AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Peligro de derrumbe || privado
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Peligro de derrumbe || privado
La campana de la catedral de Notre Dame resonó sobre sus cabezas marcando la caída del sol. Una bandada de pájaros salió volando trayéndole recuerdos de infancia, cuando el calor arreciaba y las hormigas corrían huyendo del ardiente sol en los áridos campos de su tierra natal. Bajó la mirada aún perdido en la nostalgia apresurándose en acabar de barrer la entrada para meterse al interior de la húmeda parroquia, donde sus ojos debieron acostumbrarse a la repentina oscuridad. - Tengo que acordarme de arreglar las cristaleras... - dijo en voz alta a sabiendas que su leal 'hermana' Bernadette le oiría.
Sus pasos serenos resonaron por el pasillo camino al altar. - Hay que empezar a encender las velas, pronto no veremos a dos palmos de nuestras narices - nuevamente alzó la voz, usando el plural para camuflar una orden directa. La chica tenía carácter y él, resaca; la experiencia le enseñó a no hacerla enfadar dentro de la parroquia, donde toda voz sonaba más fuerte. - Ma'am Nuveau ha traído pastel de carne - dijo con la mirada perdida viajando por el interior de la parroquia, desde el techo enmohecido a los bancos astillados, notando una pesada montaña sobre los hombros por tanto trabajo que quedaba por hacer.
Trabajar por caridad era duro, más incluso en una ciudad tan grande como aquella. La diócesis le cumplió el traslado a Francia que pidió desde las américas, que ya era más de lo que esperaba a sabiendas de que una lupa sobrevolaba siempre su cabeza, pero no esperó que le apartaran en aquel agujero de mala muerte. La parroquia llevaba años abandonada, siendo refugio de borrachos, rameras y ratas, dejándola en aquel lamentable estado al que todavía no había podido poner remedio. Quedaba tanto por hacer y estaba ya tan cansado... Madrugadas de misa, tardes de confesión y noches de caza, apenas tenía tiempo para el resto de obligaciones.
-¿Qué me dices? ¿Querrás compartirlo conmigo? - Finalmente giró la cabeza y miró a Bernadette, con las manos apoyadas en el altar y la misma expresión diáfana de siempre.
Las cosas empezaron a irle mucho mejor en Francia desde la llegada de aquella joven monja; no solo era la ayudante perfecta que nunca pensó necesitar, era mucho más que eso. El carácter de Bernadette tenía el equilibrio perfecto entre paciencia y mano dura, manteniendo a Dominic alejado del mal camino que sus pies insistían en tomar. En Nueva Orleans jamás hubiera aceptado tener una mano derecha como ella, pero en París descubrió que la muerte podía tomar formas muy distintas y cada una de ellas resultaba más peligrosa que la anterior. Si seguía vivo no era gracias a Dios, precisamente, sino a las capacidades curativas de la bruja, a quien protegía de las habladurías de la Iglesia que seguía dando caza a hechiceros como ella.
Sus pasos serenos resonaron por el pasillo camino al altar. - Hay que empezar a encender las velas, pronto no veremos a dos palmos de nuestras narices - nuevamente alzó la voz, usando el plural para camuflar una orden directa. La chica tenía carácter y él, resaca; la experiencia le enseñó a no hacerla enfadar dentro de la parroquia, donde toda voz sonaba más fuerte. - Ma'am Nuveau ha traído pastel de carne - dijo con la mirada perdida viajando por el interior de la parroquia, desde el techo enmohecido a los bancos astillados, notando una pesada montaña sobre los hombros por tanto trabajo que quedaba por hacer.
Trabajar por caridad era duro, más incluso en una ciudad tan grande como aquella. La diócesis le cumplió el traslado a Francia que pidió desde las américas, que ya era más de lo que esperaba a sabiendas de que una lupa sobrevolaba siempre su cabeza, pero no esperó que le apartaran en aquel agujero de mala muerte. La parroquia llevaba años abandonada, siendo refugio de borrachos, rameras y ratas, dejándola en aquel lamentable estado al que todavía no había podido poner remedio. Quedaba tanto por hacer y estaba ya tan cansado... Madrugadas de misa, tardes de confesión y noches de caza, apenas tenía tiempo para el resto de obligaciones.
-¿Qué me dices? ¿Querrás compartirlo conmigo? - Finalmente giró la cabeza y miró a Bernadette, con las manos apoyadas en el altar y la misma expresión diáfana de siempre.
Las cosas empezaron a irle mucho mejor en Francia desde la llegada de aquella joven monja; no solo era la ayudante perfecta que nunca pensó necesitar, era mucho más que eso. El carácter de Bernadette tenía el equilibrio perfecto entre paciencia y mano dura, manteniendo a Dominic alejado del mal camino que sus pies insistían en tomar. En Nueva Orleans jamás hubiera aceptado tener una mano derecha como ella, pero en París descubrió que la muerte podía tomar formas muy distintas y cada una de ellas resultaba más peligrosa que la anterior. Si seguía vivo no era gracias a Dios, precisamente, sino a las capacidades curativas de la bruja, a quien protegía de las habladurías de la Iglesia que seguía dando caza a hechiceros como ella.
Última edición por Dominic Custler el Miér Nov 16, 2016 5:03 am, editado 1 vez
Dom Custler- Cambiante Clase Baja
- Mensajes : 86
Fecha de inscripción : 09/11/2016
Re: Peligro de derrumbe || privado
Llevaba ya un tiempo en esa iglesia ruinosa, aun no habían recibido suvenciones para poder reformarla y se habían visto obligados a echar de allí a borrachos, mujerzuelas y drogadictos para poder limpiar la casa del señor, y, más a delante, poder atenderlos. No le gustaba la hipocresía, y, mientras Notre Dame se llenaba de riquezas, cada día, más ostentosas, su pequeña parroquia veía como la gente que realmente necesitaba asilo no podía acudir a refujiarse a la casa de Dios por culpa de aquellos que decían ser buenos, nobles y bondadosos, pero solo donaban a lugares que ya estaban bien para aparentar.
El padre Dominic, el hombre a quien le habían ordenado, desde su convento, ayudar, no era tampoco el mejor ejemplo de sacerdote, guía, pastor, y padre confesor. Vividor, algo alcoholico y de maneras poco elegantes para un sacerdote, semejaba más un cazador que un cura. Pero no podía quejarse, después de todo, la había aceptado. Era americano, de Nueva Orleans, Vodoo, magia negra y misterios recorrían las calles de la francia americana, y a eso intentaba atribuir Bernadette Dobois el caracter peculiar del Padre. Pero bien sabía que la realidad estaba alejada de eso.
La primera noche que acudió a la parroquia, donde, afortunadamente, la zona de residencia se conservaba más o menos bien, lo encontró luchando contra un vampiro, y, herido, no pudo dejar que siguiera sangrando. Había pensado que esaba inconsciente, y solo por eso había decidido arriesgarse a usar sus poderes sobre él. No debía hacerlo, lo sabía desde ese día en su puesta de largo, cuando la acusaron de brujería y se vio obligada a refujiarse en París. Pero tampoco podía permitir que hicieran daño a alguien.
Después de esa noche, en la que en lugar de gritar, acusarla y perseguirla, el parroco decidió ocultar el secreto y hacerla su, como ella solía llamarse "secuaz" habían adquirido algún tipo de relación extraña en la que él, se quejaba y ordenaba, y ella obedecía hasta que se cansaba y le gritaba a la cara que era un vago y un vividor.
Puso los ojos en blanco ante la primera orden, se notaba que le dolía la cabeza, lógico, había estado bebiendo, Bernadette solo esperaba que no hubiera acabado con el vino de la sacristía. Tomó nota mental de pasar a visitar aldía siguiente a un cristalero, suponía que parte de la suvención del Vaticano habría llegado ya a las arcas de la parroquia. Tomó mientras tanto una cerilla larga y se dirigió a encender los candelabros y las lámparas de aceite que rodeaban las paredes de la iglesia, mientras miraba de reojo al Padre Dóminic.
- Podría hacer algo usted también, Padre.- le dijo con suavidad que ocultaba cierto aire de molestia, no estaba para ser su criada.
Se retiró el velo que cubría su pelo y siguió encendiendo velas hasta que el lugar quedó, finalmente, tenuemente iluminado, al menos ya podía ver por donde pisaba. Se giró nuevamente, deteniendo su paso al oir la voz del parroco resonas por las paredes de piedra de la nave. Esa era una de las pocas buenas mujeres que había conocido en París, de vez en cuando levaba comida o ropa para los pobres y los acompañaba en sus visitas usuales a hospital y orfanatos, además de hacer alguna donación, aun no demasiado cuantiosa, por prohibición de su marido.
Agradecía haberse hecho monja, pudiera ser que tuviera que acompañar al sacerdote en sus locuras nocturnas, pero era un buen hombre y no la obligaba a nada, casarse habría significado estar bajo el yugo de cualquier marido que pensaba que no ea más que un trofeo, como monja tenía libertad para estudiar y aunque los votos no lo permitían, no es que los cumpliera a raja tabla, total, tampoco es que el parroco con quien convivía fuera un hombre santo.
