AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Extraño clientelismo [Jean D. Lachance]
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Extraño clientelismo [Jean D. Lachance]
- Spoiler:
- Advertencia: el vocabulario de Tiffany es pobre y en ocasiones erróneo, mal conjugado incluso. Aquellos de ortografía sensible podrían ver auténticas atrocidades, pero están hechas a posta para dar coherencia al analfabetismo del personaje xD.
“Maquíllate más. Los clientes no pagan por ver lo que tienen en sus casas.”
Los pasos apresurados de la joven resonaban por entre las calles de París entre el silencio de la noche, que ya estaba más que asentada. Llegaba tarde, era tarde, muy tarde, el último día de la semana y tenía que pagarle su cuota a la Madame. Ya en la puerta del burdel se pasó las manos por el pelo, despeinándolo un poco y sacó un botecito de su bolso, abriéndolo para echarse un par de gotas del licor que contenía dentro como si de perfume se tratase. Guardó el bote y entró.
El burdel, prácticamente vacío. Pocos clientes quedaban ya, algunos se marchaban, borrachos, con esas despreciables caras de satisfacción después de echar un polvo, otros permanecían bebiendo, o mostraban esas repugnantes caras de que bajo su mesa había una chica chupándosela.
Tiffany se acercó a la Madame, dándole todas las monedas que había podido conseguir. Esta, con rostro altivo y arrogante las miró, y las contó con calma, para rápidamente mirar con severidad a la rubia.
-¿Que se supone que es esto? aquí faltan francos, eres una puta demasiado barata, ya son tres semanas que llevas trayendo menos dinero del que debes.
-No me jodas, no es mi culpa que no haiga más clientes... - Se empezaba a poner nerviosa Tiffany
-Tú y tu manía de trabajar en la calle, aquí tendrías suficientes clientes, eres muy joven, pero también de las putas más guapas del burdel. Estoy harta de tus caprichos infantiles, te falta dinero y esto es un negocio, no voy a perder más francos contigo. - Se acercó a la joven oliéndola - Apenas hueles a trabajo, follate a alguno de esos malnacidos y tráeme el dinero cuando acabes, si no, mando a Florian a la puta calle y te harás tu cargo de él.
-¡No! - se alteró - vale...te traigo el dinero de uno de estos tíos y todo bien, ¿verdad ? - preguntó a la Madame con la voz temblorosa, y ante el gesto afirmativo de esta se dispuso a caminar el por el burdel, contemplando a los posibles clientes.
Miraba pensando en la forma de conseguir el dinero sin tener que recurrir a nada sexual. Se quedó plantada frente a un hombre grande medio tirado en una mesa, lucía agotado y tremendamente borracho. "Puedo emborracharlo hasta que se duerma...y robarle el dinero" pensó, siendo que entonces el hombre miró de forma lasciva a Tiffany, haciendo que una voz dentro de sí le dijese "O irá tan borracho que me follará sin que yo le deje". Dió un paso atrás por temor y continuó con su búsqueda. Los pocos hombres que quedaban le soltaban vulgaridades, trataban de tocar su carne al pasar a su lado. Ella caminaba medio encogida, con reservas. Estaba llamando demasiado la atención de sus compañeras y de la Madame y lo sabía, los nervios la inundaban cada vez más. "Tan solo llévate al cuarto a uno que no se vea muy fuerte y róbale con el cuchillo"
A pesar de su plan se veía incapaz de escoger a uno, el miedo y los nervios eran superiores a ella. Se puso en medio de todos ellos, se armó de valor y decidió que entonces serían ellos quienes decidiesen.
-Vosotros....-les llamó la atención, tratando de imitar una postura similar a la que sus compañeras hacían, un tanto erótica, pero casual. - Quien quiere pasar un buen rato conmigo - dijo un tanto insegura y para su horror, eran varios los dispuestos a pasar la noche con ella, que interiormente rezaba a Dios porque el ganador de la disputa fuese alguien adecuado a lo que ella necesitaba.
Tiffany Giroux- Prostituta Clase Baja
- Mensajes : 15
Fecha de inscripción : 05/11/2016
Re: Extraño clientelismo [Jean D. Lachance]
La noche no está acabando como esperaba.
