Sombras y nieblas {Privado}

Salir cuando el sol había caído hacía unas horas era algo peligroso. Esa máxima se le había metido en la cabeza a Themis desde hacía mucho tiempo, pero aun así los pasos de la mujer resonaban con una cadencia casi musical por las adoquinadas aceras de París. Serían las diez de la noche aproximadamente, la niebla como era costumbre en la ciudad reptaba como serpientes blancas y la luz de los faroles que iluminaban las calles apenas iluminaban las sombras que persistían en acomodarse a su alrededor. Aun así, Themis no tenía miedo. Había dejado a un lado las ropas propias de una dama y bajo la capa que llevaba, aferrándose a ella con las manos enguantadas, vestía con pantalones y chaqueta. El cabello lo llevaba recogido en la nuca, cubierto por un sombrero y a simple vista en esa oscuridad seguramente no hubiera roto demasiado la idea de que era un jovenzuelo el que andaba por sus calles.

Había estado en una reunión, por esa razón se encontraba moviéndose rápidamente alejándose de las calles principales. No era el mejor de los barrios de la ciudad, pero allí era donde podría encontrarse información. Información que en esa ocasión se había evaporado antes de siquiera alcanzarla. No había noticias, ni pistas, era como llegar a un callejón de salida una y otra vez. Era golpearse contra un muro invisible sin poder evitarlo. No conseguía encontrar nada que le pudiera indicar dónde se encontraban y eso le enfurecía.

Ese furor, esa ira, se mostraba en sus movimientos quizá demasiado bruscos, quizá demasiado rápidos. Andaba por las calles como si el diablo le estuviera pisando los talones ignorando a las personas que se encontraban a su alrededor con los ojos claros ligeramente entrecerrados. No, nadie hubiera pensado que la figura que se movía con rapidez por entre los callejones en dirección a zonas mejor iluminadas y más salubres era en realidad la señora Heissenberg que se comportaba tan extraña como peculiar tanto en su casa como fuera de ella. La atención de la mujer se encontraba fijada en encontrar uno de los numerosos coches de alquiler que había en la ciudad, sobre todo cuando a esas horas algunas de las fiestas seguían en auge por lo que tendría más oportunidad de encontrar uno libre.

—¿Y qué esperabas encontrar?—se preguntó a sí misma en voz alta deteniéndose en uno de los cruces, mirando un instante a su alrededor antes de volver a andar. —Estúpida, eres una estúpida por pensar que iban a tener alguna idea de dónde se encontraba, el murió, tu lo mataste recuérdalo muy bien, métetelo en tu fea y dura cabeza mujer, el no está más aquí si no en el ático oculto…—

Con esas palabras musitadas a media voz se deslizó en uno de los callejones que le llevarían directamente fuera de ahí, solo acompañada de sus habilidades para poder defenderse y de las cuales no contaba con su pintura pero podría hacer eco de la más fea y brutal de todas. Con esas ideas que flotaban a la vez se perdió entre las sombras del callejón andando con rapidez.