- Claro.- sonrió ante la invitación con un suspiro. Ese día no se enfadaría, si a ella le gustase el alcohol, también bebería con tal de no recordar las cosas que veía cada noche acercarse a hospital, orfanatos y callejones.
Porque, aunque lo pareciera en ocasiones, el padre Dóminc, su iglesia, y ella misma, poco tenían de normal, una casa de Dios en ruinas, una monja que tenía magia, y era perseguida por muchos miembros de la religión a la que pertenecía y un sacerdote que, por las noches, en lugar de dormir y rezar se dedicaba a eprseguir a criaturas nocturnas que provocaban el caos. A otra persona la habia tachado de loca, pero después de ver como la protegía no podía dejar al padre a su suerte y, al final, le acompañaba en sus cacerias.
- ¿Mañana estará listo para la misa?- preguntó encendiendo la última vela y apagando lo que quedaba de cerilla.- No puede repetirse lo de hoy, las ceremonias no deben retrasarse.- le reprendió con suavidad acercándose a él.- ¿cierto, padre?
El padre Dominic, el hombre a quien le habían ordenado, desde su convento, ayudar, no era tampoco el mejor ejemplo de sacerdote, guía, pastor, y padre confesor. Vividor, algo alcoholico y de maneras poco elegantes para un sacerdote, semejaba más un cazador que un cura. Pero no podía quejarse, después de todo, la había aceptado. Era americano, de Nueva Orleans, Vodoo, magia negra y misterios recorrían las calles de la francia americana, y a eso intentaba atribuir Bernadette Dobois el caracter peculiar del Padre. Pero bien sabía que la realidad estaba alejada de eso.
La primera noche que acudió a la parroquia, donde, afortunadamente, la zona de residencia se conservaba más o menos bien, lo encontró luchando contra un vampiro, y, herido, no pudo dejar que siguiera sangrando. Había pensado que esaba inconsciente, y solo por eso había decidido arriesgarse a usar sus poderes sobre él. No debía hacerlo, lo sabía desde ese día en su puesta de largo, cuando la acusaron de brujería y se vio obligada a refujiarse en París. Pero tampoco podía permitir que hicieran daño a alguien.
Después de esa noche, en la que en lugar de gritar, acusarla y perseguirla, el parroco decidió ocultar el secreto y hacerla su, como ella solía llamarse "secuaz" habían adquirido algún tipo de relación extraña en la que él, se quejaba y ordenaba, y ella obedecía hasta que se cansaba y le gritaba a la cara que era un vago y un vividor.
Puso los ojos en blanco ante la primera orden, se notaba que le dolía la cabeza, lógico, había estado bebiendo, Bernadette solo esperaba que no hubiera acabado con el vino de la sacristía. Tomó nota mental de pasar a visitar aldía siguiente a un cristalero, suponía que parte de la suvención del Vaticano habría llegado ya a las arcas de la parroquia. Tomó mientras tanto una cerilla larga y se dirigió a encender los candelabros y las lámparas de aceite que rodeaban las paredes de la iglesia, mientras miraba de reojo al Padre Dóminic.
- Podría hacer algo usted también, Padre.- le dijo con suavidad que ocultaba cierto aire de molestia, no estaba para ser su criada.
Se retiró el velo que cubría su pelo y siguió encendiendo velas hasta que el lugar quedó, finalmente, tenuemente iluminado, al menos ya podía ver por donde pisaba. Se giró nuevamente, deteniendo su paso al oir la voz del parroco resonas por las paredes de piedra de la nave. Esa era una de las pocas buenas mujeres que había conocido en París, de vez en cuando levaba comida o ropa para los pobres y los acompañaba en sus visitas usuales a hospital y orfanatos, además de hacer alguna donación, aun no demasiado cuantiosa, por prohibición de su marido.
Agradecía haberse hecho monja, pudiera ser que tuviera que acompañar al sacerdote en sus locuras nocturnas, pero era un buen hombre y no la obligaba a nada, casarse habría significado estar bajo el yugo de cualquier marido que pensaba que no ea más que un trofeo, como monja tenía libertad para estudiar y aunque los votos no lo permitían, no es que los cumpliera a raja tabla, total, tampoco es que el parroco con quien convivía fuera un hombre santo.
- Claro.- sonrió ante la invitación con un suspiro. Ese día no se enfadaría, si a ella le gustase el alcohol, también bebería con tal de no recordar las cosas que veía cada noche acercarse a hospital, orfanatos y callejones.
Porque, aunque lo pareciera en ocasiones, el padre Dóminc, su iglesia, y ella misma, poco tenían de normal, una casa de Dios en ruinas, una monja que tenía magia, y era perseguida por muchos miembros de la religión a la que pertenecía y un sacerdote que, por las noches, en lugar de dormir y rezar se dedicaba a eprseguir a criaturas nocturnas que provocaban el caos. A otra persona la habia tachado de loca, pero después de ver como la protegía no podía dejar al padre a su suerte y, al final, le acompañaba en sus cacerias.
- ¿Mañana estará listo para la misa?- preguntó encendiendo la última vela y apagando lo que quedaba de cerilla.- No puede repetirse lo de hoy, las ceremonias no deben retrasarse.- le reprendió con suavidad acercándose a él.- ¿cierto, padre?
Bernadette Doboise- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 32
Fecha de inscripción : 12/11/2016
Re: Peligro de derrumbe || privado
Ocultó una sonrisa ante el reproche sin tapujos, pero por otro lado bien merecido, de su ayudante Bernadette. No podía culparla, debía admitir que relegaba demasiadas responsabilidades en ella, mas no lo hacía solo por simple vaguería, pues ambos sabían que Dominic podía ser y era un borracho, pero que trabajaba sin descanso, sino por el bien de la hermana. No conocía todos los detalles de su pasado, nunca quiso indagar porque él tampoco estaba dispuesto, al menos por ahora, a revelar el suyo propio, no obstante sabía que la joven no tuvo una vida fácil y toda aquella responsabilidad que dejaba a su cargo la hacían sentirse útil en la misma sociedad que anteriormente la rechazó.
-Sabes que tengo otros trabajos que atender, hermana... - respondió cerrando las sagradas escrituras para meterlas en el Sagrario junto a las hostias y el cáliz que, seguramente, Bernadette habría limpiado, pues no quedaba ni una gota de vino que satisfaciera su lengua siempre sedienta.
La obervó en silencio recorriendo la sala, recordando las últimas salidas nocturnas a las que le acompañó. Al principio se había negado, insistiendo que se quedara en la parroquia a la espera de su llegada, pero si algo tenían en común es que Bernadette era tan terca como él. No había forma de doblegar a esa mujer algo que, contrario a lo que pareciera, le agradaba. Siempre tuvo predilección por las mujeres con carácter y, aunque a la joven la tuviera solo como algo parecido a una hermana de sangre, no podía evitar quedarse mirándola de vez en cuando. El deseo de protegerla estaba ahí, por ese motivo llevaba días dándole vueltas a la idea de entrenarla para que pudiera protegerse a sí misma en caso de que alguna situación se les fuera de las manos.
-Tienes toda la razón, hermana Bernadette, siempre la tienes... - la miró condescendente durante un fugaz instante antes de ponerse serio para hablar finalmente de lo que tenía en mente. - Sin embargo me temo que mañana volveremos a fallar en nuestra puntualidad, pues necesito solucionar un asunto que te atañe seriamente... - suspiró mientras empezaba a desabrocharse la sotana, bajo la cual llevaba ropas que le confundirían fácilmente con un ciudadano más de la clase media -tirando a baja. - Soy consciente que es inútil tratar de convencerte de que permanezcas en la parroquia durante mis salidas nocturnas, y aunque llegamos al mutuo acuerdo de que me acompañarías en cada una de ellas, no puedo permitir que las cosas sigan así.
Se quedó en silencio durante unos eternos segundos antes de mirarla. - Ha llegado el momento que te entrene debidamente.
-Sabes que tengo otros trabajos que atender, hermana... - respondió cerrando las sagradas escrituras para meterlas en el Sagrario junto a las hostias y el cáliz que, seguramente, Bernadette habría limpiado, pues no quedaba ni una gota de vino que satisfaciera su lengua siempre sedienta.
La obervó en silencio recorriendo la sala, recordando las últimas salidas nocturnas a las que le acompañó. Al principio se había negado, insistiendo que se quedara en la parroquia a la espera de su llegada, pero si algo tenían en común es que Bernadette era tan terca como él. No había forma de doblegar a esa mujer algo que, contrario a lo que pareciera, le agradaba. Siempre tuvo predilección por las mujeres con carácter y, aunque a la joven la tuviera solo como algo parecido a una hermana de sangre, no podía evitar quedarse mirándola de vez en cuando. El deseo de protegerla estaba ahí, por ese motivo llevaba días dándole vueltas a la idea de entrenarla para que pudiera protegerse a sí misma en caso de que alguna situación se les fuera de las manos.
