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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Thackery Laine Miér Nov 09, 2016 2:11 pm



Condenables sean mis acciones, impía es la falta iterada. ¡Pérfida es mi alma! Que serpentea por el camino azaroso, obligado a hacer oídos sordos a la voz del espíritu abnegado. Malditos sean los monarcas, que beben el vino más vetusto, torrente de sus súbditos, drenando la esperanza bermeja. Oh, triste Clementine, no tengo vergüenza. No soy sino la vil extensión de los gusanos que ahora alimentas con tus restos. Sí, de tus labios he sacado la bendición de la indulgencia. Sí, he sido bienvenido en tu morada — ah, ¡por siempre tuya! — Pero por qué, dime de una vez, juzgo un acto de hurto y no un acto de honra en tu memoria. Será tal vez la intransigencia de tu espectro, incapaz de liberarse de este plano. Perdóname. Consideraste mi pesar, anciana desinteresada, al poco tiempo de ver mi rostro por primera vez. Tus palabras  fueron tan fuertes como efímeras, ¿y así debo pagarte? Enterrando tu cadáver, y hurtando tus posesiones. Que tu alma tenga piedad de la sangre inexperta. Entenderás, que hasta en el incorruptible y tierno luto la carencia es ciega, y por tanto no puedo ignorar estas oportunidades. La historia se repite; primero con mis progenitores, luego contigo. No hay respeto por el dolor en estos tiempos. No, no lo hay.

Anteayer había enterrado a Clementine, dueña de una pequeña tienda de antigüedades. Durante mis primeras semanas en tierras francesas jamás tuve la dicha de conocer a alma más solemne como la de ella. Aficionado por el enigma de las reliquias, resguardé mi interés por el misticismo en su colección. En cierto punto la mujer, de fascinante erudición, se prestaba a ser objeto de mi caprichoso estudio antropológico. En verdad mis visitas no tenían fin comercial, pues, ¿con qué dinero iba a costear aquellas piezas? Estas eran, en cambio, el alimento de un niño, impresionado por la naturaleza de los fenómenos históricos y sociales, que podían hallarse en tales objetos. De modo que cada cierto tiempo convenía entre nosotros una buena charla; al menos los días en que se encontraba presente. Porque había también momentos en los que el negocio era atendido por una jovencita, con la cual creía no hallar motivos para querer entrar. Cuanta pena sentí entonces por su muerte, aún viendo a esta tan natural, tan bella como lo es la vida. Dentro de mi designio egoísta sabía, que ya no sería oyente de sus historias. Ella estaba al tanto de mi repentina situación, de mi patria, de mi hermana, y fui alguna vez autorizado a tomar alguna de sus pertenencias a la hora de su fallecimiento. Profético corazón, ¡que horror! Que horror, presagiar así la fatalidad.

Tan improvisada como benévola, hice su voluntad. Quedando a merced de su petición, ingresé a la residencia abandonada terminado mi turno en el cementerio. Sin pensarlo mis pasos se dirigieron primeramente al dormitorio, en busca de ropa para Anelli, así como de algún juguete, pues me había hablado de algunas muñecas, tanto de trapo como de porcelana. Rogaba así mantener soberanía sobre mi juicio, y no ser sometido por la tentación de la súbita (en el fondo hipotética) potestad. Tomando lo que sería para mi hermana, fui también en busca de algo de mi querer, deteniéndome en la biblioteca. ¡Vaya ciencia de interés! Muchos de esos libros estaban escritos en lengua arcana, lejos de mi comprensión, y fue cuando comencé a sentirme incómodo. Lo interpreté como el prudente reflejo de la vergüenza al exceder mis ultrajes.
Sin embargo, no tuve reparo al observar el antiguo piano al costado de la biblioteca, estratégicamente ubicado, si me lo permiten. El que nosotros entonces poseíamos sería vendido para cubrir ciertas necesidades de las que fuimos carentes en su momento. Me senté en la pequeña banqueta, y ubiqué sobre las teclas mis dedos, mismos que de principio resbalaron torpemente, a falta del continuo adoctrinamiento sobre el instrumento. En la soledad no existía presencia alguna que pudiera cohibir mi canto. Así comencé a recitar la letra de una vieja canción de cuna finlandesa, que hacía referencia al mar, y para Anelli, que hacía referencia a mis padres.




