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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Erlend Cannif** Vie Oct 21, 2016 9:26 am

Demonios de mi abismo, gritos descontrolados en forma de historia. Un pasado que ahora venia a mi mente con cuerpos degollados, desgarrados frente a mis ojos. Un linaje quebrado, impotencia frente a los lobos. Cuervos sobre mi cabeza, alimento para buitres. Yo, allí inmóvil, muerto en vida esperando que Odin se apiadara de mi familia y enviara las valkirias.

Historia contada de la boca de mi prometida, historia que me llevaba mil años atrás, cuando tras la matanza me hice inmortal. Historia que no conocía, esa en la que ella regresaba en mi búsqueda, esa en la que a diferencia de lo vivido, parecía tener distinto final.
Varón, un varón era mi hijo, ese que vivió sabiendo quien era su padre y la trágica historia de este, ese al que nunca acune, ni enseñe a luchar. Cuna vacía, padre destronado y madre anegada en lagrimas, trágico final para una historia familiar. Un podría haber sido y no fue.

El alcohol no acallaba ni uno solo de esos demonios que desde el abismo me pedían lo de siempre, mas lo de siempre se quedaba corto, pues hoy mi desesperación era mas grande de lo que lo fue nunca.
Culpable por no haberla buscado al ser inmortal, pensando que de hacerlo, seria su final. Culpable de haberla vuelto a abandonar, y culpable por no haber sido lo suficiente fuerte como para proteger a mi linaje.
Ginebra, ron, vodka, nada aplacaba el ardor de las llamas del infierno que en mi se presenta.
Sangre, tengo hambre, mas tampoco la puta del callejón de atrás me consigue saciar.
Sexo, los demonios quieren sexo, aplacarse en las piernas de alguna dama, mas cual les da igual. El burdel esta cerca y el dinero mas que suficiente en mi bolsillo, mas emprendo otro camino.

Ese que me lleva a mi hogar, frente a la mujer que me da la luz, que me salva de esta oscuridad. Soy un monstruo, castigado por los dioses, que no la merece, ni la merecerá, mas la ama de un modo sin igual.
Cruzo el umbral de mis ruinas, esas que ella se ha dedicado a levantar. Una casa ahora cálida, acogedora y que como a ella, no merezco.

Me tambaleo en la entrada, demasiado borracho para hacer mucho mas. Mi mujer viene en mi busca, preciosa, deslumbrante y con una sonrisa que cambia al verme entrar.
Sangre salpica mi camisa, de la puta y de la pelea que apenas ya recuerdo, pero que busque para saciar bien no se que.

Acorto la distancia que nos separa de forma brusca, la necesito y la tomaré.
Mi cuerpo impacta contra el suyo y este es amortiguado por la pared del recibidor, que como lecho nos toma a los dos.
Mis manos alzan su falda sin mediar palabra mientras mis labios buscan su boca para beber de ella hasta la ultima gota.
Jadeo contra su cuerpo, mostrandole la dureza de mi virilidad que contra su vientre se hace mas que evidente mi necesidad.
Mi lengua cruza de forma ruda el precipicio de sus labios, entabla batalla en su boca, entre roncos gemidos que escapan de mis labios mientras mis manso arden contra la piel de mi mujer.


Última edición por Erlend Cannif el Sáb Nov 26, 2016 5:58 am, editado 1 vez
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Mensaje por Adaline Cannif Miér Oct 26, 2016 1:23 am

Era poco el tiempo que llevaba viviendo al lado de mi inmortal, muy breve si me fijaba en las fechas, contando las salidas y puestas del sol. Me parecía que apenas había sido ayer cuando había abandonado la casa de mi hermano; en ese entonces tenía el corazón destrozado, me encontraba a la deriva sin tener la menor idea de que haría con mi vida y en un futuro incierto no tenía demasiadas esperanzas puestas. Mi mente volvía a aquellos días de vez en cuando mientras adornaba la mansión en ruinas que poco a poco mi amor y yo habíamos ido reconstruyendo, apenas creyéndome que mi nueva vida fuera real.

Él me había dado dinero y libertad para decorar la mansión a mi gusto, pero yo había insistido en que también diera su opinión. Quería que le gustara nuestro hogar, que se sintiera complacido y que aquel lugar que antes visitaba para reflexionar y acallar sus demonios ahora se convirtiera en un remanso de paz para él. Y es que eso era exactamente lo que era para mi siempre que regresaba a casa, cuando corría a sus brazos y compartíamos besos ansiosos y caricias vehementes, amándonos locamente como lo hacíamos, incapaces de no tocarnos o de sentirnos, no podía ser más feliz.

¿Entonces por qué recordaba otros momentos más tristes? No podía precisarlo, quizás porque me costaba creer que me mereciera todo esto, porque necesitaba demasiado de él, o porque temía que de un momento a otro iba a despertarme y ya no me encontraría a su lado... Eran preocupaciones por las cuales me reprendía a mi misma, así que hacía un esfuerzo por olvidarme de ellas y me concentraba en él.

Los primeros días fueron algo desconcertantes para mí. Le observaba dormitar sobre la cama tras la llegada de la aurora y tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para no despertarlo, y otro aún mayor para abandonar el lecho. Permanecía un rato a su lado, acurrucada junto a él, escuchándolo respirar, acariciando suavemente su piel para volver a creerme que existía y luego me levantaba despacio, a veces cediendo al impulso de besar antes suavemente sus labios. Así lo había hecho esta mañana antes de dejarle para ir al mercado a abastecerme de más víveres que solo yo habría de consumir y que ahora abarrotaban las despensas de nuestro hogar.

También me había dado un pequeño gusto al visitar la biblioteca, adonde había solicitado cierto material de lectura y con ese pequeño tesoro en mis manos había regresado a casa. Ahora repasaba las líneas en silencio y con bastante concentración, aprendiendo con ellas un poco más acerca de Noruega, de los vikingos y de sus costumbres. No solo quería aprender el idioma, quería sorprenderlo y darle el gusto de saber acerca de sus prácticas, aparte de que sentía una curiosidad enorme por adquirir dicho conocimiento.

La noche había llegado y las horas transcurrieron, logrando que arquease el entrecejo al echar un vistazo al reloj de bolsillo que descansaba sobre el escritorio. Era la primera vez que Erlend tardaba en regresar y mi ansiedad de verlo de vuelta en la casa comenzaba a crecer. Ya no me concentraba en lo que leía, solo deseaba verlo atravesar la puerta de entrada para que calmase a la tonta de mí que ahora se movía inquieta sobre la silla imaginando todo tipo de tonterías, ninguna de las cuales apaciguaba mi ánimo. Tal era mi desventura al extrañarlo.

Me levanté corriendo cuando escuché sus pasos en la entrada y acudí hacia él con una enorme sonrisa, una que de inmediato se congeló en mi rostro al notar su estado. Su camisa estaba manchada de sangre y sus pies se tambaleaban. Olía escandalosamente a alcohol y no estaba segura de que era exactamente lo que reflejaba su rostro porque nunca le había visto así. -Amor ¿de adónde…?- La pregunta quedó perdida en el aire, de un solo tirón mi espalda golpeó la pared con él pegado a mi y sus manos, su cuerpo, sus labios se apoderaron de mi persona de forma tosca y brusca. Su boca bebía incansable de la mía y su falo despuntaba contra mi vientre, pero lo hizo de una forma brutal que inevitablemente me hacía arder en su intensidad y me asfixiaba, apenas permitiéndome respirar. -Er… lend…- intenté separarme de él, resistiéndome con mis manos para que aflojara el agarre, mientras buscaba el oxígeno que le hacía falta a mis pulmones.

Su mirada era roja, aquella que buscaba y que ahora me parecía vidriosa, perdida. Gruñidos suyos eran todo lo que escuchaba como respuesta. Me moví en aquel pequeño espacio contra él y la pared, intentando liberarme. -¿Por qué has estado bebiendo…?- Jadeé puesto que no me estaba dando la menor tregua, no se movía y su virilidad continuaba presionando contra mi mientras su aliento abrasaba mi rostro. -Sabes que puedes contarme lo que sea…- Percibí entonces una desesperación en él que me partió el alma a pesar del salvajismo que a la vez reflejaba. Me detuve un momento en un intento de llegar a ese él que sabía que estaba en algún lado detrás de todo el alcohol. -¿Qué es lo que te tiene así?-
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Mensaje por Erlend Cannif** Jue Oct 27, 2016 11:30 am

Sus palabras quedaban acalladas por mis labios que sin tregua devoraban su boca sediento. Sediento de mas alcohol, de mas sangre y de sexo. Los demonios que habitaban en mi gritaban, incapaz de dejarme escuchar la voz de esa mujer a la que amaba por encima de todas las cosas y que ahora luchaba por separar mi cuerpo del suyo cuando de normal, la lucha era justamente la contraria.