-Tienes toda la razón, hermana Bernadette, siempre la tienes... - la miró condescendente durante un fugaz instante antes de ponerse serio para hablar finalmente de lo que tenía en mente. - Sin embargo me temo que mañana volveremos a fallar en nuestra puntualidad, pues necesito solucionar un asunto que te atañe seriamente... - suspiró mientras empezaba a desabrocharse la sotana, bajo la cual llevaba ropas que le confundirían fácilmente con un ciudadano más de la clase media -tirando a baja. - Soy consciente que es inútil tratar de convencerte de que permanezcas en la parroquia durante mis salidas nocturnas, y aunque llegamos al mutuo acuerdo de que me acompañarías en cada una de ellas, no puedo permitir que las cosas sigan así.
Se quedó en silencio durante unos eternos segundos antes de mirarla. - Ha llegado el momento que te entrene debidamente.
Dom Custler- Cambiante Clase Baja
- Mensajes : 86
Fecha de inscripción : 09/11/2016
Re: Peligro de derrumbe || privado
Sabía de sus otros trabajos, y tanto que lo sabía, demasiado bien, eran esos "trabajos" los que le quitaban el sueño, los que la mantenían despierta noche tras noche y hacía que comenzaran a salir ojeras en su piel fina. Miró al sacerdote de los pies a la cabeza con una ceja alzada, no se lo podía creer.
¿Es que a caso iba a sacare en ese momento el tema de la hechicería? Ella no había hecho nada malo, por muhco que la inquisición insistiera en que por el simple hecho de tener magia era una mala persona, no, sus poderes no la hacían mala persona, era mala, pero por otras razones. Qué más quisiera ella de no tener poderes raros?
La habían apartado de todo lo que conocía, en un momento tan complicado para cualquier joven como lo eran los dieciséis años, no había protestado ni una sola vez, se había introducido en una iglesia en busca de refujio, siendo fiel y colaborando con quienes la odiaban y la perseguían, y había arriesgado su vida con las salidas nocturnas del sacerdote, dudaba que fuera a amenazarla o a darle una advertencia sin sentido, pero debía estar preparada para todo.
Se sentó en un banco de la capilla y cruzó piernas y brazos mirando al padre, espectante, no tenía, en realidad, idea alguna de que quería decirle, y tal vez no debiera divagar, después de todo, el tiempo que llevaban juntos había visto que en el fondo, por raro que fuera ese hombre, no era mala persona, algo peculiar para ser un sacerdote, pero no era malvado, eran algo así como unos hermanos, unos hermanos que no sabían si pegarse o darse abrazos, se llevaban a tortas, pero se tenían cariño. Por suerte se complementaban bastante bien.
Él era una cabeza loca, bebía y se abandonaba a la buena vida, era sarcástico y bromista, se parecía, ella no era precisamente una santa, más bien, era todo lo contrario, se sentía y sabía pecadora, pero no se arrepentía de ello, el sarcasmo era su arma favorita y su mejor modo de bromear, pero había una diferencia, ella era seria, mucho más seria que él, o tal vez la palabra no fuera seria, si no racional, meditaba más las cosas, eso era, pensaba ella, lo que más falta le hacía al pade Dóminic.
- ¿Qué es eso tan importante que me incumbe hasta tal punto?- preguntó antes de que él respondiera, llamándola, claramente, cabezota. Bernadette sonrió, lo era, sin duda.- ¿Entrenarme? Dominic...- dijo dejando de lado los formalismos y los títulos.- ¿qué tienes en mente?
¿Es que a caso iba a sacare en ese momento el tema de la hechicería? Ella no había hecho nada malo, por muhco que la inquisición insistiera en que por el simple hecho de tener magia era una mala persona, no, sus poderes no la hacían mala persona, era mala, pero por otras razones. Qué más quisiera ella de no tener poderes raros?
La habían apartado de todo lo que conocía, en un momento tan complicado para cualquier joven como lo eran los dieciséis años, no había protestado ni una sola vez, se había introducido en una iglesia en busca de refujio, siendo fiel y colaborando con quienes la odiaban y la perseguían, y había arriesgado su vida con las salidas nocturnas del sacerdote, dudaba que fuera a amenazarla o a darle una advertencia sin sentido, pero debía estar preparada para todo.
Se sentó en un banco de la capilla y cruzó piernas y brazos mirando al padre, espectante, no tenía, en realidad, idea alguna de que quería decirle, y tal vez no debiera divagar, después de todo, el tiempo que llevaban juntos había visto que en el fondo, por raro que fuera ese hombre, no era mala persona, algo peculiar para ser un sacerdote, pero no era malvado, eran algo así como unos hermanos, unos hermanos que no sabían si pegarse o darse abrazos, se llevaban a tortas, pero se tenían cariño. Por suerte se complementaban bastante bien.
Él era una cabeza loca, bebía y se abandonaba a la buena vida, era sarcástico y bromista, se parecía, ella no era precisamente una santa, más bien, era todo lo contrario, se sentía y sabía pecadora, pero no se arrepentía de ello, el sarcasmo era su arma favorita y su mejor modo de bromear, pero había una diferencia, ella era seria, mucho más seria que él, o tal vez la palabra no fuera seria, si no racional, meditaba más las cosas, eso era, pensaba ella, lo que más falta le hacía al pade Dóminic.
- ¿Qué es eso tan importante que me incumbe hasta tal punto?- preguntó antes de que él respondiera, llamándola, claramente, cabezota. Bernadette sonrió, lo era, sin duda.- ¿Entrenarme? Dominic...- dijo dejando de lado los formalismos y los títulos.- ¿qué tienes en mente?
Bernadette Doboise- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/11/2016
Re: Peligro de derrumbe || privado
Nunca antes había entrenado a alguien, había sido alumno y ejecutor, mas no maestro. Tenía serias dudas sobre la resistencia física de Bernadette, si sería capaz de aguantar un entrenamiento como al que él fue sometido -motivo por el cual tardó tanto en proponérselo. Sin embargo la necesitaba preparada para cualquier situación, pues la maldad crecía día a día en aquella ciudad pecaminosa y él no estaba listo para dejar a un lado la botella, seguía buscando respuestas al fondo de esta.
-Necesitas aprender habilidades de defensa en caso que yo no pueda protegerte. Lo básico, si quieres, pero suficiente para valerte por ti misma - dijo con la firmeza del que ya le ha dado muchas vueltas al asunto. No quería negativa o negociación alguna, de modo que alzó una mano pidiéndole por favor que guardara silencio. - Sé que tenemos muchas cosas que hacer... La parroquia se nos cae encima, las misas de domingo, la cacería... pero no puedo dejar que pase más tiempo, porque a la próxima puede que sea demasiado tarde.
Suspiró y se sentó a su lado apoyando un codo en el respaldo del banco, mirando a la cruz con la cabeza perdida en los oscuros recovecos de su laberíntica mente, algo embotada mientras el alcohol seguía haciendo estragos en su cuerpo. - Si te soy sincero preferiría no tener que hacerlo... Podría obligarte a quedarte aquí por las noches esperando mi regreso, tal vez avanzando los preparativos del día siguiente - la miró con una sonrisa -, no obstante ambos sabemos que eso es imposible. Sé que no lo digo nunca, pero me eres de gran ayuda y la única persona en quien confío - le dio un paternal apretón en el hombro antes de volver a ponerse en pie y estirar el cuello, escuchando cómo crujía. - Voy a enseñarte a defenderte de cualquier tipo de ataque y a usar un arma. No te mentiré, va a ser duro. Si ahora ya dormimos poco, espérate a que empecemos con esto.
Volteó y la miró fijamente a los ojos. - Puedes negarte, si quieres, pero no seguiré arriesgando tu vida. Si prefieres una existencia tranquila como la de cualquier monja, no me enfadaré, puedes decirlo y te centrarás únicamente a las tareas de la parroquia. Pero si aceptas acompañarme, necesito que des todo de ti sin reproches... ¿Qué me dices?
-Necesitas aprender habilidades de defensa en caso que yo no pueda protegerte. Lo básico, si quieres, pero suficiente para valerte por ti misma - dijo con la firmeza del que ya le ha dado muchas vueltas al asunto. No quería negativa o negociación alguna, de modo que alzó una mano pidiéndole por favor que guardara silencio. - Sé que tenemos muchas cosas que hacer... La parroquia se nos cae encima, las misas de domingo, la cacería... pero no puedo dejar que pase más tiempo, porque a la próxima puede que sea demasiado tarde.
Suspiró y se sentó a su lado apoyando un codo en el respaldo del banco, mirando a la cruz con la cabeza perdida en los oscuros recovecos de su laberíntica mente, algo embotada mientras el alcohol seguía haciendo estragos en su cuerpo. - Si te soy sincero preferiría no tener que hacerlo... Podría obligarte a quedarte aquí por las noches esperando mi regreso, tal vez avanzando los preparativos del día siguiente - la miró con una sonrisa -, no obstante ambos sabemos que eso es imposible. Sé que no lo digo nunca, pero me eres de gran ayuda y la única persona en quien confío - le dio un paternal apretón en el hombro antes de volver a ponerse en pie y estirar el cuello, escuchando cómo crujía. - Voy a enseñarte a defenderte de cualquier tipo de ataque y a usar un arma. No te mentiré, va a ser duro. Si ahora ya dormimos poco, espérate a que empecemos con esto.
