AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Darkling grubs this earthly hole — Privado
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Darkling grubs this earthly hole — Privado
Sin embargo, él corre una vida incansable,
Salvaje como las olas,
Pasa por aquí y vuelca tu lágrima
Sobre la terrosa tumba.
—Robert Burns.
Salvaje como las olas,
Pasa por aquí y vuelca tu lágrima
Sobre la terrosa tumba.
—Robert Burns.
—¿Es todo lo que tienes? —Inquirió—. Está vez, yo me encargaré del resto. Supongo con esta información puedo lograr acercarme lo suficiente.
Despachó al jovencito, que no superaría los veinte años, y se dedicó a pensar. Sentía, que por alguna extraña razón, le estaba fallando la paciencia; odiaba, más que otra cosa, cuando aparecían obstáculos en su camino. Y sí, con obstáculos se refería a personas que intentaban derrumbar sus planes. Cagnazzo tenía mucho por hacer, no podía simplemente sentarse a esperar que las cosas se realizaran por si solas o por arte de magia. Tal vez si contara con un poco de magia fuera diferente, pero no era así, por lo que debía valerse de sus habilidades corrientes para solucionar lo que, según él, estaba mal. Y es que no sólo cargaba con las responsabilidades que le enviaban desde Roma, sino también con sus asuntos políticos. Él era un magnífico diplomático, sin embargo, habían ocasiones que no soportaba la negligencia de algunos cuantos títeres y debía, si o si, cumplir él mismo con su objetivos.
En aquella ocasión tenía que deshacerse de un investigador bastante fisgón. Era un hombre que no superaba los setenta años, pero que, a pesar de semejante edad, había blasfemado en contra del Santo Padre, algo que a Cagnazzo no le pareció lo más adecuado. Por suerte, el anciano no conocía la identidad de quien lo vigilaba celosamente desde Tolosa, y quien, para su desgracia, había ido a París exclusivamente a buscar la manera de desaparecerlo del mapa. Cagnazzo, mostrándose ante todos con su nombre “mortal”, Helié Seguier, halló al viejo en un asilo para personas mayores, un acto bastante astuto de su parte, pero no impedimento alguno para que Helié Seguier lo destruyera por completo.
El cónsul se valió de sus informantes y lacayos para llegar hasta el susodicho lugar, y una vez ahí, intentar acercarse a su dueña. Quizás Atenea Onisse no mostraba ser una mujer de cuidado, pero sí que lo era; Cagnazzo lo supo desde antes de poder contactar con ella. No iba sencillamente a ir por la presa sin antes reconocer el terreno que pisaría. Incluso él, que era un demonio auténtico, prefería cuidarse de los dementes, aunque si sabía cómo llegar a ellos sin problema alguno. Era cuestión de ofrecerle algo a la mujer, algo que le resultara atractivo y que compensara su ayuda. Ella le entregaría al fisgón, y en circunstancias favorables, sería quien acabaría con él, ahorrándole todo el trabajo a Cagnazzo.
«Tenga cuidado, señor. La mujer está loca por completo; padece de un mal terrible.»
¿Y qué mejor alimento para los emisarios del averno que un auténtico demente? Casi sintió el deseo de marcar esa alma. Pero antes, debía cumplir con su misión; ya luego tendría tiempo para otras cosas menos importantes.
Apareció en el asilo ataviado con las mejores prendas, siempre con esa postura elegante y tan llamativa que solía mostrar; con un vocabulario perfectamente refinado. Sin embargo, sabía que no era necesario valerse de aquel comportamiento ante Atenea, aun así lo hizo. No quería mostrar las fauces de la bestia, no hasta haber obtenido una respuesta positiva por parte de la dama. Debía avanzar con cuidado, sin mostrarse ansioso, no era el estilo del máximo regente del octavo círculo abismal, el mismo en donde condenaban a los fraudulentos.
—Señorita, Onisse. Encantado de conocerle. Soy Helié Seguier, el mismo que le escribió hace un par de semanas, por el caso de Blaise Blanchard —expuso con toda la galantería tan propia de él cuando quería impresionar—. Espero no haya interrumpido sus labores. Si es así, discúlpeme, no fue mi intención en ningún momento; pero como le hice saber con anterioridad, este caso me urge.
Cagnazzo- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 53
Fecha de inscripción : 29/10/2014
Localización : En el octavo círculo del infierno
Re: Darkling grubs this earthly hole — Privado
Atenea estaba teniendo un día común y corriente, de esos en los que las horas pasan porque así tiene que ser. No existía nada extraordinario. La rutina siempre era la misma: despertar, desayunar, ver que los ancianos desayunarán, tomar una ducha, tomar el té, dirigir a los ancianos a sus actividades comunes, almorzar, pasar una tarde leyendo, pintando, o sembrando, cenar, y dormir. Una rutina común, algo poco espectacular, sobrevivir en vez de vivir. No importaba nada más, a fin de cuentas a ella poco le importaba, ni siquiera se enteraba que se encontraba aburrida. No lo comprendía.
Como de costumbre avanzaba por cada una de las habitaciones, para ella era importante que los ancianos estuvieran vivos, y eso era demasiado que decir, quizá tenerlos vivos era enriquecedor en todos los sentidos. Los ancianos le servían de cuartada, además el rey había firmado ciertos decretos que la ayudaban a mantenerlo, por cada uno de ellos habían francos de por medio. No era una interesada, pero tampoco despreciaba el vivir con las comodidades en las que se encontraba.
Aquella mañana una sábana se había descocido, aguantaba, así que decidió repararla.
Al cabo de media hora el arreglo llegó, no tardó demasiado, pero pesaba, por esa razón se prolongó un poco más su trabajo. Jake, el más viejo de los ancianos había tirado un poco de agua de sabor en el suelo, lo ignoró por que se encontraba bailando, así que dejó que alguien más lo hiciera por él. A Atenea le caía muy bien, era un hombre grande pero que se hacía respetar, pocas personas le contradecían, y si lo hacían él se las arreglaba para que pudieran pagar. Algo parecido a ella, aunque ella con mayor grado de maldad y de sutileza.