Mi falo despuntaba incendiando su vientre y con el tornado en llamas, mis ganas. Mis manos aferraban su vestido arrancándolo bruscamente y dejando así caer los jirones de tela sobre el embaldosado.
Ella trataba de razonar, casi de suplicar que le explicara el por qué de mi estado, mas yo era incapaz de entender, escuchar o pensar, solo oía a los demonios gritar.

Necesitaba que se deshiciera de mis pantalones, mas ella parecía mas bien empeñada en deshacerse de mi persona. Desabroche el pantalón, para que resbalando por las perneras quedara mi falo al descubierto volviendo así a golpear contra su desnudo vientre con fuerza, encerrándola entre la pared y mi cuerpo.
Mi boca recorrió aquel camino ya trazado, colisionando contra la suya que entreabierta recibía mi lengua en un duelo a muerte, bruscamente paladeaba cada rincón, reclamándolo, deseándolo.
Jadeé contra sus labios antes de alzarla por las nalgas para buscar que me acogiera en su interior, que me diera esa paz que suplicaba sin saber bien como hacerlo ,pues llevaba demasiados siglos siendo un monstruo, el peor.

Gruñí al sentir como me apartaba de nuevo, aunque apenas notaba la fuerza de sus manos o de sus piernas, ella una humana contra una bestia, siempre saldría perdiendo.
Mis ojos la buscaron un instante, ese en el que sus orbes pardos, anegados casi en lagrimas y desesperados buscaban en mi al hombre con el que se desposo en el bosque y no el inmortal que tenia enfrente.
La bajé con suavidad, cerré los ojos contra su frente, mi respiración entrecortada acariciaba sus labios una y otra vez. Mis manos se apartaron de su piel, dándole así la tregua necesaria, esa que sabia que ahora anhelaría.
-Lo siento -susurré siendo capaz por primera vez de silenciar a los demonios para anteponer a mi mujer.

Tenia miedo, estaba aterrado de que recogiera esa ropa, que hiciera la maleta y me dejara allí, solo. En esas ruinas que durante demasiado tiempo me habían servido para sofocar mis demonios  o mejor dicho, darles rienda suelta a todos y cada uno. Hoy ella lo había convertido en el hogar de ambos, ese lugar que quería compartir con ella de hoy en adelante, hasta que la muerte nos separe.
-No me dejes -supliqué asustado llevando mis manos a su rostro para acariciar sus mejillas, temblaba, acuné su rostro con suavidad abriendo los ojos para mirarla -te lo suplico ,no te vayas.

Si se iba me lo merecía, había estado apunto de emprender un camino de no retorno ,ese en el que hubiera tomado su cuerpo sin permiso, ese en el que nos hubiéramos autodestruido si es que mis actos no habían logrado ya ese efecto en la mujer que tenia frente a mi y a la que amaba mas que a mi propia vida.
No iba a excusarme, no ahora, solo quería que me perdonara, que me entendiera y que me abrazara.
Rocé con mis labios los suyos, volviendo a cerrar los ojos, aspirando su olor, ese a playa, a sal, a madera, a fuego.
-Min Doom -susurré contra ellos
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Mensaje por Adaline Cannif Mar Nov 01, 2016 3:03 am

Mis labios interrogaron por una respuesta que de él no había de llegar. El Erlend que hasta ahora había conocido se encontraba ausente, reemplazado por uno parecido al que vi aquella noche golpeando a muerte al sujeto que me había insultado y lastimado. Pero en aquella ocasión mi inmortal me defendía, en esta no había vestigio de razón en él, parecía torturado y al mismo tiempo tenía un brillo en esa mirada roja que parecía gritar por sangre, deseoso de pelear, consigo mismo quizás, conmigo incluso, pues no se detenía y su cuerpo me mantenía presa contra la pared de forma brusca, impidiéndome respirar por momentos, logrando que mis pulmones ardieran.

Mi mente daba vueltas, mareada al encontrarme sometida al impulso ilógico de mi marido que me arrancaba la ropa y me besaba bruscamente, reclamándome para si pero lastimándome al mantenerme apretada contra aquel improvisado lecho con su fuerte cuerpo contra el cual no podía hacer nada, pues yo era tan solo una mortal y en ese momento me percataba de lo fútiles que resultaban mis intentos por liberarme. Aún así me retorcí, procurando zafarme de él, intentando apelar a su amor por mí, repetí su nombre y comencé a retorcerme más porque ya no era solo él quien se encontraba ido, era también yo, quien prisionera de su ataque brusco ahora recordaba con demasiada claridad vivencias del pasado, momentos nada agradables en los que fui tratada como un mero envase para satisfacer a alguien en algunas ocasiones en las que no lo desee.

Ya no eran los labios de mi amado los que sentía contra mi, si no otros ajenos, unos que no encajaban bien con los míos y un cuerpo que no quería contra mi. Lágrimas ardientes rodaron por mis mejillas mientras me debatía, luchando contra mi esposo sin percatarme de que era él.

Sus manos me sujetaron por las nalgas dispuesto a terminar lo empezado pero algo le detuvo. Me depositó sobre el suelo con mi cuerpo tembloroso, mi dignidad estremecida, mis labios magullados y mi pecho violentamente ajetreado. Respiré finalmente, su frente descansaba sobre la mía, algo susurraba pero yo no oía nada. Sus labios rozando los míos me provocaron un respingo, sobresaltada lo aparté de mi. -No me toques.-

Me aparté de él tan velozmente como pude, poniendo espacio entre los dos, intentando recuperarme de lo que había sucedido, procurando dilucidar adonde me encontraba y con quien me encontraba. Aun temblaba violentamente cuando mis ojos regresaron a él.

-Nunca más Erlend, nunca vuelvas a intentar tomarme sin mi consentimiento. Nunca.- Mis nudillos estaban blancos al mantener apretados mis puños a mis costados. Ya no era la de antes, había cambiado, él me había cambiado al igual que nuestro amor. Ya no era una prostituta… y no iba a dejar que nadie, ni siquiera el esposo al que amaba con todo mi ser me tratara así.

Limpié con el dorso de mis manos las lágrimas en mis mejillas y me agaché para colocarme la ropa hecha jirones en un esfuerzo irracional por vestirme y recuperar mi dignidad. Aire, quería aire. Caminé hacia la puerta y salí al porche, observando el cielo y las estrellas e intenté tranquilizarme. Me senté en aquel asiento que colgaba de unas cadenas a manera de columpio y que entre risas y besos había pedido a Erlend que colocara para mí en la entrada un par de días atrás. El viento era frío y hacía sobrevolar mi cabello mientras helaba mi cuerpo pero poco me importaba. No quería entrar pero tampoco quería irme…

Parte de mi quería correr a abrazarlo y llenarlo de besos porque sabía que sufría y su sufrimiento me dolía como nada pero otra parte mía quería pegarle hasta quedarme sin fuerzas por la forma en que me había tratado… No me levanté, solo dejé que mis piernas impulsaran el columpio y me mecieran…  
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Mensaje por Erlend Cannif** Mar Nov 01, 2016 8:15 am

Desesperación, eso sentí cuando sus palabras rozaron con rabia mis labios antes de zafarse del monstruo que era y que ella bien había descubierto aquella noche al tratar de tomarla a la fuerza.
Un “no me toques” que se hundió en mis entrañas, un “no me toques” que los demonios gritaban quebrandome hasta que mi cuerpo ahora en llamas quedaba solo contra la pared donde la hubiera hecho mía si la razón no hubiera recorrido por un instante mi ebria mente.

Cerré los ojos posando la frente en esa misma pared que parecía ser lo único que me sujetaba en pie. mis ojos rojos como el fuego quedaron cerrados mientras a mis espaldas oí su llanto, su corazón desbocado y el odio que hoy mi esposa me procesaba, no son motivo.
No la culpaba, la hubiera hecho mía a la fuerza, porque estoy descontrolado, porque mi existencia es un infierno y ella arderá en llamas si no me alejo.
De nuevo sus desgarradoras palabras colisionando contra mi pecho, un “nunca mas” que no podía prometerle y con el, me di cuenta de que los silencios hablaban mas que las palabras y que esa debía ser la última vez que la tocara.

Dejé escapar el aire ronco contra la pared, incapaz de girarme, incapaz de enfrentar su parda mirada, sabia que de hacerlo me derrumbaría, que de hacerlo suplicaría y que de hacerlo, no me iría.
Un portazo fue el final de lo nuestro, ese que me dedico como despedida, se lo había suplicado “un no me dejes” que no le sirvió pues lo hacia, allí con los pantalones bajados, ebrio y solo sentí que de nuevo me moría.

Un puñetazo contra la pared, esa que mi esposa había empapelado con tonos pardos, cuerpo tenso, mandíbula apretada y un único deseo, que volviera, que me abrazara y que me perdonara.
Aun así, era consciente del engaño de mis deseos, porque yo nunca podría ser el buen hombre que ella necesitaba, porque esto se repetiría mas veces, y aunque bien era cierto que no había tomado a una ramera en las calles, había hecho algo peor, tratar como a una prostituta a mi propia esposa, a mi único amor.
-Min doom -repetí para nadie. Ella, mi perdición y yo la suya, ¿acaso no era cierto? estas palabras que hoy cobraban mas fuerza que las mismas estrellas que se apagaban denotando la perdida.