Volteó y la miró fijamente a los ojos. - Puedes negarte, si quieres, pero no seguiré arriesgando tu vida. Si prefieres una existencia tranquila como la de cualquier monja, no me enfadaré, puedes decirlo y te centrarás únicamente a las tareas de la parroquia. Pero si aceptas acompañarme, necesito que des todo de ti sin reproches... ¿Qué me dices?
Dom Custler- Cambiante Clase Baja
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Fecha de inscripción : 09/11/2016
Re: Peligro de derrumbe || privado
Frunció el ceño, nada de lo que se le había pasado por la cabeza, ninguna de sus divagaciones, tenían nada que ver con la realidad de lo que el padre Dóminic pretendía. Entrenarla, enseñarla a defenderse, suponía que bromeaba, ella no luchaba, no le gustaban las armas, ni sabía ni quería saber usarlas. Las armas solo daban más problemas de los que solucionaban.
Aunque cierto era que no eran las armas las que herían, si no las personas que las portaban, prefería no ser causante de una herida, no cuando su naturaleza, por extraña y odiosa que le resultase, le gritaba a los cuatro vientos que ella no debía herir, no había nacido para ello, si no para curar.
Suspiró desabrochando los botones que enganchaban el cuello alto del vestido, solo pensarlo la ponía nerviosa, debía bromear si creía que podría luchar con los hábitos, pero, como él bien decía, no pensaba dejar que saliera solo, no cuando volvía cada vez con peores heridas. Sonrió a medias, así que le era de ayuda y confiaba en ella. Le alegraba saber que no era solo una "sierva" o una ayudante, si no una persona de confianza,
Suspiró y le miró de reojo, tal y como se lo había pedido, no podía negarse, además, volver a la aburrida vida de convento no era una opción, se había acostumbrado a la acción, a la aventura, al no saber, y debía reconocer que su vida era mucho más interesante desde la aparición del ese cura que tanto la sacaba de quicio en algunas ocasiones.
- Dame dos minutos que me quite el hábito y comenzamos, no puedo moverme con esto, y me parece que será necesario para entrenar.- suspiró levantandose y dirigiendose a su cuarto. Aun le quedaba algo de ropa de años atrás, cuando aun vivía con su adinerada familia y montaba a caballo. Se colocó unos pantalones y una camisa y salió dispuesta a entrenar, nadie podría decir, en ese momento, que Bernadette era una monja.- ¿Por dónde empezamos?.- preguntó con una mano en la cadera.
Aunque cierto era que no eran las armas las que herían, si no las personas que las portaban, prefería no ser causante de una herida, no cuando su naturaleza, por extraña y odiosa que le resultase, le gritaba a los cuatro vientos que ella no debía herir, no había nacido para ello, si no para curar.
Suspiró desabrochando los botones que enganchaban el cuello alto del vestido, solo pensarlo la ponía nerviosa, debía bromear si creía que podría luchar con los hábitos, pero, como él bien decía, no pensaba dejar que saliera solo, no cuando volvía cada vez con peores heridas. Sonrió a medias, así que le era de ayuda y confiaba en ella. Le alegraba saber que no era solo una "sierva" o una ayudante, si no una persona de confianza,
Suspiró y le miró de reojo, tal y como se lo había pedido, no podía negarse, además, volver a la aburrida vida de convento no era una opción, se había acostumbrado a la acción, a la aventura, al no saber, y debía reconocer que su vida era mucho más interesante desde la aparición del ese cura que tanto la sacaba de quicio en algunas ocasiones.
- Dame dos minutos que me quite el hábito y comenzamos, no puedo moverme con esto, y me parece que será necesario para entrenar.- suspiró levantandose y dirigiendose a su cuarto. Aun le quedaba algo de ropa de años atrás, cuando aun vivía con su adinerada familia y montaba a caballo. Se colocó unos pantalones y una camisa y salió dispuesta a entrenar, nadie podría decir, en ese momento, que Bernadette era una monja.- ¿Por dónde empezamos?.- preguntó con una mano en la cadera.
Bernadette Doboise- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/11/2016
Re: Peligro de derrumbe || privado
Esperó paciente, dándose cuenta en aquel silencio que la monja no estaba totalmente implicada en los asuntos turbios que ocupaban sus noches. Lo acompañaba porque, por alguna razón que aún escapaba de su comprensión, se veía en la encomiable misión de asegurarse que volviera de una pieza a la parroquia, sin embargo nunca se implicaba directamente con las criaturas que encontraban durante la caza. Desconocía el motivo de aquel alejamiento, no obstante esperaba que no se debiera a ningún sentimiento compasivo hacia vampiros y lobos, pues no podría entenderlo. Aquellos seres esparcían su enfermedad mermando la esperanza de la gente buena. No podía permitirlo.
-Adelante, hermana... - susurró observándola mientras se iba por la puerta que daba al pequeño y más humilde aún edificio contiguo, usado como vivienda para ella. Dominic dormía, cuando podía hacerlo, a los pies del altar sobre un viejo colchón remendado. No se quejaba, aunque a veces desearía estar en mejores condiciones.
Esperando a la monja, aprovechó para ir apartando los bancos, arrastrándolos hacia las paredes con un ruido que hizo temblar la parroquia, desprendiendo el polvo que aún no había sido limpiado. Afortunadamente no tenían vecinos cercanos, solo algunas pequeñas tiendas cerradas en la noche -lo cual, cabe decir, sería perfecto si no fuera porque todas las mañanas le llegaba el aroma de los panes y pasteles que no podría comerse. Dejó un amplio espacio en forma de círculo y aguardó tranquilo en el centro.
No era la primera vez que veía a Bernadette sin su hábito, ambos se desprendían de él durante la caza para no relacionar directamente a la Iglesia con aquella matanza, sobretodo en caso de provocar desperfectos, lo cual ocurría más a menudo de lo que sus superiores deseaban. - ¿Estás preparada, entonces? He visto que tienes dudas, pero no sufras, no pido que luches mano a mano conmigo, esto es solo una medida de protección en caso que la necesites, ¿de acuerdo?
Se deshizo también del hábito, bajo el cual llevaba ropajes igualmente negros y confeccionados básicamente para la caza por las protecciones en hombros, antebrazos y torso. - Lo más importante es observar siempre al enemigo. No solo sus movimientos, pues a veces estos pueden engañarte, sino su mirada. El más mínimo cambio en sus ojos puede significar que va a atacar, a veces incluso mirará rápida y fugazmente hacia dónde se moverá... Tienes que capturar cada detalle que veas en el enemigo, pues puede salvarte la vida.
Se subió las mangas de la camisa con una sonrisa juguetona. - Bien, vamos a probar. Sin necesidad de atacarme, intenta evitar que te toque... - Se quedó totalmente quieto mirándola y, con un pestañeo, se abalanzó y le dio un golpe en el hombro, suave, antes siquiera de que ella pudiera moverse. - Tienes que ser rápida, porque yo soy solo un humano, ellos son mucho más rápidos... Otra vez. - Estuvo un buen rato con aquel ejercicio, dándole distintas señales, atacando desde distintos puntos, riendo a veces cuando veía la frustración en su mirada.
-Adelante, hermana... - susurró observándola mientras se iba por la puerta que daba al pequeño y más humilde aún edificio contiguo, usado como vivienda para ella. Dominic dormía, cuando podía hacerlo, a los pies del altar sobre un viejo colchón remendado. No se quejaba, aunque a veces desearía estar en mejores condiciones.
Esperando a la monja, aprovechó para ir apartando los bancos, arrastrándolos hacia las paredes con un ruido que hizo temblar la parroquia, desprendiendo el polvo que aún no había sido limpiado. Afortunadamente no tenían vecinos cercanos, solo algunas pequeñas tiendas cerradas en la noche -lo cual, cabe decir, sería perfecto si no fuera porque todas las mañanas le llegaba el aroma de los panes y pasteles que no podría comerse. Dejó un amplio espacio en forma de círculo y aguardó tranquilo en el centro.
No era la primera vez que veía a Bernadette sin su hábito, ambos se desprendían de él durante la caza para no relacionar directamente a la Iglesia con aquella matanza, sobretodo en caso de provocar desperfectos, lo cual ocurría más a menudo de lo que sus superiores deseaban. - ¿Estás preparada, entonces? He visto que tienes dudas, pero no sufras, no pido que luches mano a mano conmigo, esto es solo una medida de protección en caso que la necesites, ¿de acuerdo?
Se deshizo también del hábito, bajo el cual llevaba ropajes igualmente negros y confeccionados básicamente para la caza por las protecciones en hombros, antebrazos y torso. - Lo más importante es observar siempre al enemigo. No solo sus movimientos, pues a veces estos pueden engañarte, sino su mirada. El más mínimo cambio en sus ojos puede significar que va a atacar, a veces incluso mirará rápida y fugazmente hacia dónde se moverá... Tienes que capturar cada detalle que veas en el enemigo, pues puede salvarte la vida.
