AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Las horas al pasar. [Lucio Sacro] ◊◊
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Las horas al pasar. [Lucio Sacro] ◊◊
Podía decirse que en cierto modo debía de sentirse afortunada, había cumplido todo lo que se esperaba de ella en cuanto contrajese matrimonio, y con un historial como el de su madre que había tenido 9 varones y a ella como última y única hija, no se podía poner en duda que su función como esposa se iba a ver enseguida cumplida.
Pocos meses de embarazo llevaba encima, al igual que de esposa. Era joven, tal vez pecaba de inocente en ciertos aspectos, pero nadie le había frenado en hacer control y dominio de lo relativo al hogar. Pronto era vista como señora de la casa, y pronto había puesto sus propias normas, había renovado parte del servicio, ya que no iba a consentir ciertos comportamientos, ni chismorreos con respecto a ella o su marido, a pesar de que fuesen muy ciertos los venidos por éste último. Lucio daba que hablar, y ella aún seguía acostumbrándose a la peculiaridad y secreto, que lo hacía carente del sentir.
Cabezona de sí misma, tenía esperanzas por acabar con aquello, al fin y no solo unas palabras de un sacerdote era lo que ella sentía los había unido, por su parte se había visto enredada en ese sentimiento puro, que por su parte no era correspondido.
No sabía si eran por su nueva circunstancia, o porque estaba más cargado por “sus negocios”, pero Lucio apenas pasaba tiempo en casa. Había que admitir que aún no se sentía cómoda con su presencia y muchas veces no sabía ni cómo comportarse. Aunque en contraposición, lo solía echar de menos, y se sentía triste si no estaba al menos en casa, era como si lo necesitará cerca.
Aquel día volvía sentir aquellas molestias, llevaba días con ese dolor. Pero no le había dado importancia, por experiencia, había vivido algunos embarazos de las esposas de sus hermanos, y sabía que no todo era un camino de rosas.
Esperaba el regreso de Lucio aquel día, sabía que iba a poder pasar un rato con él después de tanto tiempo, pero su paz se había visto alterada con aquella apresurada carta.
Labios mordidos muerta por la preocupación y la urgencia de su contenido, un vistazo al reloj. Su marido tardaría en llegar, y las circunstancias no dictaban de pedir paciencia.
Indecisa empezó a dar vueltas por la sala, el reloj no arreglaba las cosas, y las molestias tampoco.
“No tiene por qué enterarse…” Pensó para sí, mirando el reloj. “Llegaré antes.”
Pidió que ensillaran su caballo, a pesar de que el servicio la contradijeran por su delicado estado, ella se marchó rauda hacía el puerto.
Uno de sus hermanos llevaba días en París, supuestamente a empezar una nueva vida con su ayuda, su padre estaba harto de su vagueza y de que se metiese en continuos líos. Si, pocos días y ya se había metido con los tipos pocos adecuados, se había quedado con las manos vacías y estaba en peligro de muerte si no arreglaba aquella deuda creada.
El puerto quedaba lejos, y aun la noche no se le había echado encima. Tal hubiese sido una estupidez, pero el tiempo era limitado y no iba a permitir, por muy majadero que fuese su hermano, que acabasen con su vida.
Si, era una mujer sola enfrentándose a una circunstancia que podría venírsele encima, pero en su imprudencia residía aquel fuerte carácter que residía en su dulzura y que era capaz de enfrentarse a los problemas fuese cuales fuese.
Al final todo fue más fácil, y al parecer la deuda no era para tanto. Dinero entregado, su hermano le fue devuelto con algo más que un ojo morado. Merecido se lo tenía, es más ella no se cortó en darle unos buenos guantazos y mandarlo con viento fresco a que tomase alguna habitación. En aquel día no lo quería en casa, y más con esas pintas, ¿qué iba a pensar Lucio? ¿Qué su padre le había mandado una carga?
Despedida, y de nuevo el galope vuelta a casa, la noche se le había echado encima y los dolores había aumentado para ser insoportables, de repente sentía entre sus piernas la humedad y cuando ya había alcanzado de nuevo el hogar, todo lo teñía de la sangre: la silla del caballo, el pelaje, sus ropa..., lo único que pudo pedirle al servicio es que llamasen al doctor, el dolor era insoportable se sentía morir por dentro. Aun no había llegado Lucio, y solo pensaba en él, no pudo soportar más el esfuerzo y solo pudo desmayarse.
Pocos meses de embarazo llevaba encima, al igual que de esposa. Era joven, tal vez pecaba de inocente en ciertos aspectos, pero nadie le había frenado en hacer control y dominio de lo relativo al hogar. Pronto era vista como señora de la casa, y pronto había puesto sus propias normas, había renovado parte del servicio, ya que no iba a consentir ciertos comportamientos, ni chismorreos con respecto a ella o su marido, a pesar de que fuesen muy ciertos los venidos por éste último. Lucio daba que hablar, y ella aún seguía acostumbrándose a la peculiaridad y secreto, que lo hacía carente del sentir.
Cabezona de sí misma, tenía esperanzas por acabar con aquello, al fin y no solo unas palabras de un sacerdote era lo que ella sentía los había unido, por su parte se había visto enredada en ese sentimiento puro, que por su parte no era correspondido.
No sabía si eran por su nueva circunstancia, o porque estaba más cargado por “sus negocios”, pero Lucio apenas pasaba tiempo en casa. Había que admitir que aún no se sentía cómoda con su presencia y muchas veces no sabía ni cómo comportarse. Aunque en contraposición, lo solía echar de menos, y se sentía triste si no estaba al menos en casa, era como si lo necesitará cerca.
Aquel día volvía sentir aquellas molestias, llevaba días con ese dolor. Pero no le había dado importancia, por experiencia, había vivido algunos embarazos de las esposas de sus hermanos, y sabía que no todo era un camino de rosas.
Esperaba el regreso de Lucio aquel día, sabía que iba a poder pasar un rato con él después de tanto tiempo, pero su paz se había visto alterada con aquella apresurada carta.
Labios mordidos muerta por la preocupación y la urgencia de su contenido, un vistazo al reloj. Su marido tardaría en llegar, y las circunstancias no dictaban de pedir paciencia.
Indecisa empezó a dar vueltas por la sala, el reloj no arreglaba las cosas, y las molestias tampoco.
“No tiene por qué enterarse…” Pensó para sí, mirando el reloj. “Llegaré antes.”
Pidió que ensillaran su caballo, a pesar de que el servicio la contradijeran por su delicado estado, ella se marchó rauda hacía el puerto.
Uno de sus hermanos llevaba días en París, supuestamente a empezar una nueva vida con su ayuda, su padre estaba harto de su vagueza y de que se metiese en continuos líos. Si, pocos días y ya se había metido con los tipos pocos adecuados, se había quedado con las manos vacías y estaba en peligro de muerte si no arreglaba aquella deuda creada.
El puerto quedaba lejos, y aun la noche no se le había echado encima. Tal hubiese sido una estupidez, pero el tiempo era limitado y no iba a permitir, por muy majadero que fuese su hermano, que acabasen con su vida.
Si, era una mujer sola enfrentándose a una circunstancia que podría venírsele encima, pero en su imprudencia residía aquel fuerte carácter que residía en su dulzura y que era capaz de enfrentarse a los problemas fuese cuales fuese.
Al final todo fue más fácil, y al parecer la deuda no era para tanto. Dinero entregado, su hermano le fue devuelto con algo más que un ojo morado. Merecido se lo tenía, es más ella no se cortó en darle unos buenos guantazos y mandarlo con viento fresco a que tomase alguna habitación. En aquel día no lo quería en casa, y más con esas pintas, ¿qué iba a pensar Lucio? ¿Qué su padre le había mandado una carga?
Despedida, y de nuevo el galope vuelta a casa, la noche se le había echado encima y los dolores había aumentado para ser insoportables, de repente sentía entre sus piernas la humedad y cuando ya había alcanzado de nuevo el hogar, todo lo teñía de la sangre: la silla del caballo, el pelaje, sus ropa..., lo único que pudo pedirle al servicio es que llamasen al doctor, el dolor era insoportable se sentía morir por dentro. Aun no había llegado Lucio, y solo pensaba en él, no pudo soportar más el esfuerzo y solo pudo desmayarse.
Última edición por Guiomar Sacro el Jue Abr 13, 2017 1:51 pm, editado 1 vez
Guiomar Sacro- Mensajes : 54
Fecha de inscripción : 21/11/2016
Re: Las horas al pasar. [Lucio Sacro] ◊◊
Habían pasado un par de meses desde nuestra boda, admito que me gustaba la sensación de tener a alguien esperándome en casa, sabia que para ella todo era complicado, estar con un marido incapaz de sentir debía ser un infierno. No la culpaba por pasar el tiempo ausente, por entretenerse en sus largos paseos, decoración y todas esas cosas que hacían las damas de clase alta.
Había puesto en su lugar al servicio, despedido a las doncellas que rumoreaban sobre nuestra relación y que de un modo u otro la incomodaban de sobremanera y yo la deje hacer en un intento de que ella se sintiera bien.
Yo, ese ser mas parecido a un monstruo que a un humano, justo por su falta de eso, de humanidad. Pero había empezado a notar ciertos cambios, quizás buscaba menos problemas, llegaba mas veces sobrio a casa y me perdía en nuestra cámara y en su cuerpo cada noche embriagado en su mirada.
Nunca sentí lo que era la felicidad, mas el día que me dijo que estaba embarazada admito que una sensación extraña me embriago, no podría definirla, para mi era complicado hablar de sentimientos, no tenia de eso.
Quizás era la química de mi cabeza, esa que decía que dejaría en este mundo parte de mi cuando no estuviera, ¿acaso las bestias no protegen a sus hijos de un modo salvaje y desproporcionado?
Creo que ese fue justo lo que me paso, la necesidad de depositar en mi vástago todo aquello que yo ni podría soñar en alcanzar. Yo estaba maldito pero por el contrario, él seria un hombre sano capaz de llevar el apellido Sacro a lo mas alto.
Él era mi legado.
Me obsesioné con la idea de que tuviera lo mejor, le pedí montar una lujosa habitación, mil cuidado para mi esposa, Nada se me antojaba demasiado y en mi férrea vigilancia forcé a varias doncellas a ser su sombra.
Llevaba unos días con ciertas molestias, el medico la vio y le ordeno un relativo reposo. Ella me prometió que lo haría y yo confié en que así seria.
Aquel día los negocios se alargaron, bien entrada la noche fue cuando pude abandonar aquella reunión de caballeros que para variar había acabado en la lujosa taberna dejándonos embriagar por el alcohol y los puros.
A mi vuelta el servicio estaba inquieto, el mayordomo salio a mi busca, mi gesto cambio al escuchar la sentenciadora noticia, mi esposa sangraba en su cuarto, el doctor estaba con ella en ese preciso instante, me habían ido a buscar varios de los capataces mas no habían logrado dar conmigo.
Subí las escaleras corriendo, demasiada era la distancia que me separaba de su cuerpo. Ella sobre el lecho, con un camisón, el doctor parecía haber acabado de mirarla, por sus caras la situación parecía grabe, demasiado.
No necesite preguntar pues ella se echo a llorar sentenciando así el final de nuestro hijo.
Tensé el gesto mientras me acercaba a su lecho para tomar su mano en silencio, no sabia que decir para calmar su dolor, no sabia que hacer para calamar lo que fuera que se había instalado en mi pecho.
Una de las doncellas se acerco a mi, un susurro fue todo cuanto necesito para que mis ojos buscaran los de mi esposa cargados de desprecio, me había engañado, me dijo que reposaría pero esa misma tarde había tomado uno de los caballos de las cuadras y había desaparecido por horas de nuestra mansión volviendo en ese estado deplorable.
Ella había matado a nuestro hijo y no yo.
Había puesto en su lugar al servicio, despedido a las doncellas que rumoreaban sobre nuestra relación y que de un modo u otro la incomodaban de sobremanera y yo la deje hacer en un intento de que ella se sintiera bien.
Yo, ese ser mas parecido a un monstruo que a un humano, justo por su falta de eso, de humanidad. Pero había empezado a notar ciertos cambios, quizás buscaba menos problemas, llegaba mas veces sobrio a casa y me perdía en nuestra cámara y en su cuerpo cada noche embriagado en su mirada.
Nunca sentí lo que era la felicidad, mas el día que me dijo que estaba embarazada admito que una sensación extraña me embriago, no podría definirla, para mi era complicado hablar de sentimientos, no tenia de eso.
Quizás era la química de mi cabeza, esa que decía que dejaría en este mundo parte de mi cuando no estuviera, ¿acaso las bestias no protegen a sus hijos de un modo salvaje y desproporcionado?
Creo que ese fue justo lo que me paso, la necesidad de depositar en mi vástago todo aquello que yo ni podría soñar en alcanzar. Yo estaba maldito pero por el contrario, él seria un hombre sano capaz de llevar el apellido Sacro a lo mas alto.
Él era mi legado.
Me obsesioné con la idea de que tuviera lo mejor, le pedí montar una lujosa habitación, mil cuidado para mi esposa, Nada se me antojaba demasiado y en mi férrea vigilancia forcé a varias doncellas a ser su sombra.
Llevaba unos días con ciertas molestias, el medico la vio y le ordeno un relativo reposo. Ella me prometió que lo haría y yo confié en que así seria.
Aquel día los negocios se alargaron, bien entrada la noche fue cuando pude abandonar aquella reunión de caballeros que para variar había acabado en la lujosa taberna dejándonos embriagar por el alcohol y los puros.
A mi vuelta el servicio estaba inquieto, el mayordomo salio a mi busca, mi gesto cambio al escuchar la sentenciadora noticia, mi esposa sangraba en su cuarto, el doctor estaba con ella en ese preciso instante, me habían ido a buscar varios de los capataces mas no habían logrado dar conmigo.
Subí las escaleras corriendo, demasiada era la distancia que me separaba de su cuerpo. Ella sobre el lecho, con un camisón, el doctor parecía haber acabado de mirarla, por sus caras la situación parecía grabe, demasiado.
No necesite preguntar pues ella se echo a llorar sentenciando así el final de nuestro hijo.
Tensé el gesto mientras me acercaba a su lecho para tomar su mano en silencio, no sabia que decir para calmar su dolor, no sabia que hacer para calamar lo que fuera que se había instalado en mi pecho.
Una de las doncellas se acerco a mi, un susurro fue todo cuanto necesito para que mis ojos buscaran los de mi esposa cargados de desprecio, me había engañado, me dijo que reposaría pero esa misma tarde había tomado uno de los caballos de las cuadras y había desaparecido por horas de nuestra mansión volviendo en ese estado deplorable.
Ella había matado a nuestro hijo y no yo.
Lucio Sacro- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 148
Fecha de inscripción : 03/11/2016
Re: Las horas al pasar. [Lucio Sacro] ◊◊
La noche se había torcido en sangre y dolor, ¿cómo podía haberse complicado todo tanto? Había sido una estúpida y una necia, creyendo en su fortaleza que al final se había tornado en debilidad. Por mucho que quisiera dársela de señora, y de una mujer, seguía en su fondo teniendo dejes de inmadurez, cual niña que aún seguía siendo.
Un error y una decisión mal tomada. Llevaba toda la noche agonizando desgarrada por dentro, el servicio llamo a la matrona y al médico, y también se recorrieron medio París buscando al marido.
Pedazos de ella que se desgranaban y destrozaban, perdiéndose en sí. Sufría, y solo pensaba en una cosa… La vida de su hijo nonato.
La sangre no se detenía en su correr y la vida se escapaba, ella no se rendía, no lo haría, aunque tuvo algún pequeño deje de lo insoportable que se le antojaba el mundo, lo sencillo que sería dejarse morir.
El mundo se tornó oscuridad, y ya de su historia supo poco, ni la suya ni de al de su hijo. A lo mejor había muerto, si, la muerte le había abrazado en su manto cálido y oscuro, meciéndola y haciéndole olvidar aquel error irreparable.
Las horas pasaron, y en su inconsciencia plácida, se creía no existir ya en éste mundo hasta que por fin despertó recibiendo la trágica noticia. Débil y fébril, le había dicho demasiadas veces que una mujer con modales no debía emitir sonido alguno ni queja, pero en su estado de incredulidad, había enloquecido y su llanto y gritos fueron desgarrantes en aquella casa. Entrando en un ciclo sin fin que no la sacaba de su horror, hubo que sedarla finalmente y así se la encontraría su marido.
