AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Tras la perla más oscura ~ priv.
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Tras la perla más oscura ~ priv.
Sentado en el ornamentado carruaje de la familia, observo el paisaje con expresión aburrida. Mansiones y casonas muy parecidas entre sí flanquean ambos lados del camino, pavimentado cuidadosamente para facilitar el tránsito a sus respetables residentes. De colores pastel y alargadas ventanas de guillotina, están protegidas por altos setos para velan por la intimidad de las familias. Sus tejados son inclinados, formados por una miríada de tejas oscurecidas. Algunas de ellas poseen elaboradas verjas de hierro, forjadas para darles las elegantes formas que tanto se estilan en la ciudad. Otras, en cambio, son de madera cerrada, buscando evitar que las miradas indiscretas penetren en su interior. Es lo propio de una de las zonas más respetables de la ciudad, en la que el metro cuadrado va tan cotizado como en la propia Versalles. Y precisamente por ello, una garantía en sí del poder adquisitivo de mi futuro cliente.
Intentando ignorar el traqueteo de la calesa, buceo en mis recuerdos para evocar lo que sé de Dampierre. Comerciante de perlas y sedas, tiene muy buena fama en los círculos empresariales. Gasta tanto como vende, multiplicando sus ganancias para beneficio de su economía. Sus negocios van viento en popa, y jamás incumple un buen trato si ha dado antes su palabra. O eso le dijo su administrador a Varek, cuando pactaron esta visita en aquel club de caballeros. Con la más zalamera de las actitudes, le aseguró que no nos arrepentiríamos de entablar una relación comercial con él. Que saldríamos especialmente beneficiados, dada nuestra condición de indianos. Tras deliberar un poco al respecto, Varek y yo decidimos que no perdíamos nada con intentarlo. Y aquí estoy; encargándome de los asuntos más técnicos por mi hermano, mientras él dedica su tiempo a otras cuestiones más agradecidas.
Los caballos reducen el ritmo fuera del carruaje, indicándome que ya estamos cerca de mi destino. Pronto se detienen completamente, frente a una mansión muy similar a las otras anteriores. Con la habilidad que le confiere la práctica, el cochero abre la puerta del compartimento casi al instante de estacionar. Dedica una reverencia en mi dirección, que ignoro para bajar elegantemente del carruaje.
Al parecer estaban esperando mi llegada. Una esclava mulata aguarda con la mirada gacha en la entrada, un guiño a mi procedencia de las colonias de Nueva Francia. Sin dedicarle más que una mirada apreciativa, me dejo guiar por ella hasta el interior de la casa. Es hora de comprobar cuánto hay de cierto en lo que he escuchado de Rodolphe Dampierre.
Intentando ignorar el traqueteo de la calesa, buceo en mis recuerdos para evocar lo que sé de Dampierre. Comerciante de perlas y sedas, tiene muy buena fama en los círculos empresariales. Gasta tanto como vende, multiplicando sus ganancias para beneficio de su economía. Sus negocios van viento en popa, y jamás incumple un buen trato si ha dado antes su palabra. O eso le dijo su administrador a Varek, cuando pactaron esta visita en aquel club de caballeros. Con la más zalamera de las actitudes, le aseguró que no nos arrepentiríamos de entablar una relación comercial con él. Que saldríamos especialmente beneficiados, dada nuestra condición de indianos. Tras deliberar un poco al respecto, Varek y yo decidimos que no perdíamos nada con intentarlo. Y aquí estoy; encargándome de los asuntos más técnicos por mi hermano, mientras él dedica su tiempo a otras cuestiones más agradecidas.
Los caballos reducen el ritmo fuera del carruaje, indicándome que ya estamos cerca de mi destino. Pronto se detienen completamente, frente a una mansión muy similar a las otras anteriores. Con la habilidad que le confiere la práctica, el cochero abre la puerta del compartimento casi al instante de estacionar. Dedica una reverencia en mi dirección, que ignoro para bajar elegantemente del carruaje.
Al parecer estaban esperando mi llegada. Una esclava mulata aguarda con la mirada gacha en la entrada, un guiño a mi procedencia de las colonias de Nueva Francia. Sin dedicarle más que una mirada apreciativa, me dejo guiar por ella hasta el interior de la casa. Es hora de comprobar cuánto hay de cierto en lo que he escuchado de Rodolphe Dampierre.
Jean D. Lachance- Vampiro Clase Alta
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Re: Tras la perla más oscura ~ priv.
Alphonsine de Levre, mi querido administrador de cuentas, me había informado de un par de hermanos que querían ampliar sus miras de negocios, estaban interesados tras una larga charla en comprar perlas que estaban en mi poder. Querían hacer negocios con la empresa Dampierre. Obviamente, primero, le había pedido que los estudiase a fondo, quería saber si todo podía ser tan bonito como me lo había pintado él y los hermanos Lachance. Al parecer, así iba a ser. Dinero por dinero. Perlas por abrir mi mercado a nuevos continentes. Últimamente, la empresa estaba yendo mejor de lo que cabía esperar, habíamos tenido un aumento de ventas y exportaciones. Obviamente, el dinero ya se había gastado en alcohol, putas y una esclava. A Cèline todavía no le había informado.
La reunión iba a tener lugar aquí en mi despacho, un sitio cómodo para mí. Siempre era mejor hacer reuniones de negocios en un terreno beneficioso para ambos, pero yo siempre prefería hacerlo en un terreno adecuado para mí, sin distracciones como las pudiera haber en un club de caballeros o en la misma empresa. Aquí, podía controlar a la perfección sus movimientos e incluso echarle si las cosas no salían como esperaba. Deseaba que no fuesen así, quería que todo saliese bien. Si esto iba adecuadamente, la empresa Dampierre empezaría a sonar con más fuerza fuera de Francia. Algo que mis padres no habían conseguido con mucho éxito, y yo tampoco.
La puerta de mi despachó sonó y pude ver como asomó la cabeza Ohana, la esclava Americana que había comprado hace poco. La miré serio, si no me decía lo que quería oír, se iba a llevar unos cuantos azotes. -Mi señor, el señor Lachance está aquí.- Asentí a sus palabras y me aparté de la mesa para poder atender correctamente al señor Lachance. Ohana se apartó, dejando hueco para que el señor pudiera pasar. -Bienvenido, señor Lachance. Rodolphe Dampierre. Es un placer.- Le mostré mi mano para poder estrechársela. Una vez que estuvieron hechas las presentaciones más formales que recordaba, le invité a que tomase asiento delante de la gran mesa que presidía el despacho, llena de papeles, libros y plumas para escribir. Mientras dejaba unos segundos para que se acomodase en el lugar, me percaté de que Ohana seguía ahí. ¿Era estúpida? Lancé mi peor mirada de desprecio y esta se apresuró a cerrar la puerta en silencio. Mi expresión cambió cuando me acerqué a una mesita auxiliar que tenía al lado de la mesa. Aquí estaba mi mejor whisky. Cogí dos vasos y los serví, dándole uno al señor Lachance. -Espero que le guste el whisky añejo. Este es uno de los mejores. Cada botella cuesta una fortuna.- Me senté en frente de él, en mi silla. Di un leve sorbo al vaso y observé al señor que tenía delante. Era alguien joven... No me preocupaba, yo mismo desde joven me había ocupado de la empresa. Podía ser tan válido como lo había sido yo entonces. Extendí mis brazos un poco, sin llegar a invadir el espacio personal de él y lo miré, colocando una sonrisa. -¿Y bien, señor Lachance? ¿Empezamos con los negocios? -
La reunión iba a tener lugar aquí en mi despacho, un sitio cómodo para mí. Siempre era mejor hacer reuniones de negocios en un terreno beneficioso para ambos, pero yo siempre prefería hacerlo en un terreno adecuado para mí, sin distracciones como las pudiera haber en un club de caballeros o en la misma empresa. Aquí, podía controlar a la perfección sus movimientos e incluso echarle si las cosas no salían como esperaba. Deseaba que no fuesen así, quería que todo saliese bien. Si esto iba adecuadamente, la empresa Dampierre empezaría a sonar con más fuerza fuera de Francia. Algo que mis padres no habían conseguido con mucho éxito, y yo tampoco.
La puerta de mi despachó sonó y pude ver como asomó la cabeza Ohana, la esclava Americana que había comprado hace poco. La miré serio, si no me decía lo que quería oír, se iba a llevar unos cuantos azotes. -Mi señor, el señor Lachance está aquí.- Asentí a sus palabras y me aparté de la mesa para poder atender correctamente al señor Lachance. Ohana se apartó, dejando hueco para que el señor pudiera pasar. -Bienvenido, señor Lachance. Rodolphe Dampierre. Es un placer.- Le mostré mi mano para poder estrechársela. Una vez que estuvieron hechas las presentaciones más formales que recordaba, le invité a que tomase asiento delante de la gran mesa que presidía el despacho, llena de papeles, libros y plumas para escribir. Mientras dejaba unos segundos para que se acomodase en el lugar, me percaté de que Ohana seguía ahí. ¿Era estúpida? Lancé mi peor mirada de desprecio y esta se apresuró a cerrar la puerta en silencio. Mi expresión cambió cuando me acerqué a una mesita auxiliar que tenía al lado de la mesa. Aquí estaba mi mejor whisky. Cogí dos vasos y los serví, dándole uno al señor Lachance. -Espero que le guste el whisky añejo. Este es uno de los mejores. Cada botella cuesta una fortuna.- Me senté en frente de él, en mi silla. Di un leve sorbo al vaso y observé al señor que tenía delante. Era alguien joven... No me preocupaba, yo mismo desde joven me había ocupado de la empresa. Podía ser tan válido como lo había sido yo entonces. Extendí mis brazos un poco, sin llegar a invadir el espacio personal de él y lo miré, colocando una sonrisa. -¿Y bien, señor Lachance? ¿Empezamos con los negocios? -
Rodolphe Dampierre- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 21/10/2016
Re: Tras la perla más oscura ~ priv.
La negra me conduce con la cabeza gacha a través de diferentes estancias, todas ellas decoradas con el gusto y la pompa propias de alguien de una clase social elevada. Carecen de presencia humana, ya que según tengo entendido, Rodolphe vive sólo. No así de luz; velas y lámparas de bellas proporciones se aseguran de ahuyentar las tinieblas de la noche, titilando fantasmagóricamente desde sus respectivos soportes.
Siguiéndola con paso firme, sólo reduzco el ritmo cuando se detiene al llegar a una puerta. Su mirada hace ademán de conectar con la mía en ese momento, pero por suerte, resiste la tentación. Llamando un par de veces con golpes suaves y moderados, acciona el picaporte para precederme, y así poder anunciar mi llegada a su amo y señor.
- Un placer, monsieur Dampierre - Le digo, una vez en el interior del despacho. Estrechando la mano que el hombre me tiende, acepto el asiento y la bebida ofrecida, permitiéndole unos segundos de silenciosa cortesía para que pueda prepararlo todo a su gusto. Una vez el dueño de la mansión ha tomado asiento al otro lado de la mesa, cruzo cómodamente la pierna sobre la diestra. Un golpe sordo a nuestras espaldas indica que la mulata ya ha salido del despacho, dejándonos completamente a solas para que podamos tratar nuestros asuntos con tranquilidad. Mejor; no me gusta que nadie me interrumpa, no al menos si no voy a sacar un beneficio por ello. - El tiempo es oro, como se suele decir. Así que procedamos. Por cierto, buen whisky - Añado, tras probar un sorbo del ambarino líquido que acaba de servirme. Tras dejarlo sobre el pulido escritorio de Dampierre, meto la mano en mi levita, para sacar un par de gruesos habanos de una caja ricamente ornamentada. Tienen el sello familiar de los Lachance estampado sobre la tira, en una bonita tonalidad dorada que resalta bajo esta luz. Ofreciéndole uno a Rodolphe, me enciendo el otro con presteza; sería absurdo intentar vendérselo sin darle a probar el producto, aunque sea de una manera tan discreta y elegante como esta. - No hay nada mejor que un buen cigarro junto a una copa de alcohol, ¿no le parece? - Le digo, exalando el espeso humo del tabaco cubano. - Su administrador nos dio a entender que sería beneficioso para ambas familias aunar esfuerzos comerciales. Nos dio algunas pinceladas sobre sus negocios, pero aun así, prefiero ser informado por usted. ¿En qué clase de comercio se centra su empresa, monsieur? ¿Y con qué naciones intercambia?
