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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Invitado Dom Oct 24, 2010 10:14 am

Una vez más, una maldita vez mas y ya todo había recaído, ya mis esfuerzos durante tres años se habían derrumbado estrepitosamente frente a mis ojos, y lo más frustrante de todo era que no había hecho nada por impedirlo, que siquiera una pizca de voluntad se había cruzado por mis ojos y tomado posesión de mi fragilidad anatómica para impedir lo que ya estaba hecho, aun, aunque los pasos eran calmos y pisaban sin pudor el frio césped, podía recordar aquel instante, las miradas incrédulas y el entendimiento de Gustav, pero aun así la pena misma que mi iris emanaba sin contenerse y la rápida huida que había emprendido hacia quien sabe que destino, pero con el objetivo de que mientras más lejos me hallase de la vida urbana, mejor seria, mas sola estaría y quizás de esa manera entendería todo y me vería forzada a comenzar nuevamente.

Todo había iniciado en un ensayo, una de las tantas obras que había cruzado por la mente del francés de barba incipiente, de la época antigua claro está, el decía que el nacimiento del romanticismo había dado un nuevo nivel en cuanto a su persona, que lo acunaba y bendecía con cada uno de sus ideales, puedo admitir que el director siempre había sido paranoico, desde que lo conocí y entre al teatro supe que no seria fácil pero era ese mismo toque de locura el que vislumbraba los más sabios hilos de pensamientos que conllevaban a un seguro éxito y al gusto del público respecto a lo que la obra se refería. Cada quien mantenía su vestuario, los ensayos generales, días antes de la obra, nunca habían sido de mi total agrado, empezando porque los nervios nos traicionaban como un toxico mortal y por ende las fallas eran más evidentes, sin embargo me sentía preparada, el papel de damisela enferma me había quedado a la perfección sumando a ello mi estado de ánimo cambiante como las fases de la luna. Maurice, un compañero de obra, me miraba con ansias, con complicidad, era el caballero andante que encontraba a la mujer de corta vida y, enamorado de ella, se comprometía hasta ir al fin del mundo para hallar su cura, así los peligros más atroces se cruzaran en su camino. Di un paso saliendo a escena, las luces me iluminaron y bañaron en plata mi piel blanquecina, solo cubierta con un vestido de color blanco y una cinta de raso roja como la sangre atada a mi delgado abdomen, mis cabellos caían en ondas por mi espalda y mi pecho y mi mirar se diría hacia el apuesto joven de ojos azules. La lirica era notoria y el conocimiento de las líneas más que evidente, la cercanía se hizo obvia por el pedir de la escena y fue en ese momento como todo paso, tan rápido que no pude pensar y era en ese ahora que me daba el tiempo suficiente de recordar. Maurice tomo mi cintura, con fuerza y decisión tal como dictaba el parlamento, sus dedos se hundieron en mi piel y mis ojos se abrieron de golpe, el recuerdo volvió, más nítido que otras veces. Nathaniel tomándome con fuerza, hundiendo sus manos grotescas en cada parte visible de mi cuerpo, rasgando el albornoz con violencia casi obsesiva, tumbándome con brusquedad al lecho de seda y...No pude mas, me solté como pude, Gustav lo sabía y cabizbajo observo la huida emprendida sin llegar a visualizar verdaderamente las lagrimas cristalinas que se agolpaban en mis ojos.

Las calles pobladas aun a horas de la noche me pareció una verdadera tortura, una de la quería alejarme. Tropecé con dos o tres personas, ya ni podía darme cuenta, pero aun así visualice mi salvación a unos cuantos metros, un carruaje vacio. Con suerte había mantenido unas cuantas monedas conmigo. Sin dudas me monte en el transporte y el cochero, percatándose de mi respiración cortada y la tonalidad rojiza de mis ojos, me cuestiono a donde iría, un simple ¨lejos de aquí¨ fue la respuesta y el hombre de larga edad pareció entenderme, fue allí cuando el galope de los caballos me aviso que definitivamente había dejado atrás a las pobladas calles parisinas, y con ellas el encierro que había llamado a mis tormentos.

Mi rostro divagaba por la ventana del carruaje, la coherencia había vuelto y el aire frio movía mis cabellos a su compas mientras notaba el antiguo vestuario rodeando mi cuerpo, supuse que lo devolvería y seria allí cuando tendría que dar más explicaciones de las que comúnmente acostumbraba, pronto pensaría en las palabras adecuadas. Una nube verde y frondosa opaco cualquier pensamiento, estaba cerca de los bosques, a una distancia más que considerable de mi hogar, eso no era tan beneficioso pero de momento mi ansia de estar sola era mayor, mucho mayor que ubicarme en cuatro paredes conviviendo con los fantasmas pasados. Pedí al hombre que se detuviera, este gustoso lo hizo, le di todas las monedas perdiendo la noción exacta de la cantidad pero aun más amplio fue su favor así que me despreocupe de ello y me despedí cordialmente antes de encontrarme sola, totalmente sola y con un camino iluminado por el reflejo lunar hacia las plantas ahí sembradas. Dude por unos instantes y mi mirar intento buscar al hombre que de seguro se hallaba a kilómetros de mí, yo misma me había metido en ese embrollo y a ciencia cierta podía aprovecharlo.

Volví en si después de unos segundos de lejanos recuerdos hacia mi causa de estar en los bosques y el despeje de frustración que se había mantenido al comenzar mi andar. Había avanzado una gran distancia desde que llegue pero sin embargo no había perdido la noción del camino. Pude visualizar, al pasar de unos momentos, un claro iluminado, un centro cristalino en medio de toda la gama verdosa y húmeda que me rodeaba. Un pequeño rio recorría sigilosamente entre las piedras medianas y de momento intente ver su nacimiento pero supuse que sería lejano en comparación a ese tramo de su descender. Me acerque con serenidad, el astro me iluminaba en su esplendor como si quisiera que la oscuridad no hiciera que me perdiera entre sus confines y con ello solicitara a mis lejanas pesadillas. Me sienta diferente, totalmente diferente en solo un paso de segundos, me sentía una doncella hermosa y perdida entre la inmensidad de la belleza natural, como una figura divina en medio de un escenario lejano de cualquier perturbación. Alce una de mis manos y detalle mis dedos perfilados como si me costara creer que aquella dama, que aquella simple figura incluida en los confines del lejano bosque, acogida en los alrededores de inigualable magnificencia, fuera yo, fuera la simple Anabella Le Rosse.

