Recuerdos del pasado [Privado]

Seguía sin acostumbrarme a aquello, a estar casada con mi amado inmortal. Acaso nunca me acostumbraría, pues no deseaba tomarme nunca nuestro matrimonio como algo garantizado, si no más bien continuar cimentándolo día a día con el fuego de nuestro amor. Intuía que debía alimentar esas brasas para tornarlas cada vez más brillantes y fuertes, persuadir a las estrellas de la constelación del cazador de que no se habían equivocado al traer a Erlend a mi, y de que como tenaz humana, me empeñaría en que aquel camino trazado fuese siempre el nuestro y que nunca se bifurcase para alejarnos.

Me encontraba sentada a la par de la ventana, inmersa en la gratificante tarea de verlo dormir y estudiar cada detalle suyo, cuando con el rabillo del ojo atisbé otra figura. Una que a lo lejos en el camino se iba acercando a nuestras ruinas, a aquellas que ahora comenzábamos a levantar y que poco a poco tomaban mejor forma para constituirse en nuestro hogar.

Bajé con prisa las escaleras, y tras abrir la puerta me sorprendió escuchar las palabras del mensajero. Me entregaba una misteriosa correspondencia que inmediatamente encendió no solo mi curiosidad si no también mi inquietud. ¿Quién enviaba notas a Erlend y cómo sabía que nos habíamos asentado en sus ruinas?

Me sentí tentada a abrir aquel pergamino que de alguna forma me perturbaba pero claudiqué en aquella idea. Confiaba en mi marido y no deseaba traicionar aquella confianza así que me armé de paciencia y procuré olvidarlo mientras salía de la casa aprovechando la luz tardecina y realizaba un par de diligencias.

Regresé justo al anochecer y dejando los paquetes que traía a un lado, devolví la atención a aquel papel que descansaba sobre una pequeña mesa ornamental en el pasillo y que de ninguna forma había abandonado mi atención. Subí las escaleras con grandes y veloces zancadas y entré en la habitación para toparme con un Erlend semi somnoliento que abría los ojos. Me acerqué y me senté a un lado suyo entregándole la nota e intentando leer las reacciones en su rostro para buscar así indicios de la importancia de la misma.

Él me entregó la hoja que leí con celeridad y que iba a comentar, propósito que quedó acallado en cuanto me tomó de la cintura y me orilló hacia él. Sonreí adentrándome en aquella mirada profunda que me hablaba de mar, arena y estrellas y que provocaba que me olvidara de esas ideas que vanas me parecían comparadas con la llamarada de sus labios o el torbellino de su cuerpo. Reí al caer entre las sábanas y durante horas me limité a desafiar con mis acciones a cualquier dios que con la mirada puesta sobre nosotros no se percatara de lo perfectos que éramos el uno para el otro.

Tiempo después me vestía y me acercaba a mi inmortal para que me ayudase a atar las cintas del corset, sintiendo como a pesar de la reciente entrega sus dedos rozando mi piel aún la erizaban. -También te quiero Min Doom.- Mis labios se lo demostraron con vehemencia al igual que lo hizo posteriormente mi mirada reflejo de la suya, y mis manos que acariciaban el rostro que no me cansaba de contemplar.

Una vieja conocida… palabras que procesé pero que provocaron que entrecerrara los ojos. ¿Qué implicaba aquel pasado compartido con esta mujer? Pensaba aún en ello cuando caminábamos hacia la taberna. Tan pronto entramos en ella y posé mis ojos sobre la escritora de la nota creí conocer la respuesta. Mis dedos presionaron la mano de mi esposo e incluso tironeé de esta, lanzando una mirada hacia sus ojos que le cuestionaba un momento.

-Un whisky doble.- fue lo que pedí al tabernero. Aquella mujer era despampanante de una forma exótica que resaltaba más por el contraste de su piel blanquecina, único indicativo de su condición de inmortal. Me bastó verla para pensar en antiguas civilizaciones y paraísos semejantes al Edén, y para imaginarme otras cosas que teniendo como escenario el paraíso provocaron que mi cejo se frunciera. -Adaline Cannif.- dije a manera de saludo, haciendo hincapié en el Cannif.

La sonrisa que mis ojos pardos capturaron provenientes de los labios de esa mujer y la forma en que observó a Erlend tras nuestra entrada en la taberna lograron tensionarme de inmediato. Una vieja conocida habían sido sus palabras al referirse a ella. Mi cejo se frunció ligeramente y mi mirada observó de soslayo a mi marido, protestando en silencio el hecho de que no me hubiera dicho la verdad.

Por supuesto que la vampiresa sentada en aquella mesa había compartido algo más con él. Lo noté en cuanto su mirada le recorrió al entrar en la taberna. Aunque a pesar de ello, fue la actitud de mi esposo la que logró relajarme un poco al atraerme hacia si sobre la silla en la que estaba sentado. Le pasé el vaso de whisky que me había pedido y tomé un trago del mío, para escuchar con atención el motivo de la reunión.

-Ya que es una reunión de amigos señorita… Black quisiera pedirle que se abstenga de volver a hurgar en mi mente. Comprenderá que no es algo que aprecio de buenas a primeras.- Mi tono era calmado pero firme. La única persona que había realizado algo semejante con anterioridad había sido Moira y supongo que no llegué nunca a considerarlo como una invasión a mi intimidad, si no más como algo acontecido de forma accidental. Sin embargo, el percatarme de que la mujer que se encontraba al otro lado de la mesa, era en realidad una inmortal y que también poseía esa habilidad despertó mi curiosidad a la vez que logró irritarme un poco. Al parecer alguien como yo era un libro abierto frente a aquellos de su raza.

Medité en ello tomando otro trago y de forma inconsciente me orillé más hacia Erlend, buscando la cercanía de su cuerpo. Aún habían muchos detalles con respecto a él, cosas que no le había preguntado. Él desconocía mi interés en la inmortalidad, y yo aún desconocía mucho acerca de su naturaleza. Por ejemplo, ¿podría él también leer mi mente en cualquier ocasión si así lo deseaba? No sé por qué la posibilidad me ruborizó. Mi mente divagaba en las ideas que tenía sobre él cuando me encontraba separada de su compañía durante el día, sentimientos vehementes y anhelos furtivos que antes no había experimentado con nadie y que únicamente había descubierto a su lado pero que me avergonzaba un poco comentarle.

Hice un mohín de descontento cuando escuché las palabras esclavizar tu inmortalidad. -Así que estuvo alejada mucho tiempo de la ciudad. ¿Cabe asumir entonces que solo está de paso?- Agité mi vaso un momento. En realidad la misiva había sido enviada a Erlend, yo solo había sido un añadido inesperado pero siempre el motivo de la reunión podía ser algo importante después de todo. Eso… o esta mujer realmente deseaba reiniciar algo con mi marido, idea que provocó que me embargara una sensación nada placentera, una que se abrió camino en mi interior con rapidez y que me indujo a beber casi la totalidad del contenido de mi vaso.