Última edición por Thackery Laine el Miér Abr 19, 2017 8:28 pm, editado 3 veces
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Mensaje por Vanessa Ende Dom Dic 04, 2016 6:49 pm

Cuando abandonó su hogar, lo hizo con la esperanza de que ya las desgracias no irrumpirían en su vida, ni en la de Ryley. Su hermano mayor le había prometido que todo estaría bien, que nada, ni nadie, iban a hacerle daño. Y Vanessa creía firmemente en esas palabras. Sin embargo, desde hacía un tiempo, todo aquel sueño maravilloso empezó a derrumbarse lentamente. Su hermano, a quien siempre había visto sonreír, parecía ensimismado en la apatía, y eso la entristecía más de lo que pudiera afectarle a él. Pero Vanessa nunca le mostraba debilidad, muy al contrario, quiso hallar la manera de hacer algo para evitar la caída de Ryley. La situación para él no era la más agradable, y aunque no se viera implicada por completo en el asunto, no podía dejar que un ser querido estuviera en esas condiciones. Le alentaba a seguir adelante, a pensar en que todo se solucionaría. Le repetía las mismas palabras que él le decía cuando vivía en casa de sus padres; eso quizás lograba hacerlo sonreír por un momento.

Pero, ¿qué más podía hacer? La sola idea de ver a su hermano sumido en la oscuridad, le removía la conciencia.

Mientras caminaba por las habitaciones de la casa en donde vivía con su hermano, encontró el relicario que le había regalado hacía años. Aquel objeto despertó recuerdos gratos y no tan gratos; y fue cuando recordó entonces a Clementine. La señora de la tienda de antigüedades que tanto valor le había sumado a su vida, y la misma que la apoyó cuando se quedó sola en casa. Tenía varios meses que no la veía; la señora Clementine solía desaparecer por largas temporadas. Incluso, ni se le solía encontrar en su casa, una enorme residencia apartada de las zonas comunes.

Como Ryley no se encontraba en casa, Vanessa creyó encontrar una buena oportunidad para visitar a la única amiga que había tenido hasta ese entonces. La idea le levantó el ánimo, y sin pensárselo mucho, fue a ver a Clementine. Para la muchacha no hubo tiempo, ni siquiera noche, que le impidiera seguir el camino hasta la antiquísima mansión.

En un principio no se atrevió a profanar la entrada al no ser atendida en seguida. Pero, ya un poco más preocupada, y con más confianza, abrió la enorme puerta principal. La casa por dentro estaba desierta, a pesar encontrarse con los miles de objetos que pertenecían a la señora Clementine. Para Vanessa no era extraño tropezarse con esa escena, ya que, muchas otras veces, había ocurrido lo mismo. Sin embargo, esta vez, tenía un mal presentimiento, así que se dispuso a recorrer los recovecos de la residencia sin percatarse de que las horas pasaban hasta dar paso a la más oscura noche, lo que hizo pensar a Vanessa en pasar una velada ahí y no salir por nada. Era evidente su fobia; su miedo hacia los vampiros aún seguía presente.

Se refugió en una de las habitaciones, y ayudada por la luz vacilante de un candil, se dispuso a leer uno de los libros que se hallaban ahí, hasta que se quedó profundamente dormida. Su sueño fue tranquilo, hasta que el sonido de las teclas de un piano la alertaron. El corazón de Vanessa se aceleró; ella no creía en fantasmas, pero sabía que quien estaba abajo no era Clementine. ¿Se trataría de algún intruso? ¿Y si era un vampiro? Su cabeza daba vueltas, pero, en el silencio le pareció escuchar la suave voz de su amiga, intentando tranquilizarla.

La brisa fría golpeó con fuerza los cristales de las ventanas, haciendo un ruido estrepitoso, como cuando una tormenta se acerca. La jovencita se quedó petrificada en su lugar, y sin hacer uso de su razón, corrió por el largo pasillo, dirigiéndose al ático. El lugar le serviría para esconderse. Pero, cometió el error de mover unos baúles de manera tosca y éstos hicieron estremecer todo el piso de madera.

—Lo siento, lo siento... —se disculpó, como si de verdad Clementine estuviera viéndola desde algún lado—. Ya lo arreglo. Yo no quise, de verdad. —Y los pasos acercándose, ascendiendo las escaleras, hicieron que su voluntad se helara.

