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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Leif Paine Mar Feb 07, 2017 5:29 pm

Recuerdo del primer mensaje :

El aire lúgubre y taciturno del lobo desapareció por completo como si una brisa se hubiera llevado los negros nubarrones. Una excitada y pícara sonrisa iluminaba su rostro mientras recorría la ciudad a plena luz del día. Ni el hedor de los callejones o el gentío distraído bloqueándole el paso podrían amargarle aquella maravillosa mañana. Se respiraba en el aire la aventura que estaba por venir. Puestas llevaba unas ropas que por más de cinco años permanecieron encerradas en un viejo baúl. Pantalón, camisa y fajín de cuero; botas con los desgastes justos, y una larga casaca hasta las rodillas. El detalle final: su fiel espada colgando del cinto.

El Capitán Leif Paine volvía de entre los muertos.

La llegada de su hijo Kethyr no solo supuso el conocimiento de otro vástago con sangre Paine, también trajo consigo historias de Le Havre. Sus hombres, su fiel tripulación, seguían siendo leales al que fue su capitán. Mantenían la entereza y reputación de su nombre defendiéndolo ante falsos rumores de huida, alimentados seguramente por las deudas que dejó cuando la harpía bruja Edora acabó miserablemente con su vida. Saber que su leyenda seguía viva en los mares le dio el empujón necesario para resurgir de entre las cenizas. Eso, más la promesa que le hizo a su hija de ofrecerle una ceremonia como la de cualquier otra pareja. Para ello necesitaba un barco y sabía exactamente dónde estaba el mejor de ellos.

Sus enérgicos y firmes pasos no iban erráticos, tenía muy claro su destino. Una única parada antes de embarcarse en aquella misión, cuyo fin le había dado la excusa necesaria para sentirse de nuevo vivo. Se alzaba al final de la calle la casa de aquella bruja de azabache melena, la magia de la cual fluía por su cuerpo desde hacía mes y medio. No necesitaba exclusivamente su ayuda para aquel menester, conocía bien las tierras que iría a visitar y las gentes que ahí habitaban, mas no estaba de más llevarla como seguro. Podría sanar sus heridas, en el poco probable caso de recibirlas, y una hembra siempre sería mejor recibida que un desaparecido con acumulación de deudas.

Golpeó con fuerza la puerta principal, tronando la madera, y esperó con impaciencia que fuera ella quien abriera.
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Mensaje por Leif Paine Vie Feb 17, 2017 9:38 am

Se detuvo, con un pie ya en el barandal dispuesto a dar el salto de fe, y la miró ceñudo recordándole que no tenían mucho tiempo. Debían saltar ya. Bajó lentamente el pie, pero no a ella de sus brazos, y meditó aquello que estaba contándole. No las tenía todas con su plan, nunca antes había visto a alguien cambiar de apariencia así que en su mente solo lo imaginaba como tener que disfrazarse. Y de ninguna de las maneras se pondría una de esas pelucas blancas de la corte inglesa. Aún así le dio un voto de confianza y la bajó al suelo, rodeando su cintura para volver al camarote con la mirada atenta a cada persona que cruzaba su camino.

Su expresión seguía siendo un mapa confuso cuando se sentó a su lado en la cama y le dio la mano. - ¿Dices que puedes cambiarme la apariencia con magia? - Observó el cambio en su mano y tentado estuvo de apartarse. Lo desconocido siempre creaba controversia, cierta inseguridad ante lo que uno no puede controlar. Pero se calmó y asintió como única respuesta. El único modo en que notaba que algo ocurría en su cuerpo era el leve cosquilleo que recorría cada zona, incómodo en los ojos, agradable en la espalda. Sintió al lobo interior agitándose al no reconocer su olor, y no tardó en ponerse en pie para mirarse en el espejo del tocador.

-¿Qué demonios...? - se tocó el rostro, el cabello, incluso la ropa. La miró sin entender nada. - ¿Cómo puedes hacer esto? Es... - volvió a mirarse, asegurándose que aquel extraño hombre seguía en el espejo. - Increíble... Parezco uno de esos lores con una estaca metida por el culo, pero supongo que es suficiente para que nadie me reconozca. ¿Pero y tú? - volteó a verla. - Te han visto conmigo todo el trayecto, saben que vas acompañada de un pirata.

Aletheia dijo que el cambio solo duraba unos minutos, de modo que debía pensar deprisa, y solo había una opción viable. - Si te preguntan, he escapado saltando por la borda. Te he liberado para no ser atrapado - el temblor del ancla al tocar fondo fue aviso de llegada, debían darse prisa. - Tenemos que irnos.

Agarró del rincón un pesado baúl forrado de cuero y lo arrastró, dejando marca en la madera allá donde pasaba. Una vez en cubierta lo sostuvo a pulso con ambas manos, sin esfuerzo alguno como si dentro no hubiera más que ropa, en lugar de cientos de monedas de oro, y le indicó a Aletheia que se sujetara a su brazo mientras trataban de no llamar la atención en medio del pasaje.
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Mensaje por Aletheia Brutus Miér Feb 22, 2017 10:51 am

Aletheia sonrió al verlo reaccionar ante su nuevo aspecto con tanta sorpresa. Siempre era divertido cambiar la apariencia. Y parecía haberlo olvidado...
-Estás muy guapo. Ahora pareces un tipo de buena familia. Tú procura no decir ninguna cosa fuera de lugar y todo saldrá bien.

Salieron a la cubierta, con todos los demás pasajeros y tripulantes del barco. Varios soldados habían subido a cubierta y hacían preguntas acerca del capitán Paine. Querían saber si alguien lo había visto, si era verdad que había subido a aquel navío, dónde se encontraba ahora.
-Ahí está. Ésa es la mujer con la que estaba -acusó un hombre.
Justamente el que estaba al lado del que Leif había sacado de su habitación unos días atrás. Se parecían físicamente, así que Aletheia dedujo que eran hermanos. El cretino que se había atrevido a colarse en su camarote y su cama y al que Leif había puesto en su sitio, parecía crecerse ahora que el pirata no estaba a su lado, no como en los días anteriores, que procuraba mantenerse alejado de ambos.
Uno de los soldados se acercó hasta ellos, con claras intenciones de someterlos a un interrogatorio. Pero Aletheia estaba más que acostumbrada a tratar con soldados y a la forma en la que éstos preguntaban, así que sabía exactamente cómo debía actuar. Se aferró al brazo de Leif, apretándole suavemente para que hiciera lo que el soldado le pedía, que era dejar el baúl en el suelo.
-Buenas tardes, señorita, caballero.
-Buenas tardes, teniente -se dirigió a él por su rango, que supo por los galones. El militar pareció complacido de que se dirigiera a él de ese modo.
-Ustedes son...
-Jean Pierre y Aletheia Brutus. Mi primo y yo vamos a África a solucionar unos negocios.
-Algunos pasajeros dicen que la han visto en compañía de un pirata.

-¿Compañía? Oh, no, teniente. La compañía es cuando dos personas eligen estar juntas por voluntad propia, pero lo que yo he pasado en esta travesía... -sus dedos acariciaron el brazo de Leif. Desde fuera, pareceria un gesto de complicidad. Había dicho que eran primos.
-¿Entonces es cierto que ha tratado usted con Paine?

-¡Ese hombre me tenía coaccionada! Me exhibía por el barco como si fuera un trofeo y yo me veía obligada a fingir delante de todo el mundo porque retenía a mi primo en nuestro camarote. Lo tenía amenazado de muerte, atado, apenas sí me dejaba darle algo de comer -se pasó los dedos bajo los ojos, como si se limpiara las lágrimas que trataba de contener, y se cubrió la boca con la mano libre, tratando de recuperar el ánimo para contarle a ese soldado lo mal que lo había pasado en esos días-. Fue horrible, teniente. Horrible. -Escondió la cara contra el hombro de Leif, esperando que no se le ocurriera soltar alguna de las suyas. Debería darse cuenta de que estaba fingiendo.
-Cálmese, señorita Brutus, ya ha pasado todo.
-Sí, gracias a Dios. Cuando escuchó que sabían que estaba aquí se lanzó por la borda para escapar y ahí ya pude verme libre de su yugo y socorrer a mi primo.
Mientras hablaba, Leif pudo notar que las muñecas le quemaban suavemente. Aletheia estaba haciendo aparecer las marcas de ataduras, por si a algún soldado avispado se le ocurría hacer alguna comprobación.
-No se preocupen, están seguros ahora. Vayan a descansar, nosotros nos ocuparemos de encontrar a Paine y darle su merecido.
-Por favor, teniente, dense prisa. Saltó del barco hará ya una hora. Puede llevarles tanta ventaja... y a saber de qué es capaz un hombre como él. -Alargó la mano libre para ponerla sobre el brazo del militar, mirándole con los ojos enormes y cargados de una muda súplica.
El militar asintió y les permitió bajar del barco, como a todos los demás que ya habían sido interrogados, con indicación de que, si necesitaban algo más, les buscarían. Dejó a tres de sus hombres registrando el barco, por si Paine había preferido esconderse a quedarse en el agua, despues de que Aletheia le viera saltar, y dirigió al resto de la tropa hacia uno de los barcos pequeños. Darían una vuelta por las aguas más cercanas, por si acaso intentaba tocar tierra en las playas cercanas. ¡Por fin iban a echarle el lazo al cuello al capitán Paine!
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Mensaje por Leif Paine Mar Feb 28, 2017 6:11 am

Dejó que fuera ella quien se hiciera cargo por primera vez de la situación, manteniéndose a su lado con la lengua entre los dientes para no soltar todo aquello que pasaba por su mente. Sentía un irrefrenable deseo de demostrarle a aquellos "caballeros" que no tenían posibilidad alguna de acabar con el legendario Paine, pero estaba de acuerdo con el plan de Aletheia y no le quedaba más remedio que aguantar. Su expresividad se resumía en ira contenida, falsamente oculta por una vaga expresión preocupada para darle credibilidad a la historia de la bruja. Y mientras, ahí en silencio, se preguntó cuánta sinceridad habría en las palabras de la mujer. ¿Tan mala experiencia estaba viviendo a su lado? La facilidad con la que se expresaba junto a la naturalidad con la que se agarraba a él era una ambigüedad que escapaba de su comprensión. ¿Cuál de ambas sería más veraz? El miedo o el... ¿aprecio? Pondría la mano al fuego que era lo primero, pues dudaba mucho que una dama de alta cuna sintiera jamás algo así por él. Aquello era un trámite y en cuanto volvieran a Europa volverían a separarse. Punto.