Mi desesperación se apodero de cada resquicio de mi cuerpo ,que ahora tras subirse los pantalones destrozó a su paso cada rincón de lo que ambos habíamos construido juntos. Rabia, rabia porque sentía haberlo perdido todo mas no por su culpa si no por la mía.
Abrí la puerta cuando nada quedaba en pie, cuando solo yo y mi paso tambaleante seguían vivos o mejor dicho muertos.

Apreté los puños la verla sobre ese columpio que aun quedaba en pie, ese que hacia escasos días había colocado para ella en nuestro porche.
Ese día que la columpié como a una niña entre besos y caricias. Miradas cómplices, amor, porque la amaba, eso podía jurarlo ante las constelaciones, ante los dioses, frente a su hermano o frente a sus labios.

No me detuve, camine hacia mi corcel, pues no quería complicar mas las cosas, porque estaba demasiado borracho, porque sabia que de quedarme aquello se repetiría, quizás no hoy, ni mañana mas eso era yo. Un monstruo sediento de sangre, lleno de demonios en un abismo en el que solo Adaline lograba prender de luz.
Aquella noche Ariyne me había contado las desdichas de mi hijo, las propias y con ellas, mi culpabilidad afloró. No les protegí los deje a su suerte, abandonados pensando que seria lo mejor.
Me odiaba tanto a mi mismo que ni siquiera era capaz de entender como alguien alguna vez me amo.
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Mensaje por Adaline Cannif Vie Nov 04, 2016 1:52 am

Aún me mecía en el columpio, mi mente era un caos y tenía las emociones a flor de piel. No podía dejar de mecerme, de alguna forma ese movimiento me ayudaba a sosegarme en un intento de liberarme de los temblores que aún se adueñaban de mi cuerpo. Apreté sin embargo con mis manos las cadenas que sostenían el columpio, porque a pesar de todo quería regresar con él.  

Necesitaba regresar al interior de la casa y afrontarlo, necesitaba gritarle, pegarle, que me abrazara, que me susurrara palabras de consuelo en los labios, qué me hiciera sentir segura como siempre me había sentido junto a él, pero nada de eso hacía porque mis piernas tercas se empeñaban en mantenerme adonde estaba, porque por momentos estaba demasiado perdida en el pasado que ahora volvía con fuerza y en otros aún le sentía estrujándome contra la pared, incapaz de oírme, sin que mi voz pudiera alcanzarle, porque aunque intentara buscarla su alma se alejaba de la mía.

El ruido de una serie de golpes hizo que alzara el rostro y dirigiera la mirada hacia nuestro hogar. Detuve el movimiento del columpio justo en el momento en el que le veía salir por la puerta. Parecía un huracán, aquel vikingo que arrasaba con fuerza, que era capaz de destruirlo todo a su paso, con la mirada incendiaria y los puños cerrados. Ni siquiera hizo amago de haberme visto, siguió de largo hacia su corcel como si yo no existiera.

Me levanté con rapidez y lo seguí con los labios apretados, prácticamente corrí en su dirección y cuando aún estaba a unos pasos del corcel le cerré el paso colocándome frente a él. Mi respiración era violenta y mi cuerpo volvía a temblar presa de la agitación, pero ahora era una muy distinta. ¿Se marchaba? Así nada más, ¿fingiendo que no me veía? ¿Así acababa todo? ¿Y nuestro amor? ¿Y los juramentos que nos habíamos hecho el uno al otro? ¿Qué no se percataba de que aún al estar furiosa con él no lo dejaba de amar ni un segundo? Que lo seguía necesitando más que al aire, más que a nada, ¿qué lo amaba desesperadamente, más que a mi vida?

Di unos pasos hacia él y golpeé su pecho con mis puños. Dos, tres, muchas veces, descargando mi enojo y mi frustración. ¿Cómo podía pensar ni siquiera un segundo en irse? Mis puños lo golpeaban fútilmente porque por primera vez lo sentía lejos, como si no pudiera llegar a él y no me gustaba esa sensación, me desgarraba por dentro. -No puedes irte Erlend. No dejaré que te vayas.- Dejé caer las manos a mis costados, no quería pegarle, me dolía lo que veía en sus tormentas. Quería consolarlo, quería alcanzarlo adonde estuviera en ese momento, llegar hasta él. -No puedes irte Min Doom.- dije vehementemente, fijando mi mirada en la ajena, buscándole a él y avancé un paso. Sin contenerme lo estreché en mis brazos; eso era lo único que necesitaba, su cobijo, su piel, su persona, a él.

-Min Doom… no quiero que me dejes nunca.- Lo dije suavemente, olvidándome de mi enojo, pensando sólo en él. Acaricié dulcemente su espalda, pegada a su cuerpo, indispuesta a que se moviera un ápice para alejarse. -Déjame llegar a ti Erlend… regresa conmigo, no quiero que cargues tu pena solo.- Acuné su rostro en silencio hurgando en sus atormentadas tormentas, que viera reflejado en las mías que lo necesitaba. Lo acontecido en el interior de la casa me había llevado de vuelta a mi pasado, uno frío y sin sentido que sólo él había logrado apartar de mi. No necesitaba otra cosa más que regresara a mi, que comprendiera que siempre lo iba a estar esperando, en las buenas y también en los peores momentos.

Acerqué mis labios a los suyos y lo besé como si fuera la primera vez, buscando el sabor de esos labios que siempre iban a ser mi perdición, más allá de toda lógica, de toda razón. Lo necesitaba y si él no regresaba yo bajaría a su lado a su abismo, aferrándolo con fuerza para que nos quemáramos juntos los dos.


Última edición por Adaline Cannif el Dom Nov 13, 2016 12:00 am, editado 1 vez
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Mensaje por Erlend Cannif** Sáb Nov 05, 2016 6:21 am

Ciego de rabia, mas no con ella si no conmigo, ebrio e incapaz de pensar con claridad atajé el camino hacia mi caballo hasta que mi esposa se colocó frente a mi cortándome el paso
Un silencio que hablo mas que las palabras y que pronto se trasformo en puñetazos contra mi pecho, esos que merecía, esos que soporte y esos que añoré no fueran mas fuertes para hacerme reaccionar de una vez.
Sus palabras me cobijaron de un modo u otro, esas que me mostraban que pese a su enfado, necesitaba que habláramos, que le explicara en porque de mi ebria llegada y posiblemente que la abrazara de algún modo.
Sus manos cayeron inertes a los costados de su cuerpo, sus puños cerrados, rendida frente al monstruo.
Temblaba y mis manos se unieron a su temblor por la rabia la impotencia y el amor.
La quería mas que a mi propia vida, pero era un maldito monstruo que la destrozaría.
Min doom ,aquello me hizo alzar los ojos para hundirlos en sus dos orbes castaños, esos que reflejaban los míos y me mostraban el fuego de nuestro matrimonio.

Alcé la mirada la cielo, allí la constelación del cazador brillaba con la misma fuerza que le otorgó algún dios.
-Soy un monstruo -susurré casi sin voz -esto se repetirá, lo se yo y lo sabéis vos.
De nuevo aquella mujer aferraba mis manos tirando de mi, sacándome de ese abismo donde estaba sumido. Sus dedos recorrían mi espalda por debajo de la camisola llevándome a la calma, su rostro contra el mio, su aliento recorriendo mis labios, embriagándome de pasado.
-Te necesito Min doom -ciertas esas palabras como ciertas eran las anteriores.
Sus manos acunaron mi rostro, suplicando que le dejara llegar a mi, lo que no se había dado cuenta es que no quería un mi, si no un nosotros.
Mis manos rodearon su cintura para pegarla contra mi piel cuerpo, ese que la ansiaba desde el primer momento.
Necesitaba ese abrazo mas que a la misma vitae de la que era fiel esclavo.
-Te quiero -susurré antes de que nuestros labios se fundieran en uno como la primera vez.
Salitre, fuego, maderos, sabor a dioses, a estrellas a gestas y a un matrimonio lleno de promesas.

Beso que se convirtió en eterno, que ascendió sin duda hasta Asgar y que allí se celebro con una fiesta en honor nuestro, pues sin duda esa mujer era una Valquiria o no podía entender como era capaz de domar a un vikingo fiero.
Solo bastaba sus labios para darme de beber, sus ojos para darme de comer y su piel para convertirse en mi todo, en mi nada, en mi luz y en mis estrellas.