Siguiéndola con paso firme, sólo reduzco el ritmo cuando se detiene al llegar a una puerta. Su mirada hace ademán de conectar con la mía en ese momento, pero por suerte, resiste la tentación. Llamando un par de veces con golpes suaves y moderados, acciona el picaporte para precederme, y así poder anunciar mi llegada a su amo y señor.
- Un placer, monsieur Dampierre - Le digo, una vez en el interior del despacho. Estrechando la mano que el hombre me tiende, acepto el asiento y la bebida ofrecida, permitiéndole unos segundos de silenciosa cortesía para que pueda prepararlo todo a su gusto. Una vez el dueño de la mansión ha tomado asiento al otro lado de la mesa, cruzo cómodamente la pierna sobre la diestra. Un golpe sordo a nuestras espaldas indica que la mulata ya ha salido del despacho, dejándonos completamente a solas para que podamos tratar nuestros asuntos con tranquilidad. Mejor; no me gusta que nadie me interrumpa, no al menos si no voy a sacar un beneficio por ello. - El tiempo es oro, como se suele decir. Así que procedamos. Por cierto, buen whisky - Añado, tras probar un sorbo del ambarino líquido que acaba de servirme. Tras dejarlo sobre el pulido escritorio de Dampierre, meto la mano en mi levita, para sacar un par de gruesos habanos de una caja ricamente ornamentada. Tienen el sello familiar de los Lachance estampado sobre la tira, en una bonita tonalidad dorada que resalta bajo esta luz. Ofreciéndole uno a Rodolphe, me enciendo el otro con presteza; sería absurdo intentar vendérselo sin darle a probar el producto, aunque sea de una manera tan discreta y elegante como esta. - No hay nada mejor que un buen cigarro junto a una copa de alcohol, ¿no le parece? - Le digo, exalando el espeso humo del tabaco cubano. - Su administrador nos dio a entender que sería beneficioso para ambas familias aunar esfuerzos comerciales. Nos dio algunas pinceladas sobre sus negocios, pero aun así, prefiero ser informado por usted. ¿En qué clase de comercio se centra su empresa, monsieur? ¿Y con qué naciones intercambia?
Jean D. Lachance- Vampiro Clase Alta
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Re: Tras la perla más oscura ~ priv.
La mano del señor Lachance fue fría al tacto, así que supuse que debía de estar haciendo frío fuera de estos muros. Hoy Ohana iba a dormir en el pajar, por haberse intentado quedar a escuchar. Se merecía ese castigo, no podía permitir que una esclava fuese chismosa con asuntos importantes como los que aquí nos concernían al señor Lachance y a mí. Tras sentarnos cada uno en los respectivos asientos, supe que esto iba a comenzar. Sentía un leve cosquilleo por el cuerpo. Tenía que salir bien sí o sí. No quedaba otra opción.
Sonreí un poco por el cumplido sobre el whisky. Alguien que valoraba el buen alcohol merecía de toda mi atención. Di un pequeño sorbo más, saboreándolo al completo, mientras esperaba a que el señor Lachance comenzase esto. Sacó una caja llena de puros habanos. Solo con abrir esa caja un leve olor invadió la estancia. Olían bien. Tenían el sello de lo que parecía ser su apellido, como solían estar etiquetados todos. Me dio uno para probar que acepté de inmediato. En vez de una reunión de negocios, parecía un club de caballeros cualquiera, solamente faltaban las fulanas para calentarnos entre las piernas.
Encendí el puro con una de las velas que estaban en la mesa para iluminar los papeles y aspiré el humo para luego expulsarlo por mis orificios nasales. Estaba realmente bueno. Uno de los mejores que había probado en mucho tiempo. -Solamente falta la compañía de unas féminas, para que todo sea perfecto.- Le guiñé un ojo divertido. No sabía si él era aficionado a los burdeles, pero después de esta negociación, yo iba a necesitar una mujer. Llegó la hora de la verdad y me acomodé con el puro entre los dedos. -Mi empresa se centra sobre todo en las sedas, las perlas y los vinos. Como comprenderá, las perlas es donde más beneficio sacamos, por eso quiero comenzar a exportarlo a más lugares. - Di una breve calada al puro. -Quiero ampliar mi mercado, quiero expandirme a otros lugares exóticos, como India, algo de Asia, quizás América... Actualmente, mi mercado es Francia, las campiñas y estamos empezando en Inglaterra.- Terminé de explicar lo requerido por el señor Lachance y bebí del vaso.
Sonreí un poco por el cumplido sobre el whisky. Alguien que valoraba el buen alcohol merecía de toda mi atención. Di un pequeño sorbo más, saboreándolo al completo, mientras esperaba a que el señor Lachance comenzase esto. Sacó una caja llena de puros habanos. Solo con abrir esa caja un leve olor invadió la estancia. Olían bien. Tenían el sello de lo que parecía ser su apellido, como solían estar etiquetados todos. Me dio uno para probar que acepté de inmediato. En vez de una reunión de negocios, parecía un club de caballeros cualquiera, solamente faltaban las fulanas para calentarnos entre las piernas.
Encendí el puro con una de las velas que estaban en la mesa para iluminar los papeles y aspiré el humo para luego expulsarlo por mis orificios nasales. Estaba realmente bueno. Uno de los mejores que había probado en mucho tiempo. -Solamente falta la compañía de unas féminas, para que todo sea perfecto.- Le guiñé un ojo divertido. No sabía si él era aficionado a los burdeles, pero después de esta negociación, yo iba a necesitar una mujer. Llegó la hora de la verdad y me acomodé con el puro entre los dedos. -Mi empresa se centra sobre todo en las sedas, las perlas y los vinos. Como comprenderá, las perlas es donde más beneficio sacamos, por eso quiero comenzar a exportarlo a más lugares. - Di una breve calada al puro. -Quiero ampliar mi mercado, quiero expandirme a otros lugares exóticos, como India, algo de Asia, quizás América... Actualmente, mi mercado es Francia, las campiñas y estamos empezando en Inglaterra.- Terminé de explicar lo requerido por el señor Lachance y bebí del vaso.
Rodolphe Dampierre- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 21/10/2016
Re: Tras la perla más oscura ~ priv.
La mención a las mujeres me hace esbozar media sonrisa, recordándome a aquellos tiempos en los que salía de cacería nocturna con Höor. Algunas noches buscábamos adrenalina; otras, prostitutas y muchachos. Y siempre, sin importar a dónde fuéramos, acabábamos encontrando problemas. Gendarmes, ladrones, gitanos enfurecidos... mil aventuras que, de repetirse ahora, tendrían un desenlace distinto. Por suerte o por desgracia, no puedo acercarme al noruego hasta solucionar algunos de mis nuevos problemas. No sólo por él; ahora tiene una familia a la que proteger, y no seré yo quien los ponga en peligro. Inhalando una bocanada de humo, miro fijamente a Dampierre mientras habla. Definitivamente, creo que la noche va a ser más que provechosa.
- Las mujeres siempre son una buena manera de celebrar los negocios, aunque sólo después de haberlos cerrado. Desvían la atención de los temas verdaderamente importantes, con su parloteo sobre vestidos, fiestas y demás nimiedades - Le digo, liberando la ceniza de mi cigarro en el cenicero de su mesa. - Por suerte para nosotros, son una importante razón por la cual funcionan nuestros respectivos negocios. Utilizan las sedas para encargarse hermosos vestidos, que pagan a precios desorbitados para desesperación de sus maridos. Ordenan que engasten perlas en ellos, o bien en sus tocados, para resaltar su feminidad e inocencia. Los vestidos, por supuesto, deben ser de colores exóticos. Mejor si son importados de allende de los mares, o los vestidos por Su Majestad, así viva para siempre. Y eso es a lo que nos dedicamos los Lachance, monsieur Dampierre; a producir índigo para los tintes que hagan felices a las mujeres, y azúcar y tabaco para el paladar de sus sacrificados maridos. - Hago una pausa para acabar con el contenido de mi vaso, que dejo a un lado de la mesa para evitar que se caiga sin querer. - Tenemos plantaciones en Cuba y Luisiana, las mejores de toda América. Y como tal, todo lo que queramos traer a Europa debemos hacerlo por barco.
Saco de mi levita un pequeño fajo de papeles, que despliego delicadamente antes de tendérselos a Rodolphe. En ellos están plasmadas con mi caligrafía pulcra y apretada las últimas ganancias de la empresa, cifras exorbitantes con las que muchos de los nobles actuales no podrían ni soñar con competir. Atento a su reacción, le concedo un par de minutos de silencio para que pueda examinarlas con tranquilidad. Después, doy otra calada al habano antes de continuar hablando de negocios.
- Verá, monsieur, siempre resulta peligroso trasladar todo eso por mar. Los viajes son largos y peligrosos, y los piratas, viles y traicioneros. Todo buen comerciante sabe que debe contar con un colchón de dinero para las pérdidas. Pero muchas podrían evitarse si, en lugar de los obsoletos francos, fueran las perlas la moneda de cambio en estas transacciones. Ocupan mucho menos, y son más sencillas de esconder. Además, pueden utilizarse tanto como moneda de cambio en las Américas como producto. Los Lachance estamos interesados en que el pago de nuestros clientes europeos se realice en ese formato. Y como tal, necesitamos un proveedor que esté dispuesto a suministrarnos las valiosas gemas - Sin pedirle las cuentas de vuelta, tiendo un pequeño cheque relleno en su dirección. La cifra en él expuesta es bastante satisfactoria, pero no sé si será suficiente para que Dampierre acepte el trato. Tal vez necesite otro empujoncito antes de decidirse - Nueva Orleans tiene una importante demanda de productos refinados, que por lo salvaje del territorio no se producen con la misma calidad de Europa. Así que, por descontado, el pacto incluiría también la compra de vinos y sedas. Las aceptamos también sin teñir, siempre que no necesiten mayores acabados. ¿Qué le parece, monsieur? ¿Está la corporación Dampierre interesada en ampliar sus fronteras al Nuevo Mundo?
- Las mujeres siempre son una buena manera de celebrar los negocios, aunque sólo después de haberlos cerrado. Desvían la atención de los temas verdaderamente importantes, con su parloteo sobre vestidos, fiestas y demás nimiedades - Le digo, liberando la ceniza de mi cigarro en el cenicero de su mesa. - Por suerte para nosotros, son una importante razón por la cual funcionan nuestros respectivos negocios. Utilizan las sedas para encargarse hermosos vestidos, que pagan a precios desorbitados para desesperación de sus maridos. Ordenan que engasten perlas en ellos, o bien en sus tocados, para resaltar su feminidad e inocencia. Los vestidos, por supuesto, deben ser de colores exóticos. Mejor si son importados de allende de los mares, o los vestidos por Su Majestad, así viva para siempre. Y eso es a lo que nos dedicamos los Lachance, monsieur Dampierre; a producir índigo para los tintes que hagan felices a las mujeres, y azúcar y tabaco para el paladar de sus sacrificados maridos. - Hago una pausa para acabar con el contenido de mi vaso, que dejo a un lado de la mesa para evitar que se caiga sin querer. - Tenemos plantaciones en Cuba y Luisiana, las mejores de toda América. Y como tal, todo lo que queramos traer a Europa debemos hacerlo por barco.