-Hasta yo me he creído tu cuento, bruja - masculló aún agarrado a ella, y con el baúl arrastrando en la otra mano, mientras se dirigían lo más lejos posible de la agrupación de la milicia. - ¿Cómo has hecho lo de mis muñecas sin apenas tocarme? - preguntó por simple curiosidad, con la mirada despierta buscando en todas direcciones cualquier señal de que les habían descubierto. - Vamos, no tenemos mucho tiempo.

Le pasó una mano por los hombros para apresurar el paso, dirigiéndose a la parte más alejada del muelle donde aguardaba un pequeño barco de vela donde un anciano parecía estar tomando el sol. Se detuvo antes de llegar y la miró. - Tienes que devolverme mi aspecto ahora - ordenó, comprobando que en aquella distancia era difícil que pudieran verles. El ajetreo en el muelle era suficiente para que ya nadie les prestara la más mínima atención.
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Mensaje por Aletheia Brutus Mar Feb 28, 2017 9:42 am

-¿Quién dice que ha sido un cuento? -cuestionó, por puro orgullo, porque no quería reconocer que algo en ella se removía por ese hombre. Y porque ya se había puesto demasiado en evidencia en esos días en los que se había dejado llevar entre sus brazos, noche tras noche, dejando que se metiera no sólo en su cuerpo, sino bajo su piel. O con la forma en la que se había pegado a su brazo cuando habían subido los soldados, como si ella tuviera algo que temer y él pudiera protegerla. ¡Venía de una familia importante, su abuelo, su padre, sus hermanos eran militares! ¿Qué tenía ella que temer? Pero ahí estaba, abrazada a él, ocultándole y ayudándole en lugar de entregarle...- La magia es sencilla si se sabe cómo usarla. Ha funcionado, ¿no?

Le siguió hasta el muelle y, en un lugar algo apartado, lejos de los ojos indiscretos, volvió a devolverle su aspecto original. Quizás se quedó mirándole un segundo más de la cuenta. Para comprobar que no había nada fuera de su sitio. Un... daño colateral del hechizo.
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Mensaje por Aletheia Brutus Jue Mar 02, 2017 12:19 pm

(Roleado en CB. Mil gracias a Uryan por hacernos de Madame Bijou.)



Leif: En cuanto hubo recuperado su cuerpo no perdió más tiempo, no con la milicia pisándoles los talones, cogió a Aletheia del brazo sin mucho tacto y la llevó hasta el pequeño barco de vela que esperaba por ellos al final del muelle. Conocía al capitán, por llamarlo de algún modo pues no era más que un viejo bucanero matando las horas al sol cual lagarto, pero quien por cuatro monedas les llevaría al puerto de Nouadhibou.
-Maldito irlandés, ¿aún no te has muerto? -saludó con una amplia sonrisa bravucona-. Quedarás seco por el sol si no empiezas a moverte, y qué suerte que tengo aquí algo de oro para un trabajo rápido y sencillo. Llévanos hasta Nouadhibou y esto será tuyo -hizo bailar ante sus ojos un saquito que prometía más de cuatro monedas de oro.

La pobre bruja ni siquiera tuvo tiempo de quejarse por el trato recibido cuando ya estaba de nuevo sobre las aguas. Se acomodó sobre las tablas y fulminó al pirata con la mirada. Un gracias habría estado bien, sí, pero ¿qué esperaba de un tipo sin educación ni modales? Ese hombre no tenía la menor idea de lo que eran la decencia y el decoro. Estaba enfadada, porque siempre era igual, llegaba, cogía lo que necesitaba de ella, sin preguntar, sin explicaciones, sin tener en cuenta lo que ella quería... y luego la devolvía a su insulsa existencia con el recuerdo de la miel en los labios. Debería haberle entregado. Debería.

A Leif no costó en absoluto convencer a aquel truhán de cerrar el trato de inmediato. Nada más cargó el pesado baúl a bordo salieron dirección sur a toda vela, momento en el que el lobo pudo ver con plena satisfacción la frustración del oficial al dar por fin con él, ya fuera de su alcance. Hizo sentar a Aletheia para que no se mareara y entabló conversación con el viejo lobo de mar, poniéndose al día de los cambios y rumores que corrían por la corrompida costa que iban a visitar. Su mirada seguía tan brillante como los días anteriores, más llena de vida de lo que en cinco años había estado. En cuestión de hora y media el barco encalló y bajó primero, alzando los brazos para ayudar a la bruja a descender agarrándola de la cintura, asegurándose así de agarrarla bien y no perderla de vista ni un momento. Se hizo cargo también del baúl y, tal como sospechaba, en el mismo instante que se adentraron al puerto de Nouadhibou, tres malcarados marineros les cortaron el paso por orden de madame Bijou.

Al contrario que el humor del pirata, el de la bruja no mejoró, sobre todo tras comprobar cómo ambos hombres se pasaban todo el trayecto hablando de sus cosas e ignorándola vilmente. Tampoco era que quisiera monopolizar la conversacion, pero al menos un indicio de que era algo más que una mera moneda de cambio. Sin embargo, no lo era. Y ya estaba. Su misión allí era conseguir que no les mataran, que quien quiera que fuera la mujer a la que Leif le debía ese dinero y que parecía ser tan importante para él -punzada de celos que no reconocería incluida-, daba su deuda por saldada y les permitía irse. Así podría regresar a París, a sus libros y sus pociones, a sus tardes de paseos y lecturas en la plaza, a algún que otro evento social... y a la permanente lucha que tendría lugar para mantener su secreto. Suspiró. Por suerte todavía tardaría algo de tiempo en notarse y eso era una ventaja. Cuando por fin tomaron tierra, dejó que el pirata la ayudase a bajar, por no discutir. Sentir esos fuertes brazos rodeándola sólo era un daño colateral.
-Oh, vaya, si tenemos hasta un comité de bienvenida. Estupendo, Paine... Estupendo.

Leif cogió la mano de la bruja en un ligero apretón que sólo significaba una cosa: "cállate". No era ese su momento para hablar, si no más adelante cuando la madame quisiera su cabeza clavada en una estaca por incumplir su promesa y desaparecer por tanto tiempo.
-Dichosos los ojos que te ven, Capitán Paine. Nosotros que ya pensábamos que estabas escondido en cualquier tugurio bien lejos de aquí... -las risas de los marinos no le hicieron gracia alguna, pero no estaba por peleas y solo rasgó el rostro en una sonrisa que no prometía nada bueno para ellos.
-El Capitán Paine nunca se esconde. Habéis venido para llevarme ante madame Bijou, pues adelante, haced el trabajo para el que os pagan, perros, y cerrar el pico antes de que lo haga yo.
De inmediato los tres dieron muestra de querer buscar pelea, pero la orden de la ama y señora de aquella ciudad valía más que cualquier pelea por orgullo, de modo que no les quedó más remedio que guardar cuchillos y coger a cada uno por el hombro, empujándoles por el camino de playa que llevaba a la colina. En cuanto vio que tocaban a Aletheia gruñó sacudiéndose la mano de encima y agarró a la mujer de la cintura.
-Ella no se toca... -siseó, mirando de reojo para asegurarse que el baúl lo llevaban bien cerrado. Dejaron atrás la playa para adentrarse a una ciudad donde reinaba la anarquía. Cada edificio era una posada o una taberna, ambas regentadas por fulanas y repletas de piratas, pero con el ron como principal protagonista. Se oían cánticos desafinados y destrozos de peleas, cristales rotos y disparos sin destino. Al final del todo había una gran casona toda ella rodeada de balcones, en uno de los cuales pudo ver al fin a madame Bijou. Y no tenía buena cara...

-No serás tú quien decida eso, Paine -respondió altanero uno de sus improvisados escoltas, el que la empujó el hombro para que echase a andar.
"Oh, no, claro que no" pensó la bruja, autoconvenciéndose de que ella sería la que pondría los límites sobre su persona. No era una prisionera, era una mujer libre que estaba allí por voluntad propia y por voluntad propia se iría. O eso quería creer desesperadamente. No obstante, dejó que Leif la cogiera y la pegara a él. De algún modo, parecía dispuesto a cumplir su palabra de protegerla en aquella aventura. Se quedó callada. Tuvo que morderse la lengua para no soltar el comentario mordaz que le quemaba en los labios, pero lo consiguió. No quería  empeorar su situación allí. Sus grandes ojos castaños observaron el lugar y pudo percatarse de las miradas que recibía. Era, como el pirata le había dicho, el caramelo. Una mujer diferente a las que allí vivían, diferente en sus maneras, sus modales, sus costumbres... Preferiría no tener que hacer uso de su magia, porque aún no había recuperado toda la agilidad con los conjuros, pero tampoco se dejaría vencer sin pelear.
-¿Ésa es tu amiga? -El tono de la pregunta era todo, menos amistoso, pero lo suficientemente bajo como para que sólo Leif lo escuchase.

Enseguida corrió la voz de quién acababa de llegar a la ciudad y a los cinco se les unió un séquito de incrédulos que querían saber quién se llevaría el dinero de la apuesta. Vio de lejos a algunos hombres de su antigua tripulación, aquellos de quienes Kethyr le había hablado. Hombres fieles que defendieron su nombre aún cuando tuvo que abandonarles sin una sola explicación. Las miradas decían más que las palabras, pronto podría sentarse con ellos y ponerse al día mutuamente, mas por el instante apremiaba más aquella reunión que tenían por delante. Antes de cruzar la puerta de la fortaleza registraron bien a Leif quitándole las dos armas que llevaba siempre encima, su daga en la bota y la fiel espada en el cinto. Una gélida mirada bastó para que no se atrevieran siquiera a tocar a Aletheia con las mismas intenciones.
-Es una dama de bien, no va armada. Si no os vale mi palabra, tendremos que pelear aquí mismo... -amenazó, empujando sutilmente a Aletheia a su espalda a modo protector. Cualquier cosa que a ella le pasara caería sobre su consciencia y no pensaba permitirlo.