-Adaline -susurré contra sus labios -hoy he visto a Ariyne en el bosque, quería explicarle lo nuestro, contarle que nos habíamos desposado, disculparme y anular ese compromiso que ya no puede cumplirse porque os amo.
Mas no encontré a Ariyne si no a la misma Katherine. Es una historia larga Min doom y el frio arrecia aquí fuera.
Cubrí con la capa de pieles de oso sus hombros volviendo a pegarla contra mi cuerpo pasando sobre sus hombros mi brazo para en un abrazo caminar hacia nuestro hogar.
-No te asustes, prometo que aunque tenga que trabajar el resto de la noche volveré a dejarlo como estaba.
Mi paso era tambaleante, mis ojos estaban vidriosos por el alcohol, mas de cierto modo volvía a ser yo.
Acaricié con suavidad su cintura, los demonios aun gritaban, necesitaba tomarla, mis ojos rojos lo decían. Mas guardé las formas, mientras buscaba sus labios con cierta desesperación, mas con una calma fingida que trataba de demostrarle mi propósito de enmienda.
Sabia que ella necesitaba respuestas y se las daría, por muy doloroso que rememorar las palabras de Katherine me resultara.
-No me dejes ir -susurré al cerrar la puerta de nuestras ruinas tras de mi.
Aquella conversación no iba a ser fácil y temía perderme por el camino.
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Mensaje por Adaline Cannif Lun Nov 14, 2016 11:59 pm

Negué con la cabeza cuando se auto denominó un monstruo. Aún con los temblores recorriendo mi cuerpo y una marea de sentimientos encontrados inquietándome y causándome desazón, una cosa tenía clara. Él no era un monstruo. No lo era hoy ni lo sería nunca. Él era mi todo, mi complemento, el amor que me había sacado de las aguas embravecidas para demostrarme que mi vida podía tener sentido cuando yo ya había abandonado la idea de que alguna vez le encontraría alguno. Erlend era quien había acudido en el momento preciso, cuando me encontraba a la deriva, sin un lugar que pudiera llamar hogar. Él se había convertido en mi faro y con su luz continuaba atrayéndome hacia él con tanta fuerza como lo había hecho apenas hace unas noches atrás.

Mis manos continuaron surcando su piel, encontrando en ella el sostén que me parecía que en ese momento necesitábamos el uno del otro. Sus palabras, un te necesito y un te quiero bastaron para calentar nuevamente mi alma. No necesitaba más que eso, sus ojos podían seguir enrojecidos, podía destruir toda la casa y las mansiones aledañas, podía beber todo el alcohol que aguantara su organismo, podía arrancar corazones y podía incluso arrasar conmigo al encontrarse perdido si al final de todo regresaba a mí. Sus labios se fusionaron con los míos logrando que las estrellas de aquella constelación que volvía a marcarse en el cielo esa noche brillaran con mucha más fuerza.  El viento a nuestro alrededor arreció con mayor ímpetu y pude ver en mi mente pequeños retazos de nuestra primera entrega, del apasionamiento desmedido de nuestra pasada noche de bodas y también escuché su voz al volver a aquel claro adonde aún con el juicio nublado decidimos unir para siempre nuestras vidas entre mutuas promesas.

-Te quiero también.- Una verdad que susurré manteniendo mi frente pegada a la suya, con nuestros alientos entremezclados y nuestras respiraciones acoplándose en una sola, procurando encontrar mi sostén en la manera en que sus brazos abrazaban mi cintura. Alcé la mirada para enlazarla con la suya y en sus profundidades lo encontré de vuelta a él.

Pero sus siguientes palabras me hicieron temblar. Ariyne… esa era el nombre de quien apenas corto tiempo atrás era su prometida, de la que mujer que poseía su corazón cuando lo conocí en la playa. Aquella mujer de quien me convertí en rival sin pretenderlo y sin conocerla, de quien no había preguntado muchos detalles, consciente de que su lazo con ella existía pero procurando no conocer demasiado sobre cómo era o quién era. Quizás me aferré a esa ignorancia porque sabía que le había causado a ella una pérdida irreparable o quizás porque temía demasiado el lugar que pudiera ocupar aún en el corazón de Erlend.

Las manos masculinas cubrieron mis hombros con las pieles de oso, posiblemente había visto el temblor que se adueñaba de mi cuerpo. Con ese pequeño gesto él me cuidaba ahora, a pesar de su estado, a pesar de su desesperación, de aquel encuentro recién realizado del que temí escuchar. Comprendí al fin por qué había llegado en ese estado. Katherine… ese segundo nombre que había pronunciado aquella vez en la caverna, cuando me contó sobre su pasado, sobre el inicio y el final de su gran amor.

Sin soltarnos regresamos a la casa, adonde el caos que se desplegaba frente a mis ojos hizo que me detuviera un momento. Nada, absolutamente nada de lo que habíamos construido en los pasados días había quedado en pie. Todo estaba arruinado, destrozado, partido en pedazos, reducido a múltiples fragmentos, en aquel lugar que pensé que sería nuestro hogar.

Lo miré de soslayo cuando aseguró que lo reconstruiría todo y lo sostuve de ambos hombros porque aún tambaleaba al caminar.

Sus labios volvieron a tomar los míos y los recibí con ansiedad, una que comenzaba a formarse muy adentro mío y que iba creciendo cuando tras cerrar la puerta lo guié hacia la sala, para que tomase asiento sobre la alfombra. Me separé de él despacio y me acerqué a la chimenea para encender los leños, momento que aproveché para que, dándole la espalda no fuese testigo de todas las emociones que se reflejaban en mi rostro y que conformaban una maraña en mi interior. La leña comenzó a crepitar al encenderse y la luz anaranjada de las flamas creció lo suficiente para que regresase junto a él. Me senté a su lado y lo tomé de la mano, enlazando mis dedos con los suyos, buscando a mi amor, procurando escuchar sus palabras para encontrarle algún sentido a lo que acababa de pasar entre nosotros, al tormento que su rostro y todo su ser aún reflejaba.

-Sabía que tenías que terminar con el compromiso… pero admito que me tomó por sorpresa que hubieras ido a verla tan pronto.- Hice una pausa, mordiendo mi labio, meditando en ello. En realidad tenía que haber sido así, no podía postergarse de ninguna forma.

-También temía el momento en que la vieras…- Quizás no se lo había dicho, pero para qué negármelo a mí misma. Sentía temor de que lo hiciera, de que una vez frente a ella todo se le removiera por dentro, de que se percatara de que nos habíamos casado a la carrera, de que quizás supiera que estaría mejor a su lado y no al lado de alguien como yo. Ella seguramente sería más buena, más merecedora y mucho mejor.

Desvié la mirada y la fijé en las flamas de la chimenea, flamas que crecían pero que no hacían nada para calentarme. -Cuéntame que pasó.- le pedí sin comprender aún a que se refería con que se había topado con Katherine... con su amor de mil años...

Me acerqué porque necesitaba de su contacto, porque precisaba comprender que había ocurrido en aquel encuentro. Sabía que había perdido mucho hace un milenio pero ¿había perdido otra vez esta noche? La respuesta la tenía frente a mi y me gritaba que si… y al mirar a mi alrededor y observar la destrucción sentí un terrible desasosiego en mi interior, porque sabía que aquello que veía era un reflejo de lo que su alma llevaba por dentro... y por primera vez no supesi podría seguir llegando a él...
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Mensaje por Erlend Cannif** Miér Nov 16, 2016 5:10 am

Guiado por los labios de mi mujer, esos que hoy se me antojaban el único camino de vuelta, la seguí hasta al alfombra.
Ebrio me deje caer en ella, tratando de retener su menudo cuerpo contra el mio. Tal era mi necesidad de ella, que esa distancia que interpuso para prender la chimenea se me antojo excesiva, ardiente y completamente espesa.
Como si una bruma nos alejara y apenas pudiera verla, tocarla, el tiempo se me hacia eterno. Se que aquella noche seria diferente, que ella estaba intranquila, el bombeo incesante de su corazón me lo gritaba.
-Te quiero Adaline -susurré mientras esta seguía encarada a la chimenea, posiblemente tratando de entender cual era mi problema y el por que de este lamentable estado en el que había llegado a casa.

Posiblemente se le habían pasado mil ideas por la cabeza. Intuyo que dada mi fama, una de ellas es que otro cuerpo había abrigado el mio aquella noche en la que el alcohol corría por mis venas. Le fallé en muchas cosas, mas no en esa. Desde nuestra boda y antes incluso, ella fue la única mujer con la que había yacido.

El crepitar de las llamas sobre los leños, la luz anaranjada sobre nuestros cuerpos y de nuevo el cuerpo de mi mujer junto al mio, regalándome su calidez. mi boca busco su cuello necesitado hoy mas que nunca de cada resquicio de su piel.
Su olor, ese a mar, a maderos y a fuego inundo mis afectados sentidos mientras mi nariz rozaba su cuello con los ojos cerrados portándome a aquel día en que la conocí, ese en el que cambio mi mundo y también el suyo.

Nuestra relación no había sido fácil, yo prometido, ella con otros obstáculos en su camino..pero allí estábamos, juntos. Dioses, estrellas, el universo o nuestro sino, ¿que mas daba todo? Si yo la quería con locura, con fe ciega y para siempre.
Escuché sus palabras, esas que eran ciertas, pues no le había avisado de mis intenciones de ver a Ariyne, posiblemente porque no quise preocuparla, era algo que tenia que hacer solo, se lo debía.
-No podía estar contigo mientras ella seguía planeando nuestra boda, nuestro viaje..no podía -confesé abatido.