Saco de mi levita un pequeño fajo de papeles, que despliego delicadamente antes de tendérselos a Rodolphe. En ellos están plasmadas con mi caligrafía pulcra y apretada las últimas ganancias de la empresa, cifras exorbitantes con las que muchos de los nobles actuales no podrían ni soñar con competir. Atento a su reacción, le concedo un par de minutos de silencio para que pueda examinarlas con tranquilidad. Después, doy otra calada al habano antes de continuar hablando de negocios.
- Verá, monsieur, siempre resulta peligroso trasladar todo eso por mar. Los viajes son largos y peligrosos, y los piratas, viles y traicioneros. Todo buen comerciante sabe que debe contar con un colchón de dinero para las pérdidas. Pero muchas podrían evitarse si, en lugar de los obsoletos francos, fueran las perlas la moneda de cambio en estas transacciones. Ocupan mucho menos, y son más sencillas de esconder. Además, pueden utilizarse tanto como moneda de cambio en las Américas como producto. Los Lachance estamos interesados en que el pago de nuestros clientes europeos se realice en ese formato. Y como tal, necesitamos un proveedor que esté dispuesto a suministrarnos las valiosas gemas - Sin pedirle las cuentas de vuelta, tiendo un pequeño cheque relleno en su dirección. La cifra en él expuesta es bastante satisfactoria, pero no sé si será suficiente para que Dampierre acepte el trato. Tal vez necesite otro empujoncito antes de decidirse - Nueva Orleans tiene una importante demanda de productos refinados, que por lo salvaje del territorio no se producen con la misma calidad de Europa. Así que, por descontado, el pacto incluiría también la compra de vinos y sedas. Las aceptamos también sin teñir, siempre que no necesiten mayores acabados. ¿Qué le parece, monsieur? ¿Está la corporación Dampierre interesada en ampliar sus fronteras al Nuevo Mundo?
Jean D. Lachance- Vampiro Clase Alta
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Re: Tras la perla más oscura ~ priv.
Mantuve una sonrisa estática mientras él hablaba sobre las mujeres. Yo obviamente no me había referido a esas mujeres de las que él hablaba. Yo hablaba de mujeres que se mantenían en silencio salvo para dejar escapar pequeñas risas a nuestros comentarios que ni siquiera entendían. Mujeres sumisas, con protocolo y elegancia. El señor Lachance, continuó explicándome a que se dedicaba en su gran empresa.
Él se había atrevido a llevar su negocio a tierras lejanas como América. Eso era lo que yo quería, mandar a alguien de mi total confianza a esas tierras para comenzar a exportar en esos parajes desconocidos y aumentar la riqueza que ya tenía. El señor Lachance podría ser la puerta a todo esto, así que continué prestándole toda mi atención mientras bebía del vaso y daba grandes caladas al puro habano.
Tras esto, extiende ante mí sus papeles de cuentas, en el que puedo observar las cifras de sus ganancias y sus beneficios. Cifras más cuantiosas que las mías. Humedezco mis labios, este negocio puede ser muy muy satisfactorio para los dos, pero sobre todo para mí. El negocio que se estaba llevando a cabo aquí parecía ser un sueño. Utilizar perlas como moneda de cambio, incluyendo también sedas y vinos en el lote. Me terminé el whisky del vaso antes de ver el cheque que me tendía. Un cheque con una cifra desorbitada, tenía muchos ceros a la derecha.
Doy una última calada al habano antes de dejarlo humeante en el cenicero. -Todo parece demasiado bonito, señor Lachance. ¿No hay trampa ni cartón?- Pregunté, no quería darlo todo por este negocio y luego quedarme sin nada, sin un colchón bajo el que poder alzar la empresa en cambio de que fuese todo mal. Le devolví sus cuentas, sin tenerlas aún todas conmigo, pero... Era exactamente lo que quería, como si el señor Lachance hubiera escarbado en mi mente. -La empresa Dampierre quiere ampliar sus miras a nuevos mundos, señor Lachance. Si me promete que nada malo ocurrirá... Las perlas, los vinos y las sedas que usted me pida, serán suyas. - Le ofrecí mi mano de nuevo para que él la estrechase si aceptaba todo esto. Un negocio suculento, dinero a expuertas... Todo lo que necesitaba.
Él se había atrevido a llevar su negocio a tierras lejanas como América. Eso era lo que yo quería, mandar a alguien de mi total confianza a esas tierras para comenzar a exportar en esos parajes desconocidos y aumentar la riqueza que ya tenía. El señor Lachance podría ser la puerta a todo esto, así que continué prestándole toda mi atención mientras bebía del vaso y daba grandes caladas al puro habano.
Tras esto, extiende ante mí sus papeles de cuentas, en el que puedo observar las cifras de sus ganancias y sus beneficios. Cifras más cuantiosas que las mías. Humedezco mis labios, este negocio puede ser muy muy satisfactorio para los dos, pero sobre todo para mí. El negocio que se estaba llevando a cabo aquí parecía ser un sueño. Utilizar perlas como moneda de cambio, incluyendo también sedas y vinos en el lote. Me terminé el whisky del vaso antes de ver el cheque que me tendía. Un cheque con una cifra desorbitada, tenía muchos ceros a la derecha.
Doy una última calada al habano antes de dejarlo humeante en el cenicero. -Todo parece demasiado bonito, señor Lachance. ¿No hay trampa ni cartón?- Pregunté, no quería darlo todo por este negocio y luego quedarme sin nada, sin un colchón bajo el que poder alzar la empresa en cambio de que fuese todo mal. Le devolví sus cuentas, sin tenerlas aún todas conmigo, pero... Era exactamente lo que quería, como si el señor Lachance hubiera escarbado en mi mente. -La empresa Dampierre quiere ampliar sus miras a nuevos mundos, señor Lachance. Si me promete que nada malo ocurrirá... Las perlas, los vinos y las sedas que usted me pida, serán suyas. - Le ofrecí mi mano de nuevo para que él la estrechase si aceptaba todo esto. Un negocio suculento, dinero a expuertas... Todo lo que necesitaba.
Rodolphe Dampierre- Humano Clase Alta
- Mensajes : 38
Fecha de inscripción : 21/10/2016
Re: Tras la perla más oscura ~ priv.
- Le aseguro que no hay malas intenciones ni vicios ocultos en este trato, monsieur Dampierre. - Le digo, sacudiendo la ceniza del habano en el cenicero - Y es que si hay algo de lo que podemos jactarnos los Lachance es de que mantenemos nuestra palabra. El honor nos parece tan valioso como el dinero, y si usted cierra el trato y nos proporciona las mercancías sin ninguna clase de mala fe, nosotros le corresponderemos con lo propio. Y así todos prosperaremos, tanto en volumen de negocios como en el valor de nuestra palabra. Que después será aceptada al saber que ha sido cumplida con anterioridad. En ocasiones, es la mejor publicidad para una empresa, ¿no le parece?
Tomo las cuentas que Rodolphe me tiende, guardándolas de nuevo en el bolsillo de mi levita. Tras negociar durante unos instantes detalles sobre las cantidades y los plazos de entrega, ambos nos ponemos en pie y estrechamos nuestras manos, como símbolo de que el trato está definitivamente cerrado en esos términos. - Un último detalle, monsieur - Empiezo, todavía de pie frente al escritorio - El cheque sólo podrá ser canjeado una vez haya pasado usted por mi despacho para firmar el contrato de suministro. Como comprenderá, y dada mi condición de profesional liberal de la abogacía, no puedo dejar que un pacto de este calibre quede sin rúbrica alguna. Si se pasa usted mañana por la noche a esta misma hora, podrá leer todas y cada una de las condiciones escritas, y sellar definitivamente el pacto. - Acabo, colocándome de nuevo el abrigo sobre la oscura levita. Mis dedos, antes torpes y lentos, atan hábilmente todos los lazos hasta la altura del cuello, disfrutando por el camino de la suave textura de cachemira de la cara prenda de vestir. Colocándome también el sombrero, me toco el ala con la diestra a modo de despedida del comerciante - Ah, casi se me olvida. Traiga también un muestrario de perlas. Después iremos a un tasador especializado en joyería, para que de fe de que la calidad es exactamente la manifestada en los albaranes. Normalmente no le pediría ningún documento acreditativo, pero piense que las perlas, una vez utilizadas para el transporte marítimo, serán vendidas allende de los mares como mercancía corriente, y los compradores querrán asegurarse de que la calidad es exactamente la deseada por ellos.
Tomo las cuentas que Rodolphe me tiende, guardándolas de nuevo en el bolsillo de mi levita. Tras negociar durante unos instantes detalles sobre las cantidades y los plazos de entrega, ambos nos ponemos en pie y estrechamos nuestras manos, como símbolo de que el trato está definitivamente cerrado en esos términos. - Un último detalle, monsieur - Empiezo, todavía de pie frente al escritorio - El cheque sólo podrá ser canjeado una vez haya pasado usted por mi despacho para firmar el contrato de suministro. Como comprenderá, y dada mi condición de profesional liberal de la abogacía, no puedo dejar que un pacto de este calibre quede sin rúbrica alguna. Si se pasa usted mañana por la noche a esta misma hora, podrá leer todas y cada una de las condiciones escritas, y sellar definitivamente el pacto. - Acabo, colocándome de nuevo el abrigo sobre la oscura levita. Mis dedos, antes torpes y lentos, atan hábilmente todos los lazos hasta la altura del cuello, disfrutando por el camino de la suave textura de cachemira de la cara prenda de vestir. Colocándome también el sombrero, me toco el ala con la diestra a modo de despedida del comerciante - Ah, casi se me olvida. Traiga también un muestrario de perlas. Después iremos a un tasador especializado en joyería, para que de fe de que la calidad es exactamente la manifestada en los albaranes. Normalmente no le pediría ningún documento acreditativo, pero piense que las perlas, una vez utilizadas para el transporte marítimo, serán vendidas allende de los mares como mercancía corriente, y los compradores querrán asegurarse de que la calidad es exactamente la deseada por ellos.
Jean D. Lachance- Vampiro Clase Alta
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Re: Tras la perla más oscura ~ priv.
El señor Lachance parecía de fiar. Llevaba todo el tiempo de la reunión mirándolo fijamente, escuchando sus palabras con total atención en busca de resquicios de mentiras que no encontré por ningún lado. No era porque fuese alguien ingenuo o porque no me fiase mucho de la gente, lo hacía porque era un negocio de alto calibre y quería estar seguro al cien por cien de que fuese beneficioso para ambos, pero sobre todo para la empresa Dampierre. Asentí a todas y cada una de sus palabras, hasta que terminó la reunión y nos estrechamos la mano, como auténticos caballeros. -Está bien, señor Lachance. Le llevaré mañana a la misma hora un muestrario de nuestras mejores perlas. Verá que son de la calidad que dicen tener. Sin engaños. Ohana le acompañará a la salida.- Salí de la barrera que había formado mi escritorio y abrí la puerta del despacho, donde estaba Ohana esperando nuestra salida. Esperaba por su bien que no hubiera escuchado nada. Acompañó al señor Lachance hasta la salida y pude volver a mis quehaceres.
Al día siguiente, por la mañana, había estado hablando con Alphonsine y con Louí un muchacho de mi servicio personal para que me trajesen por la tarde el mejor muestrario de perlas del que disponíamos. Quería todo perfecto, necesitaba cerrar este negocio con satisfacción. Por la noche, cogí mi abrigo, mi sombrero y me subí en mi calesa, portando en un pequeño maletín el muestrario de perlas debidamente protegido para que no sufriera golpes. -Al despacho de los Lachance.- Dije a mi cochero personal y este obedeció de inmediato. El camino no se me hizo largo, el despacho de los Lachance estaba más o menos cerca. En un conjunto de edificios con alto nivel adquisitivo. ¿Iba a conocer hoy al otro hermano? Solamente había visto a uno de ellos y tenía entendido que eran dos.