La bruja se sintió desaparecer tras las anchas espaldas del licántropo. ¿Qué mujer en su sano juicio se resistiría a ese gesto protector? Ella no, desde luego. Se asomó para ver las reacciones de aquellos hombres y, sobre todo, la de aquella mujer que tenía tanto poder en el lugar, tanto poder sobre el destino de los hombres... tanta influencia sobre Leif. No le gustaba, porque infirectamente tenía poder sobre ella. Pero una vez más, se repitió que la diplomacia era un arte que ella dominaba. Saber sobrevivir a un nido de vívoras como era un evento social de su clase era tan complicado como salir airosa de la situación que atravesaban... Si podía con lo primero, al menos intentaría lo segundo.

Madame Bijou no era una mujer simpática, ni tonta, ni pequeña. Resabiada y poco dada a las traiciones. Quien se atrevía a cuestionar su autoridad, quien se la jugaba acababa en su escaparate de trofeos, dispuestos todos en la entrada de su magnífica edificación. Los miembros amputados estaban colgados por doquier, tarros, jaulas y diminutos huesos colgando del suculento cuello de la potente negra que se sentaba en un adoquín levantado por cuatro bestias inmensas que parecían hipopótamos a pesar de ser hombres. Una chiquilla de piel oscura partía nueces mientras se las daba a la inmensa mujer, que antaño seguro había sido hermosa pero a la que la edad había hecho mella en carnes y arrugas.
-¿Comportándote como un caballero? Deja que registren a la muchacha, Paine, a no ser que hayas venido aquí para adornar mi baño.


(Continuará del mismo modo, por agilizar.)
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Mensaje por Aletheia Brutus Dom Mar 05, 2017 1:01 pm

(Segunda parte. Gracias esta vez a Hania por ser la bicha en esta escena. :*)


Leif esbozó una escueta sonrisa cargada de malicia en cuanto escuchó la voz de Bijou, girándose para encararla con la cabeza bien alta.
-No es tu baño lo que te adornaba la última vez que estuve aquí... -No soltó a Aletheia, la mantuvo medio oculta tras su espalda con un brazo a modo protección-. Ella no tiene nada que ver, solo ha venido de... acompañante -omitió la verdadera razón sin llegar a mentirle demasiado, conocía su carácter y quería ahorrarse más problemas-. Veo que el tiempo no pasa en balde, madame Bijou... Es una lástima, hubo una vez en la que te consideré la más bella de todas -agregó con cierto sarcasmo punzando suu voz.

Aletheia entrecerró la mirada, taladrando la nuca de Leif, molesta por las claras implicaciones de su comentario. Si eso ya lo sabía ella, que a aquella mujer le unía algo más que el dinero. ¡Claro que sí! Porque ese imbécil que ahora la protegía no iba a conformarse con cualquiera prostituta aleatoria, como todos los piratas. No. Él tenía que acostarse con la que podía meterle en problemas y, de paso, a ella. Sintió unas tremendas ganas de golpearle, pero se contuvo y esperó en silencio. Si podía evitar que la manosearan en busca de armas que, obviamente, no tenía, no iba a ser ella la que se quejase.

La negra repiqueteaba con los dedos sobre el reosabrazos de la butaca en la que estaba sentada cruzada de piernas. Sus ojos oscuros, como los pozos de los que brota el más infame de los terrores, tenían ese brillo vivaz que le otorgaba esa aura de poder. Clavó sus ojos en los del capitán y esbozó media sonrisa.
—Todo un caballero... veo que mala hierba nunca muere. Tu también has tenido días mejores. —Levantó la mano para acariciar su collar de huesos sin cambiar ni un ápice esa media sonrisa—. ¿Te has vuelto un hombre decente? Ella está claro que es. ¡Oh! Repicad las campanas a muerto, muchachos. Otra leyenda que cae bajo el yugo del amor. Tengo que reconocer que me divierte mucho tenerte aquí, sobre todo porque tienes una enorme deuda conmigo, así que puedo disponer de ti y de ella como me plazca.

Si Leif estaba nervioso no iba a demostrarlo; mantuvo la mirada fija en la negra con la misma sonrisa jocosa que le caracterizó desde siempre.
-¿Amor? Vamos, madame, me conoces lo suficiente para decir tal cosa sobre mí -miró a los hombres que le había quitado el baúl nada más entrar en la casona, señalando el mueble que estuvo arrastrando desde que salieron de puerto francés-. Aquí traigo lo que te debo más un extra por la tardanza. Espero que mi palabra siga valiendo algo, pues no fue mi intención dejar pasar los años antes de volver a mostrarme ante ti.

La hechicera se mordió el labio con fuerza y tiró de orgullo, que era lo único de lo que podía tirar allí. Amor... ja. Los hombres como ése que tenía delante no eran capaces de sentirlo. ... ... ... Y, sin embargo... Negó con la cabeza, a sus propios pensamientos. Lo que había pasado entre ellos no significaba absolutamente nada. Sólo había sido algo carnal y momentáneo y, cuando por fin pudiera regresar a París, se separarían y ella seguiría con su vida. Con su vida criando al hijo de ese idiota. Frunció el ceño y se separó un poco de Leif. No para quedar lejos del amparo de su cuerpo, pero sí lo suficiente para que él sintiera que ya no se tocaban.

Bijou le hizo una seña a sus hombres para que abrieran el baúl, no iba a fiarse de la palabra de Paine después de tantos años y de aparecer como si nada. Si en ese cofre guardaba alguna artimaña, lo primero que iba a hacer era colgarlo por los pulgares y a ella... bueno para ella se le ocurrían castigos muy creativos.
—Ajá. Así que vienes a hacer negocios. ¿Por qué debería aceptar tu pago tardío en vez de cortarte la cabeza y quedarme con lo que legalmente me pertenece? —la negra torció una mueca de hastío en su cara. ¿Quien se creia Paine para aparecer años más tarde y creer que podía cancelar la deuda y sentarse a su mesa como viejos amigos y camaradas?

Paine torció el gesto, no se esperaba otra respuesta por parte de la negra. No mentía, en el baúl había todo el dinero que le debía más un 50% más por la tardanza. No se fijó en ladistancia que creó Aletheia, pues su mente estaba concentrada en lo peligrosa que podía ser la mujer sentada ante él.
-¿Y olvidar así los buenos tiempos que pasamos cuando capitaneaba el Warrior? -se acercó un par de pasos para que le viera de más cerca. Sabía que era medio hechicera, gitana tal vez, en más de una ocasión la había visto hacer algo parecido a rituales de sangre. Quería saber si era capaz de darse cuenta del cambio que había ocurrido en él-. He oído que todos me dieron por muerto. Como puedes ver, no tenía ni que molestarme en aparecer. He venido a limpiar mi nombre y saldar esta deuda contigo, mi vieja amiga.

Aletheia se quedó donde estaba, con esa distancia adicional. Realmente se sentía muy tonta, allí plantada, en mitad de ninguna parte, siendo testigo de una conversación que nada tenía que ver con ella y que sólo le ponía de manifiesto una vez más que no podía fiarse de ese hombre, que sólo la llevaba como seguro para salir vivo. "Seguramente hasta te ofrecerá como parte del pago si con el oro no es suficiente", pensó para si, "Hasta puede decirle que te ha entrenado para el oficio. Y tú, como la estúpida romántica e idealista que eres habías pensado que podría haber ido a por ti porque le importas". Estaba furiosa consigo misma. "¿Qué le vas a importar? Tú sólo eres una de tantas. La que está a mano y se le ofrece con facilidad sólo con que le hable al oído. Dios, Aletheia, despierta. Vas a tener un hijo de este bastardo, vale, la criatura no tiene la culpa, pero ¿realmente quieres un hombre así a tu lado?".

Madame Bijou observó el gesto de Aletheia y las sutiles variaciones de su gesto. Demasiados años como prostituta y despues como madame como para no saber leer a las personas. Estuvo a punto de soltar una carcajada pero se contuvo. Para ella esos dos eran como un libro abierto. Decidió divertirse un poco más antes de estipular los términos del acuerdo.
—¿Y qué hay de ti? ¿Qué te ha hecho este bastardo? Te ha prometido aventuras y una vida de excesos que te sacara de tu aburrida vida de damisela ricachona ¿y le creiste?... mmmm... Tengo vacantes libres si quieres unirte a nuestras filas —Sonrio mostrando una dentadura blanquísima y después dirigió otra mirada mordaz a Leif. Allí todos jugaban su papel, pero no por eso era menos divertido provocar las respuestas ya esperadas.

Leif frunció el ceño y miró a Aletheia al darse cuenta que la negra mostraba creciente interés en ella. Tal vez después de todo no tendría que haberla llevado, aunque de eso ya fue bien consciente en un primer momento. El por qué lo hizo... quedaría guardado en su inconsciencia, allí donde se escondían sus celos al verla sonreír junto a aquel puto de nombre Corbin. Apretó los puños en cuanto le ofreció trabajar y amplió la sonrisa dando un paso más para entrometerse.
-Es una dama noble, no tiene ningún interés en postularse para un trabajo así. Ella está al margen, cerremos un trato tú y yo para que pueda devolverla a su cálido hogar... ¿no te parece?

Aletheia desvió la mirada hacia Madame Bijou.
-A mí me ha traído a la fuerza, así que no esperes que llore por las esquinas si le cortas la cabeza. -Sí, estaba enfadada. Mucho-. Es una oferta generosa, pero no, gracias, prefiero regresar a París. Mis contactos con la prostitución allí son más placenteros que la caterva de mugrientos piratas que tienen que soportar tus pobres chicas aquí. -No sabía si la mujer entendería a qué se refería, pero tenía claro que Leif leería entre líneas.