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Mensaje por Hannes D. Schmitt Miér Oct 27, 2010 9:57 am

Esa noche era oscura, como si algún ser divino hubiera atrapado el gran astro ardiente en su puño, impidiéndole al mismo bañar la lejana tierra con su calidez. Una sombra deslizante se movía a altas velocidades por los alrededores de los bosques poblados por miles de árboles y habitados por miles de animales cobardes que buscaban cobijo en su profundidad latente. Ese par de ojos plateados, fríos como pocos antes vistos por alguien, nunca dejaron de mirar al frente mientras observaba como esa espesura verdosa y negra se convertía en tinta esparcida, en una simple estela de colores difuminados. No sabía por dónde iba, ni a dónde se dirigía, mas no gozaba de su interés esas mismas cuestiones. Sólo se entregaba a algo que decía no temer pero que a su vez odiaba. El pasado. Los recuerdos. Las pisadas en la historia que tanto él como otros habían marcado puntos de inflexión en un mundo del que defendía ya no formar parte. Ese par de ojos, asemejados ligeramente a un par de relucientes lunas llenas, eran los de un misántropo, en toda regla y sin lugar a dudas.

En medio de la carrera, ese par de lunas miniaturizadas se descongelaron para contemplar el gran astro colgado por mil alfileres invisibles en lo alto de los cielos. Brillaba exactamente del mismo modo que su noche de bodas, y eso, lo ponía de mal humor. Hannes Dick Schmitt, ¿quieres y aceptas a Svetlana Natalya Bulgákov como legítima esposa, para amarla y respetarla hasta que la muerte os separe? Mil veces maldito fuera el día en que de sus descuidados labios inocentes expiró un simple Sí, quiero. En ese tierno entonces, el varón de ojos argentados no era consciente de su naturaleza salvaje. No había comprendido que necesitaba ser libre, que repudiaba de todas maneras cualquier atadura. Era un ser humano, alguien que buscaba la felicidad en el amor hasta que la halló incautamente en el placer, forjando así una nueva filosofía que lo acompañaría hasta la más lejana de las eternidades. Ella estaba preciosa el día en que su ya difunto padre la acompañó al altar de esa ostentosa capilla. Ese día, en jamás de los jamases olvidado, él lo había contemplado todo desde el altar, vestido con su más elegante traje. ¿La habría amado alguna vez? Lo había olvidado, como olvidado había verse el reflejo en cada uno de los espejos colgados por doquier. Ya no era humano.

Demasiado aprisa habían pasado los años, tal vez por eso seguía corriendo a pesar de gozar del don de la inmortalidad. Quería alejarse lo más lejos posible de ese tipo de recuerdos. Quería olvidar que en su día estuvo casado. Quería olvidar que algún día había sido capaz de sentir lástima por alguien, de sentir compasión. Esa misma noche, la palabra compasión ya no formaba parte del vocabulario del dueño y señor de la noche. Hannes Schmitt, el líder del más temido aquelarre vampírico era incapaz de sentir pena por alguien. La vida había dejado de tener importancia para convertirse en un tedioso juego del que estaba condenado a no cansarse jamás. Su existencia estaba sentenciada, perdida y condenada. Luego, ¿qué le quedaba por hacer? Esa respuesta hallada había estado mucho tiempo atrás: jugar con la de los demás. Si tenía sed, bebía. Si estaba enfadado, desmembraba. Si estaba aburrido, mutilaba o violaba. No tenía mayor preocupación o secreto que convertirse en el titiritero que controlaba las marionetas de los demás. Y, sí, efectivamente, le gustaba sentirse como su providencia creadora. Él, que había sido considerado hijo de Dios, se había convertido en un ser igual a su hipotético padre. ¿Devoción? Olvidada. Destituoda. Atrasada. Exiliada. En juego estaba una cosa más provechosa e interesante: la batalla entre el bien y el mal.

La tenue luz de la luna bañaba su pálida piel de mármol, hundiéndola y permitiéndola gozar de ese resplandor casi celestial. Sus pies, que apenas parecían acariciar el húmedo suelo, se detuvieron en seco al llegar a un claro donde vio lo que tal vez sólo su mente quería proyectar. Una hermosa mujer escuetamente vestida con un camisón y un tierno lazo rojo pasión lo esperaba, bañada en el color del astro angelical. Hannnes la contempló como si de un devoto creyente se tratara y ella interpretara el papel de una aparición de la más pura virgen maría. Pero él no era un devoto más. Lejos quedaba de ser ni siquiera un fiel pariente de Judas. Era peor. Mucho peor. Por lo que, permitiendo que una espesa neblina se enredara entre sus pies enfundados en botas de montar, se acercó con su habitual sigilo. Su cuerpo masculino, moldeado por perfeccionistas dioses quedó a escasos tres metros detrás de la perfilada silueta femenina que había despertado en él sus más primitivos instintos, de los que ni su condición de inmortal había liberado. Sus manos, frías, duras y firmes como pocas, se amoldaron a los hombros de la mujer, masajeándolos con una delicadeza elegante mientras sus prietos labios masculinos permanecían enmudecidos. Palabras sobraban esa oscura noche de infierno.

Esa dama, que no dama de la noche, estaba perdida a manos de un vampiro. El peor de todos.
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Mensaje por Invitado Miér Oct 27, 2010 1:57 pm

Sosegada de la luz irradiada, bañada en el esplendor plata de la noche y cubierta del oscuro manto divino podría asegurar con creces de que aquella huida que había emprendido, momentos después del crepúsculo, había sido la decisión mas acertada a comparación de convivir en las amplias paredes y sobras de los elementos de las tablas, de los rostros conocidos y los diálogos aprendidos que de memoria no dejaba de recordar una y otra vez antes de que las luces me iluminara recordándome que debía brindar al publica una interpretación conveniente y excelente; la damisela en peligro, la enferma llena de tristezas y dolores que carcomen su ser, la hija desprestigiada de la familia y la doncella sin pudor ni aires virginales que la rodean. Notablemente admitía que sin tomar en cuenta la vergüenza acontecida aquel escape había sido mejor y que si debía de recurrir a la soledad y los supuestos peligros parisinos para aislarme de los tormentos que se ceñían a mí, podía hacerlo una y otra vez sin dejar de contar y arriesgando hasta la vida misma si de eso se trataba, aunque sabía que no siempre rendirían los mismos frutos, que una vez no sería igual a la otra y que por lo menos en alguna fracción de tiempo decaería ante los recuerdos.

-
-Un noble cubierto de riquezas y de juventud; tu padre no pudo elegir mejor, Bella. Mi madre. No dejaba de ceñir el ajustado corsé a mi cuerpo por más que mis reclamos fueran dados, incluso Rita, una de las criadas, mantenía en sus manos mis largos cabellos negros, planeando exactamente qué hacer con ellos ante el evento que se acercaba.
-Pero...¿llegare a amarlo?. La inocente pregunta broto como una lirica de mis labios sonrojados acompañados por un brillo usual en los ojos claros heredados de mi padre. El ansia de saber se hacía presente hasta el punto de que el cosquilleo se mantuviera en mi estomago y un rubor intenso y puro cubriera mis mejillas, dando a entender el único interés del matrimonio planeado por mi clan familiar, típico de la época, no lo dudaba.
-Si, si, solo piensa en cómo te verán ahora, será una dama, toda una dama de sociedad, mi hija, una dama con un galante esposo que daría todo por una de sus sonrisas. Pude verme en el espejo, el brillo de mis ojos no me permitían contemplar si verdaderamente la belleza oculta era yo, era una simple joven la que se escondía tras el vestido de color crema y celeste y la cascada oscura que se deslizaba por sus hombros en finas hebras. Si, el rostro de mi madre lo confirmaba, no podía dudar de ello.
-Si, alguien que daría todo por mí.