Bajé de la calesa cuando llegamos a la puerta del edificio y entré con paso firma, quitándome el sombrero y dejándolo en mi mano izquierda. Allí, me encontré con una persona que parecía conocer el edificio, así que me acerqué hasta ella. -Buenas noches, busco al señor Lachance. He quedado con él.- Miré mi reloj de bolsillo, era la hora adecuada.
Al día siguiente, por la mañana, había estado hablando con Alphonsine y con Louí un muchacho de mi servicio personal para que me trajesen por la tarde el mejor muestrario de perlas del que disponíamos. Quería todo perfecto, necesitaba cerrar este negocio con satisfacción. Por la noche, cogí mi abrigo, mi sombrero y me subí en mi calesa, portando en un pequeño maletín el muestrario de perlas debidamente protegido para que no sufriera golpes. -Al despacho de los Lachance.- Dije a mi cochero personal y este obedeció de inmediato. El camino no se me hizo largo, el despacho de los Lachance estaba más o menos cerca. En un conjunto de edificios con alto nivel adquisitivo. ¿Iba a conocer hoy al otro hermano? Solamente había visto a uno de ellos y tenía entendido que eran dos.
Bajé de la calesa cuando llegamos a la puerta del edificio y entré con paso firma, quitándome el sombrero y dejándolo en mi mano izquierda. Allí, me encontré con una persona que parecía conocer el edificio, así que me acerqué hasta ella. -Buenas noches, busco al señor Lachance. He quedado con él.- Miré mi reloj de bolsillo, era la hora adecuada.
Rodolphe Dampierre- Humano Clase Alta
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Re: Tras la perla más oscura ~ priv.
- ¿Señor Lachance? - La vacilante voz de Rebecca sonando desde el umbral de mi despacho me hace levantar la cabeza de mis papeles. Escritos y anotaciones ocupan el amplio escritorio, producto de más de dos horas de trabajo intenso en un complicado caso de concurso culpable. Espolvoreando un poco de arena sobre el último de ellos, miro inquisitivamente a la secretaria. Sabe que no debe molestarme sin una buena razón, lo que significa que cualquier interrupción por su parte debe ser atendida sin demora. - Hay un hombre abajo que pregunta por vos, monsieur. - Continúa la morena, sin entrar en la habitación. Levanta una pequeña agenda de cuero y busca un nombre en su interior, sin duda la referencia ofrecida por el caballero que tan amablemente ha acudido a mi bufete. Acabando el proceso secante con el documento, espero a que la secretaria confirme lo que ya imagino. Al fin y al cabo, fui yo quien propuso lugar y fecha; sería absurdo no recordar el origen y motivo de la visita. - Un tal Rodolphe Dampierre. Afirma que tenía cita previa, y que usted estaba informado de su llegada. - Dice al fin, señalando con el índice antes de guardar de nuevo la libreta.
- Efectivamente, Rebecca. - Asiento, al escuchar el nombre del comerciante de perlas. - Hazlo pasar, ¿quieres? Ah, y ofrécele un pequeño refrigerio mientras acabo de recoger mis enseres. Café, té, alcohol, lo que él pida. Del armario caro, no del habitual. Venga, ve.
Rápida y silenciosa, la muchacha se marcha para cumplir las órdenes, dejándome tiempo para poner en orden todos mis papeles. Para cuando hace pasar al gentilhombre la mesa ya está impoluta, el roble reluciendo con el brillo propio de las cosas cuidadas y caras. La pluma está en equilibrio sobre el soporte de plata, y el tintero, limpio de manchas fruto de su uso. Rodeando el escritorio, ofrezco mi diestra a Rodolphe a modo de saludo. Después, vuelvo a ocupar mi butaca y espero a que él haga lo propio frente a mi.
- Un placer volver a verle de nuevo, caballero. - Empiezo, esbozando mi media sonrisa característica al hablar - No es necesario que nos demoremos demasiado en estos asuntos. Aquí tiene el pliegue de condiciones, cuyas dudas al respecto le resolveré tan pronto como las formule. Entre las cláusulas que se incluyen se encuentran las penalizaciones pecuniarias si cualquiera de las dos partes decidiera revocar los negocios de manera exclusivamente unilateral, como medida de seguridad para blindar los negocios y poder pagar a los proveedores; el método y la frecuencia del pago, así como los requisitos para verificar que el empleado a quien se realiza la entrega está verdaderamente autorizado para ello; y otra clase de menudencias, como previsiones para ampliar o reducir en un futuro el volumen de los negocios. - Concluyo, tendiéndole la carpeta de cuero en la que está contenido el contrato mercantil. También acerco a su posición la pluma y el tintero, para que pueda estampar su rúbrica en la parte inferior del contrato una vez finalice su lectura. - ¿Ha traído las perlas?
- Efectivamente, Rebecca. - Asiento, al escuchar el nombre del comerciante de perlas. - Hazlo pasar, ¿quieres? Ah, y ofrécele un pequeño refrigerio mientras acabo de recoger mis enseres. Café, té, alcohol, lo que él pida. Del armario caro, no del habitual. Venga, ve.
Rápida y silenciosa, la muchacha se marcha para cumplir las órdenes, dejándome tiempo para poner en orden todos mis papeles. Para cuando hace pasar al gentilhombre la mesa ya está impoluta, el roble reluciendo con el brillo propio de las cosas cuidadas y caras. La pluma está en equilibrio sobre el soporte de plata, y el tintero, limpio de manchas fruto de su uso. Rodeando el escritorio, ofrezco mi diestra a Rodolphe a modo de saludo. Después, vuelvo a ocupar mi butaca y espero a que él haga lo propio frente a mi.
- Un placer volver a verle de nuevo, caballero. - Empiezo, esbozando mi media sonrisa característica al hablar - No es necesario que nos demoremos demasiado en estos asuntos. Aquí tiene el pliegue de condiciones, cuyas dudas al respecto le resolveré tan pronto como las formule. Entre las cláusulas que se incluyen se encuentran las penalizaciones pecuniarias si cualquiera de las dos partes decidiera revocar los negocios de manera exclusivamente unilateral, como medida de seguridad para blindar los negocios y poder pagar a los proveedores; el método y la frecuencia del pago, así como los requisitos para verificar que el empleado a quien se realiza la entrega está verdaderamente autorizado para ello; y otra clase de menudencias, como previsiones para ampliar o reducir en un futuro el volumen de los negocios. - Concluyo, tendiéndole la carpeta de cuero en la que está contenido el contrato mercantil. También acerco a su posición la pluma y el tintero, para que pueda estampar su rúbrica en la parte inferior del contrato una vez finalice su lectura. - ¿Ha traído las perlas?
Jean D. Lachance- Vampiro Clase Alta
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Re: Tras la perla más oscura ~ priv.
La joven que está situada en la recepción del edificio mantiene su mirada en mí. Es atractiva, tanto que se me pone un poco dura. Me muevo hasta un lado para que ella se levante tras decirle quién soy y para qué he venido y la veo marcharse hasta una puerta, la que me supuse que era donde se encontraba el señor Lachance. Tras unos segundos, los cuales me dieron tiempo a enfriar mi mente y mi cuerpo, la joven se acercó, ofreciéndome todo tipo de bebida y licores. Asentí ante un whisky. La mujer se marchó para traérmelo y entré en el despacho, donde se encontraba Lachance.
El despacho estaba pulcro, el escritorio tenía un montoncito de papeles que seguramente, acababan de ser recogidos. Ofrezco la mano al señor Lachance. - Lo mismo digo, señor Lachance.- Tomé asiento en la butaca que me ofrecía y le escuché con atención, aunque la desvié un poco, cuando la joven me trajo la bebida. Di un sorbo y escruté entonces, el contrato donde debía de dejar mi firma para hacer todo esto oficial. Comencé a leer las condiciones, las penalizaciones y todo lo que había. Pero... ¿Qué pasaba si unos piratas asaltaban el barco? Los mares eran peligrosos, por eso aún no me había atrevido a dar el gran paso y cruzar el continente. -Verá señor Lachance. El mar es un incremento de riesgo. ¿Qué ocurre si atacan piratas y roban las perlas? ¿Qué ocurre si el mar está bravo y el barco se hunde? No quiero que mis perlas acaben en el fondo del mar o en manos de ladrones. No es bueno para mi empresa. Espero que cuente con algún tipo de seguro contra eso.- Seguí escrutando el contrato, por mi parte, no iba a poner más pegas, pero aún no quería firmar hasta estar cien por cien seguro de que mis perlas podrían llegar a buen puerto.
Hice a un lado entonces el contrato, para no doblar ninguna de las hojas a la hora de colocar el maletín con las perlas. Me levanté para poder colocarlo y abrirlo. Las perlas estaban en una pequeña "vitrina" dentro del maletín completamente acomodadas para que no pudieran caerse o romperse. Abrí el cristal para permitir al señor Lachance que las viese de cerca o incluso que cogiese una entre sus dedos. -He mandado que pusieran las mejores. Espero que sean de su agrado, señor Lachance.- Volví a sentarme en la butaca mientras daba un sorbo al whisky. -Si le gustan, solo dígame cuantas quiere, cuántos francos va a pagar por ellas, asegúreme que esto será factible y pondré mi firma en el contrato.- Sabía de sobra que el señor Lachance y yo nos estábamos aventurando en aguas mansas, pero quería ponerle a prueba. Solo por diversión.
El despacho estaba pulcro, el escritorio tenía un montoncito de papeles que seguramente, acababan de ser recogidos. Ofrezco la mano al señor Lachance. - Lo mismo digo, señor Lachance.- Tomé asiento en la butaca que me ofrecía y le escuché con atención, aunque la desvié un poco, cuando la joven me trajo la bebida. Di un sorbo y escruté entonces, el contrato donde debía de dejar mi firma para hacer todo esto oficial. Comencé a leer las condiciones, las penalizaciones y todo lo que había. Pero... ¿Qué pasaba si unos piratas asaltaban el barco? Los mares eran peligrosos, por eso aún no me había atrevido a dar el gran paso y cruzar el continente. -Verá señor Lachance. El mar es un incremento de riesgo. ¿Qué ocurre si atacan piratas y roban las perlas? ¿Qué ocurre si el mar está bravo y el barco se hunde? No quiero que mis perlas acaben en el fondo del mar o en manos de ladrones. No es bueno para mi empresa. Espero que cuente con algún tipo de seguro contra eso.- Seguí escrutando el contrato, por mi parte, no iba a poner más pegas, pero aún no quería firmar hasta estar cien por cien seguro de que mis perlas podrían llegar a buen puerto.
Hice a un lado entonces el contrato, para no doblar ninguna de las hojas a la hora de colocar el maletín con las perlas. Me levanté para poder colocarlo y abrirlo. Las perlas estaban en una pequeña "vitrina" dentro del maletín completamente acomodadas para que no pudieran caerse o romperse. Abrí el cristal para permitir al señor Lachance que las viese de cerca o incluso que cogiese una entre sus dedos. -He mandado que pusieran las mejores. Espero que sean de su agrado, señor Lachance.- Volví a sentarme en la butaca mientras daba un sorbo al whisky. -Si le gustan, solo dígame cuantas quiere, cuántos francos va a pagar por ellas, asegúreme que esto será factible y pondré mi firma en el contrato.- Sabía de sobra que el señor Lachance y yo nos estábamos aventurando en aguas mansas, pero quería ponerle a prueba. Solo por diversión.
Rodolphe Dampierre- Humano Clase Alta
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Re: Tras la perla más oscura ~ priv.