Lo inesperado ocurrió, el sonido de la puerta principal se hizo presente por culpa de la campanilla, nunca sonaba, por eso muchos ojos se dirigieron a esa zona en especial. ¿Otro viejo o un visitante? Siempre era un viejo más.
- A usted le urge el caso, a mí no, así que puede esperar – Aclaró poniéndose de pie, no le gustaba la gente acelerada, ellos tenían la gran ventaja de disfrutar de la vida, de sus placeres, incluso postergar las emociones que vivían, no entendía la urgencia por la que tenían que vivir. De esa misma forma morían, quizá por eso siempre se tomaba su tiempo. – Lo recuerdo, pero debe saber que no puedo poner en riesgo a nadie de aquí, sería cruel de mi parte. – Aunque no reconocía su propia maldad, lo cierto es que sabía lo que era la lealtad, misma que le debía a esos ancianos.
- No puedo garantizarle mi ayuda, si es alguno de mis favoritos, puede que incluso lo haga perder antes de que lo crea, así que venga – Lo dirigió a una zona especial y escondida, ella lo llamaba el cuarto de aislamiento, uno que ayudaba a que nadie en casa escuchara lo que pensaba en voz alta o hacía. Además de que tenía armas escondidas por todos lados, mismas que ayudaban a acabar a quien no cooperaba con ella. – Ahora sí, platíqueme bien que necesita, sea claro y verdadero, sólo así puedo considerar ayudarlo. – Lo invitó a sentarse. Era un ambiente cálido y cómodo. Mientras él hablara, ella decidiría si matarlo o no.
Como de costumbre avanzaba por cada una de las habitaciones, para ella era importante que los ancianos estuvieran vivos, y eso era demasiado que decir, quizá tenerlos vivos era enriquecedor en todos los sentidos. Los ancianos le servían de cuartada, además el rey había firmado ciertos decretos que la ayudaban a mantenerlo, por cada uno de ellos habían francos de por medio. No era una interesada, pero tampoco despreciaba el vivir con las comodidades en las que se encontraba.
Aquella mañana una sábana se había descocido, aguantaba, así que decidió repararla.
Al cabo de media hora el arreglo llegó, no tardó demasiado, pero pesaba, por esa razón se prolongó un poco más su trabajo. Jake, el más viejo de los ancianos había tirado un poco de agua de sabor en el suelo, lo ignoró por que se encontraba bailando, así que dejó que alguien más lo hiciera por él. A Atenea le caía muy bien, era un hombre grande pero que se hacía respetar, pocas personas le contradecían, y si lo hacían él se las arreglaba para que pudieran pagar. Algo parecido a ella, aunque ella con mayor grado de maldad y de sutileza.
Lo inesperado ocurrió, el sonido de la puerta principal se hizo presente por culpa de la campanilla, nunca sonaba, por eso muchos ojos se dirigieron a esa zona en especial. ¿Otro viejo o un visitante? Siempre era un viejo más.
- A usted le urge el caso, a mí no, así que puede esperar – Aclaró poniéndose de pie, no le gustaba la gente acelerada, ellos tenían la gran ventaja de disfrutar de la vida, de sus placeres, incluso postergar las emociones que vivían, no entendía la urgencia por la que tenían que vivir. De esa misma forma morían, quizá por eso siempre se tomaba su tiempo. – Lo recuerdo, pero debe saber que no puedo poner en riesgo a nadie de aquí, sería cruel de mi parte. – Aunque no reconocía su propia maldad, lo cierto es que sabía lo que era la lealtad, misma que le debía a esos ancianos.
- No puedo garantizarle mi ayuda, si es alguno de mis favoritos, puede que incluso lo haga perder antes de que lo crea, así que venga – Lo dirigió a una zona especial y escondida, ella lo llamaba el cuarto de aislamiento, uno que ayudaba a que nadie en casa escuchara lo que pensaba en voz alta o hacía. Además de que tenía armas escondidas por todos lados, mismas que ayudaban a acabar a quien no cooperaba con ella. – Ahora sí, platíqueme bien que necesita, sea claro y verdadero, sólo así puedo considerar ayudarlo. – Lo invitó a sentarse. Era un ambiente cálido y cómodo. Mientras él hablara, ella decidiría si matarlo o no.
Atenea Onisse- Humano Clase Alta
- Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 03/02/2015
Edad : 34
Localización : Asilo de ancianos/Mansión
Re: Darkling grubs this earthly hole — Privado
De algún modo, y muy internamente, le dio la razón a su asistente; fue un golpe directo a su orgullo, pero no lo demostró. Helié Seguier (o Cagnazzo, como se le conocía en el abismo), era un hombre que sabía actuar con mesura el noventa por ciento de las circunstancias, no por nada su familia, desde hacía generaciones atrás, se dedicaba a asuntos relacionados con la política y la diplomacia. Él había nacido con ese don, incluso, su propia hermana (a quien creyó perdida en algún abismo secundario), empezaba a desempeñar un papel sustancial en los negocios de la familia Seguier. Sin embargo, no hay que dejar a un lado el simple hecho de que los políticos viven rodeados de enemigos, y también, como ha de esperarse, de molestísimos obstáculos. Por esa razón estaba ahí, doblegando parte de su carácter ante aquella mujer.
Ella podría padecer un mal psicológico nefasto, una enfermedad que le consumía por dentro, como una larva. Sin embargo, ese no era asunto de alguien como Helié, él sólo iba a lo que le competía, y si Atenea Onisse demostraba ser digna de su atención, ese demonio llamado Cagnazzo haría acto de aparición, y ni siquiera esa locura iba a detener a semejante bestia. Sólo que ahora estaba controlada, bajo los efectos de un ideal mucho más mortal.