Tambaleante por el alcohol, extiendo el brazo para apoyarme en una de las esquinas de la calle. Mis pies están a punto de tropezar antes de detenerme, pero consigo mantener el equilibrio gracias al frío muro de piedra. Ya casi he perdido la cuenta de todo lo que ha sucedido esta velada. Garrett y yo fuimos a tomar algo a las tabernas portuarias, disfrazados con prendas de horrible calidad para camuflarnos entre los plebeyos. Si cierro los ojos es casi como si estuviese allí de nuevo; las copas de vino, aceitoso y rancio, se sucedían tan rápido como las apuestas. El sonido de los dados, las risas de los marineros, los reproches de las camareras al ser manoseadas por los clientes; el hedor rancio a moho, pescado y cigarros baratos. Era la esencia de las clases bajas concentradas en un local, y nosotros, unos turistas ebrios de exotismo. Sin embargo, salimos de allí en algún momento de la última hora. Puede que nuestro destino fuese el teatro, o tal vez el circo. No importa. Lo relevante es que Garrett, después de quejarse de lo feas que eran las mozas de los muelles, se marchó en los brazos de la primera fulana que nos cruzamos en la calle.
Reuniendo las escasas fuerzas que me restan, me separo del muro para recorrer un par de metros más. Las puertas de uno de los locales de la callejuela se abren en ese momento, revelando un haz de luz procedente del interior. Una silueta esbelta y femenina se desliza entre ellas, captando mi atención. Con los ojos entrecerrados, la observo hasta que desaparece. Sus formas, sus cabellos, esa manera sensual de agitar las caderas... me resultan familiares. ¿De qué?
La respuesta llega tan pronto como la puerta se cierra a sus espaldas. ¡Es la fulana con la que se había marchado Garrett? ¿Qué hace aquí tan pronto? Y lo peor, ¿qué es lo que ha hecho con mi amigo? Palpando la pistola que llevo bajo la chaqueta para asegurarme de que sigue ahí, me dirijo hacia el negocio dispuesto a averiguar lo sucedido. Espero que sea simplemente que mi amigo ha sido fugaz, y que la puta no me obligue a hacer algo de lo que arrepentirme más tarde.
Siguiendo sus pasos, abro la puerta y me adentro en el local. Evidentemente, se trata de un burdel. Su aspecto es sencillo pero colorido, cargado por el aroma de los perfumes baratos de mujer. Los terciopelos y los farolillos le dan un toque más íntimo al ambiente, que resultaría casi elegante si no estuviese plagado por los gemidos de placer de sus visitantes. Copas y jarras vacías pueblan las mesas del salón; lo tardío de la hora provoca que ya esté prácticamente vacío, quedando únicamente los que están disfrutando de algún servicio de las señoritas. Es precisamente a ellos a los que se está vendiendo la joven meretriz, caminando sugerentemente entre los sillones y butacas. A sabiendas de que si desaparece en el piso superior no seré capaz de acceder a ella, me dirijo rápidamente a la Madame y le digo:
- Le doy el doble por ella.
Tambaleante por el alcohol, extiendo el brazo para apoyarme en una de las esquinas de la calle. Mis pies están a punto de tropezar antes de detenerme, pero consigo mantener el equilibrio gracias al frío muro de piedra. Ya casi he perdido la cuenta de todo lo que ha sucedido esta velada. Garrett y yo fuimos a tomar algo a las tabernas portuarias, disfrazados con prendas de horrible calidad para camuflarnos entre los plebeyos. Si cierro los ojos es casi como si estuviese allí de nuevo; las copas de vino, aceitoso y rancio, se sucedían tan rápido como las apuestas. El sonido de los dados, las risas de los marineros, los reproches de las camareras al ser manoseadas por los clientes; el hedor rancio a moho, pescado y cigarros baratos. Era la esencia de las clases bajas concentradas en un local, y nosotros, unos turistas ebrios de exotismo. Sin embargo, salimos de allí en algún momento de la última hora. Puede que nuestro destino fuese el teatro, o tal vez el circo. No importa. Lo relevante es que Garrett, después de quejarse de lo feas que eran las mozas de los muelles, se marchó en los brazos de la primera fulana que nos cruzamos en la calle.
Reuniendo las escasas fuerzas que me restan, me separo del muro para recorrer un par de metros más. Las puertas de uno de los locales de la callejuela se abren en ese momento, revelando un haz de luz procedente del interior. Una silueta esbelta y femenina se desliza entre ellas, captando mi atención. Con los ojos entrecerrados, la observo hasta que desaparece. Sus formas, sus cabellos, esa manera sensual de agitar las caderas... me resultan familiares. ¿De qué?