- Está todo previsto - Le aseguro, acomodándome un poco más en mi confortable butaca - Si se fija, en la página 14 se establece que los riesgos cambian de manos en el momento en el que se produce el embarque en el puerto. Es decir, que si roban la mercancía justo antes de llegar, será usted quien deberá proporcionar una nueva mercancía que se corresponda con lo pactado; pero en cambio, todo lo que suceda una vez en las bodegas de nuestros navíos será ya asunto de los Lachance. Usted recibirá la paga acordada, pero si se queda más tranquilo, mi despacho en Nueva Orleans gestiona todo lo relativo a seguros de mercancías. Así que no tema; podemos asumir las pérdidas de darse un asalto, y le aseguro que a los piratas les costaría más caro en vidas que a nosotros en francos.
Padre ya se encargó de que los barcos que contratamos para el transporte sean punteros en artillería naval, pienso mientras me sirvo un par de dedos de whisky de mi propia botella. El líquido, ambarino e intenso, cae liberando su aroma hasta ocupar la mitad del barco. Llevándomelo a los labios, continuo pensando en el tema para darle a Dampierre minutos para leer el contrato. Lejos de lo que quieren hacernos creer, los piratas sí tienen miedo a morir. Hay algunos locos que valoran la adrenalina y la sangre por encima de la vida, pero la mayoría de ellos saben que las perlas en el mar no van a servirles de nada. Son comerciantes de lo sencillo, que mercadean con el esfuerzo de los demás para gastárselo en barcos y putas. Si creen que tienen posibilidades de ganar, izan la bandera negra con tanta rapidez como las cucarachas. Pero si no, pasan de largo con la cabeza gacha, en busca de objetivos que les permitan continuar con su vida de pillería. Porque renovar hombres les cuesta dinero, igual que las mutilaciones. Y un par de expediciones con más gastos que beneficios serían suficientes para que cualquier capitán acabase con un motín en la tripulación del tamaño del agujero de su bolsa.
Pensativo, estoy calculando probabilidades para mis adentros cuando el cliente se pone en pie al otro lado de la mesa. Mis pensamientos se dispersan para observarle, agachado para tomar lo que había traído consigo. Con movimientos suaves y delicados para no dañarño, Rodolphe coloca un maletín sobre el escritorio. Lleva estampada en el cuero tratado el pequeño símbolo de su empresa, lo que me ayuda a adivinar qué es lo que contiene antes de que lo abra.
Los cierres metálicos chasquean al ser desbloqueados, mostrando unas pequeñas perlas que relucen con un brillo nacarado. No necesito acercarme demasiado para ver que son auténticas; perlas de agua dulce, del tamaño y valor requerido para la transacción que acabamos de cerrar minutos atrás. Incorporándome para observarlas, tomo una entre los dedos para apreciar su tacto y peso. No soy ningún experto, pero sé qué precauciones básicas debe tomar alguien que las compra. Y por ahora, no tengo ningún reproche que hacerle a la mercancía de Dampierre.
- Parece que todo está correcto - Le digo, devolviendo la perla a su lugar original. - Aunque como habrá podido comprobar a estas alturas, soy un hombre precavido. He concertado hora con un tasador de perlas en esta misma calle, para que pueda determinar de una manera más justa para ambos el precio final de cada lote. No se preocupe por lo pactado; la cantidad establecida en el cheque se mantiene. Pero necesito saber cuál es el equivalente en francos de las gemas, y datos sobre cómo oscila su precio según el valor del oro. ¿Nos vamos?
Padre ya se encargó de que los barcos que contratamos para el transporte sean punteros en artillería naval, pienso mientras me sirvo un par de dedos de whisky de mi propia botella. El líquido, ambarino e intenso, cae liberando su aroma hasta ocupar la mitad del barco. Llevándomelo a los labios, continuo pensando en el tema para darle a Dampierre minutos para leer el contrato. Lejos de lo que quieren hacernos creer, los piratas sí tienen miedo a morir. Hay algunos locos que valoran la adrenalina y la sangre por encima de la vida, pero la mayoría de ellos saben que las perlas en el mar no van a servirles de nada. Son comerciantes de lo sencillo, que mercadean con el esfuerzo de los demás para gastárselo en barcos y putas. Si creen que tienen posibilidades de ganar, izan la bandera negra con tanta rapidez como las cucarachas. Pero si no, pasan de largo con la cabeza gacha, en busca de objetivos que les permitan continuar con su vida de pillería. Porque renovar hombres les cuesta dinero, igual que las mutilaciones. Y un par de expediciones con más gastos que beneficios serían suficientes para que cualquier capitán acabase con un motín en la tripulación del tamaño del agujero de su bolsa.
Pensativo, estoy calculando probabilidades para mis adentros cuando el cliente se pone en pie al otro lado de la mesa. Mis pensamientos se dispersan para observarle, agachado para tomar lo que había traído consigo. Con movimientos suaves y delicados para no dañarño, Rodolphe coloca un maletín sobre el escritorio. Lleva estampada en el cuero tratado el pequeño símbolo de su empresa, lo que me ayuda a adivinar qué es lo que contiene antes de que lo abra.
Los cierres metálicos chasquean al ser desbloqueados, mostrando unas pequeñas perlas que relucen con un brillo nacarado. No necesito acercarme demasiado para ver que son auténticas; perlas de agua dulce, del tamaño y valor requerido para la transacción que acabamos de cerrar minutos atrás. Incorporándome para observarlas, tomo una entre los dedos para apreciar su tacto y peso. No soy ningún experto, pero sé qué precauciones básicas debe tomar alguien que las compra. Y por ahora, no tengo ningún reproche que hacerle a la mercancía de Dampierre.
- Parece que todo está correcto - Le digo, devolviendo la perla a su lugar original. - Aunque como habrá podido comprobar a estas alturas, soy un hombre precavido. He concertado hora con un tasador de perlas en esta misma calle, para que pueda determinar de una manera más justa para ambos el precio final de cada lote. No se preocupe por lo pactado; la cantidad establecida en el cheque se mantiene. Pero necesito saber cuál es el equivalente en francos de las gemas, y datos sobre cómo oscila su precio según el valor del oro. ¿Nos vamos?
Jean D. Lachance- Vampiro Clase Alta
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Re: Tras la perla más oscura ~ priv.
Escuché como el señor Lachance me indicaba que en la página número catorce iba a poder encontrar las cláusulas por las que había preguntado. Me agradaba saber que tenía todo previsto y atado. Cuanto más atado, más definido estaría el negocio y menos problemas causaban después. Efectivamente, leí lo que él ya me había dicho a viva voz. Una vez que las perlas estuviesen en sus barcos, sería su responsabilidad. Una sonrisa ladina apareció en mis labios, justo antes de plasmar mi rúbica en la primera hoja y en todas las que le continuaban. Ya estaba todo firmado. Ya se habían unido los Lachance y los Dampierre. Mis perlas llegarían a otros lugares.
Espero mientras bebo a que diga algo sobre las perlas que le muestro. Muchas damas se suelen quedar sin palabras al verlas, maquinando en sus adentros lo mucho que les costaría un colgante lleno de ellas. Muchas mujeres han gastado más dinero del que su marido ganaba en eso. Veo como coge una entre sus dedos y la examina. Después, la vuelve a dejar en el maletín. -Está bien. Vamos entonces.- Dije bebiéndome de un trago el whisky que me quedaba en el vaso. Cerré el maletín de nuevo, anudé mi americana por el botón principal y seguí al señor Lachance.
Llegamos a un pequeño establecimiento, en la misma calle que el despacho en el que habíamos estado. Allí, tras el mostrador, aguardaba un hombre de mediana edad, con mirada experta. Coloqué el maletín delante de él, para que pudiera examinarlas y determinar un precio. Mientras el señor estaba examinando las perlas, me puse a curiosear por el establecimiento. Estaba bien cuidado, sin una sola mota de polvo. Muchos objetos interesantes y raros, descansaban en vitrinas de cristal acompañados por pequeños papeles en el que ponía su precio en francos. También había un cartel más grande al fondo en el que decía que podían hacerse intercambios. Era un establecimiento de lo más peculiar. Nunca había estado en uno así. Siempre mandaba venir a los mismos tasadores a mi propio despacho, era alguien que prefería que los negocios se quedasen en mi terreno de confort. Me acerqué de nuevo al señor Lachance. -¿Está seguro de que se fia de este tipo? Espero que no sea un estafador o alguien con malas intenciones. Esas perlas valen más que cualquier precio que diga.- Dije sin apartar la mirada del hombre que estaba manoseando mis perlas. En ese momento, la puerta se abrió y entraron dos hombres.
Espero mientras bebo a que diga algo sobre las perlas que le muestro. Muchas damas se suelen quedar sin palabras al verlas, maquinando en sus adentros lo mucho que les costaría un colgante lleno de ellas. Muchas mujeres han gastado más dinero del que su marido ganaba en eso. Veo como coge una entre sus dedos y la examina. Después, la vuelve a dejar en el maletín. -Está bien. Vamos entonces.- Dije bebiéndome de un trago el whisky que me quedaba en el vaso. Cerré el maletín de nuevo, anudé mi americana por el botón principal y seguí al señor Lachance.
Llegamos a un pequeño establecimiento, en la misma calle que el despacho en el que habíamos estado. Allí, tras el mostrador, aguardaba un hombre de mediana edad, con mirada experta. Coloqué el maletín delante de él, para que pudiera examinarlas y determinar un precio. Mientras el señor estaba examinando las perlas, me puse a curiosear por el establecimiento. Estaba bien cuidado, sin una sola mota de polvo. Muchos objetos interesantes y raros, descansaban en vitrinas de cristal acompañados por pequeños papeles en el que ponía su precio en francos. También había un cartel más grande al fondo en el que decía que podían hacerse intercambios. Era un establecimiento de lo más peculiar. Nunca había estado en uno así. Siempre mandaba venir a los mismos tasadores a mi propio despacho, era alguien que prefería que los negocios se quedasen en mi terreno de confort. Me acerqué de nuevo al señor Lachance. -¿Está seguro de que se fia de este tipo? Espero que no sea un estafador o alguien con malas intenciones. Esas perlas valen más que cualquier precio que diga.- Dije sin apartar la mirada del hombre que estaba manoseando mis perlas. En ese momento, la puerta se abrió y entraron dos hombres.
Rodolphe Dampierre- Humano Clase Alta
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Re: Tras la perla más oscura ~ priv.
- El señor Dufresne es alguien que cuenta con mi completa confianza. No sería la primera vez que me cede uno de sus reservados para cerrar asuntos de negocios. - Le aseguro a Rodolphe, mientras el tasador examina una a una las perlas con sus herramientas de joyero. Tarda algo más de lo habitual debido al tipo de licencia comercial de las perlas de río; más codiciadas en América, y por lo tanto, mejor inversión aun con los costes del sello de autenticidad del hombre.
Cambiando el peso de mi cuerpo de pierna, estoy a punto de sugerirle a Dampierre que vayamos a tomar algo al acabar cuando dos hombres entran en la tienda. Sus rostros están ocultos por sendas capas oscuras, que aun así no tapan completamente algunos detalles para el buen observador. Sus botas lustrosas y sin rasguños, las puntillas de las mangas que sobresalen; el broche de plata con el que las sostienen. Todo indica que son personas de una posición social tan elevada como la nuestra, que buscan mantener el anonimato por alguna razón. Dejando un par de francos en el mostrador, pasan directamente hacia las habitaciones situadas en la segunda planta. No hablan al caminar, sino que permanecen en silencio mientras sus pies resuenan sordamente contra las huecas escaleras de madera.
Minutos después, el tasador acaba con el examen de las perlas. Me entrega un documento sellado con lacre rojo, suficiente para que podamos decir que el negocio entre los Dampierre y los Lachance ha empezado oficialmente. Guardándolo en el interior de mi capa, hago una seña a Rodolphe para que me siga hacia arriba. La situación está evolucionando de una manera algo distinta a como imaginaba, pero soy demasiado curioso como para dejar escapar este tipo de casualidades.