Incluso, mientras la mujer le respondía, recorrió con la vista el lugar; fue un gesto sutil, casi imperceptible. En su mente se grabaron a fuego el rostro de cada uno de los presentes, pero el de Blaise no se mostraba por ninguna parte, ¿estaría en otro lado? Tenía que averiguarlo. Claro, luego de ver cómo le ganaba la pequeña batalla a Onisse. Simplemente bajó la cabeza con disimulo, mientras se aclaraba la garganta. Menos mal nunca se dedicó a la ciencia médica que trataba las enfermedades de la mente, sino todo hubiera terminado en tragedia.
—Creo que no tiene idea de lo delicado del asunto, madeimoselle —dijo en voz baja, acortando la distancia entre ambos. Su mirada parecía una sombra indescriptible, como la de un ser que no es propiamente humano—. Se lo dejé bastante claro en la misiva, no es necesario que finja demencia.
La voz de Cagnazzo sonaba gélida, como cristales rotos clavándose en la piel. Le desagradaba que le tomaran por cualquiera, aun así, se mantuvo sereno y decidió seguirla. No le temía, sabía, por comentarios de sus allegados, que estaba loca, pero no le importó. Eso ni se acercaba a lo que era él en realidad, una simple fantasía de algunos cuantos feligreses creyentes.
Echó un rápido vistazo a la minúscula habitación en la que se hallaban. Su olfato pudo detectar el aroma del acero oculto entre los muebles ubicados en diferentes sitios. Luego le dirigió una mirada inquisitiva, hasta se atrevió a enarcar una ceja, mientras en sus labios apareció una sonrisa ladina.
—No es necesario, pero aceptaré su invitación —agregó, tomando asiento en uno de los sillones. Su diestra se apoyaba en su bastón de paseo; debía meditar sus próximas palabras, y, desde luego, medir los movimientos de la mujer—. Blaise Blanchard es un traidor de la nación, sólo está aquí porque piensa que nadie lo encontraría. Pero, craso error de su parte. —Exhaló con hastío—. Señorita Onisse, tiene dos opciones en este caso: entregar a Blanchard y olvidarse del asunto o ayudar a desaparecerlo del mapa. En caso de que se resista, supongo que no es tan tonta para no medir las consecuencias. La conozco desde antes, no hace falta que intente nada estúpido.
Ella podría padecer un mal psicológico nefasto, una enfermedad que le consumía por dentro, como una larva. Sin embargo, ese no era asunto de alguien como Helié, él sólo iba a lo que le competía, y si Atenea Onisse demostraba ser digna de su atención, ese demonio llamado Cagnazzo haría acto de aparición, y ni siquiera esa locura iba a detener a semejante bestia. Sólo que ahora estaba controlada, bajo los efectos de un ideal mucho más mortal.
Incluso, mientras la mujer le respondía, recorrió con la vista el lugar; fue un gesto sutil, casi imperceptible. En su mente se grabaron a fuego el rostro de cada uno de los presentes, pero el de Blaise no se mostraba por ninguna parte, ¿estaría en otro lado? Tenía que averiguarlo. Claro, luego de ver cómo le ganaba la pequeña batalla a Onisse. Simplemente bajó la cabeza con disimulo, mientras se aclaraba la garganta. Menos mal nunca se dedicó a la ciencia médica que trataba las enfermedades de la mente, sino todo hubiera terminado en tragedia.
—Creo que no tiene idea de lo delicado del asunto, madeimoselle —dijo en voz baja, acortando la distancia entre ambos. Su mirada parecía una sombra indescriptible, como la de un ser que no es propiamente humano—. Se lo dejé bastante claro en la misiva, no es necesario que finja demencia.
La voz de Cagnazzo sonaba gélida, como cristales rotos clavándose en la piel. Le desagradaba que le tomaran por cualquiera, aun así, se mantuvo sereno y decidió seguirla. No le temía, sabía, por comentarios de sus allegados, que estaba loca, pero no le importó. Eso ni se acercaba a lo que era él en realidad, una simple fantasía de algunos cuantos feligreses creyentes.
Echó un rápido vistazo a la minúscula habitación en la que se hallaban. Su olfato pudo detectar el aroma del acero oculto entre los muebles ubicados en diferentes sitios. Luego le dirigió una mirada inquisitiva, hasta se atrevió a enarcar una ceja, mientras en sus labios apareció una sonrisa ladina.
—No es necesario, pero aceptaré su invitación —agregó, tomando asiento en uno de los sillones. Su diestra se apoyaba en su bastón de paseo; debía meditar sus próximas palabras, y, desde luego, medir los movimientos de la mujer—. Blaise Blanchard es un traidor de la nación, sólo está aquí porque piensa que nadie lo encontraría. Pero, craso error de su parte. —Exhaló con hastío—. Señorita Onisse, tiene dos opciones en este caso: entregar a Blanchard y olvidarse del asunto o ayudar a desaparecerlo del mapa. En caso de que se resista, supongo que no es tan tonta para no medir las consecuencias. La conozco desde antes, no hace falta que intente nada estúpido.
Cagnazzo- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 53
Fecha de inscripción : 29/10/2014
Localización : En el octavo círculo del infierno
Re: Darkling grubs this earthly hole — Privado
¿Acaso esas palabras se le podían denominar una amenaza? Si tuviera el sentido común desarrollado, y la empatía fuera parte de ella, probablemente se hubiera dado cuenta, sin embargo le pareció una frase más, vacía, cómo se encontraba su interior. Su rostro no mostró asombro alguno, ni siquiera curiosidad o desagradado. Nada, no existía nada que pudiera comprender la gravedad de la situación.
Aquello era un encuentro cualquiera, como todos. Nada extraordinario.