La joven flor tenía la mirada ida, el gesto sufrido y vacío. Casi no notó al principio que Lucio había llegado a causa de las grandes cantidades de droga que le había suministrado.
-Es mi culpa… -Susurró, mientras las lágrimas mancillaban su rostro de niña inocente. -Debes de castigarme.
Un error y una decisión mal tomada. Llevaba toda la noche agonizando desgarrada por dentro, el servicio llamo a la matrona y al médico, y también se recorrieron medio París buscando al marido.
Pedazos de ella que se desgranaban y destrozaban, perdiéndose en sí. Sufría, y solo pensaba en una cosa… La vida de su hijo nonato.
La sangre no se detenía en su correr y la vida se escapaba, ella no se rendía, no lo haría, aunque tuvo algún pequeño deje de lo insoportable que se le antojaba el mundo, lo sencillo que sería dejarse morir.
El mundo se tornó oscuridad, y ya de su historia supo poco, ni la suya ni de al de su hijo. A lo mejor había muerto, si, la muerte le había abrazado en su manto cálido y oscuro, meciéndola y haciéndole olvidar aquel error irreparable.
Las horas pasaron, y en su inconsciencia plácida, se creía no existir ya en éste mundo hasta que por fin despertó recibiendo la trágica noticia. Débil y fébril, le había dicho demasiadas veces que una mujer con modales no debía emitir sonido alguno ni queja, pero en su estado de incredulidad, había enloquecido y su llanto y gritos fueron desgarrantes en aquella casa. Entrando en un ciclo sin fin que no la sacaba de su horror, hubo que sedarla finalmente y así se la encontraría su marido.
La joven flor tenía la mirada ida, el gesto sufrido y vacío. Casi no notó al principio que Lucio había llegado a causa de las grandes cantidades de droga que le había suministrado.
-Es mi culpa… -Susurró, mientras las lágrimas mancillaban su rostro de niña inocente. -Debes de castigarme.
Guiomar Sacro- Mensajes : 54
Fecha de inscripción : 21/11/2016
Re: Las horas al pasar. [Lucio Sacro] ◊◊
No podía ni mirarla, no sabia lo que era el odio, mas debía de ser algo muy parecido a lo que ahora atenazaba mi cuerpo.
-Duermala -ordené al doctor alzándome del lecho con la voz quebrada -¿cuando doctor? ¿cuando podre buscar a mi heredero de nuevo?
Pregunté mientras este tomaba una jeringuilla y un tranquilizante para cumplir mi voluntad y dejar a mi esposa reposar al menos por unas horas.
Su respuesta no me tranquilizo para nada, teníamos que esperar, volvería a visitarla pasada una semana y veríamos como iban las cosas, según él, era una mujer joven que podría llenar mi hogar de vástagos.
Su juventud la había llevado a cometer una imprudencia, pero que no tenia porque volver a repetirse.
Y por supuesto que no lo haría, aunque tuviera que ponerle un par de guarda espaldas que la vigilaran noche y día. Un convento seria su destino si no podía darme herederos.
Había matado a nuestro hijo y eso no lo olvidaría.
Salí como el demonio que era de esa habitación dejando atrás la esperanza y plagado de frustración. Aun arreciaba la noche ahí afuera, así que tome mi caballo negro para perderme por las mancilladas calles de París donde la degeneración ,el caos y la prostitución bailaban sobre el empedrado.
Mentiría si dijera que no lo tome todo hasta saciarme, hasta lograr olvidar lo que una vez me plago de algo parecido a la felicidad.
Con los primeros rayos del sol volví a mi mansión, tambaleandome, ebrio y saciado de todo me deje caer en el lecho donde mi esposa aun descansaba presa de los suministrados medicamentos.
No me esforcé un mínimo en disimular mi estado, ni el olor de las prostitutas sobre mi piel.
Queria que pagara n osolo la perdida de nuestro heredero, si no la de su marido con él.
Ladeé la sonrisa cando sus pardos se hundieron en los míos que destilaban rabia mientras brillaban hambrientos de mas de todo pero sin ganas de nada con ella.
-Espero que la muerte de nuestro hijo te pese por y para siempre en la conciencia, te lo dije, reposa ¿no te lo he dado todo? -gruñí enredando las palabras sin demasiado sentido mientras los ojos se me cerraban fruto del sopor del alcohol.
Estaba roto, enfadado y puede que ella no mereciera esto, o quizás si, porque desde que me casé mi comportamiento había cambiado, me haba adaptado a una vida a su lado, una mas o menos en paz, me gustaba llegar a casa y enredarme entre sus piernas, no podía sentir la felicidad, mas se parecía.
Ahora había despertado a la bestia y estaba mas salvaje que nunca.
-Duermala -ordené al doctor alzándome del lecho con la voz quebrada -¿cuando doctor? ¿cuando podre buscar a mi heredero de nuevo?
Pregunté mientras este tomaba una jeringuilla y un tranquilizante para cumplir mi voluntad y dejar a mi esposa reposar al menos por unas horas.
Su respuesta no me tranquilizo para nada, teníamos que esperar, volvería a visitarla pasada una semana y veríamos como iban las cosas, según él, era una mujer joven que podría llenar mi hogar de vástagos.
Su juventud la había llevado a cometer una imprudencia, pero que no tenia porque volver a repetirse.
Y por supuesto que no lo haría, aunque tuviera que ponerle un par de guarda espaldas que la vigilaran noche y día. Un convento seria su destino si no podía darme herederos.
Había matado a nuestro hijo y eso no lo olvidaría.
Salí como el demonio que era de esa habitación dejando atrás la esperanza y plagado de frustración. Aun arreciaba la noche ahí afuera, así que tome mi caballo negro para perderme por las mancilladas calles de París donde la degeneración ,el caos y la prostitución bailaban sobre el empedrado.
Mentiría si dijera que no lo tome todo hasta saciarme, hasta lograr olvidar lo que una vez me plago de algo parecido a la felicidad.
Con los primeros rayos del sol volví a mi mansión, tambaleandome, ebrio y saciado de todo me deje caer en el lecho donde mi esposa aun descansaba presa de los suministrados medicamentos.
No me esforcé un mínimo en disimular mi estado, ni el olor de las prostitutas sobre mi piel.
Queria que pagara n osolo la perdida de nuestro heredero, si no la de su marido con él.
Ladeé la sonrisa cando sus pardos se hundieron en los míos que destilaban rabia mientras brillaban hambrientos de mas de todo pero sin ganas de nada con ella.
-Espero que la muerte de nuestro hijo te pese por y para siempre en la conciencia, te lo dije, reposa ¿no te lo he dado todo? -gruñí enredando las palabras sin demasiado sentido mientras los ojos se me cerraban fruto del sopor del alcohol.
Estaba roto, enfadado y puede que ella no mereciera esto, o quizás si, porque desde que me casé mi comportamiento había cambiado, me haba adaptado a una vida a su lado, una mas o menos en paz, me gustaba llegar a casa y enredarme entre sus piernas, no podía sentir la felicidad, mas se parecía.
Ahora había despertado a la bestia y estaba mas salvaje que nunca.
Lucio Sacro- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 148
Fecha de inscripción : 03/11/2016
Re: Las horas al pasar. [Lucio Sacro] ◊◊
Un poco de conciencia, y llorar del cítrico son sus lágrimas amargas, en galope tronador que, en su pecho en demasía, no se soporta ni a su propio ser. Nervios devastados por la muerte.
La calma solo es capaz de llegar por el efecto sereno de la droga, cada vez que consigue alcanzar un estado de consciencia o rozarla todo se vuelve de nuevo una pesadilla sin fin.
No solo su cuerpo se ha visto mermado de fuerzas, su mente se ha vuelto frágil y quebradiza, el propio trauma, el rechazo y el saber de su culpabilidad es un tormento tremendo que solo hace que sienta un sufrimiento extremo.
Ya no distingue si hay realidad o no, ha escuchado la voz de su marido, pero ya no está su presencia. No sabe si ha sido producto del sueño, o un momento tangible. Si pudiera sentiría todo su odio, pero él no siente nada, tal vez sea indiferencia y producto de enfado por no haberle concedido lo que… ¿Tal vez sea un mero capricho? El carece de la capacidad de amor, ¿acaso podría amar o sentir la muerte de su hijo no nato?
Ella lo siente a su pesar, a dentelladas que la arrastran por aquel error y pena negra. Algo en su interior la desgarra con el filo del hacha o la navaja penetrando en la tierra; en su crudeza, y tira de ella hacía abajo con tremendo peso, la hunde en una oscuridad donde no puede levantarse.
No distingue si en lo oculto de su visión son horas o días lo que pasan a su paso, niega la comida, niega palabras de consuelo, niega cualquier compañía. Solo quiere más compaña que su propio silencio, y nada más.
Madrugada remota que le hace regresar al hogar, ella tiene los ojos vacíos de nada, mas sus puños cerrados entre las sábanas hunden sin quererlo sus uñas en la piel causando el brotar leve de la sangre. Sus labios gruesos apretados, y mandíbula apretada. Escucha sus palabras con rostro hinchado y mejilla teñirás del sonrosado. Casi ya no brotan las lágrimas, pero alguna se le escapa.
Apesta a pasos vagabundos y erráticos, a calle y cloaca, alcohol y perfumen barato de mujer despreciable. No le dice nada, pero sus ojos pardos encendidos de repente se enfrentan con los de su marido, aun ebrio del vicio.
Como pudo se movió de la cama, a pesar del dolor entre sus piernas y la debilidad de estar. No supo de donde saco toda esa rabia, pero un buen ataque de cojones le hecho a su marido cuando le golpeo con furia desmedida. ¿Cómo una mujer tan menuda y delicada podía tener una fuerza como aquella?
- ¡El error es mío, no necesito que compartas ningún dolor ni que me atormentes más de lo que me atormenta todo esto, eso si acaso tu siente pena o dolor! ¡Al fin y al cabo eres un monstruo contra natura! -Producto de frustración, sabía que él tenía razón, no iba a negarlo, ella era responsable de sus actos y más lo asumía. Y todo lo había hecho para salvar la vida de un hermano que le importaría un carajo la salud de su hermana más pequeña. - ¡No quiero verte la cara! ¡No necesito de más culpa ni una pizca de consuelo! ¡Ya sabes lo que hacer si no eres capaz ni de mirarme a la cara, yo no podía! Recuerda que yo solo soy el producto de un negocio, un animal vendido y comprado… Yo no decidí nada de esto. -Voz rota, y rostro anegado de lagrimas, mientras invertía toda frustración contra su marido. La sangre vuelve a brotar de sus heridas manchando lo inmaculado de las ropas, pero al parecer aquello poco importa.
La calma solo es capaz de llegar por el efecto sereno de la droga, cada vez que consigue alcanzar un estado de consciencia o rozarla todo se vuelve de nuevo una pesadilla sin fin.
No solo su cuerpo se ha visto mermado de fuerzas, su mente se ha vuelto frágil y quebradiza, el propio trauma, el rechazo y el saber de su culpabilidad es un tormento tremendo que solo hace que sienta un sufrimiento extremo.
Ya no distingue si hay realidad o no, ha escuchado la voz de su marido, pero ya no está su presencia. No sabe si ha sido producto del sueño, o un momento tangible. Si pudiera sentiría todo su odio, pero él no siente nada, tal vez sea indiferencia y producto de enfado por no haberle concedido lo que… ¿Tal vez sea un mero capricho? El carece de la capacidad de amor, ¿acaso podría amar o sentir la muerte de su hijo no nato?
Ella lo siente a su pesar, a dentelladas que la arrastran por aquel error y pena negra. Algo en su interior la desgarra con el filo del hacha o la navaja penetrando en la tierra; en su crudeza, y tira de ella hacía abajo con tremendo peso, la hunde en una oscuridad donde no puede levantarse.
No distingue si en lo oculto de su visión son horas o días lo que pasan a su paso, niega la comida, niega palabras de consuelo, niega cualquier compañía. Solo quiere más compaña que su propio silencio, y nada más.
Madrugada remota que le hace regresar al hogar, ella tiene los ojos vacíos de nada, mas sus puños cerrados entre las sábanas hunden sin quererlo sus uñas en la piel causando el brotar leve de la sangre. Sus labios gruesos apretados, y mandíbula apretada. Escucha sus palabras con rostro hinchado y mejilla teñirás del sonrosado. Casi ya no brotan las lágrimas, pero alguna se le escapa.
Apesta a pasos vagabundos y erráticos, a calle y cloaca, alcohol y perfumen barato de mujer despreciable. No le dice nada, pero sus ojos pardos encendidos de repente se enfrentan con los de su marido, aun ebrio del vicio.
Como pudo se movió de la cama, a pesar del dolor entre sus piernas y la debilidad de estar. No supo de donde saco toda esa rabia, pero un buen ataque de cojones le hecho a su marido cuando le golpeo con furia desmedida. ¿Cómo una mujer tan menuda y delicada podía tener una fuerza como aquella?
- ¡El error es mío, no necesito que compartas ningún dolor ni que me atormentes más de lo que me atormenta todo esto, eso si acaso tu siente pena o dolor! ¡Al fin y al cabo eres un monstruo contra natura! -Producto de frustración, sabía que él tenía razón, no iba a negarlo, ella era responsable de sus actos y más lo asumía. Y todo lo había hecho para salvar la vida de un hermano que le importaría un carajo la salud de su hermana más pequeña. - ¡No quiero verte la cara! ¡No necesito de más culpa ni una pizca de consuelo! ¡Ya sabes lo que hacer si no eres capaz ni de mirarme a la cara, yo no podía! Recuerda que yo solo soy el producto de un negocio, un animal vendido y comprado… Yo no decidí nada de esto. -Voz rota, y rostro anegado de lagrimas, mientras invertía toda frustración contra su marido. La sangre vuelve a brotar de sus heridas manchando lo inmaculado de las ropas, pero al parecer aquello poco importa.
Guiomar Sacro- Mensajes : 54
Fecha de inscripción : 21/11/2016
Re: Las horas al pasar. [Lucio Sacro] ◊◊
Movió su cuerpo menudo para mi sorpresa, ladeé la sonrisa clavando mis ojos brillantes en ella, al parecer no le había bastado con cabalgar con nuestro hijo aun en su vientre que necesitaba cometer mas estupideces. Me golpeó con toda la fuerza que le dejo su debilidad y yo se lo consentí porque nada me importaba, porque quizás lo merecía y porque estaba tan borracho que hasta a ese acto lo acompañe con carcajadas que posiblemente la frustraron mas y la llevaron a odiarme sin poderlo evitar.
-Si yo soy un monstruo de la naturaleza porque me arrebataron los sentimientos en la cuna de mis aposentos, mas tu me has arrebatado algo mucho peor, mi vástago, nuestro hijo -llevé mi mano a su vientre vació -ese que crecía en tus entrañas -mi oportunidad de redimirme, de convertirme en otra persona, de convertirlo en lo que yo debí ser y no fui.
Mis palabras sonaban enredadas y pronto la risa volvió a apresarse de mi, porque ahora estaba tan vació que solo el alcohol lograba hablar por mi.
-Creí que nunca podría estar mas vació de lo que ya estaba, me equivoqué, gracias por enseñarme lo que es el abismo mas oscuro, gracias por mostrarme el camino, no hay redención para mi. Lo intenté, cada noche volvía a tus brazos, me enredaba solo en tus piernas y de un modo u otro te quise, no se bien como, pero lo hice, ahora solo siento odio si es que eso que anida en mi pecho como una plaga es eso.
Me alcé estampandola sobre nuestro lecho, mi mano aferró su inmaculado cuello ,sangre salia de su sexo, mis dedos allí se introdujeron raudos, palpitantes como mi hombría ahora en alza deseando entrar en su interior de nuevo.
No pensaba, no podía en mi estado, solo oía su llanto apagado, le estaba haciendo daño y admito que disfruté con esa sensación sádica de poder.
-recupérate -dije sacando los dedos para relamer no solo su humedad si no el rojo carmesí untado en ellos -pues me darás un hijo o criaras bastardos, tu decides Guiomar.
Me alcé del lecho tambaleándome, necesitaba de nuevo desfogarme, bajar lo que ella y su cuerpo habían alzado.
-¿Intuyo no querrás satisfacer a tu marido? -pregunté con desdén -aun te quedan agujeros por donde te la puedo meter.
Sonreí de medio lado hundiendo mi mirada en la suya.
-Tranquila cualquier doncella estará encantada de satisfacerme ¿no crees?
Mis pasos se perdieron hacia la puerta, allí me detuve enfrentándola, ella parecía querer decirme algo, mas callaba.
