboraba, sino, en apresar a ese grupo de herejes a quienes estaba vigilando desde hacía ya varios meses. Me resultaba complicado tratar con ellos; eran personas excesivamente amables, para sorpresa y malestar mío, y no deseaba tenerlos muy cerca. Más allá de ser un simple agente inquisitorial, yo me dedicaba a otras labores en beneficio del Santo Oficio. No eran agradables, en lo absoluto, lo reconozco. Pero, desde chico, me había propuesto a cumplir los ideales de mi padre y llevarlos más allá. La ciencia era parte de mi rutina silenciosa; más nadie, excepto los inquisidores que me conocían, era testigo de mi labor. Por suerte, en aquel lugar, yo no era más que un simple vendedor de pergaminos. Y me esforzaba al máximo en despistar a cualquiera. Ya era bastante hábil con esto.
Sin embargo, no siempre pude mantenerme distante. La soledad era, muchas veces, motivo de habladurías y sospechas; lo menos que deseaba era levantar dudas acerca de mi persona. No me conocían hijos, ni esposa, ni siquiera hermanos. Eso me orilló a tener que alquilar el piso desocupado de mi residencia, con la única condición de no interrumpirme.
Le alquilé el piso a una familia con cinco hijos varones. La señora era una persona gentil y educada; pero su marido me resultaba un tipo desagradable. No demostré mi resquemor hacia él, en realidad, fui lo más amable posible. Lo único que pedía era a los niños lejos de mi taller, y por ende, de mis cosas. Por lo menos, el hombre no se lo tomó a mal; aunque, la amenaza hecha hacia los chiquillos me resultó bastante pésima. No pretendo ser un mártir en la educación de los hijos, porque no tengo, pero estoy seguro de no querer hacer eso si llegase a tener alguno en un futuro. Hay otras maneras de reprender a los niños, y ese sujeto Hugues no las conocía, por lo visto.
Me desentendí mucho de mis nuevos vecinos. No me preocupaba en lo más mínimo lo que ocurría entre ellos; yo aprendí a controlar mi mente con el tiempo, a hacerme ciego, sordo y mudo, a no querer lidiar con los problemas de los demás, sólo me preocupaba por mis propios asuntos. Pero, en el tiempo de su estadía, ocurrió algo particularmente interesante; algo inesperado y nuevo para mí.
Uno de los hijos de Hugues Baines, un pequeño de apenas nueve años de nombre Desmond, empezó a merodear cerca de mi taller, pese a las advertencias hechas a sus padres. No obstante, con el pasar de los días, y de las semanas, me acostumbré a su presencia. Me vigilaba desde lejos; pude comprender que mi oficio le llamaba poderosamente la atención, y fue cuando decidí atraerlo más. Tenía pues, que comprobar sus habilidades; confirmar si de verdad era una buena idea poder adoptarlo como mi discípulo, y compartir con él mis grandes hallazgos. Después de todo, yo no tenía a quien más dejarle mi herencia; una herencia que no podía ceder a cualquier. Era una empresa personal poderosa e importante para mí. Por suerte, cuando tomé la iniciativa de adoctrinar a Desmond, supe que había hecho la mejor de las elecciones. Dios me había hecho llegar a ese jovencito para culminar con mi ambiciosa odisea.
BY FAYETTE
Desmond M. Baines- Condenado/Vampiro/Clase Alta
- Mensajes : 34
Fecha de inscripción : 28/10/2015
Re: Days Turn Into Nights
Origins
Mi maestro Graham Wells se haba convertido en una especie de dios, en alguien a quien idolatro, e idolatraré, con fe ciega. Me convertí en su discípulo con la firme convicción de que llegaría a ser tan bueno como él. Me ha asegurado muchas veces que sí, pero en otras ocasiones, no lo hace tanto. Mi maestro es un hombre riguroso, y con suficiente tacto como para hacer temblar a mi propio padre, quien, como ya sabrán, es un hombre perdido en los vicios, que cada día consumen más su atormentada alma. ¿Qué si lo odio? No lo sé. Sus maltratos, siempre constantes, no me han permitido pensar en ello. No cuando estoy centrado en aprender todo lo que pueda del maestro Graham.
Antes me habían contado cosas terribles de la Inquisición, sin embargo, el señor Wells me ha hecho ver a los inquisidores como algo fascinante; casi como caballeros de reluciente armadura. Él mismo es uno, y su labor, incluso la manera en la que actúa, me es suficiente para atreverme a desear ser parte de las filas inquisitoriales. Mi maestro está orgulloso, pero dice, e insiste, que me hace falta más disciplina, y le creo. En mi vida sólo he conocido el maltrato físico y verbal de mi padre, y eso no significa que pretenda educarme; ni a mí, ni a mis hermanos. Es un hombre ignorante, enfatiza siempre mi maestro... Le creo.