La respuesta llega tan pronto como la puerta se cierra a sus espaldas. ¡Es la fulana con la que se había marchado Garrett? ¿Qué hace aquí tan pronto? Y lo peor, ¿qué es lo que ha hecho con mi amigo? Palpando la pistola que llevo bajo la chaqueta para asegurarme de que sigue ahí, me dirijo hacia el negocio dispuesto a averiguar lo sucedido. Espero que sea simplemente que mi amigo ha sido fugaz, y que la puta no me obligue a hacer algo de lo que arrepentirme más tarde.
Siguiendo sus pasos, abro la puerta y me adentro en el local. Evidentemente, se trata de un burdel. Su aspecto es sencillo pero colorido, cargado por el aroma de los perfumes baratos de mujer. Los terciopelos y los farolillos le dan un toque más íntimo al ambiente, que resultaría casi elegante si no estuviese plagado por los gemidos de placer de sus visitantes. Copas y jarras vacías pueblan las mesas del salón; lo tardío de la hora provoca que ya esté prácticamente vacío, quedando únicamente los que están disfrutando de algún servicio de las señoritas. Es precisamente a ellos a los que se está vendiendo la joven meretriz, caminando sugerentemente entre los sillones y butacas. A sabiendas de que si desaparece en el piso superior no seré capaz de acceder a ella, me dirijo rápidamente a la Madame y le digo:
- Le doy el doble por ella.
Jean D. Lachance- Vampiro Clase Alta
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Re: Extraño clientelismo [Jean D. Lachance]
-Sphène - llamó la atención de Tiffany la Madame - Llévate a este caballero arriba - indicó enseguida en cuanto este ofreció el doble por el servicio de la chica, que podría cumplir esta semana con su cuota. Esta, abrumada por los hombres que la rodeaban en busca de sus servicios se deshizo rápido de ellos para ir hacia el nuevo cliente.
Se puso frente a él, mostrando una sonrisa inocente y mirándole rápido de arriba a abajo, inspeccionándolo. Un hombre atractivo, con ropajes andrajosos, y olor a alcohol y puerto. Sin duda llevaría más de una fiesta esa noche - Bonsoir monsieur - Tomó con algo de timidez y suavidad su mano, para así poder guiarle. La Madame, satisfecha por la situación se retiró. - Ven conmigo - tiró levemente del joven para que la siguiese, tomando por el camino una botella a medio vaciar de la barra, dándosela por si este quería seguir bebiendo, cayendo con suerte completamente rendido ante el alcohol antes de si quiera pensar en hacer algo.
Subieron las escaleras del burdel al segundo piso, donde se encontraban los dormitorios de las chicas, entrando en el de Tiffany. Una habitación sencilla, apenas sin decorar, con el mobiliario básico como para denominarse dormitorio. Si bien otras prostitutas tendían a engalanar su cuarto para hacerlo más atractivo y vistoso para sus clientes este no era el caso del de Tifanny, que ya fuese por falta de dinero, o porque no quería que eso luciese como su puesto de trabajo, lo había dejado lo más simple posible, para dormir y para cambiarse.
“Vamos, ya has hecho esto otras veces, que el borracho se duerma, ayúdale” – pensaba mientras miraba al cliente de reojo. Se apoyó sobre la cómoda para mirarle de frente, dejando que él se quedase sentado en la cama. - ¿Brindamos? - le preguntó sonriente. Se desabrochó el abrigo poco a poco, con calma, dando tiempo al hombre a que bebiese. Lo dejó sobre el mueble, mostrando su fina silueta cubierta por el conjunto de lencería. Trataba de parecer segura, confiable, pero en el fondo, al igual que las demás veces que había hecho esto, estaba completamente aterrada. Y si bien ese miedo hacia que no pudiese evitar que las rodillas le temblasen, era raro que los borrachos, que además solo buscaban fijarse en las curvas de las chicas se fijasen en eso.
La mano de la rubia se encontraba en el pomo de la cómoda, aguardando por si algún movimiento brusco del hombre le ponía en alerta como para tener que abrirla y sacar el cuchillo que guardaba dentro.