-¿me amaste alguna vez? -pregunté desconcertado, posiblemente era el alcohol el que hablaba por mi, mas me dio la sensación de que por un tiempo fuimos felices o al menos algo así “sentí “ yo.
-Si yo soy un monstruo de la naturaleza porque me arrebataron los sentimientos en la cuna de mis aposentos, mas tu me has arrebatado algo mucho peor, mi vástago, nuestro hijo -llevé mi mano a su vientre vació -ese que crecía en tus entrañas -mi oportunidad de redimirme, de convertirme en otra persona, de convertirlo en lo que yo debí ser y no fui.
Mis palabras sonaban enredadas y pronto la risa volvió a apresarse de mi, porque ahora estaba tan vació que solo el alcohol lograba hablar por mi.
-Creí que nunca podría estar mas vació de lo que ya estaba, me equivoqué, gracias por enseñarme lo que es el abismo mas oscuro, gracias por mostrarme el camino, no hay redención para mi. Lo intenté, cada noche volvía a tus brazos, me enredaba solo en tus piernas y de un modo u otro te quise, no se bien como, pero lo hice, ahora solo siento odio si es que eso que anida en mi pecho como una plaga es eso.
Me alcé estampandola sobre nuestro lecho, mi mano aferró su inmaculado cuello ,sangre salia de su sexo, mis dedos allí se introdujeron raudos, palpitantes como mi hombría ahora en alza deseando entrar en su interior de nuevo.
No pensaba, no podía en mi estado, solo oía su llanto apagado, le estaba haciendo daño y admito que disfruté con esa sensación sádica de poder.
-recupérate -dije sacando los dedos para relamer no solo su humedad si no el rojo carmesí untado en ellos -pues me darás un hijo o criaras bastardos, tu decides Guiomar.
Me alcé del lecho tambaleándome, necesitaba de nuevo desfogarme, bajar lo que ella y su cuerpo habían alzado.
-¿Intuyo no querrás satisfacer a tu marido? -pregunté con desdén -aun te quedan agujeros por donde te la puedo meter.
Sonreí de medio lado hundiendo mi mirada en la suya.
-Tranquila cualquier doncella estará encantada de satisfacerme ¿no crees?
Mis pasos se perdieron hacia la puerta, allí me detuve enfrentándola, ella parecía querer decirme algo, mas callaba.
-¿me amaste alguna vez? -pregunté desconcertado, posiblemente era el alcohol el que hablaba por mi, mas me dio la sensación de que por un tiempo fuimos felices o al menos algo así “sentí “ yo.
Lucio Sacro- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 148
Fecha de inscripción : 03/11/2016
Re: Las horas al pasar. [Lucio Sacro] ◊◊
Mirada anonadada y más rabia invertida en cuanto a sus golpes al escuchar sus carcajadas y sobre todo al ver su lamentable estado debido al alcohol.
Sin querer ella misma había conseguido destruir lo poco construido entre ambas, bastante consciente era, y eso la mataba por dentro, agotaba su ánimo, e incluso el pensamiento de rendirse y acabar con todo le rondaba en su frágil mente.
Y todo su error y estupidez por su “familia”, la cual, por la locura de su hermano, y querer salvarle la vida. Una familia que solo le había traído en cierto modo complicaciones desde el día de su nacimiento. Intentándole educar para ser lo que ahora sentía que no era, una perfecta esposa que obedeciera sin rechistar, cuando ella estaba continuamente llena de preguntas y un algo más. Vendiéndola y mandándola a un país extranjero en el que le costaba aun encajar, y encima compartiendo su vida con alguien que no era capaz de sentir la simple empatía.
Pensamiento retraído, parecía que su mente quería justificarse en una culpa que claramente era de ella. Invertir su frustración en su marido, el cuál no le quitaba la razón, aunque tampoco consideraba sus modos para merecerlo. Si no hubiese llegado impregnado por el aroma a vicio y con el juicio trastocado por el alcohol y otras sustancias, casi se hubiese humillado y arrodillado pidiéndole perdón.
Se arrepentía, y todo castigo que le invirtiese para ella lo consideraba poco, se había rendido. Y aunque lo hubiese hecho, un deje de orgullo en su interior no le permitía llegar a ese punto.
Por un momento inclinó su cuerpo jadeante, palideció. Aquel arranque le había costado las pocas energías que había conseguido reservar.
-De... Déjame… ¡Déjame tranquila! -Susurró en un hilo de voz, que era lo que le permitía, mientras él le decía grandes verdades que de algún modo le dolía en lo profundo del alma.
Lágrimas silenciosas, y sus gruesos labios temblaban nervioso intentando reprimir el llanto alojado en el su pecho, desgarrante, cual espinas.
De nuevo ese tic y mala costumbre de mordérselos, gesto que podía interpretarse como algo lascivo y que por el nerviosismo empezó a rasgárselo produciendo leve sangre.
Ella desvía su mirada, más con sorpresa se ve fuertemente llevada al lecho. Gesto de dolor al sentir entre sus piernas desgarrarse, y las heridas abrirse por su mano. Aprieta sus ojos cerrados, y de su boca se escapan gimoteos junto con la subida y bajada de aquel pequeño pecho que se esperaba lo peor, más lo aceptaba como si nada. Se merecía un castigo y lo sabía.
Se aparta y los pardos se cruzan, ella no dice nada, su mirada está llena de furia cuando le hace mención a la doncella. Le habían preparado para este tipo de cosas, para aguantar aquella vejación, cuando decía que era normal para el marido a veces buscar el calor para otras. La verdad, a ella la mataba de celos por dentro. Apretó la mandíbula con fuerza, y los puños sintiendo sus propias uñas hundirse en el fondo de su mano, deseaba soltarle un buen bofetón, pero se contenía por miedo a que la destrozase.
-No, Lucio. No te he amado alguna vez. -Ella se sorbe la nariz, su rostro esta encendido, y las lágrimas anegan su rostro. Por una vez no hay dulzura en aquella voz de niña. El tono de su voz es gélido y cortante. -Siempre te he amado, y sigo haciéndolo. A pesar de todo… Y eso es lo que más me duele... no poder dejar de hacerlo.
Dejarle ir, es lo único que podía hacer y llorar en aquella cama hasta caer rendida en llanto. El tiempo curará.
Sin querer ella misma había conseguido destruir lo poco construido entre ambas, bastante consciente era, y eso la mataba por dentro, agotaba su ánimo, e incluso el pensamiento de rendirse y acabar con todo le rondaba en su frágil mente.
Y todo su error y estupidez por su “familia”, la cual, por la locura de su hermano, y querer salvarle la vida. Una familia que solo le había traído en cierto modo complicaciones desde el día de su nacimiento. Intentándole educar para ser lo que ahora sentía que no era, una perfecta esposa que obedeciera sin rechistar, cuando ella estaba continuamente llena de preguntas y un algo más. Vendiéndola y mandándola a un país extranjero en el que le costaba aun encajar, y encima compartiendo su vida con alguien que no era capaz de sentir la simple empatía.
Pensamiento retraído, parecía que su mente quería justificarse en una culpa que claramente era de ella. Invertir su frustración en su marido, el cuál no le quitaba la razón, aunque tampoco consideraba sus modos para merecerlo. Si no hubiese llegado impregnado por el aroma a vicio y con el juicio trastocado por el alcohol y otras sustancias, casi se hubiese humillado y arrodillado pidiéndole perdón.
Se arrepentía, y todo castigo que le invirtiese para ella lo consideraba poco, se había rendido. Y aunque lo hubiese hecho, un deje de orgullo en su interior no le permitía llegar a ese punto.
Por un momento inclinó su cuerpo jadeante, palideció. Aquel arranque le había costado las pocas energías que había conseguido reservar.
-De... Déjame… ¡Déjame tranquila! -Susurró en un hilo de voz, que era lo que le permitía, mientras él le decía grandes verdades que de algún modo le dolía en lo profundo del alma.
Lágrimas silenciosas, y sus gruesos labios temblaban nervioso intentando reprimir el llanto alojado en el su pecho, desgarrante, cual espinas.
De nuevo ese tic y mala costumbre de mordérselos, gesto que podía interpretarse como algo lascivo y que por el nerviosismo empezó a rasgárselo produciendo leve sangre.
Ella desvía su mirada, más con sorpresa se ve fuertemente llevada al lecho. Gesto de dolor al sentir entre sus piernas desgarrarse, y las heridas abrirse por su mano. Aprieta sus ojos cerrados, y de su boca se escapan gimoteos junto con la subida y bajada de aquel pequeño pecho que se esperaba lo peor, más lo aceptaba como si nada. Se merecía un castigo y lo sabía.
Se aparta y los pardos se cruzan, ella no dice nada, su mirada está llena de furia cuando le hace mención a la doncella. Le habían preparado para este tipo de cosas, para aguantar aquella vejación, cuando decía que era normal para el marido a veces buscar el calor para otras. La verdad, a ella la mataba de celos por dentro. Apretó la mandíbula con fuerza, y los puños sintiendo sus propias uñas hundirse en el fondo de su mano, deseaba soltarle un buen bofetón, pero se contenía por miedo a que la destrozase.
-No, Lucio. No te he amado alguna vez. -Ella se sorbe la nariz, su rostro esta encendido, y las lágrimas anegan su rostro. Por una vez no hay dulzura en aquella voz de niña. El tono de su voz es gélido y cortante. -Siempre te he amado, y sigo haciéndolo. A pesar de todo… Y eso es lo que más me duele... no poder dejar de hacerlo.
Dejarle ir, es lo único que podía hacer y llorar en aquella cama hasta caer rendida en llanto. El tiempo curará.
oooooo
Varias semanas más tarde.
Se han distanciado, eso queda muy claro. Apenas la visita, tampoco ella lo desea, parece no estar preparada para volver a la luz del mundo, no quiere intercambiar palabras. Está encerrada en su mente y tedio, sé autocastiga y un pensamiento feliz, solo hace que se siente terriblemente culpable, y con ello una pena arrastra.
Lleva un riguroso aislamiento y mutismo voluntario, a veces sale al jardín, pero ni eso, casi todo el tiempo lo pasa en su habitación, leyendo o rezando.
Ya no toca el piano como antes, ni escribe en su diario, al menos ha recuperado bastante el apetito y recuperado el peso perdido. A veces atiende a sus quehaceres de administrar la casa y todo ese papeleo, pero su semblante siempre parece distraído y no hay pizca de alegría en ella.
Esa mañana se ha levantado un poco más animada, después de semana se ha sentado en la terraza de su habitación, pinta flores con la acuarela concentrada y dejando la mente vacía, aquello le relaja y puede permitirse no llenar su cabeza de oscuros pensamientos.
Guiomar Sacro- Mensajes : 54
Fecha de inscripción : 21/11/2016
Re: Las horas al pasar. [Lucio Sacro] ◊◊
Semanas que me pierdo en un mundo lejano, colocado la mayoría de las noches me dejo hacer por el vicio de los burdeles cercanos. Mujerzuelas carentes de ropa, me pierdo en sus piernas, sabanas de seda y olor a perfume barato. Opiaceos que nublan mis sentidos y nada es suficiente para tanto caos. Cuando llego a la casa el amanecer me ronda y voy directo a la cámara de invitados.
No hago ni practico magia en esos días, solo despierto embotado en una terrible resaca y me preparo para la siguiente noche de confusión que me haga olvidar el terrible suceso donde no solo he perdido un hijo si no a la madre de este.
Como fantasmas errantes nos cruzamos por la casa, no hay ningún tipo de comunicación entre nosotros, ni mirada cálida, mas tampoco de odio, solo la brutal indiferencia del que todo lo ha perdido de al que ya nada le queda.
Aquella mañana me levanto mas temprano, mi aspecto como el del resto de los días esta consumido y la cabeza me explota por las sustancias consumidas durante toda la noche, mas el medico va a acudir para confirmarnos a mi y a mi esposa que esta recuperada y que podemos de nuevo engendrar.
Espero que esas y no otras sean las buenas nuevas, pues juro por los dioses que si su acto no solo se ha llevado a nuestro hijo si no también su fecundidad criara bastardos el resto de su vida, pues yo estoy dispuesto a aumentar mi linaje.
Recibo al doctor en el portón de la entrada, pronto cruzamos el umbral del recibidor y escaleras arriba nos dirigimos a la cámara de mi joven y atolondrada esposa.
Es la primera vez que la piso desde la fatídica noche, hoy tampoco lo hago solo, si no en la compañía del doctor que con una sonrisa se afana en saludar a mi mujer.
Ella pintaba cuadros en el exterior, se levanta para cumplir con su cometido, dejar al medico que la inspeccione y bajo mi supervisión eso ocurre en nuestro lecho.
Aquella noche hay una fiesta en honor de un buen amigo con el que tengo negocios en Paris, es de etiqueta y mi mujer y yo estamos invitados, he tratado de excusarla con la reciente perdida, mas la mujer insistió tanto en que le vendría bien tomar aire fresco en los jardines de palacio y que nos vendría a ambos mejor aun, bailar bajo la luna, que no pude negarme.
-Guiomar, esta noche te pasaré a buscar a las ocho -casi ordené hundiendo mis ojos lobunos en los suyos -acudiremos a una fiesta de etiqueta en le palacio Royal.
No hablé mas del tema, pues no esperaba respuesta, ni confirmación, es una orden y como tal debe de ser acatada, aun tiene deberes para conmigo.
El doctor me mira dispuesto a darme la explicación de como ha quedado todo, mi esposa recupera su posición, juntos esperamos las noticias del medico.
No hago ni practico magia en esos días, solo despierto embotado en una terrible resaca y me preparo para la siguiente noche de confusión que me haga olvidar el terrible suceso donde no solo he perdido un hijo si no a la madre de este.
Como fantasmas errantes nos cruzamos por la casa, no hay ningún tipo de comunicación entre nosotros, ni mirada cálida, mas tampoco de odio, solo la brutal indiferencia del que todo lo ha perdido de al que ya nada le queda.
Aquella mañana me levanto mas temprano, mi aspecto como el del resto de los días esta consumido y la cabeza me explota por las sustancias consumidas durante toda la noche, mas el medico va a acudir para confirmarnos a mi y a mi esposa que esta recuperada y que podemos de nuevo engendrar.
Espero que esas y no otras sean las buenas nuevas, pues juro por los dioses que si su acto no solo se ha llevado a nuestro hijo si no también su fecundidad criara bastardos el resto de su vida, pues yo estoy dispuesto a aumentar mi linaje.
Recibo al doctor en el portón de la entrada, pronto cruzamos el umbral del recibidor y escaleras arriba nos dirigimos a la cámara de mi joven y atolondrada esposa.
Es la primera vez que la piso desde la fatídica noche, hoy tampoco lo hago solo, si no en la compañía del doctor que con una sonrisa se afana en saludar a mi mujer.
Ella pintaba cuadros en el exterior, se levanta para cumplir con su cometido, dejar al medico que la inspeccione y bajo mi supervisión eso ocurre en nuestro lecho.
Aquella noche hay una fiesta en honor de un buen amigo con el que tengo negocios en Paris, es de etiqueta y mi mujer y yo estamos invitados, he tratado de excusarla con la reciente perdida, mas la mujer insistió tanto en que le vendría bien tomar aire fresco en los jardines de palacio y que nos vendría a ambos mejor aun, bailar bajo la luna, que no pude negarme.
-Guiomar, esta noche te pasaré a buscar a las ocho -casi ordené hundiendo mis ojos lobunos en los suyos -acudiremos a una fiesta de etiqueta en le palacio Royal.
No hablé mas del tema, pues no esperaba respuesta, ni confirmación, es una orden y como tal debe de ser acatada, aun tiene deberes para conmigo.
El doctor me mira dispuesto a darme la explicación de como ha quedado todo, mi esposa recupera su posición, juntos esperamos las noticias del medico.
Lucio Sacro- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 148
Fecha de inscripción : 03/11/2016
Re: Las horas al pasar. [Lucio Sacro] ◊◊
Los pinceles depositados en el vaso de agua, dejan el rastro tímido de colorido en aquel torbellino leve creado, por el giro del pincel.
Sabe que aquella mañana el médico la examinará y dictaminará cuál es su salud. Ella es consciente que físicamente tiene una notable mejoría, ha recuperado fuerzas e incluso aquella belleza marchita, que no supo si en algún momento llego a perderla.