Se subió las mangas de la camisa con una sonrisa juguetona. - Bien, vamos a probar. Sin necesidad de atacarme, intenta evitar que te toque... - Se quedó totalmente quieto mirándola y, con un pestañeo, se abalanzó y le dio un golpe en el hombro, suave, antes siquiera de que ella pudiera moverse. - Tienes que ser rápida, porque yo soy solo un humano, ellos son mucho más rápidos... Otra vez. - Estuvo un buen rato con aquel ejercicio, dándole distintas señales, atacando desde distintos puntos, riendo a veces cuando veía la frustración en su mirada.
Dom Custler- Cambiante Clase Baja
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Fecha de inscripción : 09/11/2016
Re: Peligro de derrumbe || privado
¿Dudas? Claro que tenía dudas, le estaba pidiendo, no solo aue le socorriera cuando se encontrase en peligro, si no que atentase contra la vida de quienes eran como ella, marginados, excluidos y renegados, contra aquellos que no encajaban en los estandares de lo que se consideraba "normal".
Los vampiros no bebían por simple gusto, si no para sobrevivir, y podía apostar a que la gran mayoría de ellos no habían sido convertidos por voluntad propia, si no por la de alguien tan desesperados por beber como lo estaban ellos ahora. Los hombres lobo sufrían en cada transformación un dolor abominable, nadie querría pasar por algo así tan solo para conseguir algo más de poder, por no hablar del descontrol, eran incapaces de saber de sus acciones tras los tres días de luna llena, como podían culpar a alguien que comete un crimen sin saber que lo ha cometido, no, no juzgar, peor, les condenaban a muerte.
En ocasiones se pregujtaba cual era el baremo que el padre Dóminic seguía para atentar coktra unos y otros, y porque había hecho una excepción con ella cuando cualquier otro párroco la habría condenado a la hoguera como dictaba la inquisición. Pero temía preguntar, y sabía que le debía la vida, si llegase a contar de ella, probablemente sus días de paz acabarían y se vería obligada a huir. Suspiró, cruzándose de brazos, y asintio con calma a las explicaciones. Ya pensaría mas tarde lo que implicaba para ella, para sus ideales y creencias, el pasar de simple soporte a otra mano que empuñaba armas.
Los ojos, le había dicho, debía estar atejta a la mirada, demasiado importante eran los pequeños detalles para alguien como ella a quien, en el fondo, esas cosas le importaban bien poco. Tal vez por eso logró darle el padre un primer toque en el hombro, sorprendiendola, era rápido, mucho más que ella. Frunció el ceño, molesta. Estaba claro que debía concentrarse.
Lo intentó por más de una hora, pero no lograba darle un golpe sin que él se adelantase a ella, por más engaños que intentase usar, algo había notado el párroco que delataba sus movimientos, la mirada, tal vez, pero no era probable, por que sus ojos intentaban seguir al hombre allá donde pisaba, sin logralo. Los ojos de Bernadette comenzaban a mostrar la frustración que escondían sus gestos, cada vez más cansados, hasta que optó, finalmente, por el ataque directo.
El inquisidor se mostraba alegre de sus victorias, y reía, la risa le hacía cerrar los ojos unos instantes, y fue ahí cuando lo aprovechó, miró a su izquierda para, a continuación, en lugar de seguir la dirreción de su mirada lanzarse hacia la derecha y dar un suave toque en la cintura del párroco, antes de retroceder cuatro pasos para evitar que se los devolviera y sonrió orgullosa de si misma, la primera sonrisa de la noche.
- Debería estar más atento, Padre, las miradas también mienten.- comentó con una media sonrisa, le había llegado a dar un golpe.
Los vampiros no bebían por simple gusto, si no para sobrevivir, y podía apostar a que la gran mayoría de ellos no habían sido convertidos por voluntad propia, si no por la de alguien tan desesperados por beber como lo estaban ellos ahora. Los hombres lobo sufrían en cada transformación un dolor abominable, nadie querría pasar por algo así tan solo para conseguir algo más de poder, por no hablar del descontrol, eran incapaces de saber de sus acciones tras los tres días de luna llena, como podían culpar a alguien que comete un crimen sin saber que lo ha cometido, no, no juzgar, peor, les condenaban a muerte.
En ocasiones se pregujtaba cual era el baremo que el padre Dóminic seguía para atentar coktra unos y otros, y porque había hecho una excepción con ella cuando cualquier otro párroco la habría condenado a la hoguera como dictaba la inquisición. Pero temía preguntar, y sabía que le debía la vida, si llegase a contar de ella, probablemente sus días de paz acabarían y se vería obligada a huir. Suspiró, cruzándose de brazos, y asintio con calma a las explicaciones. Ya pensaría mas tarde lo que implicaba para ella, para sus ideales y creencias, el pasar de simple soporte a otra mano que empuñaba armas.
Los ojos, le había dicho, debía estar atejta a la mirada, demasiado importante eran los pequeños detalles para alguien como ella a quien, en el fondo, esas cosas le importaban bien poco. Tal vez por eso logró darle el padre un primer toque en el hombro, sorprendiendola, era rápido, mucho más que ella. Frunció el ceño, molesta. Estaba claro que debía concentrarse.
Lo intentó por más de una hora, pero no lograba darle un golpe sin que él se adelantase a ella, por más engaños que intentase usar, algo había notado el párroco que delataba sus movimientos, la mirada, tal vez, pero no era probable, por que sus ojos intentaban seguir al hombre allá donde pisaba, sin logralo. Los ojos de Bernadette comenzaban a mostrar la frustración que escondían sus gestos, cada vez más cansados, hasta que optó, finalmente, por el ataque directo.
El inquisidor se mostraba alegre de sus victorias, y reía, la risa le hacía cerrar los ojos unos instantes, y fue ahí cuando lo aprovechó, miró a su izquierda para, a continuación, en lugar de seguir la dirreción de su mirada lanzarse hacia la derecha y dar un suave toque en la cintura del párroco, antes de retroceder cuatro pasos para evitar que se los devolviera y sonrió orgullosa de si misma, la primera sonrisa de la noche.
- Debería estar más atento, Padre, las miradas también mienten.- comentó con una media sonrisa, le había llegado a dar un golpe.
Bernadette Doboise- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/11/2016
Re: Peligro de derrumbe || privado
La risotada del párroco resonó en en la vacuidad de la pequeña iglesia, sintiéndose en la obligación de parar al darse cuenta que la sola vibración de su tono hacía bailar el polvo en el aire. Tuvo incluso que apartarse unos pasos a la derecha para que su cabello no terminara cenizo por la nube que cayó justo encima suyo. A ese paso alguien acabaría enfermo. Estiró los brazos notando el cansancio haciendo ya mella en él y le sonrió a Bernadette cuando notó el hombro crujir por los estragos de la edad.
-Lo has hecho muy bien, aprendes rápido.
Caminó sin prisa hacia el altar y, tras unos minutos meditando y observando el poco material que tenían, se encogió de hombros y cogió el candelabro de madera que usaba para iluminar el libro de las antiguas escrituras. Sopló las velas, dejándolas sobre la mesa, y sin mucha pena alzó el palo que servía de base y lo golpeó contra su rodilla, partiendo la débil madera en dos. Blandió ambos pedazos, uno en cada mano, con la experiencia que da la práctica, demostrando que cualquier objeto, incluso aquel que podría considerarse sagrado, era útil como arma.
-Aquí viene la lección número dos - dijo acercándose de nuevo a Bernadette. - Como simples humanos que somos, no tenemos ninguna opción frente a un vampiro o un hombre lobo si vamos con las manos desnudas. Sería de locos. Su fuerza es mucho superior a la nuestra, podrían rompernos el cuello con dos dedos, aunque eso ya lo sabes - en dos ocasiones había tenido que vendarle el brazo porque el agarre de un vampiro se lo había roto como quien parte una ramita de pino. - Las armas a distancia está comprobado que no sirven de nada. Un vampiro es rápido, mucho más de lo que el ojo humano puede ver, de modo que disparándole solo estaríamos malgastando balas y flechas.
Cierto era que él solía llevar un revolver, e incluso una ballesta, pero dichas armas solo eran útiles cuando conseguía debilitar un poco o acorralar a su objetivo. Aprender en el pasado a fabricar su propia munición había sido de lo más acertado, el problema era que conseguir plata con lo escasos que estaban de fondos era todo un dolor de cabeza.
-Un arma como esta, tan débil, es de poca utilidad. Se nos rompería enseguida, pero para el ejercicio funcionará - le lanzó uno de los palos. - No lo veas solamente como un arma de ataque, pues también te servirá para defenderte. Puedes protegerte de golpes, detener el ataque de tu adversario - ladeó una sutil sonrisa - ¡En guardia! - Y atacó sin esperar un segundo más, usando el palo como si de una espada se tratara.
-Lo has hecho muy bien, aprendes rápido.