Se puso frente a él, mostrando una sonrisa inocente y mirándole rápido de arriba a abajo, inspeccionándolo. Un hombre atractivo, con ropajes andrajosos, y olor a alcohol y puerto. Sin duda llevaría más de una fiesta esa noche - Bonsoir monsieur - Tomó con algo de timidez y suavidad su mano, para así poder guiarle. La Madame, satisfecha por la situación se retiró. - Ven conmigo - tiró levemente del joven para que la siguiese, tomando por el camino una botella a medio vaciar de la barra, dándosela por si este quería seguir bebiendo, cayendo con suerte completamente rendido ante el alcohol antes de si quiera pensar en hacer algo.
Subieron las escaleras del burdel al segundo piso, donde se encontraban los dormitorios de las chicas, entrando en el de Tiffany. Una habitación sencilla, apenas sin decorar, con el mobiliario básico como para denominarse dormitorio. Si bien otras prostitutas tendían a engalanar su cuarto para hacerlo más atractivo y vistoso para sus clientes este no era el caso del de Tifanny, que ya fuese por falta de dinero, o porque no quería que eso luciese como su puesto de trabajo, lo había dejado lo más simple posible, para dormir y para cambiarse.
“Vamos, ya has hecho esto otras veces, que el borracho se duerma, ayúdale” – pensaba mientras miraba al cliente de reojo. Se apoyó sobre la cómoda para mirarle de frente, dejando que él se quedase sentado en la cama. - ¿Brindamos? - le preguntó sonriente. Se desabrochó el abrigo poco a poco, con calma, dando tiempo al hombre a que bebiese. Lo dejó sobre el mueble, mostrando su fina silueta cubierta por el conjunto de lencería. Trataba de parecer segura, confiable, pero en el fondo, al igual que las demás veces que había hecho esto, estaba completamente aterrada. Y si bien ese miedo hacia que no pudiese evitar que las rodillas le temblasen, era raro que los borrachos, que además solo buscaban fijarse en las curvas de las chicas se fijasen en eso.
La mano de la rubia se encontraba en el pomo de la cómoda, aguardando por si algún movimiento brusco del hombre le ponía en alerta como para tener que abrirla y sacar el cuchillo que guardaba dentro.
Tiffany Giroux- Prostituta Clase Baja
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Fecha de inscripción : 05/11/2016
Re: Extraño clientelismo [Jean D. Lachance]
La rubia se acerca apresuradamente tan pronto como la Madame requiere su atención. Parece algo aliviada por haber escapado de las atenciones del resto de varones, que me dedican miradas de odio por haberles arrebatado a la muchacha. Seguro que más de uno se veía acabando la noche sobre ella, antes de regresar a sus tristes vidas. Se siente; aquí, como en todo, lo que vale es el dinero. La idea es tan divertida que no puedo evitar dedicarles una media sonrisa de triunfo. Uno de ellos levanta el puño en mi dirección, gruñendo algo indescifrable en el idioma de los que nadan en alcohol. Otro incluso llega a levantarse de su asiento, pero sus compañeros pronto lo sientan de nuevo. Apoyado cómodamente en el mostrador del prostíbulo, ignoro las reacciones ajenas mientras examino los rasgos de la chica. Sería algo incómodo para ambos que me hubiese confundido de puta... pero no, es ella. Sus rasgos son los mismos, ocultos bajo abundantes capas de maquillaje barato. La altura también coincide, igual que el esbelto y delgado cuerpo de la muchacha. Recuerdo las manos de Garrett rodeando su cintura de avispa, alabando el lustre y la espesura de sus dorados cabellos. Incluso los ojos son los mismos, claros y asustados como los de un cervatillo. Son los únicos que dejan translucir su verdadera edad; y es que la chica es joven, más de lo que había sospechado la primera vez que la vi. Debe de rondar los trece o catorce años, para deleite de sus clientes. Y para su desgracia, que se ha vuelto mujer antes de aprender siquiera el significado de ser niña.