La negra palmeó los reposabrazos con ambas mano con una expresión jovial.
—¡Bien! Entonces todo claro. ¡¡Muchachos!! Llevaos el baúl... Tú me debes mucho más que una caja llena de baratijas. —apuntó a Paine y le hizo un gesto con el dedo para que fuese hacia ella. Los años habrían pasado para todos, ciertamente. Pero si había algo que sabía dulce era el ajuste de cuentas y entre mujeres, más que el propio triunfo, ver la caida de la enemiga era mucho mejor—. Pues ya que lo odias tanto, sientate a esperar, o retoza con alguno de los mugrientos mientras el capitán Paine y yo... recordamos viejos tiempos.

Leif no tenía ni idea de qué pretendía la bruja, pero si así de simple iba a ser acabar de una vez por todas con aquella parada en el camino, qué mejor que darse prisa. Se volteó a los marines y les lanzó una muda amenaza con la mirada fría.
-No dejéis que le pase absolutamente nada... -siseó señalando a Aletheia y, tras lanzarle una mirada a esta y hacerle un gesto con la mano para que esperara, fue tras la negra a su alcoba. Sin embargo, no pasó de algunos besos cuando se dio cuenta de que no podría continuar. Su mente estaba ocupada por la preocupación de que algo malo le ocurriera a su protegida, de modo que se separó de la madame y carraspeó antes de hablar-. No tengo mucho tiempo, además de verte y cerrar mi deuda, vine por el Warrior para tener una merecida despedida... -disimuló mirando alrededor.

Aletheia sintió la rabia crecer por dentro de ella cuando Leif se marchó tan ricamente con aquella mujer. De tal forma que ni siquiera fue consciente de las ondulaciones de su aura alrededor de su cuerpo. Ojos humanos normales no verían nada extraño, pero algo parecido a llamas naranjas brillantes bailaban a su alrededor. Cuando Paine desapareció de su campo de visión con aquella mujer llegó a su punto más alto. Y un pobre desgraciado que quiso pasarse de listo y tocarla recibió las consecuencias, como si le hubieran dado un empellón o lo hubiera coceado un caballo, se vio despedido hacia atrás, al suelo, mientras Aletheia se alejaba unos metros, a sentarse en algún lugar apartada y sola, porque tampoco podía hacer mucho más.

Madame Bijou chasqueó la lengua y sonrió divertida mientras se giraba y servía dos vasos de ron.
—Paine... has cambiado. Sabía que no podrías. —se apoyó sobre un aparador y lo miró de arriba a abajo-. No me cuentes milongas. ¿Qué coño te pasó para que desaparecieras asi? Quiero la verdad. Luego podrás irte a recoger los huevos que se te han caido cuando te hecho entrar en mi cuarto. —lo miró intensamente, la negra no estaba para tonterías y más le valía que su respuesta fuera la buena-. ¿y bien? Me voy a hacer vieja esperando. Habla.

Leif Paine se acercó tomando el vaso con los dientes apretados.
-Gallina vieja hace buen caldo, pero poco más puede sacarse. Has perdido tu atractivo, Bijou, no te lo tomes como una ofensa ni cobardía por mi parte. -Tomó asiento en una butaca y meneó el vaso antes de darle un trago-. Jodí con la bruja que no debía y su venganza me cayó encima. Ya no soy un hombre, negra, ahora soy un lobo. No es como las leyendas que corrían hace tiempo, es vivir esclavizado en tierra y controlado por la luna. El respeto hacia mi tripulación me impidió subir de nuevo al Warrior, sus vidas habrían corrido un gran peligro conmigo a bordo. No he venido para quedarme, sólo quiero mi barco y volveré a marcharme.

La negra escuchó atentamente el relato de Paine, tenía sentido y esta vez había verdad en sus ojos. Silbó cuando le dijo que ahora era un lobo.
—Vaya putada... pero para haber jodido con la bruja equivocada, no has aprendido la lección, porque esa mujer es tan bruja como la que más. -Se bebió el vaso de ron cavilando, penando en las opciones que tenía por delante-. Necesitas a tu tripulación y un barco en condiciones. Trabaja para mi. Sólo incursiones cortas para que no te alcance la luna en alta mar. —miró por la ventana-. Lo echas de menos, eso está claro. Puede ser como en los viejos tiempos, pero con tu... lo que sea esa mujer.

-Eso es otra historia... -no quiso entrometer aún más a Aletheia, aunque se dio cuenta de cuánto insistía la negra con aquel tema-. Esta bruja me ha ayudado en otro asunto, la traje simplemente por si querías cortarme la cabeza... -ladeó una sonrisa-. siempre se te dio mejor negociar con las mujeres. - Dio otro trago y meditó bien su oferta, encontrándola realmente atrayente, sin embargo...- No puedo quedarme. Necesito el barco para dentro de unos días, claro que... -afiló la mirada-, a modo recompensa por mi tardanza, podría hacer esos pequeños trabajos cuando acabe con el asunto que me apremia. Esta vez no desapareceré, te doy mi palabra.

La negra escupió a un lado, no era la respuesta que quería oir, pero tampoco esperaba otra cosa de Leif.
—Sea. Ahora cuéntame eso de la bruja equivocada. ¿Cómo es lo de ser lobo?... no he visto a ninguno, pero me lo han contado...

Tenía la clara intención de ponerse al dia con Leif y que Aletheia esperase al menos una hora, ya que el capitán había tardado años en regresar, era lo menos que podía hacer, y provocarle los consecuentes celos a la morena. A esas alturas de la vida la madame no tenía más diversión que enredar y meterse en tejemanejes de ese tipo. Ya había follado más de lo que era sano para un cuerpo, bebido más de lo que un higado podía soportar y conocido a más gente de la que querría, como para no saber las reglas del juegp. A esas altura solo le producía placer provocar esos pequeños entuertos y observar como los demás se echaban las mans a la cabeza.

Leif contuvo un bufido de exasperación, pero se dedicó a contarle cómo fueron sus primeros años como lobo, admitiendo la derrota y la vergüenza que le suponía aquella nueva condición. Dejó al margen a sus hijos, no quería darle material a la negra para que más adelante le buscara más problemas, por muy amigos que fueran era capaz de vender cualquier secreto con tal de sacarse algo de oro u obtener mejor beneficio. Terminó el relato con una bien trabajada mentira de por qué necesitaba su navío.
-Quiero casar a unos amigos. Al ser hechiceros la iglesia los está buscando, he pensado que siempre me viene bien que me deban un favor. Ahora, si me disculpas, debería encontrar a mi tripulación, deben estar ansiosos por saber las mismas noticias que te he contado a ti. -Se terminó la copa y la dejó en una mesita, mirándola a los ojos, pues aunque lo odiara, necesitaba su permiso para salir de la alcoba.

Madame Bijou le hizo un gesto con la mano, podía salir, ya había satisfecho una parte de sus deseos, la de información. Porque la información era poder, siempre, y eso ella lo sabía mejor que nadie en esa isla. Grandes imperios caían bajo el peso de las palabras susurradas en una noche de lujuria.

La bruja había pasado una hora completa sentada en mitad de ninguna parte, dándole la espalda a la ciudad y al lugar donde Leif se enterraba en el cuerpo de aquella mujer. Nunca había sido celosa. No lo era, en absoluto. Pero en esos momentos ardía por dentro. La carcomían de la peor manera. Y los comentarios mordaces de piratas y putas sobre lo que estaría pasando en la alcoba no mejoraban su situación. Tenía ganas de llorar, los ojos encharcados y un nudo en la garganta. Hasta por un momento deseó poder arrancarse el recuerdo de sus noches de pasión con Leif que le crecía en las entrañas.
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Mensaje por Leif Paine Miér Mar 08, 2017 3:28 pm

Salió de la alcoba profundamente ensimismado y meditabundo. Había accedido a trabajar de nuevo para madame Bijou, tal como dijo, en recompensa por haber tardado tantos años en saldar la deuda que había entre ellos. Unos años atrás habría accedido con el espíritu excitado, sin embargo los tiempos habían cambiado y Francia era ya algo que considerar hogar. Sus hijos estaban ahí, estaba formando una nueva vida con los de su sangre, volver a alta mar no sonaba tan bien cuando la preocupación de dejarlos solos removía su conciencia. No porque no supieran valerse por sí solos, habían demostrado todos que eran bien capaces de sobrevivir, pero sabía lo difícil que sería para ellos y sus personalidades tan dispares mantenerse juntos en su ausencia. La separación de "la manada" era algo que no quería permitirse, y sin embargo... las olas estaban dando tanta vida a su alma.

Buscó a Aletheia nada más salir, suspirando internamente con alivio al comprobar que estaba sana y salva justo donde la dejó. Se acercó a ella y le tomó la mano para ponerla en pie, ocultando sus preocupaciones para volver a dar paso a su sonrisa bravucona. - Siento la espera, madame Bijou nunca tiene suficiente - obviamente se refería a la sed de cotilleos, pero sin tener conocimiento de los sentimientos de la bruja no le dio importancia al efecto que causarían sus propias palabras. - Vayamos a ver a mi tripulación - alzó la voz más animado, encontrarse con sus viejos compañeros era un buen motivo de celebración.

En cuanto salieron con la nueva libertad de movimiento extendió los brazos intentando abarcar la grandeza de aquella maravillosa y proscrita ciudad. - Bienvenida a la libertad, bruja. No encontrarás mejor sitio que este. El sol brilla más, el alcohol sabe mejor y las mujeres... - gruñó - qué decir de las mujeres de aquí. No te fíes nunca de ellas, tienen buena mano para sacarle a cualquier hombre todos sus secretos. Madame Bijou las entrena para ello. Pero no hay tiempo esta vez para ello, vamos, te presentaré a mi vieja tripulación.