Hoy por ejemplo, mientras cenaba, empezó a blasfemar, sabiendo que mi maestro Graham le escuchaba. Sentí vergüenza, pero de inmediato, él hizo que mi padre se quedara callado, casi como un muerto, sonrojado de pura pena ante las brillantes deducciones de mi maestro, quien se expresó como quien recita un poema con absoluta pasión. Incluso mi madre no parpadeó, de lo sorprendida que se encontraba. Quise reírme, pero aguanté la burla hacia mi progenitor; yo tenía la protección de Graham Wells, y eso me bastaba para darme por satisfecho.
Esa noche lo seguí porque solicitó mi presencia. Me decía él que yo estaba preparado para iniciar las prácticas serias de su investigación, aquella que sólo a mí me confiaría.
Antes me habían contado cosas terribles de la Inquisición, sin embargo, el señor Wells me ha hecho ver a los inquisidores como algo fascinante; casi como caballeros de reluciente armadura. Él mismo es uno, y su labor, incluso la manera en la que actúa, me es suficiente para atreverme a desear ser parte de las filas inquisitoriales. Mi maestro está orgulloso, pero dice, e insiste, que me hace falta más disciplina, y le creo. En mi vida sólo he conocido el maltrato físico y verbal de mi padre, y eso no significa que pretenda educarme; ni a mí, ni a mis hermanos. Es un hombre ignorante, enfatiza siempre mi maestro... Le creo.
Hoy por ejemplo, mientras cenaba, empezó a blasfemar, sabiendo que mi maestro Graham le escuchaba. Sentí vergüenza, pero de inmediato, él hizo que mi padre se quedara callado, casi como un muerto, sonrojado de pura pena ante las brillantes deducciones de mi maestro, quien se expresó como quien recita un poema con absoluta pasión. Incluso mi madre no parpadeó, de lo sorprendida que se encontraba. Quise reírme, pero aguanté la burla hacia mi progenitor; yo tenía la protección de Graham Wells, y eso me bastaba para darme por satisfecho.
Esa noche lo seguí porque solicitó mi presencia. Me decía él que yo estaba preparado para iniciar las prácticas serias de su investigación, aquella que sólo a mí me confiaría.
BY FAYETTE
Desmond M. Baines- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 28/10/2015
Re: Days Turn Into Nights
Origins
Cuando pretendí casarme, lo hice por llenar el vacío que la sociedad espera, o porque en algún momento mi maestro me dijo sobre la sacralidad del matrimonio, y yo siempre fui demasiado obediente a sus palabras. Pocas veces le refuté, incluso cuando tuve el derecho y la razón de hacerlo, no lo hice.
La cuestión es que, siguiendo sus consejos, yo acepté casarme sí, y lo hice con una joven de nombre Elodie. Y debo reconocer que era la dama más hermosa que hubiera visto, y su personalidad... era demasiado encantadora para que alguien como yo no cediera de inmediato. Hasta llegué a sentirme mal por tocarla con mis manos manchadas de sangre. Elodie no se merecía a alguien como yo, claro que no, pero así me llegó a aceptar, y supe entonces que Dios me había bendecido con la presencia de ella.
Pero hubo algo que me impedía mostrar mi humanidad, aún cuando Elodie pretendía arrancarla con sus hermosas y nobles palabras. Y lo pudo hasta cuando nació nuestro hijo.
¡Yo no podía creerlo ni mucho menos aceptarlo! Amaba a Elodie con la intensidad de mil soles, y desearla tanto se cometería en un pecado terrible. Pero arrojé todas mis horribles dudas hacia aquellos que merecían mi desprecio, y funcionó. Quizá eran esos demonios los que pretendían apartarme de ella, de mi Elodie... ¡Y los malditos luchaban por cumplirlo!
Sin embargo, después no fui tan fuerte, tan valiente, tan buen guardián, porque permití que me la arrebataran, usándome como un maldita marioneta. ¡Y cedí! ¡Yo pude haber salvado a Elodie y no lo hice! Pude haberla curado, y me negué a hacerlo por la oscuridad que se apoderó de mi alma.
Y ella tenía razón, en su lecho de muerte la tenía. Yo me había convertido en un monstruo... Y cuán satisfecho, e infeliz, me hace saber eso. Y sé que Elodie, desde cualquier lugar en el que se encuentre, jamás perdonará mi imprudencia. Jamás aceptará que fui yo el culpable de haberla dejado caer al abismo, cuando pude haberle tendido la mano y salvarla.
La cuestión es que, siguiendo sus consejos, yo acepté casarme sí, y lo hice con una joven de nombre Elodie. Y debo reconocer que era la dama más hermosa que hubiera visto, y su personalidad... era demasiado encantadora para que alguien como yo no cediera de inmediato. Hasta llegué a sentirme mal por tocarla con mis manos manchadas de sangre. Elodie no se merecía a alguien como yo, claro que no, pero así me llegó a aceptar, y supe entonces que Dios me había bendecido con la presencia de ella.