-

¨Daria todo, todo...¨ El viento creaba un cauce dirigido hacia mí, con el compromiso de martirizarme con cada susurro e hilo parlante. No podía mas, aquello que comenzó siento un sueño se había derrumbado catastróficamente como la más temible pesadilla. Mi vida; un deje de terciopelo se había oscurecido hasta ser una lija oculta, carrasposa y escondida, sucia y con miedo de dañar a los demás, con ese deseo impune de que el agua se deslizara por mi cuerpo y limpiara cada golpe, cada violenta acción que ese hombre había ejercido sobre mí. Aparté mi mano como si la luz quemara, incluso podría asegurar que retrocedí uno o dos pasos, como si ardiera el contacto del brillo celestial, como si no fuera lo suficientemente buena para recibir semejante regalo. Una gota traviesa recorrió mi ojo hasta depositarse en mi mejilla, sin etiqueta alguna la limpie con el vestido casi con brusquedad -No, ahora no. Un consuelo solitario se hizo presente, como si lograra la plata tranquilidad con esas palabras , devolver al claro lo que yo misma se había hurtado sin voluntad de evitarlo.

Con la mirada aun alzada y perdida no pude evitar que mi piel se tensara, que cada gramo de mi reaccionara al sentir un tacto, frio y terso que tocaba mis hombros desnudos y frágiles, facilitados por la prenda del teatro. El tacto era seguro, podía sentirlo y no creí ser capaz de voltear. Miedo, sorpresa...la reacciones se habían convertido en un torrente sin un camino definido, solo despojando a su paso las pequeñas señales de lo que podría o no ser. ¿Un ser humano en compañía del dios nocturno?, ¿alguien con el mismo querer que yo?, vagamente llegue a concluir que si yo buscaba la misma soledad, fácilmente otro podía hacerlo, pero no, las casualidades no se despojaban como hojas en otoño, no con tanta insistencia y frente a ojos tan simples. Lo que si sabía era que un hombre se encontraba tras de mí, una mujer no poseía tal firmeza, o por lo menos no sin poseer aunque sea una decima de duda. Mis labios sonrosados se entreabrieron en búsqueda de una oración que pronunciar, pero la aparición repentina me había dejado sin habla y un ¨¿quién eres?¨ era más que evidente. El desconocido movía sus dedos al compas; elegante y sumiso, haciendo que sintiera un tacto frio pero acogedor, como si pudiera cegarme con un solo tacto. Extrañezas para mi mente cegada por el rastro amargo de mi anterior pensar -¿Alguien que desea alejarse de sus propio pensar, de su realidad.... Aparentar una voz segura y valiente esperaba que fuera el resultado, pero al contrario una lirica semejante a la poesía llena de femineidad y dulzura fue de lo que mi voz se escucho, por lo menos lo que aquella figura pudo presenciar.

Una de mis manos se alzo con lentitud, tanta que parecía no querer cumplir lo que se había planteado. Creo un recorrido sin contacto por mi abdomen, mi pecho hasta buscar en mi hombro la causa de mi hablar hacia un ser que hasta podía ser inexistente y producto de mi poblada imaginación, finalmente lo conseguí y mis yemas suaves pudieron palpar una de las manos del caballero de las sombras, retirándose al instante como si pudiera molestar ese gesto, volviendo a su lugar habituar y manteniendo mi mirar fijo en el claro pacifico, testigos y únicos videntes de quien fuera la figura que tras de mí se posaba y cuyos pasos habían sido inaudibles para mi ¿o era que la profundidad de mi pensar era tal que tuvo el poder de alejarme incluso de mi realidad?, ya tendría tiempo para filosofías absurdas, era lo único que dentro de cuatro paredes podría admirar -...o que podría osar al hacerle compañía al torbellino inconstante de la noche?.

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Mensaje por Hannes D. Schmitt Jue Oct 28, 2010 12:48 pm

La mujer de exuberante belleza morena pareció sorprenderse de su sigilosa aparición, como tantas otras lo habían hecho con anterioridad. Una y otra vez la misma escena narrada por una victimista voz femenina distinta de la anterior. Pequeños fragmentos. Minúsculos detalles eran los que hacían únicos e irrepetibles cada uno de sus momentos, mas todos gozaban del mismo desenlace. Su eterno triste final. El telón descendía ondeando con serenidad mientras la sangre de sus víctimas se desparramaba por el suelo, tiñendo las calles, los montes, los días y las noches de su mundo. Sangre. El potente motor latente de su no-vida. Un gélido suspiro expiró de sus muertos labios pálidos mientras su caucásica belleza se regodeaba en ese esplendor avasallante que la gran luna redonda le proporcionaba esa exclusiva noche del año. Hacía frío, mas la pequeña damita de cuerpo delgado a duras penas yacía acomodada dentro de un camisón que ondeó con cierto miedo. A lo mejor éste si había podido intuir que en ese hombre había algo más que mística belleza o ronca voz hipnótica. Él era el diablo. Y ese mismo diablo deslizó, con extrema lentitud y parsimonia, su impasible mirada por la espalda de la mujer, hasta perderse en la pálida piel de sus piernas que desaparecía al abrazarse con la baja capa deslizante de niebla. Niebla que serpenteaba juguetona por esos bajos fondos.

Ella preguntó por sus intenciones. Quería saber qué había movido a tal elemento a cruzarse con su alma en pena en esa oscura noche. Noche en la que hasta los Santos se habían reunido en lo alto del cielo para contemplar nerviosamente cómo una de sus hijas jugaba con un ser escupido del averno. Sólo un final había para ese valiente y osado episodio, pero no avanzaremos sorpresas ni acontecimientos. Aún le debía una respuesta, pero no la tenía. Por el momento. - ¿Puede un hombre huir de su propia mente en una mancha espesa de vegetación? No. No soy alguien que huye. No soy alguien. Soy nadie, y sé que me estabas esperando. Rogaste aparecer la solución y el averno me escupió a tus pies para entregártela. Soy tu peor pesadilla y, a su misma vez, soy la llave de la puerta del Edén. ¿Mi nombre? Escasea de importancia, mas puedes jadear temblorosamente un simple antropónimo carente de misterio alguno. - Siseó dejándola retirarse, liberándola simplemente de su aparentemente dócil agarre. La oscuridad permanecía ocultando sus plenas facultades y atributos inmortales, pero ya podía intuirse que era hombre único. Era inmortal único. Era espécimen único. Él simplemente había sido, era, y sería para el jamás de los jamases - Hannes. - Sentenció, escupiendo el nombre de pila de Belcebú sobre su desnudo oído. A lo lejos, un cuervo huyó, graznando.