Miedo, eso era lo que ella confesó sentir, quizás por la desconfianza en este inmortal que se la había ganado a pulso durante todos estos siglos. Mas podía prometerle, que no hubo nada en el bosque entre nosotros, mas que dolor, un dolor tan profundo que arrojo mi alma al abismo para que la devoraran los demonios.
Aquella noche había vuelto a perderlo todo, lo que creía una realidad, ahora sabia era otra y el sentimiento de culpa me devoraba con tal intensidad que me sentía arder con el contacto de mi muejr.

-La abandone, y lo he vuelto ha hacer -susurré casi sin voz. -hace mil años, cuando mi linaje ardió entre las llamas y los cuervos se comieron su carnaza, ella volvió a por mi.
No me abandonó como yo siempre creí, regreso, mas yo ya no estaba. Me había trasformado en el monstruo que soy ahora, nunca la busqué, ni a mi hijo. Pensé que era lo mejor para los dos, vivir con su manada.
Estaba lleno de odio, demasiado, si los buscaba, yo seria el que emprendiera una vendetta que llevaría a su padre y a esa manada que destrozo a mi familia a la muerte mas extrema.
Durante años los odie, cada noche deseaba descuartizarlos y cada día, pensaba en no buscarlo para no dejarme llevar por mis instintos primarios.

-Ariyne me confesé que ella busco la venganza que yo no fui capaz de dar, no vengue a mi linaje por amor y ella lo hizo en mi lugar. Trágico fue su final y mas trágico el de mi hijo, que tuvo que perder no solo un padre sin haberlo conocido, si no a su madre.
Mi hijo fue humillado por esa manada, mientras su padre no hacia nada.

Impotente apreté los puños, necesitaba mas alcohol, y mi mirada busco de forma inconsciente el mueble bar con la respiración agitada y los ojos perdidos.
De nuevo los demonios gritaban.
-Katherine, hizo un pacto con unas brujas y ha ido saltando de cuerpo en cuerpo hasta dar conmigo. Ariyne, es Katherine y al he abandonado por segunda vez -confesé antes de tratar de ponerme en pie para buscar lago que beber.
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Mensaje por Adaline Cannif Jue Nov 24, 2016 10:26 pm

Las flamas de la chimenea crepitaban con fuerza iluminándonos a ambos y permitiéndome de esa forma no perder detalle de mi esposo cuando mi mirada volvió a él. Más no fueron esas flamas las que calentaron mi cuerpo cobijándolo en aquel recinto, fueron sus labios que buscando mi cuello volvían a hacerme temblar, mi esposo siempre me haría temblar de una forma u otra, y nunca dejaría de incinerar mi piel. Mis manos acariciaron su pelo mientras ladeaba mi cuello, logrando de esa forma sosegarme un momento, preparándome para lo que habría de contarme.

Necesitaba demasiado de Erlend, ahora más que nunca en esta noche, pero sabía que igualmente él necesitaba de mi. Acaricié su mano despacio, animándolo de esa forma a que me contara sobre aquel encuentro. Asentí con un movimiento ligero de mi cabeza cuando dijo que no podía seguir conmigo sin hablar con ella, que ella siguiera haciendo planes, y lo comprendí. -Hiciste lo correcto.- Aunque me abatiera, sabía perfectamente cuando lo conocí que no era libre, y ahora él había acudido a acabar con su compromiso, por mi.

Una breve pausa de silencio se alzó entre nosotros, mis latidos se aceleraron, no podía dejar de estar inquieta. Los ojos de mi amado refulgían un rojo tan intenso como el del fuego de la chimenea. Entonces vino su relato, aquella verdad que era desconocida para él. El regreso de su amada en su búsqueda, el desencuentro, la remembranza de todo lo que había perdido. No solo a todos los suyos, o a aquel grande amor, también a su hijo…

No pude evitar que las lágrimas brotaran de mis ojos al escuchar cual había sido el destino de aquel hijo al que nunca conoció y comprendí la razón de su profunda tortura, los remordimientos que lo acosaban. -No tenías manera de saberlo.- Sé que mis palabras no brindaban un consuelo pero me dolía que se torturara así e igualmente sentía su dolor. Yo sabía lo que era la pérdida de aquellos demasiado importantes para ti pero nunca había perdido a un hijo y sabía que ese conocimiento que ahora él poseía debía estar desgarrándolo. Me acerqué a él y tomé su rosto en mis manos hundiendo mi mirada en la de él. -Tu hijo creció, vivió, vino al mundo gracias a ti y al gran amor que sentías por su madre. Aún si su vida no fue fácil, si por sus venas corría tu sangre, debe haber sido fuerte y haber afrontado todo con entereza. Estoy segura de ello o no habría sido tu hijo.-

Lo vi apretar los puños y dirigir la mirada al mueble bar. Ahora me explicaba algo sobre como Ariyne y Katherine eran la misma persona. Lo veía derrotado, nunca le había visto en ese estado. Negué con la cabeza cuando intentó levantarse, ahora comprendía por qué había llegado alcoholizado y por qué buscó mi cuerpo en cuanto puso un pie en la casa. Lo había hecho con desesperación pero a comparación suya él era tan fuerte que me sentí forzada al no comprender lo que sucedía.

-No más alcohol.- Me moví para rodear su cintura con mis brazos. -La has dejado una segunda vez por mi…- Ambos lo sabíamos, y comprendía que para él no debía de ser nada fácil, y que yo era la razón de que le atormentase este nuevo remordimiento. ¿Qué podía decirle realmente? ¿Cómo podía consolar ese dolor? No podía más que amarlo con cada átomo mío, entregarle todo lo que yo era y procurar recordarle cada día que él era todo para mi.

-Te quiero y no quiero que sufras.- Mis labios buscaron los suyos, fundiéndose con ellos para aliviar su dolor, mi lengua cobijó a la suya entregándose a aquella batalla que le buscaba con todo lo que yo era y con todo mi amor. Las yemas de mis dedos continuaron acariciando su rostro mientras un beso largo e intenso intentaba acariciar su alma. Mi frente se posó sobre la suya un momento mientras calmaba mi respiración. Mis labios volvieron a buscar su rostro, besando sus mejillas, sus pómulos, su barbilla, su cuello. Trazando caminos que evocaban a las olas rompiendo contra el mar. No tenía otra manera de consolar su alma más que esta, pero su alma ahora era la mía y sus cargas las mías también.

Lentamente me deshice de mi vestido roto, quedando desnuda frente a él. Tiré suavemente de sus pantalones y lo observé bajo la luz de la chimenea. Mis manos acariciaron suavemente su piel, regodéandose con el tacto, sintiendo como tanto mis dedos como su pecho se erizaban sin remedio, pero eran sus tormentas las que me hablaban en ese silencio, eran ellas en las que me adentraba sin necesidad de palabras y cada caricia mía sobre su cuerpo nos permitía comunicarnos en ese idioma que solo conocíamos él y yo, ese que nos permitía hacer el amor.

Me fui colocando a horcajadas sobre él, abrazando su cintura con mis piernas, moviéndome despacio contra su virilidad, acariciándola con la entrada de mi centro y prendiendo así las llamas de nuestros cuerpos. Volví a tomar su rostro, apoderándome de sus labios mientras me deslizaba sobre su mástil, acogiéndola con mi cavidad presta para él, me mecí contra sus caderas, perdiéndome en su boca. Solo quería entregarme a él y cobijarlo con la fuerza de mi amor, continuar acariciándolo con mis manos y que sintiera la fricción de nuestras almas, porque lo necesitaba, porque lo quería, porque no concebía mi vida sin él, porque si él no existía, si no estaba conmigo, yo tampoco existía. El era mi todo y lo único que me importaba era su felicidad.
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Mensaje por Erlend Cannif** Sáb Nov 26, 2016 5:57 am

La luz de mi abismo volvía a regalarme su sustento, la cordura que a mi embotada cabeza le faltaba, mientras sus labios trataban con palabras de animarme, de prometer que mis decisiones fueron correctas, mas la creí, lo hice porque la amaba tanto que creer en otra cosa era pecado.
Mas que mi hijo creciera sin padre, saber que luchó desde que tan solo era un bebe en los brazos de su madre, y ser ahora consciente de mi abandono, no una si no por dos veces a esta, me hacia sufrir condenándome a un infierno para el que el monstruo que moraba en mi interior no estaba preparado.

Sus manos frenaron la inercia de mi cuerpo necesitado de mas alcohol, ella y su abrazo se convirtió en mi sustento cuando mis ojos perdidos se engarzaron en los ajenos bailando despacio.
Un te quiero que me supo a demasiado, quizás a perdón por haber ido borracho, por haber tratado de tomarla a la fuerza en la desesperación de mis actos.
No era una buena persona, ni siquiera era eso, solo un monstruo sediento de sangre y de otras cosas, mas que la amaba sobre todas las cosas.
Cerré los ojos cuando su boca apresó la mía, dejando que su lengua se deslizara entre mis labios buscando el cobijo que a mi me faltaba y ahora mi esposa me regalaba.
Duelo a muerte entre nuestros labios que no tardaron en incendiarse cargados de deseo, pasión de unos cuerpos que se buscaron desesperados.