Depositando unas cuantas monedas en el mostrador, subimos las escaleras hasta llegar a un pasillo repleto de puertas. Están todas cerradas, pero las ocupadas están señaladas con un pañuelo atado en el pomo de metal. Agudizando mis sentidos vampíricos, localizo con facilidad el reservado contiguo al de los desconocidos. Después, abro la puerta y entramos en él, revelando un sencillo mobiliario compuesto solamente por una mesa y unas cuantas butacas.
Al otro lado de la pared, un sonido de madera arrastrándose indica que los hombres están tomando asiento en sus butacas. Nosotros les imitamos, sirviéndonos licor de la jarra disponible para los usuarios del servicio. A su vez, ofrezco a Dampierre otro puro para compensarle por la precipitación. Es el momento de explicarle a qué se debe este cambio en los planes, pero si es la mitad de oportunista de lo que imagino, querrá saber tanto como yo qué es lo que se está cociendo al otro lado de esa puerta.
- Sé que una vez hecha la tasación nuestros caminos iban a separarse, monsieur, así que siento haberle arrastrado hasta aquí arriba sin explicarle antes porqué - Empiezo, encendiéndome un puro y ofreciéndole fuego al canoso por si quiere encender el suyo también. - He reconocido a uno de los hombres que ha entrado antes en el local. Su nombre es Mondê, y es un abogado de la competencia bastante conocido en la ciudad. Eso se debe a que está empezando a hacer sus hitos en la política, consiguiendo una relación cercana a los consejeros más allegados del rey. Pretendía que su presencia aquí fuera un secreto, pero le ha delatado el broche de la capa. Una lástima que los nobles no puedan resistir la tentación de pregonar por todas partes cuán puro es su linaje. - Doy una calada al cigarro antes de continuar, excitado ante la perspectiva de descubrir algo que pueda servirme para hundir a mi rival. Parece que la noche va a ser bastante más fructífera de lo que imaginaba.- Perdió a su tercer hijo hace cosa de un mes, mientras se reunía en secreto con uno de los jueces más corruptos de toda Francia. O al menos, eso es lo que se cree, porque nadie ha vuelto a verlos a los dos desde entonces - Alessia se encargó de ocultar bien sus cadáveres, eso tengo que reconocérselo-. Lo interesante de todo esto es que la persona de la que iba acompañado tiene un tamaño poco habitual. Muy alto y ancho de hombros, pero a la vez encorvado y con lentes. Como si trabajase para alguno de los tres poderes. No he podido confirmarlo porque han subido muy rápido, pero metería la mano en el fuego a que es el hermano del mencionado juez, Benoît Patoraux. Y semejante reunión entre dos personas con tanto en común es, sin duda, algo digno de ser escuchado. ¿No le parece?
Cambiando el peso de mi cuerpo de pierna, estoy a punto de sugerirle a Dampierre que vayamos a tomar algo al acabar cuando dos hombres entran en la tienda. Sus rostros están ocultos por sendas capas oscuras, que aun así no tapan completamente algunos detalles para el buen observador. Sus botas lustrosas y sin rasguños, las puntillas de las mangas que sobresalen; el broche de plata con el que las sostienen. Todo indica que son personas de una posición social tan elevada como la nuestra, que buscan mantener el anonimato por alguna razón. Dejando un par de francos en el mostrador, pasan directamente hacia las habitaciones situadas en la segunda planta. No hablan al caminar, sino que permanecen en silencio mientras sus pies resuenan sordamente contra las huecas escaleras de madera.
Minutos después, el tasador acaba con el examen de las perlas. Me entrega un documento sellado con lacre rojo, suficiente para que podamos decir que el negocio entre los Dampierre y los Lachance ha empezado oficialmente. Guardándolo en el interior de mi capa, hago una seña a Rodolphe para que me siga hacia arriba. La situación está evolucionando de una manera algo distinta a como imaginaba, pero soy demasiado curioso como para dejar escapar este tipo de casualidades.
Depositando unas cuantas monedas en el mostrador, subimos las escaleras hasta llegar a un pasillo repleto de puertas. Están todas cerradas, pero las ocupadas están señaladas con un pañuelo atado en el pomo de metal. Agudizando mis sentidos vampíricos, localizo con facilidad el reservado contiguo al de los desconocidos. Después, abro la puerta y entramos en él, revelando un sencillo mobiliario compuesto solamente por una mesa y unas cuantas butacas.
Al otro lado de la pared, un sonido de madera arrastrándose indica que los hombres están tomando asiento en sus butacas. Nosotros les imitamos, sirviéndonos licor de la jarra disponible para los usuarios del servicio. A su vez, ofrezco a Dampierre otro puro para compensarle por la precipitación. Es el momento de explicarle a qué se debe este cambio en los planes, pero si es la mitad de oportunista de lo que imagino, querrá saber tanto como yo qué es lo que se está cociendo al otro lado de esa puerta.
- Sé que una vez hecha la tasación nuestros caminos iban a separarse, monsieur, así que siento haberle arrastrado hasta aquí arriba sin explicarle antes porqué - Empiezo, encendiéndome un puro y ofreciéndole fuego al canoso por si quiere encender el suyo también. - He reconocido a uno de los hombres que ha entrado antes en el local. Su nombre es Mondê, y es un abogado de la competencia bastante conocido en la ciudad. Eso se debe a que está empezando a hacer sus hitos en la política, consiguiendo una relación cercana a los consejeros más allegados del rey. Pretendía que su presencia aquí fuera un secreto, pero le ha delatado el broche de la capa. Una lástima que los nobles no puedan resistir la tentación de pregonar por todas partes cuán puro es su linaje. - Doy una calada al cigarro antes de continuar, excitado ante la perspectiva de descubrir algo que pueda servirme para hundir a mi rival. Parece que la noche va a ser bastante más fructífera de lo que imaginaba.- Perdió a su tercer hijo hace cosa de un mes, mientras se reunía en secreto con uno de los jueces más corruptos de toda Francia. O al menos, eso es lo que se cree, porque nadie ha vuelto a verlos a los dos desde entonces - Alessia se encargó de ocultar bien sus cadáveres, eso tengo que reconocérselo-. Lo interesante de todo esto es que la persona de la que iba acompañado tiene un tamaño poco habitual. Muy alto y ancho de hombros, pero a la vez encorvado y con lentes. Como si trabajase para alguno de los tres poderes. No he podido confirmarlo porque han subido muy rápido, pero metería la mano en el fuego a que es el hermano del mencionado juez, Benoît Patoraux. Y semejante reunión entre dos personas con tanto en común es, sin duda, algo digno de ser escuchado. ¿No le parece?
Jean D. Lachance- Vampiro Clase Alta
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Re: Tras la perla más oscura ~ priv.
Sí el señor Lachance confiaba en el hombre que estaba investigando minuciosamente mis perlas de río, debía fiarme de él. Según lo que dijera el señor Dufresne haríamos buenos negocios. Los hombres que entran en el lugar no solo captan mi atención, si no que también captan la del señor Lachance. Son hombres que van tapados con capas y capuchas, algo muy raro, aunque viendo la situación actual de París, ya nada me sorprende. Pasan al lado del señor Dufresne y dejan unos cuantos francos encima de la madera del mostrador para automáticamente subir arriba. No han hablado en ningún momento, algo muy extraño.
En ese momento, el señor Dufresne termina de tasar las perlas y le entrega a Lachance un documento acreditando el valor de las perlas. Ya está, los Dampierre y los Lachance ya trabajan juntos. Sonrío mirando a mi acompañante, esto se merece una celebración de lo más costosa. Al parecer, Jean piensa lo mismo y me hace una seña para subir a los habitáculos de arriba, por donde se han perdido los otros dos encapuchados.
El pasillo lleno de puertas me hace sonreír, no es muy distinto de las habitaciones de los prostíbulos. Las habitaciones ocupadas tienen colocadas en la manilla de la puerta unos pañuelos. El señor Lachance escoge una habitación libre y entramos. El mobiliario es bastante pobre, ni siquiera hay una cama en la que poder tumbarse, solamente unas butacas. Nos sentamos en una con un vaso de licor en la mano y agradezco el puro que me ofrece.
Escucho los motivos que le han traído a subirme aquí y cojo el fuego que me ofrece para encender el puro habano. Le doy una calada sin apartar mi mirada de la suya. Una sonrisa ladina se me pone en el rostro cuando el señor Lachance termina de hablar. Quizá estemos ante un complot contra algo o alguien, algo demasiado grande como para que aún sea solamente un mero rumor. Doy una calada y dejo escapar el humo. -¿Cómo quiere oírles? ¿Poniéndonos vasos en las orejas mientras los dejamos colocados en la pared? Se me ocurre el quizá, contratar a señoritas para que hablen con ellos... Pero, si prefiere, podemos hacerlo nosotros dos solos.- Me levanté de la butaca y dejé el vaso con el licor sobre la mesa. Me acerqué a la pared con pasos lentos, hasta que mi oreja quedó pegada a esta. Estas paredes solían estar hechas de papel, así que si estaban hablando, les oiríamos.
En ese momento, el señor Dufresne termina de tasar las perlas y le entrega a Lachance un documento acreditando el valor de las perlas. Ya está, los Dampierre y los Lachance ya trabajan juntos. Sonrío mirando a mi acompañante, esto se merece una celebración de lo más costosa. Al parecer, Jean piensa lo mismo y me hace una seña para subir a los habitáculos de arriba, por donde se han perdido los otros dos encapuchados.
El pasillo lleno de puertas me hace sonreír, no es muy distinto de las habitaciones de los prostíbulos. Las habitaciones ocupadas tienen colocadas en la manilla de la puerta unos pañuelos. El señor Lachance escoge una habitación libre y entramos. El mobiliario es bastante pobre, ni siquiera hay una cama en la que poder tumbarse, solamente unas butacas. Nos sentamos en una con un vaso de licor en la mano y agradezco el puro que me ofrece.
Escucho los motivos que le han traído a subirme aquí y cojo el fuego que me ofrece para encender el puro habano. Le doy una calada sin apartar mi mirada de la suya. Una sonrisa ladina se me pone en el rostro cuando el señor Lachance termina de hablar. Quizá estemos ante un complot contra algo o alguien, algo demasiado grande como para que aún sea solamente un mero rumor. Doy una calada y dejo escapar el humo. -¿Cómo quiere oírles? ¿Poniéndonos vasos en las orejas mientras los dejamos colocados en la pared? Se me ocurre el quizá, contratar a señoritas para que hablen con ellos... Pero, si prefiere, podemos hacerlo nosotros dos solos.- Me levanté de la butaca y dejé el vaso con el licor sobre la mesa. Me acerqué a la pared con pasos lentos, hasta que mi oreja quedó pegada a esta. Estas paredes solían estar hechas de papel, así que si estaban hablando, les oiríamos.
Rodolphe Dampierre- Humano Clase Alta
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Re: Tras la perla más oscura ~ priv.
Tan pronto como Rodolphe y yo nos acercamos a la pared, las voces empiezan a escucharse con más fuerza. Una es grave, gutural y potente; en contraposición con la otra, que es suave como la caricia de una mujer. Un simple sondeo mediante la telepatía me permite atribuírselas a Mondê y Patoraux, tras el cual centro toda mi atención en la conversación que mantienen.
- Ya te he dicho que es una mala idea - La voz de Mondê va acompañada de un fuerte golpe en la mesa, provocado por la caída de un puño sobre su superfície -. Nuestro hombre tiene una importante red de sobornos en el puerto, y también en la Administración. Piensa que fue uno de los impulsores burgueses de la Revolución; hizo muchos contactos, incluso como agente doble. ¿Porqué crees que conserva su posición como político pese a ello? Porque cuenta con el apoyo de Su Majestad. Un paso en falso acabaría con nosotros en la horca, en lugar de en la Administración. No; tenemos que pensarlo muy bien, y sobre todo, no dejar pistas de nuestra identidad.