Onisse había nacido con un padecimiento psicológico, al menos eso le dijeron un par de especialistas. Si algo podía destacar en ella, era su inteligencia, por esa razón en los exámenes que le hicieron no resultó peligrosa, por el contrario, y es que sabía actuar muy bien. En esa época de estudios se dio cuenta de la necesidad de atención y afecto de los ancianos. Cualquier gesto positivo les hacía a ellos confiar en alguien, probablemente venía derivado de su soledad. Ella no se sentía sola, pero si quería una vida sin interrupciones o constantes visitas médicas, lo más prudente era relacionarse y ocuparse, cosa que hizo al montar un gran asilo de ancianos. Después de cuatro años de perfecto funcionamiento, el hombre que su visitante buscaba, llegó. Alguien que la comprendía en demasía, que la alentaba, pero que también le enseñó parte de su forma de matar y esconder su escena del crimen.
Su mirada se detuvo instantes en el ventanal. No sabía que decirle, nunca antes estuvo en esa situación. Una vez leyó que para cumplir cualquier tipo de propósito maligno sin ser descubierto, se debía terminar incluso con el maestro. ¿Acaso era ese el momento? Se quedó pensativa una vez más. Supo en ese instante que había desarrollado un lazo con aquel hombre que escondía, era lo único que le recordaba que tenía un lado humano. Las alarmas en su interior se encendieron. No dudarían para siempre, pero tampoco quiso que terminara en ese momento.
- No me gusta que me pongan a decidir lo que no me corresponde, y tampoco que quieran tomar algo que se encuentre dentro de mi propiedad, porque me pertenece. Estos ancianos, sin importar su procedencia, son míos, diariamente pago por ellos. Los alimento, visto y doy un techo para dormir, invierto en ellos. No voy a perder dinero sólo porque usted cree que si algo le preocupa o cree importante, también lo será para mí. – Se encogió de hombros con naturalidad. ¿Por qué las criaturas creían que podían convencerla de algo urgente? Las urgencias no existían para ella, ni siquiera el amor por sí misma. El vacío siempre aparecía.
¿Cuál era su misión en esa vida? Quizá sólo cuidar ancianos y matar. ¡Necesitaba matar! Quizá eso le ayudaría a poder ordenar esa situación.
- En esta vida todo tiene que tener una recompensa de ambas partes – Le miró con esos ojos opacos y perdidos – Usted gana si yo le doy al viejo, ¿Y yo? No comprendo que puedo ganar – A penas y parpadeó, no perdía al hombre de vista, quizá aquello era una alucinación, o una mirada al futuro, si cerraba los ojos se perdería de algún dato interesante.
Atenea se dio cuenta que el hombre no estaba muy feliz con su respuesta, pero tampoco tomó demasiada importancia a un sentimiento desconocido. Se sentía expectante de lo próximo a ocurrir. Las ganas de asesinar crecían, siempre lo relacionaba al término ansiedad.
Probablemente ese hombre no saldría con vida, o quizá ella se quedaría encerrada en esa habitación muerta, mientras él se iba con su presa.
Aquello era un encuentro cualquiera, como todos. Nada extraordinario.
Onisse había nacido con un padecimiento psicológico, al menos eso le dijeron un par de especialistas. Si algo podía destacar en ella, era su inteligencia, por esa razón en los exámenes que le hicieron no resultó peligrosa, por el contrario, y es que sabía actuar muy bien. En esa época de estudios se dio cuenta de la necesidad de atención y afecto de los ancianos. Cualquier gesto positivo les hacía a ellos confiar en alguien, probablemente venía derivado de su soledad. Ella no se sentía sola, pero si quería una vida sin interrupciones o constantes visitas médicas, lo más prudente era relacionarse y ocuparse, cosa que hizo al montar un gran asilo de ancianos. Después de cuatro años de perfecto funcionamiento, el hombre que su visitante buscaba, llegó. Alguien que la comprendía en demasía, que la alentaba, pero que también le enseñó parte de su forma de matar y esconder su escena del crimen.
Su mirada se detuvo instantes en el ventanal. No sabía que decirle, nunca antes estuvo en esa situación. Una vez leyó que para cumplir cualquier tipo de propósito maligno sin ser descubierto, se debía terminar incluso con el maestro. ¿Acaso era ese el momento? Se quedó pensativa una vez más. Supo en ese instante que había desarrollado un lazo con aquel hombre que escondía, era lo único que le recordaba que tenía un lado humano. Las alarmas en su interior se encendieron. No dudarían para siempre, pero tampoco quiso que terminara en ese momento.
- No me gusta que me pongan a decidir lo que no me corresponde, y tampoco que quieran tomar algo que se encuentre dentro de mi propiedad, porque me pertenece. Estos ancianos, sin importar su procedencia, son míos, diariamente pago por ellos. Los alimento, visto y doy un techo para dormir, invierto en ellos. No voy a perder dinero sólo porque usted cree que si algo le preocupa o cree importante, también lo será para mí. – Se encogió de hombros con naturalidad. ¿Por qué las criaturas creían que podían convencerla de algo urgente? Las urgencias no existían para ella, ni siquiera el amor por sí misma. El vacío siempre aparecía.
¿Cuál era su misión en esa vida? Quizá sólo cuidar ancianos y matar. ¡Necesitaba matar! Quizá eso le ayudaría a poder ordenar esa situación.
- En esta vida todo tiene que tener una recompensa de ambas partes – Le miró con esos ojos opacos y perdidos – Usted gana si yo le doy al viejo, ¿Y yo? No comprendo que puedo ganar – A penas y parpadeó, no perdía al hombre de vista, quizá aquello era una alucinación, o una mirada al futuro, si cerraba los ojos se perdería de algún dato interesante.
Atenea se dio cuenta que el hombre no estaba muy feliz con su respuesta, pero tampoco tomó demasiada importancia a un sentimiento desconocido. Se sentía expectante de lo próximo a ocurrir. Las ganas de asesinar crecían, siempre lo relacionaba al término ansiedad.
Probablemente ese hombre no saldría con vida, o quizá ella se quedaría encerrada en esa habitación muerta, mientras él se iba con su presa.
