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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Loreena Mckennitt Miér Mar 22, 2017 1:36 pm

Sí, algunos creerían que Loreena sólo estaba metida en “aventuras extraordinarias” y que sólo se la pasaba perdiendo el tiempo por estar de fisgona. Pero no siempre era así; como buena aprendiz de hechiceros también debía cumplir con ciertas tareas, unas menos atractivas que otras. Una de esas tantas misiones era el conseguir dominar sus habilidades. No siempre le resultaba sencillo, pues, aunque salía ilesa de los problemas en los que se veía metida, éstos eran causados por esa imprudencia al usar sus poderes. La magia no era un juego de niños con imaginación excesiva, sino algo mucho más serio; si no se controlaba adecuadamente, podía traer consecuencias muy graves. La menor de los Mckennitt decía entenderlo, sin embargo, era usual que metiera la pata, por lo que su abuelo tuvo que asignarle labores mucho más duras, y por supuesto, una gran dosis de sensatez y madurez. Ah, y desde luego, esta vez iría sola, porque Vladmiri no debía apoyarla en nuevas travesuras.

Para Loreena, alejarse de su primo, no fue fácil. Tampoco lo fue que le prohibieran ver (fastidiar, en su idioma) a Rylan, ni a ninguno de sus demás compañeros. Y para colmo, no contaría con la protección de su séquito de espíritus; sólo irían a ella en caso de una emergencia real. Las cosas no estaban siendo tan sencillas como de costumbre, pero debía ser fuerte. Se prometió a sí misma superar cualquier barrera, porque era una Mckennitt y no podía decepcionar a sus ancestros, y menos a su querido abuelo. Loreena estaba decidida a hacer las cosas bien y a centrarse con sensatez en su nueva misión, una bastante particular.

En veces anteriores había estado involucrada directamente con la magia elemental, por lo que, si así podía decirse, ya estaba acostumbrada; sin embargo, esta vez fue todo lo contrario. Aunque Loreena hubiera nacido con habilidades de nigromancia, no se involucró con ello; apenas veía espíritus y se comunicaba con ellos, sólo eso. Esta vez, su entrenamiento era precisamente controlar su poder como nigromante. En un principio se sintió insegura, pues nunca antes había lidiado con un espectro ajeno a los suyos. Pero no se dejó apabullar, es más, precisó que podía convertir esa misión en una aventura. Bueno, tanto así no, sólo quería sacarle algo realmente positivo. Así que, sin más, al obtener los detalles del lugar al que debía acudir, se dirigió sin refutar, recordando y repitiéndose todo lo aprendido en sus lecciones.

—¿El campanario? ¿Es en serio? Ah, por favor —murmuró al estar frente al sitio acordado—. ¿Cómo se supone que va a vivir un fantasma aquí? Al menos que haya sido uno de esos... extraños que —parpadeó varias veces, como si su idea fuera deformándose en otra cosa—. ¡Basta cerebro! Tenemos que pensar bien. Coopera conmigo que ya luego nos va mal y ya sabes como es.

Respiró hondo, examinando de nuevo las instrucciones, luego volvió a fijar la mirada en el campanario. Aquello era una locura, pero, ¿qué más daba? Había estado en circunstancias mucho más raras que esa. Y fue entonces, mientras meditaba sus acciones, vio algo, tal vez era una silueta, la misma que parecía tan albina con el contacto de la poca luz que iluminaba las calles. Estaba anocheciendo, y por alguna razón desconocida, ese preciso lugar estaba desolado, como si hubiera sido preparado especialmente para ella. Loreena ignoró aquello y se precipitó para ascender hacia el final de la torre, en donde se encontraba la magnánima campana que adornaba el edificio.

—¡Hey! Fantasmita, fantasmita, fantasmagórico ser de ultratumba que habita este siniestro y burdo lugar semi-religioso —habló sin hacer alguna pausa, apenas respirando hondo por haber dicho aquello tan rápido—. ¡Oye! Te vi y sé que estás aquí. A una bruja tan brillante, o sea yo, no la puedes engañar. Mis cualidades son de lo mejor. Que Merlín ni que nada...