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Mensaje por Thackery Laine Sáb Feb 11, 2017 4:09 am



Por unos momentos, las teclas tronaron con efluvios de melancolía, extendiéndose por todo el recinto; como si de repente este adquiriera tonalidades más lúgubres, revistiéndose con patrones que la noche de por sí ya ofrecía. Era yo, o al menos era una parte mía, desprendiéndose al son de los acordes, extrañamente bien digitados. Aquello, lejos de agobiarme, no hacía más que despertar el entusiasmo sepultado en mis recuerdos de Porvoo. Las últimas prácticas sobre mi piano no podrían nunca haberlo igualado. Me sentía bien. Quizás lo suficiente como para reprochármelo instantes después y detener con acritud la ejecución de la pieza, tomando la decisión de tapar las teclas, y volver a sepultar dichas memorias. Probablemente esa haya sido mi interpretación más impúdica. ¿Acaso no era menospreciar el acontecimiento? En otra ocasión, tal vez, hubiera negado su incumbencia con la burla. Supongo entonces que la lógica pierde cierto crédito cuando se trata de alguien a quien solías respetar.

Me apresuré así a inspeccionar los últimos rincones de la planta baja en busca de utilidades, haciendo caso omiso al polvo que los objetos pudieran tener. Esto me llevaba a preguntarme cómo es que nadie había usurpado la vivienda de la anciana o, en el mejor de los casos, cómo es que nunca había sido reclamada por alguien que conociera, cuando a su funeral habían asistido más que un par de personas. Fuera como fuera, a esas alturas las suposiciones podían considerarse desdeñables, y yo aún necesitaba alimento. Tomaría entonces lo que todavía no estaba rancio y me marcharía con las demás pertenencias en mano; pero fue cuando oí movimiento en el primer piso. Pensé en las alimañas que debían ocultarse en el ático, pues no supondría ser una sorpresa en vista del abandono del lugar. El sonido me era un poco lejano, pero a pesar de todo nítido. Bien podría ser un humano. O bien podría ser algo peor; no diré cómo me sentí al considerar esa posibilidad. Hubiese sido más sensato de mi parte encaminarme hacia la entrada principal e irme, pero cuando quise recapacitarlo ya me encontraba subiendo las escaleras cual idiota.
Y sin embargo no esperaba encontrarme tal cosa.

Una silueta femenina, delicada, de sencillo atavío. Al correr el cortinaje de la única ventana en busca de luminosidad, reconocería su rostro. Era ella, la ayudante de Clementine.
— Oh, es usted. —Para aquel entonces mi mente ya había empezado a crear posibles lazos familiares con la difunta, con lo cual tampoco podría explicar mis sentimientos al respecto. Si minutos atrás criminalizaba mi entradera, esto no hacía sino exacerbar el bochorno con cual escarmentaba. Quería irme, lo único que quería era irme. Aún cuando no dejaba de extrañarme su presencia allí. La mujer había estado presente en su entierro.
— L-Lo siento. No ha sido mi intención asustarla. —En cambio, lo que sí podía entender era su notoria cara de espanto —Mi nombre es Thackery. He ido varias veces al negocio de la señora Clementine —me aclaré, desviando instintivamente la mirada al suelo. ¿Luego qué? No había manera digna de excusar mi presencia, por lo que menos podía cuestionar la suya.—. Yo... Lo lamento mucho. No la he visto en el entierro.
Y sin más comencé a retroceder sobre mi camino, direccionándome nuevamente a las escaleras. ¿Habría oído mi canto? Voi hyvänen aika!
— No piense mal. Sólo cumplí su voluntad —finalicé, como si simplemente no existiera argumento más patético—. Mis más sinceras condolencias.
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Mensaje por Vanessa Ende Jue Abr 27, 2017 1:21 am

La casa de Clementine se hallaba tan vacía que daba la sensación de que ella nunca regresaría, que aquel sitio iba a convertirse en el hogar del polvo y las telarañas. Vanessa no recordaba el hogar de la noble señora tan abandonado y temió lo peor, aunque igual prefirió animarse a sí misma, inventando alguna historia fantástica en su cabeza. Si había profanado la paz de la residencia de Clementine, era precisamente por esa confianza que ambas tenían, sin embargo, el tiempo las distanció por unos meses, mientras Vanessa estaba aislada en la lacerante situación con su hermano mayor. Pero no podía hacer a un lado su eterna gratitud hacia la mujer, pues se había encargado de mostrarle talentos que siempre consideró ocultos.