Lo que desconoce es si, a pesar de todo, se habrá recuperado de tal modo que seguirá siéndole “útil” a su marido. Una esposa yerma no sirve de nada, y a pesar de sus palabras, ella no está dispuesta a criar bastardo como él le insistió. Prefiere que la repudie, o ella acabar con todo. Aún tiene esa pizca de orgullo, y quiere conservar su dignidad.
No le dedica ni una mirada, pero sabe que su aspecto es lamentable. Es consciente de a lo que Lucio se ha dedicado las últimas semanas, al menos ha tenido el respeto de no pisar su habitación, aunque algún pequeño pronto y por culpa de su estado de embriaguez se ha detenido en su puerta. Cada uno lo lleva a su manera, cada uno en su distinto extremo.
El doctor se muestra en todo momento amable y considerado, sabe que el problema de aquella muchacha no reside en lo físico, su mente frágil está dañada y debe de andarse con cuidado. No es la primera visita que le hace en aquellas semanas, ha estado siguiendo su mejoría con ahínco.
-Allí estaré. -Solo pronuncia Guiomar con voz neutral “escucho y obedezco”, es su simple pensamiento. Sus ojos castaños se cruzan un momento con los autoritarios de su marido, ella los evita rápidamente. No le apetece para nada salir de aquella habitación, pero tampoco quiere algún tipo de conflicto, hará el esfuerzo.
La examina y llega a conclusiones. Y ahí vienen las noticias, son buenas. Ella es una muchacha joven, ha sido imprudente, pero el “accidente” no la ha dañado, entonces no tendrá problemas, es más lo habitual en casos como aquellos es que le cueste menos trabajo volver a quedarse embarazada y sobre todo con el historial familiar que ella tiene, donde las mujeres de su familia tienen demasiados hijos.
Si lo consiguen de nuevo, tendrá que reposar obligatoriamente al menos en los últimos meses. El mismo médico se encargará que esto se cumpla.
Ella suspira con alivio, pero no sonríe, ni le dedica un gesto a su marido, su actitud es pasiva y de apatía. Se despiden del médico con amabilidad y le da las gracias.
Horas más tardes…
Las sirvientas le han ayudado a arreglarse, prácticamente le ha tenido que elegir la ropa y complemente, ella parece no estar a mucha disposición ni hacer demasiado esfuerzo por embellecer su aspecto.
Mientras le recogen aquellos cabellos castaños en un complicado peinado, se mira al espejo, sus labios tiemblan. Intenta forzar o ensayar una sonrisa amable o tímida que le cuesta sacar. Lo consigue, no debe desagradar a aquellos que la han invitado y más en el Palacio. Aunque no sabe si podrá disimular sus ojos tristes.
Rojo purpura y el dorado leve, son sus galas esta noche. Las doncellas tienen muy buena mano con ella, ya que parece que han obrado milagro al dejarle impresionante, nada que ver con su aspecto lamentable y lánguido.
Ahora solo espera a que su marido venga a recogerle.
Sabe que aquella mañana el médico la examinará y dictaminará cuál es su salud. Ella es consciente que físicamente tiene una notable mejoría, ha recuperado fuerzas e incluso aquella belleza marchita, que no supo si en algún momento llego a perderla.
Lo que desconoce es si, a pesar de todo, se habrá recuperado de tal modo que seguirá siéndole “útil” a su marido. Una esposa yerma no sirve de nada, y a pesar de sus palabras, ella no está dispuesta a criar bastardo como él le insistió. Prefiere que la repudie, o ella acabar con todo. Aún tiene esa pizca de orgullo, y quiere conservar su dignidad.
No le dedica ni una mirada, pero sabe que su aspecto es lamentable. Es consciente de a lo que Lucio se ha dedicado las últimas semanas, al menos ha tenido el respeto de no pisar su habitación, aunque algún pequeño pronto y por culpa de su estado de embriaguez se ha detenido en su puerta. Cada uno lo lleva a su manera, cada uno en su distinto extremo.
El doctor se muestra en todo momento amable y considerado, sabe que el problema de aquella muchacha no reside en lo físico, su mente frágil está dañada y debe de andarse con cuidado. No es la primera visita que le hace en aquellas semanas, ha estado siguiendo su mejoría con ahínco.
-Allí estaré. -Solo pronuncia Guiomar con voz neutral “escucho y obedezco”, es su simple pensamiento. Sus ojos castaños se cruzan un momento con los autoritarios de su marido, ella los evita rápidamente. No le apetece para nada salir de aquella habitación, pero tampoco quiere algún tipo de conflicto, hará el esfuerzo.
La examina y llega a conclusiones. Y ahí vienen las noticias, son buenas. Ella es una muchacha joven, ha sido imprudente, pero el “accidente” no la ha dañado, entonces no tendrá problemas, es más lo habitual en casos como aquellos es que le cueste menos trabajo volver a quedarse embarazada y sobre todo con el historial familiar que ella tiene, donde las mujeres de su familia tienen demasiados hijos.
Si lo consiguen de nuevo, tendrá que reposar obligatoriamente al menos en los últimos meses. El mismo médico se encargará que esto se cumpla.
Ella suspira con alivio, pero no sonríe, ni le dedica un gesto a su marido, su actitud es pasiva y de apatía. Se despiden del médico con amabilidad y le da las gracias.
Horas más tardes…
Las sirvientas le han ayudado a arreglarse, prácticamente le ha tenido que elegir la ropa y complemente, ella parece no estar a mucha disposición ni hacer demasiado esfuerzo por embellecer su aspecto.
Mientras le recogen aquellos cabellos castaños en un complicado peinado, se mira al espejo, sus labios tiemblan. Intenta forzar o ensayar una sonrisa amable o tímida que le cuesta sacar. Lo consigue, no debe desagradar a aquellos que la han invitado y más en el Palacio. Aunque no sabe si podrá disimular sus ojos tristes.
Rojo purpura y el dorado leve, son sus galas esta noche. Las doncellas tienen muy buena mano con ella, ya que parece que han obrado milagro al dejarle impresionante, nada que ver con su aspecto lamentable y lánguido.
Ahora solo espera a que su marido venga a recogerle.
Guiomar Sacro- Mensajes : 54
Fecha de inscripción : 21/11/2016
Re: Las horas al pasar. [Lucio Sacro] ◊◊
El doctor afirmó con jubilo que mi esposa se encontraba en estado de darme descendencia, al parecer todo había quedado en un aborto por su imprudencia, pero eso no implicaba que el resto de embarazos tuvieran que abocar al fracaso.
Solo nos advirtió que el próximo tendría que ser mas relajado, con cierto reposo, mas que era joven, fuerte y que mi linaje no correría peligro alguno pues mi mujer podría darme herederos sin problemas.
Agradecí su gesto y tras este despedirse de mi mujer lo acompañé hacia el exterior de la casa donde un carro lo aguardaba.
No dudó en informarme de que pese a que su estado físico era excelente, el mental le preocupaba, necesitaba afecto, quizás que me volcara en ella, entendía que estábamos pasando una mala racha, mas que si quería descendencia sana, ella tenia que estar en calma.
Asentí sin saber demasiado bien como llevar la calma a ese matrimonio sentenciado a muerte por el incidente y me despedí del doctor dándole vueltas a sus palabras.
Me costaba ceder, dar mi brazo a torcer y desde luego no iba a disculparme por todo lo que había sucedido durante esas semanas, ella y no yo era la responsable de mis actos y aunque ahora mismo me repudiara por ello tendría que entender que darme un linaje era su cometido como el mio mantenerla, cosa que estaba haciendo mas que de sobra.
No volví a su habitación, no quería perturbar su paz con mi presencia, era consciente que no me quería tener cerca y aunque admito me sentí tentado a acudir antes de ir a la fiesta a su lecho y empezar lo que el doctor había afirmado que podíamos hacer sin reparo, no encontraba el modo de hacer eso sin ver el miedo en sus ojos.
Casi temblaba con mi presencia, ponerle la mano encima iba a resultar complicado, al menos si quería hacerlo de un modo tranquilo para no desquebrajar su frágil mente.
Acudí a las ocho a su cámara y con los nudillos golpeé tres veces, un “pasa” basto para que la abriera y su fingida sonrisa bien practicada inundó la estancia.
Mis ojos recorrieron su cuerpo, estaba preciosa, sin duda seria la mas bella de toda la fiesta y era mía.
-Tratemos de pasar una noche...-hice una pausa sin saber bien que decir -en calma.
Como ofrenda de paz me acerqué a ella sacando de mi chaqué una pequeña caja que le tendí para que cogiera. Alcé mis ojos buscando su parda mirada.
-Tómalo como un respiro en esta tormenta -le pedí mientras esta acariciaba la caja.
No la toqué admito que no sabia como actuar, uno frente a otro dos auténticos desconocidos que se inspeccionaban, con demasiados reproches, con demasiadas preguntas y muy pocas respuestas.
Abrió la caja en su interior una joya de oro blanco en forma de lagrima con un diamante en su centro.
-pontelo -pedí contemplándola en silencio, quería que recordara cuando lo viera nuestro compromiso. Teníamos mucho de lo que hablar, mas no seria ahora que el carro nos esperaba fuera para llevarnos al Palacio Royal.
Solo nos advirtió que el próximo tendría que ser mas relajado, con cierto reposo, mas que era joven, fuerte y que mi linaje no correría peligro alguno pues mi mujer podría darme herederos sin problemas.
Agradecí su gesto y tras este despedirse de mi mujer lo acompañé hacia el exterior de la casa donde un carro lo aguardaba.
No dudó en informarme de que pese a que su estado físico era excelente, el mental le preocupaba, necesitaba afecto, quizás que me volcara en ella, entendía que estábamos pasando una mala racha, mas que si quería descendencia sana, ella tenia que estar en calma.
Asentí sin saber demasiado bien como llevar la calma a ese matrimonio sentenciado a muerte por el incidente y me despedí del doctor dándole vueltas a sus palabras.
Me costaba ceder, dar mi brazo a torcer y desde luego no iba a disculparme por todo lo que había sucedido durante esas semanas, ella y no yo era la responsable de mis actos y aunque ahora mismo me repudiara por ello tendría que entender que darme un linaje era su cometido como el mio mantenerla, cosa que estaba haciendo mas que de sobra.
No volví a su habitación, no quería perturbar su paz con mi presencia, era consciente que no me quería tener cerca y aunque admito me sentí tentado a acudir antes de ir a la fiesta a su lecho y empezar lo que el doctor había afirmado que podíamos hacer sin reparo, no encontraba el modo de hacer eso sin ver el miedo en sus ojos.
Casi temblaba con mi presencia, ponerle la mano encima iba a resultar complicado, al menos si quería hacerlo de un modo tranquilo para no desquebrajar su frágil mente.
Acudí a las ocho a su cámara y con los nudillos golpeé tres veces, un “pasa” basto para que la abriera y su fingida sonrisa bien practicada inundó la estancia.
Mis ojos recorrieron su cuerpo, estaba preciosa, sin duda seria la mas bella de toda la fiesta y era mía.
-Tratemos de pasar una noche...-hice una pausa sin saber bien que decir -en calma.
Como ofrenda de paz me acerqué a ella sacando de mi chaqué una pequeña caja que le tendí para que cogiera. Alcé mis ojos buscando su parda mirada.
-Tómalo como un respiro en esta tormenta -le pedí mientras esta acariciaba la caja.
No la toqué admito que no sabia como actuar, uno frente a otro dos auténticos desconocidos que se inspeccionaban, con demasiados reproches, con demasiadas preguntas y muy pocas respuestas.
Abrió la caja en su interior una joya de oro blanco en forma de lagrima con un diamante en su centro.
-pontelo -pedí contemplándola en silencio, quería que recordara cuando lo viera nuestro compromiso. Teníamos mucho de lo que hablar, mas no seria ahora que el carro nos esperaba fuera para llevarnos al Palacio Royal.
Lucio Sacro- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 148
Fecha de inscripción : 03/11/2016
Re: Las horas al pasar. [Lucio Sacro] ◊◊
Es puntual aquella noche, se puede oler qué interés tiene con respecto a ella, aunque por una parte no está del todo segura. No inician conversación desde hace demasiadas semanas, y ella no ha salido de aquella casa en demasiado tiempo, esa va ser su primera salida.
Golpes en la puerta anunciando su presencia, Guiomar fija su propia mirada en el espejo, siento su cuerpo tensarse. Una mirada de soslayo al reflejo de su marido entrando a la habitación y luego ella se gira a él, curvando los labios en una forzada sonrisa. Lo intenta, más no lo consigue del todo.
Aquel cuello de cisne se mueve para hacer una afirmación, luego él le muestra un presente. Ella lo mira extrañada, es tan bello como sorprendente. Se lo toma como un intento de firmar una paz. Gesto amable de su marido, más ella le cuesta fijarle la mirada demasiado tiempo, le hiere.
-Gracias, es muy bonito. -Apenas musita y se lo coloca frente al espeso, sus dedos vuelven acariciar la joya con suavidad. Siente una punzada en el pecho, y se traga aquel nudo que sin querer se le hace en la garganta. Endereza, se dice.
La tensión entre ambas es latente con aquellos incómodos silencios, mientras la carroza sigue con su traqueteo. Sabe que ambos tienen que hablar, pero no sabe ella si es el momento, y tampoco está demasiado preparada. Sé imagina lo que quiere, ya le amenazo con ello. Ella hará lo que pueda, no tiene más elección y esa es ahora su vida.
La puerta de la carroza se abre frente al Palacio Real. Su marido le ofrece el brazo cuando van a entrar al lugar, y ella lo toma con precaución y decoro.
Su corazón se acelera, y eso se hace notable, toma aire con fuerza y eso le ayuda a mantener la mente fría.
Saludos, música y conversaciones, ella se comporta como un autómata, finge lo que no siente, es cortes y amable, y continúa fingiendo que está deseosa en aquel lugar, que es feliz con su marido y estaba deseosa de asistir al evento, aunque desde que entro allí se siente pequeña, menguar. Hay algo en su interior que tira de ella al fondo del abismo.
Por un momento se queda con algunas esposas que solo quieren hablar de chismes y ponerla a ella al día, mientras Lucio cumple con otros.
Y ahí viene… Otra vez. Ese dolor que al desgarra en el pecho, que envuelve con sus garras sus pulmones y los aprieta para impedir que el aire entre a ellos. Su cabeza esta turbada, siente la presión sus sienes.
Se disculpa de las damas, excusándose en que le gustaría ir a la sala de al lado a empolvarse un poco. Una de ellas le acompaña y luego la deja sola.
Guiomar se sienta sobre una de esas sillas doradas, aprieta su pecho e inclina su torso. Duele. Es un dolor insoportable.
Empieza a hiperventilar, el aire le cuesta llegar. Demasiada gente, demasiado ruido…
Es otro ataque de ansiedad, sus mejores amigos en estos últimos meses. Intenta calmarse como el médico le ha enseñado, tira de su vestido y deja sus tacones al descubierto, con su mente intenta describirlos con todo lujo de detalles al igual que el suelo, o el borde de su vestido. Eso la ayuda, eso la centra, y la calma volviendo a respirar con normalidad, a pesar de que aun jadee.
Golpes en la puerta anunciando su presencia, Guiomar fija su propia mirada en el espejo, siento su cuerpo tensarse. Una mirada de soslayo al reflejo de su marido entrando a la habitación y luego ella se gira a él, curvando los labios en una forzada sonrisa. Lo intenta, más no lo consigue del todo.
Aquel cuello de cisne se mueve para hacer una afirmación, luego él le muestra un presente. Ella lo mira extrañada, es tan bello como sorprendente. Se lo toma como un intento de firmar una paz. Gesto amable de su marido, más ella le cuesta fijarle la mirada demasiado tiempo, le hiere.
-Gracias, es muy bonito. -Apenas musita y se lo coloca frente al espeso, sus dedos vuelven acariciar la joya con suavidad. Siente una punzada en el pecho, y se traga aquel nudo que sin querer se le hace en la garganta. Endereza, se dice.
La tensión entre ambas es latente con aquellos incómodos silencios, mientras la carroza sigue con su traqueteo. Sabe que ambos tienen que hablar, pero no sabe ella si es el momento, y tampoco está demasiado preparada. Sé imagina lo que quiere, ya le amenazo con ello. Ella hará lo que pueda, no tiene más elección y esa es ahora su vida.
La puerta de la carroza se abre frente al Palacio Real. Su marido le ofrece el brazo cuando van a entrar al lugar, y ella lo toma con precaución y decoro.
Su corazón se acelera, y eso se hace notable, toma aire con fuerza y eso le ayuda a mantener la mente fría.