A su vez, mientras yo ardía, ella con la yema de sus dedos dibujaba sobre el lienzo de mi rostro pequeñas caricias que me hacían sentir único, acariciaba mi desesperación atrayéndome hacia esa luz donde ella estaba, dejando atrás la oscuridad que me atrapaba.
Sonreí contra su boca, la primera muestra de felicidad de la noche, que hizo suya, como la luna pertenece a la noche y el sol al día.

Gesto suave al desnudarse frente a mis ojos, miradas que hablaron por nosotros, ahora no había oscuridad, solo ella, yo, nosotros.
La admiré como quien lo hace frente al altar de la misma Freya, pues intuía que esta era incapaz de competir con ella en belleza.
Mi mujer, mi perdición, hoy mi único amor. No me arrepentía de nuestro enlace, de haberla conocido en la playa, de nada ..pues ella era mi futuro, mi presente ni vida y mi muerte.

Mi ropa callo al suelo , guiada por picaras sonrisas de mi esposa, que hoy había decidido ser ella la que me despojara del peso que mis hombros soportaban, haciéndome flotar contra su cuerpo.
Jadeo ronco que escapo de mis labios cuando esta subió sobre mi regazo, acariciándome no solo el cuerpo si no el alma entera.

Su sexo abrió sus paredes para dar cobijo a mi abultada virilidad, que erguida se adentraba en su interior con fuerza, necesitada de su calor.
Gruñí contra su boca al sentir como serpenteaba contra mi cuerpo, en una danza lenta que me quemaba por dentro.
Nuestras bocas se encontraron de nuevo ,apasionadas, manantial del que bebí con ansiedad cargado de lujuria mientras mi lengua se perdía por cada resquicio de su interior saboreandola.

Mis manos se afianzaron en sus caderas, moviendolas para que la penetración fuera mas profunda, mis ojos hechos fuego la miraron dejándola danzar sobre mi, completamente excitado por los movimientos infernales de esa mujer que podía transportarme con el ritmo de sus caderas al cielo para que lo rozara con mis dedos o al infierno llevándome a la locura.
-Mas -gruñí dejándome hacer por esa vez, dejando que mis sentidos recorrieran su piel al tiempo que mi boca surcaba su mandíbula, marcándola con mis dientes para alcanzar su cuello.
Sangre desorbitada corría por sus venas llevándome al placer mas infinito al sentirla presionar mis labios.
Jadeé succionando su piel ,marcándola con mis colmillos, era mía y quería que todo el mundo viera que la poseía.
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Mensaje por Adaline Cannif Jue Dic 01, 2016 12:15 am

Mis manos sobre las mejillas de mi esposo, que no se cansaban de prodigar caricias a ese rostro al que ya me había acostumbrado como al aire que ingresaba en mis pulmones pero que no por ello dejaba de maravillarme cada vez que mis ojos volvían a ser testigos de cada uno de sus rasgos perfectamente cincelados, rasgos que por más que conociera volvían a acelerar mi corazón a la par que lo aceleraban cada uno de sus gestos. Atenta al mirarlo noté el sutil cambio en sus tormentas, enrojecidas aún pero ahora adquiriendo un tinte más oscuro, uno que denotaba el mismo deseo de las mías que oscurecidas lo miraban de vuelta, encontrando mi reflejo en ellas.

Mis caricias continuaban despacio, disfrutando de cada nuevo contacto con su cuerpo, sin prisas, deseando entregarle todo el amor que le prodigaba, y que nunca creí llegar a sentir por alguien hasta que el conocerle desmintió todas las nociones prestablecidas que en mi predominaban. Erlend me había escuchado decirle que le quería pero no estaba segura de haberle explicado hasta que punto había volteado mi vida de cabeza, había tanto de mi que antes desconocía y que ahora anhelaba entregarle, apoyarme en él para que juntos descubriéramos todo aquello que me resultaba nuevo y que junto a cualquier otro me hubiese orillado a escapar. Pero no él, con él todo cambiaba, incluso yo misma. Con él, por primera vez, yo deseaba tenerlo todo, quería compartirlo todo y creer que juntos podíamos echar adelante este matrimonio que estaba predestinado desde el momento en que nos conocimos en la playa y su cálida arena recibió a nuestros cuerpos orillándonos inevitablemente a entregarnos el uno al otro.

Mis labios seguían pegados a los suyos, mi lengua explorando en el interior de su boca, luchando con la de él, perdiéndose en las sensaciones húmedas y dulces que me regalaba la suya en una nueva batalla en la que ambos nos enzarzábamos con pasión y con amor. Necesitaba, quería darle todo por medio de la expresión de mis sentidos, de mi tacto, de mis labios que buscaban los suyos con ahínco y con fervor, del movimiento de mi centro sobre su falo, que mantenía un ritmo que deliberadamente se movía despacio, buscando envolverlo, encenderlo de forma lenta, sin prisas, entregándole todo esta noche en la cual estaba decidida a consolarle, a que se apoyara en mi, a tocar su alma de la única manera en que podía hacerlo, con el amor que él me había hecho conocer.

Una sonrisa suya en un gesto tan ligero que podría habérmelo perdido pero alcancé a vislumbrarlo y ese movimiento de sus labios fue como un bálsamo que se abrió paso con rapidez. Sonreí a mi vez, incapaz de apartar mis ojos de él tan siquiera un segundo. Mis manos tomaron las de él, enredando mis dedos con los suyos. No le permitía moverse aún, ahora era yo quien dominaba la situación, quien se movía sobre su mástil enhiesto y duro. Los movimientos de mi feminidad húmeda y dilatada buscando complacerlo despacio, contrayéndose repetidamente contra él y succionándolo con ella, felándolo profunda e intensamente con mis paredes que le hacían el amor y que aún no le permitían embestirme. Notaba como su inquietud crecía, la forma en que su respiración se enronquecía a cada segundo.

Sacudidas en mi cuerpo, placenteras y excitantes, un preludio de lo que vendría. Mi inmortal me pide más, se pierde con sus labios contra mi cuello, marcándome con sus colmillos, succionando mientras ladeo mi cuello para facilitarle el acceso. -Te quiero.- Palabras que surgían frente a la chimenea mientras mis caderas ahora si, se movieron libremente contra las suyas, repitiendo su nombre al encontrarse a merced de sus primeras embestidas rotundas y profundas, que ahora hacían temblar todo mi ser entre gemidos consecutivos como única expresión que irrumpía nuestro alrededor.

Me dediqué a cabalgarlo con intensidad, mis pechos a la altura de su boca se erizaban bajo la cercanía de su aliento, uno que al mezclarse con mi piel lo encendía todo, como lo hacían sus manos que aferraban mis caderas, sus labios que suavemente recorrían mis pezones, erizándolos, logrando que con sus movimientos mi cavidad latiera más, sumergiéndome en el más absoluto placer. Sus manos se deslizaban para aferrar mis nalgas con fuerza, mis uñas rasguñaban la piel de su espalda, mis latidos rápidos y fuertes se incrementaban al mismo tiempo que lo hacían nuestros gruñidos y jadeos que crecían rasgando el silencio del salón.

Aquella marea invisible que creábamos los dos se intensificaba, mi esposo y yo éramos dos maremotos que poco a poco íbamos aumentando en fuerza y vigor. Mis mejillas estaban húmedas ahora, lágrimas que ni siquiera vi venir, porque comprendía ahora que mis miedos eran infundados, que él y yo estábamos hechos el uno para el otro y que debió ser así desde que nací.

-También quiero más amor mio.- Una afirmación que apenas alcancé a jadear contra su boca, un orgasmo intenso me recorrió. Me separé un momento de su cuerpo, girándonos a ambos, dejando que ahora él estuviese encima mio, mis piernas inmediatamente abrazaron su cintura. Apenas podía respirar, ¿se podía implosionar de puro amor?

Sobrecogida por la intensidad de lo que sentía llevé su mano hasta mi pecho ajetreado, justo por encima de mi corazón. -Por ti.- fue todo lo que atiné a decirle, adentrándome en sus tormentas, deseando comunicarle que mis latidos existían por y para él. Ahora, después, aquí, adonde fuera, siempre. -No me dejes nunca.- Un ruego que salió de mis labios de forma quizás infantil, pero que expresaba mi único sentir. Su voz, su mirada, su abrazo, su sonrisa, él, era todo lo que necesitaba para vivir.
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Mensaje por Erlend Cannif** Vie Dic 02, 2016 5:02 am

Un te quiero que escapó de sus labios llevándome al mismo Valhalla. No había mejor cena que su piel contra mi boca, que su sangre desaforada impulsada por ese corazón que era mio, o así yo lo notaba.
Destino que nos unió en aquella playa, estela del cazador sobre nuestras cabezas, un deseo que se trasformó en leyenda.
Eso era nuestro matrimonio, la consumación absoluta de como el destino todo lo puede, de como cuando dos almas se encuentran no existe nada que pueda contra ellas.
Los dos habíamos andado mucho hasta llegar sobre esta alfombra que acogía nuestros cuerpos al ritmo de sus caderas.