Caminó sin prisa hacia el altar y, tras unos minutos meditando y observando el poco material que tenían, se encogió de hombros y cogió el candelabro de madera que usaba para iluminar el libro de las antiguas escrituras. Sopló las velas, dejándolas sobre la mesa, y sin mucha pena alzó el palo que servía de base y lo golpeó contra su rodilla, partiendo la débil madera en dos. Blandió ambos pedazos, uno en cada mano, con la experiencia que da la práctica, demostrando que cualquier objeto, incluso aquel que podría considerarse sagrado, era útil como arma.
-Aquí viene la lección número dos - dijo acercándose de nuevo a Bernadette. - Como simples humanos que somos, no tenemos ninguna opción frente a un vampiro o un hombre lobo si vamos con las manos desnudas. Sería de locos. Su fuerza es mucho superior a la nuestra, podrían rompernos el cuello con dos dedos, aunque eso ya lo sabes - en dos ocasiones había tenido que vendarle el brazo porque el agarre de un vampiro se lo había roto como quien parte una ramita de pino. - Las armas a distancia está comprobado que no sirven de nada. Un vampiro es rápido, mucho más de lo que el ojo humano puede ver, de modo que disparándole solo estaríamos malgastando balas y flechas.
Cierto era que él solía llevar un revolver, e incluso una ballesta, pero dichas armas solo eran útiles cuando conseguía debilitar un poco o acorralar a su objetivo. Aprender en el pasado a fabricar su propia munición había sido de lo más acertado, el problema era que conseguir plata con lo escasos que estaban de fondos era todo un dolor de cabeza.
-Un arma como esta, tan débil, es de poca utilidad. Se nos rompería enseguida, pero para el ejercicio funcionará - le lanzó uno de los palos. - No lo veas solamente como un arma de ataque, pues también te servirá para defenderte. Puedes protegerte de golpes, detener el ataque de tu adversario - ladeó una sutil sonrisa - ¡En guardia! - Y atacó sin esperar un segundo más, usando el palo como si de una espada se tratara.
Dom Custler- Cambiante Clase Baja
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Fecha de inscripción : 09/11/2016
Re: Peligro de derrumbe || privado
Se levantó, cesando su posición de ataque, respirando hondo, y sonrió de medio lado, satisfecha. Había conseguido golpearlo, con eso se quedaba satisfecha de momento. Se estiró un poco, alzando los brazos al cielo y haciendo crujir su cuello y su espalda, tensos por la lucha. No creía estar hecha para esas cosas, pero se tendría que acostumbrar, no le molestaba, en realidad, pero tendría que ganar músculo, porque era delgada, pero no tenía fuerza, después de todo había crecido, primero, como una dama, y, después, en la austeridad del monasterio, no había tenido forma de hacerse fuerte, pero quería serlo.
- Gracias.- suspiró recuperando la respiración normal.
Apoyó las manos en sus rodillas, estirándose, notaba los músculos tensos, se sentía ligera a pesar de la respiración profunda, y miró al padre Dóminic con curiosidad, ¿ya habían acabado la lección por esa noche? Esperaba que no, tal vez por primera vez tenía ganas de continuar haciendo algo que no fuera necesario para la parroquia, a pesar del techo crujiente y el polvo que caía de él. Abrió los ojos, indignada, cuando vio al padre romper el alto candelabro de madera que solía iluminar la biblia, y resopló, molesta.
- Padre, no debería hacer eso, tenemos poca luz como para que vaya rompiendo candiles, sobretodo ESE.- remarcó con aires de molestia mientras él se acercaba y le tendía una parte del candil.
Parecía un bastón, era algo más bajo que ella, pero suponía que igualmente le serviría de algo. No tenía ni idea de armas, pero parecía que iba a aprender a golpes, si se le llegaba a dar bien, intentaría adquirir un bastón más alto que ella, sería más fácil de manejar, porque ese, tenía la sensación, se le iba a escapar de las manos.
Observó los movimientos del sacerdote mientras este daba su explicación, tenía lógica, pero ella prefería no tener que acercarse a monstruo alguno, ni vampiros ni hombres lobo, ya bastante que acudía a ayudarlo cuando se metía en líos. Pero después de todo, eso era por su cabezonería, y como el Padre Dominic había dicho al principio: Si iba con él, debía saber defenderse.
Tomó el palo que él le lanzó con ambas manos y lo miró, se parecía a la barra esa que usaba una de sus hermanas para jugar, a la que le daba vueltas emocionada, si no recordaba mal, ella misma había jugado con ese tipo de cosas en varias ocasiones, pero se había aburrido, girar la barra en la mano no era más difícil que girar una pluma, uno de sus pasatiempos cuando escribía aburrida sus lecciones de francés. Giró la barra en su mano, y pronto notó la diferencia. El peso, la madera no estaba hueca, pesaba mucho más que los juguetes infantiles.
A penas había logrado entender el palo cuando el padre, avisando con escasos segundos, arremetió contra ella. Que detuvo el golpe, sorprendida, cruzando el bastón frente a ella y sosteniéndolo con ambas manos.
- ¡Casi me da!- protestó molesta, empujando con el bastón el del padre para agacharse y girarlo a la altura de las rodillas del cura intentándolo hacer caer al suelo.
- Gracias.- suspiró recuperando la respiración normal.
Apoyó las manos en sus rodillas, estirándose, notaba los músculos tensos, se sentía ligera a pesar de la respiración profunda, y miró al padre Dóminic con curiosidad, ¿ya habían acabado la lección por esa noche? Esperaba que no, tal vez por primera vez tenía ganas de continuar haciendo algo que no fuera necesario para la parroquia, a pesar del techo crujiente y el polvo que caía de él. Abrió los ojos, indignada, cuando vio al padre romper el alto candelabro de madera que solía iluminar la biblia, y resopló, molesta.
- Padre, no debería hacer eso, tenemos poca luz como para que vaya rompiendo candiles, sobretodo ESE.- remarcó con aires de molestia mientras él se acercaba y le tendía una parte del candil.
Parecía un bastón, era algo más bajo que ella, pero suponía que igualmente le serviría de algo. No tenía ni idea de armas, pero parecía que iba a aprender a golpes, si se le llegaba a dar bien, intentaría adquirir un bastón más alto que ella, sería más fácil de manejar, porque ese, tenía la sensación, se le iba a escapar de las manos.
Observó los movimientos del sacerdote mientras este daba su explicación, tenía lógica, pero ella prefería no tener que acercarse a monstruo alguno, ni vampiros ni hombres lobo, ya bastante que acudía a ayudarlo cuando se metía en líos. Pero después de todo, eso era por su cabezonería, y como el Padre Dominic había dicho al principio: Si iba con él, debía saber defenderse.
Tomó el palo que él le lanzó con ambas manos y lo miró, se parecía a la barra esa que usaba una de sus hermanas para jugar, a la que le daba vueltas emocionada, si no recordaba mal, ella misma había jugado con ese tipo de cosas en varias ocasiones, pero se había aburrido, girar la barra en la mano no era más difícil que girar una pluma, uno de sus pasatiempos cuando escribía aburrida sus lecciones de francés. Giró la barra en su mano, y pronto notó la diferencia. El peso, la madera no estaba hueca, pesaba mucho más que los juguetes infantiles.
A penas había logrado entender el palo cuando el padre, avisando con escasos segundos, arremetió contra ella. Que detuvo el golpe, sorprendida, cruzando el bastón frente a ella y sosteniéndolo con ambas manos.
- ¡Casi me da!- protestó molesta, empujando con el bastón el del padre para agacharse y girarlo a la altura de las rodillas del cura intentándolo hacer caer al suelo.
Bernadette Doboise- Hechicero Clase Alta
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Re: Peligro de derrumbe || privado
A pesar del cansancio que llevaba haciendo mella en él todo el día, fue capaz de saltar hacia atrás esquivando ágilmente el ataque bajo, sonriendo satisfecho al comprobar que Bernadette, por muy en contra que estuviera de aquella petición de entrenamiento, tenía las cualidades necesarias para ser una mejor ayudante. Que hubiera detenido su sorpresivo ataque con aparente facilidad era muestra de ello y sí, se sentía orgulloso. Había sido una bendición encontrarla en el camino.
-No te preocupes por el candelabro, siempre podemos pluriemplear las escobas. ¡No te distraigas!
Atacó de nuevo, y otra vez, una tras de otra, no pensaba darle ni un segundo de descanso. El dominio que tenía él con ese tipo de armas le permitía llegar a los límites sin hacerle daño de verdad. Un golpecito en la mejilla. Otro que se escurrió bajo su brazo para darle en las costillas. Un giro oportuno y tuvo su espalda a su disposición. - Tienes que concentrarte más, hermana, no debes pensar en el palo como un simple objeto, sino como una extensión de tu cuerpo. - Le dio un lijero empujón que la distanció unos metros. - ¿Recuerdas el juego de miradas? Esto es lo mismo... No importa que tu cuerpo se avalance hacia la derecha, si eres consciente de tu arma sabrás hasta dónde alcanza...
Y en aras de hacerle una demostración saltó hacia ella, inclinando el cuerpo hacia la izquierda como si solo quisiera pasar de largo, pero la vara, mucho más larga que su brazo, rozó sus costillas sin llegar a dañarla.