Bajando la colina donde se encontraba la casa de madame Bijou, perdiéndose entre chabolas y demás casetas donde el placer y el alcohool corrían a mares, así como la sangre, y cerca de la playa desde donde la vista era más clara, había una modesta tienda montada con palos y telas del interior de la cual salían risas estridentes y comentarios blasfemos que una señorita como madame Aletheia no debería siquiera escuchar. Abrió las telas con ímpetu clavando la gélida mirada en cada uno de los hombres anonadados que giraron la cabeza hacia ellos. El silencio y la tensión fue tan fugaz como el eructo de uno de ellos, aclamando la llegada del perdido capitán con vítores de alegría.

Doce hombres como doce torres, a cada cual más oscuro que el anterior. Sucios, de melenas enmarañadas y barbas descuidadas. Doce versiones mucho peor conservadas que el capitán, a quien enseguida le bromearon sobre el buen aspecto que tenía y la bella mujer que traía consigo. Miles fueron las preguntas, y miles las respuestas, sobre su ausencia, su nueva condición, qué había sido de su vida... pero solo una fue capaz de acallar la jauría por un instante: ¿quién era aquella mujer?

-Una bruja protegida que me ha servido un par de veces.
-¿Es tu mujer, Capitán? - tonos jocosos y codazos pícaros que hicieron erguir el pecho al capitán mirando de reojo a la bruja.
-Una dama noble jamás se juntaría con un despatriado como yo - la sonrisa se mantenía en su rostro, pero sus ojos se empañaron con aquella verdad.
-¿Madame Bijou le ha visto, mi capitán?
-Visto y oído.
-Y seguro que tocado... - repitieron todos en unísono.
-En absoluto - aclaró, - ¿habéis visto cómo cuelgan sus pieles? Qué mirada de vieja amargada... ¡Estoy seguro que es más seca su entrepierna que su misma boca desalmada!

Las risas estallaron y el ron corrió mientras Leif tomaba asiento, atrayendo a Aletheia para que ninguno de ellos osara meterle mano, porque a cada cual más desesperado por carne fresca y fina como la suya misma. - Solo le he devuelto lo que debía de hace tiempo y hemos hablado de negocios. No prometo inmediatez, pero es cuestión de tiempo que el Warrior vuelva a tener su Capitán al frente.

-Capitán, acerca de eso...
-¿Qué ocurre, Jack?
-Usted se fue ya hace mucho tiempo... Sin capitán que nos dirigiera ni dinero para mantenerlo, tuvimos que vender el Warrior, señor.
Leif se puso en pie sujetando a la bruuja de la cadera para que no cayera con su repentino movimiento. - ¿¡Qué?! ¿¡Habéis vendido MI navío?! ¡Cómo habéis osado!
-Madame Bijou nos convenció... Usted le debía dinero y no nos quedó más remedio...
-¿La Negra es propietaria del Warrior?
-Así es, señor.

Leif gruñó, la rabia ardiendo en su interior. Aquella maldita negra se la había jugado. Se despidió de sus viejos compañeros y salió fuera con la bruja, maldiciendo entre dientes solo imaginando qué sería capaz de pedirle aquella mujer insaciable de poder.
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Mensaje por Aletheia Brutus Miér Mar 08, 2017 5:15 pm

Una hora. Una hora o más. Una eternidad había estado allí sentada, sin más opciones que esperar a que Leif y su "amiguita" terminaran de ponerse al día. No era una mujer desconfiada ni celosa. No lo era. ¡¡Pero es que aquello estaba pasando en sus narices!! ¡Claro que estaba celosa! ¡Rabiaba de celos! Porque Leif había estado una semana marcando su cuerpo a fuego cada noche entre sus brazos, como si no tuviera suficiente de ella, como si realmente la tuviera como propia. La había hecho sentir ansiada, anhelada, deseada. Como si el esperar a la caída del sol en lugar de asaltar su boca en cada esquina del barco en que habían viajado fuera una lenta y dolorosa tortura.
Pero claro, eso era lo que ella interpretaba de sus acciones. Estaba claro que era una interpretación errónea, porque le había faltado tiempo para echarse a los brazos de otra mujer. ¡¡Y encima, el muy idiota tenía el descaro de decirle que no se saciaba de él!!
Le apartó la mano de golpe.
-Estoy segura de que no.

Se levantó por sus propios medios y le siguió. Sí, cuanto antes se fueran a buscar a esa caterva de piratas, antes podría ella volver a París y perder de vista a Paine. Se le notaba en la cara que estaba enfadada, porque nunca se le había dado bien ocultar ese tipo de emociones. Pero él, en cambio, parecía pletórico. Le hablaba de libertad, del paraíso que pisaban... hasta se le notaba en los ojos una vida que no tenía cuando le conoció. El mismo brillo que le había visto en el barco, en esas noches en que sus pieles se fundían con olor a mar.
Se mordió la lengua para no soltar demasiados comentarios mordaces, porque sabía que acabarían discutiendo y ella acabaría llorando mientras Leif se iba a consolar entre las piernas de alguna de aquellas mujeres de las que tantas maravillas contaba.

El reencuentro con sus hombres fue como había pensado que sería, con mucho alcohol, muchas bravuconadas y un alarde de su carencia de buenos modales. Piratas. Piratas que tenían una natural curiosidad por su presencia allí. Ella también la tenía en el fondo, porque cada vez estaba más convencida de que lo que le había contado acerca de necesitar su diplomacia en el trato era una patraña. Leif se defendía muy bien allí, así que... ¿por qué la había arrastrado hasta allí?
Quiso abstraerse de la conversación entre aquellos hombres, sintiéndose totalmente fuera de lugar. Pero... cuando escuchó que hablaban de ella y del rato que había pasado su capitán con la negra... no pudo evitar prestar atención. Un escalofrío recorrió su espalda cuando Leif negó que hubiera habido intimidad entre ellos. Pero claro, podría estar mintiendo. No tendría ningún sentido que lo hiciera, pero podría hacerlo.
Dándole vueltas a la idea, no evitó que Leif la atrajera hacia él. El contacto entre ellos era tan natural, tan fluido, tan cómodo, que ya ni le echaba cuentas. Era algo que simplemente pasaba de forma irremediable.

E igualmente irremediable fue el verse arrastrada fuera. Su enfado no había mermado. Contra esa mujer, por jugar sucio. Contra Leif, por ser idiota. En su cabeza, quería pensar que se lo tenía merecido, por jugar con sus sentimientos, por todo lo que le hacía pasar, por no darse cuenta de lo que ella podía ofrecerle...
Entrecerró los ojos y lo taladró con la mirada. Se detuvo en la arena de la playa y cruzó los brazos.
-Siempre puedes satisfacer su insaciable necesidad de ti para que te lo devuelva.
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Mensaje por Leif Paine Miér Mar 22, 2017 12:05 pm

-¡No pienso acostarme con esa....mujer! - espetó, poniendo énfasis en el desprecio que sentía en esos momentos hacia la Negra. Con razón controlaba aquella ciudad, era más astuta que un zorro y siempre parecía ir un paso por delante de todos. Solo el imaginarla en su trono riendo a carcajadas por habérsela jugado al Capitán Paine hizo que su sangre hirviera con más odio. No obstante, no podía enfrentarla espada en mano amenazando su vida, en el instante que hiciera eso los hombres que pagaba para protegerla aparecerían de inmediato y tanto él como Aletheia estarían en peligro.

-Vamos - dijo empezando a avanzar, sin mirar a la bruja, - tenemos que volver. Esa maldita arpía va a devolverme lo que es mío como mi nombre es Leif Paine - gruñó dando grandes zancadas, colina arriba, para regresar a la casona de la Negra.

Un par de jóvenes aprendices subieron corriendo adelantándoles, asegurándose de llegar antes que ellos para advertir a madame  Bijou. Esta, sin embargo, solo sonrió e hizo que se retiraran. Ya sabía que Paine iba a volver, no dejaría aquella ciudad sin su preciado Warrior. Les esperó en su trono con una sagaz sonrisa de quien se sabe ganador y una copa de vino en la mano que meneaba suavemente a la espera de verlos entrar, seguramente con aquella tempestad que caracterizaba al capitán cuando estaba de mal humor.

Y ahí estaba: el hombre que una vez fue su amante. Fuego en la mirada y un rictus en los labios por estar conteniendo todos los insultos retorcidos que tendría para ella. Pero la Negra se fijó en la bruja que lo acompañaba. El Paine que ella conocía jamás se juntaría con una mujer de alta cuna y, sin embargo, no parecía que fuera un simple rehén que arrastraba para cobrarse otro pago. Le había visto protegiéndola, algo totalmente inaudito y que despertó una insaciable curiosidad en madame Bijou. Los observó en silencio y con un ademán de mano les invitó a entrar.

Leif iba tenso, todos sus músculos marcados por la ira que lo carcomía por dentro. - Sabías a lo que he venido y no me lo has dicho. ¿A caso soy tu nuevo entretenimiento? Nuestras cuentas están saldadas, pon un precio al Warrior y lo compraré - hablló lo más calmado que pudo, tratando de encontrar una vía fácil para resolver aquel entuerto. Pero al ver la reacción de la Negra, que sonreía aún más amplio, supo que no sería tan sencillo.

-Capitán, tenías un trato conmigo. El 50% de las ganancias que obtuvieras con tus saqueos y viajes. Has pagado por los destrozos que hiciste años atrás peleando con aquella vampiro, pero sigues debiéndome todos los beneficios de los últimos años...

-Ya he aceptado navegar de nuevo para ti, ¿qué más quieres, retorcida mujer?

-Eras mi amante, Leif, y te largaste sin más. Podrías haber avisado de muchas distintas formas que aún seguías vivo y habría ido a buscarte yo misma. Pero no lo hiciste... aprovechaste para abandonar tus obligaciones y... a mí.

Leif soltó un bufido cargado de mofa, incrédulo. - ¿Ahora vas a decirme que sentías algo por mí? Tuvimos sexo por diversión, nada más.