Caderas que se movían libres sobre mi virilidad endurecida, atrapada entre la humedad de sus paredes, haciéndola vibrar, regalandole vida.
Jadeos bruscos de nuestros labios regalándonos nuestro aliento, sustento que nos mantenía vivos por el momento.
Sonrisas que se desdibujaban cuando nuestros labios colisionaban explorándose de nuevo, recorriendo senderos trazados por nuestras lenguas que se batían en duelo.

Su pecho contra mi boca, condena que me elevaba al cielo, succioné su piel enredando mi boca en sus pezones mientras esta arqueaba su cuerpo moviéndose cada vez mas rápido, presa de una excitación que ambos sentíamos desde que las gélidas aguas del mar nos atraparon.
-Te necesito jadeé contra su piel.

Se lo había dicho muchas veces, demasiadas, pero no estaba seguro de si entendida hasta que punto mis palabras eran ciertas. ¿No veía el miedo dibujado en mis ojos cada vez que la admiraba? No entendía como por fin los dioses eran capaces de favorecerme, de regalarme a una mujer perfecta. Esa que era capaz de calentarme en las noches mas frías, de llenar de luz cada una de mis sombras y de dotar de sentido, el sin sentido de mi existencia.
La amaba, la amaba como nunca supe que podría volver ha hacerlo ,sabia que había renunciado a mucho por unir su vida a un inmortal, un monstruo, pero suplicaba que no me soltara porque de hacerlo me perdería en el infierno.

Intensidad, nuestros cuerpos se fundieron como lava expulsada por un volcán, ardíamos golpeando nuestras caderas con un ritmo demencial, y yo solo podía mirarla, admirar sus dos pardos ojos que ahora completamente oscuros me regalaban la verdad mas pura que jamas había experimentado, amar y ser amado.
Llevo mi mano contra su pecho, para mostrarme lo que yo sentía de lejos, que su corazón latía por y para mi y yo respiraba por y para ella.
-No me dejes nunca -palabras cargadas de miedo que pronunciamos la unisono.

Los dos estábamos asustados, pero ¿quien no es un cobarde en el amor? Yo la necesitaba tanto que temía que un día abriera los ojos y no viera al hombre si no al monstruo.
Sonreímos contemplándonos, como quien se ve por primera vez y se da cuenta de que ya no existirá un mañana sin el otro.

La volqué sobre la alfombra enlazando ahora mis manos a las suyas, clavandola muy dentro para que me sintiera. Nuestros ojos seguían fijos, intensos, como tormentas dispuestas a caer sobre el otro.
Jadeos, gemidos bruscos con cada movimiento que lejos de ser humano parecía el de los mil huracanes en los que se habían trasformado nuestros cuerpos que bailaban desenfrenados haciéndonos perder el juicio.
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Mensaje por Adaline Cannif Lun Dic 12, 2016 3:05 am

El crepitar de las llamas de la chimenea que iluminaba la estancia me permitía observar a Erlend con su rostro tan cerca del mío. El fuego crecía desaforado en esos maderos atizados por alguna mano invisible para intentar rivalizar con las llamaradas que producíamos ahora él y yo. Incapaz me sentía de dejar de tocarlo, su palma descansó un momento sobre mi pecho, él escuchaba mis latidos mientras yo lo observaba, contemplando el movimiento de su boca que al mismo tiempo que la mía me pedía que no le abandonase.

Una sonrisa afloró en mis labios cuando escuché esas palabras, mis manos ahora se unían a las suyas, sus dedos enlazaban a los míos y él me regalaba otra sonrisa que me hacía sentir en el cielo de su cuerpo y de su compañía. Estocadas que comenzaban nuevamente cuando nuestros cuerpos desnudos sobre la alfombra volvían a fundirse de forma perfecta, como siempre lo han hecho, dos cuerpos que de alguna forma fueron creados para entregarse entre sí. Sus tormentas me llegaban al alma, en ellas veía todo, el inicio de lo nuestro y la continuación que él y yo creábamos en ese mismo momento. Nada deseaba más que eternizar cada segundo a su lado, congelar el tiempo, continuar sintiendo como se hundía profundamente en mí una y otra vez.

Descargas sensoriales que recorrían cada parte mía, sus labios que me embriagaban, sus gruñidos en mi boca, mordidas que prodigaba a sus labios reclamándolos como míos, míos como todo él era mío. Sus labios que existían para mí como existía su cuerpo, su alma y ese corazón que aunque me dijeran que había dejado de latir al nacer su inmortalidad yo sentía vivo a cada instante, él me lo regalaba cada segundo que compartía a mi lado.

-Nunca.- musité ahogadamente. -Nunca, nunca, nunca te dejaré…- Sus caderas arremetían contra las mías de forma salvaje, internándonos en una nueva erupción que calcinaba nuestros sentidos amenazando con acabar con la poca cordura que aún mantenía presente. -Erlend…- Nombre que repetía una y otra vez mientras mis dedos presionaban sus manos con fuerza, queriendo creer con cada parte de mi misma que él nunca me dejaría ni yo a él.

Sonrisas que no podíamos dejar de intercambiar, ni siquiera comprendía como mi cuerpo lograba aún resistir, entre cada respiración continuábamos siendo una extensión el uno del otro, su placer era el mío y el mío el suyo. Nuestras manos que ahora se separaban para permitirnos tocar la piel del otro, mis dedos que con intensidad recorrían cada músculo de su espalda, cada cicatriz de cada batalla suya que traían consigo una nueva historia de la vida del vikingo y que yo deseaba conocer. No me alcanzaría la vida para que él me contase todo lo relacionado con su vida y su pasado.

Sus manos sobre mis pechos, mis pezones endurecidos por su tacto, la manera en que me estremecía de nuevo, el poder percatarme de como él podía percibir la manera en que erizaba mi piel y como mis terminaciones nerviosas enviaban cada reacción que me provocaba a través de su espina dorsal. Gemidos que ahora golpeaban las paredes con su fuerza, ya nada me refrenaba. Mi esposo me llevaba al éxtasis, la lava que producíamos era intercambiada por nuestros cuerpos, emanando del uno hacia el otro. No quería que parara nunca. Mío, mi inmortal era mío sin importar nada de lo que hubiera sucedido antes esa noche.

Perdida en él, mis dientes mordían con fuerza su clavícula cuando volvió a empalarme profundamente una y otra vez con tanta fuerza, hasta que finalmente la lava se derramó compelida por el volcán de nuestra pasión y él me regaló otra vez su simiente. Caí agotada sobre la alfombra, con el cuerpo sudoroso, aún abrazada a él. Él caía ahora sobre mi pecho, su almohada, aquella que siempre estaría presta para él. Intenté recuperar el aliento, nuestras pieles estaban cubiertas de sudor, mis latidos desbocados debían retumbar bajo su oído.

Volteé a verlo y me perdí en las profundidades de sus ojos. -Min Doom...- susurré. Sonreí, acariciando su rostro con el dorso de mis dedos. Mi cuerpo de piel blanca y juvenil estaba satisfecho sobre la alfombra, mi cabello negro desparramado de forma desordenada alrededor de mi rostro. Me encantaba la manera en que el color de la piel de mi marido contrastaba con la mía. Me encantaba mi marido, todo él. Bastaba que mis ojos se posaran en él para que mis latidos volvieran a acelerarse y lo deseara otra vez.

Mi marido… ¿de verdad era mi esposo? -¿Qué hice para merecerte?- Busqué su cuerpo, el calor de sus brazos, mis labios besaron dulcemente su pecho. Mío, mío, mi Erlend era mio y nada ni nadie podía negar la veracidad de esa palabra. Apenas me creía que lo fuera. -Mío.- mordí su pecho suavemente y suspiré contra su piel. –¿Te puedo marcar como mío?- bromeé y reí felizmente, con el pecho henchido de aquel sentimiento con el que él me cobijaba, aquel con él que yo le arropaba también. Aquel que emanaba de nosotros al mirarnos... que se sentía palpable en el salón... y que no era otra cosa que el más puro amor...
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Mensaje por Erlend Cannif** Mar Dic 13, 2016 8:06 am

La alfombra, lecho en el que nuestros cuerpos se sacudían sin tregua, ardía. Sediento de sus labios los tomé de forma salvaje, paladeando cada resquicio de vida que había en ellos, mordiendo su inferior, rozándolo con mis colmillos que estaban fuera de pura excitación.
Nuestras miradas parecían mas vivas que el propio fuego que nos calentaba.
Ojos rojos como las llamas azuzados por sus pardos que salvajes los convertían en tormentas  que caían sobre ella.