Alargó la práctica hasta que Bernadette fue capaz de ganarle algunos golpes, solo entonces se dio permiso para acercarse a uno de los bancos y tomar asiento con el pecho agitado. - Voy a empezar a creer de verdad tus advertencias sobre el alcohol y el tabaco... - malos vicios, pero de ningún modo pecaminosos, que hacían más estragos en su cuerpo que las mismas criaturas que cazaba por las noches.
-No te preocupes por el candelabro, siempre podemos pluriemplear las escobas. ¡No te distraigas!
Atacó de nuevo, y otra vez, una tras de otra, no pensaba darle ni un segundo de descanso. El dominio que tenía él con ese tipo de armas le permitía llegar a los límites sin hacerle daño de verdad. Un golpecito en la mejilla. Otro que se escurrió bajo su brazo para darle en las costillas. Un giro oportuno y tuvo su espalda a su disposición. - Tienes que concentrarte más, hermana, no debes pensar en el palo como un simple objeto, sino como una extensión de tu cuerpo. - Le dio un lijero empujón que la distanció unos metros. - ¿Recuerdas el juego de miradas? Esto es lo mismo... No importa que tu cuerpo se avalance hacia la derecha, si eres consciente de tu arma sabrás hasta dónde alcanza...
Y en aras de hacerle una demostración saltó hacia ella, inclinando el cuerpo hacia la izquierda como si solo quisiera pasar de largo, pero la vara, mucho más larga que su brazo, rozó sus costillas sin llegar a dañarla.
Alargó la práctica hasta que Bernadette fue capaz de ganarle algunos golpes, solo entonces se dio permiso para acercarse a uno de los bancos y tomar asiento con el pecho agitado. - Voy a empezar a creer de verdad tus advertencias sobre el alcohol y el tabaco... - malos vicios, pero de ningún modo pecaminosos, que hacían más estragos en su cuerpo que las mismas criaturas que cazaba por las noches.
Dom Custler- Cambiante Clase Baja
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Re: Peligro de derrumbe || privado
Dominic esquivó su ataque, haciéndola levantarse rápidamente, visto lo visto, mejor sería que no se despistara. Lo apuntó con el bastón, dispuesta a darle en la cabeza, y ganas no le faltaron cuando volvió a soltar uno de sus comentarios “jocosos” usar una escoba como candelabros, ella si iba a pluriemplear las escobas, para meterle el palo por el trasero a ver si empezaba a comportarse como un hombre de Dios recto.
Si no fuera porque ya había aprendido a apreciar su sentido del humor, y entendía sus razones para preocuparse más por lo que había fuera que dentro de la iglesia, seguramente nunca se habría llegado a llevar bien, ahora, en cambio, eran un equipo bastante bueno que, contrario a las discusiones que podrían ser usuales, habían llegado a una especia de acuerdo tácito, él se controlaba, y ella no decía nada de su comportamiento, aunque debía reconocer que había llegado, incluso, a divertirse cuando le reguiñaba y el respondía con su usual pasotismo, era casi como un hermano mayor que consentía a su hermana pequeña y la permitía sentirse responsable.
Los golpes iban y venían, y, aunque intentaba detenerlos o esquivarlos, ni su experiencia era la misma que la del padre ni su velocidad tampoco, por lo que se llevaba algún que otro palo, por muchos que lograse detener. Se molestó un poco. ¿Cómo quería que un puñetero palo fuera una extensión de su brazo, no podía manejarlo, no era elástico no... nada, era un palo. Molesta, por parecer que no lograba avance alguno, la tozudez pareció darle fuerzas, y finalmente logró golpear al padre varias veces antes de, cansados, detenerse.
Se dejó caer al suelo polvoriento alzando la cabeza hacia el techo con las manos como soporte, estaba agotada, respiró hondo y miró al Padre Dominic, que le hablaba sentado en el banco, soltando un risa cansada. Ella debería tomar en cuenta lo que decía él, de lo importante que era entrenar, y comer carne, porque estaba incluso algo mareada.
- Prometo que compraré carne para comer, esto con solo verdura y algo de fruta es horrible.- comentó dejando caer la cabeza y los brazos entre las rodillas, cansada pero divertida, alzando un poco la cara para verlo, entre sus mechones de pelo suelto por el entrenamiento.
Si no fuera porque ya había aprendido a apreciar su sentido del humor, y entendía sus razones para preocuparse más por lo que había fuera que dentro de la iglesia, seguramente nunca se habría llegado a llevar bien, ahora, en cambio, eran un equipo bastante bueno que, contrario a las discusiones que podrían ser usuales, habían llegado a una especia de acuerdo tácito, él se controlaba, y ella no decía nada de su comportamiento, aunque debía reconocer que había llegado, incluso, a divertirse cuando le reguiñaba y el respondía con su usual pasotismo, era casi como un hermano mayor que consentía a su hermana pequeña y la permitía sentirse responsable.
Los golpes iban y venían, y, aunque intentaba detenerlos o esquivarlos, ni su experiencia era la misma que la del padre ni su velocidad tampoco, por lo que se llevaba algún que otro palo, por muchos que lograse detener. Se molestó un poco. ¿Cómo quería que un puñetero palo fuera una extensión de su brazo, no podía manejarlo, no era elástico no... nada, era un palo. Molesta, por parecer que no lograba avance alguno, la tozudez pareció darle fuerzas, y finalmente logró golpear al padre varias veces antes de, cansados, detenerse.
Se dejó caer al suelo polvoriento alzando la cabeza hacia el techo con las manos como soporte, estaba agotada, respiró hondo y miró al Padre Dominic, que le hablaba sentado en el banco, soltando un risa cansada. Ella debería tomar en cuenta lo que decía él, de lo importante que era entrenar, y comer carne, porque estaba incluso algo mareada.
- Prometo que compraré carne para comer, esto con solo verdura y algo de fruta es horrible.- comentó dejando caer la cabeza y los brazos entre las rodillas, cansada pero divertida, alzando un poco la cara para verlo, entre sus mechones de pelo suelto por el entrenamiento.
Bernadette Doboise- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/11/2016
Re: Peligro de derrumbe || privado
Una relajada y cariñosa sonrisa llenó los ojos del párroco al escuchar su comentario y no tardó en dar respuesta, mientras buscaba entre sus ropas el último cigarrillo que quedara.
-Hermana Bernadette, ¿me está diciendo que ha llegado al límite? ¡Cualquiera pensaría que su juventud resistiría mucho más! - bromeó sin intención alguna de maldad, encontrando al fin un doblado y muy maltrecho cigarrillo en el bolsillo del pantalón. Lo miró con pena, pero encogiéndose de hombros no tardó en darle fuego y llevárselo a los labios.
Por mucho que se quejara de la falta de dinero, comodidades e incluso comida a la que estaban sometidos, no necesitaba ninguna de aquellas cosas para sentirse bien consigo mismo y con el mundo. No deseaba, ni nunca lo hizo, llenarse los bolsillos de monedas o vestir ropas exquisitas, ninguna de aquellas cosas encajarían jamás con él. Tal vez porque no había conocido otra cosa en su largo y abrupto camino. Fue criado con las bases de pobreza y humildad y aún así no recordaba mejor época, ni felicidad más absoluta, que la vivida en su infancia.
Alzó las piernas hasta acomodarlas sobre otra de las banquetas, resbalando el trasero para quedar cómodamente estirado con un brazo en el respaldo.
-Recuerda que este entrenamiento es solo una medida de seguridad, no tengo intención de convencerte, ni mucho menos obligarte, a que sigas mis pasos. - El por qué dijo eso fue básicamente por andar vagando en los recuerdos. - Ser monja no es tu vocación, del mismo modo que ser cura no es la mía... no me mires así, ambos sabemos que no tengo madera de hombre religioso - rodó los ojos restándole importancia, sabía de sobras lo que pensaba Bernadette. - Pero yo no tengo más alternativa que seguir lo que empecé.
Nunca le había contado su historia a Bernadette y dudaba que algún día lo hiciera, el pasado estaba ahí y no hacía falta removerlo más, de modo que estaba agradecido de que siguiera a su lado aún sin conocerle.
-Lo que quiero decir es que estás aquí por tu propia seguridad, así que cuando creas que no lo necesitas... puedes irte. Vivir tu vida tal como la desees. No estás obligada a nada para conmigo.
-Hermana Bernadette, ¿me está diciendo que ha llegado al límite? ¡Cualquiera pensaría que su juventud resistiría mucho más! - bromeó sin intención alguna de maldad, encontrando al fin un doblado y muy maltrecho cigarrillo en el bolsillo del pantalón. Lo miró con pena, pero encogiéndose de hombros no tardó en darle fuego y llevárselo a los labios.