Hizo un ademán, teatralizando sus palabras, pero la verdad era que se encontraba muy insegura. Ni siquiera por ser bruja sabía, a ciencia exacta, si lo que había visto era real. Sin embargo, un ruido le confirmó todas sus dudas. Así que, sin pensárselo dos veces, Loreena se lanzó hacia donde se supone debía estar el susodicho fantasma, intentando no llevarse la campana de por medio.

—¡Estás arrestado! Digo, atrapado. No, eso no, ¿cómo era? —Se quedó pensativa unos segundos, regresando a la realidad de improviso—. ¡Ah sí! Cuéntame, ¿dejaste algún pendiente antes de morir? ¿Eras fraile, monje, el jorobado de Notre Dame?




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Mensaje por Ghenadie Monette Miér Abr 19, 2017 9:47 pm



The moon and the nightspirit
se escucha decir que en la torre reside el ángel que canta las horas
Un esplendoroso halo de luz se filtraba por un polvoriento tragaluz, iluminando las partículas que se mecían en el aire, invisibles a los ojos mas desnudas ante la luz. El silencio era tan denso como la oscuridad que transgredía los límites del sol intruso y no había indicios que dataran de la existencia de otro presente en aquella reducida estancia. Ghenadie no la reconocía, por lo general, nunca lo hacía cuando se hallaba inmerso en el trance del ensueño, sin embargo, en este caso, una entidad imposible de ignorar le remitía a cierta edificación alojada en la ciudad de París. Al otro extremo de la habitación, lejos de las arcadas de palo y los muros de roca, sobrepasando la cúpula y mofándose, inamovible, de la debilidad del viento, una inmensa campana dorada se jactaba de generar sombra en la oscuridad. En un principio, el gitano temió avanzar y remover los sedimentos apostados sobre el suelo entablado, pero los rayos permanecían inmutables, las partículas danzando, la oscuridad igual de acechante, si no era él quien ofreciera una variación al escenario, posiblemente el sueño se extendería por la eternidad.
Caminó con cautela, sumergiéndose en la calidez de la luminosidad antes de abrazar la oscuridad aledaña y alcanzar, así, el acotado descanso que alojaba a la campana. Con detenimiento la contempló, y recorrió con las yemas de los dedos su gélida silueta, para comprobar que era tan maciza como aparentaba desde la distancia; paseó a su alrededor y espió el exterior que delataban las vacías ventanas. Resultaba dificultoso divisar más allá de la espesa bruma, sin embargo, fue el follaje de los inmensos árboles su seguridad sobre la existencia de tierra firme en la base de la torre.
Una mariposa nocturna revoloteó contra su oído y esbozó en su aletear ascendente la figura de una soga abandonada en una esquina. Ghenadie avanzó con curiosidad hasta ella y, envolviéndola con sus manos, la jaló con todas sus fuerzas.


Las campanadas resonaron en sus oídos, regresándole al mundo de los conscientes; el joven forzó la vista para habituarse al resplandor diurno y buscó entre los techos de las edificaciones aquella que, rasgando el cielo con sus agudos picos, destacaba por sobre las demás. A juzgar por el número de cánticos metálicos, debían ser las siete de la tarde.
El gitano se incorporó sobre las piernas, se había quedado dormido en una esquina enmohecida luego de finalizado el transporte de unas mercancías textiles desde los carros hasta el taller del cliente. Podía admitir aquel como su día de suerte, eran contadas las ocasiones en que lograba reclamar algún trabajo y llenar, al menos un poco, sus sedientos bolsillos.
Se había hecho tarde y dudaba alcanzar a tiempo el mercado andando a pie, procurarse un transporte de alquiler estaba fuera de cuestionamiento. Logró consolarse con la memoria de escasas provisiones que aún residían en su despensa y con las cuales estaría en condiciones de elaborar una modesta –muy modesta– cena para dos.