[Lamento la extensión del post, mas he llegado a la conclusión de que así está bien y otorgamos cierto dinamismo a una escena que, si la hacemos permanecer estática, perderá toda su atracción. Si no compartes esta opinión, simplemente avísame y modificaré el post para dejarte una situación en la que tu personaje tenga más juego.]
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Mensaje por Invitado Jue Oct 28, 2010 3:05 pm

Hasta el más pobre diablo que rodeaba las calles sin asesorarse de los temible peligros y rumores se hubiera estremecido hasta el último cabello de su ser si fuera aquella voz la que respondiera sus interrogantes. Si fuera la lirica armónica y filosófica la que hablaba a su oído como en ese instante a mi ocurría. Aseguraría con creses que el ser común huiría horrorizado e ignorante al temer por su vida ante un desconocido amante de las sombras que con una impecable oración aseguraba ser el núcleo entre la tierra y el mismísimo infierno, las puertas del purgatorio y el ascenso al paraíso celestial del que tanto profesaban los sacerdotes.

Hannes, ese era el nombre del caballero, como si su voz grave y masculina no le hubiera mostrado seguridad a mi mente llena de hilos de dudas. Antes de irme con cualquier desviación nada coherente preferí dedicarme a ese momento, a descubrir los misterios que en mí alrededor se hallaban comenzando por el hermano de la oscuridad puesto que ya había desmentido cualquier semejanza a un común que solo busca paz entre los espesos matorrales. Me había liberado y aun me sentía atada en el masoquismo de su tacto elido y seguro en mis hombros que me mantuvieron estática y aun así a su merced. Era un percibir totalmente distinto a cualquier otro. Incluso los temores de los que tanto huía parecían mínimos, como si las posesiones de Nathaniel una y otra vez fueran poca cosa. Llegue a temer, a pensar que el podría ser un reflejo del rubio del que alguna vez había estado aliada, no, imposible, los fantasmas no volvían al contrario de que fuera uno nuevo, uno más fuerte y desconocido que abarcara más que un despiadado conde lleno de riquezas, esclavo de sus bajos instintos.

El cause húmedo del aire ondeo con sutileza escondida la falda del vestido blanco, aumentando el deseo inocente a voltear y verlo, a que mis ojos claros se encontraran con la figura que ansiaba observar. La decisión pudo más y la curiosidad ilusa dio su ámbito ganador cuando me voltee. La claridad no me permitió mas, aunque me había alejado de ella como si de llamas de fuego se tratase. Lo bañaba una capa de sombra, lo cubría como si de la escultura del heredero tenebroso se tratarse semejante a las leyendas de criados de hogar. Tan solo un rayo lunar me permitió visualizar un rayo en sus ojos, un contorno de estatura alta y extremidades formadas con simetría.

Di un paso adelante, no con la intención de poder ver más de esa obra, sino con el ansia oculta de que él se mostrara. Nuevamente la intuición me indico que no era una figura domable, que no era un cualquiera. -La soluciones no podría llegar con tal rapidez, sería una hipótesis tan ilícita como el mundo en sí. La cercanía era convincente y por ello el descender de mi voz, la fragilidad emotiva podría llegar a ser notable aunque la fuerza interna se hallara más que oculta. El viento nocturno ondeaba hebras oscuras a su paso, trayendo a mi olfato un aroma atípico y adictivo -La solución a mis ruegos eternos no sería más que el desaparecer de los recuerdos y nadie ha podido llegar a tal don. Pero aun así se que no es uno más de los que buscan una absurda tranquilidad, lo puedo sentir a pesar del amplio bosque, y si es mandado de cualquier confín como una respuesta a la tormenta interior de una simple mujer como yo entonces eso significa que tampoco es un pobre vago de los que recorren estos lares. Que es...mas. La tentación a saciar las sospechas era atrayente y apasionante al punto de querer caer en ella en busca de respuestas, pero me mantuve serena, volviendo a mi posición anterior, avergonzada al darme cuenta que por poco pude traicionarme y caer en el pozo de los misterios que ese mismo hombre ahondaba dentro de sí ¿Seria Hannes uno tan incierto y profundo?


[No hay ningun problema, concuerdo contigo, si necesitas que modifique algo de mis post puedes avisarme Smile.]
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Mensaje por Hannes D. Schmitt Jue Oct 28, 2010 11:58 pm

Rostro anguloso, infinita mirada vacía, seriedad, indiferencia, perfección. Esos atributos eran los que adornaban los pensamientos de cualquiera que se detuviera a contemplar la más perfecta obra del cielo forjada en el infierno; Hannes. Ella, permanecía estática, congelada por el roce de las manos del diablo sobre su tersa piel desnuda, a la noble altura de sus hombros. Podía sentir perfectamente cómo el varón penetraba fieramente su nuca, cualquiera podía sentirlo. El bello erizarse, el corazón latir agónicamente, las piernas flaquear, la boca secarse, los dedos crisparse por enredarse en esa voz y besarse con la misma. Todo en él aparentaba ser superior, ir un paso por delante, y eso era lo que comportaba la inmortalidad. Su condena. Su dulce y solemne condena, que adoraba aparentemente. La luna, condenada a su vez a pender cada noche en las altitudes, con las burlonas e infieles estrellas como únicas compañeras de castigo, los observó conteniendo parte de su resplandor para otorgar a esa escena algo más de ferocidad. Él, callado por divinos designios, contempló como lentamente ella le regalaba una hermosa visión de su rostro. Estaban en paz.

Era hermosa. Demasiado para su bienestar. Cualquier fiera que habitara ese mundo de vicio, donde los maleantes vestían de camisa, bastón y bombín, querría destruir tal candidez que ella prometía con una sola de sus miradas tímidas y retraídas. Era resguardada. Demasiado para su salud mental. Hannes permaneció medio oculto en la lobreguez de esa particular noche ensombrecida por su simple presencia. Y es que ese vampiro. Ese inmortal. Ese adefesio cruel y conocedor del placer. Ese eterno varón atractivo era la ponzoña de la sociedad. Era malo, y andaba presumiendo de esos atributos que antes de recoger había sembrado con sangre y sudor. Especialmente con sangre, todo sea apuntado. La claridad no permitía a la mujer contemplar la perfección irradiada por sus facciones, pero él fue capaz de encandilarse y encapricharse de dicha humana, como de tantas otras. Filosofía del placer, solía nombrarla. Sus femeninos labios, ahora ocultamente deseados por los toscos y masculinos de él, se entreabrieron para dejar que el aliento escapara de los mismos, arrastrando vocablos que formaron una gran verdad tras otra. Chica lista, rica en consecuencia. - Soy más. - Sentenció a modo de susurro.