-Tan altanero, tan orgulloso... - la Negra se puso en pie y avanzó hacia él, rodeándole con un lento caminar. Las telas de su vestido siguiéndola por detrás. - Un corazón de piedra, como bien dicen, que nadie es capaz de alcanzar... - miró fugazmente de reojo a Aletheia entrecerrando los ojos. - Nunca has tomado las consecuencias de tus actos, así que ha llegado el momento de que enfrentes todo aquello que has hecho en esta vida, Capitán...

-¿De qué demonios estás hablando? Di de una vez qué tengo que hacer para largarme con el Warrior - la falta de paciencia elevó su tono de voz. Miraba a la Negra sin entender nada de lo que estaba hablando.

Madame Bijou se dirigió hacia una mesa y sirvió una taza de lo que aparentemente era té. Leif la seguía con la mirada con curiosidad, pero sobretodo desconfianza. Miró hacia atrás, a Aletheia, solo para asegurarse que estaba ahí y estaba bien. La cogió de la mano para atraerla, sintiendo que estaría más segura a su lado, y la soltó cuando la Negra volvía a acercarse con la taza en la mano.

-Tómate este té. Si lo haces, te entregaré el Warrior y a tu tripulación y permitiré que te vayas sin deberme nada más.

-¿Va a matarme? - entrecerró los ojos.

-Claro que no... No te quiero muerto, Leif. Solo consciente de tus actos...

-¿Solo he de beberme esto? - bufó, no le parecía nada difícil. Empinó la taza y se la tomó de un trago sin más. El gusto era horrible, estaba frío y algo pastoso. Era asqueroso. La miró arqueando una ceja, preguntando sin palabras si eso era todo. Estaba empezando a pensar que la Negra se hacía mayor y perdía cabeza cuando todo empezó.

El cuerpo de repente parecía pesarle toneladas y cayó de rodillas sin poder sujetarse. En cuestión de segundos estaba tumbado boca arriba intentando hablar, pero su cuerpo no respondía a ninguna de sus órdenes. La cabeza le daba vueltas, todo se volvía negro y, aunque era capaz de escuchar el sonido de las telas de la Negra, sintió que estaba cayendo en picado hacia la más absoluta oscuridad.

Mientras Leif se veía cautivo por los efectos de la droga en el té, madame Bijou se acercó a Aletheia y la miró de arriba a abajo. - No sé qué ha visto en ti... pero eres la única que conserva intacta a su lado - dijo con cierto desprecio, pero sin borrar la sonrisa. - Ahora el Capitán está sufriendo lo que mis ancestros llaman un viaje espiritual. Va a volver a vivir en su mente todos y cada uno de los errores por los que se haya podido sentir culpable alguna vez, mientras aquellos a los que ha matado le perseguirán. La mayoría se queda en ese estado y muere. Tal vez él sea tan fuerte como parece... estaría bien que te quedaras a su lado, así podrás verle morir y serías libre, como al parecer tanto deseas...

La Negra abandonó la alcoba tras dejar una caricia en el rostro de Alethheia.
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Mensaje por Aletheia Brutus Miér Mar 22, 2017 1:09 pm

-¡Oh, vamos, Paine! No es como si no lo hubieras hecho antes.
Justamente un rato antes, por cómo se habían dado las cosas. Era indudable que entre ellos había habido una historia pasada y habían estado más de una hora rememorando los viejos tiempos. Sintió como le hervía la sangre. No recordaba haberse puesto nunca tan celosa... Pero claro, Leon sólo había tenido ojos para ella y luego ningún hombre había sido tan importante para ella como lo había sido el brujo que tiempo atrás fuera su maestro. ¿Por qué motivo le afectaba tanto Leif? La respuesta acudió a su mente como un relámpago y fue desechada con la misma rapidez. No, ni hablar. No estaba enamorándose de ese hombre. Se negaba. Rotundamente.

La voz del pirata la sacó de sus retorcidos pensamientos para que le siguiera de nuevo junto a aquella mujer. ¡Cómo la detestaba! Y ni pretendía ocultarlo. Estaba demasiado enfadada y su cara era fiel reflejo de su estado de ánimo.
Se mantuvo en un discreto segundo plano, escuchándoles hablar. Por supuesto, la negra tuvo que remarcar una vez más que había sido la amante del pirata. Aaaaarrggg. Si no fuera porque se pondría en peligro a sí misma, a Leif y, sobre todo, a su hijo nonato, desataría toda su rabia contra aquella mujer.

Sin embargo, en algo tenía que estar de acuerdo... Leif Paine nunca tomaba las consecuencias de sus actos, estaba al margen de la ley, por encima del bien y del mal. No le importaba lo bueno o malo que dejara por el camino, él simplemente tomaba lo que quería, cuando quería, y seguía adelante. El perfecto pirata.
Y, sin embargo, ella había visto en él algo más. Quizás fuera sólo su imaginación, pero... el riesgo que habría corrido por su hija... hablaba más de él de lo que cualquiera creería... La hacía pensar que había un hombre diferente bajo la piel del lobo feroz. Porque cuando le cogió la mano sintió un escalofrío recorrerla. Aunque estuviera enfadada con él, aunque fuera el culpable de sus desgracias... Aletheia podría haberse quedado la eternidad así, agarrada a su mano, sintiendo la rudeza de sus dedos curtidos por las maromas.

La negra se acercó a ellos y la bruja no la perdió de vista. Tenía claro que lo que le ofrecía a Leif era una poción. No sabía qué efectos podría tener, pero no se fiaba de ella y sabía que no jugaría limpio. Estuvo tentada de decirle que no bebiera, que se marchara de allí con ella, a empezar de cero, en París, con un nuevo nombre que no estuviera marcado, disponiendo de su generosa dote, viendo crecer a su hijo... Pero se mordió la lengua... Porque entonces ese hombre no sería Leif, sino una sombra de lo que un día fue el pirata más temido de los siete mares, un vago recuerdo de días mejores, consumiéndose en las frías calles parisinas, lejos de las olas, añorando la libertad que ella le estaba robando. No podía. Por algún extraño motivo que se negaba a reconocer, quería que recuperara su barco, quería que surcara las olas, que sonriera y que sus ojos brillaran de la forma en que lo hacia cuando sentía el viento que hinchaba las lonas.
-Ay, Dios, pobre idiota -se dijo a sí misma-. Cuanto antes volvamos a París y antes vuelva él a su barco, más sencillo será olvidarle.

Sostuvo la mirada de la otra mujer con orgullo, pero no respondió a sus palabras. No iba a darle el gusto de que notara cómo le temblaba la voz y cómo deseaba arrancar a Leif de las garras de esa droga. Mas no podía y lo sabía. Su magia no era infinita ni podía contra todo. Leif tenía que luchar solo aquella batalla, porque era su guerra. Una que sabía que se merecia, pero aun así, que hubiera preferido evitarle.

Apenas la negra los dejó a solas, se arrodilló junto al licántropo. Se sentó en el suelo y colocó con cuidado la cabeza del pirata en su regazo. Se le antojaba tan indefenso en esa lid... Le apartó el pelo de la cara y susurró:
-Vamos, Leif. Tienes que ser fuerte. Tienes que recuperar tu barco. Tienes que ver crecer a tu hijo... ¿Me oyes? -Le dijo, aprovechando que él no la escucharía a causa de las drogas, pero necesitaba decírselo. La noticia llevaba quemándole las entrañas desde que emprendieron aquella loca aventura-. Estoy embarazada. Y es tuyo. Así que haz el favor de volver con nosotros, aunque sólo sea para abandonarnos.
Sin ser demasiado consciente de que seguía un impulso, abrazó suavemente a Leif contra su cuerpo, donde el pequeño corazón que apenas llevaba unos días latiendo martilleaba con fuerza.
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Mensaje por Leif Paine Miér Mar 22, 2017 5:16 pm

Leif Paine jamás había conocido tal oscuridad, ni siquiera cuando alguna vez, de más pequeño, cayó a las turbulentas aguas nocturnas. Sus sentidos parecían haber sido arrinconados por feroces leones de cuyas bocas salían todo tipo de acusaciones. Una verborrea confusa e incansable llena del odio más punzante y retorcido. Inmóvil y desorientado, yacía en medio de la inmensurable nada mientras todo tipo de imágenes inconexas estallaban ante sus ojos. Desordenadas, pero terriblemente conocidas cuando tras tirar del hilo su cabeza logró clasificarlas.

Giselle. La dulce niña de rizos dorados le señalaba con el dedo con su refinado vestido blanco bañado en rojo. "Tú me mataste" repetía una y otra vez; la sangre resbalando de sus pequeños labios rosados.

Edora. La bruja vengativa. Sus ropas ajadas y la mirada gélida, le recordaba con su dedo acusador aquel tormento al que la sometió. "Tú destrozaste mi vida y la de mi hija" murmuró cual serpiente entre arbustos; a su lado, con el mismo frío en los ojos, estaba Elora escupiendo el odio que sentía hacia él.

Mauritz y su amante. Dos cuerpos cuyos miembros se sujetaban por hilos invisibles, dando una grotesca imagen de muñecos descompuestos. Sus dedos también apuntaban hacia él. "Tú nos mataste".

Piratas, prostitutas, brujos, a su alrededor no veía más que rostros conocidos, fantasmas del pasado exclamando a gritos sus pecados. Uno tras otro, como si llevaran esperando aquel momento en fila ocultos en la oscuridad. "Nos mataste", "me violaste", "comiste mi carne", "me tiraste por la borda", "dejaste que muriera", "mataste a mi mujer", "mataste a mis padres". Las atronadoras voces ensordecían sus oídos, pero por mucho que luchara por tapárselos seguía siendo incapaz de moverse. Solo podía ver y escuchar... padecer. Jamás fue consciente de cuánto daño había ido causando allá por donde iba.

Su cuerpo físico temblaba en brazos de Aletheia. Los ojos en blanco, la mandíbula a presión. Y un frío sudor cubriendo su cuerpo cual manto húmedo. Su vida dependía del tiempo que estuviera esclavizado por aquel tormento, o de la voluntad que tuviera para luchar contra sus propios remordimientos, nacidos solamente el día que conoció a Elora. Ella trajo humanidad y despertó esa parte más benévola que siempre creyó muerta desde que apretó el gatillo que mató a Giselle.