Atenea Onisse- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 03/02/2015
Edad : 34
Localización : Asilo de ancianos/Mansión
Re: Darkling grubs this earthly hole — Privado
¡Qué sagaz que había sido! Pero eso no fue ningún problema, ni para el mortal Helié, ni mucho menos para el demonio Cagnazzo. Atenea Onisse no era ninguna amenaza para él, quien era parte de la perversidad en este mundo. Desde luego, una perversidad con un motivo bastante lógico. Ella, en cambio, sólo caía en ese minúsculo grupo de supuestos perversos que sólo obedecían al desorden de su mente, sin estar completamente conscientes de sus acciones. ¡No sabían nada del mal! Porque en su mente no existía una diferenciación clara de un tema tan extensamente filosófico; sin embargo, él, quien poseía un espíritu arcaico, si tenía todas las de ganar. Aunque para lograr tal fin, debía mantener la mesura, no sin dejar bastante claro que no era ningún estúpido, y que, incluso, podría ser terriblemente peligroso si lo provocaban en serio.
Por supuesto, desde antes de poner un pie en ese lugar, ya tenía bastante claro con quien lidiaba. No la había investigado en vano; era una de sus maneras de chantajear predilectas, porque sí, el ser político le había otorgado semejante habilidad, misma que no se desgataba con los años, al contrario, se favorecía mucho más. Y cuando se trataba de sus enemigos, era capaz de mover al mismísimo abismo para completar con sus nefastas misiones. Por eso no iba a tolerar que Atenea se convirtiera en un obstáculo. Es más, a ella la usaría a su conveniencia, porque seguía siendo un sobrenatural a su lado, y no uno cualquiera.
Por eso no dudó en sonreír con descaro y malicia cuando ella se puso a la defensiva, muy a su modo, uno que no le era ajeno. Era como si supiera muchas cosas, y nada lejos de la realidad. Esperaba que la mujer tomara esa postura, pero no le iba a durar mucho. Helié simplemente exhaló con hastío, guardando el silencio necesario para continuar, como queriendo sembrar la tensión en ese gesto tan puramente oscuro.
—Que egoísta, señorita Onisse. Tan avara, tan... ¿cree que me importa si le pertenecen o no? No le estoy pidiendo a todos esos ancianos decrépitos, sólo le exijo que me entregue a Blaise Blanchard y todos felices, no tendrá que verme por aquí más nunca. Pero si se niega, no creo que las consecuencias sean las mejores para usted —soltó, con una paciencia que sólo podía anticipar lo peor. Esa malicia tan característica de un demonio apenas se paseaba entre las facciones del licántropo—. ¿Quiere dinero? Tendrá todo el que desee, sólo si coopera y no toma ninguna actitud estúpida.
Claro que no iba a ser fácil hacerla entender, pero dada las cosas que le habían mencionado, él si sabría cuáles puntos débiles atacar. Había nacido con esa capacidad de poder dar con las flaquezas de los demás para así poder estafarlos a su antojo. Siendo ese mismo pensamiento el que lo impulsó a ponerse de pie, pudiendo ser una amenaza o no, todo dependía de la cabeza caótica de Atenea Onisse.
—Tengo su expediente, sé perfectamente lo que ha hecho. Pero, si accede a cumplir lo que le pido, podrá seguir con su faena, que no es algo que me importe para ser honesto. ¡Ah! No, espere... Si me interesa, sólo porque podría usarla a mi favor. Y no se haga, sus armas son un recurso muy trillado —soltó, sin apartar la mirada de ella, escudriñándole hasta el alma, una manera de intimidación bastante antigua, como su propia alma—. ¿Me va a llevar con Blanchard? A usted no le gusta perder dinero. A mí no me gusta perder tiempo.
Por supuesto, desde antes de poner un pie en ese lugar, ya tenía bastante claro con quien lidiaba. No la había investigado en vano; era una de sus maneras de chantajear predilectas, porque sí, el ser político le había otorgado semejante habilidad, misma que no se desgataba con los años, al contrario, se favorecía mucho más. Y cuando se trataba de sus enemigos, era capaz de mover al mismísimo abismo para completar con sus nefastas misiones. Por eso no iba a tolerar que Atenea se convirtiera en un obstáculo. Es más, a ella la usaría a su conveniencia, porque seguía siendo un sobrenatural a su lado, y no uno cualquiera.
Por eso no dudó en sonreír con descaro y malicia cuando ella se puso a la defensiva, muy a su modo, uno que no le era ajeno. Era como si supiera muchas cosas, y nada lejos de la realidad. Esperaba que la mujer tomara esa postura, pero no le iba a durar mucho. Helié simplemente exhaló con hastío, guardando el silencio necesario para continuar, como queriendo sembrar la tensión en ese gesto tan puramente oscuro.
—Que egoísta, señorita Onisse. Tan avara, tan... ¿cree que me importa si le pertenecen o no? No le estoy pidiendo a todos esos ancianos decrépitos, sólo le exijo que me entregue a Blaise Blanchard y todos felices, no tendrá que verme por aquí más nunca. Pero si se niega, no creo que las consecuencias sean las mejores para usted —soltó, con una paciencia que sólo podía anticipar lo peor. Esa malicia tan característica de un demonio apenas se paseaba entre las facciones del licántropo—. ¿Quiere dinero? Tendrá todo el que desee, sólo si coopera y no toma ninguna actitud estúpida.
Claro que no iba a ser fácil hacerla entender, pero dada las cosas que le habían mencionado, él si sabría cuáles puntos débiles atacar. Había nacido con esa capacidad de poder dar con las flaquezas de los demás para así poder estafarlos a su antojo. Siendo ese mismo pensamiento el que lo impulsó a ponerse de pie, pudiendo ser una amenaza o no, todo dependía de la cabeza caótica de Atenea Onisse.
—Tengo su expediente, sé perfectamente lo que ha hecho. Pero, si accede a cumplir lo que le pido, podrá seguir con su faena, que no es algo que me importe para ser honesto. ¡Ah! No, espere... Si me interesa, sólo porque podría usarla a mi favor. Y no se haga, sus armas son un recurso muy trillado —soltó, sin apartar la mirada de ella, escudriñándole hasta el alma, una manera de intimidación bastante antigua, como su propia alma—. ¿Me va a llevar con Blanchard? A usted no le gusta perder dinero. A mí no me gusta perder tiempo.