La rubia no tarda mucho en guiarme arriba, tomando mi mano con delicadeza para enseñarme el camino. Sus dedos son cálidos, suaves al tacto. Una promesa de lo que pueden proporcionarme a cambio de mis monedas. En otro momento distinto, despertarían el deseo en mi interior. Sin embargo, el paradero de Garrett es ahora prioritario. Agarrando el licor que la joven me tiende, finjo beber mientras subimos las escaleras hasta su dormitorio. La segunda planta está más destartalada que la primera, la madera crujiendo bajo nuestros pies a cada paso. Pese a que los faroles y telas de vivos colores permanecen como decoración, el yeso del techo está desprendiéndose en las esquinas. Los pomos de las puertas están deslustrados por el paso de cientos de clientes, que han rozado su latón al entrar y salir de los cuartuchos. Incluso hay un agujero en una de las maderas, que coincide con escalofriante exactitud con un puño masculino. Con pequeños pasos temblorosos, la prostituta camina hacia la habitación más alejada de todas. No está cerrada con llave, de modo que unos instantes después ya estamos en su interior.
Curioso, observo mi entorno con rapidez, exagerando ligeramente mis andares temblorosos mientras doy otro minúsculo trago a la botella. No hay mucho que ver; es un simple dormitorio amueblado con sencillez, que de no ser por la presencia de las sábanas parecería incluso abandonado. Ni enseres personales, ni prendas abandonadas sobre galanes de noche. Sólo un par de perfumes y el maquillaje de la joven, colocado sobre el tocador barato con el espejo lleno de burbujas. Al llegar junto a la cama, me dejo caer en ella con pesadez. Es lo que la joven espera que haga, pero su comportamiento no deja de sorprenderme; en los cinco minutos que llevamos juntos, todavía no me ha tocado. Ni siquiera se ha desnudado todavía, sino que está ahí, junto a la cómoda, aferrándose a ella como si fuese lo único que la mantuviera en pie.
Dejando la botella a un lado, me doy un par de palmadas en los muslos antes de decir - ¿No vienes, niña? - Arrastro las palabras al hablar, pero esta vez no estoy fingiendo. Mi aguante para el alcohol tiene un límite, y la adrenalina es lo único que me mantiene en pie en estos momentos.
La rubia no tarda mucho en guiarme arriba, tomando mi mano con delicadeza para enseñarme el camino. Sus dedos son cálidos, suaves al tacto. Una promesa de lo que pueden proporcionarme a cambio de mis monedas. En otro momento distinto, despertarían el deseo en mi interior. Sin embargo, el paradero de Garrett es ahora prioritario. Agarrando el licor que la joven me tiende, finjo beber mientras subimos las escaleras hasta su dormitorio. La segunda planta está más destartalada que la primera, la madera crujiendo bajo nuestros pies a cada paso. Pese a que los faroles y telas de vivos colores permanecen como decoración, el yeso del techo está desprendiéndose en las esquinas. Los pomos de las puertas están deslustrados por el paso de cientos de clientes, que han rozado su latón al entrar y salir de los cuartuchos. Incluso hay un agujero en una de las maderas, que coincide con escalofriante exactitud con un puño masculino. Con pequeños pasos temblorosos, la prostituta camina hacia la habitación más alejada de todas. No está cerrada con llave, de modo que unos instantes después ya estamos en su interior.
Curioso, observo mi entorno con rapidez, exagerando ligeramente mis andares temblorosos mientras doy otro minúsculo trago a la botella. No hay mucho que ver; es un simple dormitorio amueblado con sencillez, que de no ser por la presencia de las sábanas parecería incluso abandonado. Ni enseres personales, ni prendas abandonadas sobre galanes de noche. Sólo un par de perfumes y el maquillaje de la joven, colocado sobre el tocador barato con el espejo lleno de burbujas. Al llegar junto a la cama, me dejo caer en ella con pesadez. Es lo que la joven espera que haga, pero su comportamiento no deja de sorprenderme; en los cinco minutos que llevamos juntos, todavía no me ha tocado. Ni siquiera se ha desnudado todavía, sino que está ahí, junto a la cómoda, aferrándose a ella como si fuese lo único que la mantuviera en pie.
Dejando la botella a un lado, me doy un par de palmadas en los muslos antes de decir - ¿No vienes, niña? - Arrastro las palabras al hablar, pero esta vez no estoy fingiendo. Mi aguante para el alcohol tiene un límite, y la adrenalina es lo único que me mantiene en pie en estos momentos.