Desde que abandonó la habitación, en busca de refugio ante lo que había escuchado en la planta inferior, tenía la desagradable sensación de que algo no estaba bien. Clementine no iba a desaparecerse de la noche a la mañana y mucho menos sin anunciar su partida. Incluso se atrevió a revisar entre los recovecos de la casa, también en libros viejos, ¡hasta en las pertenencias más personales de la mayor! Y no halló nada que pudiera advertirle de su ausencia tan repentina. Era una mujer sola, nunca conoció familiar alguno, o al menos ella nunca le comentó nada al respecto.

Vanessa quiso huir. Los malos recuerdos le invadieron la mente, y cuando los pasos terminaron revelando la identidad de aquel intruso, casi se le sale el corazón del pecho. Sintió la garganta tan seca, que le fue imposible respirar hondo. Pero, claro, se estaba alarmando por un tontería. En cuestión, ese hombre no iba a dañarla, porque, extrañamente lo reconoció; él frecuentaba la tienda de la señora Clementine, quien hablaba muy bien de él. Sin embargo, a Vanessa le costó un poco deshacerse de la impresión, aún sentía sus latidos desbocándose en su interior.

—¿Me conoce? Digo, creo pensar que es la primera vez que lo veo, pero, algo me dice que no es así. Tal vez aún trabajaba en la tienda cuando usted la recurría —respondió en voz baja, aún manteniendo la distancia—. Thackery —repitió—, yo soy Vanessa. No podría decir que es un placer, el modo en que nos encontramos no ha sido el más adecuado. Le ruego me disculpe.

Quizás había sido muy directa, pero es que casi la mataba de un susto. Además, él hacía referencia a una cosa que sólo terminó aterrándola más. ¿Entierro de quién? ¿Por qué se disculpaba? Aparte de ese susto tremendo que le dio, algo más se ocultaba.

—¿De cuál entierro habla, Monsieur? No lo comprendo —sentía que las piernas no les respondían y las manos le empezaban a sudar—. Por favor, sea más claro —exigió. La idea se hizo más ácida en su mente—. ¿Le ocurrió algo a Clementine?

Aquello pudo haber sido un grito ahogado, pero no, apenas y le salió la voz. Por alguna razón, una muy fatídica, la mirada ajena sólo le confirmaba sus sospechas. Aun así, no declinó, deseaba que ese pequeño fragmento de esperanza por oír lo contrario fuese el vencedor.

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Mensaje por Thackery Laine Dom Ene 21, 2018 5:36 pm



—Comprendo no ser el más indicado para esta clase de ultimátum, Vanessa. Resguardando desde luego el caso que se encuentre en mi posición, y no conozca a nadie más del círculo de Clementine.
»Ha fallecido, y desafortunadamente he sido el encargado del entierro.


Entonces supuse (o al menos deseé con fuerza que así fuera) que con señorita nos encontrábamos en una misma posición como invasores. Aunque, a diferencia de mí, no podía excluir la particularidad de su ignorancia en lo que respecta la muerte de la anciana. En dicha coyuntura, prácticamente no existía la posibilidad de que estuviera allí en búsqueda de pertenencias materiales. He ahí, nuevamente, el descaro de mis intenciones en la morada.
Al terminar de confirmar lo que temía oír, me acerqué en su dirección tendiendo mi mano, para ayudarla a levantarse; pero antes de que ella pudiera corresponderla, la retiré de forma repentina. Había recordado la cantidad de desvanecimientos que había presenciado en los entierros, provinieran de familiares o demás cercanos, y temía que sufriera también de bajas de presión. No era prudente arriesgarme a otra contusión de cráneo.

—De ser mi morada le hubiese ofrecido algo de beber. Desconozco también cuánto tiempo lleva este lugar en abandono. La cantidad de polvillo en la sala principal parecería indicar que nadie ha venido a tomar cargo de la vivienda. —Tomé una breve pausa —Claro que esa opción la había considerado ya horas antes, al encontrarse la casa sin llaves, pero eso cambia con usted aquí. Si es que, por alguna razón guardaba consigo algún juego.