Pero hubo algo que me impedía mostrar mi humanidad, aún cuando Elodie pretendía arrancarla con sus hermosas y nobles palabras. Y lo pudo hasta cuando nació nuestro hijo.
¡Yo no podía creerlo ni mucho menos aceptarlo! Amaba a Elodie con la intensidad de mil soles, y desearla tanto se cometería en un pecado terrible. Pero arrojé todas mis horribles dudas hacia aquellos que merecían mi desprecio, y funcionó. Quizá eran esos demonios los que pretendían apartarme de ella, de mi Elodie... ¡Y los malditos luchaban por cumplirlo!
Sin embargo, después no fui tan fuerte, tan valiente, tan buen guardián, porque permití que me la arrebataran, usándome como un maldita marioneta. ¡Y cedí! ¡Yo pude haber salvado a Elodie y no lo hice! Pude haberla curado, y me negué a hacerlo por la oscuridad que se apoderó de mi alma.
Y ella tenía razón, en su lecho de muerte la tenía. Yo me había convertido en un monstruo... Y cuán satisfecho, e infeliz, me hace saber eso. Y sé que Elodie, desde cualquier lugar en el que se encuentre, jamás perdonará mi imprudencia. Jamás aceptará que fui yo el culpable de haberla dejado caer al abismo, cuando pude haberle tendido la mano y salvarla.
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Desmond M. Baines- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 28/10/2015
Re: Days Turn Into Nights
Origins
La primera vez que supe que la inmortalidad podía llegar a mí, me sentí ansioso, impaciente, y hasta un poco incrédulo. Nunca había imaginado semejante posibilidad, y menos cuando mi maestro me advirtió tantas veces de las trampas que podría caer si era demasiado ambicioso. Sé que desobedecí, pero la única idea de vivir eternamente, y así poder cumplir con los objetivos inconclusos de mi tutor, fue mucho más fuerte; se hizo un espacio en mi interior, y ya cuando consiguió aferrarse a mí, no me abandonó jamás.
Desde luego, y dadas mis investigaciones, yo no podía acceder a semejante poder así nada más. Necesitaba de alguien que me permitiera vivir por siempre, así fuera bebiendo de mí. Sabía que de las artes arcanas nada obtendría. Tanto adorno sólo traería consecuencias irreversibles para un cuerpo mortal. Así que decidí ir más lejos, más allá de los límites que se había impuesto mi maestro.
Yo, Desmond, hallé al indicado, o mejor dicho, a la indicada para obrar en mí. Tal vez no fuera ella quien llenara el vacío de Elodie, pero sí que me haría inmortal, aunque para ello tuviéramos que llegar a un acuerdo. ¡Ah! Vampiros... Siempre tan caprichosos. Aun así, cedí, de mala manera, pero lo hice.
¿Me arrepentía de mi decisión? ¡No! Aunque soportar a Perséfone se me hacía un dolor de cabeza constante, sumado con la sed que solía atormentarme de manera constante, supe mantenerme al borde de mi propia cordura. Sentía el poder correr por mí, y aquella era una señal suficiente para no sentirme asqueado por mi decisión. En realidad, continuaba fascinado, y a medida que el tiempo fuera transcurriendo, me sentiría aún mejor. Finalmente podría cumplir mi obra, sin que nada ni nadie osara siquiera en detenerme.
Desde luego, y dadas mis investigaciones, yo no podía acceder a semejante poder así nada más. Necesitaba de alguien que me permitiera vivir por siempre, así fuera bebiendo de mí. Sabía que de las artes arcanas nada obtendría. Tanto adorno sólo traería consecuencias irreversibles para un cuerpo mortal. Así que decidí ir más lejos, más allá de los límites que se había impuesto mi maestro.
Yo, Desmond, hallé al indicado, o mejor dicho, a la indicada para obrar en mí. Tal vez no fuera ella quien llenara el vacío de Elodie, pero sí que me haría inmortal, aunque para ello tuviéramos que llegar a un acuerdo. ¡Ah! Vampiros... Siempre tan caprichosos. Aun así, cedí, de mala manera, pero lo hice.
¿Me arrepentía de mi decisión? ¡No! Aunque soportar a Perséfone se me hacía un dolor de cabeza constante, sumado con la sed que solía atormentarme de manera constante, supe mantenerme al borde de mi propia cordura. Sentía el poder correr por mí, y aquella era una señal suficiente para no sentirme asqueado por mi decisión. En realidad, continuaba fascinado, y a medida que el tiempo fuera transcurriendo, me sentiría aún mejor. Finalmente podría cumplir mi obra, sin que nada ni nadie osara siquiera en detenerme.
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Desmond M. Baines- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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