La batalla seguía. Cada minuto era una hora de tortura. Si el infierno existía, debía encontrarse en él. La maldita Negra no cumplió su palabra y le había matado. No podía pensar en ninguna conclusión más. Estaba mentalmente muy debilitado ya cuando hizo un último esfuerzo para alejarse de las voces.

Y entonces lo escuchó.

Un tambor rápido y lejano. Un eco que clamaba vida, una vida que dependía de él. ¿Por qué lo sabía? No lo sabía, simplemente así era. Aquel joven corazón empezó a infundirle nuevas fuerzas y logró enfrentar a sus fantasmas. Pedir disculpas a todos y cada uno de ellos. Aceptar cualquier penitencia que ellos demandaran, pues su vida se había limitado a dar muerte y miseria a todos aquellos con quienes se cruzó. Pero no pensaba darse por vencido, no se dejaría encerrar en el infierno...


Mientras Leif seguía luchando su propia batalla mental, un par de piratas de su tripulación aparecieron corriendo bien faltos de aliento. - ¡Nos han dicho lo ocurrido! - exclamó uno de ellos. - Nosotros te ayudaremos. Es nuestro Capitán y tú, al parecer, eres su mujer. Eres una de los nuestros. Vamos, antes de que madame vuelva.

Entre los dos cargaron el pesado cuerpo de Leif y lo llevaron junto a Aletheia a una de las habitaciones de la posada más cercana. Hicieron traer agua y paños, ron incluso para cuando despertara. La batalla con sus remordimientos no estaba siendo tan sencilla, pronto había pasado una hora cuando finalmente su cuerpo dejó de temblar. Estaba inconsciente, pero al fin en paz. Una triste lágrima se escurrió de uno de sus ojos, acompañada de un débil bufido de alivio.
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Mensaje por Aletheia Brutus Jue Mar 23, 2017 10:39 am

Debería haberlo negado. Debería haber aclarado que no era la mujer del capitán Paine, pero no lo hizo. Porque que la consideraran como tal garantizaba su seguridad con esos hombres. Se habían mantenido fieles a un hombre que les había abandonado y que no sabían si seguía vivo o no, por lógica, ninguno de ellos se propasaría con ella si consideraban que pertenecía a su capitán. Y evitarían que otro lo hiciera, ahora que Leif estaba sumido en las pesadillas de la droga que le había dado la negra.
Y porque le gustaba como sonaba. Aunque algo le decía que no era la única que había soñado con ser la mujer del Capitán Paine. Sin embargo, Aletheia no quería ser la mujer del capitán pirata. Quería serlo del hombre tras el título del más temido. Quería serlo de Leif. Era algo complicado, pero en su mente tenía sentido.

Permaneció junto al agitado licántropo, con su cabeza en el regazo, apoyada contra su cuerpo, mientras le limpiaba el sudor frío con uno de los paños humedecido en agua templada. De tanto en tanto, uno de los piratas se asomaba a la estancia para ver si necesitaba algo. A uno le pidió algo para comer. Iba a necesitarlo, porque necesitaba mucha energía para aguantar que el cuerpo de Leif drenara sutilmente la suya para no caer ante el embrujo que nublaba su mente. El "vigoris" era un conjuro sencillo, cuyo riesgo consistía en no saber frenar a tiempo el traspaso de energía. Pero Leif era un hombre fuerte y sano. Un licántropo. Podría soportarlo sin necesidad de ese leve flujo que recorría su cuerpo como una imperceptible caricia.

Finalmente Leif cayó en brazos de la inconsciencia. Aletheia no se movió de su lado, simplemente cortó el conjuro que ya no era necesario y suspiró, cansada. Ya solo restaba esperar a que despertase y conocer el resultado de aquella batalla interior. ¿Seguiría siendo Leif el mismo hombre?
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Mensaje por Leif Paine Vie Mar 24, 2017 12:14 pm

Aquella experiencia sin duda marcaría un antes y un después en su tormentosa y errática vida. Haber sido presa de sus propios fantasmas y tener que luchar contra ellos le hizo darse cuenta de que, hasta ese momento, su vida se había limitado a la simple destrucción. Sin remordimientos. Sin esperanzas. Había estado esperando a la Muerte mientras se divertía un poco vistiendo orgulloso una capa de egoísmo. Ver a Giselle, recordarla después de tantos años enterrada en el olvido, le abrió los ojos. Una vez amó, ¿a caso no era capaz de volver a hacerlo? Si el hombre aprende de los errores, solo tenía que asegurarse que la elegida no sufriera jamás el mismo destino. La idea de Elora odiándole también le atormentó, algo que debía cambiar de inmediato en cuanto se reuniera con ella.

Debía poner en orden su nueva vida y dejar de esperar a la Muerte.

Despertó desorientado y dolorido por la tensión mantenida durante tanto tiempo. Lo primero que vieron sus ojos nada más abrirse fue el rostro atractivo de Aletheia, cómo sus cálidas manos parecían haberle estado reconfortando todo ese tiempo que estuvo ausente. Se incorporó y la miró, serio, y sin soltar palabra la atrajo agarrando su nuca y le dio un fogoso beso sin necesidad de dar explicaciones. Ella no había aparecido en sus pesadillas, sin embargo el instinto le decía que tuvo mucho que ver en su recuperación.

-Voy a por mi barco y nos largamos de aquí de inmediato - susurró ronco, claramente cabreado con la Negra, por con la mirada más decidida que nunca - en ese instante vio aparecer a uno de sus hombres y se puso en pie para no dejar muestra alguna de debilidad, aunque se sentía todavía mareado. - Reúne a todos y empezad a preparar el Warrior. Si alguien tiene algo que decir, que venga a verme.

Miró a Aletheia de soslayo, con los ojos entrecerrados, preguntándose si lo que había oído en sueños fue real o solo ecos engañosos. Sin embargo no había tiempo para eso, era hora de poner fin a la estancia en la isla.

-Vamos - ordenó, esperándola para caminar a su lado con una mano en su espalda, dispuesto a protegerla.

Subieron de nuevo hasta la casona de madame y abrió las puertas de una patada, sin importarle las exigencias de los hombres que custodiaban dicha entrada. - ¡Bijou! - Gritó con la voz ronca y encabronada. Esperó que apareciera para fulminarla con la mirada.

-Vaya, vaya... parece que has sobrevivido a tu pasado.
-Déjate de historias. Voy a llevarme el Warrior y a largarme de aquí. Olvídate de nuestro acuerdo, no pienso trabajar más para ti.
-¿Estás seguro? Esta es ciudad de paso para ir a América, moriríais de hambre tú y tu tripulación si os cierro la entrada. Y dudo que el gran Capitán Paine abandone la mar...

La Negra sonreía creyendo que lo tenía agarrado de los huevos. Y tenía razón, si se les negaba la entrada a la ciudad, el viaje hasta Nassau sería demasiado largo, sobretodo en su condición de lobo. Pero si había algo que no había perdido en esos años como ermitaño en Francia, era a poner el oído a cada rumor que le llegara.

-Deberías salir más de esta ciudad que tú llamas "reino". Los piratas están acabados, cada vez hay menos. ¿No te das cuenta? Hay hombres que en un año han pasado más tiempo aquí que en alta mar. Ya no hay futuro para mí en esta vida. Eres tú quien debería preocuparse, Bijou. Has perdido la belleza y la juventud, ¿qué harás cuando te quedes sin gente en tus tierras ni dinero en las arcas? - ladeó una maliciosa sonrisa. - Hasta nunca, madame - hizo una vaga reverencia a modo mofa y se dio la vuelta, agarrando de la cintura a Aletheia por si debían salir corriendo.

La Negra no mandó a sus hombres a por ellos. Solo se escuchó un grito de rabia cuando salieron por la puerta. Y al llegar a la orilla su tripulación ya había echado a la gente del Warrior y estaban cargando sus propias provisiones.

Era hora de volver.
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Mensaje por Aletheia Brutus Vie Mar 24, 2017 1:07 pm

Había estado pensado sobre la vuelta a París, sobre su vida cuando su embarazo se notase, sobre los comentarios, sobre seguir adelante, sobre buscar un marido finalmente y renunciar al estúpido sueño de novela de compartir realmente su vida con alguien a quien quisiera. Había perdido ese barco cuando Leon fue asesinado y el barco que capitaneaba Leif no tenía hueco para alguien como ella, por mucho que lo desease.
Había estado pensando demasiado, pero todo fue borrado de su mente de un plumazo con el arrollador beso de Leif. La forma en la que el pirata tomaba posesión de su boca la dejaba completamente desarmada. No podía pensar en nada que no fuera rendirse a sus labios. Y esos ojos que parecían leerle el alma... Ay, esos ojos, esa mirada que la abrasaba por dentro.

Le acompañó en silencio a reunirse con la negra. Una parte de ella no quería volver a ver a esa mujer, la otra deseaba mostrarse ante ella y que viera que no había tenido éxito, que Leif había ganado ese duelo y que ella se regocijaba en la victoria.
Mientras Leif la arrastraba fuera, tomada de la cintura, volvió la cabeza hacia la madame y sonrió. Una sonrisa que valía más que mil palabras. Una sonrisa dulce, amplia y radiante.

Subió al Warrior del brazo de Leif y dejó que le mostrase orgulloso cada rincón de su preciado barco. En realidad podría haberle dicho que el cielo era verde y el mar rojo fuego, que le daría igual, porque Aletheia sólo quería escucharle más. Sólo quería tener para ella la voz ronca y vibrante, cargada de pasión al hablar del mar, envolviéndola como una caricia y haciéndola sentir que todo lo que salía de esa boca era una verdad absoluta. ¡Qué debil era ante esa voz!