Quienes me conocieran, y estuvieran al tanto de mi cualidad parca, podían llegar a sorprenderse de la fluidez con la cual manejaba mi discurso en aquella oportunidad. No obstante, no había que explayarse demasiado en conductismo para dar cuenta de mi intención en situación semejante. Rectificaré: Para quienes me conocieran, y estuvieran al tanto de mi incapacidad de manejar situaciones de llanto, sabrían que estaría intentando mantener el procesamiento ajeno ocupado. Misma intención que, en un noventa nueva por ciento de los casos, fracasaba.
Se preguntarán entonces por qué seguía accionando de la misma forma. Pues bien, yo también agradecería una respuesta.

—Respecto a su primera pregunta, así es. La he visto en la tienda. Jamás hemos hablado, pero Clementine sí me ha hablado de usted. Y con la descripción que me ha dado, es suficiente para que me deje convencerla de que no se quede aquí sola. Al menos si no quiere comenzar a gestar los síntomas de la depresión.
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Mensaje por Vanessa Ende Lun Feb 12, 2018 5:44 pm

Clementine había sido su única y verdadera amiga, y aunque fuera mucho mayor que ella, la mujer le había enseñado a lidiar con sus propios fantasmas, algo que a Vanessa aún se le complicaba, no lo negaba. Pero en los últimos meses, durante las largas ausencias de su hermano mayor, las palabras de aquella amiga suya le ayudaron a no aferrarse a la tristeza, y poco a poco fue abriéndose más al mundo, a pesar de los peligros que afuera corrían. Clementine fue una especie de cura que iba haciendo efecto lentamente. Alguien que incluso le hizo ver cuál era su talento oculto. ¿Cómo no estar agradecida?

No obstante, enfrentarse con la idea de su muerte era algo lejano, que nunca debía ocurrir. La muerte suele ser motivo de rechazo en cualquiera, y ella, Vanessa, jamás consideró que su querida Clementine fuera a marcharse de este mundo en algún momento. No podía simplemente imaginarse tan fatal desenlace, y aun así, ocurrió. Lo llegó a escuchar de boca de aquel desconocido, y la noticia le golpeó más fuerte que haberse enterado por su cuenta. ¿Cuánto tiempo había ocurrido desde la última vez que se vieron? ¡Dios mío! Clementine se marchó para siempre y ella nunca lo supo, hasta ese momento.

Quiso echarse a llorar como una niña pequeña, como lo hacía tantas veces. Pero el llanto no se le escapó. Estaba demasiado confundida como para quebrarse de ese modo; también muy culpable como para dejar correr las lágrimas. Así que simplemente se aseguró de estar bien, o siquiera de intentarlo. La muerte de su amiga la había golpeado en lo más profundo, y temía que no lo superaría de la noche a la mañana.

—Clementine no tenía familia cercana, tampoco hijos que pudieran reclamar sus cosas —aclaró. Pero hubo algo diferente, esta vez frunció el ceño y observó al hombre con clara desconfianza—. ¿Qué era lo que estaba haciendo aquí? Y no se excuse de que yo también estoy en la propiedad, porque yo no sabía nada acerca de la muerte de ella, usted sí.

Se había enseñado a sí misma a ser obediente y recatada, de no mostrarse tan directa con los demás, porque eso significaba ser una grosera. Sin embargo, en aquellas circunstancias, no pudo evitar cruzar ese límite. Estaba harta de bajar la cara por no querer ofender a los demás.

—¿Acaso pretendía profanar el hogar de Clementine? ¿Eso quería? Mire que aprovecharse de que una persona ya no esté viva para robarse, eso... Eso es caer muy bajo. —Sintió la punzada de la indignación atravesarle el pecho, inclusive apretó las manos de manera involuntaria—. Ella siempre fue una mujer caritativa y bondadosa, si le hubiera pedido cualquier favor, ayuda, o lo que fuera, si en sus posibilidades estaba, le habría ayudado...

La mirada de Vanessa, acusadora como mínimo, se clavaba en la de aquel extraño visitante. Sintió pena, pero no permitió que aquel sentimiento le ganara. Tenía que ser fuerte, sobre todo por respeto a la memoria de su querida amiga. A pesar de no estar físicamente, estaba aferrada a la idea de que, ahora más que nunca, se le debía mucha más consideración.

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