Saludos, música y conversaciones, ella se comporta como un autómata, finge lo que no siente, es cortes y amable, y continúa fingiendo que está deseosa en aquel lugar, que es feliz con su marido y estaba deseosa de asistir al evento, aunque desde que entro allí se siente pequeña, menguar. Hay algo en su interior que tira de ella al fondo del abismo.
Por un momento se queda con algunas esposas que solo quieren hablar de chismes y ponerla a ella al día, mientras Lucio cumple con otros.
Y ahí viene… Otra vez. Ese dolor que al desgarra en el pecho, que envuelve con sus garras sus pulmones y los aprieta para impedir que el aire entre a ellos. Su cabeza esta turbada, siente la presión sus sienes.
Se disculpa de las damas, excusándose en que le gustaría ir a la sala de al lado a empolvarse un poco. Una de ellas le acompaña y luego la deja sola.
Guiomar se sienta sobre una de esas sillas doradas, aprieta su pecho e inclina su torso. Duele. Es un dolor insoportable.
Empieza a hiperventilar, el aire le cuesta llegar. Demasiada gente, demasiado ruido…
Es otro ataque de ansiedad, sus mejores amigos en estos últimos meses. Intenta calmarse como el médico le ha enseñado, tira de su vestido y deja sus tacones al descubierto, con su mente intenta describirlos con todo lujo de detalles al igual que el suelo, o el borde de su vestido. Eso la ayuda, eso la centra, y la calma volviendo a respirar con normalidad, a pesar de que aun jadee.
Guiomar Sacro- Mensajes : 54
Fecha de inscripción : 21/11/2016
Re: Las horas al pasar. [Lucio Sacro] ◊◊
El trayecto fue silencioso, ella no parecía decidida a tomar esa tregua que yo le había ofrecido, parecía resignada a cargar con alguien como yo para el resto de su vida, mas eso no implicaba que tuviera intención alguna a demostrarme ni un ápice de felicidad.
Dejé escapar el aire contra el ventanal del cristal, no tenia nada que aportar a aquel sin sentido. No podía pedirle que mostrara otra cara, pero si que cumpliera su obligación para conmigo.
Entramos por suerte al Palacio, pronto estuvimos envueltos por gran cantidad de gente, todos felicitándonos por nuestro reciente matrimonio, y como no, asegurando que pronto dios nos bendeciría con hijos sanos.
Ella se limitaba a sonreír, a agradecer a la gente todos sus comentarios, pero en un momento en el que yo atendí unos negocios con el dueño de la fiesta, la perdí de vista.
Había estado observándolos desde que pisaron el palacio, ella lo odiaba, podía verlo en su forma de mirarlo, algo que todo mi aquelarre sabíamos que sucedería. El sino de ese hombre era el de ser una bestia y no un hombre.
Era un bebe cuando mi madre le arrebató los sentimientos en su cuna, pensamos que con él el linaje terminaría, mas ahora esta mujer nos daba un problema añadido, la opción de procrear y continuar con el clan de hechiceros Sacro.
Ella reposaba en una silla, parecía necesitar tomar aire, me acerqué con aire distraído y le acerqué un abanico.
-Buenas noches señorita Sacro, tenemos poco tiempo para hablar, vos no me conocéis, mas yo si os conozco. En ese abanico lleváis un papel con una dirección, buscar una escusa para reuniros conmigo, esa sera vuestra salvación, os ayudaremos a acabar con el hombre que os tiene presa en un matrimonio de conveniencia.
No seáis tonta, no dispondréis de otra oportunidad como esta.
El aura de Lucio se acercaba a nosotras, así que me limité a echarme la capucha de raso rojo por encima de la cabeza y salí del lugar a toda velocidad, no quería un enfrentamiento directo ahora con el hechicero.
Me acerque a mi mujer, que parecía abanicarse confusa, juraría que le faltaba el aire.
Mis dedos se deslizaron por sus hombros tratando de reconfortarla aunque no estaba seguro si el tacto de mi piel tenia ese efecto en ella o el contrario.
Le tendí una copa de champang.
-Bebe, te ayudará -le dije con ese tono autoritario del que hacia gala -podemos irnos Guiomar, le diré al anfitrión que no te sientes bien.
Mis ojos se hundieron en los suyos, mis dedos se perdieron en su mentón y alcé su barbilla para que me mirara pues parecía estar dispersa.
-Puedo darte un par de días para que asumas las palabras del medico, mas volveré a nuestro lecho y te tomaré -mi mirada retaba la suya -eres mi maldita mujer, comporté como tal -le instigué.
Dejé escapar el aire contra el ventanal del cristal, no tenia nada que aportar a aquel sin sentido. No podía pedirle que mostrara otra cara, pero si que cumpliera su obligación para conmigo.
Entramos por suerte al Palacio, pronto estuvimos envueltos por gran cantidad de gente, todos felicitándonos por nuestro reciente matrimonio, y como no, asegurando que pronto dios nos bendeciría con hijos sanos.
Ella se limitaba a sonreír, a agradecer a la gente todos sus comentarios, pero en un momento en el que yo atendí unos negocios con el dueño de la fiesta, la perdí de vista.
Había estado observándolos desde que pisaron el palacio, ella lo odiaba, podía verlo en su forma de mirarlo, algo que todo mi aquelarre sabíamos que sucedería. El sino de ese hombre era el de ser una bestia y no un hombre.
Era un bebe cuando mi madre le arrebató los sentimientos en su cuna, pensamos que con él el linaje terminaría, mas ahora esta mujer nos daba un problema añadido, la opción de procrear y continuar con el clan de hechiceros Sacro.
Ella reposaba en una silla, parecía necesitar tomar aire, me acerqué con aire distraído y le acerqué un abanico.
-Buenas noches señorita Sacro, tenemos poco tiempo para hablar, vos no me conocéis, mas yo si os conozco. En ese abanico lleváis un papel con una dirección, buscar una escusa para reuniros conmigo, esa sera vuestra salvación, os ayudaremos a acabar con el hombre que os tiene presa en un matrimonio de conveniencia.
No seáis tonta, no dispondréis de otra oportunidad como esta.
El aura de Lucio se acercaba a nosotras, así que me limité a echarme la capucha de raso rojo por encima de la cabeza y salí del lugar a toda velocidad, no quería un enfrentamiento directo ahora con el hechicero.
Me acerque a mi mujer, que parecía abanicarse confusa, juraría que le faltaba el aire.
Mis dedos se deslizaron por sus hombros tratando de reconfortarla aunque no estaba seguro si el tacto de mi piel tenia ese efecto en ella o el contrario.
Le tendí una copa de champang.
-Bebe, te ayudará -le dije con ese tono autoritario del que hacia gala -podemos irnos Guiomar, le diré al anfitrión que no te sientes bien.
Mis ojos se hundieron en los suyos, mis dedos se perdieron en su mentón y alcé su barbilla para que me mirara pues parecía estar dispersa.
-Puedo darte un par de días para que asumas las palabras del medico, mas volveré a nuestro lecho y te tomaré -mi mirada retaba la suya -eres mi maldita mujer, comporté como tal -le instigué.
Lucio Sacro- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 148
Fecha de inscripción : 03/11/2016
Re: Las horas al pasar. [Lucio Sacro] ◊◊
Voz a su espalda, no la reconoce ni a su dueño. Amablemente le ha ofrecido un abanico que toma sin medias palabra. Sus gruesos labios se mueven, ahora mismo está boqueando en busca del oxígeno que le cuesta en el respirar. En el fondo de su garganta aquel leve pitido se va silenciando.
Cierra los ojos con fuerza, mientras agita el abanico contra su tez. Empieza a calmarse, la presión en las sienes desaparece y su mente se vuelve clara.
Palabras que al principio no asimila, aquel hombre conoce a su marido y sabe de ella y sus circunstancias.
¿Salvación? ¿Prisión? Era cierto que aquello se lo había tomado como una especie de prisión y más cuando su error había truncado la felicidad que había logrado. Un pensamiento de que había conseguido un “algo” con Lucio, que había cambiado de algún modo e incluso engañándose a sí misma, creía que había consigo un atisbo del sentir en su marido. Pero había errado, su equivocación de nuevo le había regalado la máscara del monstruo que así era, y de su verdadero interés. Solo quería un elemento decorativo, que le abriese las piernas fácilmente y le diese hijos.
Ese pensamiento era doloroso, porque le encantaría odiarlo con toda profundidad. Sería todo más fácil, el desprecio invertido, no le haría sentirse culpable… Recordando la carga de su acción impulsiva. Intentaba fingir la mujer que todavía no terminaba de ser, por mucho que se empeñase.
“Oportunidad…” No le contesto, sus ojos castaños le miraron dudando. Pero aquel desconocido desapareció con rapidez, sus preguntas quedaron en el aire. Y la curiosidad le comía por dentro, ¿debería arriesgarse y saber todo lo que había atrás de aquel misterio? Un modo para escapar, una opción que debería no dejar escapar…
Un respingo al asustarse por sentir las manos de su marido sobre sus hombros. El abanico cerrado de golpe de un modo sonoro, ocultando aquel mensaje oculto.
Pulmones que volvía a llenarse, y aquella presión que en el pecho poco a poco se va liberando, la calma regresa. Otra crisis superada.
Ella le mira por un momento en silencio, asustada y confusa. Es como si hubiese visto por un momento un fantasma que sabía que podía casi escuchar sus pensamientos. Intento disimular la turbación que aquel encuentro y cita futura, le había proporcionado.
-Estoy bien… Sé controlarlo. -Bebió un tímido sorbo de la copa. Intenta tener endereza, intenta no ser débil delante de él. Más su gesto reconfortante, se ve contradicho y truncado por sus palabras que lo estropean todo, mostrando la verdad una vez más, sólo lo que desea de ella.
Traga saliva cuando toma su barbilla, su tacto es contradictorio, hiriente, pero a la vez lo desea. Cierra los ojos por un momento, toma aire, y luego sus ojos le miran con seriedad.
-Ven esta noche a mi lecho. -Su voz suena neutra. Es mejor pasar pronto por aquello, su abuela en su día le había indicado que se facilitase la vida, que fuese obediente. Sabía que encuentro cumpliese, todo tal vez fuese más fácil. -Sé que soy tu mujer, y sé cuáles son mis obligaciones.
Le devuelve la copa, y tirando de su vestido se vuelve a levantar dispuesta a volver a la sala, o donde él le ordene que vaya.
En su mente hay un pensamiento, dedicado a la decisión de reunirse con el hombre. Lo hará, aunque desafíe a su marido y si arriesgue. Se muere de curiosidad, y debe de tener todo tipo de opciones. No solo para escapar, sino para “salvar” tal vez a su marido de algún modo.
Cierra los ojos con fuerza, mientras agita el abanico contra su tez. Empieza a calmarse, la presión en las sienes desaparece y su mente se vuelve clara.
Palabras que al principio no asimila, aquel hombre conoce a su marido y sabe de ella y sus circunstancias.
¿Salvación? ¿Prisión? Era cierto que aquello se lo había tomado como una especie de prisión y más cuando su error había truncado la felicidad que había logrado. Un pensamiento de que había conseguido un “algo” con Lucio, que había cambiado de algún modo e incluso engañándose a sí misma, creía que había consigo un atisbo del sentir en su marido. Pero había errado, su equivocación de nuevo le había regalado la máscara del monstruo que así era, y de su verdadero interés. Solo quería un elemento decorativo, que le abriese las piernas fácilmente y le diese hijos.
Ese pensamiento era doloroso, porque le encantaría odiarlo con toda profundidad. Sería todo más fácil, el desprecio invertido, no le haría sentirse culpable… Recordando la carga de su acción impulsiva. Intentaba fingir la mujer que todavía no terminaba de ser, por mucho que se empeñase.
“Oportunidad…” No le contesto, sus ojos castaños le miraron dudando. Pero aquel desconocido desapareció con rapidez, sus preguntas quedaron en el aire. Y la curiosidad le comía por dentro, ¿debería arriesgarse y saber todo lo que había atrás de aquel misterio? Un modo para escapar, una opción que debería no dejar escapar…
Un respingo al asustarse por sentir las manos de su marido sobre sus hombros. El abanico cerrado de golpe de un modo sonoro, ocultando aquel mensaje oculto.
Pulmones que volvía a llenarse, y aquella presión que en el pecho poco a poco se va liberando, la calma regresa. Otra crisis superada.
Ella le mira por un momento en silencio, asustada y confusa. Es como si hubiese visto por un momento un fantasma que sabía que podía casi escuchar sus pensamientos. Intento disimular la turbación que aquel encuentro y cita futura, le había proporcionado.
-Estoy bien… Sé controlarlo. -Bebió un tímido sorbo de la copa. Intenta tener endereza, intenta no ser débil delante de él. Más su gesto reconfortante, se ve contradicho y truncado por sus palabras que lo estropean todo, mostrando la verdad una vez más, sólo lo que desea de ella.
Traga saliva cuando toma su barbilla, su tacto es contradictorio, hiriente, pero a la vez lo desea. Cierra los ojos por un momento, toma aire, y luego sus ojos le miran con seriedad.
-Ven esta noche a mi lecho. -Su voz suena neutra. Es mejor pasar pronto por aquello, su abuela en su día le había indicado que se facilitase la vida, que fuese obediente. Sabía que encuentro cumpliese, todo tal vez fuese más fácil. -Sé que soy tu mujer, y sé cuáles son mis obligaciones.
Le devuelve la copa, y tirando de su vestido se vuelve a levantar dispuesta a volver a la sala, o donde él le ordene que vaya.
En su mente hay un pensamiento, dedicado a la decisión de reunirse con el hombre. Lo hará, aunque desafíe a su marido y si arriesgue. Se muere de curiosidad, y debe de tener todo tipo de opciones. No solo para escapar, sino para “salvar” tal vez a su marido de algún modo.
Guiomar Sacro- Mensajes : 54
Fecha de inscripción : 21/11/2016
Re: Las horas al pasar. [Lucio Sacro] ◊◊
Sus palabras eran gélidas, cargadas de desprecio, no la culpaba, pues posiblemente mis actos no habían sido los mejores para pasar un duelo, mas también yo la despreciaba, era suya la culpa del mal de todo esto.
Su imprudencia a lomos de un corcel había llevado a perder al hijo de ambos, hasta ese momento yo había actuado como un buen esposo, quizás no el mejor de todos, no era capaz de expresar sentimientos pues no los tenia, mas con ella fui capaz durante un tiempo de acercarme a esa vida.
Me aseguró que esa misma noche podría volver al lecho conyugal, unas palabras que arrastro con odio como quien en cierto modo solo busca acabar.
Sabia bien que no encontraria placer en ese acto, ni ella, ni yo...se limitaría a abrirme las piernas, cerrar los ojos y dejar que me fuera en su interior.
No tenia que hacer otra cosa, pues esa y no otra era la obligación de un esposa.
Agarré su brazo antes de que se fuera, quizás tendría que recordarle algo que había olvidado.
-No creas que dar placer a tu marido no es tu obligación, pues si busco otras piernas es porque las tuyas han dejado de dame calor.
Sabia que esas palabras le dolerían en lo mas hondo, mas eso no las convertían en menos ciertas.
Tras una noche en la que ella permaneció ausente limitándose a sonreír de forma abrupta y apenas a dar conversación, la fiesta termino y en el mismo coche en el que llegamos a la fiesta, con ese silencio sepulcral que nos caracterizaba cuando estabas a solas los dos, volvimos a la mansión.
Ella primero, luego yo, subimos escaleras arriba, llevábamos mucho tiempo sin compartir nada, ni risas, ni una conversación y mucho menos lo que hoy sucedería entre los dos.
Dejé escapar el aire de forma pesada cuando la puerta se cerró a mi espalda, raudo me dirigí al mueble bar como si el alcohol fuera lo único que pudiera darme el aliento que me faltaba.
-Desnúdate -pedí hundiendo mi mirada en ella.
Estaba claro que vestida no podía tomarla y también que ofrecerle algo de beber era absurdo pues ella siempre lo rechazaba.
No necesitábamos preámbulos, besos o caricias, pues uno frente al otro eramos solo dos extraños dispuestos a cumplir su cometido y dejar así de librar la batalla de un matrimonio quebrado por el infortunio.
Mis ojos se alzaron a sus pardos mientras apuraba la copa la miraba por encima del vidrio. Esperaba que cumpliera al menos esta sencilla petición, abrirse de piernas desnuda en el lecho, el resto lo haría yo.