Emprendió la marcha con intención de regresar a casa, se demoraría cerca de media hora en surcar la ciudad, pero le agradaba la idea de contemplar el exilio del sol; la Luna desfilaría en el firmamento durante su esplendoroso cuarto creciente y su hijo deseaba presenciarla la mayor cantidad de tiempo que le fuese posible.
Se aventuró por las adoquinadas callejuelas de la ciudad, sorteando transeúntes y farolas, aguardando en las esquinas el paso de los carruajes, y aunque transitó frente a las fachadas de incontables edificaciones, una en particular, alienada y alejada, le atraía sin descanso, como si la memoria de su silueta le instara a visitarla y comprobar que no distaba de la realidad.
El campanario no residía exactamente en el trayecto que le conducía con mayor brevedad hasta su hogar, mas tampoco implicaba un desvío arbitrario y muy drástico, por lo que se decidió a darse un paseo, quizá el destino hubiese intentado comunicarle algo mediante su sueño e ignorarlo invocara su descontento.

Aquel monumento arquitectónico se erigía vanaglorioso por sobre las copas de los árboles, Ghenadie lo contempló con admiración, orgulloso de reconocer en la realidad los residuos de sus recuerdos intactos. Las arcadas en la cumbre recelaban la silueta de las campanas y el gitano no pudo disipar su curiosidad, realmente quería comprobar que todo cuanto había vislumbrado en su sueño se encontrara, efectivamente, detrás de aquellas robustas paredes.
Comprobó que no había nadie en las inmediaciones y, para su mayor sorpresa, que la puerta de acceso a las escaleras se encontraba desprovista de cerrojos. Le tomó sus buenos minutos ascender hasta la torre, en cierta instancia debió detenerse a recuperar el aliento, era un muchacho joven, pero sus aptitudes físicas no eran las mejores.
Una vez en el piso más alto, se introdujo en la habitación que viera en su sueño; las mismas piedras superpuestas, un idéntico tapete polvoriento, los candelabros carentes de velas y el tragaluz central, aunque su espectro de luz fuese menos intenso, ciertamente no cabían dudas sobre su similitud.
Ghenadie se paseó por la estancia con suma familiaridad, dispuesto a circundar las descomunales campanas. El viento se filtraba por las ventanas, agitando todo lo carente de una estructura maciza; la soga que pendía contra la esquina, sin embargo, se mostraba inanimada y el joven, entusiasmado, se dispuso a caminar en su dirección.
De improviso, una voz resonó contra las paredes y el gitano se quedó inmóvil en su sitio, ni hacia izquierda ni derecha disponía de una vía de escape; a sus espaldas, se extendía el precipicio. Retrocedió con impaciencia, tropezando con un balde metálico y un banco de madera, a punto de perder el equilibrio, logró aferrarse de los muros, pero no disimular su posición.

Una joven surgió de las tinieblas, la naturalidad de su discurso le dejó sin habla. Echó un rápido vistazo a sus prendas y sacó la pronta deducción de que se trataba de una persona de buena cuna. Logró incorporarse con cierta torpeza, sin despegar la mirada de la recién llegada.
¿Pendiente? –interrogó, ladeando la cabeza en manifiesto de su confusión. Resultaba sorprendente que su interlocutor no fuese un monje o un sacerdote y, más aún, una mujer –y no, tampoco una monja–. Ghenadie alojó las manos contra su pecho e hizo un gran esfuerzo por conservar la compostura.
Lo lamento, no debí entrar sin permiso, lo que sucede es que tuve un sueño… bueno, en realidad no es justificativo. ¡Pero le aseguro que no he hecho nada malo! Compruébelo con echar un vistazo, todo reside en su sitio. –Se defendió, dando un paso hacia el costado, a continuación, para intentar fugarse por el lado opuesto de la campana–. Lamento la confusión, me marcharé cuanto antes. De todas formas, deberían cerrar correctamente la puerta, cualquiera podría colarse y a nadie le gustaría que anunciaran la medianoche en punto a las ocho y quince minutos, ¿verdad?