Cagnazzo- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 29/10/2014
Localización : En el octavo círculo del infierno
Re: Darkling grubs this earthly hole — Privado
A pesar de su excéntrico estilo de vida, Atenea resultaba ser una muchacha con una vida pacifica, se dedicaba a sembrar, leer, tejer y en ocasiones a matar, sólo para saciar sus ansias, con ello dejaba en claro que si no se metían con ella, entonces no había porque buscar la desgracia, aquello no era difícil de adivinar. Por eso se inquietó más de la cuenta con la presencia que tenía frente a ella. Nadie la había amenazado, mucho menos dicho lo que debía hacer para seguir sobreviviendo lo que fuera necesario. Con mucha facilidad la hizo sentir confundida y por primera vez en la historia, una emoción real comenzó a hacerse presente en su interior: ira.
Lo miró por un largo rato, incluso su parpadear no era tan sano como debería ser comúnmente. Había leído sobre la ira, lo que ocasiona y supuestas reacciones más allá, pero experimentarlo era una sensación increíble. Atenea nunca se dejaría intimidad, tenía muchas conexiones, demasiados protectores, tratos incalculables y no tenía miedo alguno a la muerte.
- No te voy a dar al viejo – Vociferó con la voz entrecortada. – Y puedes hacerlo lo que quieras, en este mismo campo tengo aliados; podría llevarme a todos de París está misma noche. No te lo voy a dar, es mío, búscate a tu anciano, todos son iguales – Sonrió de mala gana y de medio lado. – No necesito tampoco tu dinero, tengo el suficiente y tendré más, incluso perdiendo mi tiempo contigo gano lo que me hace feliz, así que ya basta y vaya por donde vino – Caminó de mala gana e hizo una seña con su mano. Todos debían estar alertas.
- Puedes decir de mi lo que sea, si oculto todo aquello que hago, es para no sentirme observada y complicar el proceso, mismo que intento hacer sin perjudicar a terceros, así que en vez de castigarme muchos pueden premiarme – Se encogió de hombros – Tus métodos para obtener lo que quieres no son los correctos, deberías de saber que las amenazas no funcionan con cualquiera, y si leíste todo de mí, sabrás que mi enfermedad mental podría justificarme lo que quisiera, cuando yo abra la boca – Atenea todo lo tenía completamente planeado, incluso el momento en el que llegara a morir.
- Podemos empezar de cero, ese anciano me cae bien, pero tampoco me es indispensable en la vida, así que aprende a pedir las cosas, podríamos divertirnos. Bueno, tú podrías, yo sólo finjo hacerlo – Le colocó una mano sobre uno de sus hombros. - ¿Quieres jugar a divertirte conmigo? – Le sonrió mientras lo invitaba a seguir su camino.
Caminaron sólo unos metros y se encontró con el grupo de ancianos más cercanos, las enfermeras lo analizaron con desagrado y desconfianza, pero intentaron ser lo más discretas del mundo. Aquellas mujeres cuidaban con recelo su trabajo, de alguna manera ser una fémina, tener trabajo y llevar el sustento a tu familia, te hacía ponerte la camiseta de algún lugar y defenderlo hasta con la vida.
El hambre siempre conseguía esa tipo de fidelidades.
Lo miró por un largo rato, incluso su parpadear no era tan sano como debería ser comúnmente. Había leído sobre la ira, lo que ocasiona y supuestas reacciones más allá, pero experimentarlo era una sensación increíble. Atenea nunca se dejaría intimidad, tenía muchas conexiones, demasiados protectores, tratos incalculables y no tenía miedo alguno a la muerte.
- No te voy a dar al viejo – Vociferó con la voz entrecortada. – Y puedes hacerlo lo que quieras, en este mismo campo tengo aliados; podría llevarme a todos de París está misma noche. No te lo voy a dar, es mío, búscate a tu anciano, todos son iguales – Sonrió de mala gana y de medio lado. – No necesito tampoco tu dinero, tengo el suficiente y tendré más, incluso perdiendo mi tiempo contigo gano lo que me hace feliz, así que ya basta y vaya por donde vino – Caminó de mala gana e hizo una seña con su mano. Todos debían estar alertas.
- Puedes decir de mi lo que sea, si oculto todo aquello que hago, es para no sentirme observada y complicar el proceso, mismo que intento hacer sin perjudicar a terceros, así que en vez de castigarme muchos pueden premiarme – Se encogió de hombros – Tus métodos para obtener lo que quieres no son los correctos, deberías de saber que las amenazas no funcionan con cualquiera, y si leíste todo de mí, sabrás que mi enfermedad mental podría justificarme lo que quisiera, cuando yo abra la boca – Atenea todo lo tenía completamente planeado, incluso el momento en el que llegara a morir.
- Podemos empezar de cero, ese anciano me cae bien, pero tampoco me es indispensable en la vida, así que aprende a pedir las cosas, podríamos divertirnos. Bueno, tú podrías, yo sólo finjo hacerlo – Le colocó una mano sobre uno de sus hombros. - ¿Quieres jugar a divertirte conmigo? – Le sonrió mientras lo invitaba a seguir su camino.
Caminaron sólo unos metros y se encontró con el grupo de ancianos más cercanos, las enfermeras lo analizaron con desagrado y desconfianza, pero intentaron ser lo más discretas del mundo. Aquellas mujeres cuidaban con recelo su trabajo, de alguna manera ser una fémina, tener trabajo y llevar el sustento a tu familia, te hacía ponerte la camiseta de algún lugar y defenderlo hasta con la vida.
El hambre siempre conseguía esa tipo de fidelidades.