Volví a recargar la copa relamiendo mis labios atento a como ella lentamente iba aflojando los nudos del corsee, parecía necesitar torturarme hasta en la lentitud de cada fluido movimiento.
Era bella, me fascinaba y por un momento ladeé la cabeza entreabriendo los labios recordando su aroma, el sabor de su piel, sus jadeos y gemidos cuando aun era capaz de darle placer y no asco.
Endurecí de nuevo la mirada, ojos lobunos que se perdieron en el ambarino liquido y de nuevo mis labios acapararon el cristal tratando de olvidar.
-¡Desnúdate ya maldita sea! -rugí alzando la mirada de nuevo cargado de reproches.
Su imprudencia a lomos de un corcel había llevado a perder al hijo de ambos, hasta ese momento yo había actuado como un buen esposo, quizás no el mejor de todos, no era capaz de expresar sentimientos pues no los tenia, mas con ella fui capaz durante un tiempo de acercarme a esa vida.
Me aseguró que esa misma noche podría volver al lecho conyugal, unas palabras que arrastro con odio como quien en cierto modo solo busca acabar.
Sabia bien que no encontraria placer en ese acto, ni ella, ni yo...se limitaría a abrirme las piernas, cerrar los ojos y dejar que me fuera en su interior.
No tenia que hacer otra cosa, pues esa y no otra era la obligación de un esposa.
Agarré su brazo antes de que se fuera, quizás tendría que recordarle algo que había olvidado.
-No creas que dar placer a tu marido no es tu obligación, pues si busco otras piernas es porque las tuyas han dejado de dame calor.
Sabia que esas palabras le dolerían en lo mas hondo, mas eso no las convertían en menos ciertas.
Tras una noche en la que ella permaneció ausente limitándose a sonreír de forma abrupta y apenas a dar conversación, la fiesta termino y en el mismo coche en el que llegamos a la fiesta, con ese silencio sepulcral que nos caracterizaba cuando estabas a solas los dos, volvimos a la mansión.
Ella primero, luego yo, subimos escaleras arriba, llevábamos mucho tiempo sin compartir nada, ni risas, ni una conversación y mucho menos lo que hoy sucedería entre los dos.
Dejé escapar el aire de forma pesada cuando la puerta se cerró a mi espalda, raudo me dirigí al mueble bar como si el alcohol fuera lo único que pudiera darme el aliento que me faltaba.
-Desnúdate -pedí hundiendo mi mirada en ella.
Estaba claro que vestida no podía tomarla y también que ofrecerle algo de beber era absurdo pues ella siempre lo rechazaba.
No necesitábamos preámbulos, besos o caricias, pues uno frente al otro eramos solo dos extraños dispuestos a cumplir su cometido y dejar así de librar la batalla de un matrimonio quebrado por el infortunio.
Mis ojos se alzaron a sus pardos mientras apuraba la copa la miraba por encima del vidrio. Esperaba que cumpliera al menos esta sencilla petición, abrirse de piernas desnuda en el lecho, el resto lo haría yo.
Volví a recargar la copa relamiendo mis labios atento a como ella lentamente iba aflojando los nudos del corsee, parecía necesitar torturarme hasta en la lentitud de cada fluido movimiento.
Era bella, me fascinaba y por un momento ladeé la cabeza entreabriendo los labios recordando su aroma, el sabor de su piel, sus jadeos y gemidos cuando aun era capaz de darle placer y no asco.
Endurecí de nuevo la mirada, ojos lobunos que se perdieron en el ambarino liquido y de nuevo mis labios acapararon el cristal tratando de olvidar.
-¡Desnúdate ya maldita sea! -rugí alzando la mirada de nuevo cargado de reproches.
Lucio Sacro- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 148
Fecha de inscripción : 03/11/2016
Re: Las horas al pasar. [Lucio Sacro] ◊◊
[justify]Dedos que se aferraron con dureza a su brazo deteniéndola, cuando ella comenzaba casi a huir para perderse en aquella multitud.
Palabras crudas que se le clavan con fuerzo en el fondo de su pecho, de repente siente como un golpe de calor se aloja en rostro, seguramente sus mejillas exteriorizaron aquello en forma de rubor. Ojos que se vuelven vidriosos, más sus labios tiemblan levemente y ella se las traga. No le va a dar el placer de llorar en aquel momento, aunque lo desea con toda su rabia.
Él la odia, la desprecia… Y ella en cambio, le encantaría odiarlo, invertir toda su rabia y furia sobre él, ponerle la vida muy difícil. Pero no… Es más complicado que todo eso.
Frunce el ceño, sus ojos sostiene desafiantes los ajenos, para luego ceder, le tiene miedo, al fin y al cabo. Aunque últimamente siente que tiene poco que perder.
Mirada que se desvían, y luego en su pena vuelve a mostrando una pregunta para los suyos. “¿Por qué?”
La noche ha continuado en calma, ella solo se ha limitado a cumplir con su labor. En algún momento, ha vuelto a abrir aquel abanico con disimulo y mirado aquella información.
Aquel hombre ciertamente debería conocerla, o más bien, sus hábitos ya que aquella “citación” daba la casualidad, o no, que era justo el día que iba a la capilla a confesarse y dentro de unos confesionarios. Muy adecuado. Pensó. Discreción al máximo, y así su marido no sospecharía.
Mirada de soslayo a éste que continuaba con una de sus conversaciones, ella estaba dispuesta a arriesgarse para saciar su curiosidad, cualquier opción debía de ser sabida.
Viaje de vuelta igual de fría que la ida, suspira de repente tranquila cuando pisa el hogar. Aquel sitio se ha convertido en su refugio, casi su templo. Se ha aislado entre aquellas paredes, y se siente segura dentro de él, a pesar de arrastrar tristeza con sus recuerdos de un ayer.
Puerta cerrada, y ambos solos en una habitación después de mucho tiempo. Guiomar comienza a desatar aquellas complicadas tiras como puede. Para ponerle aquel vestido ha necesitado dos personas por la complejidad de sus ataduras.
Al parecer ambos han decidido ir al grano, y después de todos aquellos momentos íntimos que rozaban la felicidad, hay una tensión cortante e incómoda
Él lo muestra bebiéndose una copa, y ella intentando ser lo más rauda al deshacer todas aquellas malditas ataduras. Velocidad que para la poca paciencia de su marido, no es suficiente.
Guiomar resopla, y deja su cometido para caminar acelerada hacia el tocador, haciendo así demasiado ruido el roce del borde de su vestido contra el suelo.
Abre la pequeña caja de costura que tiene para arreglos, y saca unas tijeras.
Apretando la mandíbula con fuerza, se planta frente a su marido con la mirada cargada de desafío. Sentía el corazón golpear acelerado su pecho, e intentaba contener su fuerte temperamento para no hacer ninguna tontería cuando ahora mismo, y por su impaciencia desea golpearle.
Con rabia aquellas tijeras se cuelan por aquel vestido y parte de su corsé, desgarrando todo lo que puede llevarse por delante, a veces esta se atasca en zonas de grosor. El vestido es muy caro, es exclusivo y único, un regalo de él. Carente de valor para ella.
Lágrimas de rabia comienzan a derramarse silenciosas en el rostro de la joven, mientras de un tirón termina de desnudarse, quedando solo como prendas aquellas medias sujetas por los muslos por ligeros, las bragas y al descubierto aquellos pequeños pechos.
Respiración acelerada mientras los castaños siguen retando a los ojos de su marido, un tirón de su camisa y el filo de las tijeras que hacen la tela jirones, ella tira con cuidado para desnudarle, conteniendo su furia.
Su labio tiembla, se los muerde en su tic nervioso y en gesto lascivo, el filo de las tijeras se pasea por el vientre hasta llegar al torso de su marido, se detiene en su pecho, justo sobre su corazón y la punta la hunde un poco.
Contiene el aire, son unos segundos.
El sonido fuerte de las tijeras impactando contra el suelo, y exhala el aire liberándolo de sus pulmones.
Su mirada se suaviza, tiembla por la frustración, le desea, echa de menos el tacto de sus manos y sus labios sobre su piel… Como es capaz de hacer que se pierda con su hechizo y en su cuerpo, esos momentos íntimos de felicidad. Pero solamente hay desprecio, odio… Sabe que él ya no la puede mirar como antes, sabe que él la repudiaría, aunque le ha regalado una oportunidad. Y ella en su cabezonería no quiere mostrarse del todo como un corderito obediente que teme al lobo.
Toma la copa de la mano de su marido y la deja sobre el mueble, tira de su mano para conducirlo al lecho. No sé ha deshecho aun aquel complicado recogido, sus cabellos siguen bien ceñidos.
-Tranquilo… -Solo sabe decir colocando su mano precavida sobre su mejilla, luego le desabrocha los pantalones y le termina de desnudar. Su mano como ha hecho antes comienza a acariciarle para estimularle, ya no es tímida como lo era en su primera noche, no es una experta, pero sabe algo más del cuerpo masculino, o más bien del de su esposo, el único que conoce.
Palabras crudas que se le clavan con fuerzo en el fondo de su pecho, de repente siente como un golpe de calor se aloja en rostro, seguramente sus mejillas exteriorizaron aquello en forma de rubor. Ojos que se vuelven vidriosos, más sus labios tiemblan levemente y ella se las traga. No le va a dar el placer de llorar en aquel momento, aunque lo desea con toda su rabia.
Él la odia, la desprecia… Y ella en cambio, le encantaría odiarlo, invertir toda su rabia y furia sobre él, ponerle la vida muy difícil. Pero no… Es más complicado que todo eso.
Frunce el ceño, sus ojos sostiene desafiantes los ajenos, para luego ceder, le tiene miedo, al fin y al cabo. Aunque últimamente siente que tiene poco que perder.
Mirada que se desvían, y luego en su pena vuelve a mostrando una pregunta para los suyos. “¿Por qué?”
La noche ha continuado en calma, ella solo se ha limitado a cumplir con su labor. En algún momento, ha vuelto a abrir aquel abanico con disimulo y mirado aquella información.
Aquel hombre ciertamente debería conocerla, o más bien, sus hábitos ya que aquella “citación” daba la casualidad, o no, que era justo el día que iba a la capilla a confesarse y dentro de unos confesionarios. Muy adecuado. Pensó. Discreción al máximo, y así su marido no sospecharía.
Mirada de soslayo a éste que continuaba con una de sus conversaciones, ella estaba dispuesta a arriesgarse para saciar su curiosidad, cualquier opción debía de ser sabida.
Viaje de vuelta igual de fría que la ida, suspira de repente tranquila cuando pisa el hogar. Aquel sitio se ha convertido en su refugio, casi su templo. Se ha aislado entre aquellas paredes, y se siente segura dentro de él, a pesar de arrastrar tristeza con sus recuerdos de un ayer.
Puerta cerrada, y ambos solos en una habitación después de mucho tiempo. Guiomar comienza a desatar aquellas complicadas tiras como puede. Para ponerle aquel vestido ha necesitado dos personas por la complejidad de sus ataduras.
Al parecer ambos han decidido ir al grano, y después de todos aquellos momentos íntimos que rozaban la felicidad, hay una tensión cortante e incómoda
Él lo muestra bebiéndose una copa, y ella intentando ser lo más rauda al deshacer todas aquellas malditas ataduras. Velocidad que para la poca paciencia de su marido, no es suficiente.
Guiomar resopla, y deja su cometido para caminar acelerada hacia el tocador, haciendo así demasiado ruido el roce del borde de su vestido contra el suelo.
Abre la pequeña caja de costura que tiene para arreglos, y saca unas tijeras.
Apretando la mandíbula con fuerza, se planta frente a su marido con la mirada cargada de desafío. Sentía el corazón golpear acelerado su pecho, e intentaba contener su fuerte temperamento para no hacer ninguna tontería cuando ahora mismo, y por su impaciencia desea golpearle.
Con rabia aquellas tijeras se cuelan por aquel vestido y parte de su corsé, desgarrando todo lo que puede llevarse por delante, a veces esta se atasca en zonas de grosor. El vestido es muy caro, es exclusivo y único, un regalo de él. Carente de valor para ella.
Lágrimas de rabia comienzan a derramarse silenciosas en el rostro de la joven, mientras de un tirón termina de desnudarse, quedando solo como prendas aquellas medias sujetas por los muslos por ligeros, las bragas y al descubierto aquellos pequeños pechos.
Respiración acelerada mientras los castaños siguen retando a los ojos de su marido, un tirón de su camisa y el filo de las tijeras que hacen la tela jirones, ella tira con cuidado para desnudarle, conteniendo su furia.
Su labio tiembla, se los muerde en su tic nervioso y en gesto lascivo, el filo de las tijeras se pasea por el vientre hasta llegar al torso de su marido, se detiene en su pecho, justo sobre su corazón y la punta la hunde un poco.
Contiene el aire, son unos segundos.
El sonido fuerte de las tijeras impactando contra el suelo, y exhala el aire liberándolo de sus pulmones.
Su mirada se suaviza, tiembla por la frustración, le desea, echa de menos el tacto de sus manos y sus labios sobre su piel… Como es capaz de hacer que se pierda con su hechizo y en su cuerpo, esos momentos íntimos de felicidad. Pero solamente hay desprecio, odio… Sabe que él ya no la puede mirar como antes, sabe que él la repudiaría, aunque le ha regalado una oportunidad. Y ella en su cabezonería no quiere mostrarse del todo como un corderito obediente que teme al lobo.
Toma la copa de la mano de su marido y la deja sobre el mueble, tira de su mano para conducirlo al lecho. No sé ha deshecho aun aquel complicado recogido, sus cabellos siguen bien ceñidos.
-Tranquilo… -Solo sabe decir colocando su mano precavida sobre su mejilla, luego le desabrocha los pantalones y le termina de desnudar. Su mano como ha hecho antes comienza a acariciarle para estimularle, ya no es tímida como lo era en su primera noche, no es una experta, pero sabe algo más del cuerpo masculino, o más bien del de su esposo, el único que conoce.
Guiomar Sacro- Mensajes : 54
Fecha de inscripción : 21/11/2016
Re: Las horas al pasar. [Lucio Sacro] ◊◊
Mis ojos siguen los movimientos desafiantes de mi esposa que pronto pierde sus manos en una caja del tocador sacando unas tijeras.
Enarcó una ceja cuando decidida vuelve frente a mi, sus pardos en los míos, las tijeras en su vestido, ese que yo le regalé y que parece un símil a nuestro matrimonio que se desquebraja al ritmo de la misma tela.
La reto con mi mirada, no hay arrepentimiento en las prisas que le he metido y poco me importa si ese vestido queda hecho añicos, pues puedo comprarle mil como ese, lo único que deseo ahora es su piel desnuda, el tacto que hace semanas he perdido y mis labios surcando los ajenos.
No habrá amor, mas sin duda hay pasión, porque yo la deseo, la he deseado desde el mismo instante en que bajo de aquel carro siendo aun una niña.
Sus ojos se anegan en lagrimas mudas que resbalan por su mejilla, permanezco impasible frente a ellas, mas en el fondo una punzada que no se interpretar recorre mi inerte corazón.
Sigue cortando ahora el corsé hasta que todo cae al suelo para quedar ella y yo de frente.
Solo las medias apretando sus muslos por las ligas y unas bragas de delicado encaje negro cubren su preciosa tez blanca.
Tira con brusquedad de mi camisa, jadeo ante aquel arranque que se que no es pasional si no de puro odio, mas me da igual y las tijeras comienzan su trabajo abriendo mi camisa hasta que el acero acaricia mi pecho, punta que se hunde ligeramente en el lugar de mi corazón. A decir verdad, no me importa pues esa parte de mi es casi inútil ,esta estropeada, solo sirve para bombear sangre por mi cuerpo.
Su labio tiembla, contiene un llanto desesperado que se convierte en rabia, las tijeras caen de su mano impactando en el suelo con un deje metálico.
Mi boca se entreabre ante ese lascivo gesto que mi esposa me dedica sin tan siquiera quererlo y mis ojos se pierden en esos carnosos labios donde quiero refugiarme mas no se bien como.
Tiembla de miedo, de odio y de desprecio, me quita la copa y me mira ofrecida a un monstruo. Extiende su mano para tomar la mía y guiarme al lecho, un “tranquilo” que intuyo es mas para ella que para mi mismo, sus dedos se pasean por mi mejilla, despacio bajan hasta mi pecho, desabrochando mi pantalón para ayudarme a quedar desnudo.