- Pero no somos los únicos que le odiamos - Insiste el otro, sin perder su calmado tono inicial -. Hay más gente que quiere verle muerto. Y que no le haría ascos a obtener beneficios de índole económica o política. Si obtuviéramos su cargo, todos los que podrían cobijarse bajo nuestra influencia. Todos se beneficiarían con nosotros más que con alguien legal allí, y lo saben. Nos ayudarán. Por la cuenta que les trae.
- No es tan sencillo - Masculla el abogado, permaneciendo en silencio durante unos instantes-. Ya te lo he dicho antes. Tiene amigos, más poderosos e influyentes que los nuestros. Y además la ley está de su lado. Un sólo paso en falso, y se acabó. Lo que necesitamos es tenderle una trampa. A poder ser que lo haga desaparecer sin dejar rastro. Así, tras el abandono del cargo, nuestros amigos podrán ayudarte a ocuparlo. Tú ascenderás en política, y yo veré mi venganza cumplida. Y sin ser salpicados directamente.
- Ya te he dicho que es una mala idea - La voz de Mondê va acompañada de un fuerte golpe en la mesa, provocado por la caída de un puño sobre su superfície -. Nuestro hombre tiene una importante red de sobornos en el puerto, y también en la Administración. Piensa que fue uno de los impulsores burgueses de la Revolución; hizo muchos contactos, incluso como agente doble. ¿Porqué crees que conserva su posición como político pese a ello? Porque cuenta con el apoyo de Su Majestad. Un paso en falso acabaría con nosotros en la horca, en lugar de en la Administración. No; tenemos que pensarlo muy bien, y sobre todo, no dejar pistas de nuestra identidad.
- Pero no somos los únicos que le odiamos - Insiste el otro, sin perder su calmado tono inicial -. Hay más gente que quiere verle muerto. Y que no le haría ascos a obtener beneficios de índole económica o política. Si obtuviéramos su cargo, todos los que podrían cobijarse bajo nuestra influencia. Todos se beneficiarían con nosotros más que con alguien legal allí, y lo saben. Nos ayudarán. Por la cuenta que les trae.
- No es tan sencillo - Masculla el abogado, permaneciendo en silencio durante unos instantes-. Ya te lo he dicho antes. Tiene amigos, más poderosos e influyentes que los nuestros. Y además la ley está de su lado. Un sólo paso en falso, y se acabó. Lo que necesitamos es tenderle una trampa. A poder ser que lo haga desaparecer sin dejar rastro. Así, tras el abandono del cargo, nuestros amigos podrán ayudarte a ocuparlo. Tú ascenderás en política, y yo veré mi venganza cumplida. Y sin ser salpicados directamente.
Jean D. Lachance- Vampiro Clase Alta
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Re: Tras la perla más oscura ~ priv.
Una mueca divertida apareció en mi rostro al ver como el señor Lachance me imitaba y nos quedábamos ambos como unos adolescentes que quieren espiar a las damas en el cuarto de baño. Las voces que se oían eran claras, pero al no conocer a los dueños de las voces, no sabía que voz pertenecía a quién. La conversación transcurrió en un tono de voz medio, se notaba que querían pasar desapercibidos y no levantar la voz es algo que se lo permite, pues nadie les escucharía si no estuvieran pegados a la pared.
La conversación de los hombres era un tema que jamás creí llegar a escuchar alguna vez. Siempre había sabido que había sicarios, cazadores de personas que por una gran cantidad de dinero estaban dispuestos a matar a quien fuese, y les daba igual fuese quién fuese. Pero una cosa era saberlo, y otra, escucharlo cuando solamente te separaba una fina pared. Me separé de esta cuando terminé de escuchar y miré a mi acompañante. ¿Qué debíamos hacer? ¿Actuar? ¿A quién querían matar? Si estas personas se ponían en el poder las cosas iban a cambiar, así que no se lo podíamos permitir. -¿Qué hacemos, señor Lachance? Si estos tipos cumplen su cometido, me temo que todos acabaremos perdiendo mucho, mucho dinero.- Di una calada al puro antes de dejarlo en el cenicero, y volver a sentarme en la butaca. No quería escuchar ni una sola palabra más de lo que aquellos hombres escuchasen. No quería tener nada que ver si se descubría más tarde este complot o si al final, conseguían asesinar al susodicho para alzarse con el puesto. No quería ser señalado como culpable o ser alguien que había obstruído a la justicia.
Lo que sí que me causaba curiosidad era saber como iba a hacer desaparecer a una persona tan influyente en nuestra sociedad. Las personas afines a Su Majestad estaban bien rodeados de guardias, siempre bajo su atenta mirada. Iba a resultar difícil proceder con el asesinato... Aunque, quizás, si usaban a algún ser sobrenatural, todo fuese más fácil para ellos. Continué mirando al señor Lachance en busca de su opinión o de algo que me indicase qué podíamos hacer con aquellos hombres de la habitación de al lado.
La conversación de los hombres era un tema que jamás creí llegar a escuchar alguna vez. Siempre había sabido que había sicarios, cazadores de personas que por una gran cantidad de dinero estaban dispuestos a matar a quien fuese, y les daba igual fuese quién fuese. Pero una cosa era saberlo, y otra, escucharlo cuando solamente te separaba una fina pared. Me separé de esta cuando terminé de escuchar y miré a mi acompañante. ¿Qué debíamos hacer? ¿Actuar? ¿A quién querían matar? Si estas personas se ponían en el poder las cosas iban a cambiar, así que no se lo podíamos permitir. -¿Qué hacemos, señor Lachance? Si estos tipos cumplen su cometido, me temo que todos acabaremos perdiendo mucho, mucho dinero.- Di una calada al puro antes de dejarlo en el cenicero, y volver a sentarme en la butaca. No quería escuchar ni una sola palabra más de lo que aquellos hombres escuchasen. No quería tener nada que ver si se descubría más tarde este complot o si al final, conseguían asesinar al susodicho para alzarse con el puesto. No quería ser señalado como culpable o ser alguien que había obstruído a la justicia.
Lo que sí que me causaba curiosidad era saber como iba a hacer desaparecer a una persona tan influyente en nuestra sociedad. Las personas afines a Su Majestad estaban bien rodeados de guardias, siempre bajo su atenta mirada. Iba a resultar difícil proceder con el asesinato... Aunque, quizás, si usaban a algún ser sobrenatural, todo fuese más fácil para ellos. Continué mirando al señor Lachance en busca de su opinión o de algo que me indicase qué podíamos hacer con aquellos hombres de la habitación de al lado.
Rodolphe Dampierre- Humano Clase Alta
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Re: Tras la perla más oscura ~ priv.
Tardo unos cuantos segundos en responder al comerciante, sumido en mis propios pensamientos y cavilaciones. Con la mirada fija en el vacío y mi diestra en la copa de licor, pienso en lo que Alessia me explicó. En el asesinato que borró de mi mente, aquella primera noche en el Royal. Sólo recuerdo detalles difusos, entremezclados con el color escarlata de la sangre. A los dos conspiradores, saliendo del lugar en el que estaban conspirando hasta entonces. A Alessia aplastando al juez contra la pared, con esa monstruosa sonrisa que pone cuando está de caza. Y al hijo de Mondê, horrorizado, intentando huir de la vampiresa. Debería haber sabido que aquello tendría consecuencias. Que en una ciudad tan política como París, la muerte o desaparición de alguien importante podría ser visto como una maniobra de algún rival. Pero ella estaba demasiado ocupada en sus juegos para pensarlo, y yo ni siquiera pensé que sobreviviría a aquella noche. Aunque lo hice, pero no del modo que esperaba.
La cuestión está en cuánto puedo contarle de ésto a Rodolphe sin que sospeche que soy algo más que un tercero ajeno a todo esto. Acercándome el licor a los pálidos labios, bebo un sorbo de él sin dejar de observar al hombre. No necesito sondearle telepáticamente para darme cuenta de que no es el típico hombre impulsado por la adrenalina; que busca resolver misterios para saciarla, aun a costa y riesgo de su propia integridad. Pero el dinero, ah, eso es otra cosa. Lo que mueve el mundo, la reputación y su bienestar. Dampierre valora todo eso, estoy seguro de ello. Y es lo suficientemente inteligente como para saber que la inestabilidad política perjudicaría al comercio. La pregunta es si eso bastará para que se implique. Porque yo sí busco adrenalina. Sí busco la emoción que provoca impartir justicia.
Pero no me apetece hacerlo solo.
Inclinándome ligeramente hacia delante, miro fijamente a los oscuros ojos del hombre. Después, dejo la copa de licor a un lado, vacía y reluciente bajo la brillante luz de las lámparas.
- Parece que la noche se va volviendo cada vez más interesante, monsieur - Empiezo, esbozando media sonrisa misteriosa. El sonido de las sillas arrastrándose en la habitación contigua nos indica que los hombres están a punto de marcharse, recogiendo sus escasos enseres antes de abandonar el lugar de la conspiración. - ¿Sabe? Creo que las aspiraciones políticas siempre son algo positivo. Porque ayudan a mejorar el sistema, con personas cada vez más implicadas en él. El problema está cuando alguien quiere hacer más de lo que debe... porque eso lo desvirtúa todo. Crea inseguridad. Miedo. Preocupación. Y cuando eso sucede, los ricos guardan su dinero en lugar de gastarlo en sedas y perlas.
La cuestión está en cuánto puedo contarle de ésto a Rodolphe sin que sospeche que soy algo más que un tercero ajeno a todo esto. Acercándome el licor a los pálidos labios, bebo un sorbo de él sin dejar de observar al hombre. No necesito sondearle telepáticamente para darme cuenta de que no es el típico hombre impulsado por la adrenalina; que busca resolver misterios para saciarla, aun a costa y riesgo de su propia integridad. Pero el dinero, ah, eso es otra cosa. Lo que mueve el mundo, la reputación y su bienestar. Dampierre valora todo eso, estoy seguro de ello. Y es lo suficientemente inteligente como para saber que la inestabilidad política perjudicaría al comercio. La pregunta es si eso bastará para que se implique. Porque yo sí busco adrenalina. Sí busco la emoción que provoca impartir justicia.
Pero no me apetece hacerlo solo.
Inclinándome ligeramente hacia delante, miro fijamente a los oscuros ojos del hombre. Después, dejo la copa de licor a un lado, vacía y reluciente bajo la brillante luz de las lámparas.
- Parece que la noche se va volviendo cada vez más interesante, monsieur - Empiezo, esbozando media sonrisa misteriosa. El sonido de las sillas arrastrándose en la habitación contigua nos indica que los hombres están a punto de marcharse, recogiendo sus escasos enseres antes de abandonar el lugar de la conspiración. - ¿Sabe? Creo que las aspiraciones políticas siempre son algo positivo. Porque ayudan a mejorar el sistema, con personas cada vez más implicadas en él. El problema está cuando alguien quiere hacer más de lo que debe... porque eso lo desvirtúa todo. Crea inseguridad. Miedo. Preocupación. Y cuando eso sucede, los ricos guardan su dinero en lugar de gastarlo en sedas y perlas.
Jean D. Lachance- Vampiro Clase Alta
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Re: Tras la perla más oscura ~ priv.
Ahora que conocíamos los planes de estos dos hombres que estaban en la habitación de al lado, no podíamos permitir que cumplieran su objetivo. No podíamos perder dinero. El dinero movía el mundo y me movía a mí. Cualquier pérdida que tuviese por circunstancias ajenas a mí mismo debían de poder evitarse. No iba a permitir que estos dos hombres hicieran perder mi dinero. Miré al señor Lachance, esperando a que me dijese qué podíamos hacer. Él era quién conocía a los hombres, por lo que seguro, sabía donde podíamos encontrarlos. Si era necesario contratar a alguien para darles muerte, lo haríamos. Tratándose de dinero, todo valía, al igual que en la guerra.