Jean D. Lachance- Vampiro Clase Alta
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Re: Extraño clientelismo [Jean D. Lachance]
Observó al extraño que esperaba en su cama a medida que un sentimiento de pánico brotaba desde lo más hondo de su ser. Sabía que no estaba actuando como debería de actuar cualquier mujer de su profesión, estaba haciéndole esperar, demasiado, y eso levantaría sospechas y frustración en "el cliente". Le dio la espalda al extraño, mirando hacia la cómoda. Trató de respirar hondo y recobrar la compostura, como bien había dicho aquel hombre, era una niña, aunque le obligasen a no serlo.
-Ya voy cielo - dijo tratando de sonar sensual, aunque los nervios la reducían a una voz temblorosa mientras comenzaba a abrir el primer cajón - Eres...mu guapo, quiero darte una sorpresa - metió la mano tomando el cuchillo, ocultándolo con su propio cuerpo - cierra los ojos, ya verás lo que te gusta.
La inseguridad le inundaba. No sabía cómo podía terminar esto, pero prefería jugarse la vida, incluso la posibilidad de tener que matar a ese hombre, antes que tener relaciones con él. Los pequeños recuerdos de lo que tuvo que pasar su madre por culpa de la enfermedad. El dolor que pesó sobre ella y su hermano al quedarse sin una madre. Vivía atrapada en un mundo que le aterraba y le exigía hacer algo que ella no quería, algo que ya había matado a su madre. Pero el dinero era el dinero. Había tenido bastante suerte en que Madame Moureau les hubiese acogido a ella y a su hermano y se encargase de la educación del infante. Y no había marcha atrás, no abandonaría a Florian a su suerte, no le obligaría a llevar una vida de calle donde probablemente ambos perecerían.
Se dio la vuelta hacía el cliente, siendo cuidadosa de que no se viese el cuchillo, caminando lentamente hacía el, tratando de ocultar sus intenciones tras una sonrisa inocente, por si el hombre hacía trampas y miraba. Se puso enfrente y se inclinó hacia él, hincando la rodilla sobre la cama, cayendo medio apoyada sobre él. Con una mano sobre su pecho y la otra, la que sujetaba el cuchillo, yendo hacia su espalda lentamente.
-Ya voy cielo - dijo tratando de sonar sensual, aunque los nervios la reducían a una voz temblorosa mientras comenzaba a abrir el primer cajón - Eres...mu guapo, quiero darte una sorpresa - metió la mano tomando el cuchillo, ocultándolo con su propio cuerpo - cierra los ojos, ya verás lo que te gusta.
La inseguridad le inundaba. No sabía cómo podía terminar esto, pero prefería jugarse la vida, incluso la posibilidad de tener que matar a ese hombre, antes que tener relaciones con él. Los pequeños recuerdos de lo que tuvo que pasar su madre por culpa de la enfermedad. El dolor que pesó sobre ella y su hermano al quedarse sin una madre. Vivía atrapada en un mundo que le aterraba y le exigía hacer algo que ella no quería, algo que ya había matado a su madre. Pero el dinero era el dinero. Había tenido bastante suerte en que Madame Moureau les hubiese acogido a ella y a su hermano y se encargase de la educación del infante. Y no había marcha atrás, no abandonaría a Florian a su suerte, no le obligaría a llevar una vida de calle donde probablemente ambos perecerían.
Se dio la vuelta hacía el cliente, siendo cuidadosa de que no se viese el cuchillo, caminando lentamente hacía el, tratando de ocultar sus intenciones tras una sonrisa inocente, por si el hombre hacía trampas y miraba. Se puso enfrente y se inclinó hacia él, hincando la rodilla sobre la cama, cayendo medio apoyada sobre él. Con una mano sobre su pecho y la otra, la que sujetaba el cuchillo, yendo hacia su espalda lentamente.
- Spoiler:
- Siento muchísimo la tardanza, a partir de ahora tratare de responder con mas frecuencia y mejor, no he tenido nada de tiempo
Tiffany Giroux- Prostituta Clase Baja
- Mensajes : 15
Fecha de inscripción : 05/11/2016
Re: Extraño clientelismo [Jean D. Lachance]
Que cierre los ojos, dice. Como si fuera a fiarme de ella después de lo que sea que le haya hecho a Garrett. Aun así, finjo cubrirme los ojos con la zurda mientras ella abre el cajón de su cómoda con torpeza. El sonido de sus dedos rebuscando me pone más alerta, aunque finjo aguardarla con docilidad sentado sobre la cama. Todavía "tapándome" los ojos, bostezo mientras ella avanza lentamente hacia mi. No me pasa desapercibida la mano que oculta tras su cadera; sea lo que sea lo que sostiene, me da malas vibraciones. Podría ser cualquier cosa, desde un juguete sexual hasta cloroformo. Porque no sería la primera puta que le roba a sus clientes cuando ellos menos se lo esperan.