Última edición por Atenea Onisse el Miér Feb 07, 2018 9:59 pm, editado 1 vez
Atenea Onisse- Humano Clase Alta
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Re: Darkling grubs this earthly hole — Privado
Osadía. Ella tuvo ese atrevimiento de enfrentarlo, pero no la reconocía como alguien con una tremenda valentía, sino como una mujer acorralada, que se había dejado llevar por la ira, en el mismo instante en que las palabras de Helié Seguier le hicieron cosquillas. Él había premeditado aquello con total seguridad, pues ya tenía una idea muy general del carácter corrompido de Atenea, y eso era más que suficiente para jugar con ella, hasta conseguir que le entregara al maldito viejo chismoso. Por supuesto, también había intuido que no iba a resultar tan sencillo. De alguna manera, u otra, podría encontrar algún molesto obstáculo en su pretensiosa misión. Sin embargo, eso no era suficiente para detener a alguien como Cagnazzo.
¿Ella podría tener una idea muy llana de quién sería ese hombre? Lo dudaba. Podía no mostrarle miedo, pero eso sólo se derivaba de su desastre mental, no de alguien con sus neuronas funcionales. Así que podía estar tranquilo; y lo estaba. La dejó hablar, vociferar incluso, mientras él continuaba relajado, con el bastón aferrado a su mano, con ese inigualable porte de caballero que tanto lo caracterizaba. Apenas y sonrió, y más que una sonrisa, era una mueca burlona. ¿De verdad creía que esas palabras iban a hacerlo cambiar de opinión? Mejor dicho, ¿estaría ella consciente del poder que tenía Helié Seguier? Si quería, la haría desaparecer con tan sólo chasquear los dedos. No sólo a Atenea, sino a su maldito imperio de viejos también.
De momento estaba tranquilo, demasiado sosegado para tramar algo así. Pero si ella no cooperaba, temía, que lo sacaría de su círculo de calma absoluta y eso no tenía buena pinta. Y él más encantado sería él, desde luego.
—¿Y se supone que tus acciones si lo son? Tu falsa moral me abruma. Espera, ¿sabes qué es, siquiera? —Chasqueó la lengua, negando ligeramente con la cabeza. Luego se limitó a observarla de arriba abajo. Era tan sólo una pobre y pequeñita criatura—. Tus maneras de contradecirte ya las he visto antes, y esos trucos no funcionan conmigo...
Dejó en el aire el comentario, siguiéndola sin más alternativa, a través del pasillo. Ignoró todo a su alrededor; pudo extraer la información a través de la energía que emanaban los presentes: desconfianza. ¿Y eso qué? Si tan sólo supieran que quien acompañaba a esa loca era, nada más y nada menos, que el demonio auténtico del fraude. Oh, entonces no se sorprenderían de la impresión que daba en ese instante. Pero sí de lo que era. y en fin, él no estaba ahí para esas cosas.
—Voy a ser bastante claro —espetó en voz baja, y con disimulo rodeó su muñeca con la mano, apretándola ligeramente—. A mi lado eres una insignificante hormiga que podría aplastar con el pie, ¿lo entiendes, no? No necesito ningún juego, tú entrega al viejo, y pide lo que quieras. No tengo ánimos de buscar problemas, y menos contigo. Simplemente te he pedido que cooperes, no que salgas con... este teatro. En fin, si no vas a hacerlo. Me da igual.
Se separó, pero no lo hizo de manera brusca, fuee sutil. Así se ahorraría un escándalo de la mujer. Si no obtendría al tipo por las buenas, ya tendría una carta bajo la manga para cumplir su más oscuro objetivo.
¿Ella podría tener una idea muy llana de quién sería ese hombre? Lo dudaba. Podía no mostrarle miedo, pero eso sólo se derivaba de su desastre mental, no de alguien con sus neuronas funcionales. Así que podía estar tranquilo; y lo estaba. La dejó hablar, vociferar incluso, mientras él continuaba relajado, con el bastón aferrado a su mano, con ese inigualable porte de caballero que tanto lo caracterizaba. Apenas y sonrió, y más que una sonrisa, era una mueca burlona. ¿De verdad creía que esas palabras iban a hacerlo cambiar de opinión? Mejor dicho, ¿estaría ella consciente del poder que tenía Helié Seguier? Si quería, la haría desaparecer con tan sólo chasquear los dedos. No sólo a Atenea, sino a su maldito imperio de viejos también.
De momento estaba tranquilo, demasiado sosegado para tramar algo así. Pero si ella no cooperaba, temía, que lo sacaría de su círculo de calma absoluta y eso no tenía buena pinta. Y él más encantado sería él, desde luego.
—¿Y se supone que tus acciones si lo son? Tu falsa moral me abruma. Espera, ¿sabes qué es, siquiera? —Chasqueó la lengua, negando ligeramente con la cabeza. Luego se limitó a observarla de arriba abajo. Era tan sólo una pobre y pequeñita criatura—. Tus maneras de contradecirte ya las he visto antes, y esos trucos no funcionan conmigo...
Dejó en el aire el comentario, siguiéndola sin más alternativa, a través del pasillo. Ignoró todo a su alrededor; pudo extraer la información a través de la energía que emanaban los presentes: desconfianza. ¿Y eso qué? Si tan sólo supieran que quien acompañaba a esa loca era, nada más y nada menos, que el demonio auténtico del fraude. Oh, entonces no se sorprenderían de la impresión que daba en ese instante. Pero sí de lo que era. y en fin, él no estaba ahí para esas cosas.
—Voy a ser bastante claro —espetó en voz baja, y con disimulo rodeó su muñeca con la mano, apretándola ligeramente—. A mi lado eres una insignificante hormiga que podría aplastar con el pie, ¿lo entiendes, no? No necesito ningún juego, tú entrega al viejo, y pide lo que quieras. No tengo ánimos de buscar problemas, y menos contigo. Simplemente te he pedido que cooperes, no que salgas con... este teatro. En fin, si no vas a hacerlo. Me da igual.
Se separó, pero no lo hizo de manera brusca, fuee sutil. Así se ahorraría un escándalo de la mujer. Si no obtendría al tipo por las buenas, ya tendría una carta bajo la manga para cumplir su más oscuro objetivo.