Se quedó mirando el horizonte, la inmensidad del mar, respirando con profundidad ese olor tan característico.
-Por un momento pensé que esa mujer conseguiría hechizarte y arrastrarte al abismo... pero éste es tu sitio. Este navío, el mar, tus hombres. Si vieras lo diferente que eres en tierra... -se calló de golpe, al darse cuenta de que estaba pensando en voz alta. Lo último que quería era hacerle saber el verdadero poder que tenía sobre ella.
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Mensaje por Leif Paine Sáb Mar 25, 2017 4:52 pm

Dejar atrás Nouadhibou era dejar atrás una vida ya caduca, aquella en la que lo más importante siempre fue buscar el horizonte. Se acabó vagar sin rumbo ni bandera. Lejos quedarían los días de batallas en la cama y borracheras con espada, de andar cuidándose la espalda y dar muerte a malas lenguas... O tal vez no, porque ante él se abría un nuevo rumbo y ni él ni nadie era capaz de saber qué le aguardaba. Tenía una familia que cuidar, por extraño que aún le pareciera, y si su instinto no iba equivocado bien pronto crecería, pues de algo empezaba a estar seguro: aquel latido que le salvó de la oscuridad a la que la Negra le hizo esclavo no era el de la bruja que tenía a su lado.

No había prestado atención antes, pues su cabeza estuvo centrada en otros cometidos, pero desde el instante en el que despertó ya no podía dejar de oírlo. Un leve tambor apresurado, una vida a punto de nacer. ¿Resultaba de egocéntrico dar por supuesto que aquel niño era suyo? Si la bruja era tan dama como quería hacerle ver, ningún hombre habría yacido con ella más que él, sin embargo, el recuerdo de ese puto de barrios bajos no se iba de su mente. ¿Se habrían encamado ellos dos también?

La miró como quien recién aterriza de los altos vuelos. Serio, concentrado en aquellos labios que convertidos en la única fuente de su sed. - Esto ya no es más mi sitio - dijo en voz alta, haciéndose escuchar por encima del estruendo de las olas al chocar con la madera. - Háblame del secreto al que tanto te aferras. Lo he oído - añadió mientras posaba su gran mano en el vientre de la bruja, sin despegarse ni un instante de sus sorprendidos ojos. - Si este niño es mío quiero hacerme responsable.

Lo había estado meditando mientras zarpaban. Tenía claro que ser padre no era su mayor virtud, mas no pensaba dejar que otro hijo suyo se sintiera abandonado. Con los demás nunca tuvo opción alguna, todos ellos fueron un secreto hasta que ellos mismos le encontraron, pero si en el vientre de esa mujer había su semilla, no pensaba dar la espalda.
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Mensaje por Aletheia Brutus Sáb Mar 25, 2017 5:15 pm

Hacerse responsable. Dos palabras que le habían dolido más que un bofetón. Porque ese hijo no era un deseo, no era algo buscado, era un accidente. Un accidente maravilloso para ella, por supuesto, que ya daba por perdida la maternidad, al seguir soltera y sin pretendientes al entrar en la treintena. Pero para Leif... para Leif era un ancla y, si en algo había tenido razón la negra, era en que el Capitán Paine no abandonaría el mar por voluntad propia. No. Ella lo sabía, si estaba tanto tiempo en tierra era por su maldición. Una maldición que podría tener control. El hombre ante ella no le pertenecería jamás, por mucho que lo desease, porque ella no podía competir con el océano.
Le miró a los ojos... Y lo supo, supo que lo decía en serio, que si le decía que ese niño era suyo, el Warrior perdería a su capitán, el mar perdería una leyenda... y a ella sólo le quedaría el remordimiento de ver apagarse esos ojos. Quizás se equivocaba, deseó de todo corazón hacerlo, pero...
-Es cierto, hay un bebé en camino. Pero no sufras, Capitán Paine, no hay nada de lo que tú debas hacerte responsable. De igual modo que yo no he sido la única mujer para ti, tú no eres el único hombre en mi vida.
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Mensaje por Leif Paine Sáb Mar 25, 2017 5:31 pm

No era aquella la respuesta que esperaba, de eso no había duda alguna, sin embargo se mantuvo impasible y asintió con la cabeza antes de dar vuelta y retirarse de su vista. Su negativa le llegó como un balde de agua helada. Con unas sencillas palabras hundió la pequeña esperanza que por un instante había sentido al creer que vería nacer al fin a un hijo suyo. Iluso, pensó, ¿por qué una bruja se habría mantenido casta? ¿Por él? No le había prometido nada, solo la tomó como hizo antes con muchas otras y la dejó libre... como ella bien pidió.

Estaba furioso. Inexplicable e irremediablemente iracundo. Descargó una mínima parte de su mal humor en alguno de sus hombres, pero la tormenta se desató en su viejo camarote. Arrojó con malos modos todo cuanto había sobre el escritorio, en los estantes... la silla acabó astillada, un agujero se abrió en la pared que daba al camarote de su segundo. Quiso odiar a la bruja por haberle hechizado, no obstante era bien consciente de sus actos, más después de la tortura a la que madame Bijou le sometió. Haber visto el rostro de tantas mujeres a las que había usado le impedía repetir sus mismos actos, así que no le quedó más remedio que controlar sus instintos y mantenerse alejado de ella.

Solo quedaban cinco días para acabar aquel viaje. Debía aguantar.

Salió un poco más calmado, pero con la mirada más gélida que cuando supo que sus hombres le vendieron el Warrior a la Negra. Estando ella presente, ordenó a sus hombres que vaciaran un camarote y se lo cedieran a ella y hasta la hora de la cena no volvió a enfrentarla. Se sentó alejado charlando con sus hombres. No le gustaba ignorarla, aquel acto le hacía darse cuenta de cuánto la deseaba, pero era mejor así.
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Mensaje por Aletheia Brutus Sáb Mar 25, 2017 5:46 pm


Por supuesto. ¿Qué esperaba? ¿Que le dijera que la quería? ¡Claro que no! Le estaba regalando su desprecio de la forma más cruel. Pero era mejor así. De ese modo, él era libre de seguir con su vida y no estaba condicionado por una responsabilidad que no había buscado. Y sí, si se lo hubiese dicho, también cabía la posibilidad de que los abandonase cuando sintiera la llamada del mar. Así podría guardar la absurda ilusión de pensar que la habría elegido, pero que era ella la que no le había dado la opción. Así no tenía que enfrentar la realidad de que no la quisiera a ella. Pero ese desprecio, la forma en que la ignoraba... Dolía.
Se encerró en su camarote apenas acabó la cena, en la que casi no probó bocado. Se sentó en la cama, mirando la luna reflejarse en las olas.
-Ay, mi niño. ¿Qué va a ser de nosotros? Ojalá pudiera casarme con tu padre, ojalá pudieras llevar orgulloso su apellido... Pero nuestros mundos son tan distintos... Jamás podría renunciar a lo que es, a cómo todos le ven por lo que hace. Y yo no puedo arrancarlo de lo que lleva tantos años haciendo. Si supiera que sólo su recuerdo me hace temblar... Ay, mi pequeño. Tenemos que ser fuertes.
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Mensaje por Leif Paine Sáb Mar 25, 2017 6:07 pm

Aletheia no era la única que sufría. El pirata estaba haciendo cuanto podía para controlarse y mantenerse alejado de ella, así intentaría matar los resquicios de esperanza de una nueva vida con ella que aún quedaban en su interior. No obstante, a bordo del Warrior era muy difícil no cruzársela o escuchar su voz, cuando alguno de los marineros se le acercaba. Y es que todos daban por hecho que era la mujer del Capitán, motivo por el cual la trataban con respeto y procuraban que estuviera cómoda. En ningún momento quiso desmentirlo, no quería que sus propios hombres la rondaran con otras intenciones.

El segundo día de viaje, con el rumbo ya fijado y todo ordenado, decidió dar a sus hombres la celebración que buscaban por aquella reunión tras tanto tiempo. El alcohol y la comida llenaban las mesas y el griterío, el ambiente. Leif logró finalmente relajarse y botella en mano animó a que cantaran y se divirtieran. No fue consciente, al menos no aquella noche, de que con el ron tomando el timón de sus instintos no sería capaz de controlarse. Y así fue que, entrada ya la noche, se escabulló de la fiesta y fue directo a la alcoba de Aletheia.

La luz que entraba por el pequeño ojo de buey batallaba con el naranja titilante de las velas, posándose sobre la atractiva y -a su vista- vulnerable Aletheia. Su mirada oscura, respirando profundo, y un leve gruñido empezando a emerger de su interior. Fugaces y a la vez eternos fueron aquellos segundos que se mantuvo observándola, antes de romper la distancia que les separaba para hacerse dueño una vez más de esa boca dulce que tanto estuvo ansiando. De un leve empujón la sometió sobre el colchón, posicionándose cual bestia hambrienta con una rodilla entre sus piernas que separó, dejando libremente a su mano deslizarse bajo la tela.
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Mensaje por Aletheia Brutus Sáb Mar 25, 2017 6:24 pm

Tendría que rechazarle. La lógica se lo decía. Pero ¿quién podía ser racional en esas circunstancias? Le quedaban apenas tres días de viaje. Tres días junto a Leif. Y luego le perdería para siempre. Nadie podía culparla por dejarse arrastrar por la pasión, por sucumbir a sus caricias, por derretirse con sus besos, por querer más de él. Si ésos iban a ser los últimos recuerdos que tuviera del padre de su hijo, iba a asegurarse de que mereciera la pena atesorarlos. Besó los labios y el cuello del pirata. Le despojó de la ropa y alargó las caricias por todo lugar que alcanzaban sus manos. Le recibió gustosa, envolviéndole en el húmedo calor de su cuerpo, mordiéndose el labio para no dejar escapar esas palabras que les condenarían a ambos. Sólo su nombre, una y otra vez, como una entrecortada letanía.
No importaba si el sol les descubría aún enredados bajo las sábanas. No importaba si los hombres especulaban y se reían un poco a su costa o si intercambiaban miradas de complicidad. No importaba nada. Nada salvo que Leif estaba allí, haciéndole el amor.
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