Ese susurro surcó los confines de la existencia de ella para colarse cual aroma de flor por sus fosas nasales o cual excitante y húmeda melodía adentrándose en su oído. Podía percibir el modo en que el magnetismo ya había hecho mella en la fémina del lugar. Un búho ululó, advirtiendo, como el anterior cuervo, que si ella quería vivir se marchara. Ahora. En ese preciso instante, antes de caer en el embrujo de un par de ojos plateados y una seriedad cautivadora como la de que el inmortal hacía gala de poseer. Entonces, una duda lo asaltó, borrando todos los demás pensamientos, calculados al milímetro por el experto ojo de la experiencia. - ¿No cree peligroso hallarse sola aquí, sin nadie dispuesto a dar su vida contra un oso para que pueda seguir con su miserable vida, teniendo siempre en su olvidadiza mirada el recuerdo de un galán que dio la vida para que siguierais suspirando? - Cuestionó. Para sorpresa de cuantos conocidos habían, había hecho uso de sus distinguidos modales alemanes. Firme y seguro, rozando la impertinencia pero sin dejar margen a la contestación grosera o insatisfactoria. Ella estaba cerca, y pudo memorizar cada uno de los pliegues de esos labios carnosos.

Una vez más, se dijo mentalmente que era hermosa. Quería poseerla, como a tantas otras. Era un sucio bastardo con un noble título: Heredero de la noche. En otras palabras; ente peligroso y despiadado capaz de condenarte al mayor de los placeres antes de escupirte al peor de los infiernos, del que se había escapado por la puerta grande. Ese era Hannes. Eso era Hannes.
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Mensaje por Invitado Vie Oct 29, 2010 2:02 pm

Era mas. Celló mi oración como si de la tinta caliente destinada a un pergamino sagrado se tratase. Su susurro concluyo cualquier sospecha inadvertida que se introdujera en los confines de mi mente; elocuentes y confusos que viajaban sin cesar como un marino mercante sin un rumbo fijo. Mi piel se erizó; ilusa y despavorida, una reacción que de seguro no pasó por alto ante los ojos luminosos de tal figura masculina. De alguna manera mi mente aseguraba que él era capaz de ello y mucho mas, que con un solo mirar podía desnudar la piel de apariencia virgen y sonrosada, suave y cálida. Que las vestiduras y un antifaz incluso no eran interpuesto para que ese hombre viera más de lo que me empeñaba en cubrir con las murallas fortalecidas e impenetrables habitadas dentro de mí, cerrando cada extensión anatómica posible, sin dejarme a la merced de los demás. Lo que cambiaba en esta ocasión era que un recorrido sombrío que crispo mi espina dorsal logro avisarme que en ese momento estaba ante él, perteneciente y dispuesta, como si el ulular del búho no aumentara mas mi curiosidad y masoquismo femenino, masoquismo adictivo y del que no hallaba salida alguna entre las paredes naturales del escenario.

Un caballero; cuentos de hadas, definitiva teoría que la terquedad recalcaba a viva voz. De niña, cuando la etiqueta dictaba que hacer o que decir y la manera perfecta de como llevar el rubor, había llegado a pensar en que ese galán de estatura considerada, de mística belleza y atrayentes palabras me esperaría al abrir los ojos claros de herencia materna que llevaría conmigo toda la vida. Que existiría un Don, un joven que besara mi mejilla antes de ir al trabajo, que su pensamiento se dirigiera a floreciente romance con motivación a la joven de cabellos oscuros con quien compartía un hogar, que por las noches mantuviéramos una intimidad a viva llama en un lecho de seda...todo eso y mas desapareció la noche en que la obligación se involucro, en que el miedo y la repulsión bañaron mi mirar mientras sentía los golpes, las bruscas caricias y la violencia a la que mi cuerpo era sometido una y otra vez...una y otra vez. Aun así, y con ese peso en mí al pasar los años logre alejar esos pensamientos de mi ser de manera momentánea. El efluvio que bañaba mis fosas nasales proveniente de la figura de las sombras podía acunarme en su sosiego hasta dirigirme como una corriente a un muelle donde aparentemente podía estar a salvo, o sumida en una nueva pesadilla -Peligroso es. Día tras día mas peligros llenan los alrededores de Paris no es de extrañarse y mucho menos de temer, pero aun así no confió en que esa figura masculina de la que me habla pueda dar presencia por el simple motivo de que tales hazañas solo se cumplen en los relatos de cuna. Di un paso, esta vez seguro y sin vacilaciones mientras denotaba mas la formación casi escultural frente a mis ojos. Era como el analista que tras ver y ver solo busca un rayo de luz en medio de la oscuridad de un lienzo.

El aire, frívolo y rebelde acaricio las hebras morenas hasta moverlas a la decisión de su inconstante compas, deslizándolas por mis hombros desnudos y cayendo como una cascada misteriosa en mi pecho. Podía sentir la cercanía, percibía que él me veía, que mis rasgos no eran un misterio, que su mirada era un martirio del que, aunque quisiera, no me sentía preparada a olvidar, así se tratase de las mismas puertas al infierno -Quiero verlo. No fue un su susurro ni un hilo de voz como una niña que espera al hombre lobo salir de la casa de muñecas para huir despavorida sin saber cual será su fin. No, esta vez, aunque la suavidad permanecía latente y notoria, mi voz se torno segura de sí, demostrando lo que quería, lo que deseaba, la conveniencia incluso de una dama aunque no entrara a esos rangos políticos tan elevados, aunque solo fuera una simple mujer, una más de las que daban sus pasos sin marcar importancia, una que vivía su monotonía con una máscara diferente, en fin...quería verlo, detallarlo como él hacía con mis facciones cuya mirada me perforaba como olas de fuego eterno , quería saber quién era mi compañero furtivo y carente de emociones o mi más terrible y apasionada tormento.


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Mensaje por Hannes D. Schmitt Vie Oct 29, 2010 4:36 pm

Ella se acercó otro paso, mientras la niebla se deslizaba entre sus delicadas piernas pálidas, ocultando el calzado y los tobillos de ambos peculiares protagonistas de la escena. La mujer de cabello oscuro como esa misma tenebrosa noche se acercó, sin vacilar. Un simple paso acortó las distancias y permitió ver, al caballero de palidez sobrenatural, lo que ya había apreciado con anterioridad. Belleza imperfecta. Humana. Deliciosamente humana. Esos cabellos se mecieron con la nocturna brisa, danzantes, hipnóticos, como si trataran de devolverle el hechizo que él había dejado caer sobre la mujer de ancho camisón blanco con lazo rojo sangre. Frunció el ceño y movió suavemente el pie derecho, forzando a crujir a unas ramas que murieron abatidas por el peso de su puntera del botín de montar. Dejó escapar un suave, pero no por ello grosero ni desagradable, gruñido de advertencia. Normalmente la gente no se acercaba, exceptuando claro algunas condenadas almas suicidas. ¿Sería ella una de esas bárbaras humanas en las que primaba la morbosa curiosidad al juicio o raciocinio? Exigió ver su rostro, y Hannes alargó el enmudecimiento.