Cagnazzo- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 29/10/2014
Localización : En el octavo círculo del infierno
Re: Darkling grubs this earthly hole — Privado
Atenea ni siquiera entendía porqué razón seguía intentando actuar, no le salía bien, de hecho tampoco comprendía porque algunas personas le seguían creyendo la sarta de mentiras que le salía de su interior. Era torpe y muy en el fondo sabía que su esmero por intentar pasar desapercibida, no era el suficiente. ¿En realidad quería actuar? No, no lo deseaba y no empezaría en ese momento, además, aquel hombre la conocía más que ella misma por lo visto. ¿Cómo era posible que alguien comprendiera lo que pasaba en su cabeza y ella no? Sin duda eso la incomodó. ¿Incomodar? ¿Qué era eso? Estaba deseando marcharse de ahí.
— Si me hubieras querido matar, ya lo hubieras hecho — Buscó la mirada ajena, el contacto humano (o en su caso sobrenatural), nunca le había parecido interesante, de hecho le molestaba mucho e intentaba que nunca ocurriera, ni siquiera con sus viejos dementes. — Además, si eres tan poderoso por qué no simplemente vas y tomas al viejo — Refunfuñó. ¿Estaba teniendo entonces la habilidad de sentir? ¿Algo en su cabeza se estaba acomodando? Sintió fascinación.
Pocas veces había sentido empatía por un humano, los seres vivos poco le interesaban a menos que intentara matarlos, el viejo Blaise era un caso especial, quizá porque ambos estaban locos y habían cometidos actos que no eran bien visto por la sociedad. No deseaba que se muriera pronto y su compañía le hacía muy bien; el vejete le había enseñado por primera vez como se escondía un cuerpo sin dejar algún rastro y tampoco permitir que el olor a putrefacción los delatara. Por ese tipo de detalles no deseaba que se lo llevaran. ¿Estaba preparada para volver a estar en soledad y abrazar la incomprensión de los demás?
— ¿Qué puedes ofrecerme que verdaderamente me interese? No soy común y corriente, lo dijiste bien, no me funciona muy bien algunas zonas de mi cabeza — Se encogió de hombros — ¿Qué puede ser interesante para una mujer que nada le parece interesante? — Hablar de ella también le incomodaba, suponía que ese tipo de ofertas no ocurrían todos los días así que debía aprovecharlas. El viejo iba a morir en un par de años más, estaba enfermo y a veces los dolores incomprensibles se apoderaban de él. ¿Por qué luchar por lo ya muerto? No debía ceder tan rápido.
A pesar de la incomodidad, por tocar a alguien más, decidió que era su turno. Le tomó la mano por unos momentos para guiarlo por un pequeño sendero. Existían tratos especiales para algunos viejos, eran los que le daban más riqueza que el resto. Al fondo se encontraba Blaise con un par de enfermeras, por lo que notaba, otro episodio le había ocurrido. No era nada de qué alarmarse. Lo señaló incomoda, en realidad no deseaba que se fuera, no esa noche.
— ¿Por qué quieres llevarte al viejo? ¿No ves que ya se está muriendo? Pensé que los villanos disfrutaban viendo sufrir a sus enemigos — Se burló, porque en su mundo nada era lo que parecía — Dime ¿Por qué tanto odio? — Cuestionó confundida y con ganas de comenzar a cooperar.
— Si me hubieras querido matar, ya lo hubieras hecho — Buscó la mirada ajena, el contacto humano (o en su caso sobrenatural), nunca le había parecido interesante, de hecho le molestaba mucho e intentaba que nunca ocurriera, ni siquiera con sus viejos dementes. — Además, si eres tan poderoso por qué no simplemente vas y tomas al viejo — Refunfuñó. ¿Estaba teniendo entonces la habilidad de sentir? ¿Algo en su cabeza se estaba acomodando? Sintió fascinación.
Pocas veces había sentido empatía por un humano, los seres vivos poco le interesaban a menos que intentara matarlos, el viejo Blaise era un caso especial, quizá porque ambos estaban locos y habían cometidos actos que no eran bien visto por la sociedad. No deseaba que se muriera pronto y su compañía le hacía muy bien; el vejete le había enseñado por primera vez como se escondía un cuerpo sin dejar algún rastro y tampoco permitir que el olor a putrefacción los delatara. Por ese tipo de detalles no deseaba que se lo llevaran. ¿Estaba preparada para volver a estar en soledad y abrazar la incomprensión de los demás?
— ¿Qué puedes ofrecerme que verdaderamente me interese? No soy común y corriente, lo dijiste bien, no me funciona muy bien algunas zonas de mi cabeza — Se encogió de hombros — ¿Qué puede ser interesante para una mujer que nada le parece interesante? — Hablar de ella también le incomodaba, suponía que ese tipo de ofertas no ocurrían todos los días así que debía aprovecharlas. El viejo iba a morir en un par de años más, estaba enfermo y a veces los dolores incomprensibles se apoderaban de él. ¿Por qué luchar por lo ya muerto? No debía ceder tan rápido.
A pesar de la incomodidad, por tocar a alguien más, decidió que era su turno. Le tomó la mano por unos momentos para guiarlo por un pequeño sendero. Existían tratos especiales para algunos viejos, eran los que le daban más riqueza que el resto. Al fondo se encontraba Blaise con un par de enfermeras, por lo que notaba, otro episodio le había ocurrido. No era nada de qué alarmarse. Lo señaló incomoda, en realidad no deseaba que se fuera, no esa noche.
— ¿Por qué quieres llevarte al viejo? ¿No ves que ya se está muriendo? Pensé que los villanos disfrutaban viendo sufrir a sus enemigos — Se burló, porque en su mundo nada era lo que parecía — Dime ¿Por qué tanto odio? — Cuestionó confundida y con ganas de comenzar a cooperar.
Atenea Onisse- Humano Clase Alta
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