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Mensaje por Loreena Mckennitt Jue Abr 27, 2017 1:29 am

¿Qué diablos estaba haciendo en ese lugar? Ah, sí, intentando “cazar un fantasma”. Se llegó a cuestionar sobre tan extraña misión, pero era porque no estaba acostumbrada a realizar tareas tan serias, siempre estaba metida en el bosque o en algún lugar que le resultara interesante. Esta vez, consideraba su diligencia una pérdida de tiempo; antes había lidiado con entes espirituales, sin embargo, no con aquellos que tuvieron su origen en una anterior vida humana. Si de por sí le costaba tratar con personas vivas, ¿qué quedaría de las que estaban muertas? La cabeza le dio vueltas de tanto pensar. Bueno, es que tampoco le gustaba pensar demasiado en esos meollos existenciales, Loreena solía ir en otra dirección y lo de esa noche era completamente diferente y hasta aburrido para alguien como ella.

Aunque lo último que presenció, ya estando dentro del campanario, le hizo cambiar toda su percepción. El extraño en el campanario le resultó interesante; sus cabellos blanquecinos eran, sin duda, algo que le generó curiosidad. Nunca había visto algo así, incluso, hasta le era raro encontrarse con pelirrojos como ella.

En un principio lo confundió con un espectro, su naturaleza le dio esa impresión. También lo atribuyó a la evidente distracción de su mente; no estaba tan atenta a lo que ocurría en su alrededor, sino que se quejaba mentalmente por estar ahí buscando a algo que, probablemente, ni se aparecería esa noche. Y mucho más absurdo, ¿por qué debía ser ese sí o sí? Bien podía dirigirse a Montmartre y hacer lo suyo, pero no, preferían enviarla a un campanario durante la noche. Podía ser ella quien tuviera ideas descabelladas, no obstante, sus maestres fueron más lejos, ¡y hasta su padre los apoyaba! Casi nunca lo veía, y cuando hacía acto de aparición, era para apoyar alguna tontería.

Pero, ya estando en frente del supuesto ente que había visto, todos sus pensamientos se desvanecieron. Era alguien vivo. Antes lo vislumbró tan rápido que pensó cualquier cosa, aun así, sus dudas fueron disipadas. Era probable que no hubiera ningún espíritu molesto en el campanario. Así que, siempre tan campante, se acercó al muchacho, olfateándolo como lo haría un sabueso al intentar reconocer a alguien (sí, era una maña muy rara, algo que hacía adrede). Ignoró sus excusas; Loreena igual se había colado sin permiso, cosa que no le preocupaba en lo más mínimo.

—Ya, ya. No hace falta que te excuses por andar soñando con campanas —le refutó, haciéndolo un ademán con la mano—. Espera, ¿dijiste sueño? ¡Pero tú eres un brujo! —Alzó la voz, tanto que tuvo que cubrirse la boca con las manos. Si algún inquisidor rondaba en el lugar, estarían en aprietos; por fortuna de ambos, no era así—. ¿Y qué sueño fue ese? Qué raro eres, soñando con campanarios.

Sacudió ligeramente el cuerpo, no porque realmente le asustara la idea, era por puro teatro nada más. Luego se quedó observando la campana. Una sonrisa ligeramente perversa se dibujó en sus labios, estaba próxima a una travesura, pero se aguantó.

—Yo también entré sin permiso, así que no tengo razones para criticarte. Además, nadie los mandó a dejar el lugar abierto. Aunque igual hubiera sido fácil abrirlo, al menos para mí —respondió, alzando los hombros—. Pero, en serio, ¿de verdad viniste por un sueño? Bueno, pensándolo bien, no es tan curioso, en cambio yo... Yo vine a cazar al fantasma de la campana.




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