Finalmente le dio muerte todo separando sus finos labios varoniles y dejando escapar a modo de reptil siseo un simple - Ver el rostro del diablo tiene un precio que dudo que estés dispuesta a asumir. - Sí. Era una advertencia. En toda regla. Tan certera y pronunciada como el cuervo que se precipitó entre ellos dos para evidenciar la distancia. El ala derecha del animal rozó a modo de caricia la mejilla de la mujer, pero a él trató de rasgarlo en dos. Falló en el intento, luego la marmórea mejilla del hombre apenas sintió el mismo tacto que apreciaba al ser besado por un par de carnosos labios fríos. El animal se alejó graznando con estridencia, Hannes lo siguió con la mirada, felinamente. Parecía ser un gato calculando cómo atrapar a un suculento manjar. Luego se encargaría de ese pájaro, aunque algo en él le indicó que esa reacción arriesgadamente espontánea pertenecía más a una conducta humana que animal. Cambiaformas, pensó interiormente, ausentándose breves segundos de la escena. Volvió la vista con velocidad, apenas dejando que ese par de ojos vidriosos captaran dicho movimiento.

¿Quería verle? Así fuera.
Ante el silencio, actuó. Acción, reacción, repercusión. En un abrir y cerrar de ojos, ella misma pudo ver su pobre reflejo en el par de irises plateados del hombre que había acortada toda distancia existente e imaginaria. Se postuló a favor de dejarse ver y permaneció estático a escasos veinte centímetros de su cuerpo mecido por la brisa al son de la cítara de los dioses testigos del encuentro. Él, serio como siempre, la contempló, impasible e impenetrable cual estatua de hielo sin intenciones de quebrarse ni derretirse. Todo él era una paradoja. Era una figura de hielo escupido de las llamas del más arduo infierno. Le sacaba media cabeza a la humana. Sus ojos eran del color de la luna, su cabello coloreado por el sol y su piel parecía mármol del Partenón. Iba vestido con esa fina camisa de lino, holgada y con un par de cordones bailoteando al son del viento silbante. Finas mayas se ceñían en torno a sus poderosos muslos, marcando la dotada hombría de la que no se avergonzaba. No respiró. Su corazón no latió. Sus párpados no se movieron para pestañear. Todo habría indicado que el tiempo se había detenido de no ser porque la mujer sí protagonizaba ligeros movimientos de bailarina salida de un ballet ruso. - ¿Y bien? - Espetó, aguardando un veredicto.

Ese veredicto era la sentencia de muerte de esa mujer cuyo rostro parecía el de un ángel.
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Mensaje por Invitado Vie Oct 29, 2010 6:38 pm

Silencio sepulcral y agonizante donde solo los ronroneos de las criaturas lejanas al bosque formaban parte de la banda sonora que desprendía naturalidad y monotonía, como si las dos figuras ubicadas por decisión propia del destino fueran los claveles que distinguen el metódico rosal lleno de espinas y a la vez un aromatizante adictivo y seductor al olfato de quien solo sabe apreciarlo. ¿Protagonista?, no de describía así a alguien que traza su historia con letras doradas, tachones y marcas llenas de las más admirables liricas, los dolores descriptivos y una máscara constante que oculta su verdadero ser escena tras escena. La cubierta de un cuero barato escondía la belleza de su interior y una vez más confirmaba la diferencia de los siglos basados en la épica y romanticismo donde la perfección de sus personajes era más que evidente y donde lo físico y espiritual se entremezclaban entre sí dando vida a algo semejante al Dios Adonis o las figuras de mármol de la galería; una perfección basada en la frialdad.

La complejidad de pensamientos huyo despavorida como un niño de los regaños de su madre, el crujir de una rama débil me aisló del torrente mental que se avecinaba, llevándome a la realidad que se acercaba, una que indicaba que accedería a mis peticiones. Un roce certero y brusco palpo mi mejilla pálida y suave, fue tarde cuando vi al cuervo que intento tropezar con el rostro oculto, fallando estrepitosamente y huyendo decepcionado, semejante a como si el supiera totalmente lo que ocurría, algo que, en vano, mi intento femenino pretendía buscar sin necesidad de acciones, pero la mente compleja que frente a mis ojos se encontraba mantenía murales de hierro difíciles de perforar -No tiene rostro, el demonio se carcome en su propio rencor que ha perdido las mascaras que le permitan aparecer frente a los demás. Solo es una sombra vacía, una de las tantas que recorre el mundo creando extensos daños. Como una reacción causada por el elido viento, una de mis manos palpo uno de mis brazos, helado a pesar de la tela que lo cubría, un frio del que no me había percatado hasta ahora y que, inocentemente, confinaba a la temperatura nocturna -Y si es el caso de tener al mismísimo diablo frente a mi entonces puedo decir que espero saciar la interrogante de las personas al estar cara a cara con el mismo.

El tiempo no corrió, el paso cronológico se detuvo, se detuvo mas rápido de lo que pensé. Mis ojos, cristalinos y azules como el mar de verano pudieron verlo, pudieron saciar la duda, observar al caballero de la noche, detallar sus rasgos, era...un hombre, un dios hombre en el claro del bosque que parecía pobre ante su presencia. Su rostro era perfilado, rasgos simétricos, unos labios carnosos y varoniles, sugerentes ante el deseo de una mujer; un cuerpo tallado por el más reconocido artista, ropa que enmarcaba sabiduría, años y años de ella, la cercanía incluso me aturdió, me obligo a solo ver sus ojos e ignorar el reflejo que irradiaba el mismo en su piel blanca como el mármol, ahí lo comprobé, si los demonios fuesen como aquel entonces hasta el mismo Dios los había forjado como ángeles divinos y perfectos.

No aparte el campo de miradas, soporte su iris claro y frio, hasta podía sentirme insignificante a su lado, como una pobre mujer sin importancia en el mundo, una figura más que llenaba el espacio terrenal puesta por simple albedrio. Di un paso acortando mas la distancia, era como un llamado incesante, aun no estaba tan cerca, no lo suficiente como para que mi fragilidad dependiera de él. Solo alce una mano, sin temores, deslizándola hasta tocar su pecho, fuerte y parecido a una roca cálida y amoldada incluso a mi tacto. Mis orbes solo vieron por un paso de segundos ese contacto, antes de alzar mi mirar hacia él y entreabrir mis labios -No eres un ser cualquiera Hannes. Divino, maldito o lo que se asemeje, tu...no eres como yo.

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Mensaje por Hannes D. Schmitt Sáb Oct 30, 2010 5:41 am

Tal vez fuera cierto que el diablo careciera de rostro, mas Hannes sí gozaba de uno, y no uno cualquiera. Era un rostro hercúleo, fuerte, definido, masculino e inolvidable. Permanente serio, con ese brillo tan elocuente como sádico en una mirada que prometía no tener compasión con nadie. Tal vez no fuera Belcebú, pero nadie osaría dudar ya habiéndolo conocido que era algo bien parecido o hasta peor. Antaño fue sólo un pobre chico en una familia rica. Alguien mimado con demasiadas mujeres a su servicio, detalle que poco había variado desde que había aprendido a sobrellevar al extremo su bendita inmortalidad. Ella se acercó un paso más, arriesgándose demasiado para el gusto de los Dioses, que gritaron agónicamente desde más allá del cielo todo tratando de advertirla. Una vez más, la mujer de luceros celestes por mirada, nada sucedió. Ella parecía estar sorda, ciega e insensible a los avisos lastimeros de las circunstancias.