En cualquier caso, no estoy dispuesto a correr riesgos. Tan pronto como la niña entra dentro de mi rango de acción, me levanto con rapidez para sostenerla de las muñecas. Haciendo un poco de presión bajo sus manos al agarrarla para que suelte lo que lleve en ellas, la tumbo con un movimiento brusco sobre la cama. Mi cuerpo la aplasta para que no pueda levantarse, inmovilizándole las manos. Aunque forcejee, dudo mucho que pueda conmigo; debo de pesar casi el doble que ella. Es tan joven... ahora más que nunca aparenta lo que es: apenas una niña, atrapada bajo el yugo del destino. Sus ojos claros me miran, suplicantes. Están cargados de terror, aumentando la impresión de fragilidad que transmite. Casi me da lástima, pero me sobrepongo; la amistad es lo primero. Y si me dice lo que quiero saber, no tiene porqué sufrir ningún daño.
- No quiero hacerte nada - Le digo, mirándola fijamente a los ojos. El olor a perfume barato inunda mis fosas nasales, por la cercanía, y es que al estar tumbado encima de ella, mi rostro está apenas a unos centímetros del suyo. Mis rizos caen con suavidad sobre sus mejillas, y cada centímetro de su delgado cuerpo se clava en el mío. Resulta incómodo para ambos, y más porque el deseo que antes sentía por ella ya es un mero recuerdo. El alcohol ha podido con él, y también la propia chica. Al fin y al cabo, no es más que un frágil pajarillo. Y yo jamás tocaría a alguien tan joven. No de ese modo - Ni siquiera estaría aquí si pudiera evitarlo, ¿sabes? El problema es que he extraviado a un amigo mío antes, en el puerto. ¿Lo recuerdas? Un hombre alto, de lacios cabellos rubios muy parecidos a los tuyos. Pensaba que estaba disfrutando de un trabajito después de pagarte, pero por alguna razón que se me escapa, tú estás aquí... y él no. ¿Qué has hecho con él?
En cualquier caso, no estoy dispuesto a correr riesgos. Tan pronto como la niña entra dentro de mi rango de acción, me levanto con rapidez para sostenerla de las muñecas. Haciendo un poco de presión bajo sus manos al agarrarla para que suelte lo que lleve en ellas, la tumbo con un movimiento brusco sobre la cama. Mi cuerpo la aplasta para que no pueda levantarse, inmovilizándole las manos. Aunque forcejee, dudo mucho que pueda conmigo; debo de pesar casi el doble que ella. Es tan joven... ahora más que nunca aparenta lo que es: apenas una niña, atrapada bajo el yugo del destino. Sus ojos claros me miran, suplicantes. Están cargados de terror, aumentando la impresión de fragilidad que transmite. Casi me da lástima, pero me sobrepongo; la amistad es lo primero. Y si me dice lo que quiero saber, no tiene porqué sufrir ningún daño.
- No quiero hacerte nada - Le digo, mirándola fijamente a los ojos. El olor a perfume barato inunda mis fosas nasales, por la cercanía, y es que al estar tumbado encima de ella, mi rostro está apenas a unos centímetros del suyo. Mis rizos caen con suavidad sobre sus mejillas, y cada centímetro de su delgado cuerpo se clava en el mío. Resulta incómodo para ambos, y más porque el deseo que antes sentía por ella ya es un mero recuerdo. El alcohol ha podido con él, y también la propia chica. Al fin y al cabo, no es más que un frágil pajarillo. Y yo jamás tocaría a alguien tan joven. No de ese modo - Ni siquiera estaría aquí si pudiera evitarlo, ¿sabes? El problema es que he extraviado a un amigo mío antes, en el puerto. ¿Lo recuerdas? Un hombre alto, de lacios cabellos rubios muy parecidos a los tuyos. Pensaba que estaba disfrutando de un trabajito después de pagarte, pero por alguna razón que se me escapa, tú estás aquí... y él no. ¿Qué has hecho con él?
Jean D. Lachance- Vampiro Clase Alta
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