La amaba, lo hice desde el primer momento en esa playa. Me lo negué tantas veces esa noche creyendo que solo seria una mas, pero no fue así. Mis labios la buscaron, era la primera vez que en mis mil años la necesidad de que su aliento sustentara el mio me resultaba necesaria.
Ella se había convertido en el único motivo de seguir con esta no vida que durante mucho tiempo anhelo el Valhalla.

Tenia miedo de que me dejara, mas el modo en el que aferraba mis manos parecía decirme sin palabras lo contrario.
Sus labios enrojecían los míos, poseyéndolos sin tregua, casi podía sentir mio ese corazón que desbocado latía en su pecho regalándome el deseo mas profundo, mi sustento la vitae que ansié tomar pero no hice por miedo a que la magia de hacer el amor con los dedos entrelazados se difuminara en ese momento.

Si, algo hoy era distinto, la miraba como si ella fuera la reina de mi mundo, y cada embiste la convertía en eso, en lo único que pretendía adorar en ese momento.
Gemidos que nuestras bocas aplacaban. Y Sus palabras me confirmaron algo que hizo tambalearse el mundo de inseguridad en el que vivía.
No me dejaría y eso para mi era mas de lo que merecía.
-Te necesito, creo que si te vas, si te das cuenta de que soy un monstruo me convertiré en el peor de todos ellos. -Fui sincero.

Sus piernas me atrajeron para hacer mas profunda cada penetración, estábamos tan cerca de rozar el infierno con los dedos que el fulgor del fuego solo eran ascuas comparadas con nuestros cuerpos.
Tomé sus pechos con mi boca, succionando sus pezones con fuerza, apretándolos con mis manos, atrayendolos una y otra vez hasta mis dientes para morderlo, enloquecerla.

Sacudidas de placer que envolvían nuestros cuerpos, gemía mi nombre, aplacando sus ganas contras mi clavícula.
El deseo nos convirtió en demonios sedientos, lo quería todo de ella, su cuerpo, su rostro, sus ojos..
Sus caderas me buscaron perdidas en un frenético movimiento en el que los dos alcanzamos un fuerte orgasmo que tenso nuestros cuerpos, antes de caer extenuados sobre la alfombra de nuevo.

La admiré con una media sonrisa, su pelo esparcido en la alfombra, su rostro, perfecto.
Mis dedos se pasearon por el, todavía incrédulo de que esa mujer pudiera amarme y su pregunta me llevo al cielo.
-¿que hice yo para encontrarte? Adaline, nunca te lo he dicho, pero creo que no soy capaz de vivir sin ti. Soy muy orgulloso para confesar estas cosas y quizás el alcohol hoy hable por mi. Pero el día que iba a dejarte en tu casa, dispuesto a no mirar atrás...me di cuenta que de hacerlo me quedaría contigo y el que se fuera se perdería por el camino.
No fui capaz, porque tu eres mi vida y mi muerte, porque mi camino acaba con el tuyo.

Estaba aun demasiado borracho como para pensar con claridad, mas ninguna palabra hubiera sido tan real de estar completamente sobrio.
-Marcamé -susurre mirando sus dos orbes -hazlo.
Me gustaba que fuera posesiva, que necesitara saber que yo era tan suyo como ella mía.
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Mensaje por Adaline Cannif Sáb Dic 17, 2016 11:50 pm

Abrazada a mi inmortal sonreí cuando acarició mi rostro, su tacto embriagador me calentó el alma. El sencillo movimiento de sus yemas sobre mis pómulos me transmitía todo sin necesidad de palabras, amoroso y protector a la vez. Pensé entonces en todas las distintas facetas que conocía de él. En como su furia podría arrasar con todo a su alrededor y al mismo tiempo, ese vikingo fuerte y tormentoso me regalaba su dulzura, su pasión, el deleite de su entrega salvaje, la fuerza de su abrazo, la intensidad de su mirada y el regalo de sus palabras al decirme que me quería. Únicamente él era capaz de sobrecogerme así, de hacerme temblar con solo mirarme. Aún la piel de cada rincón de mi cuerpo estaba completamente erizada por la manera en que acabábamos de hacer el amor.

Tomé sus manos en las mías y con mis labios cálidos y húmedos besé cada uno de sus nudillos con lentitud y fervor, sin apartar mis ojos de los suyos. Su mirada me perseguía en mis sueños cuando dormía. Aquellas tormentas rojizas adonde me adentré ahora, pudiendo ver en ellas el espejo de mi propio ser. En sus profundidades me veía a mi misma y le creía cuando me dijo que no podía vivir sin mi.

Sus palabras contundentes e inesperadas se abrieron paso en mi interior sacudiendo cada una de las fibras que me componían. Recordé claramente aquel momento, cuando llevándome en su corcel nos dirigíamos de vuelta a la casa en la que me hospedaba. La desazón de mi pecho al pensar que esa el adiós definitivo. Toda la emoción embotellada al creer que únicamente tendríamos una noche para recordar, no me creí con derecho a más.

De nuevo mis ojos se tornaban nublados, humedeciendo con calladas lágrimas su pecho. Permanecí en silencio tras oírlo, escuchando en mis oídos las pulsaciones de mis propios latidos mis dedos acariciando cariñosamente su piel. Lentamente me moví, cambiando de posición y me recosté sobre él, observando su rostro, mis dedos le acunaron. -Si me hubieses dejado en esa casa en aquel amanecer, mucho de mi se hubiera perdido. Sé que me necesitas pero yo también te necesito amor mío, con la misma fuerza, como no alcanzo a expresar. Ni siquiera lo sabía hasta conocerte, lo perdida que estaba en aquel cuadro de mi vida de acontecimientos vanos y noches vacías. No me conocí a mi misma ni supe realmente quien era hasta que te conocí. Te amo Erlend. ¿Crees que podría vivir sin ti?- Negué con la cabeza y mantuve mis ojos fijos en los suyos para que leyera mi verdad.

Acerqué mi rostro al suyo, incapaz de no sentirme orillada a él, de desearlo todo, de amarlo a cada segundo. Aún con mis dedos acariciando sus mejillas, lentamente hundí mi lengua en su boca, buscando cada resquicio de esta, saboreando su lengua, su esencia, cada trazo de su inmortalidad que me regalaba en cada beso nuestro plagado de amor. Su boca me supo a whisky, a mar y a sal, a los cuatro elementos en sutil evocación de ese lecho de arena junto a las olas que podía sentir de nuevo al cerrar los ojos para perderme en la realización de que cada beso compartido entre los dos siempre me sabría a algo verdadero, profundo y real. Al misterio de un sentimiento encontrado junto a él, a su misma esencia. Profundicé el beso reclamándolo todo y bajé por su barbilla con mis labios. Descendiendo pasé mi lengua por su cuello adonde me detuve a succionar su piel, a reclamarla como mía, le marqué de esa forma y de seguro se notaría al día siguiente.

Sonreí, descansando mi rostro sobre su pecho y rodéandolo con mis brazos otra vez. -Vámonos de viaje, solos tú y yo amor mío. Volvamos al mar y disfrutémonos el uno al otro. Quiero tenerte solo para mi y conocer todo aquello que aún no conozco de ti. Vámonos lo antes posible... compláceme con ello. - Mis latidos ahora se aceleraron como nunca. -Erlend… nunca he sido tan feliz como lo soy ahora, ni creo que merezca serlo, pero de alguna forma tus dioses y las estrellas han entrecruzado nuestros caminos. Tengo miedo de que algo vaya mal, intento no pensar en ello pero si algo te pasara a ti, si de alguna forma te arrancaran de mi lado, yo también me moriría amor.-

Lo miré con emoción apenas contenida, necesitaba que él supiera todo lo que significaba para mi, todo lo que quería darle. -Te amo por no haberme dejado en esa casa aquel día. Ahora tu eres mi hogar. Reconstruyámoslo todas las veces que sea necesario.- dije mirando pensativa el desorden a nuestro alrededor. -Una y otra vez… que nada nos venza nunca, siempre que estemos juntos.-

Guardé silencio y lo observé contemplativa, al cabo de unos segundos fruncí el cejo. -Te deseo.- demandé, necesitada de él.

Me separé de su cuerpo para enderezarme y tiré de sus manos para que se levantara y me siguiera hacia la habitación. Allí, de pie sobre la alfombra lo admiré otra vez. Dos cuerpos desnudos, el mio de juveniles curvas con los rayos de la luna que se colaban por la ventana reflejados sobre mi blanca piel. Hecha para él, estaba segura de que cuando nací ese era el plan de los dioses. El otro, el cuerpo de mi esposo, el mismo que nuevamente ajetreaba mi respiración, uno aguerrido, bien formado, viril, majestuoso, dudé que el mismo dios del trueno le llegase a los talones. Mi propio dios vikingo, pensé.

Entre pasos acaricié su piel, tomándolo de las manos para que rodeara con ellas mi cuerpo. Las brasas volvieron a encender mis dedos al recorrer los músculos del suyo, mis labios mordieron sensualmente los masculinos y susurré contra ellos. -Tómame otra vez…-



FIN DEL TEMA
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