Por mucho que se quejara de la falta de dinero, comodidades e incluso comida a la que estaban sometidos, no necesitaba ninguna de aquellas cosas para sentirse bien consigo mismo y con el mundo. No deseaba, ni nunca lo hizo, llenarse los bolsillos de monedas o vestir ropas exquisitas, ninguna de aquellas cosas encajarían jamás con él. Tal vez porque no había conocido otra cosa en su largo y abrupto camino. Fue criado con las bases de pobreza y humildad y aún así no recordaba mejor época, ni felicidad más absoluta, que la vivida en su infancia.
Alzó las piernas hasta acomodarlas sobre otra de las banquetas, resbalando el trasero para quedar cómodamente estirado con un brazo en el respaldo.
-Recuerda que este entrenamiento es solo una medida de seguridad, no tengo intención de convencerte, ni mucho menos obligarte, a que sigas mis pasos. - El por qué dijo eso fue básicamente por andar vagando en los recuerdos. - Ser monja no es tu vocación, del mismo modo que ser cura no es la mía... no me mires así, ambos sabemos que no tengo madera de hombre religioso - rodó los ojos restándole importancia, sabía de sobras lo que pensaba Bernadette. - Pero yo no tengo más alternativa que seguir lo que empecé.
Nunca le había contado su historia a Bernadette y dudaba que algún día lo hiciera, el pasado estaba ahí y no hacía falta removerlo más, de modo que estaba agradecido de que siguiera a su lado aún sin conocerle.
-Lo que quiero decir es que estás aquí por tu propia seguridad, así que cuando creas que no lo necesitas... puedes irte. Vivir tu vida tal como la desees. No estás obligada a nada para conmigo.
Última edición por Dominic Custler el Lun Ene 23, 2017 1:46 pm, editado 1 vez
Dom Custler- Cambiante Clase Baja
- Mensajes : 86
Fecha de inscripción : 09/11/2016
Re: Peligro de derrumbe || privado
Bernadette lo miró aun recuperando el aliento y se estiró intentando relajar los músculos, calentados y tensos, le había venido bien el ejercicio, pero estaba agotada, tenía sueño y hambre. Sonrió ante la broma del párroco. Joven, si, pero ya no tanto, y, además, no había hecho ejercicio en mucho tiempo, demasiado, lo único que había hecho de un tiempo a esa parte era levantar cajas de verdura, limpiar y camina.
Cuando vivía con su familia solía moverse más, bailaba, jugaba con sus hermanas, aunque no acababa de gustarle como eran estas, demasiado libertinas, descocadas y, sobretodo, descuidadas. Bernadette no veía mal que se hiciera lo que se quisiera, mientras no manchasen el apellido de su familia. Añoraba montar a caballo, era lo único que echaba de menos de una vida más acomodada. No los vestidos, ni la comida, ni siquiera su cama mullida, solo echaba de menos montar a caballo.
Suspiró mirando hacia la cocina, ¿quedaría algo de la cena? Esperaba que si, ni que fuera fruta, quería comer algo. Estaba por levantarse para traer fresas de esas que había comprado en el mercado el día anterior, cuando escuchó nuevamente la voz del padre Dómic, volvió a sonar. Alzó la cabeza y la dejó reposar en el banco con un suspiro.
- ¿Dónde quieres que vaya? De todos modos, me caes bien, aunque se diera el caso de que pudiera irme, de que estuviera segura, aun así vendría a ayudar, ¿qué harías sin mi, Dominic?- bromeó levantándose.- Voy a traer algo de comer y me iré a la cama, esto es más duro de lo que parece.- suspiró levantándose.
Entró a la cocina y limpió un puñado de fresas, poniéndolas en un plato y sacándolas de nuevo a la capilla. Cogió una y le paso el plato al padre, mientras volvía a sentarse en el suelo. Miró a su alrededor, el polvo estaba poniéndola nerviosa. Pero no se iba a poner a limpiar mientras la iglesia siguiera en ese estado tan horrible, aunque, al menos, a las estancias de dentro si deberían darles un repaso.
-Padre, mañana toca limpieza, dejemos la capilla para cuando esté arreglada, pero los cuartos, vamos a tener que hacer algo, no sea que caigamos malos por culpa del polvo.- lo miró de reojo.- y no se escaquee.- advirtió.
Cuando vivía con su familia solía moverse más, bailaba, jugaba con sus hermanas, aunque no acababa de gustarle como eran estas, demasiado libertinas, descocadas y, sobretodo, descuidadas. Bernadette no veía mal que se hiciera lo que se quisiera, mientras no manchasen el apellido de su familia. Añoraba montar a caballo, era lo único que echaba de menos de una vida más acomodada. No los vestidos, ni la comida, ni siquiera su cama mullida, solo echaba de menos montar a caballo.
Suspiró mirando hacia la cocina, ¿quedaría algo de la cena? Esperaba que si, ni que fuera fruta, quería comer algo. Estaba por levantarse para traer fresas de esas que había comprado en el mercado el día anterior, cuando escuchó nuevamente la voz del padre Dómic, volvió a sonar. Alzó la cabeza y la dejó reposar en el banco con un suspiro.
- ¿Dónde quieres que vaya? De todos modos, me caes bien, aunque se diera el caso de que pudiera irme, de que estuviera segura, aun así vendría a ayudar, ¿qué harías sin mi, Dominic?- bromeó levantándose.- Voy a traer algo de comer y me iré a la cama, esto es más duro de lo que parece.- suspiró levantándose.
Entró a la cocina y limpió un puñado de fresas, poniéndolas en un plato y sacándolas de nuevo a la capilla. Cogió una y le paso el plato al padre, mientras volvía a sentarse en el suelo. Miró a su alrededor, el polvo estaba poniéndola nerviosa. Pero no se iba a poner a limpiar mientras la iglesia siguiera en ese estado tan horrible, aunque, al menos, a las estancias de dentro si deberían darles un repaso.
-Padre, mañana toca limpieza, dejemos la capilla para cuando esté arreglada, pero los cuartos, vamos a tener que hacer algo, no sea que caigamos malos por culpa del polvo.- lo miró de reojo.- y no se escaquee.- advirtió.
Bernadette Doboise- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 32
Fecha de inscripción : 12/11/2016
Re: Peligro de derrumbe || privado
Permaneció en el banco mientras la observaba irse, con una sonrisa tierna aún bailándole en los labios. Cuando perdió al padre Marcus y el orfanato fue quemado, pensó que a partir de entonces estaría siempre solo. La Inquisición, la Iglesia, durante su recorrido por la vida se había dado cuenta que no encajaba en ninguno de aquellos lugares que, aunque predicaban la unión y el amor, en el momento de la verdad cada quien miraba por sí mismo. La hermana Bernadette había sido no solo un regalo, también un brote de esperanza, de que tal vez, por poco creyentes que fueran ambos, podrían llegar a construir algo parecido al lugar donde creció.
Saber que no se marcharía de su lado aunque encontrara su propio camino fue todo un alivio.
Cogió el plato que le ofrecía y cogió también solo una fresa, dejando las demás en el suelo entre ambos para compartir. Nada más hablarle de limpieza su mente empezó a trabajar en una excusa con la que escaquearse, pero le descubrió tan rápido que no pudo más que mirar al cielo y reír culpable. - Está bien, está bien, limpiaré. Lo prometo. Después de todo no puedo seguir durmiendo al lado del altar.
Se zampó la fresa en un instante y se puso en pie, escuchándose sus huesos crujir, para ir hacia el sagrario. Ahí dentro, junto al vino de misa y las ostias, escondía una botella con un poco de whisky que aún quedaba. La miró a contraluz, comprobando que esa misma noche la terminaría.
-No me mires así, ¿quieres una copa? Creo que alcanza para los dos - volvió al banco a sentarse y comió otra fresa antes de darle un buen trago que alimentara su espíritu. - ¿Sabes? Tienes razón. Tenemos que terminar de arreglar la parroquia. Estuve paseando el otro día por las calles más cercanas y hay muchos niños que no parecen tener padres. Necesitamos adaptar un lugar donde puedan estar a salvo.
Saber que no se marcharía de su lado aunque encontrara su propio camino fue todo un alivio.
Cogió el plato que le ofrecía y cogió también solo una fresa, dejando las demás en el suelo entre ambos para compartir. Nada más hablarle de limpieza su mente empezó a trabajar en una excusa con la que escaquearse, pero le descubrió tan rápido que no pudo más que mirar al cielo y reír culpable. - Está bien, está bien, limpiaré. Lo prometo. Después de todo no puedo seguir durmiendo al lado del altar.
Se zampó la fresa en un instante y se puso en pie, escuchándose sus huesos crujir, para ir hacia el sagrario. Ahí dentro, junto al vino de misa y las ostias, escondía una botella con un poco de whisky que aún quedaba. La miró a contraluz, comprobando que esa misma noche la terminaría.
-No me mires así, ¿quieres una copa? Creo que alcanza para los dos - volvió al banco a sentarse y comió otra fresa antes de darle un buen trago que alimentara su espíritu. - ¿Sabes? Tienes razón. Tenemos que terminar de arreglar la parroquia. Estuve paseando el otro día por las calles más cercanas y hay muchos niños que no parecen tener padres. Necesitamos adaptar un lugar donde puedan estar a salvo.
Dom Custler- Cambiante Clase Baja
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