El señor Lachance tardó un poco en contestar a mi pregunta. Pese a ser joven, es alguien que sabe lo que quiere, por lo que esbocé yo también una sonrisa. Tenía razón. Esta noche había pasado de firmar un acuerdo comercial a estar metidos aquí, en algo mucho más grande que todo eso. Escuché sus palabras y asentí, dando un ligero golpe con el pie al suelo. No podía permitir que los ricos dejasen de comprar. -No podemos dejar que cumplan con lo que quieren hacer, señor Lachance. Necesito que los ricos sigan gastando dinero en mi negocio y usted en el suyo. El dinero mueve el mundo. Sin dinero, no queda nada.- Escuché como al otro lado, los hombres arrastraban las sillas, señal inequívoca de que se marchaban ya.
Me moví nervioso por la habitación. No podíamos dejar que se marchasen. Debíamos seguirlos, ver cual iba a ser su próximo movimiento. Me giré para poder ver a Jean de nuevo. -Debemos seguirlos. Quizá ahora se separen y vayan a sus casas. O hagan otra cosa. ¿Qué opina?- Si estos hombres cometían el homicidio y perdía dinero, lo iban a pagar muy muy caro. Me iba a encargar personalmente. La tortura era un placer que me gustaba realizar y más si la persona torturada había hecho perder mi dinero.
El señor Lachance tardó un poco en contestar a mi pregunta. Pese a ser joven, es alguien que sabe lo que quiere, por lo que esbocé yo también una sonrisa. Tenía razón. Esta noche había pasado de firmar un acuerdo comercial a estar metidos aquí, en algo mucho más grande que todo eso. Escuché sus palabras y asentí, dando un ligero golpe con el pie al suelo. No podía permitir que los ricos dejasen de comprar. -No podemos dejar que cumplan con lo que quieren hacer, señor Lachance. Necesito que los ricos sigan gastando dinero en mi negocio y usted en el suyo. El dinero mueve el mundo. Sin dinero, no queda nada.- Escuché como al otro lado, los hombres arrastraban las sillas, señal inequívoca de que se marchaban ya.
Me moví nervioso por la habitación. No podíamos dejar que se marchasen. Debíamos seguirlos, ver cual iba a ser su próximo movimiento. Me giré para poder ver a Jean de nuevo. -Debemos seguirlos. Quizá ahora se separen y vayan a sus casas. O hagan otra cosa. ¿Qué opina?- Si estos hombres cometían el homicidio y perdía dinero, lo iban a pagar muy muy caro. Me iba a encargar personalmente. La tortura era un placer que me gustaba realizar y más si la persona torturada había hecho perder mi dinero.
Rodolphe Dampierre- Humano Clase Alta
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Re: Tras la perla más oscura ~ priv.
- Me alegra ver que estamos de acuerdo en esto, monsieur Dampierre - Respondo al hombre, ensanchando mi blanca sonrisa hasta tornarla casi una mueca - Aunque yo soy de la opinión de que cuando alguien quiere algo bien hecho, debe encargarse él mismo de hacerlo. Sobre todo, cuando uno es abogado, y conoce la fina línea que separa el honor de la ilegalidad. - Me pongo en pie mientras tomo mi abrigo de paño, que me abrocho parsimoniosamente sobre la cara y oscura levita. - La residencia del señor Patoraux está tan cerca que no creo que haya traido calesa alguna. Irá andando, confiando en que la respetabilidad de la zona disuada incluso a los asaltantes más osados de tocarle. Me temo que está muy equivocado. Porque nosotros no somos criminales, y no tenemos esa clase de reparos. Así que vayamos; los negocios nos esperan.
Guiño el ojo de Rodolphe antes de caminar hacia la puerta, que se abre con un crujido intenso para mis sensibles oídos. Al tocar el pomo, quito el pañuelo para indicar que el reservado ya está disponible si alguien más quiere utilizarlo. No quiero estropearle el negocio al señor Dufresne olvidándome de las normas más elementales de la cortesía, especialmente por la cantidad de favores mutuos que nos hacemos. En más de una ocasión, algunos de sus clientes le han pedido ayuda con la ley. Y en todas ellas, él les ha entregado una de mis tarjetas, con la promesa de una dirección letrada cara pero eficaz. Por mi parte, cualquier negocio algo más turbio de lo habitual lo hago entre sus dependencias. Garantizan discrección y anonimato, algo que evita que mi bufete sea la sede de las transacciones más inesperadas. Lo mismo sucede con las tasaciones, o compras y ventas de productos especiales. Mi infrecuente cobro en especie con los menos favorecidos me ha hecho caer en poder de extraños objetos, en ocasiones más valiosos desde la perspectiva histórica que desde la monetaria. Manuscritos originales, de grandes autores de la literatura; obras de arte robadas cuya existencia se creía perdida tiempo atrás. Incluso he llegado a recibir armas ancestrales, pasadas de generación en generación, y utilizadas en las batallas más pintorescas imaginables. Todo lo que no me quedé fue traído a este local, con la intención de convertirlo en algo más líquido. Porque los favores se renuevan así, con la constante confianza. Como están a punto de descubrir nuestros nuevos conspiradores.
Bajando pausadamente por la escalera, dejo el pañuelo en el mostrador a disposición del coleccionista. Después, cruzo el laberíntico pasillo cargado de objetos, con cuidado para no pisar o tirar alguna de las rarezas. - Adelante, amigo - Le digo a Rodolphe, abriéndole la puerta para que salga a la fría calle nocturna. Una fuerte brisa se ha levantado desde que entramos, alborotando nuestros cabellos y amenazando con volar los elegantes sombreros. Sujetando el mío con la diestra, señalo una dirección al comerciante antes de empezar a andar. No tardamos demasiado en avistar una oscura silueta a lo lejos; alta y encorvada, apretando el paso para atravesar rápidamente las sombras. - La noche es joven, monsieur Dampierre. Veamos dónde y cuándo tenía pensado reunirse Patoraux con sus contactos.
Guiño el ojo de Rodolphe antes de caminar hacia la puerta, que se abre con un crujido intenso para mis sensibles oídos. Al tocar el pomo, quito el pañuelo para indicar que el reservado ya está disponible si alguien más quiere utilizarlo. No quiero estropearle el negocio al señor Dufresne olvidándome de las normas más elementales de la cortesía, especialmente por la cantidad de favores mutuos que nos hacemos. En más de una ocasión, algunos de sus clientes le han pedido ayuda con la ley. Y en todas ellas, él les ha entregado una de mis tarjetas, con la promesa de una dirección letrada cara pero eficaz. Por mi parte, cualquier negocio algo más turbio de lo habitual lo hago entre sus dependencias. Garantizan discrección y anonimato, algo que evita que mi bufete sea la sede de las transacciones más inesperadas. Lo mismo sucede con las tasaciones, o compras y ventas de productos especiales. Mi infrecuente cobro en especie con los menos favorecidos me ha hecho caer en poder de extraños objetos, en ocasiones más valiosos desde la perspectiva histórica que desde la monetaria. Manuscritos originales, de grandes autores de la literatura; obras de arte robadas cuya existencia se creía perdida tiempo atrás. Incluso he llegado a recibir armas ancestrales, pasadas de generación en generación, y utilizadas en las batallas más pintorescas imaginables. Todo lo que no me quedé fue traído a este local, con la intención de convertirlo en algo más líquido. Porque los favores se renuevan así, con la constante confianza. Como están a punto de descubrir nuestros nuevos conspiradores.
Bajando pausadamente por la escalera, dejo el pañuelo en el mostrador a disposición del coleccionista. Después, cruzo el laberíntico pasillo cargado de objetos, con cuidado para no pisar o tirar alguna de las rarezas. - Adelante, amigo - Le digo a Rodolphe, abriéndole la puerta para que salga a la fría calle nocturna. Una fuerte brisa se ha levantado desde que entramos, alborotando nuestros cabellos y amenazando con volar los elegantes sombreros. Sujetando el mío con la diestra, señalo una dirección al comerciante antes de empezar a andar. No tardamos demasiado en avistar una oscura silueta a lo lejos; alta y encorvada, apretando el paso para atravesar rápidamente las sombras. - La noche es joven, monsieur Dampierre. Veamos dónde y cuándo tenía pensado reunirse Patoraux con sus contactos.
Jean D. Lachance- Vampiro Clase Alta
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Re: Tras la perla más oscura ~ priv.
Al parecer, el señor Lachance y yo estábamos también de acuerdo en que teníamos que parar lo que los peculiares "invitados" de la habitación de al lado querían hacer. Si llevaban a cabo su plan, el mundo de la política y los negocios perdería para siempre el beneficio que tanto el señor Lachance y yo conseguíamos en la actualidad y eso no se podía permitir. Escuché las palabras del señor Lachance y asentí brevemente. No me gustaba ensuciarme las manos, prefería que otro se jugase el pescuezo por mí, pero en este caso... Era más seguro y mucho más rápido que lo hiciéramos nosotros. -Bien. Lo haremos nosotros. A ver qué podemos descubrir... Y si hay que ensuciarse las manos... Menos mal que llevo guantes en el abrigo.- Sonreí un poco antes de incorporarme y proceder a salir por delante del señor Lachance mientras este quitaba el pañuelo del pomo de la puerta.
Al bajar al piso inferior, el señor Dufresne seguía a lo suyo, así que tan solo me despedí de él con un ligero movimiento de cabeza, no quería importunarle. Jean abrió la puerta primero, me había quedado mirando unos colgantes antiguos que tenía en una vitrina. Se veían antiguos y por lo tanto, de incalculable valor. El tiempo había refrescado desde que habíamos entrado. ¿Qué hora sería? El tiempo pasaba rápido cuando se hacían negocios satisfactorios. Sujeté mi sombrero al mismo tiempo que mi acompañante y distinguimos una sombra en las calles. Era el individuo al que teníamos que seguir, el cerebro de la operación. No había ni rastro de su acompañante. -¿Qué pasa con la otra persona? - No me gustaba dejar cabos sueltos y esa otra persona era uno... Pero Lachance los conocía bien, así que estaba bajo sus órdenes por una vez.
Ambos comenzamos a caminar unos cuantos metros más atrás que Patoraux, no teníamos que ser vistos por él o las cosas no acabarían bien. Una lástima que no hubiera traído mi pequeño pero eficaz revólver. La figura oscura que teníamos delante, pasados unos minutos entró en una de las casas, supuse que sería la suya. Miré a Lachance. -¿Qué hacemos ahora? ¿Nos escondemos entre los arbustos de su jardín y le espiamos tras la ventana?- Esperaba que no tuviera perros guardianes.
Al bajar al piso inferior, el señor Dufresne seguía a lo suyo, así que tan solo me despedí de él con un ligero movimiento de cabeza, no quería importunarle. Jean abrió la puerta primero, me había quedado mirando unos colgantes antiguos que tenía en una vitrina. Se veían antiguos y por lo tanto, de incalculable valor. El tiempo había refrescado desde que habíamos entrado. ¿Qué hora sería? El tiempo pasaba rápido cuando se hacían negocios satisfactorios. Sujeté mi sombrero al mismo tiempo que mi acompañante y distinguimos una sombra en las calles. Era el individuo al que teníamos que seguir, el cerebro de la operación. No había ni rastro de su acompañante. -¿Qué pasa con la otra persona? - No me gustaba dejar cabos sueltos y esa otra persona era uno... Pero Lachance los conocía bien, así que estaba bajo sus órdenes por una vez.
Ambos comenzamos a caminar unos cuantos metros más atrás que Patoraux, no teníamos que ser vistos por él o las cosas no acabarían bien. Una lástima que no hubiera traído mi pequeño pero eficaz revólver. La figura oscura que teníamos delante, pasados unos minutos entró en una de las casas, supuse que sería la suya. Miré a Lachance. -¿Qué hacemos ahora? ¿Nos escondemos entre los arbustos de su jardín y le espiamos tras la ventana?- Esperaba que no tuviera perros guardianes.
Rodolphe Dampierre- Humano Clase Alta
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