Tuvo la osadía de tocarlo. El vampiro pudo sentir como esa palma de la mano desnuda se posó sobre sus pectorales de hierro, apenas palpándolos. Parecía más bien un gesto cómplice entre amantes. Un gesto cómplice que en cierto modo no gustó al inmortal, que a su vez se mantuvo tan o más inexpresivo que antes. Podía percibir ligeramente ese calor que desprendía la mano sobre su fina camisa blanca y pulcra pero holgada. No puso ninguna mueca, luego una sola de ellas podría tratar de quebrar rebeldemente su aparente perfección, y a Hannes particularmente no le gustaba sentirse imperfecto. Ansias de superioridad, egocentrismo, siempre había querido estar un paso por delante de toda persona o ser vivo. Siempre se había considerado estar más arriba en el escalafón existente. Esa misma emoción, ese mismo sentimiento, esa misma sensación fue lo que le llevó a reunir a los más letales vampiros para formar el más temido de todos los sangrientos aquelarres vampíricos; los herederos de la noche. Nombre desconocido por muchos, pero temidas sus represalias por todos.

Sus ojos pálidos como el reflejo de la luna, centellearon y chispearon, ardiendo de una contenida maldad. - No, no soy como tú. No pertenezco a tu mundo. No pertenezco a ningún mundo, realmente. Soy un Dios. Un Dios que se toma la libertad de bajar a ver a sus hijos con tal de compartir sus pecados. ¿Usted peca, amiga mía? - Dijo en un reptil siseo, sintiendo su cercanía corrompedora. Interiormente se autoexigió que se controlara, era temprano para abalanzarse sobre su yugular. Eran un conjunto de circunstancias, un cúmulo de detalles, una oleada de desesperado deseo de desprenderla de ese vago atuendo. No se movió hasta transcurridos unos segundos silenciosos en los que ella pudo asimilar sus vanidosas palabras. Todo aconteció en escasos dos suspiros. El cuervo volvió a caer del cielo a modo de saeta en llamas, buscando golpearles para que se separaran, pero Hannes fue más rápido. Siempre era más rápido. Se adueñó de la cintura de la dama y tiró de ella con brusquedad para que el animal volviera a errar su intento. Bailaron a altas velocidades hasta refugiarse contra un alto tronco de madera roto a la altura de veinte pies, en silencio.

La espalda de él abrazada al tronco. La cintura de ella acoplada a la del inmortal.
El cuervo se alejó graznando decepcionado. Una luna llena esperaba ver excesos.
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Mensaje por Invitado Sáb Oct 30, 2010 7:28 am

¿Sería la respuesta caída del manto oscuro que tanto esperaba? ¿La hipótesis que mi mente había trazado a pluma de oro desde el momento que sus manos marcaron mis hombros creando una marca invisible y poco dolorosa pero que aun así centellaba cada vez que daba tan solo un paso?.

Me callaba sin voz propia con un solo mirar elido y sin emoción, hasta llegue a pensar momentáneamente que mi frágil tacto podía molestarle y la tentación de separarme se vio implicada pero no lo hice, no tuve la voluntad propicia para ello, al contrario, las yemas de mis dedos perfilados se movieron en escasos milímetros detallando la forma anatómica aunque sea sin gran amplitud sobre la holgada prenda que llevaba. Ansias y más ansias de saber; delatoras e ingenuas al fin y al cabo. El miedo palpitaba en mis sienes pero la duda se percibía incluso en un reflejo de mi rostro, si era un Dios entonces sería como el insignificante creyente, como el que tiene que tocar, comprobar para poder satisfacer su plegaria.

Pecados ¿alguna vez había sido consiente de cometerlos? ¿O todos habían sido sin conciencia propia? Un pecado se identificaba con la intención del que lo ameritaba y hasta ahora mi único pecado había sido encomendarle mi alma a un bastardo que no hizo más que dañarme la vida, que marcarme con sus frías manos y dejar su huella en mi cuerpo, una que ni el agua ni los implementos de un cálido baño podía borrar, pesadilla para cualquier joven a edad naciente y pura. Sus palabras no hicieron más que causar una marejada, una ola instintiva de pensamientos que se arrojaban en mi mente como sacos de maíz, uno más pesado que otro mientras analizaba con cuidado de no desconcentrarme. Mis labios entreabiertos y mi iris fijo aun el denotaban que estaba ausente a cualquier escenario y solo fue el graznido del cuervo veloz lo que me despertó. Tarde, porque ya me hallaba frente a él, la cercanía corrompida hasta llegar a su límite y mi cuerpo dependiente de él, ambos bajo la sombra de un árbol sombrío.

Lo primero que cruzo por mi espacioso pensar fue que aquel cuervo sabio más de lo que hasta yo misma ignoraba. El animal se alejaba revoloteando cuando mis ojos lo buscaron entre la espesura de las ramas; ilógico e incoherente, era un animal, uno más de la creación, no tenía conciencia propia y no veía el futuro como quizás las damas bajo las carpas del circo gitano hacían. No era tarde cuando reaccione y mi cuerpo se torno sumiso y lleno de un cauce de calor poco conocido. Mis caderas se acoplaban a las de él y su mano sin vacilaciones retenía mi cintura posterior al paso del ave oscura. Vi sus ojos sin temor alguno mientras ambas de mis manos se posaban en su pecho fornido, no para alejarlo, había sido un pobre reflejo cuando sentí como me tomaba con seguridad, incluso afirmaba que mi respiración era más que notoria para él al parecer dependiente de su cuerpo y la distancia insignificante -Todos pecamos. Un susurro, bajo y únicamente dirigido a sus oídos afinados -La vida del ser humano no se realza por la puridad de sus actos; consiente o inconsciente todos erramos, unos más graves que otros. Mis manos reclamaban cansancio y poco a poco las deslice hasta mantenerlas a cada lado de mi silueta, el más claro poeta afirmaría que el cuerpo de la dama ya estaba a merced del depredador, del desconocido ángel o el más claro demonio -Usted lo ha hecho, lo veo en sus ojos al igual que en los míos aunque desconozco como cualquier infante el porqué de sus propios pecados. Sin embargo, si es un Dios ¿por qué se ha manifestado ante una simple joven sin grandeza en sí?. El tormento interno se mantenía inconstante, recordándome que él era un hombre y que las murallas que dentro de mi habitaban no me dejaban en paz, insistiendo que me separase, que me alejara de los confines de un verdoso color, incluso aventurándome a pensar que eso era a lo que el cuervo y los murmullos naturales se referían, a que debería de tener miedo, uno que, no sentía en ese instante a pesar de que me hallaba a libre albedrio del caballero de la noche, preso entre un trazo terrenal y el oscuro abismo.
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Mensaje por Hannes D. Schmitt Sáb Oct 30, 2010 8:15 am