Encarcela mi miembro con sus dedos, caricias lentas que me arrancan un jadeo ronco, con la yema de su dedo roza mi glande, sus caricias ya no son inexpertas, ahora sabe mantener ese ritmo capaz de torturarme, de hacerme rozar el infierno.
Mi boca roza despacio la suya, lengua que busca la entrada, saqueando su interior, buscando el botín de su lengua mientras jadeo contra sus húmedos labios.
Mi mano abre sus rodillas, mi cuerpo se convierte en su prisión, busco la entrada de su vagina con mi virilidad en alza, mas lejos de adentrarme en ella le dedico una picara sonrisa.
Contemplo con descaro su feminidad y tomo mi miembro con la mano, acaricio con mi glande la apertura de su sexo, jadeo mirándola.
Su clítoris reacciona frente a cada roce, sacudo mi miembro al tiempo que la masturbo, su espalda se arquea, sus ojos se tornan turbios y se hunden oscurecidos en los míos.
-¿me has echado de menos? -preguntó con na altiva sonrisa.
Se que no va a sentarla bien pues me odia, pero maldita sea, es mi mujer y no solo quiero entrar dentro de ella para llenarla de mi simiente, quiero jugar, quiero hacerla gemir y quiero que ella me de placer, esa y no otra es su obligación.
Enarcó una ceja cuando decidida vuelve frente a mi, sus pardos en los míos, las tijeras en su vestido, ese que yo le regalé y que parece un símil a nuestro matrimonio que se desquebraja al ritmo de la misma tela.
La reto con mi mirada, no hay arrepentimiento en las prisas que le he metido y poco me importa si ese vestido queda hecho añicos, pues puedo comprarle mil como ese, lo único que deseo ahora es su piel desnuda, el tacto que hace semanas he perdido y mis labios surcando los ajenos.
No habrá amor, mas sin duda hay pasión, porque yo la deseo, la he deseado desde el mismo instante en que bajo de aquel carro siendo aun una niña.
Sus ojos se anegan en lagrimas mudas que resbalan por su mejilla, permanezco impasible frente a ellas, mas en el fondo una punzada que no se interpretar recorre mi inerte corazón.
Sigue cortando ahora el corsé hasta que todo cae al suelo para quedar ella y yo de frente.
Solo las medias apretando sus muslos por las ligas y unas bragas de delicado encaje negro cubren su preciosa tez blanca.
Tira con brusquedad de mi camisa, jadeo ante aquel arranque que se que no es pasional si no de puro odio, mas me da igual y las tijeras comienzan su trabajo abriendo mi camisa hasta que el acero acaricia mi pecho, punta que se hunde ligeramente en el lugar de mi corazón. A decir verdad, no me importa pues esa parte de mi es casi inútil ,esta estropeada, solo sirve para bombear sangre por mi cuerpo.
Su labio tiembla, contiene un llanto desesperado que se convierte en rabia, las tijeras caen de su mano impactando en el suelo con un deje metálico.
Mi boca se entreabre ante ese lascivo gesto que mi esposa me dedica sin tan siquiera quererlo y mis ojos se pierden en esos carnosos labios donde quiero refugiarme mas no se bien como.
Tiembla de miedo, de odio y de desprecio, me quita la copa y me mira ofrecida a un monstruo. Extiende su mano para tomar la mía y guiarme al lecho, un “tranquilo” que intuyo es mas para ella que para mi mismo, sus dedos se pasean por mi mejilla, despacio bajan hasta mi pecho, desabrochando mi pantalón para ayudarme a quedar desnudo.
Encarcela mi miembro con sus dedos, caricias lentas que me arrancan un jadeo ronco, con la yema de su dedo roza mi glande, sus caricias ya no son inexpertas, ahora sabe mantener ese ritmo capaz de torturarme, de hacerme rozar el infierno.
Mi boca roza despacio la suya, lengua que busca la entrada, saqueando su interior, buscando el botín de su lengua mientras jadeo contra sus húmedos labios.
Mi mano abre sus rodillas, mi cuerpo se convierte en su prisión, busco la entrada de su vagina con mi virilidad en alza, mas lejos de adentrarme en ella le dedico una picara sonrisa.
Contemplo con descaro su feminidad y tomo mi miembro con la mano, acaricio con mi glande la apertura de su sexo, jadeo mirándola.
Su clítoris reacciona frente a cada roce, sacudo mi miembro al tiempo que la masturbo, su espalda se arquea, sus ojos se tornan turbios y se hunden oscurecidos en los míos.
-¿me has echado de menos? -preguntó con na altiva sonrisa.
Se que no va a sentarla bien pues me odia, pero maldita sea, es mi mujer y no solo quiero entrar dentro de ella para llenarla de mi simiente, quiero jugar, quiero hacerla gemir y quiero que ella me de placer, esa y no otra es su obligación.
Lucio Sacro- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 03/11/2016
Re: Las horas al pasar. [Lucio Sacro] ◊◊
Jadeos que él pronuncia debido a sus caricias, las mejillas de la bella se sonrosan fruto de la creciente excitación que nota arder entre sus piernas. No sabe porque, pero siempre que se encontraban en aquella inquina situación, el simple hecho de arrancarle una respiración pesada, el ver sus ojos enturbiados por el deseo por ella, a ella le llenaba de verdaderas ganas de él y su cuerpo.
No puede disimularlo, mas con fuerza se muerde sus labios gruesos, aunque estos se detienen cuando ve los ajenos aproximarse a ellos. Su mano libre se levanta en alza para detenerle, le quiere negar aquel beso, más su boca atrapa la suya con suavidad y lentitud. Ella cede cerrando sus ojos, no puede evitar seguir derramando lágrimas de rabia porque quiere resistirse, no darle nada. Pero a la vez quiere dárselo todo.
Su boca le permite beber de él, mientras su lengua acaricia la ajena. Ella desea que le toque, perderse en él pero su cabezonería casi infantil no quiere ceder, sería como regalarse como recompensar a sus palabras crueles y su trato en aquellas semanas.
Sabe que fue un tremendo error, un error que la agota en sus noches de sueño dedicándole crueles pesadillas, y momentos donde su mente no es suya, porque olvida el tiempo, olvida la cordura entrando en aquel bucle sin fin que a veces la convierte en un ser inerte encerrada en su propia mente.
Humedad entre sus piernas, su cuerpo le busca indirectamente y más cuando su cuerpo es cárcel sobre el lecho de su menuda figura. Sus cabellos oscuros se dejan escapar de entre aquel peinado complicado desordenándose sobre las sábanas. Ropa interior que se marcha, pero las medias continúan apretando sus muslos.
Respiración que se vuelve pesada, y su piel antes tibia se vuelve elevada, jadea mientras sus ojos castaños le miran con vidriosa exaltación.
Él le acaricia con su virilidad provocadoramente, dedicándole placer continuado que ella se pierda en un sin razón, pegando sus caderas contra él buscando más aquel roce, o más bien deseándole en ella.
Sus palabras y su sonrisa, aprieta su mandíbula, le mira molesta más no replica sus palabras. Aunque como dicen “el que calla otorga”; y aunque quiere negarlo solo por fastidiarle, tiene toda la razón, le ha echado, y le echa de menos. Echa de menos toda esa felicidad e intimidad que antes compartían, sus juegos, sus momentos de placer, donde podían estar noches y mañanas enteras retozando entre las sábanas sin preocupaciones.
Un fuerte mordisco le dedica en su hombro, a modo de venganza por sus palabras, sus dientes se quedan bien marcados dolorosamente, más ella luego coloca sus manos en la cintura de él para atraerle. No sentirle, se está haciendo una tortura, aunque como siga en aquel camino ella terminará yendo por sí sola, aun no es de aguantar demasiado. Su cuerpo es demasiado sensible a las caricias de él, o tal vez sea porque él sabe que hacer justamente para enloquecerla.
-Hazlo ya… -Le instiga con una prisa falsa, mientras se pronuncia un quejido entre sus labios.
Su mano detiene su caricia, más toma su miembro para llevar a su interior y recibirle con aquella humedad y calor que le deja escapar algún que otro quejido.
Sus caderas le incitan a que se mueva, más son primeros gemidos de placer los que su boca de escapar, mientras su lengua se pasea con blasfemia por aquellos gruesos labios. Ella suelta sus caderas y tapa con ambas manos su rostro.
No quiere darle el placer de verla disfrutar, cuando lo hace por mucho que quiera resistirse.
No puede disimularlo, mas con fuerza se muerde sus labios gruesos, aunque estos se detienen cuando ve los ajenos aproximarse a ellos. Su mano libre se levanta en alza para detenerle, le quiere negar aquel beso, más su boca atrapa la suya con suavidad y lentitud. Ella cede cerrando sus ojos, no puede evitar seguir derramando lágrimas de rabia porque quiere resistirse, no darle nada. Pero a la vez quiere dárselo todo.
Su boca le permite beber de él, mientras su lengua acaricia la ajena. Ella desea que le toque, perderse en él pero su cabezonería casi infantil no quiere ceder, sería como regalarse como recompensar a sus palabras crueles y su trato en aquellas semanas.
Sabe que fue un tremendo error, un error que la agota en sus noches de sueño dedicándole crueles pesadillas, y momentos donde su mente no es suya, porque olvida el tiempo, olvida la cordura entrando en aquel bucle sin fin que a veces la convierte en un ser inerte encerrada en su propia mente.
Humedad entre sus piernas, su cuerpo le busca indirectamente y más cuando su cuerpo es cárcel sobre el lecho de su menuda figura. Sus cabellos oscuros se dejan escapar de entre aquel peinado complicado desordenándose sobre las sábanas. Ropa interior que se marcha, pero las medias continúan apretando sus muslos.
Respiración que se vuelve pesada, y su piel antes tibia se vuelve elevada, jadea mientras sus ojos castaños le miran con vidriosa exaltación.
Él le acaricia con su virilidad provocadoramente, dedicándole placer continuado que ella se pierda en un sin razón, pegando sus caderas contra él buscando más aquel roce, o más bien deseándole en ella.
Sus palabras y su sonrisa, aprieta su mandíbula, le mira molesta más no replica sus palabras. Aunque como dicen “el que calla otorga”; y aunque quiere negarlo solo por fastidiarle, tiene toda la razón, le ha echado, y le echa de menos. Echa de menos toda esa felicidad e intimidad que antes compartían, sus juegos, sus momentos de placer, donde podían estar noches y mañanas enteras retozando entre las sábanas sin preocupaciones.
Un fuerte mordisco le dedica en su hombro, a modo de venganza por sus palabras, sus dientes se quedan bien marcados dolorosamente, más ella luego coloca sus manos en la cintura de él para atraerle. No sentirle, se está haciendo una tortura, aunque como siga en aquel camino ella terminará yendo por sí sola, aun no es de aguantar demasiado. Su cuerpo es demasiado sensible a las caricias de él, o tal vez sea porque él sabe que hacer justamente para enloquecerla.
-Hazlo ya… -Le instiga con una prisa falsa, mientras se pronuncia un quejido entre sus labios.
Su mano detiene su caricia, más toma su miembro para llevar a su interior y recibirle con aquella humedad y calor que le deja escapar algún que otro quejido.
Sus caderas le incitan a que se mueva, más son primeros gemidos de placer los que su boca de escapar, mientras su lengua se pasea con blasfemia por aquellos gruesos labios. Ella suelta sus caderas y tapa con ambas manos su rostro.
No quiere darle el placer de verla disfrutar, cuando lo hace por mucho que quiera resistirse.
Guiomar Sacro- Mensajes : 54
Fecha de inscripción : 21/11/2016
Re: Las horas al pasar. [Lucio Sacro] ◊◊
No niega lo evidente, que le gusta lo que siente, mi respiración se torna cada vez mas pesada, no solo por como acaricio mi virilidad si no por la sensación que produce su humedad en mi glande.
Verla así, ofrecida, con la mirada turbia por como la toco, observar su pequeño pecho subir y bajar resulta tremendamente excitante.
Mi boca se entreabre, mi aliento choca contra la cúspide de sus pechos y estos se endurecen como si suplicaran que mis labios coronasen esas cúspides infranqueables.
No esta dispuesta a ceder, a decirme que me desea, mas lo se, lo noto con cada respiración que libera de esos carnosos labios que se han trasformado en mi perdición.
Muerde mi hombro de forma salvaje, como queja de todas estas semanas, incluso de lo que ahora le hago sentir masturbandola, se que me odia peor también que su cuerpo me necesita.
Tira de mis nalgas con sus piernas, quiere que entre, quizás porque solo quiere terminar con este fuego, mas yo por el contrario no he hecho mas que empezar.
Ladeo la sonrisa, mi boca contra sus pechos, recorro su piel con mi lengua, dientes que se arrastran por su tez, mordiéndola, anhegandola de placer. Su cuerpo se arquea, casi ella misma mete sus pezones en mi boca por completo ,los succiono con fuerza, tirando de sus pezones encendidos.
-Estas muy cachonda , lo noto y eso me esta poniendo muchísimo -le confieso.
Aflojo el ritmo con el que me masturbo, si no seré yo el que se ira demasiado pronto.
Jadea de forma ronca, creo que quiere negar, mas sus mejillas sonrojadas y esa mirada que se pierde en la mía también vidriosa la delata.
-¿quieres que bebamos un poco? -preguntó alargando la mano para tomar una botella de bourbon.
Doy un trago y esparzo un poco de su contenido sobre aquellos pechos que ahora froto húmedos con la palma de mis manos.
De nuevo mi boca acapara su piel con sabor a licor, me esta poniendo demasiado cada roce, como nuestros cuerpos chocan entre caricias que se incrementan como la pasión que hay entre nosotros.
-La imagen de tu cuerpo ardiendo de placer es demencial -asegure ascendiendo por su cuello para que nuestros alientos chocaran al quedar de frente -¿que quieres que te haga? -pregunto hundiendo mis pardos en los suyos.
Admito que quiero que pida, quiero que aprenda a conocer el placer de su cuerpo, que por una vez sea ella la que me exija ese placer que a mi tanto me excita darle.
-Vamos pequeña, bebe, pierde la vergüenza si lo necesitas y dime que deseas que te haga ¿te follo con la boca? ¿te masturbo con los dedos? ¿recorro tu piel con mi glande? ¿pide maldita sea?
Doy un nuevo trago, la miro con los ojos oscurecidos por la imagen que sobre el lecho produce en mi mi mujer, su pelo esparcido como un abanico, sus piernas abiertas acogiendo ahora la yema de mis dedos que la masturban sin tregua, su boca entreabierta jadeando de forma entrecortada.
Esta tan mojada que quiero metersela ya.
Tomo su mano y llevo uno de sus dedos junto al mio para que sienta lo que yo siento, sus ojos se hunden en los míos, creo que es consciente de a donde me lleva con cada ínfimo acto.
-estas muy mojada, ¿lo notas?
Llevo ese mismo dedo a mi glande para que acaricie el frenillo y el liquido pre-seminal que sale de mi.
-Uffff
Verla así, ofrecida, con la mirada turbia por como la toco, observar su pequeño pecho subir y bajar resulta tremendamente excitante.
Mi boca se entreabre, mi aliento choca contra la cúspide de sus pechos y estos se endurecen como si suplicaran que mis labios coronasen esas cúspides infranqueables.
No esta dispuesta a ceder, a decirme que me desea, mas lo se, lo noto con cada respiración que libera de esos carnosos labios que se han trasformado en mi perdición.
Muerde mi hombro de forma salvaje, como queja de todas estas semanas, incluso de lo que ahora le hago sentir masturbandola, se que me odia peor también que su cuerpo me necesita.
Tira de mis nalgas con sus piernas, quiere que entre, quizás porque solo quiere terminar con este fuego, mas yo por el contrario no he hecho mas que empezar.
Ladeo la sonrisa, mi boca contra sus pechos, recorro su piel con mi lengua, dientes que se arrastran por su tez, mordiéndola, anhegandola de placer. Su cuerpo se arquea, casi ella misma mete sus pezones en mi boca por completo ,los succiono con fuerza, tirando de sus pezones encendidos.
-Estas muy cachonda , lo noto y eso me esta poniendo muchísimo -le confieso.
Aflojo el ritmo con el que me masturbo, si no seré yo el que se ira demasiado pronto.
Jadea de forma ronca, creo que quiere negar, mas sus mejillas sonrojadas y esa mirada que se pierde en la mía también vidriosa la delata.
-¿quieres que bebamos un poco? -preguntó alargando la mano para tomar una botella de bourbon.
Doy un trago y esparzo un poco de su contenido sobre aquellos pechos que ahora froto húmedos con la palma de mis manos.