Ese frágil cuerpo femenino yacía perfectamente encajado al de él, sin caer en pecado por el momento. En sus grandes y fríos ojos plateados se reflejaba perfectamente la mirada de una dama que quería saber más y más, sin darse cuenta que arriesgaba tal vez demasiado. Él permaneció serio y estático como antes, dejándola repasar distraídamente las manos por sus pectorales hasta que las dejó caer a lado y lado del cuerpo, cansadas. Le había descubierto, aunque no era excesivamente difícil averiguar su naturaleza maleante y pecadora. - Yo soy pecado. No se vivir de otro modo que abrazado éste. Lo predico, lo ejerzo, lo domino y lo expando lentamente por la sociedad. - Confesó calculando todas y cada una de las palabras que sus prietos labios dejaban escapar en siseos efímeros y disimulados con el silbido de la brisa nocturna. La seguía teniendo excesivamente cerca, por lo que pudo admirar detalladamente ese rostro. Pómulos marcados. Nariz recta y puntiaguda, aristocrática. Cejas perfectamente simétricas. Largas pestañas y una ligera capa de maquillaje típico de los escenarios. Era deliciosamente hermosa, y estaba sola. Sola para él. Se humedeció los labios con la lengua, dejando que esta serpenteara y los humedeciera restregándose contra ellos. No retiró la mirada, investigándola y desnudándola a través de ese par de ojos lascivamente expertos.

Ese par de ojos azules reflejaron una bondad corrompida por cicatrices del pasado aún sin coser. Eran demasiado predecibles esos asquerosos humanos. Finalmente, movió los dedos en la parte trasera de su cintura, acariciando la zona superior al lazo rojo con las yemas. Lo hizo pronunciadamente, para que sintiera esas manos divinas en ella. Quería despertarle sentimientos que otros hombres no lograrían sonsacar a esa belleza procedente del teatro. Su tersa piel evaporaba un perfume con el que el inmortal se deleitó largo y tendido tiempo. La luna llena quedó oculta tras las enredadas ramas de algunos árboles, marcando en el rostro de ambos franjas oscuras como las de las cebras de las sabanas africanas. El viento sacudió danzarinamente las ramas, que forzaron a bailar a las sombras proyectadas en sus rostros silenciosos. - He mirado vuestros ojos y ellos me han dicho que padecéis el dolor del pasado. Pecad conmigo. Pecad conmigo, dulce mujer de alma herida. Sólo mis pecados pueden hacer olvidar los vuestros. Pecad conmigo... - Pronunció con esa voz hipnótica, arriesgándose a que ella cayera en la cuenta del riesgo que corría y tratara de zafarse de su dócil agarre.

Lo que ella no sabía era que no tenía otra opción. O pecar o morir.
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Mensaje por Invitado Sáb Oct 30, 2010 9:40 am

Escalofrio


Toxico y mortal se fundió en mi piel como un veneno compuesto por el miedo, el terror, cualquier sentimiento que hiciera expandir la huía de un ser humano en un abrir y cerrar de ojos. Tal emoción se introdujo en mi espalda como un áspid, la de los bosques oscuros, la que termino con la vida de la Emperatriz Cleopatra mostrando su deseo de sangre con sus diminutos ojos negros como el baño nocturno que nos cubría. Su oración contrajo cada parte interna de mi cuerpo que fue capaz de recibirlo; odio, maldad, nada que señalara un rayo de bondad pues su corazón yacía sumido en las penumbras sin demostrar latido que a esas alturas hubiera podía comprobar dada la cercanía de mi pecho. Su gesto calculador y frio al humedecer sus labios hizo que la intensidad del veneno se ajustara mas como el corsé escondido tras la tela; seductor experto el que frente a mí se encontraba y que demostró una vez más que con el hecho tan simple de cerrar su mano en mi espalda podía tenerme a su libre merced.

El sabia mas, la sabiduría maligna que sus ojos irradiaban lo decía por sí sola. Conocía de mí más de lo que alguna vez pude mencionarle. Los orbes femeninos y sosegados de confusión le hablaban como un viejo amigo delatando mi ser interno y compaginándose con su persuasión que obtenía todo lo que necesitaba. Me tomo, con fuerza literal del mar de pensamientos en el que volvía a sumirme, su caricia me retrajo de tal forma que por un momento olvide verdaderamente en donde me encontraba para solo centrarme en el hombre divino que frente a mis ojos claros se hallaba. Sus dedos se deslizaron por mi espalda, hundiéndolos sin lastimarme pero lo suficiente como para tentar a una mujer presa de sus emociones. Mi cuerpo no ignoro el sentir y lentamente, al compas de que finalizaba la tortura pasiva, mi espalda se arqueaba con lentitud lujuriosa. Ya no había límites que nos separaran por más de que quisiera establecerlos. Incluso podía sentir como mi aliento cálido no era un misterio para él y mucho menos mis facciones y el aroma a rosal que siempre me acompañaba siguiendo el correr juvenil del viento.

Su voz, atrayente, varonil, llena de un atractivo casi experto se dirigió a mí sin perder el contacto de sus ojos fieros y los míos. Me pedía que pecara junto a él, que cayera en las brazas del infierno en su compañía sin importar lo que los profetas años tras años se molestaban en decir y a lo que muy pocos prestaban atención ¨el deber de llegar limpios a un firmamento después de la muerte¨. Aludida a mi cuerpo que desprendía una calidez sin igual ante la presión y el recorrer de mis ojos por cada una de sus facciones, no lograba unir los trazos para saber que responder exactamente; ¿salir corriendo? ¿Quedarme allí en manos del destino? ¿Alejarme?. Los recuerdos volvían a acecharme y no evite estremecerme sabiendo que él se daría cuenta al ser el portador de ninguna distancia aparente. Maldecía mil veces el día en que aquel hombre me despojo de mi moral, de mi inocencia, de mis sueños y mi pureza como mujer. Temía a todo y dudaba pero de manera atípica frente al Dios Oscuro solo me debatía entre qué camino tomar y cual no -¿No hay opciones para borrar el pasado?. Susurre viendo sus ojos en una batalla que impidiera emanar emociones de mas -¿Es...el pecado la única salida?. Si eres la solución enviada del abismo sabrás como responderme. La cercanía a sus labios gruesos y tentadores era evidente hasta para un vidente a lejana posición. Mi piel estremecida pudo mas así que me separe dándole la espalda al hombre poderoso, presa de las traiciones de mi propio cuerpo y la fija mirada tras de mi -Mas el mismo pecado recorre mis venas sin ser yo la procedente. Podría caer en la tentación que me pones en bandeja de plata pero el temor es tal que se involucra en cada extensión de mi ser ¿Es eso lo que buscas? ¿Llevarme hasta el fin del infierno? ¿Hacerme olvidar fundiéndome en el fuego mismo?. La distancia no era considerable, aun permanecía mas cerca de lo que yo creía, pero como si del propio herrero se tratase el me había unido a su presencia y quisiera o no, colocando mi alma en manos desconocidas, me hipnotizaba, me retenía...
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