De nuevo mi boca acapara su piel con sabor a licor, me esta poniendo demasiado cada roce, como nuestros cuerpos chocan entre caricias que se incrementan como la pasión que hay entre nosotros.
-La imagen de tu cuerpo ardiendo de placer es demencial -asegure ascendiendo por su cuello para que nuestros alientos chocaran al quedar de frente -¿que quieres que te haga? -pregunto hundiendo mis pardos en los suyos.
Admito que quiero que pida, quiero que aprenda a conocer el placer de su cuerpo, que por una vez sea ella la que me exija ese placer que a mi tanto me excita darle.
-Vamos pequeña, bebe, pierde la vergüenza si lo necesitas y dime que deseas que te haga ¿te follo con la boca? ¿te masturbo con los dedos? ¿recorro tu piel con mi glande? ¿pide maldita sea?
Doy un nuevo trago, la miro con los ojos oscurecidos por la imagen que sobre el lecho produce en mi mi mujer, su pelo esparcido como un abanico, sus piernas abiertas acogiendo ahora la yema de mis dedos que la masturban sin tregua, su boca entreabierta jadeando de forma entrecortada.
Esta tan mojada que quiero metersela ya.
Tomo su mano y llevo uno de sus dedos junto al mio para que sienta lo que yo siento, sus ojos se hunden en los míos, creo que es consciente de a donde me lleva con cada ínfimo acto.
-estas muy mojada, ¿lo notas?
Llevo ese mismo dedo a mi glande para que acaricie el frenillo y el liquido pre-seminal que sale de mi.
-Uffff
Lucio Sacro- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 148
Fecha de inscripción : 03/11/2016
Re: Las horas al pasar. [Lucio Sacro] ◊◊
Su boca viaja por cada rincón de su cuerpo, y se detiene por un rato en aquellos pequeños pechos que parecen reaccionar al estímulo que su lengua crea en su provocadora caricia. Las puntas de estos se endurecen y le buscan sin quererlo, en esa subida y bajada constante por culpa de aquella respiración agitada que le produce el placer de su caricia.
Guiomar muerde su propia lengua, intentando evitar dejar que sus gruesos labios pronuncien sonido alguno, sus manos se aprietan con más fuerza sobre su rostro, tapando aquella mirada húmeda que le diría que desea más, y más…
Sus caderas le siguen buscando, quiere terminar con aquella tortura a la que él le somete, quiere ganar con su cabezonería y el negarse querer disfrutar de aquello, o al menos que él disfrute del todo; pero nunca termina de encontrarle, más él sigue estimulándola de algún modo y ella siente que su minúsculo cuerpo empieza a ceder a quién es el verdadero dueño de una situación que esperaba que fuese fría, rápida y poco pasional.
Donde creía que él iba a llegar, y terminar pronto con su labor, al igual que ella con tan solo abrir sus piernas y esperar a recibirle. Y punto.
Pero como en otro tiempo, no muy cercano el vuelve a ser incendiario y provocador, conoce mejor el cuerpo de una mujer que ella el de varón, sabe exactamente qué hacer para que ella se vuelva obediente y solo sepa rogarle aquel placer lantente e intenso.
Aparta sus manos cuando siente el líquido verterse en su piel, y como sus manos masajea su cuerpo atormentado por algo que viene y va, y que nunca llega… Cuando lo siente más intenso, se detiene, y lo posterga, parece que quiere que sus labios pronuncien las palabras adecuadas, que le pidan. Pero ella no lo va a hacer, por mucho que le fastidie y se quede con aquel ardor entre sus piernas de la insatisfacción detenida.
-Te odio… -Solo sabe pronunciar entre jadeos, cuando es una vil mentira lo que sus palabras le dicen. Lo ama más que a nada, es una niña ciega enamorada de un monstruo.
Él sigue exigiendo una respuesta, quiere que pida y ella solo sabe morder sus labios buscando un modo de resistirse en aquel encanto, sus ojos castaños turbios muestran como pierde la poca cordura que tiene, sus dedos conducidos por él ahora sienten la propia humedad que entre sus piernas recorren. Esta muy caliente, tanto que en cualquier momento podría irse por sí sola, una y otra vez, e incluso continuar con más.
Los primeros gimoteos que van cediendo a sus deseos escapan. -Mmmm… -Acallaría sus gemidos devorando los labios de él, pero no quiere ni regalarle ni el cariño de un beso, sería como perdonarle con demasiada facilidad.
-Quiero… Quier… -Le cuesta pronunciar mientras con una mano le toca a él, y con la otra ella misma continúa masturbándose. -Deseo… Quiero que termines ya… -Su boca dice una cosa, mientras sus ojos y su cuerpo que se retuerce bajo el suyo en ascuas le ruegan tener su boca recorriendo cada centímetro de su piel de modo provocador. Pero no solo eso, hay desafío, le reta.
Él es el demonio hecho carne, es a sus ojos el pecado mismo ofrecido por el sabor de la manzana, y con ello, el cordero decide tomar el mando con respecto al lobo, porque se siente ceder, aunque a la vez lucha por dentro por resistirse. Por un instante deseo poder controlar su cuerpo para hacer duro y frígido para su marido, para castigarlo por aquellas semanas cuya solución había sido irse con fulanas, cuando más lo necesitaba dentro de su culpa.
Pausada caricia que retira, y toma la botella para darle un largo trago, el fuego en su garganta, pero lo da el poco valor que tiene cuando ésta con él, porque es capaz de anularla con aquellos ojos pardos de monstruo.
Le empuja sobre el lecho para que se tumbe, y sus labios recorren su cuello, y torso hasta llegar a su virilidad en alza. Aun es inexperta en éste arte que rechaza en constante, en su país las mujeres no lo ven demasiado bien, más ellas no tienen sus ojos posados en aquella habitación.
Los gruesos se deleitan en éste y lo atrapan dedicándole con su lengua caricias. Llegados éste punto él siempre le ha dicho lo que ha deseado, ya que como en todo, no se nace sabiendo, y sabe que aquello le satisface y le hace llegar más pronto, aunque su objetivo es que lo haga entre sus piernas y no en su boca. Ahora es ella la que quiere que él pida, que él ruegue, mientras aun con sus manos sigue rozando su propio sexo para no perderse en el recorrido.
Guiomar muerde su propia lengua, intentando evitar dejar que sus gruesos labios pronuncien sonido alguno, sus manos se aprietan con más fuerza sobre su rostro, tapando aquella mirada húmeda que le diría que desea más, y más…
Sus caderas le siguen buscando, quiere terminar con aquella tortura a la que él le somete, quiere ganar con su cabezonería y el negarse querer disfrutar de aquello, o al menos que él disfrute del todo; pero nunca termina de encontrarle, más él sigue estimulándola de algún modo y ella siente que su minúsculo cuerpo empieza a ceder a quién es el verdadero dueño de una situación que esperaba que fuese fría, rápida y poco pasional.
Donde creía que él iba a llegar, y terminar pronto con su labor, al igual que ella con tan solo abrir sus piernas y esperar a recibirle. Y punto.
Pero como en otro tiempo, no muy cercano el vuelve a ser incendiario y provocador, conoce mejor el cuerpo de una mujer que ella el de varón, sabe exactamente qué hacer para que ella se vuelva obediente y solo sepa rogarle aquel placer lantente e intenso.
Aparta sus manos cuando siente el líquido verterse en su piel, y como sus manos masajea su cuerpo atormentado por algo que viene y va, y que nunca llega… Cuando lo siente más intenso, se detiene, y lo posterga, parece que quiere que sus labios pronuncien las palabras adecuadas, que le pidan. Pero ella no lo va a hacer, por mucho que le fastidie y se quede con aquel ardor entre sus piernas de la insatisfacción detenida.
-Te odio… -Solo sabe pronunciar entre jadeos, cuando es una vil mentira lo que sus palabras le dicen. Lo ama más que a nada, es una niña ciega enamorada de un monstruo.
Él sigue exigiendo una respuesta, quiere que pida y ella solo sabe morder sus labios buscando un modo de resistirse en aquel encanto, sus ojos castaños turbios muestran como pierde la poca cordura que tiene, sus dedos conducidos por él ahora sienten la propia humedad que entre sus piernas recorren. Esta muy caliente, tanto que en cualquier momento podría irse por sí sola, una y otra vez, e incluso continuar con más.
Los primeros gimoteos que van cediendo a sus deseos escapan. -Mmmm… -Acallaría sus gemidos devorando los labios de él, pero no quiere ni regalarle ni el cariño de un beso, sería como perdonarle con demasiada facilidad.
-Quiero… Quier… -Le cuesta pronunciar mientras con una mano le toca a él, y con la otra ella misma continúa masturbándose. -Deseo… Quiero que termines ya… -Su boca dice una cosa, mientras sus ojos y su cuerpo que se retuerce bajo el suyo en ascuas le ruegan tener su boca recorriendo cada centímetro de su piel de modo provocador. Pero no solo eso, hay desafío, le reta.
Él es el demonio hecho carne, es a sus ojos el pecado mismo ofrecido por el sabor de la manzana, y con ello, el cordero decide tomar el mando con respecto al lobo, porque se siente ceder, aunque a la vez lucha por dentro por resistirse. Por un instante deseo poder controlar su cuerpo para hacer duro y frígido para su marido, para castigarlo por aquellas semanas cuya solución había sido irse con fulanas, cuando más lo necesitaba dentro de su culpa.
Pausada caricia que retira, y toma la botella para darle un largo trago, el fuego en su garganta, pero lo da el poco valor que tiene cuando ésta con él, porque es capaz de anularla con aquellos ojos pardos de monstruo.
Le empuja sobre el lecho para que se tumbe, y sus labios recorren su cuello, y torso hasta llegar a su virilidad en alza. Aun es inexperta en éste arte que rechaza en constante, en su país las mujeres no lo ven demasiado bien, más ellas no tienen sus ojos posados en aquella habitación.
Los gruesos se deleitan en éste y lo atrapan dedicándole con su lengua caricias. Llegados éste punto él siempre le ha dicho lo que ha deseado, ya que como en todo, no se nace sabiendo, y sabe que aquello le satisface y le hace llegar más pronto, aunque su objetivo es que lo haga entre sus piernas y no en su boca. Ahora es ella la que quiere que él pida, que él ruegue, mientras aun con sus manos sigue rozando su propio sexo para no perderse en el recorrido.
Guiomar Sacro- Mensajes : 54
Fecha de inscripción : 21/11/2016
Re: Las horas al pasar. [Lucio Sacro] ◊◊
Gime y sus ojos se pierden en mi boca, se que la desea, mas no la pide, no lo hace por orgullo. Ladeo la sonrisa acercando mi boca a al ajena, mas no la rozo solo la torturo con mi aliento que golpea con fuerza sus húmedos labios plagados de deseo.
Me relamo frente a si, casi mi nariz se pierde en la suya con una efímera caricia.
-Pídemelo -susurré alargando la lengua para lamer su labio inferior, su boca se entreabre, gime sin dejar de masturbarse a si misma, mi cuerpo es su prisión, mi virilidad acaricia su vientre mojandolo ligeramente con mi glande.
Su mano lo aferra, lo acaricia con suavidad mientras con la otra hunde sus dedos en su sexo mojado incrementando el ritmo. Sus turbios ojos contemplan los míos, jadeo contra su boca, respiraciones erráticas que entrechocan entre ellas de forma violenta.
Sus mejillas sonrosadas arden, mi placer lo hace con ellas, sus palabras acarician mis labios “quiero...”
Gruño complacido y excitado porque deseo mas que nada complacerla en esos momentos, quizás así redimir estas semanas de abandono, mas pronto la rabia invade mi ser, tenso el gesto, quiere que me vaya ya, y eso por unos momentos me logra irritar.
Mas pronto me doy cuenta de que no quiere lo que pide, es su odio el que habla por ella.
Tiro de su labio inferior, la provoco para que abra su boca y acoja mi lengua que quiere paladear cada resquicio de ella.
Solo jadea, mas no cede, no quiere hacerlo pese a que sus caderas me buscan con desesperación , se estremece cuando mi boca tortura sus pechos, jadeo contra los pezones que se endurecen a mi paso, los succiono, arrastro por ellos mis dientes, estoy excitado, tanto que mi miembro palpita contra sus dedos que siguen acariciándome.
Toma la botella desesperada, da un largo trago que la ayuda a apartar mi cuerpo del ajeno haciéndome caer sobre el lecho.
Mis pardos se pierden en sus castaños, miradas oscurecidas que se desafían como lo hace la noche al día.
Sus labios se pierden en mi torso, jadeo dejando escapar un gemido cuando su lengua se pasea por mi bajo vientre, hasta que sus labios lamen mi glande que vibra contra sus labios.
Mis dedos en su pelo, la empujo hacia mi endurecida virilidad, haciendo que entre por completo en su boca, sus labios acompañan el movimiento de mis caderas, el tronco queda completamente hundido en su boca, gruño abriendo los labios para que el aire me abandone de forma pesada, entrecortada, cierro los ojos sintiendo la tortura de sus labios que me devoran, me hacen arder.
-Sigue -rujo cuando se detiene para lazar la mirada y ver la excitación reflejada en mi mirada -mas -digo empujándola de la cabeza para penetrarla por completo.
Mis dedos se hunden en su vagina, ritmo brusco, vertiginoso y violento ,estoy tan ido que me cuesta mantener la cordura, también a ella.
Meto el tercer dedo dejando que mis tormentas oscuras disparen la pasión entre amos, alzo mi pecho ligeramente y me pierdo en su boca.
-Besame -pido ahondando con rudeza mi lengua entre sus labios.
Me relamo frente a si, casi mi nariz se pierde en la suya con una efímera caricia.
-Pídemelo -susurré alargando la lengua para lamer su labio inferior, su boca se entreabre, gime sin dejar de masturbarse a si misma, mi cuerpo es su prisión, mi virilidad acaricia su vientre mojandolo ligeramente con mi glande.
Su mano lo aferra, lo acaricia con suavidad mientras con la otra hunde sus dedos en su sexo mojado incrementando el ritmo. Sus turbios ojos contemplan los míos, jadeo contra su boca, respiraciones erráticas que entrechocan entre ellas de forma violenta.
Sus mejillas sonrosadas arden, mi placer lo hace con ellas, sus palabras acarician mis labios “quiero...”
Gruño complacido y excitado porque deseo mas que nada complacerla en esos momentos, quizás así redimir estas semanas de abandono, mas pronto la rabia invade mi ser, tenso el gesto, quiere que me vaya ya, y eso por unos momentos me logra irritar.
Mas pronto me doy cuenta de que no quiere lo que pide, es su odio el que habla por ella.
Tiro de su labio inferior, la provoco para que abra su boca y acoja mi lengua que quiere paladear cada resquicio de ella.
Solo jadea, mas no cede, no quiere hacerlo pese a que sus caderas me buscan con desesperación , se estremece cuando mi boca tortura sus pechos, jadeo contra los pezones que se endurecen a mi paso, los succiono, arrastro por ellos mis dientes, estoy excitado, tanto que mi miembro palpita contra sus dedos que siguen acariciándome.
Toma la botella desesperada, da un largo trago que la ayuda a apartar mi cuerpo del ajeno haciéndome caer sobre el lecho.
Mis pardos se pierden en sus castaños, miradas oscurecidas que se desafían como lo hace la noche al día.
Sus labios se pierden en mi torso, jadeo dejando escapar un gemido cuando su lengua se pasea por mi bajo vientre, hasta que sus labios lamen mi glande que vibra contra sus labios.
Mis dedos en su pelo, la empujo hacia mi endurecida virilidad, haciendo que entre por completo en su boca, sus labios acompañan el movimiento de mis caderas, el tronco queda completamente hundido en su boca, gruño abriendo los labios para que el aire me abandone de forma pesada, entrecortada, cierro los ojos sintiendo la tortura de sus labios que me devoran, me hacen arder.
-Sigue -rujo cuando se detiene para lazar la mirada y ver la excitación reflejada en mi mirada -mas -digo empujándola de la cabeza para penetrarla por completo.
Mis dedos se hunden en su vagina, ritmo brusco, vertiginoso y violento ,estoy tan ido que me cuesta mantener la cordura, también a ella.
Meto el tercer dedo dejando que mis tormentas oscuras disparen la pasión entre amos, alzo mi pecho ligeramente y me pierdo en su boca.
-Besame -pido ahondando con rudeza mi lengua entre sus labios.
Lucio Sacro- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 03/11/2016
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